Pero no se
olvidara?
Adorno-Theodor-Minima-Moralia
n humana.
A nadie se le ocu- rre pensar que pcdrfa hacer alguna cosa no expresable en valor de cambio.
Este es el presupuesto real del triunfo de aquella razo?
n subjetiva incapaz de concebir siquiera algo verdadero y valioso en
si. percibie? ndolo siempre como siendo para arra, como intercam- biable. Si alla? la ideologi? a era orgullo, aqul lo es el abastecimiento al cliente. Esto vale igual para los productos del espi? ritu objetivo. El beneficio inmediato y particular en el acto del cambio, lo ma? s limitado subjetivamente, prohi? be la expresio? n subjetiva. La explo- tabilidad --el a priori de la produccio? n consecuentemente ajustada al mercado- no permite que en absoluto aparezca la necesidad esponta? nea de aque? lla, de la cosa misma. Hasta los productos de la cultura exhibidos y repartidos por el mundo con la mayor osten- tacio? n repiten, aunque sea por obra de una maquinaria impenetra- ble, los gestos del mu? sico de restaurante. que mira de soslayo al platillo sobre el piano mientras ejecuta las melodi? as favoritas de sus favorecedores. Los presupuestos de la industria cultural se cuentan en miles de millones, pero la ley formal de sus producci? o- nes es la propina. Lo excesivamente reluciente e higie? nicamente limpio de la cultura industrializada es el u? nico rudimento que queda de aquella vergu? enza, una imagen evocadora comparable a
los [raes de los altos managers de hotel, que, para no confundirse con los maures, sobrepasan en elegancia a los aristo? cratas, de suero
te que acaban confundie? ndolos con los mal/res.
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e. l. -Las formas de conducta adecuadas a cada estadio ma? s avanzado del desarrollo te? cnico no se limitan a los sectores donde con ma? s razo? n se exigen. Asi? , el pensamiento no se somete al control social de la produccio? n solamente donde e? ste se ve profe- sionalmente obligado a intervenirlo, sino que adema? s lo emula en toda su complejidad. Como el pensamiento se va entonces en-
tregando al cumplimiento de tareas asignadas, 10 no asignado es tambie? n tratado conforme al esquema de una tarea. El pensamien- to, al haber perdido autonomi? a, no se arreve ya a concebir 10 real por lo real mismo en libertad. Esta actividad la deja con res- petuosa ilusio? n en manos de los mejor pagados, y a consecuencia de ello se hace a si? mismo medible. Por iniciativa propia se con- duce ya tendencialmente como si incesantemente tuviese que dar pruebas de su aptitud. Y donde no hay nada que resolver, el pen? samiento se convierte en entrenamiento cara a algu? n ejercicio que haya que realizar. Con sus objetos se comporta como si fuesen unas vallas, como si constituyeran un test permanente que derer-
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? ? ? ? minase si se halla en forma. Toda reflexio? n que pretenda dar cuenta de su relacio? n con la cosa de que trata y, por ende, ser responsable de si misma, suscita un recelo que la presenta como autosarisfaccio? n vanidosa, fu? til y asocial. Del mismo modo que para los neopositivistas el conocimiento se desdobla en empiri? a cumulativa y formalismo lo? gico, la actividad espiritual del tipo que propugna la ciencia unificada se polariza en inventario de lo sabido y comprobacio? n de la capacidad intelectual: todo pensa- miento se les convierte en concurso para demostrar lo informado que se esta? o lo ido? neo que se es. En algu? n lugar habra? n de cons- tar las respuestas correctas, El Instrumentalismo, la mn? s reciente versio? n del pragmatismo, hace tiempo que ya no es simple cues-
tio? n de la aplicacio? n del pensamiento, sino el a priori de su pro- pia forma. Cuando los intelectuales opositores pretenden desde dentro de ese ci? rculo cambiar el contenido de la sociedad, e? sta pa- raliza la forma de su propia conciencia, modelada de antemano por las necesidades de dicha sociedad. Conforme el pensamiento se ha ido olvidando de pensarse a sr mismo, al propio tiempo se ha ido convirtiendo en una instancia absoluta examinadora de e? l mismo. Pensar ya no es otra cosa que estar a cada instante pen- diente de si se puede pensar. De ahi el aspecto estrangulado que tiene aun toda produccio? n espiritual aparentemente independiente, la teo? rica no menos que la arti? stica. La socializacio? n de! espi? ritu tendra? a e? ste confinado, retenido, a recaudo mientras la sociedad misma continu? e prisionera. Asi? como antes el pensar inreriorizaba las obligaciones particulares establecidas desde fuera, hoy se ha producido su integracio? n en el aparato al punto de perecer en e? l aun antes de alcanzarle los veredictos econo? micos y poli? ticos.
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WishfuJ Thinking,-La inteligencia es una categori? a moral. La separacio? n de sent imiento y entendimiento, que permite al imbe? cil hablar libre y buenamente, hipostasla la escisio? n histo? ricamente consumada del hombre en sus funciones. En el elogio de la senci-
llez trasluce la preocupacio? n porque lo separado no vuelva a en- contrarse y altere la deformidad. <<Si tienes intelecto y tienes cera- eo? n - dice un di? stico de Holderlin-c-, muestra so? lo uno de los dos. / Porque los dos te maldecira? n si los muestras juntos,>> El desprecio del entendimiento limitado comparado con la razo? n lnfi? -
nita, pero en cuanto infinita siempre inescrutable paru el 'lI J 111 finito, de la que la filosofi? a se hace ero, suena, pese a su rnntcni- do cri? tico, como el imperativo '<<obra siempre con lealtad y rec ti. tud>>. Cuando Hegel le muestra al entendimiento su propia estu- pidez, no esta? simplemente descubrie? ndole a la determinacio? n ais- lada de la reflexio? n, a todo tipo de positivismo, su medida de falsedad, sino que al mismo tiempo se hace co? mplice de la prohi- bicio? n de pensar, detiene el trabajo negativo del concepto que el propio me? todo reclama y desde la ma? s alta cumbre de la especu- lacio? n insta al pastor protestante a que recomiende a su reban? o mantenerse como reban? o en lugar de confiarse a sus de? biles luces. Ma? s le convendri? a a la filosofi? a buscar en la contraposicio? n de entendimiento y sentimiento la unidad de ambos: una unidad mo- ral. La inteligencia como facultad del juicio se opone en el acto de juzgar a 10 dado al tiempo que lo expresa, La disposicio? n a juzgar que descarta todo movimiento instintivo cede precisamente a e? ste en su momento de reaccio? n contra la accio? n social. La facul- tad de juzgar se mide por la firmeza del yo, Pero de ese modo se mide tambie? n por la dina? mica de los impulsos que la divisio? n del trabajo del alma deja para el sentimiento. El instinto, la voluntad de perseverar, es una implicacio? n sensitiva de la lo? gica. Cuando en ella el sujeto que juzga se olvida de si? mismo, se muestra inco- rruptible, el instinto celebra su victoria. Y como, al contrario, en los ci? rculos ma? s estrechos los hombres se tornan estu? pidos en el punto donde empiezan sus intereses, dirigiendo su resentimiento contra lo que no quieren entender porque temen entenderlo dema- siado bien, la estupidez planetaria, a la que el mundo actual le impide ver el desatino de su propia instalacio? n, sigue siendo to- davi? a el producto del intere? s no sublimado ni superado de los dominadores, A COrto plazo, y de forma irresistible, el intere? s se ira? fosilizando en un esquema ano? nimo de! te? rmino de la historia. A lo que corresponde la estupidez y terquedad del individuo y su incapacidad para relacionar conscientemente e! poder del prejuicio con la explotacio? n, Tal incapacidad se encuentra regulannente con lo moralmente defectuoso, con la falta de autonomi? a y responsa- bilidad, al tiempo que se halla tan imbuida de racionalismo socra? - tico, que apenas le es posible imaginar que personas verdaderamen- te sensatas, cuyos pensamientos se rigen por sus objetos sin en- cerrarse formali? sticamente en si? mismas, puedan ser malas. Pues la motivacio? n que induce al mal, la ciega sumisio? n a la contingencia de lo personal, tiende a desvanecerse en el medio del pensamiento. La frase de Scheler de que todo conocimiento se funda en el amor
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? ? ? ? ? era mentira, porque e? l postulaba el amor a lo intuido como algo inmediato. Mas seda verdadera si el amor llevase a la disolucio? n de toda apariencia de inmediatez y de ese modo fuese inconcilia- ble con el objeto del conocimiento. Contra la disociacio? n del peno samienro de nada sirve cualquier si? ntesis de resortes psi? quicos mutuamente extran? os, ni la mezcla terape? utica de la ratio con fer- mentos irracionales, sino la autognosis aplicada al elemento del deseo, el pensar en cuanto pensar antite? ticamente constituido. So? lo cuando aquel elemento, puro y sin resto hetero? nomo, se resuelve en objetividad del pensamiento, apunta a la utopi? a.
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con la desaparicio? n del u? ltimo el mito sera? reconciliado. ?
Pero no se olvidara? asl toda la violencia, como en el blando adormecerse del nin? o ? ? Podrfa la desaparicio? n de! mendigo llegar a repara r el dan? o que se le hizo cuando e? ste es en si? irreparable? ? No alienta en toda persecucio? n por parte de los hombres que azuzan con el perrito a la naturaleza entera contra lo me? s de? bil la esperanza de que sea eliminado el u? ltimo vestigio de persecucio? n,que es lo que precisamente representa el orden natural? ? No estara? el meno digo, arrojado de las puertas de la civilizacio? n, bien resguardado en su ambiente, libre de la maldicio? n que pesa sobre la tierra? <<Ahora puedes estar tra nquilo, e! mendigo encuentra asilo. >>
Desde que llegue? al uso de razo? n siempre me habi? a alegrado ofr la cancio? n Zwischen Berg und tieiem, tieiem Tal. la cancio? n de las dos liebres disfrutando sobre la hierba que cayeron abatidas por el disparo del cazador, y que cuando se dieron cuenta de que au? n esteban vivas huyeron del lugar. Pero 0010 ma? s tarde entendi? su leccio? n: la razo? n so? lo puede admitir eso en la desesperacio? n o en la exaltacio? n; necesita del absurdo para no sucumbir al contra- sentido objetivo. Hay que imitar a las dos liebres; cuando suena el disparo, darse por muerto, volver en si? , reponerse y, si au? n que- da aliento, escapar del lugar. La fuerza del miedo y la de felicidad son la misma, un ilimitado y creciente estar abierto a la cxpcrien- cia hasta el abandono de si? mismo, a una experiencia en la que el cai? do se recupera. ? Que? seri? a una felicidad que no se midiera por el inmenso dolor de lo existente? Porque el curso del mundo esta? trastornado. El que se adapta cuidadosamente a e? l, por lo
mismo se hace parti? cipe de la locura, mientras que so? lo el exce? n- trico puede mantenerse firme y poner algu? n freno al desvari? o. So? lo e? l podri? a reflexionar sobre la apariencia del infortunio, sobre la <<irrealidad de la desesperacio? n>> y darse cuenta no solamente de que au? n vive, sino adema? s de que au? n existe la vida. La astucia de las impotentes liebres salva tambie? n al mismo cazador,a l que le esca-
RegresioneJ. - M i ma? s viejo recuerdo de Brahms ,
mente no so? lo el mi? o, es el <<Gu/en Abend, ? ,t? /'Nachl>>. Pero con un malentendido sobre el texto: yo no sabi? a que Nii? ,lein significaba lila o, en algun as regiones , clavel, y me imaginaba pe. quen? os clavos, y, entre ellos, tambie? n los tachones con que esta- ban sujetas las cortinas del dosel de las camas como la mi? a, en las que el nin? o, aun dentro de una oscuridad protegida de todo rastro de luz, podi? a dorm ir sin miedo largui? simo tiempo - << hasta que la vaca valga un dineros, se deci? a en Hessen. Que? atra? s
quedan las flores comparadas con la delicadeza de aquellos col. garues. Nada nos hace representarnos mejor la perfecta claridad que la oscuridad inconsciente; nada lo que podri? amos ser que el suen? o de no haber nacido.
<<Duerme tranquilo, I cierra los ojitos, loye co? mo llueve, I oye co? mo ladra el perrito del vecino. I El perrito ha mordido al hombre, / le ha destrozado las ropas al mendigo, / el mendigo corre al portal, I duerme tranquilo. >> La primera estrofa de la cancio? n de cuna de Teubert produce espanto. Sin embargo, sus dos u? ltimos versos bendicen el suen? o con una promesa de paz.
Pero e? sta no se apoya enteramente en la dureza del burgue? s, en la tranquilidad de haber alejado al intruso. El nin? o que escucha adormecido casi ha olvidado ya la expulsio? n dei extran? o - que en el Liederbuch de Schott aparece como un judi? o--, y en el verso <<el mendigo corre al portal>> se representa el descanso sin pensar en la miseria en que otros viven. Mientras haya un solo mendigo, dice Benjami? n en un fragmento, seguira? existiendo e! mito; so? lo
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)' segura-
~,1? ? ';? y~:(\ '-1
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mente acomodarse a los consumidores y suministrarles lo que de. 201
motean su propia culpa.
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Servicio al diente. - La industria cultural pretende blpo? crlra-
~: ~"
? ? ? seen. Pero mientras diligentemente evita toda idea relativa a su autonomi? a proclamando jueces II sus vi? ctimas, su disimulada sobe- rani? a sobrepasa todos los excesos del arte auto? nomo. La industria cultural no tanto se adapta a las reacciones de los clientes como los inventa. Ensaya con ellos conducie? ndose como si ella misma fuese un cliente. No seri? a difi? cil sospechar que todo el adiust- ment al que ella misma asegura obedecer es ideologi? a; los hom- bres tratari? an de ajustarse ma? s unos II otros y al todo cuanto, mediante una igualdad exagerada, mediante una declaracio? n de im- potencia social, me? s andan buscando participar del poder e impe- dir la. igualdad. <<La mu? sica esta? para el oyente>>, y el cine utiliza a escala de trust la repugnante treta de los adultos que, cuando quieren engatusar a los nin? os, les asaltan con el lenguaje que espe- rari? an de ellos si les hablasen, ensen? a? ndoles obsequiosos el casi siempre dudoso regalo con la expresio? n deliciosamente extasiada que desean provocar en ellos. La industria cultural esta? modelada por la regresio? n mime? tica, por la manipulacio? n de impulsos repri- midos de imitacio? n. A tal fin se sirve del me? todo consistente en anticipar la imitacio? n que de ella hacen los espectadores creando la impresio? n de que el acuerdo que desea lograr es algo ya exis- tente. Por eso es tanto ma? s efectivo cuando en un sistema estable puede de hecho contar con dicho acuer do y reitera rlo de modo ritual antes que producirlo. Su producto no constituye en absolu- to un esti? mulo , sino un modelo para las formas de reaccionar a un esti? mulo inexistente. De ahi? el inspirado ti? tulo musical en el cine, su ridi? culo lenguaje infantil, su populismo bufo; hasta los prime- ros planos del comienzo parecen exclamar: [qu e? bonito! Con este procedimiento la ma? quina de la cultura se le echa encima al espec- tador igual que el tren fotografiado de frente en el momento de mayor tensio? n. Pero el tono de cada peli? cula es el de la bruja que ofrece a los pequen? os que quiere hechizar o devorar un plato con el espeluznante susurro: <<? esta? buena la sopita, te gusta la sopita>, seguro que te sentara? bien, muy bien>>. Este fuego hechi- cero de cocina lo invento? Wagncr en el arte, cuyas intimidades idioma? ticas y aderezos musicales se paladean continuamente a si? mismas, y quien con genial impulso de confesio? n llego? a mostrar todo el procedimiento en la escena del Anillo en que Mime ofrece a Sigfrldo el brebaje envenenado, ? Pero quie? n cortara? la cabeza al monstruo cuando hace tiempo que yace con su rubio copete bajo el tilo?
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Gris sobre gris. -Ni siquiera su mala conciencia le hace favor alguno a la industria cultural. Su espi? ritu es tan objetivo, que hiere a sus propios sujetos, de modo que e? stos, sus agentes todos, saben con que? tienen que habe? rselas y procuran distanciarse con reservas mentales de la aberracio? n que han instituido. El reconocimiento de que las peli? culas difunden ideologi? as es e? l mismo una ideologi? a difundida.
si. percibie? ndolo siempre como siendo para arra, como intercam- biable. Si alla? la ideologi? a era orgullo, aqul lo es el abastecimiento al cliente. Esto vale igual para los productos del espi? ritu objetivo. El beneficio inmediato y particular en el acto del cambio, lo ma? s limitado subjetivamente, prohi? be la expresio? n subjetiva. La explo- tabilidad --el a priori de la produccio? n consecuentemente ajustada al mercado- no permite que en absoluto aparezca la necesidad esponta? nea de aque? lla, de la cosa misma. Hasta los productos de la cultura exhibidos y repartidos por el mundo con la mayor osten- tacio? n repiten, aunque sea por obra de una maquinaria impenetra- ble, los gestos del mu? sico de restaurante. que mira de soslayo al platillo sobre el piano mientras ejecuta las melodi? as favoritas de sus favorecedores. Los presupuestos de la industria cultural se cuentan en miles de millones, pero la ley formal de sus producci? o- nes es la propina. Lo excesivamente reluciente e higie? nicamente limpio de la cultura industrializada es el u? nico rudimento que queda de aquella vergu? enza, una imagen evocadora comparable a
los [raes de los altos managers de hotel, que, para no confundirse con los maures, sobrepasan en elegancia a los aristo? cratas, de suero
te que acaban confundie? ndolos con los mal/res.
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e. l. -Las formas de conducta adecuadas a cada estadio ma? s avanzado del desarrollo te? cnico no se limitan a los sectores donde con ma? s razo? n se exigen. Asi? , el pensamiento no se somete al control social de la produccio? n solamente donde e? ste se ve profe- sionalmente obligado a intervenirlo, sino que adema? s lo emula en toda su complejidad. Como el pensamiento se va entonces en-
tregando al cumplimiento de tareas asignadas, 10 no asignado es tambie? n tratado conforme al esquema de una tarea. El pensamien- to, al haber perdido autonomi? a, no se arreve ya a concebir 10 real por lo real mismo en libertad. Esta actividad la deja con res- petuosa ilusio? n en manos de los mejor pagados, y a consecuencia de ello se hace a si? mismo medible. Por iniciativa propia se con- duce ya tendencialmente como si incesantemente tuviese que dar pruebas de su aptitud. Y donde no hay nada que resolver, el pen? samiento se convierte en entrenamiento cara a algu? n ejercicio que haya que realizar. Con sus objetos se comporta como si fuesen unas vallas, como si constituyeran un test permanente que derer-
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? ? ? ? minase si se halla en forma. Toda reflexio? n que pretenda dar cuenta de su relacio? n con la cosa de que trata y, por ende, ser responsable de si misma, suscita un recelo que la presenta como autosarisfaccio? n vanidosa, fu? til y asocial. Del mismo modo que para los neopositivistas el conocimiento se desdobla en empiri? a cumulativa y formalismo lo? gico, la actividad espiritual del tipo que propugna la ciencia unificada se polariza en inventario de lo sabido y comprobacio? n de la capacidad intelectual: todo pensa- miento se les convierte en concurso para demostrar lo informado que se esta? o lo ido? neo que se es. En algu? n lugar habra? n de cons- tar las respuestas correctas, El Instrumentalismo, la mn? s reciente versio? n del pragmatismo, hace tiempo que ya no es simple cues-
tio? n de la aplicacio? n del pensamiento, sino el a priori de su pro- pia forma. Cuando los intelectuales opositores pretenden desde dentro de ese ci? rculo cambiar el contenido de la sociedad, e? sta pa- raliza la forma de su propia conciencia, modelada de antemano por las necesidades de dicha sociedad. Conforme el pensamiento se ha ido olvidando de pensarse a sr mismo, al propio tiempo se ha ido convirtiendo en una instancia absoluta examinadora de e? l mismo. Pensar ya no es otra cosa que estar a cada instante pen- diente de si se puede pensar. De ahi el aspecto estrangulado que tiene aun toda produccio? n espiritual aparentemente independiente, la teo? rica no menos que la arti? stica. La socializacio? n de! espi? ritu tendra? a e? ste confinado, retenido, a recaudo mientras la sociedad misma continu? e prisionera. Asi? como antes el pensar inreriorizaba las obligaciones particulares establecidas desde fuera, hoy se ha producido su integracio? n en el aparato al punto de perecer en e? l aun antes de alcanzarle los veredictos econo? micos y poli? ticos.
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WishfuJ Thinking,-La inteligencia es una categori? a moral. La separacio? n de sent imiento y entendimiento, que permite al imbe? cil hablar libre y buenamente, hipostasla la escisio? n histo? ricamente consumada del hombre en sus funciones. En el elogio de la senci-
llez trasluce la preocupacio? n porque lo separado no vuelva a en- contrarse y altere la deformidad. <<Si tienes intelecto y tienes cera- eo? n - dice un di? stico de Holderlin-c-, muestra so? lo uno de los dos. / Porque los dos te maldecira? n si los muestras juntos,>> El desprecio del entendimiento limitado comparado con la razo? n lnfi? -
nita, pero en cuanto infinita siempre inescrutable paru el 'lI J 111 finito, de la que la filosofi? a se hace ero, suena, pese a su rnntcni- do cri? tico, como el imperativo '<<obra siempre con lealtad y rec ti. tud>>. Cuando Hegel le muestra al entendimiento su propia estu- pidez, no esta? simplemente descubrie? ndole a la determinacio? n ais- lada de la reflexio? n, a todo tipo de positivismo, su medida de falsedad, sino que al mismo tiempo se hace co? mplice de la prohi- bicio? n de pensar, detiene el trabajo negativo del concepto que el propio me? todo reclama y desde la ma? s alta cumbre de la especu- lacio? n insta al pastor protestante a que recomiende a su reban? o mantenerse como reban? o en lugar de confiarse a sus de? biles luces. Ma? s le convendri? a a la filosofi? a buscar en la contraposicio? n de entendimiento y sentimiento la unidad de ambos: una unidad mo- ral. La inteligencia como facultad del juicio se opone en el acto de juzgar a 10 dado al tiempo que lo expresa, La disposicio? n a juzgar que descarta todo movimiento instintivo cede precisamente a e? ste en su momento de reaccio? n contra la accio? n social. La facul- tad de juzgar se mide por la firmeza del yo, Pero de ese modo se mide tambie? n por la dina? mica de los impulsos que la divisio? n del trabajo del alma deja para el sentimiento. El instinto, la voluntad de perseverar, es una implicacio? n sensitiva de la lo? gica. Cuando en ella el sujeto que juzga se olvida de si? mismo, se muestra inco- rruptible, el instinto celebra su victoria. Y como, al contrario, en los ci? rculos ma? s estrechos los hombres se tornan estu? pidos en el punto donde empiezan sus intereses, dirigiendo su resentimiento contra lo que no quieren entender porque temen entenderlo dema- siado bien, la estupidez planetaria, a la que el mundo actual le impide ver el desatino de su propia instalacio? n, sigue siendo to- davi? a el producto del intere? s no sublimado ni superado de los dominadores, A COrto plazo, y de forma irresistible, el intere? s se ira? fosilizando en un esquema ano? nimo de! te? rmino de la historia. A lo que corresponde la estupidez y terquedad del individuo y su incapacidad para relacionar conscientemente e! poder del prejuicio con la explotacio? n, Tal incapacidad se encuentra regulannente con lo moralmente defectuoso, con la falta de autonomi? a y responsa- bilidad, al tiempo que se halla tan imbuida de racionalismo socra? - tico, que apenas le es posible imaginar que personas verdaderamen- te sensatas, cuyos pensamientos se rigen por sus objetos sin en- cerrarse formali? sticamente en si? mismas, puedan ser malas. Pues la motivacio? n que induce al mal, la ciega sumisio? n a la contingencia de lo personal, tiende a desvanecerse en el medio del pensamiento. La frase de Scheler de que todo conocimiento se funda en el amor
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? ? ? ? ? era mentira, porque e? l postulaba el amor a lo intuido como algo inmediato. Mas seda verdadera si el amor llevase a la disolucio? n de toda apariencia de inmediatez y de ese modo fuese inconcilia- ble con el objeto del conocimiento. Contra la disociacio? n del peno samienro de nada sirve cualquier si? ntesis de resortes psi? quicos mutuamente extran? os, ni la mezcla terape? utica de la ratio con fer- mentos irracionales, sino la autognosis aplicada al elemento del deseo, el pensar en cuanto pensar antite? ticamente constituido. So? lo cuando aquel elemento, puro y sin resto hetero? nomo, se resuelve en objetividad del pensamiento, apunta a la utopi? a.
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con la desaparicio? n del u? ltimo el mito sera? reconciliado. ?
Pero no se olvidara? asl toda la violencia, como en el blando adormecerse del nin? o ? ? Podrfa la desaparicio? n de! mendigo llegar a repara r el dan? o que se le hizo cuando e? ste es en si? irreparable? ? No alienta en toda persecucio? n por parte de los hombres que azuzan con el perrito a la naturaleza entera contra lo me? s de? bil la esperanza de que sea eliminado el u? ltimo vestigio de persecucio? n,que es lo que precisamente representa el orden natural? ? No estara? el meno digo, arrojado de las puertas de la civilizacio? n, bien resguardado en su ambiente, libre de la maldicio? n que pesa sobre la tierra? <<Ahora puedes estar tra nquilo, e! mendigo encuentra asilo. >>
Desde que llegue? al uso de razo? n siempre me habi? a alegrado ofr la cancio? n Zwischen Berg und tieiem, tieiem Tal. la cancio? n de las dos liebres disfrutando sobre la hierba que cayeron abatidas por el disparo del cazador, y que cuando se dieron cuenta de que au? n esteban vivas huyeron del lugar. Pero 0010 ma? s tarde entendi? su leccio? n: la razo? n so? lo puede admitir eso en la desesperacio? n o en la exaltacio? n; necesita del absurdo para no sucumbir al contra- sentido objetivo. Hay que imitar a las dos liebres; cuando suena el disparo, darse por muerto, volver en si? , reponerse y, si au? n que- da aliento, escapar del lugar. La fuerza del miedo y la de felicidad son la misma, un ilimitado y creciente estar abierto a la cxpcrien- cia hasta el abandono de si? mismo, a una experiencia en la que el cai? do se recupera. ? Que? seri? a una felicidad que no se midiera por el inmenso dolor de lo existente? Porque el curso del mundo esta? trastornado. El que se adapta cuidadosamente a e? l, por lo
mismo se hace parti? cipe de la locura, mientras que so? lo el exce? n- trico puede mantenerse firme y poner algu? n freno al desvari? o. So? lo e? l podri? a reflexionar sobre la apariencia del infortunio, sobre la <<irrealidad de la desesperacio? n>> y darse cuenta no solamente de que au? n vive, sino adema? s de que au? n existe la vida. La astucia de las impotentes liebres salva tambie? n al mismo cazador,a l que le esca-
RegresioneJ. - M i ma? s viejo recuerdo de Brahms ,
mente no so? lo el mi? o, es el <<Gu/en Abend, ? ,t? /'Nachl>>. Pero con un malentendido sobre el texto: yo no sabi? a que Nii? ,lein significaba lila o, en algun as regiones , clavel, y me imaginaba pe. quen? os clavos, y, entre ellos, tambie? n los tachones con que esta- ban sujetas las cortinas del dosel de las camas como la mi? a, en las que el nin? o, aun dentro de una oscuridad protegida de todo rastro de luz, podi? a dorm ir sin miedo largui? simo tiempo - << hasta que la vaca valga un dineros, se deci? a en Hessen. Que? atra? s
quedan las flores comparadas con la delicadeza de aquellos col. garues. Nada nos hace representarnos mejor la perfecta claridad que la oscuridad inconsciente; nada lo que podri? amos ser que el suen? o de no haber nacido.
<<Duerme tranquilo, I cierra los ojitos, loye co? mo llueve, I oye co? mo ladra el perrito del vecino. I El perrito ha mordido al hombre, / le ha destrozado las ropas al mendigo, / el mendigo corre al portal, I duerme tranquilo. >> La primera estrofa de la cancio? n de cuna de Teubert produce espanto. Sin embargo, sus dos u? ltimos versos bendicen el suen? o con una promesa de paz.
Pero e? sta no se apoya enteramente en la dureza del burgue? s, en la tranquilidad de haber alejado al intruso. El nin? o que escucha adormecido casi ha olvidado ya la expulsio? n dei extran? o - que en el Liederbuch de Schott aparece como un judi? o--, y en el verso <<el mendigo corre al portal>> se representa el descanso sin pensar en la miseria en que otros viven. Mientras haya un solo mendigo, dice Benjami? n en un fragmento, seguira? existiendo e! mito; so? lo
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mente acomodarse a los consumidores y suministrarles lo que de. 201
motean su propia culpa.
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Servicio al diente. - La industria cultural pretende blpo? crlra-
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? ? ? seen. Pero mientras diligentemente evita toda idea relativa a su autonomi? a proclamando jueces II sus vi? ctimas, su disimulada sobe- rani? a sobrepasa todos los excesos del arte auto? nomo. La industria cultural no tanto se adapta a las reacciones de los clientes como los inventa. Ensaya con ellos conducie? ndose como si ella misma fuese un cliente. No seri? a difi? cil sospechar que todo el adiust- ment al que ella misma asegura obedecer es ideologi? a; los hom- bres tratari? an de ajustarse ma? s unos II otros y al todo cuanto, mediante una igualdad exagerada, mediante una declaracio? n de im- potencia social, me? s andan buscando participar del poder e impe- dir la. igualdad. <<La mu? sica esta? para el oyente>>, y el cine utiliza a escala de trust la repugnante treta de los adultos que, cuando quieren engatusar a los nin? os, les asaltan con el lenguaje que espe- rari? an de ellos si les hablasen, ensen? a? ndoles obsequiosos el casi siempre dudoso regalo con la expresio? n deliciosamente extasiada que desean provocar en ellos. La industria cultural esta? modelada por la regresio? n mime? tica, por la manipulacio? n de impulsos repri- midos de imitacio? n. A tal fin se sirve del me? todo consistente en anticipar la imitacio? n que de ella hacen los espectadores creando la impresio? n de que el acuerdo que desea lograr es algo ya exis- tente. Por eso es tanto ma? s efectivo cuando en un sistema estable puede de hecho contar con dicho acuer do y reitera rlo de modo ritual antes que producirlo. Su producto no constituye en absolu- to un esti? mulo , sino un modelo para las formas de reaccionar a un esti? mulo inexistente. De ahi? el inspirado ti? tulo musical en el cine, su ridi? culo lenguaje infantil, su populismo bufo; hasta los prime- ros planos del comienzo parecen exclamar: [qu e? bonito! Con este procedimiento la ma? quina de la cultura se le echa encima al espec- tador igual que el tren fotografiado de frente en el momento de mayor tensio? n. Pero el tono de cada peli? cula es el de la bruja que ofrece a los pequen? os que quiere hechizar o devorar un plato con el espeluznante susurro: <<? esta? buena la sopita, te gusta la sopita>, seguro que te sentara? bien, muy bien>>. Este fuego hechi- cero de cocina lo invento? Wagncr en el arte, cuyas intimidades idioma? ticas y aderezos musicales se paladean continuamente a si? mismas, y quien con genial impulso de confesio? n llego? a mostrar todo el procedimiento en la escena del Anillo en que Mime ofrece a Sigfrldo el brebaje envenenado, ? Pero quie? n cortara? la cabeza al monstruo cuando hace tiempo que yace con su rubio copete bajo el tilo?
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Gris sobre gris. -Ni siquiera su mala conciencia le hace favor alguno a la industria cultural. Su espi? ritu es tan objetivo, que hiere a sus propios sujetos, de modo que e? stos, sus agentes todos, saben con que? tienen que habe? rselas y procuran distanciarse con reservas mentales de la aberracio? n que han instituido. El reconocimiento de que las peli? culas difunden ideologi? as es e? l mismo una ideologi? a difundida.
