En la evolución de los sapientes éste ha de
convertirse
en un acontecimiento biológico de sentido metabiológico.
Sloterdijk - Esferas - v3
Im pactos en el blanco y lanzamientos fallidos son funciones de verdad prác ticas, que demuestran que una intención puesta en la lejanía puede con ducir al éxito o al fracaso, con un término medio poco claro para un tercer valor.
Tanto en el caso de un lanzamiento con éxito como en el de uno fa llido vale que lo verdadero y lo falso, los primogénitos de la distancia, se anuncian a sí mismos.
El paleontólogo Paul Alsbergya describió convincentemente en 1922 el efecto de distanciamiento que se extiende a otros muchos modos de uso del útil. En el principio distancia reconoció la posibilidad, establecida his- tórico-naturalmente, de una ruptura con la mera historia natural; y preci samente ahí creyó haber encontrado la solución del «enigma humano»; y nosotros creemos: con razón. Efectivamente, en tanto que los homínidos crearon entre ellos y el entorno una esfera en medio con armas y útiles de distancia, consiguieron salir de la cárcel de su acomodación al cuerpo**0. El animal de distancia homo sapiens se Ínsula él mismo en tanto que, como lanzador y usuario de útiles, se emancipa de la presión evolutiva somática. A consecuencia de ello puede aventurarse a una des-especialización pro gresiva (según algunos antropólogos: detenerse en ella): un proceso para el que Alsberg propone el término provocador de eliminación del cuerpo
[Kórperausschaltung]. Es, sin duda, imposible de entender la imagen extra ñamente refinada (a ojos de algunos antropólogos, incluso desolada y de cadente) del cuerpo del homo sapiens hasta no hacerse una idea más exac ta de este acontecimiento evolutivo. El efecto de la eliminación del cuerpo puede expresarse por medio de la imagen de que los pre-seres-humanos se retiraron detrás de un muro de efectos de distancias, producido por su propio empleo de útiles de lanzamiento y útiles-herramientas. Las piedras manejables proporcionan el material para las primeras «paredes» que fue ron levantadas por los grupos de homínidos a su alrededor, paredes, sin embargo, que no fueron construidas, sino lanzadas. Gracias a la elimina ción del cuerpo aparece un ser vivo que puede permitirse permanecer en su dotación biológica pluripotente, no especializado, largo tiempo inma duro yjuvenil durante toda su vida: y todo eso porque la adaptación ine vitable del cuerpo a la presión del entorno fue desplazada a los utensilios.
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El meta-utensilio cultura produce en su totalidad el efecto de una in cubadora en la que un ser vivo puede gozar crónicamente del privilegio de la inmadurez. Desde Julius Kollmann, el fundamento biológico de este efecto se llama neotenia: permanecer en formas corporales y modos de comportamiento juveniles hasta la fase de la madurez sexual (un fenóme no observado en numerosas especies animales, que crecen en entornos privilegiados). El homo sapiens surge de la sinergia de inteligencia y confort. Michel Serres ha resumido las consecuencias antropológicas de esta ten dencia evolutiva a largo plazo en la expresión hominiscencia: interpreta el modo de ser de la especie a partir de su constitución permanentemente adolescente en devenir explorador291.
Sólo dos órganos no participan, obviamente, en la eliminación del cuerpo (o sólo paradójicamente): el cerebro, que se desarrolla tanto so mática como funcionalmente a su propio arbitrio, por cuanto que se su pera en logros de una complejidad incalculable, y sobre todo después del descubrimiento de la escritura, se introduce en procesos de maduración y especialización potencialmente interminables, así como la mano, que, co mo cómplice más estrecha del cerebro, va madurando hasta adquirir un polifacetismo virtuoso. La mano es el único órgano del cuerpo humano que se hace adulto mediante una educación apropiada. Ella es el primer y auténtico sujeto de la «formación», como Hegel la definía: «Pulimento de la particularidad, de modo que se comporte según la naturaleza de la co sa»292. Pulir lo particular significa aquí: abandonar la falta de habilidad pri mera y sustituir el modo de asir ingenuo por el savoir toucher. La mano aprende pronto cómo coger las cosas, y no cesa de aprender hasta el final. Por eso la mano entra en acción en primera línea del frente de la realidad como avanzadilla del cuerpo humano, llena de tacto, deseosa de contacto, capaz de carga, orientada al éxito; mientras que todo el resto se permite el lujo de permanecer cómodo, protegido tras el escudo del utensilio, y en tra en un tiempo de ensueño biológico, en el que lo intrauterino conser vado en la memoria coexiste con lo infantil yjuvenil permanente. La ma durez de la mano implica «formación» en el sentido dialéctico de la palabra, por cuanto, en cada manipulación consciente, un momento de «enajenación», de entrega al objeto, se correlaciona alternativamente con una vuelta a sí misma, es decir, a una sensación de tacto acompañante. De ese «hecho doble, activo-pasivo» surge la madurez de la mano como uni dad de engyenación en lo otro y vuelta a la espontaneidad29*. La mano ex-
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La capacidad de la mano para adaptarse a objetos grandes, esféricos.
perimentada se educa tanto por la resistencia del material como por la ex periencia de su superabilidad. La mano, inagotablemente hábil para lo real, facilita el lujo de la comodidad, al que tiende el resto de la figura del cuerpo del homo sapiens. Dado que la isla de seres humanos es un quiroto- po, cuando manos inteligentes se entienden con los útiles, los isleños son realistas manipuladores, a la vez que criaturas de invernadero entregadas al lujo de la comodidad. Por un lado, demuestran su eficacia como lucha dores por la supervivencia, armados de utensilios, como cooperadores conscientes de su éxito, como planificadores astutos; por otro, son siempre habitantes desarmados de nidos, extáticos temblorosos, fetos adultos, que aguardan en la noche del mundo y reciben la visita de los dioses.
Tras el efecto de distancia del útil para lanzar, hay que poner de relie ve, en segundo lugar, el efecto antropógeno del útil para golpear; repre sentado predominantemente, también, por piedras manejables y medios duros, como madera y asta de cuerno. Los medios duros son significativos porque con ellos comienza el empleo de utensilios en sentido estricto y eo
ipso la historia de Quirotopia. Donde hay un utensilio había antes una ma no que lo cogió. Las manos armadas de utensilios llevan a cabo el primer test de realidad, con el fin de hacer la experiencia de cómo el material más duro obliga a ceder al menos duro. La isla Quirotopia -de la que hasta ahora no ha informado ningún Moro y que sólo Heidegger la vio sobresa lir a lo lejos-, como isla del ser, está a punto de elevarse fuera de su en torno, ya que es el escenario de las primeras operaciones desveladoras del
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Valie Export, del libro
de bocetos humanoides, 1974.
ser, las producciones. Producir significa profetizar cosas con las manos. Cuando los homínidos comienzan a pulir piedras con piedras o a sujetar piedras a mangos, sus ojos se convierten en testigos de un acontecimiento, del que no hay ningún ejemplo en la vieja naturaleza: experimentan cómo algo se convierte en un ser-ahí que nunca hubo ahí, que no había, que no estaba dado: el utensilio conseguido, el arma destructora, el adorno bri llante, el signo comprensible. Como criaturas de producciones con éxito, los utensilios proporcionan a sus creadores el asomo de una gran diferen ciación: estos recién llegados al espacio homínido son los mensajeros que anuncian que detrás del estrecho horizonte del entorno hay un espacio de expectativa, por el que afluye hasta nosotros algo nuevo, portador de suer te o de desgracia; algo que un día se llamará mundo. Por su causa, los qui- rotopianos comienzan a vislumbrar que son isleños, rodeados por lo in quietante, visitados por lo nuevo, provocados por signos. Sienten que la estepa, en la que acampan y vagabundean, representa el mar universal, que esconde un exceso de seres y cosas no vistos, ocultos y, sin embargo, coexistentes dignos de atención. En principio, los habitantes de la isla de utensilios sólo se entregan a ese presentimiento en situaciones excepcio nales: cuando pasan del miedo al éxtasis. En su situación cotidiana se con
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tentan con la experiencia de que el quirotopo, el entorno lleno de lo que está a la mano, el campamento, el mundo de proximidad, constituye una zona tranquila, iluminada, disponible, dentro de la cual todo lo que hay goza de una gratificación de familiaridad.
La trivialización positiva de lo disponible permanentemente será con- ceptualizada en la antropología del siglo XX como «descarga» y «realiza ción del trasfondo». Una situación se dice que está descargada cuando transforma una suma de improbabilidades en cosas que se dan por su puesto, y pone la base, con ello, de las más tarde llamadas instituciones294. En ese sentido el quirotopo es la madre de las rutinas. Lo descomedido e imprevisible, que acompaña en principio a la producción, se normaliza por las costumbres de la creación y manejo de utensilios en el campamen to. No obstante, sucede muchas veces que un utensilio se vuelve indómito y contribuye lo suyo al hecho de que un quirotopiano, por ejemplo, le vante su mano contra su prójimo; entonces lo desmedido se manifiesta en acción en la atrocidad a la que se presta. Si esa atrocidad es repudiada in mediatamente por los damnificados, ha de ser también rechazada media tamente por los testigos, dado que supone un ataque contra la paz de las rutinas. Un golpe mortal con ayuda de armas muestra que la disponibili dad del útil no puede explicarse del todo por analogía con la domestica ción de animales; en esta categoría de útil aparecen, por decirlo así, pro piedades indómitas de la materia domesticada, dirigidas a la ruptura de la paz doméstica.
En el quirotopo se socializan las manos. Sólo con las dos manos no bas ta, tampoco con una cabeza: todos los hechos quirotópicos están consti tuidos tanto poliquirúrgica como multicerebralmente. La disponibilidad a la mano del útil en el primer «mundo de la vida» se completa por el echar- una-mano-unos-a-otros de cooperadores que aportan diferentes manipu laciones a un objetivo de obra en común. El antropólogo Peter C. Reynolds habla en este contexto de «cooperación heterotécnica», cuya característi ca estriba en que quienes crean en común anticipan en cada caso las ac ciones de los otros y realizan la complementaria, adecuada al momento. Hay numerosas tareas que ya en la época más antigua sólo pueden reali zarse como trabajos de equipo poliquirúrgicos, y que presuponen, como partituras de varias voces, cuatro o más manos. En las cooperaciones si métricas cualquiera es capaz de adoptar el papel del otro; en las heterotéc- nicas cada uno aporta lo que sabe hacer mejor que otros. Por eso el qui-
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rotopo se convierte en la matriz de una auténtica inteligencia social, a cu ya definición pertenece una serie de separaciones y recombinaciones de operaciones discretas. En el ejemplo de la elaboración común de un sim ple cuchillo de piedra por los aborígenes australianos Reynolds llega a una lista de condiciones explícitas, que han de cumplirse para llevar a buen término el propósito aparentemente sencillo: «Especialización de tareas, coordinación simbólica, complementariedad de roles, fijación colectiva del objetivo, secuenciación lógica de los pasos a dar en el trabajo y mon taje una a una de las partes producidas»295. Según las observaciones de Rey nolds, hay un significado especial para el paso de los homínidos al quiro- topo humano que se añade a los utensilios con mango, que él considera como ejemplos primeros del tipo de objeto polilítico: no sólo porque con los mangos se hace realidad el principio del asidero producido, es decir, de la manipulación artificial de la cosa misma, sino, más aún, porque re presentan auténticos utensilios compuestos, los así llamados «polilitos», combinaciones manejables de piedra con una multiplicidad de otros ma teriales. Su prototipo es el martillo de piedra o el hacha de piedra, que, co mo primeras trinidades cósicas, se componen de una piedra, un palo y un elemento de sujeción, a cuyo efecto es posible que el cuerpo de golpeo o de corte haya sido moldeado, a su vez, utilizando una segunda piedra co mo pulimento296.
La coexistencia de seres humanos con sus semejantes y con lo otro apa rece en el quirotopo antiguo como la síntesis (social) originaria de al me nos cuatro manos y como síntesis (material) primitiva de al menos tres ob
jetos. Retengamos que el polilito es la primera proposición material, en la que un sujeto, el asidero, se combina con un objeto, la piedra, mediante una cópula (el joino medio de sujeción); según esto, la sintaxis primitiva -com o primera síntesis lógica- surgiría de las categorías operativas, de los universales de las maniobras quirotópicas.
Dado que los seres humanos en condiciones de mayor desarrollo civili- zatorio están rodeados de artefactos por todas partes, llegan a una situa ción en la que casi todo lo que tocan es «de segunda mano»: la mayor par te de lo que está a su mano lo tuvieron en sus manos otros antes que ellos y le acuñaron la figura en que lo encuentran usuarios posteriores. En las condiciones de mayor desarrollo posible del quirotopo, los teóricos llega rán a comprobar un día que también las manos, que hace tiempo que ya ni siquiera se rozan, pueden trabsyarjuntas. Un trabajo a mano tele-coo
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perativo así será integrado por la multiplicidad de ojos del mercado. Pero para que las manos, ocultas unas para otras, produzcan cosas que tengan sentido en otras manos, una mano invisible tiene que dirigir desde la le janía. Nada menos que Hegel escribió una recensión laudatoria a la dis creta actuación de la «invisible hand», en la que certificaba sus virtudes ci bernéticas:
Este ensamblaje, en el que no se cree en principio, porque todo parece ex puesto al libre arbitrio del individuo, es, ante todo, digno de consideración y tiene semejanza con el sistema planetario. . . "’7
Finalmente, para el clima de realidad quirotópico es importante el des cubrimiento del canto afilado de piedras y huesos. Con él comienza la his toria de la cultura del corte y del análisis material. Cuando aparece la fun ción de cuchillo, se pone en marcha la razón como potencia divisora, porcionadora, diseccionadora. El patrón habitual «cortar» encuentra en los cuchillos primitivos su «actualizador crónico»298. Ellos proporcionan a las cosas del mundo el estatus de divisibilidades. Con su ayuda los antiguos quirotopianos se convierten en los seres vivos que pueden mirar dentro de los cuerpos: observan a otro ser vivo, no humano, bajo la piel, a las plantas en su tejido, a las frutas en la carne, a las piedras en lo estratificado y gra nulado. Su imagen del mundo es co-conformada por la experiencia de la autopsia, de la penetración con los propios ojos en el interior, normal mente escondido, de cuerpos compactos. Los cuchillos de los quirotopia nos primitivos hacen explícita la muerte: descuartizan su vestigio, el cadá ver animal, refutando así la apariencia de totalidad indivisible de los miembros. Un cuerpo vivo es algo compuesto que no ha encontrado aún sus analíticos, sus carniceros, sus patólogos. El corte crea la conexión en tre cantidad y violencia, que siempre está en juego donde se pone de re lieve el aspecto de la cantidad divisible. Sólo con objetos artificiales y ho mogéneos, como pasta o monedas de metal, aparecen a la vista cantidades puras, que pueden ser separadas o añadidas cuasi sin violencia. En la pra xis del despedazar cuerpos naturales aparece una primera manifestación de lo que hemos llamado explicación en las reflexiones introductorias a este volumen: la puesta en evidencia de lo que pertenece al trasfondo, o el hacer presente y poner al descubierto lo ausente, plegado y cubierto.
La experiencia-cuchillo se refleja en los primeros léxicos. Si los seres
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humanos tienen una palabra propia en cada caso para los seres y las cosas que aparecen a su alrededor, es porque hacen uso de cuchillos en la boca. Con su violencia nominadora, cortan en trozos el animal-mundo, la saba na y sus criaturas: un proceder que no es posible cumplir sin que le acom pañe violencia operativa y sin sus resultados permanentes. Cada palabra ofrece una porción de mundo. Durante mucho tiempo se tendrá la opi nión de que ésta se servirá a la mesa tanto menos sangrante cuanto más cortes se hagan, al poner palabras, en la carne del mundo, allí donde está articulado por sí mismo, como si un Dios-trancheursupremo le hubiera tro ceado previamente, de modo que, cuando hablan con prudencia, los seres humanos admitan en su léxico, en su repertorio de acción, en su tesoro del saber, con un mínimo de abuso, las partes previstas. Así pues, el len guaje correcto sería aquel que siguiera los cortes hechos en lo existente y siempre separara allí donde las cosas mismas le propusieran cortes y dife rencias. Los géneros y especies son tan importantes para el pensar primi tivo porque dan la impresión de que en ellos estuvieran las porciones ob jetivas de lo existente; las diferencias reales se perciben como las articulaciones de lo existente. Todavía en Platón el pensamiento humano no va a ser otra cosa que la consumación de la onto-tomía divina; los vie jos chinos están convencidos de que los seres humanos sólo se acompasan correctamente a la marcha del mundo si mantienen en orden las palabras y conservan el arte de la clasificación verdadera. Las distinciones supremas siguen los «caminos del cuchillo»299. Así como el cuchillo sacrificial des cuartiza el animal por los sitios previstos desde antiguo, el reparto de los trozos se hace según las diferencias del grupo en dignidad, rango y rol.
2 El fonotopo - Ser al alcance de la voz
Quien alcanza la isla antropógena hace inmediatamente una experien cia acústica: el lugar suena a sus habitantes. Cuando la sabana alrededor está en silencio ocasionalmente, los lugares de acampada dispersos de los homínidos y de los seres humanos primitivos parecen oasis de ruido, en los que reina un estado acústico excepcional. Aunque éste supone para sus habitantes la situación más normal. Esas islas suenan constantemente a sí mismas, constituyen soundscapesde carácter peculiar, están llenas del bu llicio de vida de sus miembros, de ruidos de trabajo producidos por el ma
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nejo de sus útiles y herramientas, de ese murmullo que ha de acompañar a todas nuestras representaciones. Lo más presente es el sonido casi ince sante de las voces: de voces infantiles, que se alegran y gimotean, de voces maternales, que amonestan, consuelan, sugieren, de las voces de los hom bres cooperantes, que se animan, aconsejan y asimilan, de las voces de los mayores, que dan órdenes, sentencian, amenazan, se enojan. La isla hu mana primitiva es una campana psicoacústica envolvente, como una zona comercial animada de música en adviento. Configuran su contexto so- nosférico por la presencia ondulante de voces y ruidos, con los que el gru po se impregna como unidad autorreceptiva. Hay que permanecer en ella para comprender cómo suena, y permanecer mucho tiempo para asimi larla en la propia existencia como una entonación que se va diluyendo en ella, como un inconsciente sonoro. La isla del ser está siempre emitiendo y recibiendo acústicamente.
Sólo en el fonotopo es del todo verdadera la tesis de que el medio es el menszye. En este espacio de autosonorización, en el que la permanencia en él ya incluye la mayoría de las veces la aceptación de sus circunstancias, vale la situación fundamental reconocida por McLuhan de que la comu nicación fáctica recíproca en un medio dado integra ya todo el contenido de la comunicación300. Este hecho resultará chocante para quien se rela cione con el fonotopo como alguien que llega de fuera. Lo que tienen que decirse unas a otras muchas voces en su lenguaje común para la observa ción exterior se reduce simplemente al hecho de que tienen algo que de cirse unas a otras en el lenguaje común. Lo que aparece desde dentro co mo información es sólo comunicación para la percepción externa; sea lo que sea siempre lo que suceda vocal y auditivamente, pertenece a la gene ración de redundancia típicamente grupal. El grupo vive en una instala ción sonora de implicitud absoluta; en él es efectivo el escuchar-se como medio del pertenecer-a-él. No ha de interpretarse esto como objeción en contra de la monotonía en grupos arcaicos, sino como remitencia al he cho de que la redundancia es el material del que se componen las corpora- teidentities. Un fonotopo no puede crear información alguna por sí mismo. Necesita toda su energía para la repetición de las frases por las que se man tiene en forma y flujo. En principio, y la mayoría de las veces, no es capaz de interesarse por tonos extraños. El mensaje que se envía a sí mismo con siste exclusivamente -por emplear una metáfora de la radio- en la sintonía de su propio programa.
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Cómo se llega fácticamente a la sincronización fonotópica de los oídos puede observarse en la moderna sociedad de masas en el ejemplo de la lla mada música popular y en las listas de éxitos, que en principio sólo tienen el sentido de proporcionar el material para repeticiones. Se comienza con una pieza cualquiera, que llega al oído, y, de acuerdo con los resultados del test, se da pábulo a la necesidad de un eterno retomo de lo mismo exi toso. El resto es autosugestión acústica. Vista desde este ángulo, la moder na audio-cultura de masas ofrece una reconstrucción casi perfecta del fo- notopo primitivo, con la diferencia de que éste representaba, para la coexistencia de los seres humanos con sus semejantes en un mundo en pérdida paulatina de seguridad, una necesidad evolutiva, un sistema acús tico de inmunidad, digamos, que ayudaba al grupo a permanecer en el continuumde la propia entonación, mientras que el actual populismo au ditivo (muy en contra de las expectativas pascuales de McLuhan) se dedi ca a un único ejercicio regresivo, decidido a taponar los oídos del colecti vo y hacerlos sordos a la información, a la novedad, a lo que suena de otro modo'101. Hasta qué punto llega esto lo manifiestan,junto con la música po pular (que, por hablar una vez más con McLuhan, «convierte la comuni dad en una única cámara de ecos»), las revistas femeninas, que se espe cializan en captar las llamadas voces interiores de las lectoras. Representan un medio antropológicamente informativo, porque constituyen las versio nes impresas del gossiptotalitario. En ellas se busca metódicamente la con fusión de comunicación e información; por eso ahora lo no-nuevo apare ce siempre como lo novísimo, porque los ejemplos más actuales del eterno retorno de lo mismo han de valer como informaciones. Esta ontología-de- mujeres-en-el-lavadero presupone, casi de acuerdo con la verdad, que no es posible nada nuevo bajo el sol. Aquí todavía no se sabe nada de la luz artificial y sus criaturas, las innovaciones.
Hay que precaverse de malentender el efecto-fonotopo -que se des pliega sobre el grupo como un toldo acústico- sólo como un efecto cola teral involuntario del perfil social de ruidos y del tráfico de voces. Ese te cho, bajo el que el grupo se sonoriza a sí mismo, se delimita en sí mismo y, con ello, rechaza en principio todo lo demás que suena, sirve a la vez de instalación escénica psicoacústica. Por eso, a los hechos fonotópicos se añaden a menudo cualidades demostrativas, o, como lo expresa Adolf Portmann: una «función de representación y expresión»302. La auto-sinto nización del grupo es, en cierto modo, la inversión de la función del can-
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Beduino homumi ante el fonógrafo.
to de pájaros machos, que sirve para la delimitación de las zonas de cría y paraelaislamiento deloscantoresenelcentrodesurecintoacústicoTM. La sonoridad de grupos humanos tiene, además de sus repercusiones au topiaste as, una dimensión performativa, incluso una concertante y endoteatral: cada una de las vote s se presentan en ella como inonaciones que amplían intencionalmente el círculo de sonido colectivo. La función representativa de lavoz y el impulso de amplificación del productor de al boroto se materializan ya en los instrumentos de ruido primitivos: también aquí o r n e e la Modernidad formas de explicación y equivalentes sugesti vos, por ejemplo el ruido de las motos, del que subraya Portmann que «no signifii, . sin más, para los conductores un mal difícilmente evitable, sino una manifestación acústica del conductor, una autoamplificación de ese individuo, un ensanchamiento máximo de su esfera individual o grupal»TM. La «sociedad» es la suma de sus cantos recitativos.
La función fonotópica, entendida como autoafinación del grupo por el oído, tii nc relación con las promesas, con las que quienes viven en común se pone i de acuerdo sobre sus perspectivas. En este sentido, el panorama sonoro del grupo ofrece algo así como un efectivo informe sobre la situa ción, o un expediente acústico permanente, con el que los reunidos se m a nifiestan sobre si están en tono alto o en tono bajo, o en ninguno de am bos. Evangelios y disangelios son, en primer término, propiedades tonales o cromáticas de mensajes. La entusiasta sensación de estar en alto expresa
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Rebecca Horn, El árbol
de los suspiros de las tortugas, 1964.
un estado musical primitivo, que no oculta su sentido de representación. De él podría decirse lo que afirmó Nietzsche de los dioses populares pri mitivos: que representan medios de autocomplacencia. En ellos celebran sus creyentes los motivos de su estar por encima: «Se está agradecido por sí mismo: para eso se necesita un Dios»*'5. El grupo inmune está convenci do que tiene muchas cosas buenas que decir de sí mismo; para ello nece sita un baldaquino de ruido festivo sobre las cabezas.
Sobre este trasfondo se entiende por qué la «invención del individuo» en las así llamadas grandes culturas sólo fue posible por la introducción de prácticas de sosiego y silencio. Para ello fueron decisivos la escritura y el ejercicio subsiguiente de la lectura sosegada. La individualidad, que llega a descubrir su propia huella, presupone que los particulares puedan reti rarse a islas de tranquilidad en las que fíjen su atención en una posible di ferencia entre las voces del colectivo y las voces interiores, entre las cuales llega a distinguirse finalmente una como la propia. El silentium conventual trabaja con esa diferencia para reconocer la voz suave de Dios y la voz alta de los humanos. In interiore homini habitat veritas*06. San Agustín insiste en que, tras la cesura del silentium, la verdad sólo puede encontrarse donde las cosas suceden suavemente: junto al jardín platónico entran aquí en
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Espacio con poca reflexión (insonoro)
del Fraunhofer-Institut fui Bauphysik, Stuttgart.
(<>nsi(it* k ion. sobre todo, las casas de Dios. Esos lugares hacen saltar la campana isotópica e isocrónica de ruido, bajo la que existe el guipo pri mitivo, t ri an un fonotopo más articulado, con perfiles asincrónicos de ruido y distribuciones desiguales de ruido y silencio. No existe el ser hu mano interior antes de que lo hayan demarcado los libros, las celdas con- ventuales, los desiertos y las soledades; sólo después de que el ser humano mismo se ha convertido en celda o camera silvas puede habitar en él la razón c o n su voz suave. No puede haber un yo razonable sin aislamiento acústico. La epochédeHusserlconectatodavíaconesecultivodelretirodel ruidodegrupoalacabezapropia. Loquelosfenomenólogos llamanla puesta entre paréntesis de la actitud ingenua ante la vida es, de hecho, una vacación activa de los prejuicios y gesticulaciones que provocan que den tro sucedan las cosas con tanto ruido como lucra. ;Qué otra cosa es una
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convicción fírme sino una fuerte voz interior, firmemente entrenada? La meditación filosófica reduce al silencio este grito dóxico en mí. El homo si- lens es el custodio de la desautomatización psíquica.
La consecuencia adicional más importante del efecto-silentium se mues tra en la separación de lo público y lo privado. Esa diferenciación, que sir vió de pareja conceptual rectora a las ciencias políticas tradicionales, hay que remitirla en primer lugar a una modificación interna del fonotopo, en tanto que distingue situaciones determinadas por ruidos familiares, de otras en las que predominan los ruidos colectivos. Lo privado aparece en este contexto como un enclave de comunicaciones suaves, liberado del rui do del grupo, cuando no como un espacio de quietud y silencio, incluso, en el que los individuos se recuperan del estrés del sound del colectivo.
Su arquetipo aparece en el monólogo, como el que mantiene consigo el poeta del siglo XIX, cansado de los seres humanos, en su buhardilla noc turna, constatando A la una de la mañana que la «tiranía de los rostros hu manos»307, igual que el despotismo de las voces humanas, ha desaparecido, aunque sea por pocas horas. En general vale: lo que se dice privatim tiene que quedar entre nosotros, por mucho que el primer médium ciudadano, el gossip, se empeñe en llevar a las plazas lo dicho en voz suave. De hecho, el chismorreo -una forma de dictadura del colectivo- tiene la tarea de aminorar la carga de secreto de las esferas privadas frente al espacio pú blico. Es la prosecución del murmullo del grupo con medios ciudadanos.
La tendencia antisocial del individualismo se manifiesta en el deseo de prolongar la vacación del ruido todo el año. Por el contrario, la tendencia totalitaria de los grupos nunca se expresa tan característicamente como en momentos en que obliga a participar en el canto a individuos reacios. No obstante, el fonotopo desplegado procura el espacio de juego para la li bertad concreta de la música. En sus momentos musicales, los oyentes des cubren motivos para su coexistencia más allá del ruido de grupo. La mú sica libre no hace ninguna promesa que no pueda mantener ella misma en su propio sonar308. Entretanto ha educado individualistamente el oído en tal medida que éste ya es capaz de entender arbitrariamente cualquier si tuación sonosférica como una instalación acústica30.
Que lo público represente una modificación del fonotopo se muestra en la Antigüedad europea no sólo en la invención del teatro trágico, con sus coros y máscaras resonantes, sino también en el cultivo de las arengas públicas, que sirven para la formación de la voluntad en reuniones popu
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lares. Lo que más tarde se llamará política sólo es, en principio, una forma cultural del hablar en voz alta: con la finalidad de llevar al cuerpo del gru po, a través del oído, por medio de una voz individual penetrante, al esta do de ánimo deseado, sea expresivamente en consonancia con la communis opinio, que se expresa en voz alta en el informe del orador, sea persuasiva mente con objeto de cambiar el estado de ánimo de una masa reunida y alejarla de su disposición primera. Fue Platón el primero que en su Repú blica creó un tipo de político, que había de actuar no sólo ya como altavoz, sino como receptor de ideas suaves, no ruidosas: con poco éxito, como es sabido, porque la aparición del político no ruidoso se hace esperar hasta hoy. Se trataría de una contradictio in adiecto, porque la política, como arte de lo posible en el ruido, queda subordinada al lado ruidoso del fonotopo.
3 El uterotopo - Cavernas-nosotros, incubadoras de mundo
No sería fácil decir cuánto tiempo hay que haber vivido en la isla para darse cuenta de que el lugar tiene un secreto. ¿Son los mayores quienes lo protegen, o los hechiceros? ¿Está en manos de las mujeres sabias? ¿Tienen los rapsodas un acceso privilegiado a él? ¿O son los lógicamente no naci dos, los esquizofrénicos, quienes están más cerca de él? Aunque no quere mos hablar de trivialidades ginecológicas, es aconsejable prestar atención a presencias femeninas, si se quiere comprender cómo llega a formarse el enclave. Parece que el secreto de la isla es secreto de espacio y secreto de mujeres a la vez. Quien quiera descubrirlo ha de seguir su olfato para las particularidades de la feminidad. Odore di donna: ¿un secreto de cocina? ¿Una connivencia con la luna? ¿Es el reino de las mujeres un hogar am pliado, un hogar del que emanan fragancias prometedoras, una aromas- fera en la que quienes curiosean la comida levantan la tapa de los mismos asadores y potes? ¿O se está más cerca del secreto de la isla cuando pasa una mujer joven, envuelta en su aura de feromonas, en su promesse de bon- heurbiológica? No tiene sentido solicitar información de los isleños, dado que son productos del misterio de la isla, o en el mejor de los casos sus lí ricos, no sus exploradores. Naturalmente estarían de acuerdo en que sin las mujeres, las madres, no funcionaría nada en su vida, aunque sólo fue ra porque se encargan de los niños pequeños y porque constituyen la mi
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tad del cielo, la mitad de la cama. Desde el punto de vista de las contribu ciones de lo femenino a la emergencia de la isla humana y su conforma ción interior, respuestas de este nivel resultan estériles.
Sólo se avanza en este asunto si se introducen los conceptos de mujer y espacio en una visión biológica y topológica desacostumbrada; se trata, en tonces, de hablar del cuerpo femenino, sobre todo del maternal, en ex presiones geométricas o teóricas con respecto al lugar de acampada. Este cambio de perspectiva tiene en cuenta el hecho de que por las adquisicio nes evolutivas del biograma de los mamíferos comenzó a existir un tipo ra dicalmente nuevo de animales-madres: caracterizado por la conquista «re volucionaria» del espacio ventral femenino como zona de puesta de huevos hacia dentro. Por ello aparece una realidad topológica histórico-natural- mente única, en tanto que ahora el cuerpo de la madre se convierte en el nicho ecológico del retoño. Por la interiorización del huevo se reduce el riesgo de la puesta en nidos externos y se sustituye por el riesgo interno de la incubación, así como por el riesgo nuevo del parto310. La historia de éxi tos de los mamíferos demuestra que esa transacción fue ventajosa. De ella no sólo resultaron nuevos animales-madre integrales, que albergan en sí parásitos congéneres, sino tipos nuevos de hijos, que crecen en el mundo con un valor de vinculación superior y un riesgo de separación más brusco.
El psicoanalista y biólogo evolutivo británico John Bowlby ha concep- tualizado la psicología del riesgo del hacerse humano con su esquema de la «acomodación evolutiva al entorno» específicamente homínida. Consi guió mostrar hasta qué punto las fases tempranas de existencia homínida y humana dependen, por su diseño psicobiológico, de una estrecha sim biosis madre-hijo. En el concepto de attachment de Bowlby cristaliza una amplia comprensión de la idiosincrasia lujosa y vulnerable de la diada hu mana, tal como se ha desarrollado desde el Pleistoceno sobre premisas homínidas3": una comprensión de la que se puede deducir, a la vez, una explicación del riesgo creciente de psicosis y desamparo de los hijos de los humanos en las grandes culturas y, más aún, en las sociedades industriales, en las que se expande sintomáticamente una tendencia a adornar ideoló gicamente, como situación normal, el abandono temprano de la infancia312. Si Hegel hizo notar en sus lecciones sobre antropología que la madre es «el genius del hijo»313, queda por añadir, desde el punto de vista bioto- pológico, que la madre es la situación del hijo o, en expresión de Bowlby: su entorno de acomodación evolutiva.
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Hablar de la «madre» implica en los seres humanos un analysis situs, porque con el uso de la expresión uno se ve obligado a decir en qué si tuación se encuentra el hijo con respecto a ella: o todavía dentro o ya fue ra o, en cierto sentido (pero ¿en cuál? ), en ambas situaciones a la vez. Con ello se remite a la circunstancia de que a causa de la interiorización de la ovulación y de la evolución fetal in útero se produjo un nuevo tipo de acon tecimiento: el nacimiento. A consecuencia del giro hacia dentro existe el protodrama de la salida, una primera coacción y aptitud para abandonar el cuerpo materno, una temprana fatalidad en la elección del camino que conduce fuera, a la llamada libertad o al aire libre. El hecho del naci miento, como matrix de todos los cambios radicales de lugar y situación, producirá consecuencias imprevisibles.
Desde aquí se puede determinar una característica de la isla antropó- gena: tiene que ser el lugar en el que se produzca un cambio de significa do del nacimiento.
En la evolución de los sapientes éste ha de convertirse en un acontecimiento biológico de sentido metabiológico. Está claro que convertirse en mamíferos no basta para alcanzar el lugar del ser humano. Los mamíferos son paridos, los seres humanos vienen al mundo. La isla del ser depara el clima estimulante en el que el ser parido se eleva a venir-al- mundo.
Para el conocedor de la filosofía del siglo XX estará claro que aquí ha cemos uso de la diferenciación heideggeriana entre el modo de ser de los animales, fijado al entorno, y la esencia extática del ser humano, configu- radora de mundo. Al filósofo no le interesó cómo habría que pensar esta diferencia, ya que consideraba prefilosóficas, inferiores, dogmáticas las cuestiones antropológicas y genéticas. En realidad -como intentamos mos trar desde hace tiempo*14- el pensamiento de Heidegger demanda preci samente «substancialización» antropológica, en caso de que la expresión sea oportuna, y nosotros afirmamos que esta exigencia sólo se satisface po niendo en marcha un análisis de la diferencia topológica, establecida con el existir humano, como ser-oriundo de alguna parte.
Lo que nace sólo experimenta, en primer lugar, el cambio de un ele mento-entorno por otro: esto es mucho, pero no cambia nada en la defi nición de vida animal. El nacimiento del mamífero siempre se puede com parar con un tránsito de la vida en el agua al ser-ahí en la tierra y en el aire, como si cada descendiente en la línea de los mamíferos tuviera que reha cer en su propio devenir el éxodo originario del mar y la adquisición del
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Jan van Neck, La lección de anatomía del doctor Ruysch.
modo de ser de tierra firme. Pero de un nacimiento sólo surge un venir-al- mundo cuando el entorno en el que aparece el recién llegado se ha con vertido en un mundo: un conjunto o una totalidad de cosas, que son el ca so. No expondremos aquí lo que significa filosóficamente la expresión mundo; desde el punto de vista teórico-situacional queda por decir que la posición fundamental designada como ser-en-el-mundo significa un ser- afuera. Heidegger lo insinuó con un concepto ontológicamente descolo rido de éxtasis como ser-cabe-las-circunstancias. Quien ex-siste se mantie ne fuera en algo, donde, en principio, no puede sentirse cabe sí. En el caso de los seres humanos, los excéntricos ontológicos, el ser fuera antecede al morar en sí; aunque la dureza de este diagnóstico se aminora, por regla ge neral, por la fuerza protectora de las alianzas esféricas. Cuando se habla de situaciones en el mundo no cabe duda alguna de la prioridad de la exterio
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ridad frente a todo tipo de morada, inclusión, envoltura e instalación ca be uno mismo. Por ello, toda teoría de la situación elemental es también una interpretación del trauma primario: que hay más espacio exterior del que puede poseerse, configurarse, abstraerse o negarse. Porque ello es así, los seres humanos están condenados a la producción de interior.
Si se está de acuerdo con esto, puede aventurarse el intento de formu lar teórico-espacialmente el secreto de la isla. Ser en la isla significa aho ra: poder hacer uso de la posibilidad de transferir situaciones interiores. Transferencias de ese tipo son realizables cuando se alcanza en el exterior una situación real que pueda servir de envoltura o receptáculo para la re petición de interioridad en otro lugar. El fenómeno de la transferencia (que fue descubierto por los magólogos y fascinólogos del Renacimiento, radicalizado por los magnetizadores, e interpretado neuro-hermenéutica- mente, así como utilizado como médium de la situación terapéutica por el psicoanálisis del siglo XX) surge de un efecto de inercia, desencadenado por la preponderancia de improntas pasadas sobre percepciones presen tes. Presupone para su desarrollo fuertes diferencias escénicas entre en tonces y ahora. Si éstas se producen, como sucede, por ejemplo, después de traslados o desalojos, nuevos matrimonios o emigraciones, puede lle garse al fenómeno de la repetición de la antigua escena en la nueva: un fenómeno que en las teorías psicológicas acostumbradas se describe como proyección de afectos. No es difícil en nuestro contexto redescribir la transferencia como reproducción de situaciones, cargando el acento en la circunstancia de que la proto-transferencia se lleva a cabo como repro ducción reiterante de un estado interior en una situación exterior. Desde este punto de vista, el paradigma de la astronáutica resulta informativo, puesto que muestra explícitamente en el vacío lo que los seres humanos ya han hecho siempre en el «mundo de la vida» terrestre. El secreto de la insularización de la esfera humana consiste en que los coexistentes en transferencia coproductiva disponen un interior común en un exterior común. Queda por considerar que las transferencias tienen, en principio, carácter colectivo y sólo se individualizan tardíamente, en dependencia de medios, juegos de lenguaje y formas de habitar que afianzan el efecto de privatización.
La obra comunitaria que desemboca en la creación de islas se lleva a cabo de modo que quienes viven en común crean a partir de un fondo es cénico compartido de situaciones interiores y reproducen éstas en una ex
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tenor diferente. Es así como un grupo fuertemente coherente se convierte en uterotopo, es decir, en metáfora escenificada del cuerpo de la madre. En una primera lectura, esto se interpreta como un fantasma de parentes co: como sucede con el dogma de que, como miembros de una nación, so mos también hijos de la misma madre. No olvidemos que Platón, en su momento más sincero, cuando hace que Sócrates exponga la doctrina de la necesidad de la mentira noble, quiso sacar provecho del efecto uterotó- pico: ¿qué decir a los miembros descontentos de la ciudad dividida en cla ses, sino que todos los ciudadanos son vástagos de la madre tierra, que, junto a hijos de oro, parió hijos de plata y de bronce, con la esperanza, quizá legítima en las madres, de que sus descendientes se las arreglaran pacíficamente entre ellos, en armonía fraternal y piedad por el profundo pasado común? 315En segunda lectura, con el concepto uterotopo se desig na un fantasma-espacio, devenido influyente históricamente, que sugiere que, mientras permanezcamos territorializados en el propio grupo, sere mos las criaturas privilegiadas de una misma caverna: beneficiarios proto- solidarios de un mismo estado fetal en el seno común del grupo. La «pro fundidad» de un grupo corresponde al carácter propio de su función colectiva de Nirvana: sus miembros convergen en una irrealidad o pre-rea- lidad imaginariamente común, desde la que son enviados a lo real: como hermanos camales, que comparten un secreto de caverna, una condena celestial. La communiouterotópica se articula tanto en las primitivas alian zas totémicas como en innúmeros ejemplos de confederación mágica y sa grada del más alto rango, hasta llegar a aquella communiosanctorum, que en su totalidad pretende constituir el seno de la Madre Iglesia. Cuando filó sofos contemporáneos de la religión expresan ocasionalmente la opinión de que la «humanidad» representa «en lo más profundo una magnitud re ligiosa»316, hacen uso de la posibilidad de transfigurar la especie entera en un uterotopo adamítico.
Quien pretenda encontrar una interpretación para la tenacidad del sentimiento de pertenencia a grupos éticos (incluida su crónica manía de disputa y proba capacidad de defensa) no debería olvidarse de analizar el m odo de construcción de los uterotopos. Constituyen la form a política de la imposibilidad de llegar a ser adulto. La síntesis uterotópica significa la predestinación de seres humanos a una procedencia común de una ca verna incomparable (y la común fijazón en ella). La síntesis utópica, por el contrario, piensa en la predestinación de los seres humanos a un cami-
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no en común hacia una incomparable tierra prometida. Uterotopía y utopía se reflejan una en otra como elitismo del origen y elitismo del fu turo. Representan las dos fuentes de la conciencia mánica; y eo ipso los dos motivos más profundos de de-solidarización de los destinos de los demás. Teniendo esta diferencia ante los ojos se comprende que, a diferencia de como lo pensaron Marx y Engels, toda historia es historia de luchas entre grupos de elegidos. Constatar esto significa comprender el motivo de por qué desde el ocaso de las culturas marciales está en marcha una doble güe ña mundial: una guerra de primer orden entre varias comunidades de
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Eva Hesse, Sin título (Rope Piece), 1970, cortesía de The Estate of Eva Hesse, Galerie Hauser Se Wirth,
Zúrich. Foto: Paulus Leeser.
elección por el origen; una guerra de segundo orden entre comunidades deelecciónporelorigenjcomunidadesdeelecciónpoielfuturo . Lo que hasta ahora se tenía por opción entre guerra y paz, la mayoría de- las veces era, caí verdad, una opción entre la primera y la segunda guerra. No está claro que pueda haber una tercera forma de guerra. Si la hay, su fren te estaría col*>cado entre los elegidos y los no elegid*>s. La experiencia di
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ce que los últimos retroceden ante exhibiciones solemnes. Se contentan con contemplar las intrigas de los elegidos hasta que su autodestrucción sea un hecho consumado*1*.
4 El termotopo - El espacio de confort
Los romanos inventaron el arte de impedir el parloteo, en tanto que re sumieron el presunto resultado en cuatro palabras. Ejemplo: ubi bene ibi pa tria. En relación con nuestro tema esto significa explicar de una vez por to das la extendida inclinación de los seres humanos a preferir la patria, deduciendo el efecto-patria de la sensación de bienestar en el lugar pro pio. Ilustración ecuménica, estilo romano. Así se vuelve reversible la cone xión entre patria y sentirse-bien. Si estás en la patria, es que te va bien; si no te va bien, no estás en casa. Si la patria no procura el bene vivere, no me rece su nombre; en consecuencia, se puede y se debe intentar otras posi bilidades, sea como emigrante, sea como destructor de las condiciones domésticas. En un discurso del 29 de noviembre de 1792 Saint-Just expli cará: «Un pueblo que no es feliz no tiene patria». Desde entonces, los con denados vernáculos de esta tierra están de camino en alguna parte donde son más felices. Si falta la fuerza para romper con la mala situación surge el tristemente célebre efecto-de-aire-viciado: la fidelidad a la miseria que nos ha engendrado. El genio de Martin Walser encontró la expresión cla ve para ello: «Una familia es una alianza de miseria. Algo así no se aban dona nunca»*19. El derecho fundamental a la libertad de residencia, for mulado sólo en época reciente, implica la infidelidad productiva a la infelicidad de la propia condición. Los seres humanos no están en casa en una tierra o en un país, sino en un confort.
Uno de los motivos de la vida aislada en grupos consiste en cómo un grupo exitoso se procura y reparte internamente una ganancia en bienes tar. No obstante: sólo se es consciente tardíamente de que esa ganancia no es tanto el efecto del lugar en el que se efectúa el reparto, cuanto que es el efecto del reparto el que nos hace valorar el lugar. Entretanto hay que escuchar muchos absurdos: que hablan de naciones queridas, de campos patrios a empapar con la sangre impura de los extraños, del nomos de la tierra, del derecho de los pueblos a su propio Estado y del árbol de la li bertad que hay que regar en cada generación con la sangre de los patrio
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tas. ¿No podría ser un patriota alguien que introduce confusión y desor den en los motivos del apego al lugar propio?
El signo más visible de la ventaja de sentirse en casa en el grupo es el hogar, el lugar donde se hace fuego; como símbolo de humanidad más an tiguo, es la referencia más clara a que los seres humanos no se las arreglan sin un elemento confortante. El fuego alimentado en común encierra la experiencia de que hay protectores naturales que deparan ventajas mien tras se les mantenga a la vista cuidadosamente. La fuerza del fuego es benéfica, suponiendo que la guardia de incendios no se duerma. Manipu lar el fuego supone una actividad que queda exactamente en el límite en tre magia y trabajo. Esta diferencia, al comienzo casi paritaria, se va incli nando en el curso de la historia de la civilización hacia el lado del trabajo, sin que el polo mágico se haya podido diluirjamás. Si en el obrar humano todo se regula por ecuaciones entre acciones y sus efectos, es evidente que se trata de trabajo. Este sigue el camino hacia el resultado con tanta recti tud como entiende las reglas de su oficio. Es verdad que lo que se llama trabajo es muy a menudo sólo un pasatiempo estéril para una mayoría de «brujos a la inversa», que dominan el arte «de hacer poco de mucho»320. ¿Era Nietzsche consciente de que definía con ello el servicio público? Por lo que respecta a la magia, produce el efecto contrario: la desconcertante sobreabundancia de los efectos frente a las acciones. Aunque no se sabe propiamente cómo funciona el arte de la magia (zaubem, en germánico, antiguo inglés: pintar de rojo), parece que lleva más allá de lo que podría hacerlo el mero trabajo. La magia entra enjuego, en forma de auténtico valor añadido causal, cuando el éxito de ciertas operaciones alcanza lo ex traordinario. Por eso la magia no siempre es engaño; el mundo mismo alienta a acercamientos de tipo mágico a muchas situaciones en él, porque depara la experiencia de que de vez en cuando se consigue más de lo que se emprendió. De ello responden los viejísimos conceptos de suerte y po der. En la Antigüedad, ese plus que se advierte en caso de éxito muy evi dente, asombroso, se hace visible en la figura de dioses astutos, artesanos poderosos, especializados en efectos especiales (tipo Zeus, Hefesto, Her- mes), con quienes, comprensiblemente, se intenta trabar alianzas.
La forma más antigua de esa fortuna aliada es el fuego del hogar, en el que ejercen sus labores las mujeres y que guardan los sacerdotes. Dos tipos de personal, doble promesa de felicidad. El fuego es un dios casero con amplias conexiones, y un alma de la casa de presencia sensible. Desde que
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se ha aclimatado como aportador de ventajas entre los seres humanos, los mitos pirogenéticos remiten su presencia a un don de los dioses o de los titanes a los mortales: un regalo, que pasa a ser posesión permanente de aquellos a quienes se regala y que les permite la entrada en la condición cultural. Aquí aparece por primera vez el concepto de «ayuda para autoa- yuda». En el contexto de la antigua Europa, Prometeo es el titán con el sín toma de auxiliador, el sponsor ejemplar y amigo de los seres humanos. Quien entrega el fuego «pantécnico» (pyros pantechnos121) se convierte en patrón de las cocinas, promotor de la alquimia, posibilitador de la cerá mica y de la metalurgia, deparador de confort y abogado de la redistribu ción de luz y comodidad, en una palabra: en el auténtico titán de la cul tura y, en virtud de esas propiedades, en el santo más distinguido en el calendario de la ilustración. Como facilitador de la vida y primer donador de poderes, como filántropo y causante de la rebelión contra la idiotez de la resignación a las circunstancias, él es el mítico protector del termotopo.
Con esta expresión, pues, no se piensa sólo en la zona, en la que quie nes pertenecen a los grupos sienten la ventaja calorífica inmediata del fue go: un motivo, que, además, sólo pudo ganar peso en la fase post-africana de la evolución cultural, tras la expansión de la humanidad en regiones con estaciones marcadamente diferenciadas e inviernos más largos. Desig na, a la vez, el círculo, en el que se ponen de manifiesto las ventajas de la magia cotidiana. Los habitantes de la isla Quirotopia son por naturaleza termotopianos, ya que se produce una sinergia entre lo que consiguen las manos y el sobrevalor que añaden los hogares. El termotopo es un espa cio, en el que, por confirmaciones continuas, valen las expectativas de éxi to; ese espacio constituye la esfera de confort primaria desde épocas ini ciales muy arcaicas, aunque sólo desde la época de civilizaciones desarrolladas, como la de los romanos, el culto de la fortuna pública vaya unido al culto de los hogares. Donde esto sucedió de manera más obvia es en el establecimiento del hogar del Estado en el templo de Vesta en el fo- rum romanum, cuya tarea era la de dar prueba de la unidad de hogar y Es tado (o de casa e imperio)32. Desde él irradia el evangelio de la inmuni dad, del integrum, hasta la periferia. El símbolo primario con el que se presentaba el Imperio Romano era un termotopo doméstico, llevado a for mato universal, en el que hogar y universo, isla y continente, se habían de convertir en una y la misma cosa.
Mientras que losjuristas y creadores de cultura romanos han generali-
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Los nagas permanecen junto al fuego sagrado mientras dura el kumba-mela, hasta dos meses.
zado políticamente la termotopia, a los brahmanes de la India les intere saba su hipostatización. Según ellos, hay que comprender el contexto en tero del mundo como el cambio de forma del fuego. Los efectos de pro fundidad del pensamiento brahmánico se derivan de la circunstancia de
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que está seguro de sus competencias pirotécnicas en la consumación de sa crificios al fuego, y porque de este círculo estrictamente delimitado dedu ce múltiples metaforizaciones. Así como el Imperio romano se resume en algunas vírgenes ante el fuego sagrado, las vestales, la cultura de la antigua India lo hace en los ascetas ante el fuego sacrificial323. Su última concreción la alcanza en la figura del renunciante, el samnyasin, que ya no hace sacri ficios ante fuegos externos, sino que consume toda su existencia en un fue go mental: la llama de Veda. Por eso el renunciante ya no toma parte en cocciones, ofrendas de fuego e incineraciones cotidianas; su cadáver ya no se inhuma en el fuego, como el de los no curtidos espiritualmente, se en tierra porque parecería inoportuno quemar otra vez externamente a quien ya está quemado interiormente. En el termotopo absoluto no sólo se reparten las ventajas de una vida en la proximidad del hogar; se esta blece una competición ritual por la ventaja de todas las ventajas: hacerse uno, unificarse, con el hogar del ser.
En otros casos se definen profanamente las ventajas termotópicas. En sociedades estratificadas, la reunión igualitaria en torno al fuego se tradu ce en la atracción por ventajas posesivas, relativas todas ellas a un lugar de preferencia. Entonces los rasgos exclusivos del espacio ventajoso aparecen con un perfil crudo: lo que en un formato más pequeño crea solidaridad inclusiva, actúa desolidarizando en uno más grande. Ventajas son justa mente aquello de lo que no hay bastante para todos. Otros fuegos, otros destinos. «El calor», escribe Gastón Bachelard, «es un bien, una posesión. Hay que custodiarlo celosamente y sólo puede hacerse obsequio de él a se res escogidos»324. Poder asegurar el contexto de bienestar de los suyos es lo que distingue al patrón, al gran señor. En el ámbito de alcance del espa cio ventajoso del que él se cuida, quienes dependen de él sienten que va en su propio interés guardar su secreto; por ello, todos los grupos que man tienen estrechamente el privilegio de pertenencia llevan uno y el mismo nombre, nunca expresable: cosa riostra. Si se entienden las sociedades in sulares como espacios de distribución de ventajas de procedencia incierta, tienen formalmente un sustrato mañoso: esto vale incluso para una po tencia mundial democrática como Estados Unidos, cuyo nivel de bienestar no sólo se basa en los logros de su propia economía nacional, sino también en un sistema tributario encubierto325. Cuando el confort ya se ha estable cido como costumbre, no se pregunta de dónde proviene. Los misterios de la redistribución son profundos, y los agraciados se aferran a ellos, aunque
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Joseph Beuys, La bomba de miel, documenta vi, 1977.
ya sospechen que cen'estpas catholique. Así como innumerables ciudadanos e instituciones acostumbrados a subvenciones, de la ciudad de Berlín, que está en bancarrota, no quieren enterarse en el año 2004 de dónde podrían venir las sumas de dinero que están dispuestos a seguir gastando sin ga narlas, numerosos ciudadanos de los emiratos del Golfo no se interesan por la solución del enigma de cómo es posible que reciban de los jeques reinantes tan altos salarios por mantenerse lejos de cualquier actividad asa lariada.
Así pues, no era del todo correcto afirmar que toda historia es la histo ria de luchas entre grupos de elegidos; también es, del mismo modo, la his toria de luchas entre grupos de bienestar.
Si se busca una alternativa contemporánea, moralmente aceptable, al inmoralismo de camarillas, clubs y clientelas, se impone pensar en las or ganizaciones de beneficencia estatales, establecidas en los siglos XIX y XX. El Estado social es la generalización regional del termotopo con medios técnicos de aseguramiento. Sus logros se basan en el descubrimiento de un fuego frío (atizado con contribuciones obligatorias), en torno al cual pueden reunirse innumerables necesitados (relativamente privilegiados, a pesar de todo). Con los sistemas nacionales y comunales de solidaridad
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(en Estados Unidos se añaden a ello los fenomenales servicios voluntarios) parece que las sociedades modernas han inventado algo así como un me ta-hogar, que ayuda a muchos con legítimo derecho a ello, así como a cier tos ladinos, a mantener vivo su propio fuego. Tales instalaciones para la re distribución de las oportunidades de bienestar funcionan por ahora exclusivamente en formatos nacionales. Se podría llegar a decir incluso que el espíritu posmodernizado de las naciones ya sólo se basa en las cajas de solidaridad y en los sistemas de seguros; sobre todo en Centroeuropa y Europa del Norte, donde se encuentran las instituciones termotópicas más cómodas del mundo. Quien quisiera transferir estas condiciones a la so ciedad mundial tendría, primero, que haber solucionado la paradoja ter- motópica, y mostrar cómo anteponer todos a todos. En ausencia de un so cialismo térmico convincente habrá que contentarse provisionalmente con una estética térmica326. La bomba de mírídejoseph Beuys, que conecta simbólicamente a la humanidad en general con la vida dulce, insinúa has ta qué punto se puede llegar con esa estética.
5 El erototopo - Dominios de celos, peldaños del deseo
Hay que haber pasado toda una temporada en la isla antropógena pa ra conseguir un atisbo de cómo los habitantes organizan su vida del deseo. En principio es de esperar que seres humanos con señalados condiciona mientos uterotópicos y termotópicos existan en un clima excitante, que provoca un estado de alerta elevado respecto de las ventajas de pertenecer a él y del reparto de las oportunidades de confort. Por eso la isla, frente al cliché turístico de los modernos, no es un lugar para olvidar lo que hacen otros. Es un buen consejo para quien quiere orientarse en el invernadero de la isla, reforzar su atención a la práctica afectiva de los otros.
Llamamos erototopo al campo o dominio de deseos insular-humano, porque el deseo erótico ofrece el paradigma de cómo la competición afec tiva en los grupos estimula y controla, a la vez, la vida del deseo de quienes viven juntos. El dominio erótico se pone en tensión, en tanto que los gru pos, por constante autoirritación subaguda, producen una especie de aten ción suspicaz-concupiscente a las diferencias entre sus miembros. De ahí surge un fluido de celos, que se mantiene en circulación y flujo por mira
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das inquisitivas, comentarios humorísticos, maledicencias desacreditado- ras yjuegos competitivos rituales. En esta dimensión se manifiesta el eros, no como tensión dual-libidinosa entre ego y alter, sino como provocación triangular. Te quiero, me excita tu bella figura, si puedo suponer que otro te quiere y le gusta tu bella figura lo suficiente como para querer poseer te. Mientras que Diótima de Mantinea interpreta en lenguaje filosófico la esencia de lo erótico como ceder a la atracción del bien, el examen to- pológico subraya la irritación estimulante producida por la ventaja dife rencial que un prójimo pudo conseguir, o ya posee, al privatizar un obje to de amor327. Por eso, los procesos eróticos en el grupo constituyen la forma fundamental de la competencia, desencadenada por la observación imitativa del esfuerzo de otros por la adquisición de ventajas de ser, pose siones e influencia328. Lo que más tarde se llamará el sensus communis es la participación en el clima de alerta de los celos y antagonismos que flotan libremente en el grupo. Pertenece a los prodigios -y justificaciones- de la forma de vida democrática, que transforme el estado de ánimo funda mental de rivalidad, siempre alerta, en civismo y disposición cooperativa, excepto en casos en los que ella misma, como distensión, se permite tam bién sus provocaciones.
En cuanto en la isla antropógena ya no dominan las relaciones más tempranas y más frugales, sus habitantes se van diferenciando cada vez más desde estos puntos de vista: desde lo que uno es más que otro, desde lo que uno tiene más que otro, desde lo que uno representa más que otro. En consecuencia, a la sabiduría de vida del grupo pertenece una gestión tri ple de los celos. Si las autoirritaciones del grupo han de mantenerse en un tono soportable para la vida, el colectivo necesita suficiente discreción pa ra las diferencias de ser, las diferencias de posesión y las diferencias de es tatus en su interior. Discreto es quien sabe qué es de lo que no tiene que haberse dado cuenta. Si uno se ha movido durante un tiempo suficiente mente largo en el erototopo, se percibe el esfuerzo sutil de los habitantes por mantener su indiferencia frente a diferencias despreciables, así como su pretendida impasibilidad frente a las no-despreciables. A menudo se ha considerado esto como represión; se trata del silencio consciente respecto a que el rey de los elfos está entre nosotros.
No obstante es de esperar que en todos los grupos, ocasional o perió dicamente, el furor de los celos consiga vencer sobre la discreción. En esos momentos sale de la latencia el deseo de saquear y humillar a los porta
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dores de diferencias ventajosas; suena la hora de la venganza para la pa sión de la redistribución. Entonces aparece en todo su esplendor «esa mezcla repugnante de lascivia y crueldad, que siempre me ha parecido la auténtica “poción de brujas”», de la que Nietzsche, en su libro sobre el Ori gen de la tragedia, había constatado que constituía la esencia de los Dioni- sos primitivos y repudiables, no amansados todavía por la cultura apolínea329. Para impedir estas irrupciones, tan temibles como secretamente deseadas, de la peste afectiva, todo erototopo necesita su escuela del deseo correcto, o, mejor, una moral que sirva de profilaxis de la irritación por las diferen cias. Ya que el eros irritado conlleva un sentimiento de atracción por las ventajas del objeto positivamente diferenciador, ese «amor» se manifiesta en el deseo de una parte del botín y -si el reparto no es posible- de la ex propiación de quien lo posee. El ámbito de objetos de este amor se extien de, casi del mismo modo, al compañero sexual, a la posesión de casa y te rreno, animales y capital, privilegios espirituales y corporales. De este primer tosco arte de amar surge una cultura de la envidia, que acostumbra a ador narse con el título honorífico de crítica.
La primera lección en la escuela del deseo se imparte mediante prohi biciones. En ella se aprende lo necesario sobre el tabú y el no-debes. Mien tras más tranquila la posesión, más pronto se impide la escalada del deseo. En la prohibición se percibe la presencia de un tercero, que ya ha apare cido entre yo y tú antes de que nos encontráramos empíricamente: este tercero, que aporta garantías, me aparta de mi deseo ingenuo de las ven tajas del otro, tanto como al otro le prohíbe la exhibición de ellas30. Pero, dado que ni prohibiciones ni tabús pueden neutralizar la atención dirigi da al bien ajeno, sino que contribuyen, más bien, a la focalización del de seo en lo sustraído por ellos, las culturas avanzadas tienen que proceder a una desinteresización activa de los seres humanos con respecto a los obje tos de sus celos. Esto se consigue sólo si en su lugar se colocan bienes su periores, cuya naturaleza ideal permite una partición ilimitada e impide toda propiedad privada provocadora.
Del alivio que produce esta elevación del deseo vive hasta el día de hoy todo lo que de alguna manera tiene relación con lo espiritual. Las éticas de las grandes culturas, tanto en el Este como en el Oeste, trabajan con la ironía de que los seres humanos que se baten por lo bueno pierden lo me
jor. Los ángeles, dice Emerson, sólo nos abandonan para que se nos acer quen los arcángeles. Si, efectivamente, existió en el siglo XX una traición
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de los intelectuales, fue la de invertir la ironía. Comenzaron a mofarse de lo llamado mejor, decididos a no perderse su propia porción de lo bueno al uso. «Superestructura»: ¡ya me entienden! Desde entonces, la arena en la que se desarrolla el reparto de los escasos bienes de privilegio está con tra todo lo que es el caso. Desde 1914 la Gran Política es la universalización de las luchas de celos sin un nivel superior.
En el platonismo se percibe con todo lujo de detalles la gradación des de el amor sensible, partidista y polemógeno hasta el espiritual, suprapar- tidista e irónico. También el estoicismo, en su ética de la liberación de la multiplicidad de necesidades, ha reprimido la tentación de tomar parte en las luchas de apropiación con respecto a todo. La cultura de monjes cris tiana pudo conectar con esa moral de atletas. La figura más madura de una ética del desinterés se ha alcanzado, sin duda, en la doctrina budista de las afecciones y de su liquidación mediante la espada de la intelección. Con su análisis sutil de la cadena causal que conduce a fijaciones genera doras de dolor, el budismo intenta emancipar, al menos a una minoría de seres humanos, de la arena del deseo y del sentimiento de ser inevitable mente un perdedor. No fue por casualidad Friedrich Nietzsche quien con siguió ver en el budismo la forma más refinada de una higiene afectiva: el mismo Nietzsche, al que el análisis del resentimiento debe prácticamente todo hasta hoy día. Gracias a él sabemos que la naturaleza de los senti mientos de rechazo consiste en el vínculo del perdedor con el objeto, con el que se ve comparado en detrimento de él; de la herida que deja la com paración fluye la necesidad, apenas dominable, de humillar al objeto afor tunado.
En forma ruda, que posee la ventaja de la claridad, el decálogo judío, sobre todo en su último mandamiento, había articulado una regla de stop para la peligrosa competencia del deseo, aunque sólo para sus sólidos as pectos sexuales y posesivos:
No desearás la casa de tu prójimo. No desearás la mujer de tu prójimo, su es clavo o su esclava, su buey o su asno, nada de lo que pertenezca a tu prójimo (Exo do 20, 17).
En su concreción, que refleja la existencia pequeña y mediana de un poseedor de ganado y esclavos en torno al año 1000 a. C. , incluidos con sus dramas típicos, el décimo mandamiento permite reconocer un principio
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de formulación de una regla general de abstinencia de deseos, que re dunda en provecho de la reducción de tensiones en el erototopo. No es, pues, incomprensible que René Girard sitúe una nueva interpretación an tropológica del décimo mandamiento en el centro del resumen de sus análisis de los efectos de la competencia mimética31. Es una lástima para su propio proyecto que Girard no tenga en cuenta apenas que, con su te rapia del deseo, desinteresándolo de bienes polemógenos escasos y des viándolo a bienes simpatógenos compartibles, algunas culturas no-cristia- nas hayan llegado más lejos que las de las religiones del decálogo; también parece ignorar que la crítica moral de Nietzsche no habla en favor, en mo do alguno, de una reintroducción de la violencia de los celos en la cultu ra. El autor de Zaratustra se proponía la síntesis de los logros de la psico logía budista de la abstinencia y de las cualidades de disfrute del mundo que conlleva el juego versátil de la rivalidad; con el objetivo de desintoxi car el antiguo erototopo occidental mediante ese giro a una ética de la magnanimidad32. Del alcance de este intento se puede hacer una idea quien sea consciente de que el experimento de la Modernidad, por lo que respecta a las condiciones de consumo y competencia, ha conducido a una desregulación casi ilimitada del erototopo. En ninguna formación social previa ha sido incluida todavía tan explícitamente en la motivación del comportamiento la provocación sistemática del deseo de todo lo que po seen los demás. Los fuegos de la envidier3se conectan en la sociedad de con sumo en circuitos de energía análogos a una central eléctrica. También los sistemas políticos de la democracia dependen completamente del desen cadenamiento de la desconfianza de todos contra todos. Ya en las Kentucky Resolutions, de 1798, había establecido Thomas Jefferson: «El gobierno li bre se funda en los celos y no en la confianza». Si la teoría de la cultura pu diera formular una pregunta al siglo XXI sería: cómo la Modernidad pien sa mantener bajo control su experimento con la globalización de los celos
(rivalidades, antagonismos).
6 El ergotopo - Comunidades de esfuerzo e imperios beligerantes
El espacio en el que se reparte cooperativamente el peso de las tareas lo llamamos el ergotopo: sus habitantes, los ergotopianos, están unidos en
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comunidades de esfuerzo. La descripción de su actividad ofrece la imagen de los adultos, érga kai hémera, la crónica de las obras y días de gentes que no lo tienen fácil. Al comienzo, la razón de participar en las indispensables tareas comunes es familiar, totalitario-informal, fundada en la evidencia de la situación o en el dictado de la tradición, más tarde en ritos de iniciación, exigencias profesionales, ataduras que imponen las categorías sociales; más tarde aún, son las prestaciones personales, los edictos, los centros ofi ciales, los que se cuidan del registro en el ergotopo; al final, lo que nos su
jeta a él son mission statements y las órdenes del día de la opinión pública. En este horizonte los grupos se convierten en comunas; es decir, en unidades integradas por muñera comunes. El ergotopo configura un espa cio, en el que quienes conviven se ven envueltos en obligaciones y tribu tos; con la orden de movilización para una lucha común contra el enemi
go exterior, como patrón de medida y valor límite de toda cooperación. (A quien dispensara de estas imposiciones es, en sentido preciso, inmune,
sin obligaciones, sin trabajo, liberado para otras prioridades. )
Si se radicalizan las situaciones ergotópicas, podemos volver a encon tramos en bancos de galeras, condenados a remar manteniendo el ritmo impuesto. Matándonos a trabajar en canteras, en trabajos forzados en mi nas, en la katorga, los campos de trabajo de la muerte. En otras épocas so mos cooperadores voluntarios, dedicados a una cosa común por consenso entusiasta: comunas para la construcción de una catedral, partisanos de la libertad, cruzados, finalistas.
El paleontólogo Paul Alsbergya describió convincentemente en 1922 el efecto de distanciamiento que se extiende a otros muchos modos de uso del útil. En el principio distancia reconoció la posibilidad, establecida his- tórico-naturalmente, de una ruptura con la mera historia natural; y preci samente ahí creyó haber encontrado la solución del «enigma humano»; y nosotros creemos: con razón. Efectivamente, en tanto que los homínidos crearon entre ellos y el entorno una esfera en medio con armas y útiles de distancia, consiguieron salir de la cárcel de su acomodación al cuerpo**0. El animal de distancia homo sapiens se Ínsula él mismo en tanto que, como lanzador y usuario de útiles, se emancipa de la presión evolutiva somática. A consecuencia de ello puede aventurarse a una des-especialización pro gresiva (según algunos antropólogos: detenerse en ella): un proceso para el que Alsberg propone el término provocador de eliminación del cuerpo
[Kórperausschaltung]. Es, sin duda, imposible de entender la imagen extra ñamente refinada (a ojos de algunos antropólogos, incluso desolada y de cadente) del cuerpo del homo sapiens hasta no hacerse una idea más exac ta de este acontecimiento evolutivo. El efecto de la eliminación del cuerpo puede expresarse por medio de la imagen de que los pre-seres-humanos se retiraron detrás de un muro de efectos de distancias, producido por su propio empleo de útiles de lanzamiento y útiles-herramientas. Las piedras manejables proporcionan el material para las primeras «paredes» que fue ron levantadas por los grupos de homínidos a su alrededor, paredes, sin embargo, que no fueron construidas, sino lanzadas. Gracias a la elimina ción del cuerpo aparece un ser vivo que puede permitirse permanecer en su dotación biológica pluripotente, no especializado, largo tiempo inma duro yjuvenil durante toda su vida: y todo eso porque la adaptación ine vitable del cuerpo a la presión del entorno fue desplazada a los utensilios.
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El meta-utensilio cultura produce en su totalidad el efecto de una in cubadora en la que un ser vivo puede gozar crónicamente del privilegio de la inmadurez. Desde Julius Kollmann, el fundamento biológico de este efecto se llama neotenia: permanecer en formas corporales y modos de comportamiento juveniles hasta la fase de la madurez sexual (un fenóme no observado en numerosas especies animales, que crecen en entornos privilegiados). El homo sapiens surge de la sinergia de inteligencia y confort. Michel Serres ha resumido las consecuencias antropológicas de esta ten dencia evolutiva a largo plazo en la expresión hominiscencia: interpreta el modo de ser de la especie a partir de su constitución permanentemente adolescente en devenir explorador291.
Sólo dos órganos no participan, obviamente, en la eliminación del cuerpo (o sólo paradójicamente): el cerebro, que se desarrolla tanto so mática como funcionalmente a su propio arbitrio, por cuanto que se su pera en logros de una complejidad incalculable, y sobre todo después del descubrimiento de la escritura, se introduce en procesos de maduración y especialización potencialmente interminables, así como la mano, que, co mo cómplice más estrecha del cerebro, va madurando hasta adquirir un polifacetismo virtuoso. La mano es el único órgano del cuerpo humano que se hace adulto mediante una educación apropiada. Ella es el primer y auténtico sujeto de la «formación», como Hegel la definía: «Pulimento de la particularidad, de modo que se comporte según la naturaleza de la co sa»292. Pulir lo particular significa aquí: abandonar la falta de habilidad pri mera y sustituir el modo de asir ingenuo por el savoir toucher. La mano aprende pronto cómo coger las cosas, y no cesa de aprender hasta el final. Por eso la mano entra en acción en primera línea del frente de la realidad como avanzadilla del cuerpo humano, llena de tacto, deseosa de contacto, capaz de carga, orientada al éxito; mientras que todo el resto se permite el lujo de permanecer cómodo, protegido tras el escudo del utensilio, y en tra en un tiempo de ensueño biológico, en el que lo intrauterino conser vado en la memoria coexiste con lo infantil yjuvenil permanente. La ma durez de la mano implica «formación» en el sentido dialéctico de la palabra, por cuanto, en cada manipulación consciente, un momento de «enajenación», de entrega al objeto, se correlaciona alternativamente con una vuelta a sí misma, es decir, a una sensación de tacto acompañante. De ese «hecho doble, activo-pasivo» surge la madurez de la mano como uni dad de engyenación en lo otro y vuelta a la espontaneidad29*. La mano ex-
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La capacidad de la mano para adaptarse a objetos grandes, esféricos.
perimentada se educa tanto por la resistencia del material como por la ex periencia de su superabilidad. La mano, inagotablemente hábil para lo real, facilita el lujo de la comodidad, al que tiende el resto de la figura del cuerpo del homo sapiens. Dado que la isla de seres humanos es un quiroto- po, cuando manos inteligentes se entienden con los útiles, los isleños son realistas manipuladores, a la vez que criaturas de invernadero entregadas al lujo de la comodidad. Por un lado, demuestran su eficacia como lucha dores por la supervivencia, armados de utensilios, como cooperadores conscientes de su éxito, como planificadores astutos; por otro, son siempre habitantes desarmados de nidos, extáticos temblorosos, fetos adultos, que aguardan en la noche del mundo y reciben la visita de los dioses.
Tras el efecto de distancia del útil para lanzar, hay que poner de relie ve, en segundo lugar, el efecto antropógeno del útil para golpear; repre sentado predominantemente, también, por piedras manejables y medios duros, como madera y asta de cuerno. Los medios duros son significativos porque con ellos comienza el empleo de utensilios en sentido estricto y eo
ipso la historia de Quirotopia. Donde hay un utensilio había antes una ma no que lo cogió. Las manos armadas de utensilios llevan a cabo el primer test de realidad, con el fin de hacer la experiencia de cómo el material más duro obliga a ceder al menos duro. La isla Quirotopia -de la que hasta ahora no ha informado ningún Moro y que sólo Heidegger la vio sobresa lir a lo lejos-, como isla del ser, está a punto de elevarse fuera de su en torno, ya que es el escenario de las primeras operaciones desveladoras del
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Valie Export, del libro
de bocetos humanoides, 1974.
ser, las producciones. Producir significa profetizar cosas con las manos. Cuando los homínidos comienzan a pulir piedras con piedras o a sujetar piedras a mangos, sus ojos se convierten en testigos de un acontecimiento, del que no hay ningún ejemplo en la vieja naturaleza: experimentan cómo algo se convierte en un ser-ahí que nunca hubo ahí, que no había, que no estaba dado: el utensilio conseguido, el arma destructora, el adorno bri llante, el signo comprensible. Como criaturas de producciones con éxito, los utensilios proporcionan a sus creadores el asomo de una gran diferen ciación: estos recién llegados al espacio homínido son los mensajeros que anuncian que detrás del estrecho horizonte del entorno hay un espacio de expectativa, por el que afluye hasta nosotros algo nuevo, portador de suer te o de desgracia; algo que un día se llamará mundo. Por su causa, los qui- rotopianos comienzan a vislumbrar que son isleños, rodeados por lo in quietante, visitados por lo nuevo, provocados por signos. Sienten que la estepa, en la que acampan y vagabundean, representa el mar universal, que esconde un exceso de seres y cosas no vistos, ocultos y, sin embargo, coexistentes dignos de atención. En principio, los habitantes de la isla de utensilios sólo se entregan a ese presentimiento en situaciones excepcio nales: cuando pasan del miedo al éxtasis. En su situación cotidiana se con
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tentan con la experiencia de que el quirotopo, el entorno lleno de lo que está a la mano, el campamento, el mundo de proximidad, constituye una zona tranquila, iluminada, disponible, dentro de la cual todo lo que hay goza de una gratificación de familiaridad.
La trivialización positiva de lo disponible permanentemente será con- ceptualizada en la antropología del siglo XX como «descarga» y «realiza ción del trasfondo». Una situación se dice que está descargada cuando transforma una suma de improbabilidades en cosas que se dan por su puesto, y pone la base, con ello, de las más tarde llamadas instituciones294. En ese sentido el quirotopo es la madre de las rutinas. Lo descomedido e imprevisible, que acompaña en principio a la producción, se normaliza por las costumbres de la creación y manejo de utensilios en el campamen to. No obstante, sucede muchas veces que un utensilio se vuelve indómito y contribuye lo suyo al hecho de que un quirotopiano, por ejemplo, le vante su mano contra su prójimo; entonces lo desmedido se manifiesta en acción en la atrocidad a la que se presta. Si esa atrocidad es repudiada in mediatamente por los damnificados, ha de ser también rechazada media tamente por los testigos, dado que supone un ataque contra la paz de las rutinas. Un golpe mortal con ayuda de armas muestra que la disponibili dad del útil no puede explicarse del todo por analogía con la domestica ción de animales; en esta categoría de útil aparecen, por decirlo así, pro piedades indómitas de la materia domesticada, dirigidas a la ruptura de la paz doméstica.
En el quirotopo se socializan las manos. Sólo con las dos manos no bas ta, tampoco con una cabeza: todos los hechos quirotópicos están consti tuidos tanto poliquirúrgica como multicerebralmente. La disponibilidad a la mano del útil en el primer «mundo de la vida» se completa por el echar- una-mano-unos-a-otros de cooperadores que aportan diferentes manipu laciones a un objetivo de obra en común. El antropólogo Peter C. Reynolds habla en este contexto de «cooperación heterotécnica», cuya característi ca estriba en que quienes crean en común anticipan en cada caso las ac ciones de los otros y realizan la complementaria, adecuada al momento. Hay numerosas tareas que ya en la época más antigua sólo pueden reali zarse como trabajos de equipo poliquirúrgicos, y que presuponen, como partituras de varias voces, cuatro o más manos. En las cooperaciones si métricas cualquiera es capaz de adoptar el papel del otro; en las heterotéc- nicas cada uno aporta lo que sabe hacer mejor que otros. Por eso el qui-
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rotopo se convierte en la matriz de una auténtica inteligencia social, a cu ya definición pertenece una serie de separaciones y recombinaciones de operaciones discretas. En el ejemplo de la elaboración común de un sim ple cuchillo de piedra por los aborígenes australianos Reynolds llega a una lista de condiciones explícitas, que han de cumplirse para llevar a buen término el propósito aparentemente sencillo: «Especialización de tareas, coordinación simbólica, complementariedad de roles, fijación colectiva del objetivo, secuenciación lógica de los pasos a dar en el trabajo y mon taje una a una de las partes producidas»295. Según las observaciones de Rey nolds, hay un significado especial para el paso de los homínidos al quiro- topo humano que se añade a los utensilios con mango, que él considera como ejemplos primeros del tipo de objeto polilítico: no sólo porque con los mangos se hace realidad el principio del asidero producido, es decir, de la manipulación artificial de la cosa misma, sino, más aún, porque re presentan auténticos utensilios compuestos, los así llamados «polilitos», combinaciones manejables de piedra con una multiplicidad de otros ma teriales. Su prototipo es el martillo de piedra o el hacha de piedra, que, co mo primeras trinidades cósicas, se componen de una piedra, un palo y un elemento de sujeción, a cuyo efecto es posible que el cuerpo de golpeo o de corte haya sido moldeado, a su vez, utilizando una segunda piedra co mo pulimento296.
La coexistencia de seres humanos con sus semejantes y con lo otro apa rece en el quirotopo antiguo como la síntesis (social) originaria de al me nos cuatro manos y como síntesis (material) primitiva de al menos tres ob
jetos. Retengamos que el polilito es la primera proposición material, en la que un sujeto, el asidero, se combina con un objeto, la piedra, mediante una cópula (el joino medio de sujeción); según esto, la sintaxis primitiva -com o primera síntesis lógica- surgiría de las categorías operativas, de los universales de las maniobras quirotópicas.
Dado que los seres humanos en condiciones de mayor desarrollo civili- zatorio están rodeados de artefactos por todas partes, llegan a una situa ción en la que casi todo lo que tocan es «de segunda mano»: la mayor par te de lo que está a su mano lo tuvieron en sus manos otros antes que ellos y le acuñaron la figura en que lo encuentran usuarios posteriores. En las condiciones de mayor desarrollo posible del quirotopo, los teóricos llega rán a comprobar un día que también las manos, que hace tiempo que ya ni siquiera se rozan, pueden trabsyarjuntas. Un trabajo a mano tele-coo
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perativo así será integrado por la multiplicidad de ojos del mercado. Pero para que las manos, ocultas unas para otras, produzcan cosas que tengan sentido en otras manos, una mano invisible tiene que dirigir desde la le janía. Nada menos que Hegel escribió una recensión laudatoria a la dis creta actuación de la «invisible hand», en la que certificaba sus virtudes ci bernéticas:
Este ensamblaje, en el que no se cree en principio, porque todo parece ex puesto al libre arbitrio del individuo, es, ante todo, digno de consideración y tiene semejanza con el sistema planetario. . . "’7
Finalmente, para el clima de realidad quirotópico es importante el des cubrimiento del canto afilado de piedras y huesos. Con él comienza la his toria de la cultura del corte y del análisis material. Cuando aparece la fun ción de cuchillo, se pone en marcha la razón como potencia divisora, porcionadora, diseccionadora. El patrón habitual «cortar» encuentra en los cuchillos primitivos su «actualizador crónico»298. Ellos proporcionan a las cosas del mundo el estatus de divisibilidades. Con su ayuda los antiguos quirotopianos se convierten en los seres vivos que pueden mirar dentro de los cuerpos: observan a otro ser vivo, no humano, bajo la piel, a las plantas en su tejido, a las frutas en la carne, a las piedras en lo estratificado y gra nulado. Su imagen del mundo es co-conformada por la experiencia de la autopsia, de la penetración con los propios ojos en el interior, normal mente escondido, de cuerpos compactos. Los cuchillos de los quirotopia nos primitivos hacen explícita la muerte: descuartizan su vestigio, el cadá ver animal, refutando así la apariencia de totalidad indivisible de los miembros. Un cuerpo vivo es algo compuesto que no ha encontrado aún sus analíticos, sus carniceros, sus patólogos. El corte crea la conexión en tre cantidad y violencia, que siempre está en juego donde se pone de re lieve el aspecto de la cantidad divisible. Sólo con objetos artificiales y ho mogéneos, como pasta o monedas de metal, aparecen a la vista cantidades puras, que pueden ser separadas o añadidas cuasi sin violencia. En la pra xis del despedazar cuerpos naturales aparece una primera manifestación de lo que hemos llamado explicación en las reflexiones introductorias a este volumen: la puesta en evidencia de lo que pertenece al trasfondo, o el hacer presente y poner al descubierto lo ausente, plegado y cubierto.
La experiencia-cuchillo se refleja en los primeros léxicos. Si los seres
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humanos tienen una palabra propia en cada caso para los seres y las cosas que aparecen a su alrededor, es porque hacen uso de cuchillos en la boca. Con su violencia nominadora, cortan en trozos el animal-mundo, la saba na y sus criaturas: un proceder que no es posible cumplir sin que le acom pañe violencia operativa y sin sus resultados permanentes. Cada palabra ofrece una porción de mundo. Durante mucho tiempo se tendrá la opi nión de que ésta se servirá a la mesa tanto menos sangrante cuanto más cortes se hagan, al poner palabras, en la carne del mundo, allí donde está articulado por sí mismo, como si un Dios-trancheursupremo le hubiera tro ceado previamente, de modo que, cuando hablan con prudencia, los seres humanos admitan en su léxico, en su repertorio de acción, en su tesoro del saber, con un mínimo de abuso, las partes previstas. Así pues, el len guaje correcto sería aquel que siguiera los cortes hechos en lo existente y siempre separara allí donde las cosas mismas le propusieran cortes y dife rencias. Los géneros y especies son tan importantes para el pensar primi tivo porque dan la impresión de que en ellos estuvieran las porciones ob jetivas de lo existente; las diferencias reales se perciben como las articulaciones de lo existente. Todavía en Platón el pensamiento humano no va a ser otra cosa que la consumación de la onto-tomía divina; los vie jos chinos están convencidos de que los seres humanos sólo se acompasan correctamente a la marcha del mundo si mantienen en orden las palabras y conservan el arte de la clasificación verdadera. Las distinciones supremas siguen los «caminos del cuchillo»299. Así como el cuchillo sacrificial des cuartiza el animal por los sitios previstos desde antiguo, el reparto de los trozos se hace según las diferencias del grupo en dignidad, rango y rol.
2 El fonotopo - Ser al alcance de la voz
Quien alcanza la isla antropógena hace inmediatamente una experien cia acústica: el lugar suena a sus habitantes. Cuando la sabana alrededor está en silencio ocasionalmente, los lugares de acampada dispersos de los homínidos y de los seres humanos primitivos parecen oasis de ruido, en los que reina un estado acústico excepcional. Aunque éste supone para sus habitantes la situación más normal. Esas islas suenan constantemente a sí mismas, constituyen soundscapesde carácter peculiar, están llenas del bu llicio de vida de sus miembros, de ruidos de trabajo producidos por el ma
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nejo de sus útiles y herramientas, de ese murmullo que ha de acompañar a todas nuestras representaciones. Lo más presente es el sonido casi ince sante de las voces: de voces infantiles, que se alegran y gimotean, de voces maternales, que amonestan, consuelan, sugieren, de las voces de los hom bres cooperantes, que se animan, aconsejan y asimilan, de las voces de los mayores, que dan órdenes, sentencian, amenazan, se enojan. La isla hu mana primitiva es una campana psicoacústica envolvente, como una zona comercial animada de música en adviento. Configuran su contexto so- nosférico por la presencia ondulante de voces y ruidos, con los que el gru po se impregna como unidad autorreceptiva. Hay que permanecer en ella para comprender cómo suena, y permanecer mucho tiempo para asimi larla en la propia existencia como una entonación que se va diluyendo en ella, como un inconsciente sonoro. La isla del ser está siempre emitiendo y recibiendo acústicamente.
Sólo en el fonotopo es del todo verdadera la tesis de que el medio es el menszye. En este espacio de autosonorización, en el que la permanencia en él ya incluye la mayoría de las veces la aceptación de sus circunstancias, vale la situación fundamental reconocida por McLuhan de que la comu nicación fáctica recíproca en un medio dado integra ya todo el contenido de la comunicación300. Este hecho resultará chocante para quien se rela cione con el fonotopo como alguien que llega de fuera. Lo que tienen que decirse unas a otras muchas voces en su lenguaje común para la observa ción exterior se reduce simplemente al hecho de que tienen algo que de cirse unas a otras en el lenguaje común. Lo que aparece desde dentro co mo información es sólo comunicación para la percepción externa; sea lo que sea siempre lo que suceda vocal y auditivamente, pertenece a la gene ración de redundancia típicamente grupal. El grupo vive en una instala ción sonora de implicitud absoluta; en él es efectivo el escuchar-se como medio del pertenecer-a-él. No ha de interpretarse esto como objeción en contra de la monotonía en grupos arcaicos, sino como remitencia al he cho de que la redundancia es el material del que se componen las corpora- teidentities. Un fonotopo no puede crear información alguna por sí mismo. Necesita toda su energía para la repetición de las frases por las que se man tiene en forma y flujo. En principio, y la mayoría de las veces, no es capaz de interesarse por tonos extraños. El mensaje que se envía a sí mismo con siste exclusivamente -por emplear una metáfora de la radio- en la sintonía de su propio programa.
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Cómo se llega fácticamente a la sincronización fonotópica de los oídos puede observarse en la moderna sociedad de masas en el ejemplo de la lla mada música popular y en las listas de éxitos, que en principio sólo tienen el sentido de proporcionar el material para repeticiones. Se comienza con una pieza cualquiera, que llega al oído, y, de acuerdo con los resultados del test, se da pábulo a la necesidad de un eterno retomo de lo mismo exi toso. El resto es autosugestión acústica. Vista desde este ángulo, la moder na audio-cultura de masas ofrece una reconstrucción casi perfecta del fo- notopo primitivo, con la diferencia de que éste representaba, para la coexistencia de los seres humanos con sus semejantes en un mundo en pérdida paulatina de seguridad, una necesidad evolutiva, un sistema acús tico de inmunidad, digamos, que ayudaba al grupo a permanecer en el continuumde la propia entonación, mientras que el actual populismo au ditivo (muy en contra de las expectativas pascuales de McLuhan) se dedi ca a un único ejercicio regresivo, decidido a taponar los oídos del colecti vo y hacerlos sordos a la información, a la novedad, a lo que suena de otro modo'101. Hasta qué punto llega esto lo manifiestan,junto con la música po pular (que, por hablar una vez más con McLuhan, «convierte la comuni dad en una única cámara de ecos»), las revistas femeninas, que se espe cializan en captar las llamadas voces interiores de las lectoras. Representan un medio antropológicamente informativo, porque constituyen las versio nes impresas del gossiptotalitario. En ellas se busca metódicamente la con fusión de comunicación e información; por eso ahora lo no-nuevo apare ce siempre como lo novísimo, porque los ejemplos más actuales del eterno retorno de lo mismo han de valer como informaciones. Esta ontología-de- mujeres-en-el-lavadero presupone, casi de acuerdo con la verdad, que no es posible nada nuevo bajo el sol. Aquí todavía no se sabe nada de la luz artificial y sus criaturas, las innovaciones.
Hay que precaverse de malentender el efecto-fonotopo -que se des pliega sobre el grupo como un toldo acústico- sólo como un efecto cola teral involuntario del perfil social de ruidos y del tráfico de voces. Ese te cho, bajo el que el grupo se sonoriza a sí mismo, se delimita en sí mismo y, con ello, rechaza en principio todo lo demás que suena, sirve a la vez de instalación escénica psicoacústica. Por eso, a los hechos fonotópicos se añaden a menudo cualidades demostrativas, o, como lo expresa Adolf Portmann: una «función de representación y expresión»302. La auto-sinto nización del grupo es, en cierto modo, la inversión de la función del can-
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Beduino homumi ante el fonógrafo.
to de pájaros machos, que sirve para la delimitación de las zonas de cría y paraelaislamiento deloscantoresenelcentrodesurecintoacústicoTM. La sonoridad de grupos humanos tiene, además de sus repercusiones au topiaste as, una dimensión performativa, incluso una concertante y endoteatral: cada una de las vote s se presentan en ella como inonaciones que amplían intencionalmente el círculo de sonido colectivo. La función representativa de lavoz y el impulso de amplificación del productor de al boroto se materializan ya en los instrumentos de ruido primitivos: también aquí o r n e e la Modernidad formas de explicación y equivalentes sugesti vos, por ejemplo el ruido de las motos, del que subraya Portmann que «no signifii, . sin más, para los conductores un mal difícilmente evitable, sino una manifestación acústica del conductor, una autoamplificación de ese individuo, un ensanchamiento máximo de su esfera individual o grupal»TM. La «sociedad» es la suma de sus cantos recitativos.
La función fonotópica, entendida como autoafinación del grupo por el oído, tii nc relación con las promesas, con las que quienes viven en común se pone i de acuerdo sobre sus perspectivas. En este sentido, el panorama sonoro del grupo ofrece algo así como un efectivo informe sobre la situa ción, o un expediente acústico permanente, con el que los reunidos se m a nifiestan sobre si están en tono alto o en tono bajo, o en ninguno de am bos. Evangelios y disangelios son, en primer término, propiedades tonales o cromáticas de mensajes. La entusiasta sensación de estar en alto expresa
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Rebecca Horn, El árbol
de los suspiros de las tortugas, 1964.
un estado musical primitivo, que no oculta su sentido de representación. De él podría decirse lo que afirmó Nietzsche de los dioses populares pri mitivos: que representan medios de autocomplacencia. En ellos celebran sus creyentes los motivos de su estar por encima: «Se está agradecido por sí mismo: para eso se necesita un Dios»*'5. El grupo inmune está convenci do que tiene muchas cosas buenas que decir de sí mismo; para ello nece sita un baldaquino de ruido festivo sobre las cabezas.
Sobre este trasfondo se entiende por qué la «invención del individuo» en las así llamadas grandes culturas sólo fue posible por la introducción de prácticas de sosiego y silencio. Para ello fueron decisivos la escritura y el ejercicio subsiguiente de la lectura sosegada. La individualidad, que llega a descubrir su propia huella, presupone que los particulares puedan reti rarse a islas de tranquilidad en las que fíjen su atención en una posible di ferencia entre las voces del colectivo y las voces interiores, entre las cuales llega a distinguirse finalmente una como la propia. El silentium conventual trabaja con esa diferencia para reconocer la voz suave de Dios y la voz alta de los humanos. In interiore homini habitat veritas*06. San Agustín insiste en que, tras la cesura del silentium, la verdad sólo puede encontrarse donde las cosas suceden suavemente: junto al jardín platónico entran aquí en
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Espacio con poca reflexión (insonoro)
del Fraunhofer-Institut fui Bauphysik, Stuttgart.
(<>nsi(it* k ion. sobre todo, las casas de Dios. Esos lugares hacen saltar la campana isotópica e isocrónica de ruido, bajo la que existe el guipo pri mitivo, t ri an un fonotopo más articulado, con perfiles asincrónicos de ruido y distribuciones desiguales de ruido y silencio. No existe el ser hu mano interior antes de que lo hayan demarcado los libros, las celdas con- ventuales, los desiertos y las soledades; sólo después de que el ser humano mismo se ha convertido en celda o camera silvas puede habitar en él la razón c o n su voz suave. No puede haber un yo razonable sin aislamiento acústico. La epochédeHusserlconectatodavíaconesecultivodelretirodel ruidodegrupoalacabezapropia. Loquelosfenomenólogos llamanla puesta entre paréntesis de la actitud ingenua ante la vida es, de hecho, una vacación activa de los prejuicios y gesticulaciones que provocan que den tro sucedan las cosas con tanto ruido como lucra. ;Qué otra cosa es una
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convicción fírme sino una fuerte voz interior, firmemente entrenada? La meditación filosófica reduce al silencio este grito dóxico en mí. El homo si- lens es el custodio de la desautomatización psíquica.
La consecuencia adicional más importante del efecto-silentium se mues tra en la separación de lo público y lo privado. Esa diferenciación, que sir vió de pareja conceptual rectora a las ciencias políticas tradicionales, hay que remitirla en primer lugar a una modificación interna del fonotopo, en tanto que distingue situaciones determinadas por ruidos familiares, de otras en las que predominan los ruidos colectivos. Lo privado aparece en este contexto como un enclave de comunicaciones suaves, liberado del rui do del grupo, cuando no como un espacio de quietud y silencio, incluso, en el que los individuos se recuperan del estrés del sound del colectivo.
Su arquetipo aparece en el monólogo, como el que mantiene consigo el poeta del siglo XIX, cansado de los seres humanos, en su buhardilla noc turna, constatando A la una de la mañana que la «tiranía de los rostros hu manos»307, igual que el despotismo de las voces humanas, ha desaparecido, aunque sea por pocas horas. En general vale: lo que se dice privatim tiene que quedar entre nosotros, por mucho que el primer médium ciudadano, el gossip, se empeñe en llevar a las plazas lo dicho en voz suave. De hecho, el chismorreo -una forma de dictadura del colectivo- tiene la tarea de aminorar la carga de secreto de las esferas privadas frente al espacio pú blico. Es la prosecución del murmullo del grupo con medios ciudadanos.
La tendencia antisocial del individualismo se manifiesta en el deseo de prolongar la vacación del ruido todo el año. Por el contrario, la tendencia totalitaria de los grupos nunca se expresa tan característicamente como en momentos en que obliga a participar en el canto a individuos reacios. No obstante, el fonotopo desplegado procura el espacio de juego para la li bertad concreta de la música. En sus momentos musicales, los oyentes des cubren motivos para su coexistencia más allá del ruido de grupo. La mú sica libre no hace ninguna promesa que no pueda mantener ella misma en su propio sonar308. Entretanto ha educado individualistamente el oído en tal medida que éste ya es capaz de entender arbitrariamente cualquier si tuación sonosférica como una instalación acústica30.
Que lo público represente una modificación del fonotopo se muestra en la Antigüedad europea no sólo en la invención del teatro trágico, con sus coros y máscaras resonantes, sino también en el cultivo de las arengas públicas, que sirven para la formación de la voluntad en reuniones popu
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lares. Lo que más tarde se llamará política sólo es, en principio, una forma cultural del hablar en voz alta: con la finalidad de llevar al cuerpo del gru po, a través del oído, por medio de una voz individual penetrante, al esta do de ánimo deseado, sea expresivamente en consonancia con la communis opinio, que se expresa en voz alta en el informe del orador, sea persuasiva mente con objeto de cambiar el estado de ánimo de una masa reunida y alejarla de su disposición primera. Fue Platón el primero que en su Repú blica creó un tipo de político, que había de actuar no sólo ya como altavoz, sino como receptor de ideas suaves, no ruidosas: con poco éxito, como es sabido, porque la aparición del político no ruidoso se hace esperar hasta hoy. Se trataría de una contradictio in adiecto, porque la política, como arte de lo posible en el ruido, queda subordinada al lado ruidoso del fonotopo.
3 El uterotopo - Cavernas-nosotros, incubadoras de mundo
No sería fácil decir cuánto tiempo hay que haber vivido en la isla para darse cuenta de que el lugar tiene un secreto. ¿Son los mayores quienes lo protegen, o los hechiceros? ¿Está en manos de las mujeres sabias? ¿Tienen los rapsodas un acceso privilegiado a él? ¿O son los lógicamente no naci dos, los esquizofrénicos, quienes están más cerca de él? Aunque no quere mos hablar de trivialidades ginecológicas, es aconsejable prestar atención a presencias femeninas, si se quiere comprender cómo llega a formarse el enclave. Parece que el secreto de la isla es secreto de espacio y secreto de mujeres a la vez. Quien quiera descubrirlo ha de seguir su olfato para las particularidades de la feminidad. Odore di donna: ¿un secreto de cocina? ¿Una connivencia con la luna? ¿Es el reino de las mujeres un hogar am pliado, un hogar del que emanan fragancias prometedoras, una aromas- fera en la que quienes curiosean la comida levantan la tapa de los mismos asadores y potes? ¿O se está más cerca del secreto de la isla cuando pasa una mujer joven, envuelta en su aura de feromonas, en su promesse de bon- heurbiológica? No tiene sentido solicitar información de los isleños, dado que son productos del misterio de la isla, o en el mejor de los casos sus lí ricos, no sus exploradores. Naturalmente estarían de acuerdo en que sin las mujeres, las madres, no funcionaría nada en su vida, aunque sólo fue ra porque se encargan de los niños pequeños y porque constituyen la mi
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tad del cielo, la mitad de la cama. Desde el punto de vista de las contribu ciones de lo femenino a la emergencia de la isla humana y su conforma ción interior, respuestas de este nivel resultan estériles.
Sólo se avanza en este asunto si se introducen los conceptos de mujer y espacio en una visión biológica y topológica desacostumbrada; se trata, en tonces, de hablar del cuerpo femenino, sobre todo del maternal, en ex presiones geométricas o teóricas con respecto al lugar de acampada. Este cambio de perspectiva tiene en cuenta el hecho de que por las adquisicio nes evolutivas del biograma de los mamíferos comenzó a existir un tipo ra dicalmente nuevo de animales-madres: caracterizado por la conquista «re volucionaria» del espacio ventral femenino como zona de puesta de huevos hacia dentro. Por ello aparece una realidad topológica histórico-natural- mente única, en tanto que ahora el cuerpo de la madre se convierte en el nicho ecológico del retoño. Por la interiorización del huevo se reduce el riesgo de la puesta en nidos externos y se sustituye por el riesgo interno de la incubación, así como por el riesgo nuevo del parto310. La historia de éxi tos de los mamíferos demuestra que esa transacción fue ventajosa. De ella no sólo resultaron nuevos animales-madre integrales, que albergan en sí parásitos congéneres, sino tipos nuevos de hijos, que crecen en el mundo con un valor de vinculación superior y un riesgo de separación más brusco.
El psicoanalista y biólogo evolutivo británico John Bowlby ha concep- tualizado la psicología del riesgo del hacerse humano con su esquema de la «acomodación evolutiva al entorno» específicamente homínida. Consi guió mostrar hasta qué punto las fases tempranas de existencia homínida y humana dependen, por su diseño psicobiológico, de una estrecha sim biosis madre-hijo. En el concepto de attachment de Bowlby cristaliza una amplia comprensión de la idiosincrasia lujosa y vulnerable de la diada hu mana, tal como se ha desarrollado desde el Pleistoceno sobre premisas homínidas3": una comprensión de la que se puede deducir, a la vez, una explicación del riesgo creciente de psicosis y desamparo de los hijos de los humanos en las grandes culturas y, más aún, en las sociedades industriales, en las que se expande sintomáticamente una tendencia a adornar ideoló gicamente, como situación normal, el abandono temprano de la infancia312. Si Hegel hizo notar en sus lecciones sobre antropología que la madre es «el genius del hijo»313, queda por añadir, desde el punto de vista bioto- pológico, que la madre es la situación del hijo o, en expresión de Bowlby: su entorno de acomodación evolutiva.
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Hablar de la «madre» implica en los seres humanos un analysis situs, porque con el uso de la expresión uno se ve obligado a decir en qué si tuación se encuentra el hijo con respecto a ella: o todavía dentro o ya fue ra o, en cierto sentido (pero ¿en cuál? ), en ambas situaciones a la vez. Con ello se remite a la circunstancia de que a causa de la interiorización de la ovulación y de la evolución fetal in útero se produjo un nuevo tipo de acon tecimiento: el nacimiento. A consecuencia del giro hacia dentro existe el protodrama de la salida, una primera coacción y aptitud para abandonar el cuerpo materno, una temprana fatalidad en la elección del camino que conduce fuera, a la llamada libertad o al aire libre. El hecho del naci miento, como matrix de todos los cambios radicales de lugar y situación, producirá consecuencias imprevisibles.
Desde aquí se puede determinar una característica de la isla antropó- gena: tiene que ser el lugar en el que se produzca un cambio de significa do del nacimiento.
En la evolución de los sapientes éste ha de convertirse en un acontecimiento biológico de sentido metabiológico. Está claro que convertirse en mamíferos no basta para alcanzar el lugar del ser humano. Los mamíferos son paridos, los seres humanos vienen al mundo. La isla del ser depara el clima estimulante en el que el ser parido se eleva a venir-al- mundo.
Para el conocedor de la filosofía del siglo XX estará claro que aquí ha cemos uso de la diferenciación heideggeriana entre el modo de ser de los animales, fijado al entorno, y la esencia extática del ser humano, configu- radora de mundo. Al filósofo no le interesó cómo habría que pensar esta diferencia, ya que consideraba prefilosóficas, inferiores, dogmáticas las cuestiones antropológicas y genéticas. En realidad -como intentamos mos trar desde hace tiempo*14- el pensamiento de Heidegger demanda preci samente «substancialización» antropológica, en caso de que la expresión sea oportuna, y nosotros afirmamos que esta exigencia sólo se satisface po niendo en marcha un análisis de la diferencia topológica, establecida con el existir humano, como ser-oriundo de alguna parte.
Lo que nace sólo experimenta, en primer lugar, el cambio de un ele mento-entorno por otro: esto es mucho, pero no cambia nada en la defi nición de vida animal. El nacimiento del mamífero siempre se puede com parar con un tránsito de la vida en el agua al ser-ahí en la tierra y en el aire, como si cada descendiente en la línea de los mamíferos tuviera que reha cer en su propio devenir el éxodo originario del mar y la adquisición del
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Jan van Neck, La lección de anatomía del doctor Ruysch.
modo de ser de tierra firme. Pero de un nacimiento sólo surge un venir-al- mundo cuando el entorno en el que aparece el recién llegado se ha con vertido en un mundo: un conjunto o una totalidad de cosas, que son el ca so. No expondremos aquí lo que significa filosóficamente la expresión mundo; desde el punto de vista teórico-situacional queda por decir que la posición fundamental designada como ser-en-el-mundo significa un ser- afuera. Heidegger lo insinuó con un concepto ontológicamente descolo rido de éxtasis como ser-cabe-las-circunstancias. Quien ex-siste se mantie ne fuera en algo, donde, en principio, no puede sentirse cabe sí. En el caso de los seres humanos, los excéntricos ontológicos, el ser fuera antecede al morar en sí; aunque la dureza de este diagnóstico se aminora, por regla ge neral, por la fuerza protectora de las alianzas esféricas. Cuando se habla de situaciones en el mundo no cabe duda alguna de la prioridad de la exterio
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ridad frente a todo tipo de morada, inclusión, envoltura e instalación ca be uno mismo. Por ello, toda teoría de la situación elemental es también una interpretación del trauma primario: que hay más espacio exterior del que puede poseerse, configurarse, abstraerse o negarse. Porque ello es así, los seres humanos están condenados a la producción de interior.
Si se está de acuerdo con esto, puede aventurarse el intento de formu lar teórico-espacialmente el secreto de la isla. Ser en la isla significa aho ra: poder hacer uso de la posibilidad de transferir situaciones interiores. Transferencias de ese tipo son realizables cuando se alcanza en el exterior una situación real que pueda servir de envoltura o receptáculo para la re petición de interioridad en otro lugar. El fenómeno de la transferencia (que fue descubierto por los magólogos y fascinólogos del Renacimiento, radicalizado por los magnetizadores, e interpretado neuro-hermenéutica- mente, así como utilizado como médium de la situación terapéutica por el psicoanálisis del siglo XX) surge de un efecto de inercia, desencadenado por la preponderancia de improntas pasadas sobre percepciones presen tes. Presupone para su desarrollo fuertes diferencias escénicas entre en tonces y ahora. Si éstas se producen, como sucede, por ejemplo, después de traslados o desalojos, nuevos matrimonios o emigraciones, puede lle garse al fenómeno de la repetición de la antigua escena en la nueva: un fenómeno que en las teorías psicológicas acostumbradas se describe como proyección de afectos. No es difícil en nuestro contexto redescribir la transferencia como reproducción de situaciones, cargando el acento en la circunstancia de que la proto-transferencia se lleva a cabo como repro ducción reiterante de un estado interior en una situación exterior. Desde este punto de vista, el paradigma de la astronáutica resulta informativo, puesto que muestra explícitamente en el vacío lo que los seres humanos ya han hecho siempre en el «mundo de la vida» terrestre. El secreto de la insularización de la esfera humana consiste en que los coexistentes en transferencia coproductiva disponen un interior común en un exterior común. Queda por considerar que las transferencias tienen, en principio, carácter colectivo y sólo se individualizan tardíamente, en dependencia de medios, juegos de lenguaje y formas de habitar que afianzan el efecto de privatización.
La obra comunitaria que desemboca en la creación de islas se lleva a cabo de modo que quienes viven en común crean a partir de un fondo es cénico compartido de situaciones interiores y reproducen éstas en una ex
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tenor diferente. Es así como un grupo fuertemente coherente se convierte en uterotopo, es decir, en metáfora escenificada del cuerpo de la madre. En una primera lectura, esto se interpreta como un fantasma de parentes co: como sucede con el dogma de que, como miembros de una nación, so mos también hijos de la misma madre. No olvidemos que Platón, en su momento más sincero, cuando hace que Sócrates exponga la doctrina de la necesidad de la mentira noble, quiso sacar provecho del efecto uterotó- pico: ¿qué decir a los miembros descontentos de la ciudad dividida en cla ses, sino que todos los ciudadanos son vástagos de la madre tierra, que, junto a hijos de oro, parió hijos de plata y de bronce, con la esperanza, quizá legítima en las madres, de que sus descendientes se las arreglaran pacíficamente entre ellos, en armonía fraternal y piedad por el profundo pasado común? 315En segunda lectura, con el concepto uterotopo se desig na un fantasma-espacio, devenido influyente históricamente, que sugiere que, mientras permanezcamos territorializados en el propio grupo, sere mos las criaturas privilegiadas de una misma caverna: beneficiarios proto- solidarios de un mismo estado fetal en el seno común del grupo. La «pro fundidad» de un grupo corresponde al carácter propio de su función colectiva de Nirvana: sus miembros convergen en una irrealidad o pre-rea- lidad imaginariamente común, desde la que son enviados a lo real: como hermanos camales, que comparten un secreto de caverna, una condena celestial. La communiouterotópica se articula tanto en las primitivas alian zas totémicas como en innúmeros ejemplos de confederación mágica y sa grada del más alto rango, hasta llegar a aquella communiosanctorum, que en su totalidad pretende constituir el seno de la Madre Iglesia. Cuando filó sofos contemporáneos de la religión expresan ocasionalmente la opinión de que la «humanidad» representa «en lo más profundo una magnitud re ligiosa»316, hacen uso de la posibilidad de transfigurar la especie entera en un uterotopo adamítico.
Quien pretenda encontrar una interpretación para la tenacidad del sentimiento de pertenencia a grupos éticos (incluida su crónica manía de disputa y proba capacidad de defensa) no debería olvidarse de analizar el m odo de construcción de los uterotopos. Constituyen la form a política de la imposibilidad de llegar a ser adulto. La síntesis uterotópica significa la predestinación de seres humanos a una procedencia común de una ca verna incomparable (y la común fijazón en ella). La síntesis utópica, por el contrario, piensa en la predestinación de los seres humanos a un cami-
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no en común hacia una incomparable tierra prometida. Uterotopía y utopía se reflejan una en otra como elitismo del origen y elitismo del fu turo. Representan las dos fuentes de la conciencia mánica; y eo ipso los dos motivos más profundos de de-solidarización de los destinos de los demás. Teniendo esta diferencia ante los ojos se comprende que, a diferencia de como lo pensaron Marx y Engels, toda historia es historia de luchas entre grupos de elegidos. Constatar esto significa comprender el motivo de por qué desde el ocaso de las culturas marciales está en marcha una doble güe ña mundial: una guerra de primer orden entre varias comunidades de
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Eva Hesse, Sin título (Rope Piece), 1970, cortesía de The Estate of Eva Hesse, Galerie Hauser Se Wirth,
Zúrich. Foto: Paulus Leeser.
elección por el origen; una guerra de segundo orden entre comunidades deelecciónporelorigenjcomunidadesdeelecciónpoielfuturo . Lo que hasta ahora se tenía por opción entre guerra y paz, la mayoría de- las veces era, caí verdad, una opción entre la primera y la segunda guerra. No está claro que pueda haber una tercera forma de guerra. Si la hay, su fren te estaría col*>cado entre los elegidos y los no elegid*>s. La experiencia di
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ce que los últimos retroceden ante exhibiciones solemnes. Se contentan con contemplar las intrigas de los elegidos hasta que su autodestrucción sea un hecho consumado*1*.
4 El termotopo - El espacio de confort
Los romanos inventaron el arte de impedir el parloteo, en tanto que re sumieron el presunto resultado en cuatro palabras. Ejemplo: ubi bene ibi pa tria. En relación con nuestro tema esto significa explicar de una vez por to das la extendida inclinación de los seres humanos a preferir la patria, deduciendo el efecto-patria de la sensación de bienestar en el lugar pro pio. Ilustración ecuménica, estilo romano. Así se vuelve reversible la cone xión entre patria y sentirse-bien. Si estás en la patria, es que te va bien; si no te va bien, no estás en casa. Si la patria no procura el bene vivere, no me rece su nombre; en consecuencia, se puede y se debe intentar otras posi bilidades, sea como emigrante, sea como destructor de las condiciones domésticas. En un discurso del 29 de noviembre de 1792 Saint-Just expli cará: «Un pueblo que no es feliz no tiene patria». Desde entonces, los con denados vernáculos de esta tierra están de camino en alguna parte donde son más felices. Si falta la fuerza para romper con la mala situación surge el tristemente célebre efecto-de-aire-viciado: la fidelidad a la miseria que nos ha engendrado. El genio de Martin Walser encontró la expresión cla ve para ello: «Una familia es una alianza de miseria. Algo así no se aban dona nunca»*19. El derecho fundamental a la libertad de residencia, for mulado sólo en época reciente, implica la infidelidad productiva a la infelicidad de la propia condición. Los seres humanos no están en casa en una tierra o en un país, sino en un confort.
Uno de los motivos de la vida aislada en grupos consiste en cómo un grupo exitoso se procura y reparte internamente una ganancia en bienes tar. No obstante: sólo se es consciente tardíamente de que esa ganancia no es tanto el efecto del lugar en el que se efectúa el reparto, cuanto que es el efecto del reparto el que nos hace valorar el lugar. Entretanto hay que escuchar muchos absurdos: que hablan de naciones queridas, de campos patrios a empapar con la sangre impura de los extraños, del nomos de la tierra, del derecho de los pueblos a su propio Estado y del árbol de la li bertad que hay que regar en cada generación con la sangre de los patrio
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tas. ¿No podría ser un patriota alguien que introduce confusión y desor den en los motivos del apego al lugar propio?
El signo más visible de la ventaja de sentirse en casa en el grupo es el hogar, el lugar donde se hace fuego; como símbolo de humanidad más an tiguo, es la referencia más clara a que los seres humanos no se las arreglan sin un elemento confortante. El fuego alimentado en común encierra la experiencia de que hay protectores naturales que deparan ventajas mien tras se les mantenga a la vista cuidadosamente. La fuerza del fuego es benéfica, suponiendo que la guardia de incendios no se duerma. Manipu lar el fuego supone una actividad que queda exactamente en el límite en tre magia y trabajo. Esta diferencia, al comienzo casi paritaria, se va incli nando en el curso de la historia de la civilización hacia el lado del trabajo, sin que el polo mágico se haya podido diluirjamás. Si en el obrar humano todo se regula por ecuaciones entre acciones y sus efectos, es evidente que se trata de trabajo. Este sigue el camino hacia el resultado con tanta recti tud como entiende las reglas de su oficio. Es verdad que lo que se llama trabajo es muy a menudo sólo un pasatiempo estéril para una mayoría de «brujos a la inversa», que dominan el arte «de hacer poco de mucho»320. ¿Era Nietzsche consciente de que definía con ello el servicio público? Por lo que respecta a la magia, produce el efecto contrario: la desconcertante sobreabundancia de los efectos frente a las acciones. Aunque no se sabe propiamente cómo funciona el arte de la magia (zaubem, en germánico, antiguo inglés: pintar de rojo), parece que lleva más allá de lo que podría hacerlo el mero trabajo. La magia entra enjuego, en forma de auténtico valor añadido causal, cuando el éxito de ciertas operaciones alcanza lo ex traordinario. Por eso la magia no siempre es engaño; el mundo mismo alienta a acercamientos de tipo mágico a muchas situaciones en él, porque depara la experiencia de que de vez en cuando se consigue más de lo que se emprendió. De ello responden los viejísimos conceptos de suerte y po der. En la Antigüedad, ese plus que se advierte en caso de éxito muy evi dente, asombroso, se hace visible en la figura de dioses astutos, artesanos poderosos, especializados en efectos especiales (tipo Zeus, Hefesto, Her- mes), con quienes, comprensiblemente, se intenta trabar alianzas.
La forma más antigua de esa fortuna aliada es el fuego del hogar, en el que ejercen sus labores las mujeres y que guardan los sacerdotes. Dos tipos de personal, doble promesa de felicidad. El fuego es un dios casero con amplias conexiones, y un alma de la casa de presencia sensible. Desde que
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se ha aclimatado como aportador de ventajas entre los seres humanos, los mitos pirogenéticos remiten su presencia a un don de los dioses o de los titanes a los mortales: un regalo, que pasa a ser posesión permanente de aquellos a quienes se regala y que les permite la entrada en la condición cultural. Aquí aparece por primera vez el concepto de «ayuda para autoa- yuda». En el contexto de la antigua Europa, Prometeo es el titán con el sín toma de auxiliador, el sponsor ejemplar y amigo de los seres humanos. Quien entrega el fuego «pantécnico» (pyros pantechnos121) se convierte en patrón de las cocinas, promotor de la alquimia, posibilitador de la cerá mica y de la metalurgia, deparador de confort y abogado de la redistribu ción de luz y comodidad, en una palabra: en el auténtico titán de la cul tura y, en virtud de esas propiedades, en el santo más distinguido en el calendario de la ilustración. Como facilitador de la vida y primer donador de poderes, como filántropo y causante de la rebelión contra la idiotez de la resignación a las circunstancias, él es el mítico protector del termotopo.
Con esta expresión, pues, no se piensa sólo en la zona, en la que quie nes pertenecen a los grupos sienten la ventaja calorífica inmediata del fue go: un motivo, que, además, sólo pudo ganar peso en la fase post-africana de la evolución cultural, tras la expansión de la humanidad en regiones con estaciones marcadamente diferenciadas e inviernos más largos. Desig na, a la vez, el círculo, en el que se ponen de manifiesto las ventajas de la magia cotidiana. Los habitantes de la isla Quirotopia son por naturaleza termotopianos, ya que se produce una sinergia entre lo que consiguen las manos y el sobrevalor que añaden los hogares. El termotopo es un espa cio, en el que, por confirmaciones continuas, valen las expectativas de éxi to; ese espacio constituye la esfera de confort primaria desde épocas ini ciales muy arcaicas, aunque sólo desde la época de civilizaciones desarrolladas, como la de los romanos, el culto de la fortuna pública vaya unido al culto de los hogares. Donde esto sucedió de manera más obvia es en el establecimiento del hogar del Estado en el templo de Vesta en el fo- rum romanum, cuya tarea era la de dar prueba de la unidad de hogar y Es tado (o de casa e imperio)32. Desde él irradia el evangelio de la inmuni dad, del integrum, hasta la periferia. El símbolo primario con el que se presentaba el Imperio Romano era un termotopo doméstico, llevado a for mato universal, en el que hogar y universo, isla y continente, se habían de convertir en una y la misma cosa.
Mientras que losjuristas y creadores de cultura romanos han generali-
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Los nagas permanecen junto al fuego sagrado mientras dura el kumba-mela, hasta dos meses.
zado políticamente la termotopia, a los brahmanes de la India les intere saba su hipostatización. Según ellos, hay que comprender el contexto en tero del mundo como el cambio de forma del fuego. Los efectos de pro fundidad del pensamiento brahmánico se derivan de la circunstancia de
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que está seguro de sus competencias pirotécnicas en la consumación de sa crificios al fuego, y porque de este círculo estrictamente delimitado dedu ce múltiples metaforizaciones. Así como el Imperio romano se resume en algunas vírgenes ante el fuego sagrado, las vestales, la cultura de la antigua India lo hace en los ascetas ante el fuego sacrificial323. Su última concreción la alcanza en la figura del renunciante, el samnyasin, que ya no hace sacri ficios ante fuegos externos, sino que consume toda su existencia en un fue go mental: la llama de Veda. Por eso el renunciante ya no toma parte en cocciones, ofrendas de fuego e incineraciones cotidianas; su cadáver ya no se inhuma en el fuego, como el de los no curtidos espiritualmente, se en tierra porque parecería inoportuno quemar otra vez externamente a quien ya está quemado interiormente. En el termotopo absoluto no sólo se reparten las ventajas de una vida en la proximidad del hogar; se esta blece una competición ritual por la ventaja de todas las ventajas: hacerse uno, unificarse, con el hogar del ser.
En otros casos se definen profanamente las ventajas termotópicas. En sociedades estratificadas, la reunión igualitaria en torno al fuego se tradu ce en la atracción por ventajas posesivas, relativas todas ellas a un lugar de preferencia. Entonces los rasgos exclusivos del espacio ventajoso aparecen con un perfil crudo: lo que en un formato más pequeño crea solidaridad inclusiva, actúa desolidarizando en uno más grande. Ventajas son justa mente aquello de lo que no hay bastante para todos. Otros fuegos, otros destinos. «El calor», escribe Gastón Bachelard, «es un bien, una posesión. Hay que custodiarlo celosamente y sólo puede hacerse obsequio de él a se res escogidos»324. Poder asegurar el contexto de bienestar de los suyos es lo que distingue al patrón, al gran señor. En el ámbito de alcance del espa cio ventajoso del que él se cuida, quienes dependen de él sienten que va en su propio interés guardar su secreto; por ello, todos los grupos que man tienen estrechamente el privilegio de pertenencia llevan uno y el mismo nombre, nunca expresable: cosa riostra. Si se entienden las sociedades in sulares como espacios de distribución de ventajas de procedencia incierta, tienen formalmente un sustrato mañoso: esto vale incluso para una po tencia mundial democrática como Estados Unidos, cuyo nivel de bienestar no sólo se basa en los logros de su propia economía nacional, sino también en un sistema tributario encubierto325. Cuando el confort ya se ha estable cido como costumbre, no se pregunta de dónde proviene. Los misterios de la redistribución son profundos, y los agraciados se aferran a ellos, aunque
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Joseph Beuys, La bomba de miel, documenta vi, 1977.
ya sospechen que cen'estpas catholique. Así como innumerables ciudadanos e instituciones acostumbrados a subvenciones, de la ciudad de Berlín, que está en bancarrota, no quieren enterarse en el año 2004 de dónde podrían venir las sumas de dinero que están dispuestos a seguir gastando sin ga narlas, numerosos ciudadanos de los emiratos del Golfo no se interesan por la solución del enigma de cómo es posible que reciban de los jeques reinantes tan altos salarios por mantenerse lejos de cualquier actividad asa lariada.
Así pues, no era del todo correcto afirmar que toda historia es la histo ria de luchas entre grupos de elegidos; también es, del mismo modo, la his toria de luchas entre grupos de bienestar.
Si se busca una alternativa contemporánea, moralmente aceptable, al inmoralismo de camarillas, clubs y clientelas, se impone pensar en las or ganizaciones de beneficencia estatales, establecidas en los siglos XIX y XX. El Estado social es la generalización regional del termotopo con medios técnicos de aseguramiento. Sus logros se basan en el descubrimiento de un fuego frío (atizado con contribuciones obligatorias), en torno al cual pueden reunirse innumerables necesitados (relativamente privilegiados, a pesar de todo). Con los sistemas nacionales y comunales de solidaridad
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(en Estados Unidos se añaden a ello los fenomenales servicios voluntarios) parece que las sociedades modernas han inventado algo así como un me ta-hogar, que ayuda a muchos con legítimo derecho a ello, así como a cier tos ladinos, a mantener vivo su propio fuego. Tales instalaciones para la re distribución de las oportunidades de bienestar funcionan por ahora exclusivamente en formatos nacionales. Se podría llegar a decir incluso que el espíritu posmodernizado de las naciones ya sólo se basa en las cajas de solidaridad y en los sistemas de seguros; sobre todo en Centroeuropa y Europa del Norte, donde se encuentran las instituciones termotópicas más cómodas del mundo. Quien quisiera transferir estas condiciones a la so ciedad mundial tendría, primero, que haber solucionado la paradoja ter- motópica, y mostrar cómo anteponer todos a todos. En ausencia de un so cialismo térmico convincente habrá que contentarse provisionalmente con una estética térmica326. La bomba de mírídejoseph Beuys, que conecta simbólicamente a la humanidad en general con la vida dulce, insinúa has ta qué punto se puede llegar con esa estética.
5 El erototopo - Dominios de celos, peldaños del deseo
Hay que haber pasado toda una temporada en la isla antropógena pa ra conseguir un atisbo de cómo los habitantes organizan su vida del deseo. En principio es de esperar que seres humanos con señalados condiciona mientos uterotópicos y termotópicos existan en un clima excitante, que provoca un estado de alerta elevado respecto de las ventajas de pertenecer a él y del reparto de las oportunidades de confort. Por eso la isla, frente al cliché turístico de los modernos, no es un lugar para olvidar lo que hacen otros. Es un buen consejo para quien quiere orientarse en el invernadero de la isla, reforzar su atención a la práctica afectiva de los otros.
Llamamos erototopo al campo o dominio de deseos insular-humano, porque el deseo erótico ofrece el paradigma de cómo la competición afec tiva en los grupos estimula y controla, a la vez, la vida del deseo de quienes viven juntos. El dominio erótico se pone en tensión, en tanto que los gru pos, por constante autoirritación subaguda, producen una especie de aten ción suspicaz-concupiscente a las diferencias entre sus miembros. De ahí surge un fluido de celos, que se mantiene en circulación y flujo por mira
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das inquisitivas, comentarios humorísticos, maledicencias desacreditado- ras yjuegos competitivos rituales. En esta dimensión se manifiesta el eros, no como tensión dual-libidinosa entre ego y alter, sino como provocación triangular. Te quiero, me excita tu bella figura, si puedo suponer que otro te quiere y le gusta tu bella figura lo suficiente como para querer poseer te. Mientras que Diótima de Mantinea interpreta en lenguaje filosófico la esencia de lo erótico como ceder a la atracción del bien, el examen to- pológico subraya la irritación estimulante producida por la ventaja dife rencial que un prójimo pudo conseguir, o ya posee, al privatizar un obje to de amor327. Por eso, los procesos eróticos en el grupo constituyen la forma fundamental de la competencia, desencadenada por la observación imitativa del esfuerzo de otros por la adquisición de ventajas de ser, pose siones e influencia328. Lo que más tarde se llamará el sensus communis es la participación en el clima de alerta de los celos y antagonismos que flotan libremente en el grupo. Pertenece a los prodigios -y justificaciones- de la forma de vida democrática, que transforme el estado de ánimo funda mental de rivalidad, siempre alerta, en civismo y disposición cooperativa, excepto en casos en los que ella misma, como distensión, se permite tam bién sus provocaciones.
En cuanto en la isla antropógena ya no dominan las relaciones más tempranas y más frugales, sus habitantes se van diferenciando cada vez más desde estos puntos de vista: desde lo que uno es más que otro, desde lo que uno tiene más que otro, desde lo que uno representa más que otro. En consecuencia, a la sabiduría de vida del grupo pertenece una gestión tri ple de los celos. Si las autoirritaciones del grupo han de mantenerse en un tono soportable para la vida, el colectivo necesita suficiente discreción pa ra las diferencias de ser, las diferencias de posesión y las diferencias de es tatus en su interior. Discreto es quien sabe qué es de lo que no tiene que haberse dado cuenta. Si uno se ha movido durante un tiempo suficiente mente largo en el erototopo, se percibe el esfuerzo sutil de los habitantes por mantener su indiferencia frente a diferencias despreciables, así como su pretendida impasibilidad frente a las no-despreciables. A menudo se ha considerado esto como represión; se trata del silencio consciente respecto a que el rey de los elfos está entre nosotros.
No obstante es de esperar que en todos los grupos, ocasional o perió dicamente, el furor de los celos consiga vencer sobre la discreción. En esos momentos sale de la latencia el deseo de saquear y humillar a los porta
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dores de diferencias ventajosas; suena la hora de la venganza para la pa sión de la redistribución. Entonces aparece en todo su esplendor «esa mezcla repugnante de lascivia y crueldad, que siempre me ha parecido la auténtica “poción de brujas”», de la que Nietzsche, en su libro sobre el Ori gen de la tragedia, había constatado que constituía la esencia de los Dioni- sos primitivos y repudiables, no amansados todavía por la cultura apolínea329. Para impedir estas irrupciones, tan temibles como secretamente deseadas, de la peste afectiva, todo erototopo necesita su escuela del deseo correcto, o, mejor, una moral que sirva de profilaxis de la irritación por las diferen cias. Ya que el eros irritado conlleva un sentimiento de atracción por las ventajas del objeto positivamente diferenciador, ese «amor» se manifiesta en el deseo de una parte del botín y -si el reparto no es posible- de la ex propiación de quien lo posee. El ámbito de objetos de este amor se extien de, casi del mismo modo, al compañero sexual, a la posesión de casa y te rreno, animales y capital, privilegios espirituales y corporales. De este primer tosco arte de amar surge una cultura de la envidia, que acostumbra a ador narse con el título honorífico de crítica.
La primera lección en la escuela del deseo se imparte mediante prohi biciones. En ella se aprende lo necesario sobre el tabú y el no-debes. Mien tras más tranquila la posesión, más pronto se impide la escalada del deseo. En la prohibición se percibe la presencia de un tercero, que ya ha apare cido entre yo y tú antes de que nos encontráramos empíricamente: este tercero, que aporta garantías, me aparta de mi deseo ingenuo de las ven tajas del otro, tanto como al otro le prohíbe la exhibición de ellas30. Pero, dado que ni prohibiciones ni tabús pueden neutralizar la atención dirigi da al bien ajeno, sino que contribuyen, más bien, a la focalización del de seo en lo sustraído por ellos, las culturas avanzadas tienen que proceder a una desinteresización activa de los seres humanos con respecto a los obje tos de sus celos. Esto se consigue sólo si en su lugar se colocan bienes su periores, cuya naturaleza ideal permite una partición ilimitada e impide toda propiedad privada provocadora.
Del alivio que produce esta elevación del deseo vive hasta el día de hoy todo lo que de alguna manera tiene relación con lo espiritual. Las éticas de las grandes culturas, tanto en el Este como en el Oeste, trabajan con la ironía de que los seres humanos que se baten por lo bueno pierden lo me
jor. Los ángeles, dice Emerson, sólo nos abandonan para que se nos acer quen los arcángeles. Si, efectivamente, existió en el siglo XX una traición
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de los intelectuales, fue la de invertir la ironía. Comenzaron a mofarse de lo llamado mejor, decididos a no perderse su propia porción de lo bueno al uso. «Superestructura»: ¡ya me entienden! Desde entonces, la arena en la que se desarrolla el reparto de los escasos bienes de privilegio está con tra todo lo que es el caso. Desde 1914 la Gran Política es la universalización de las luchas de celos sin un nivel superior.
En el platonismo se percibe con todo lujo de detalles la gradación des de el amor sensible, partidista y polemógeno hasta el espiritual, suprapar- tidista e irónico. También el estoicismo, en su ética de la liberación de la multiplicidad de necesidades, ha reprimido la tentación de tomar parte en las luchas de apropiación con respecto a todo. La cultura de monjes cris tiana pudo conectar con esa moral de atletas. La figura más madura de una ética del desinterés se ha alcanzado, sin duda, en la doctrina budista de las afecciones y de su liquidación mediante la espada de la intelección. Con su análisis sutil de la cadena causal que conduce a fijaciones genera doras de dolor, el budismo intenta emancipar, al menos a una minoría de seres humanos, de la arena del deseo y del sentimiento de ser inevitable mente un perdedor. No fue por casualidad Friedrich Nietzsche quien con siguió ver en el budismo la forma más refinada de una higiene afectiva: el mismo Nietzsche, al que el análisis del resentimiento debe prácticamente todo hasta hoy día. Gracias a él sabemos que la naturaleza de los senti mientos de rechazo consiste en el vínculo del perdedor con el objeto, con el que se ve comparado en detrimento de él; de la herida que deja la com paración fluye la necesidad, apenas dominable, de humillar al objeto afor tunado.
En forma ruda, que posee la ventaja de la claridad, el decálogo judío, sobre todo en su último mandamiento, había articulado una regla de stop para la peligrosa competencia del deseo, aunque sólo para sus sólidos as pectos sexuales y posesivos:
No desearás la casa de tu prójimo. No desearás la mujer de tu prójimo, su es clavo o su esclava, su buey o su asno, nada de lo que pertenezca a tu prójimo (Exo do 20, 17).
En su concreción, que refleja la existencia pequeña y mediana de un poseedor de ganado y esclavos en torno al año 1000 a. C. , incluidos con sus dramas típicos, el décimo mandamiento permite reconocer un principio
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de formulación de una regla general de abstinencia de deseos, que re dunda en provecho de la reducción de tensiones en el erototopo. No es, pues, incomprensible que René Girard sitúe una nueva interpretación an tropológica del décimo mandamiento en el centro del resumen de sus análisis de los efectos de la competencia mimética31. Es una lástima para su propio proyecto que Girard no tenga en cuenta apenas que, con su te rapia del deseo, desinteresándolo de bienes polemógenos escasos y des viándolo a bienes simpatógenos compartibles, algunas culturas no-cristia- nas hayan llegado más lejos que las de las religiones del decálogo; también parece ignorar que la crítica moral de Nietzsche no habla en favor, en mo do alguno, de una reintroducción de la violencia de los celos en la cultu ra. El autor de Zaratustra se proponía la síntesis de los logros de la psico logía budista de la abstinencia y de las cualidades de disfrute del mundo que conlleva el juego versátil de la rivalidad; con el objetivo de desintoxi car el antiguo erototopo occidental mediante ese giro a una ética de la magnanimidad32. Del alcance de este intento se puede hacer una idea quien sea consciente de que el experimento de la Modernidad, por lo que respecta a las condiciones de consumo y competencia, ha conducido a una desregulación casi ilimitada del erototopo. En ninguna formación social previa ha sido incluida todavía tan explícitamente en la motivación del comportamiento la provocación sistemática del deseo de todo lo que po seen los demás. Los fuegos de la envidier3se conectan en la sociedad de con sumo en circuitos de energía análogos a una central eléctrica. También los sistemas políticos de la democracia dependen completamente del desen cadenamiento de la desconfianza de todos contra todos. Ya en las Kentucky Resolutions, de 1798, había establecido Thomas Jefferson: «El gobierno li bre se funda en los celos y no en la confianza». Si la teoría de la cultura pu diera formular una pregunta al siglo XXI sería: cómo la Modernidad pien sa mantener bajo control su experimento con la globalización de los celos
(rivalidades, antagonismos).
6 El ergotopo - Comunidades de esfuerzo e imperios beligerantes
El espacio en el que se reparte cooperativamente el peso de las tareas lo llamamos el ergotopo: sus habitantes, los ergotopianos, están unidos en
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comunidades de esfuerzo. La descripción de su actividad ofrece la imagen de los adultos, érga kai hémera, la crónica de las obras y días de gentes que no lo tienen fácil. Al comienzo, la razón de participar en las indispensables tareas comunes es familiar, totalitario-informal, fundada en la evidencia de la situación o en el dictado de la tradición, más tarde en ritos de iniciación, exigencias profesionales, ataduras que imponen las categorías sociales; más tarde aún, son las prestaciones personales, los edictos, los centros ofi ciales, los que se cuidan del registro en el ergotopo; al final, lo que nos su
jeta a él son mission statements y las órdenes del día de la opinión pública. En este horizonte los grupos se convierten en comunas; es decir, en unidades integradas por muñera comunes. El ergotopo configura un espa cio, en el que quienes conviven se ven envueltos en obligaciones y tribu tos; con la orden de movilización para una lucha común contra el enemi
go exterior, como patrón de medida y valor límite de toda cooperación. (A quien dispensara de estas imposiciones es, en sentido preciso, inmune,
sin obligaciones, sin trabajo, liberado para otras prioridades. )
Si se radicalizan las situaciones ergotópicas, podemos volver a encon tramos en bancos de galeras, condenados a remar manteniendo el ritmo impuesto. Matándonos a trabajar en canteras, en trabajos forzados en mi nas, en la katorga, los campos de trabajo de la muerte. En otras épocas so mos cooperadores voluntarios, dedicados a una cosa común por consenso entusiasta: comunas para la construcción de una catedral, partisanos de la libertad, cruzados, finalistas.
