ste
destruye
con ellos la condicio?
Adorno-Theodor-Minima-Moralia
lo a un acto de la o?
pera
por su actitud un tanto ba? rbara de no permitir que ningu? n espec- ta? culo pudiera acortar el disfrute de su cena, con el tiempo la barbarie actual, a la que se le ha privado del recurso a la cena, no puede de ningu? n modo saciarse con su cultura. Todo programa debe seguirse hasta el final, todo bes/ selle, debe leerse y toda proyeccio? n ha de presenciarse, mientras dure en la brecha, en las salas principales. La abundancia de las cosas consumidas indiscri- minadamente se vuelve funesta. Hace imposible orientarse en ella, y asi? como en los monstruosos almacenes hay que buscarse un gui? a, tambie? n la poblacio? n, ahogada en ofertas, espera al suyo.
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Subasta. -La te? cnica desencadenada elimina el lujo, pero no porque conceda privilegio a los derechos del hombre, sino porque con su elevacio? n general del standard amputa la posibilidad de encontrar satisfaccio? n. El tren ra? pido que atraviesa el contienente en dos di? as y tres noches es un milagro, pero el viaje en e? l nada tiene del extinto esplendor del train bleu. Lo que constitui? a el placer de viajar, empezando por las sen? ales de desped ida a t rave? s de la ventanilla abierta y continuando por la atenta solicitud de los que recibi? an las propinas, el ceremonial de la comida y la sen- sacio? n constante de estar gozando de un privilegio que nada quita a nadie, todo eso ha desaparecido juntamente con la gente elegante que antes de la partida solla pasear por los perrons y que ahora es inu? til buscar en los bali? s de los ma? s distinguidos ho-
teles. El acto de plegar las escalerillas del tren significa, aun para el pasajero del expreso ma? s caro, que debe ajustarse como un prisionero a las ordenanzas de la compan? i? a. Ciertamente e? sta le devuelve en servicios el valor exactamente calculado de su dinero,
pero no le concede nada que no venga establecido como un de- rech~ . mi? nimo. ? A quie? n se le ocurrid a, conociendo semejantes condiciones, hacer como antan? o un viaje con su amada de Pari? s a Niza? Sin embargo, no es posible liberarse de la sospecha de
que, por otra parte, el lujo disidente, ruidosamente anunciado Il. e,va siemp~e. anejo un elemento de veleidad, de artificial ostenta: Clan. S,u misi o? n es antes la de permitir a los adinerados, segu? n la teona de Veblen, convencerse a si? mismos y a los dema? s de su J/a/UJ que la de satisfacer sus cada vez ma? s indiferenciadas neces! dades. Si el . Ca. dillac debe aventajar al Chevroler porque cues- ta m~s: tal superioridad procede, sin embargo, a diferencia de la del vrejo Rolls Royce, de un plan general establecido que astuta-
~ente emplea alla? me! o. res cilindros, tuercas y accesorios que aqui? sm ~u. e el esquema b a? sico de la produccio? n en masa haya variado u. n aprce: so? lo se necesitari? an unos ligeros cambios en la produc- cio? n para transformar el Chevroler en un Cadillac. De ese modo, el lu~o queda socavado. Porque en medio de la fungibilidad gene- ra~ sl~ue latl~do sin excepcio? n la felicidad de lo no fungible.
Ningu? n empeno de la humanidad, ningu? n razonamiento formal puede impedir que el fastuoso vestido de una lo deban llevar
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veinte ~
que ? ebldo a su diferencia y singularidad no desaparece entre las relaciones de cambio dominantes- se acoge al cara? cter fetichista. Pero esa pr~~esa. de feJjcid~d que contiene el lujo presupone a su vez el ptlvlleglo y la deslgualdad econo? mica, justo una socie- dad basada en la fun gibilidad . De ese modo, lo cualitativo mis- mo se torna un . caso particular de la cuantificacio? n, lo no fungi- ble se hace . funglb~e, el lujo se convierte en confort y al final en un gad~e~ sm se~tldo. En semejante circulo, el principio del lujo sucumbiri? a aun Sin la tendencia a la nivelacio? n propia de la socle-
d~d de masas, de la que los reaccionarios sentimentalmente se in- dignan. La consis. te? ~ia i? ntima del lujo no es indiferente a Jo que l,e. acontece ~ lo inu? til con su total integracio? n en el reino de lo u? ril. Sus residuos, incluidos objetos de la mayor calidad ya pa- recen morralla. Las exquisiteces con que los ma? s ricos llenan sus ~sas ansi? an desamparadas un museo que, sin embargo, y como bien ~bserva Vale? ry, mata el sentido de la pintura y la escultura, que . s~lo su madre, la arquitectura, colocaba en su lugar. Pero in- movilizadas en fas mansiones de aquellos a quienes nada les une les . echan. en cara la forma de existencia que la propiedad privada ha ld~dandoles con el tiempo. Si las antigu? edades con que los mi- llenarlos decoraban sus residencias hasta la primera guerra mundial
.
Bajo e~ capitalismo, la utopi? a de lo cualitativo - 10
? au? n teni? an intere? s debido a que exaltaban la idea de la vivienda burguesa hasta hacer de ella Un suen? o - u n suen? o engusrioso-c-, pero sin llegar a recargarla, las decoraciones chinescas a las que entretanto se ha pasado soportan mal al propietario, que so? lo se halla a gusto en la luz y el aire empan? ados por el lujo. El nuevo lujo es un contrasentido en el que ya so? lopueden vivir los falsos pri? ncipes rusos establecidos como decoradores de interiores entre las gentes de Hollywood. Las li? neas del gusto avanzado convergen en el ascetismo. El nin? o que antes se embriagaba con rubi? es y es- meraldas en la lectura de U ! mil)' una noches se interroga ahora en que? consiste propiamente la felicidad que crea la posesio? n de tales piedras, las cuales no aparecen precisamente descritas como medios de cambio, sino como tesoros. En esta pregunta entra en juego toda la diale? ctica de la Ilustracio? n. Esta es tan racional como irracional: racional en tanto que percibe la idolatri? a, e irra- cional en tanto que se vuelve contra su propio objetivo, que s610 puede hallarse donde no necesita acreditarse ante ninguna instan- cia e incluso ante ninguna intencio? n: no hay felicidad sin fetichis- mo. Pero paulatinamente la esce? ptica pregunta infantil se ha ido extend iendo a todo lujo, y ni siquiera el nudo placer senso- rial esta? a resguardo de ella. Para el ojo este? tico, que representa la inutilidad frente la utilidad, lo este? tico, separado con vio- lencia de los fines, se torna antieste? tico porque expresa violencia: el lujo se convierte en brutalidad. Al final es absorbido por la servidumbre o conservado en una caricatura. La belleza que au? n florece bajo el horror es puro sarcasmo y encierra fealdad . Pero aun asi? su efi? mera figura tiene su parte en la evitacio? n del horror. Algo de esta paradoja hay en la base de todo arte, que hoy saje a la luz en la declaracio? n de que el arte todavi? a existe. La idea arraigada de lo bello exige a la vez la afirmacio? n y el rechazo de la felicidad.
78 cuento de
I concesio? n es aqui? la muerte, la salvacio? n se queda en la apariencia. Porque una sensibilidad profunda no puede creer que despertara la que, cual una durmiente, yaci? a en el sarco? fago de cristal. ? No es el trozo envenenado de manzana que vomita con las sacudidas del viaje antes que un medio para el crimen el resto de una vida desasistida y proscrita, de la cual so? lo verdaderamente se resarce cuando ya no se deja atraer por pe? rfidas vendedoras? Y que? tono desvai? do el de la felicidad expresa en la frase: . . A Blancanieves le parecio? bien y se fue con e? l>>. Y co? mo no la desmiente el malig- no triunfo sobre la maldad. Asi? una voz nos dice, cuando espe- ramos la salvacio? n, que la esperanza es vana, y sin embargo es ella sola, la impotente, la que nos permite dar un respiro. Toda contemplacio? n no puede ya sino reproducir pacientemente la am- bigu? edad de la melancoli? a en nuevas figuras y aproximaciones. La verdad es inseparable de la ilusio? n de que alguna vez entre las figuras de la apariencia surja, Inaparente, la salvacio? n.
79
Intellectus sacriiicium intcllectus. s-Aa suposicio? n de que pen- sar en la decadencia de las emociones debida a la creciente objeti- vidad beneficia a e? stas o que simplemente les es Indiferente, es ella misma una expresio? n del proceso de embotamiento. La divi- si6n social del trabajo se vuelve contra el hombre por ma? s que potencie el rendimiento aconsejable. Las capacidades, desarrolladas mediante los efectos reci? procos, menguan cuando se las desvincula unas de otras. El aforismo de Nietzsche: . . El grado y tipo de sexualidad de un hombre alcanza hasta la u? ltima cumbre de su espi? ritu>>, es algo ma? s que un mero hecho psicolo? gico. Dado que las ma? s distantes objetivaciones del pensamiento se nutren de los instintos, e?
ste destruye con ellos la condicio? n de si? mismo. ? No es la memoria inseparable de! amor, que desea conservar lo que en si? es pasajero? ? No esta? cada movimiento de la fantasi? a pro- ducido por el deseo que, al transferir sus elementos, trasciende de 10 existente a lo afectivo? ? No esta? hast a la ma? s simple per- cepci6n modelada por el temor a lo percibido o el apetito del mismo? Pero con la objetivacio? n del mundo, el sentido objetivo de los conocimientos se ha ido desprendiendo cada vez ma? s del fondo instintivo; mas tambie? n el conocimiento se detiene cuando su potencia objetivadora queda bajo el hechizo de los deseos. Pero
montan? as. - E l
Entre las
ma? s acabadamente que ningu? n otro la melancoli? a. Su imagen ma? s pura es la de la reina que contempla la nieve a trave? s de la ven- tana con el deseo de que su hija sea como la viva e inanimada belleza de los copos, como el negro luto del marco de la ventana y como la roja sangre de su pinchazo; y luego muere en el alum- bramiento. El buen final nada borra de esta imagen. Como la
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121
<<Blancanieves>>
exp resa
? ? ? cuando los impulsos no esta? n al mismo tiempo conservados en el pensamiento, que se zafa de tal hechizo, dejan de ser materia del conocimiento, y al pensamiento, que mata a su padre, el deseo, le sobreviene en venganza la estup idez. La memoria , en tanto no calculable, versa? til e irracional, es declarada tabu? . y la consiguien- te disnea intelectual, que se consuma en la pe? rdida de la dimen- sio? n histo? rica de la conciencia, inmediatamente reduce la apercep- cio? n sinte? tica, que, como afirma Kant, es inseparable de la <<repto- duccio? n en la imaginacio? n>>, del recordar. La fantasi? a, hoy atribui- da al resorte del inconsciente y proscrita en el conocimiento como rudimento pueril incapaz de juicio, es la que funda aquella rcla- cio? n entre los objetos en la que i? nalienablemenre tiene su origen
todo juicio: si se la excluye, con ello se esta? exorcizando el pro- pio acto del conocimiento que es el juicio. Pero la castracio? n de la percepcio? n mediante la instancia de control que le deniega toda anticipacio? n deseosa, fuerza a e? sta al esquema de la repeticio? n impotente de lo ya conocido. El hecho de que propiamente ya no sea posible ver, lleva al sacrificio del intelecto. Como bajo el re- suelto primado del proceso de la produccio? n desaparece el para que? de la razo? n al punto de rebajarse e? sta al fetichismo de si? misma y del poder externo a ella, a la vez ella misma se degrada como instrumento parecie? ndose a sus funcionarios, cuyo aparato mental solo sirve al objetivo de impedir pensar. Una vez borrada la u? ltima huella emocional, so? lo resta de! pensar la tautologi? a absoluta. La razo? n pura de aquellos que se han desembarazado por completo de la capacidad de <<representarse un objeto sin su
presencia>>, convergira? con la pura inconsciencia, con la imbecili- dad en el sentido literal de la palabra, porque medido por el peregrino ideal realista del dato exento de categori? as, todo cono- cimiento resulta falso, y cierto so? lo aquello a 10 que ni siquiera tiene ya aplicacio? n la pregunta de si es cierto o falso. Que aqui? se trata de tendencias de amplia penetracio? n, se muestra a cada paso en la actividad cienti? fica, cuya intencio? n es sojuzgar tam- bie? n a los restos que como ruinas indefensas quedan del mundo.
en la armoni? a preestablecida entre las instituciones y los que lns sirven. Silenciosamente ha ido madurando una humanidad que ape- tece la coaccio? n y la limitacio? n que la absurda persistencia del do- minio le impone. Mas estos hombres, favorecidos por la organi- zacio? n objetiva, poco a poco han ido usurpando aquellas funciones que propiamente son las que debi? an introducir la disonancia en el seno de la armoni? a preestablecida. Entre todos los dichos re- gistrados se encuentra tambie? n el de que <<roda presio? n produce una contraprcsio? ns-: si aque? lla es 10 suficientemente grande, e? sta desaparece, y la sociedad da la impresio? n de querer prevenir la entropi? a de forma masiva mediante un mortal equilibrio de las tensiones. La actividad cienti? fica tiene su exacta correspondencia en el tipo de espi? ritu que pone en tensio? n: los cienti? ficos ya no necesitan ejercer violencia alguna sobre si? para acreditarse como voluntarios y celosos controladores de si? mismos. Hasta cuando se encuentran fuera de su actividad como seres totalmente huma- nos y racionales, en el momento en que piensan por obligacio? n profesional se anquilosan en una pa? tica estupidez. Pero lejos de ver en la prohibicio? n de pensar algo hostil, lo que los aspirantes al cargo - y todos los cienti? ficos lo son- sienten es alivio. Como pensar les carga una responsabilidad subjetiva que les impide co- rresponder a su posicio? n objetiva en el proceso de produccio? n, renuncian a hacerlo, se encogen de hombros y se pasan al adver- sario. De la desgana de pensar resulta automa? ticamente la incapa- cidad de pensar: gentes que sin esfuerzo encuentran las ma? s refi- nadas objeciones estadi? sticas cuando se trata de sabotear algu? n conocimiento, se muestran incapaces de hacer ex catbcdra las ma? s sencillas predicciones. Fustigan la especulacio? n y matan en ella el sano sentido comu? n. Los ma? s inteligentes advierten el en- fermamiento de su capacidad de pensar, puesto que e? sta no entra en actividad universalmente, sino so? lo en los o? rganos cuyos servi? - cios ellos venden. Algunos incluso esperan con temor y vergu? enza que les hagan admitir su defecto. Pero todos lo encuentran pu? - blicamente elevado a me? rito moral y ven co? mo se les reconoce por un ascetismo cienti? fico que para ellos no es tal, sino el se- creto perfil de su debilidad. Su resentimiento aparece socialmente racionalizado bajo esta fo? rmula: pensar es acienti? fico. De este modo el mecanismo de control incremento? ciertas dimensiones de su fuerza intelectiva hasta li? mites extremos. La estupidez colee- tiva de los te? cnicos investigadores no es simplemente ausencia o regresio? n de sus capacidades intelectuales, sino una tumefaccio? n en la propia capacidad de pensar que corroe a e? sta usando de su
80 tiempo el
Diagno? stico. - Que
en el sistema que los nacionelsociali? stas ? injustificadamente vitu- peraban en la laxa repu? blica de Weimar, se pone de manifiesto
con el
mundo se ha
convertido
122
12)
? ? ? ? propia fuerza. El mal del masoquismo en los jo? venes intelectuales deriva del cara? cter maligno de su enfermedad.
81
Grande y pequen? o. -Entre las fatales transferencias del terre- no de la planificacio? n econo? mica a la teori? a, que ya no se dife- rencia en nada de las li? neas generales del todo, se cuenta la creencia en la administrabiJidad del trabajo intelectual en funcio? n de aquello de lo que es necesario o racional ocuparse. Se juzga sobre el orden de las prioridades. Pero al despojar al pensamiento del momento de la espontaneidad, su necesidad queda cancelada. El pensamiento se reduce asi? a disposiciones sueltas y cambiantes. Igual que en la economi? a de guerra se decide sobre las priorida- des en la distribucio? n de las materias primas y en la fabricacio? n de este o aquel tipo de armamento, se infiltra en las teori? as una jerarqui? a de cosas importantes con ventaja para las cuestiones de especial actualidad o de especial relevancia y con aplazamiento o indulgente tolerancia de lo no principal, que so? lo puede pasar como ornamento de los hechos fundamentales, como iinesse. La
nocio? n de lo relevante se establece desde puntos de vista organi- zatlvos, y la de lo actual se mide por la tendencia objetiva ma? s poderosa del momento. La esquematizacio? n de lo importante y lo accesorio suscribe en la forma el orden de valores de la praxis dominante aunque e? sta lo contradiga en su contenido. En los ori? - genes de la filoson? a progresista, en Bacon y Descartes, se encuen- tra ya establecido el culto de lo importante, pero un culto que al final mostrara? su lado contrario a la libertad, su lado regresivo. La importancia puede ilustrarla el perro que durante el paseo se esta? minutos enteros olfateando todos los sitios de manera atenta, obstinada y enojosamente seria para, por fin, hacer sus necesida- des, escarbar con sus patas y seguir su camino como si nada hu- biese pasado. En tiempos primitivos, la vida y la muerte pudieron haber dependido de este acto; despue? s de milenios de domestica- cio? n, se ha convertido en un vano ritual. Quie? n no pensara? en
esto cuando ve a una entidad seria discutir sobre la urgencia de ciertos problemas antes de disponerse el equipo de colaboradores a ejecutar las tareas cuidadosamente disen? adas y emplazadas. En todo lo importante hay algo de esta anacro? nica testarudez, y su
fijacio? n fascinada, la renuncia a la autognosis, llega a valer como criterio del pensamiento. Pero los grandes remas no son otra cosa que los olores primitivos que hacen detenerse al animal y, dado el caso.
por su actitud un tanto ba? rbara de no permitir que ningu? n espec- ta? culo pudiera acortar el disfrute de su cena, con el tiempo la barbarie actual, a la que se le ha privado del recurso a la cena, no puede de ningu? n modo saciarse con su cultura. Todo programa debe seguirse hasta el final, todo bes/ selle, debe leerse y toda proyeccio? n ha de presenciarse, mientras dure en la brecha, en las salas principales. La abundancia de las cosas consumidas indiscri- minadamente se vuelve funesta. Hace imposible orientarse en ella, y asi? como en los monstruosos almacenes hay que buscarse un gui? a, tambie? n la poblacio? n, ahogada en ofertas, espera al suyo.
77
Subasta. -La te? cnica desencadenada elimina el lujo, pero no porque conceda privilegio a los derechos del hombre, sino porque con su elevacio? n general del standard amputa la posibilidad de encontrar satisfaccio? n. El tren ra? pido que atraviesa el contienente en dos di? as y tres noches es un milagro, pero el viaje en e? l nada tiene del extinto esplendor del train bleu. Lo que constitui? a el placer de viajar, empezando por las sen? ales de desped ida a t rave? s de la ventanilla abierta y continuando por la atenta solicitud de los que recibi? an las propinas, el ceremonial de la comida y la sen- sacio? n constante de estar gozando de un privilegio que nada quita a nadie, todo eso ha desaparecido juntamente con la gente elegante que antes de la partida solla pasear por los perrons y que ahora es inu? til buscar en los bali? s de los ma? s distinguidos ho-
teles. El acto de plegar las escalerillas del tren significa, aun para el pasajero del expreso ma? s caro, que debe ajustarse como un prisionero a las ordenanzas de la compan? i? a. Ciertamente e? sta le devuelve en servicios el valor exactamente calculado de su dinero,
pero no le concede nada que no venga establecido como un de- rech~ . mi? nimo. ? A quie? n se le ocurrid a, conociendo semejantes condiciones, hacer como antan? o un viaje con su amada de Pari? s a Niza? Sin embargo, no es posible liberarse de la sospecha de
que, por otra parte, el lujo disidente, ruidosamente anunciado Il. e,va siemp~e. anejo un elemento de veleidad, de artificial ostenta: Clan. S,u misi o? n es antes la de permitir a los adinerados, segu? n la teona de Veblen, convencerse a si? mismos y a los dema? s de su J/a/UJ que la de satisfacer sus cada vez ma? s indiferenciadas neces! dades. Si el . Ca. dillac debe aventajar al Chevroler porque cues- ta m~s: tal superioridad procede, sin embargo, a diferencia de la del vrejo Rolls Royce, de un plan general establecido que astuta-
~ente emplea alla? me! o. res cilindros, tuercas y accesorios que aqui? sm ~u. e el esquema b a? sico de la produccio? n en masa haya variado u. n aprce: so? lo se necesitari? an unos ligeros cambios en la produc- cio? n para transformar el Chevroler en un Cadillac. De ese modo, el lu~o queda socavado. Porque en medio de la fungibilidad gene- ra~ sl~ue latl~do sin excepcio? n la felicidad de lo no fungible.
Ningu? n empeno de la humanidad, ningu? n razonamiento formal puede impedir que el fastuoso vestido de una lo deban llevar
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veinte ~
que ? ebldo a su diferencia y singularidad no desaparece entre las relaciones de cambio dominantes- se acoge al cara? cter fetichista. Pero esa pr~~esa. de feJjcid~d que contiene el lujo presupone a su vez el ptlvlleglo y la deslgualdad econo? mica, justo una socie- dad basada en la fun gibilidad . De ese modo, lo cualitativo mis- mo se torna un . caso particular de la cuantificacio? n, lo no fungi- ble se hace . funglb~e, el lujo se convierte en confort y al final en un gad~e~ sm se~tldo. En semejante circulo, el principio del lujo sucumbiri? a aun Sin la tendencia a la nivelacio? n propia de la socle-
d~d de masas, de la que los reaccionarios sentimentalmente se in- dignan. La consis. te? ~ia i? ntima del lujo no es indiferente a Jo que l,e. acontece ~ lo inu? til con su total integracio? n en el reino de lo u? ril. Sus residuos, incluidos objetos de la mayor calidad ya pa- recen morralla. Las exquisiteces con que los ma? s ricos llenan sus ~sas ansi? an desamparadas un museo que, sin embargo, y como bien ~bserva Vale? ry, mata el sentido de la pintura y la escultura, que . s~lo su madre, la arquitectura, colocaba en su lugar. Pero in- movilizadas en fas mansiones de aquellos a quienes nada les une les . echan. en cara la forma de existencia que la propiedad privada ha ld~dandoles con el tiempo. Si las antigu? edades con que los mi- llenarlos decoraban sus residencias hasta la primera guerra mundial
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Bajo e~ capitalismo, la utopi? a de lo cualitativo - 10
? au? n teni? an intere? s debido a que exaltaban la idea de la vivienda burguesa hasta hacer de ella Un suen? o - u n suen? o engusrioso-c-, pero sin llegar a recargarla, las decoraciones chinescas a las que entretanto se ha pasado soportan mal al propietario, que so? lo se halla a gusto en la luz y el aire empan? ados por el lujo. El nuevo lujo es un contrasentido en el que ya so? lopueden vivir los falsos pri? ncipes rusos establecidos como decoradores de interiores entre las gentes de Hollywood. Las li? neas del gusto avanzado convergen en el ascetismo. El nin? o que antes se embriagaba con rubi? es y es- meraldas en la lectura de U ! mil)' una noches se interroga ahora en que? consiste propiamente la felicidad que crea la posesio? n de tales piedras, las cuales no aparecen precisamente descritas como medios de cambio, sino como tesoros. En esta pregunta entra en juego toda la diale? ctica de la Ilustracio? n. Esta es tan racional como irracional: racional en tanto que percibe la idolatri? a, e irra- cional en tanto que se vuelve contra su propio objetivo, que s610 puede hallarse donde no necesita acreditarse ante ninguna instan- cia e incluso ante ninguna intencio? n: no hay felicidad sin fetichis- mo. Pero paulatinamente la esce? ptica pregunta infantil se ha ido extend iendo a todo lujo, y ni siquiera el nudo placer senso- rial esta? a resguardo de ella. Para el ojo este? tico, que representa la inutilidad frente la utilidad, lo este? tico, separado con vio- lencia de los fines, se torna antieste? tico porque expresa violencia: el lujo se convierte en brutalidad. Al final es absorbido por la servidumbre o conservado en una caricatura. La belleza que au? n florece bajo el horror es puro sarcasmo y encierra fealdad . Pero aun asi? su efi? mera figura tiene su parte en la evitacio? n del horror. Algo de esta paradoja hay en la base de todo arte, que hoy saje a la luz en la declaracio? n de que el arte todavi? a existe. La idea arraigada de lo bello exige a la vez la afirmacio? n y el rechazo de la felicidad.
78 cuento de
I concesio? n es aqui? la muerte, la salvacio? n se queda en la apariencia. Porque una sensibilidad profunda no puede creer que despertara la que, cual una durmiente, yaci? a en el sarco? fago de cristal. ? No es el trozo envenenado de manzana que vomita con las sacudidas del viaje antes que un medio para el crimen el resto de una vida desasistida y proscrita, de la cual so? lo verdaderamente se resarce cuando ya no se deja atraer por pe? rfidas vendedoras? Y que? tono desvai? do el de la felicidad expresa en la frase: . . A Blancanieves le parecio? bien y se fue con e? l>>. Y co? mo no la desmiente el malig- no triunfo sobre la maldad. Asi? una voz nos dice, cuando espe- ramos la salvacio? n, que la esperanza es vana, y sin embargo es ella sola, la impotente, la que nos permite dar un respiro. Toda contemplacio? n no puede ya sino reproducir pacientemente la am- bigu? edad de la melancoli? a en nuevas figuras y aproximaciones. La verdad es inseparable de la ilusio? n de que alguna vez entre las figuras de la apariencia surja, Inaparente, la salvacio? n.
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Intellectus sacriiicium intcllectus. s-Aa suposicio? n de que pen- sar en la decadencia de las emociones debida a la creciente objeti- vidad beneficia a e? stas o que simplemente les es Indiferente, es ella misma una expresio? n del proceso de embotamiento. La divi- si6n social del trabajo se vuelve contra el hombre por ma? s que potencie el rendimiento aconsejable. Las capacidades, desarrolladas mediante los efectos reci? procos, menguan cuando se las desvincula unas de otras. El aforismo de Nietzsche: . . El grado y tipo de sexualidad de un hombre alcanza hasta la u? ltima cumbre de su espi? ritu>>, es algo ma? s que un mero hecho psicolo? gico. Dado que las ma? s distantes objetivaciones del pensamiento se nutren de los instintos, e?
ste destruye con ellos la condicio? n de si? mismo. ? No es la memoria inseparable de! amor, que desea conservar lo que en si? es pasajero? ? No esta? cada movimiento de la fantasi? a pro- ducido por el deseo que, al transferir sus elementos, trasciende de 10 existente a lo afectivo? ? No esta? hast a la ma? s simple per- cepci6n modelada por el temor a lo percibido o el apetito del mismo? Pero con la objetivacio? n del mundo, el sentido objetivo de los conocimientos se ha ido desprendiendo cada vez ma? s del fondo instintivo; mas tambie? n el conocimiento se detiene cuando su potencia objetivadora queda bajo el hechizo de los deseos. Pero
montan? as. - E l
Entre las
ma? s acabadamente que ningu? n otro la melancoli? a. Su imagen ma? s pura es la de la reina que contempla la nieve a trave? s de la ven- tana con el deseo de que su hija sea como la viva e inanimada belleza de los copos, como el negro luto del marco de la ventana y como la roja sangre de su pinchazo; y luego muere en el alum- bramiento. El buen final nada borra de esta imagen. Como la
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<<Blancanieves>>
exp resa
? ? ? cuando los impulsos no esta? n al mismo tiempo conservados en el pensamiento, que se zafa de tal hechizo, dejan de ser materia del conocimiento, y al pensamiento, que mata a su padre, el deseo, le sobreviene en venganza la estup idez. La memoria , en tanto no calculable, versa? til e irracional, es declarada tabu? . y la consiguien- te disnea intelectual, que se consuma en la pe? rdida de la dimen- sio? n histo? rica de la conciencia, inmediatamente reduce la apercep- cio? n sinte? tica, que, como afirma Kant, es inseparable de la <<repto- duccio? n en la imaginacio? n>>, del recordar. La fantasi? a, hoy atribui- da al resorte del inconsciente y proscrita en el conocimiento como rudimento pueril incapaz de juicio, es la que funda aquella rcla- cio? n entre los objetos en la que i? nalienablemenre tiene su origen
todo juicio: si se la excluye, con ello se esta? exorcizando el pro- pio acto del conocimiento que es el juicio. Pero la castracio? n de la percepcio? n mediante la instancia de control que le deniega toda anticipacio? n deseosa, fuerza a e? sta al esquema de la repeticio? n impotente de lo ya conocido. El hecho de que propiamente ya no sea posible ver, lleva al sacrificio del intelecto. Como bajo el re- suelto primado del proceso de la produccio? n desaparece el para que? de la razo? n al punto de rebajarse e? sta al fetichismo de si? misma y del poder externo a ella, a la vez ella misma se degrada como instrumento parecie? ndose a sus funcionarios, cuyo aparato mental solo sirve al objetivo de impedir pensar. Una vez borrada la u? ltima huella emocional, so? lo resta de! pensar la tautologi? a absoluta. La razo? n pura de aquellos que se han desembarazado por completo de la capacidad de <<representarse un objeto sin su
presencia>>, convergira? con la pura inconsciencia, con la imbecili- dad en el sentido literal de la palabra, porque medido por el peregrino ideal realista del dato exento de categori? as, todo cono- cimiento resulta falso, y cierto so? lo aquello a 10 que ni siquiera tiene ya aplicacio? n la pregunta de si es cierto o falso. Que aqui? se trata de tendencias de amplia penetracio? n, se muestra a cada paso en la actividad cienti? fica, cuya intencio? n es sojuzgar tam- bie? n a los restos que como ruinas indefensas quedan del mundo.
en la armoni? a preestablecida entre las instituciones y los que lns sirven. Silenciosamente ha ido madurando una humanidad que ape- tece la coaccio? n y la limitacio? n que la absurda persistencia del do- minio le impone. Mas estos hombres, favorecidos por la organi- zacio? n objetiva, poco a poco han ido usurpando aquellas funciones que propiamente son las que debi? an introducir la disonancia en el seno de la armoni? a preestablecida. Entre todos los dichos re- gistrados se encuentra tambie? n el de que <<roda presio? n produce una contraprcsio? ns-: si aque? lla es 10 suficientemente grande, e? sta desaparece, y la sociedad da la impresio? n de querer prevenir la entropi? a de forma masiva mediante un mortal equilibrio de las tensiones. La actividad cienti? fica tiene su exacta correspondencia en el tipo de espi? ritu que pone en tensio? n: los cienti? ficos ya no necesitan ejercer violencia alguna sobre si? para acreditarse como voluntarios y celosos controladores de si? mismos. Hasta cuando se encuentran fuera de su actividad como seres totalmente huma- nos y racionales, en el momento en que piensan por obligacio? n profesional se anquilosan en una pa? tica estupidez. Pero lejos de ver en la prohibicio? n de pensar algo hostil, lo que los aspirantes al cargo - y todos los cienti? ficos lo son- sienten es alivio. Como pensar les carga una responsabilidad subjetiva que les impide co- rresponder a su posicio? n objetiva en el proceso de produccio? n, renuncian a hacerlo, se encogen de hombros y se pasan al adver- sario. De la desgana de pensar resulta automa? ticamente la incapa- cidad de pensar: gentes que sin esfuerzo encuentran las ma? s refi- nadas objeciones estadi? sticas cuando se trata de sabotear algu? n conocimiento, se muestran incapaces de hacer ex catbcdra las ma? s sencillas predicciones. Fustigan la especulacio? n y matan en ella el sano sentido comu? n. Los ma? s inteligentes advierten el en- fermamiento de su capacidad de pensar, puesto que e? sta no entra en actividad universalmente, sino so? lo en los o? rganos cuyos servi? - cios ellos venden. Algunos incluso esperan con temor y vergu? enza que les hagan admitir su defecto. Pero todos lo encuentran pu? - blicamente elevado a me? rito moral y ven co? mo se les reconoce por un ascetismo cienti? fico que para ellos no es tal, sino el se- creto perfil de su debilidad. Su resentimiento aparece socialmente racionalizado bajo esta fo? rmula: pensar es acienti? fico. De este modo el mecanismo de control incremento? ciertas dimensiones de su fuerza intelectiva hasta li? mites extremos. La estupidez colee- tiva de los te? cnicos investigadores no es simplemente ausencia o regresio? n de sus capacidades intelectuales, sino una tumefaccio? n en la propia capacidad de pensar que corroe a e? sta usando de su
80 tiempo el
Diagno? stico. - Que
en el sistema que los nacionelsociali? stas ? injustificadamente vitu- peraban en la laxa repu? blica de Weimar, se pone de manifiesto
con el
mundo se ha
convertido
122
12)
? ? ? ? propia fuerza. El mal del masoquismo en los jo? venes intelectuales deriva del cara? cter maligno de su enfermedad.
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Grande y pequen? o. -Entre las fatales transferencias del terre- no de la planificacio? n econo? mica a la teori? a, que ya no se dife- rencia en nada de las li? neas generales del todo, se cuenta la creencia en la administrabiJidad del trabajo intelectual en funcio? n de aquello de lo que es necesario o racional ocuparse. Se juzga sobre el orden de las prioridades. Pero al despojar al pensamiento del momento de la espontaneidad, su necesidad queda cancelada. El pensamiento se reduce asi? a disposiciones sueltas y cambiantes. Igual que en la economi? a de guerra se decide sobre las priorida- des en la distribucio? n de las materias primas y en la fabricacio? n de este o aquel tipo de armamento, se infiltra en las teori? as una jerarqui? a de cosas importantes con ventaja para las cuestiones de especial actualidad o de especial relevancia y con aplazamiento o indulgente tolerancia de lo no principal, que so? lo puede pasar como ornamento de los hechos fundamentales, como iinesse. La
nocio? n de lo relevante se establece desde puntos de vista organi- zatlvos, y la de lo actual se mide por la tendencia objetiva ma? s poderosa del momento. La esquematizacio? n de lo importante y lo accesorio suscribe en la forma el orden de valores de la praxis dominante aunque e? sta lo contradiga en su contenido. En los ori? - genes de la filoson? a progresista, en Bacon y Descartes, se encuen- tra ya establecido el culto de lo importante, pero un culto que al final mostrara? su lado contrario a la libertad, su lado regresivo. La importancia puede ilustrarla el perro que durante el paseo se esta? minutos enteros olfateando todos los sitios de manera atenta, obstinada y enojosamente seria para, por fin, hacer sus necesida- des, escarbar con sus patas y seguir su camino como si nada hu- biese pasado. En tiempos primitivos, la vida y la muerte pudieron haber dependido de este acto; despue? s de milenios de domestica- cio? n, se ha convertido en un vano ritual. Quie? n no pensara? en
esto cuando ve a una entidad seria discutir sobre la urgencia de ciertos problemas antes de disponerse el equipo de colaboradores a ejecutar las tareas cuidadosamente disen? adas y emplazadas. En todo lo importante hay algo de esta anacro? nica testarudez, y su
fijacio? n fascinada, la renuncia a la autognosis, llega a valer como criterio del pensamiento. Pero los grandes remas no son otra cosa que los olores primitivos que hacen detenerse al animal y, dado el caso.
