>> De las antiguas, apasionadas palabras del
        original
                             
                se han hecho estribillos para que los repitan las canciones de moda.
    
    
        Adorno-Theodor-Minima-Moralia
    
    
                    s delicadas y a las relaciones espirituales ma?
                    s sublimes.
                     De ahi?
                     que la cri?
                    tica cultural pudiera exigir, con la lo?
                    gica de la consecuencia y el pathos de la verdad, que las situaciones se reduzcan por en- tero a su origen material y se delineen sin reservas ni envolturas sobre la base de los intereses de los implicados.
                     Sin duda el sen- tido no es independiente de su ge?
                    nesis, y es fa?
                    cil encontrar en todo lo que se alza sobre lo material o lo media la huella de la insince- ridad, del sentimentalismo y, desde luego, el intere?
                    s disfrazado, doblemente venenoso.
                     Mas si se quisiera actuar de forma radical, con 10 falso se extirpari?
                    a tambie?
                    n todo lo verdadero, todo lo que, de un modo impotente, como siempre, hace esfuerzos por salir del recinto de la praxis universal, toda quime?
                    rica anticipacio?
                    n de un estado ma?
                    s noble, y se pasari?
                    a directamente a la barbarie que se reprocha a la cultura como producto suyo.
                     En los cri?
                    ticos burgue- ses de la cultura posteriores a Nietzsche, esta inversio?
                    n siempre ha sido patente: Spcngler la suscribio?
                     inspiradamente.
                     Pero los marxistas tampoco son inmunes.
                     Una vez curados de la creencia socialdemo?
                    crata en el progreso cultural y enfrentados a la ere- dente barbarie, viven en la permanente tentacio?
                    n de hacer, por mor de la <<tendencia objetiva>>, de abogados de aque?
                    lla y, en un acto de desesperacio?
                    n, esperar la salvacio?
                    n del mortal enemigo que, como <<anti?
                    tesis>>, debe contribuir de forma ciega y misteriosa
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? ? a preparar el buen final. La acentuacio? n del elemento material frente al espi? ritu considerado como mentira desarrolla, con todo, una especie de peligrosa afinidad con la economi? a poli? tica , cuya cri? tica inmanente se practica, comparable a la connivencia entre la polici? a y el hampa. Desde que se ha acabado con la utopi? a y se exige la unidad de teori? a y praxis nos hemos vuelto demasiado pra? cticos. El temor a la impotencia de la teori? a proporciona el pretexto para adscribirse al omnipotente proceso de la produccio? n y admitir as? plenamente la impotencia de la teori? a. Los rasgos ladinos no son ya extran? os al lenguaje marxista aute? ntico, y hoy esta? aflorando cierta similitud entre el espi? ritu comercial y la sobria cri? tica apreciativa, entre el materialismo vulgar y el otro, en la que a veces resulta difi? cil mantener separados el sujeto y el objeto. Identificar la cultura u? nicamente con la mentira es de lo ma? s funesto en estos momentos, porque la primera se esta? con- virtiendo realmente en la segunda y desafi? a fervientemente tal identificacio? n para comprometer a toda idea que venga en su contra. Si se llama a la realidad material el mundo del valor de cambio, pero se considera a la cultura como aquello que siempre se niega a aceptar su dominio, ese negarse es en verdad engan? oso mientras exista lo existente. Mas como el cambio libre y legal mismo es la menti ra, lo que lo niega esta? al mismo tiempo favo- reciendo a la verdad: frente a la mentira del mundo de la mer- canci? a, la propia mentira se convierte en correctivo que denuncia a aque? l. Que hasta ahora la cultura haya fracasado no es una jus- tificacio? n para fomentar su fracaso como Katherlieschen esparce sobre la cerveza derramada la reserva de preciosa harina. Los in- tegrantes de este comu? n grupo no debieran ni silenciar sus inte- reses materiales ni ponerse a su mismo nivel, sino asumirlos refle- xivamente en su relacio? n y asi? superarlos.
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Plurale tantum. -Si, como ensen? a una teori? a contempora? nea, la nuestra es una sociedad de rackets, entonces su ma? s fiel modelo es justamente lo contrario de lo colectivo, esto es, el individuo como mo? nada. En la persecucio? n de intereses absolutamente par- ticulares por parte de cada individuo puede estudiarse con la mayor precisio? n la esencia de lo colectivo en la sociedad falsa, y poco falta para que desde el principio haya que concebir la orga-
nizacie? n de los impulsos divergentes bajo el primado del yo ajus- tado a la realidad como una i? ntima banda de forajidos con su jefe, secuaces, ceremonial, juramentos, traiciones, conflictos de in- tereses, intrigas y todo lo que resta. No hay ma? s que observar los movimientos con los que el individuo se afirma ene? rgicamente frente a su entorno, como por ejemplo la ira. El iracundo aparece siempre como el jefe de la banda de si? mismo, que da a su incons- ciente la orden de embestir y en cuyos ojos brilla la satisfaccio? n de representar a los muchos que e? l es. Cuanto ma? s situ? a uno el objeto de su agresio? n en si? mismo, tanto ma? s perfectamente repre? senra el opresor principio de la sociedad. En este sentido, tal vez ma? s que en ningu? n otro, es va? lida la afirmacio? n de que lo ma? s in- dividual es lo ma? s general.
24
Tough baby. - Hay un determinado gesto de masculinidad, sea de la propia o de la ajena, que merece desconfianza. Es el que expresa independencia, seguridad en el mandar y la ta? cita conni- vencia entre todos los varones. Antes se llamaba a esto, con teme-
rosa adm iracio? n, el humor del amo. Hoy se ha dernocretiaedo, y los he? roes cinematogra? ficos se lo ensen? an hasta al u? ltimo empleado de banca. El arquetipo lo constituye el sujeto bien parecido que, entrada la noche y vistiendo smoking, llega solo a su piso de sol- tero, conecta una iluminacio? n indirecta y se prepara un whisky con soda. El borboteo cuidadosamente registrado del agua mineral dice lo que la boca arrogante calla: que desprecia cuanto no huela a humo, cuero y crema de afeitar, por tanto ma? s que a nada a las mujeres, y que por eso e? stas corren hacia e? l. El ideal de las rela- ciones humanas esta? para e? l en el club, en los lugares donde el respeto se funda en una atenta desatencio? n. Las alegri? as de estos hombres, o, mejor dicho, de sus modelos, a los que apenas hay viviente alguno que se parezca, porque los hombres son siempre mejores que su cultura, tienen todas algo de violencia latente. En apariencia e? sta amenaza a un otro de quien uno, arrellanado en su sillo? n, hace tiempo que no necesita. En verdad es la violencia
pasada que e? l mismo sufrio? . Si todo placer conserva en sr el an- tiguo displacer, el displacer mismo de sobrellevarlo con orgullo aparece aqui? inesperadamente y sin modificacio? n elevado a este-
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? ? reotipo del placer: al contrario que en el vino, en cada vaso de whisky, en cada calada al cigarro se siente todo el sinsabor que le ha costado al organismo acceder a tan intensas sensaciones, y eso solo es registrado como placer. Los hombres de una pieza se- ri? an asi? en su constitucio? n como generalmente los presenta la accio? n cinematogra? fica: unos masiqulstas. La mentira se esconde en su sadismo, y so? lo en tanto que mienten se convierten en ver- daderos sa? dicos, en agentes de la represio? n. Mas aquella mentira no es otra que la de que la homosexualidad reprimida es la u? nica forma que aprueba el heterosexual. En Oxford se distingue entre dos clases de estudiantes: los tough guys y los intelectuales; estos u? ltimos, por su contras te, casi son sin ma? s equiparados a los afe- minados. Hay mu? ltiples indicios de que el estrato dominante en su camino hacia la dictadura se esta? polarizando en estos dos ex- tremos. Semejante desintegracio? n es el secreto de la integracio? n, de la fortuna de la unidad en la ausencia de fortuna. Al final son los tough guys los verdaderos afeminados, que necesitan de los delicados como vi? ctimas para no reconocer que son iguales a ellos. Totalidad y homosexualidad son hermanas. Mientras el sujeto pe- rece niega todo cuanto no es de su condicio? n. Los contrastes entre el hombre recio y el adolescente sumiso se disuelven en un orden que impone la pureza del principio masculino del dominio. Al ha- cer de todos sin excepcio? n, incluso de los pret endid os sujetos , objetos suyos cae en la pasividad total, en 10 virtualmente feme- nino.
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dos, y ni el propio pasado esta? ya seguro frente al presente, que cada vez que lo recuerda lo consagra al olvido.
26
English spoken. -En mi infancia recibi? a con frecuencia libros como regalo de viejas damas inglesas con las que mis padres esta- ban relacionados: obras juveniles ricamente ilustradas y tambie? n una pequen? a Biblia en tafilete verde. Todos estaban en el idioma de sus donantes: ninguna hebfa pensado si yo podi? a con e? l. La peculiar reserva de aquellos libros, que me sorprendi? an con sus estampas, grandes titulares y vin? etas sin haber podido descifrar el
texto, me infundio? la creencia de que, en general, los libros de esa clase no eran propiamente tales, sino reclamos, quiza? de ma? - quinas como las que produci? a mi ti? o en su fa? brica de Londres. Desde que vivo en pai? ses anglosajones y entiendo el ingle? s, esa impresio? n no ha desaparecido de mi? , sino que ha aumentado. Hay un <<M? ? dchenlied>> de Brahrns sobre un poema de H eyse en el que figuran los versos: <<O Heraeleid, du Ewigkeit! / Selbander nur ist Seligkcit. >> En la edicio? n americana de mayor difusio? n se con- vierten en e? stos: <<O misery, eternity / But two in one were ccstasy.
>> De las antiguas, apasionadas palabras del original se han hecho estribillos para que los repitan las canciones de moda. A su luz artificial reluce el cara? cter de reclamo que ha adquirido la cultura.
27
On parle frall(ais. -Cua? n mtrmamentc se entremezclan sexo y lenguaje lo experimenta quien lea pornografi? a en un idioma extranjero. Para la lectura de Sade en el original no se necesita diccionario. Aun las expresiones ma? s inso? litas de lo indecente, cuyo conocimiento ni escuela, ni casa, ni experiencia literaria al- guna nos lo proporciona, se entienden de un modo sonarnbu? lico, igual que en la infancia las ma? s apartadas alusiones y observacio. nes acerca de lo sexual se desbaratan en la justa representacio? n. Es como si las pasiones cautivas, llamadas por aquellas palabras por su nombre, saltaran, como la valla de su propia represio? n, la de las
No hay que pensar de ellos. -
emigrante queda anulada . Antes era la filiacio? n, hoy e s la
del
experiencia espiritual la que es declarada intransferible y por defi? - nicio? n extran? a. Lo que no esta? cosificado, lo que no se deja nume- rar ni medir, no cuenta. Y por si no fuera suficiente, la misma cosificacio? n se extiende a su opuesto, a la vida que no se puede actualizar de forma inmediata, a lo que siempre pervive como idea o recuerdo. Para ello han inventado una ru? brica especial. Es la de los <<antecedentes>>, y aparece como ape? ndice de los cuestio- narios despue? s del sexo, la edad y la profesio? n. La ya estigmatizada vida es au? n arrastrada por el coche triunfal de los estadi? sticos uni-
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Como se sabe, la vida pasada
? ? palabras ciegas y golpeasen violenta, irresistiblemente en la ma? s reco? ndita celda del sentido que a ellas se asimila.
28
Paysage. - EI defecto del paisaje americano no esta? tanto,
como quiere la ilusio? n roma? ntica, en la ausencia de recuerdos bis- to? ricos como en que la mano no ha dejado ninguna huella en e? l. Ello no se refiere simplemente a la falta de campos cultivados, a los espacios salvajes, sin roturar y a menudo cubiertos de boscaje, sino ante todo a las carreteras. Estas siempre aparecen imprevis- tamente dispersas por el paisaje, y cuanto ma? s lisas y anchas son, tanto ma? s insustancial y violenta resulta su resplandeciente super- ficie en contraste con el entorno excesivamente agreste. Carecen de expresio? n. Como no conocen ninguna huella de pies o ruedas, ningu? n tenue sendero a lo largo de sus ma? rgenes como transicio? n a la vegetacio? n, ningu? n camino hacia el valle, prescinden de 10 amable, apacible y exento de angulosidad de las cosas en las que han intervenido las manos o sus u? tiles inmediatos. Es como si na- die hubiera paseado su figura por el paisaje. Un paisaje desolado y desolador. Lo cual se corresponde con la forma de percibirlo. Porque lo que el ojo apresurado meramente ha visto desde el co- che no puede retenerlo y se pierde dejando tan escasas huellas como las que llega a percibir.
Belleza del paisaje americano: en el ma? s pequen? o de sus seg- mentos esta? inscrita, como expresio? n suya, la inmensa magnitud de todo elpai? s.
En la memoria del exilio, el ciervo asado alema? n sabe como si hubiese sido matado por un cazador furtivo.
En el psicoana? lisis nada es tan verdadero como sus exagera- ciones.
Si uno es o no feliz, puede saberlo escuchando al vientre. Al desgraciado, e? l le recuerda la fragilidad de su casa y le atranca del suen? o ligero tanto como del ensuen? o vivaz. Y al dichoso le canta la cancio? n de su bienestar: su impetuoso soplido le comunica que ya no tiene ningu? n poder sobre e? l.
El sordo rumor, siempre presente en nosotros, de nuestra ex- periencia oni? rica resuena en el despierto en los titulares de Jos perio? dicos.
El mi? tico . . correo de Job. se renueva con la radio. Quien co- munica algo importante con voz autoritaria, anuncia calamidades. En ingle? s soi? em significa solemne y amenazador. El poder de la sociedad detra? s del locutor se dirige por si? solo contra el auditorio.
El pasado reciente se nos aparece siempre como si hubiese sido destruido por una cata? strofe.
La expresio? n de lo histo? rico en las cosas no es ma? s que el tormento pasado.
En Hegel, la autoconciencia era la verdad de la certeza de si? mismo; en palabras de la F(! t/om(! nologi? a: <<el reino nativo de la verdad>>. Cuando esto dejo? de resultarIcs comprensible, los bur- gueses eran euroconsdentes por lo menos de su orgullo de tener un patrimonio. Hoy seli-conscious significa tan so? lo la reflexio? n del yo como perplejidad, como percatacio? n de la propia impotencia:
saber que no se es nada.
En muchos hombres es una falta de vergu? enza decir yo. La paja en tu ojo es la mejor lente de aumento.
29 una cortesi? a de
En el siglo XIX los alemanes pintaron sus suen? os, y en todos los casos les salieron hortalizas. A los franceses les basto? con pin- tar hortalizas, y el resultado fue un suen? o.
En los pai? ses anglosajones las meretrices tienen el aspecto de proporcionar, junto con la ocasio? n del pecado, los castigos del infierno.
FTutillas. - E s
confusio? n de creerse ma? s inteligente que el autor.
al lector la
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Proust
ahorrarle
? ? Aun el hombre ma? s infeliz es capaz de conocer las debilidades del ma? s sobresaliente, y el ma? s estu? pido los errores del ma? s in-
teligente.
Primer y u? nico principio de la e? tica sexual: el acusador nunca
tiene razo? n.
El todo es lo no verdadero.
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Pro domo noslra. -Durante la primera guerra, que como ro- das las anteriores parece paci? fica comparada con la que le sigue, cuando las orquestas sinfo? nicas de muchos pai? ses manteni? an su fanfarrona boca cerrada, Strawinsky escribio? la Historia du so/di
para un conjunto de ca? mara exiguo y lleno de efectos chocantes. Resulto? su mejor partitura, el u? nico manifiesto surrealista so? lido, en el que la sugestio? n oni? rica y convulsiva de su mu? sica revelaba cierta verdad negativa. El supuesto de la pieza era la penuria: ella desmontaba de una forma tan dra? stica la cultura oficial porque junto con los medios materiales le estaba ~~mbie? n vedada. ~u ostentacio? n anticultural. En ella hay una alusio? n a la produccio? n espiritual posterior a aquella guerra, que en Europa ha dejado
una medida de destruccio? n que ni los huecos de aquella mu? sica la hubieran podido son? ar. Progreso y barbarie esta? n hoy tan enmara- n? ados en la cultura de masas, que u? nicamente un ba? rbaro asce? tico opuesto a e? sta y 31 progreso de los medios puede restablecer la ausencia de barbarie. Ninguna obra de arte, ningu? n pensamiento tiene posibilidad de sobrevivir que no conlleve la renuncia a la falsa riqueza y a la produccio? n de primera calidad, al cine en color y a la televisio? n. a las revistas millonarias y a Toscanini. Los
medios ma? s antiguos, los que no se miden por la produccio? n en masa, cobran nueva actualidad: la de lo marginal y la de la impro- visacio? n. So? lo ellos podra? n eludir el frente u? nico de! trust y la te? cnica. En un mundo en el que hace tiempo que los libros no parecen libros, so? lo valen como tales los que no lo son, Como en los comienzos de la era burguesa tuvo lugar la invencio? n de la imprenta, pronto llegara? su revocacio? n por la mimeografia, el u? nico medio adecuado, discreto, de difusio? n.
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Galo por liebre. - Hasta la ma?
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? ? a preparar el buen final. La acentuacio? n del elemento material frente al espi? ritu considerado como mentira desarrolla, con todo, una especie de peligrosa afinidad con la economi? a poli? tica , cuya cri? tica inmanente se practica, comparable a la connivencia entre la polici? a y el hampa. Desde que se ha acabado con la utopi? a y se exige la unidad de teori? a y praxis nos hemos vuelto demasiado pra? cticos. El temor a la impotencia de la teori? a proporciona el pretexto para adscribirse al omnipotente proceso de la produccio? n y admitir as? plenamente la impotencia de la teori? a. Los rasgos ladinos no son ya extran? os al lenguaje marxista aute? ntico, y hoy esta? aflorando cierta similitud entre el espi? ritu comercial y la sobria cri? tica apreciativa, entre el materialismo vulgar y el otro, en la que a veces resulta difi? cil mantener separados el sujeto y el objeto. Identificar la cultura u? nicamente con la mentira es de lo ma? s funesto en estos momentos, porque la primera se esta? con- virtiendo realmente en la segunda y desafi? a fervientemente tal identificacio? n para comprometer a toda idea que venga en su contra. Si se llama a la realidad material el mundo del valor de cambio, pero se considera a la cultura como aquello que siempre se niega a aceptar su dominio, ese negarse es en verdad engan? oso mientras exista lo existente. Mas como el cambio libre y legal mismo es la menti ra, lo que lo niega esta? al mismo tiempo favo- reciendo a la verdad: frente a la mentira del mundo de la mer- canci? a, la propia mentira se convierte en correctivo que denuncia a aque? l. Que hasta ahora la cultura haya fracasado no es una jus- tificacio? n para fomentar su fracaso como Katherlieschen esparce sobre la cerveza derramada la reserva de preciosa harina. Los in- tegrantes de este comu? n grupo no debieran ni silenciar sus inte- reses materiales ni ponerse a su mismo nivel, sino asumirlos refle- xivamente en su relacio? n y asi? superarlos.
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Plurale tantum. -Si, como ensen? a una teori? a contempora? nea, la nuestra es una sociedad de rackets, entonces su ma? s fiel modelo es justamente lo contrario de lo colectivo, esto es, el individuo como mo? nada. En la persecucio? n de intereses absolutamente par- ticulares por parte de cada individuo puede estudiarse con la mayor precisio? n la esencia de lo colectivo en la sociedad falsa, y poco falta para que desde el principio haya que concebir la orga-
nizacie? n de los impulsos divergentes bajo el primado del yo ajus- tado a la realidad como una i? ntima banda de forajidos con su jefe, secuaces, ceremonial, juramentos, traiciones, conflictos de in- tereses, intrigas y todo lo que resta. No hay ma? s que observar los movimientos con los que el individuo se afirma ene? rgicamente frente a su entorno, como por ejemplo la ira. El iracundo aparece siempre como el jefe de la banda de si? mismo, que da a su incons- ciente la orden de embestir y en cuyos ojos brilla la satisfaccio? n de representar a los muchos que e? l es. Cuanto ma? s situ? a uno el objeto de su agresio? n en si? mismo, tanto ma? s perfectamente repre? senra el opresor principio de la sociedad. En este sentido, tal vez ma? s que en ningu? n otro, es va? lida la afirmacio? n de que lo ma? s in- dividual es lo ma? s general.
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Tough baby. - Hay un determinado gesto de masculinidad, sea de la propia o de la ajena, que merece desconfianza. Es el que expresa independencia, seguridad en el mandar y la ta? cita conni- vencia entre todos los varones. Antes se llamaba a esto, con teme-
rosa adm iracio? n, el humor del amo. Hoy se ha dernocretiaedo, y los he? roes cinematogra? ficos se lo ensen? an hasta al u? ltimo empleado de banca. El arquetipo lo constituye el sujeto bien parecido que, entrada la noche y vistiendo smoking, llega solo a su piso de sol- tero, conecta una iluminacio? n indirecta y se prepara un whisky con soda. El borboteo cuidadosamente registrado del agua mineral dice lo que la boca arrogante calla: que desprecia cuanto no huela a humo, cuero y crema de afeitar, por tanto ma? s que a nada a las mujeres, y que por eso e? stas corren hacia e? l. El ideal de las rela- ciones humanas esta? para e? l en el club, en los lugares donde el respeto se funda en una atenta desatencio? n. Las alegri? as de estos hombres, o, mejor dicho, de sus modelos, a los que apenas hay viviente alguno que se parezca, porque los hombres son siempre mejores que su cultura, tienen todas algo de violencia latente. En apariencia e? sta amenaza a un otro de quien uno, arrellanado en su sillo? n, hace tiempo que no necesita. En verdad es la violencia
pasada que e? l mismo sufrio? . Si todo placer conserva en sr el an- tiguo displacer, el displacer mismo de sobrellevarlo con orgullo aparece aqui? inesperadamente y sin modificacio? n elevado a este-
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? ? reotipo del placer: al contrario que en el vino, en cada vaso de whisky, en cada calada al cigarro se siente todo el sinsabor que le ha costado al organismo acceder a tan intensas sensaciones, y eso solo es registrado como placer. Los hombres de una pieza se- ri? an asi? en su constitucio? n como generalmente los presenta la accio? n cinematogra? fica: unos masiqulstas. La mentira se esconde en su sadismo, y so? lo en tanto que mienten se convierten en ver- daderos sa? dicos, en agentes de la represio? n. Mas aquella mentira no es otra que la de que la homosexualidad reprimida es la u? nica forma que aprueba el heterosexual. En Oxford se distingue entre dos clases de estudiantes: los tough guys y los intelectuales; estos u? ltimos, por su contras te, casi son sin ma? s equiparados a los afe- minados. Hay mu? ltiples indicios de que el estrato dominante en su camino hacia la dictadura se esta? polarizando en estos dos ex- tremos. Semejante desintegracio? n es el secreto de la integracio? n, de la fortuna de la unidad en la ausencia de fortuna. Al final son los tough guys los verdaderos afeminados, que necesitan de los delicados como vi? ctimas para no reconocer que son iguales a ellos. Totalidad y homosexualidad son hermanas. Mientras el sujeto pe- rece niega todo cuanto no es de su condicio? n. Los contrastes entre el hombre recio y el adolescente sumiso se disuelven en un orden que impone la pureza del principio masculino del dominio. Al ha- cer de todos sin excepcio? n, incluso de los pret endid os sujetos , objetos suyos cae en la pasividad total, en 10 virtualmente feme- nino.
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dos, y ni el propio pasado esta? ya seguro frente al presente, que cada vez que lo recuerda lo consagra al olvido.
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English spoken. -En mi infancia recibi? a con frecuencia libros como regalo de viejas damas inglesas con las que mis padres esta- ban relacionados: obras juveniles ricamente ilustradas y tambie? n una pequen? a Biblia en tafilete verde. Todos estaban en el idioma de sus donantes: ninguna hebfa pensado si yo podi? a con e? l. La peculiar reserva de aquellos libros, que me sorprendi? an con sus estampas, grandes titulares y vin? etas sin haber podido descifrar el
texto, me infundio? la creencia de que, en general, los libros de esa clase no eran propiamente tales, sino reclamos, quiza? de ma? - quinas como las que produci? a mi ti? o en su fa? brica de Londres. Desde que vivo en pai? ses anglosajones y entiendo el ingle? s, esa impresio? n no ha desaparecido de mi? , sino que ha aumentado. Hay un <<M? ? dchenlied>> de Brahrns sobre un poema de H eyse en el que figuran los versos: <<O Heraeleid, du Ewigkeit! / Selbander nur ist Seligkcit. >> En la edicio? n americana de mayor difusio? n se con- vierten en e? stos: <<O misery, eternity / But two in one were ccstasy.
>> De las antiguas, apasionadas palabras del original se han hecho estribillos para que los repitan las canciones de moda. A su luz artificial reluce el cara? cter de reclamo que ha adquirido la cultura.
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On parle frall(ais. -Cua? n mtrmamentc se entremezclan sexo y lenguaje lo experimenta quien lea pornografi? a en un idioma extranjero. Para la lectura de Sade en el original no se necesita diccionario. Aun las expresiones ma? s inso? litas de lo indecente, cuyo conocimiento ni escuela, ni casa, ni experiencia literaria al- guna nos lo proporciona, se entienden de un modo sonarnbu? lico, igual que en la infancia las ma? s apartadas alusiones y observacio. nes acerca de lo sexual se desbaratan en la justa representacio? n. Es como si las pasiones cautivas, llamadas por aquellas palabras por su nombre, saltaran, como la valla de su propia represio? n, la de las
No hay que pensar de ellos. -
emigrante queda anulada . Antes era la filiacio? n, hoy e s la
del
experiencia espiritual la que es declarada intransferible y por defi? - nicio? n extran? a. Lo que no esta? cosificado, lo que no se deja nume- rar ni medir, no cuenta. Y por si no fuera suficiente, la misma cosificacio? n se extiende a su opuesto, a la vida que no se puede actualizar de forma inmediata, a lo que siempre pervive como idea o recuerdo. Para ello han inventado una ru? brica especial. Es la de los <<antecedentes>>, y aparece como ape? ndice de los cuestio- narios despue? s del sexo, la edad y la profesio? n. La ya estigmatizada vida es au? n arrastrada por el coche triunfal de los estadi? sticos uni-
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Como se sabe, la vida pasada
? ? palabras ciegas y golpeasen violenta, irresistiblemente en la ma? s reco? ndita celda del sentido que a ellas se asimila.
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Paysage. - EI defecto del paisaje americano no esta? tanto,
como quiere la ilusio? n roma? ntica, en la ausencia de recuerdos bis- to? ricos como en que la mano no ha dejado ninguna huella en e? l. Ello no se refiere simplemente a la falta de campos cultivados, a los espacios salvajes, sin roturar y a menudo cubiertos de boscaje, sino ante todo a las carreteras. Estas siempre aparecen imprevis- tamente dispersas por el paisaje, y cuanto ma? s lisas y anchas son, tanto ma? s insustancial y violenta resulta su resplandeciente super- ficie en contraste con el entorno excesivamente agreste. Carecen de expresio? n. Como no conocen ninguna huella de pies o ruedas, ningu? n tenue sendero a lo largo de sus ma? rgenes como transicio? n a la vegetacio? n, ningu? n camino hacia el valle, prescinden de 10 amable, apacible y exento de angulosidad de las cosas en las que han intervenido las manos o sus u? tiles inmediatos. Es como si na- die hubiera paseado su figura por el paisaje. Un paisaje desolado y desolador. Lo cual se corresponde con la forma de percibirlo. Porque lo que el ojo apresurado meramente ha visto desde el co- che no puede retenerlo y se pierde dejando tan escasas huellas como las que llega a percibir.
Belleza del paisaje americano: en el ma? s pequen? o de sus seg- mentos esta? inscrita, como expresio? n suya, la inmensa magnitud de todo elpai? s.
En la memoria del exilio, el ciervo asado alema? n sabe como si hubiese sido matado por un cazador furtivo.
En el psicoana? lisis nada es tan verdadero como sus exagera- ciones.
Si uno es o no feliz, puede saberlo escuchando al vientre. Al desgraciado, e? l le recuerda la fragilidad de su casa y le atranca del suen? o ligero tanto como del ensuen? o vivaz. Y al dichoso le canta la cancio? n de su bienestar: su impetuoso soplido le comunica que ya no tiene ningu? n poder sobre e? l.
El sordo rumor, siempre presente en nosotros, de nuestra ex- periencia oni? rica resuena en el despierto en los titulares de Jos perio? dicos.
El mi? tico . . correo de Job. se renueva con la radio. Quien co- munica algo importante con voz autoritaria, anuncia calamidades. En ingle? s soi? em significa solemne y amenazador. El poder de la sociedad detra? s del locutor se dirige por si? solo contra el auditorio.
El pasado reciente se nos aparece siempre como si hubiese sido destruido por una cata? strofe.
La expresio? n de lo histo? rico en las cosas no es ma? s que el tormento pasado.
En Hegel, la autoconciencia era la verdad de la certeza de si? mismo; en palabras de la F(! t/om(! nologi? a: <<el reino nativo de la verdad>>. Cuando esto dejo? de resultarIcs comprensible, los bur- gueses eran euroconsdentes por lo menos de su orgullo de tener un patrimonio. Hoy seli-conscious significa tan so? lo la reflexio? n del yo como perplejidad, como percatacio? n de la propia impotencia:
saber que no se es nada.
En muchos hombres es una falta de vergu? enza decir yo. La paja en tu ojo es la mejor lente de aumento.
29 una cortesi? a de
En el siglo XIX los alemanes pintaron sus suen? os, y en todos los casos les salieron hortalizas. A los franceses les basto? con pin- tar hortalizas, y el resultado fue un suen? o.
En los pai? ses anglosajones las meretrices tienen el aspecto de proporcionar, junto con la ocasio? n del pecado, los castigos del infierno.
FTutillas. - E s
confusio? n de creerse ma? s inteligente que el autor.
al lector la
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Proust
ahorrarle
? ? Aun el hombre ma? s infeliz es capaz de conocer las debilidades del ma? s sobresaliente, y el ma? s estu? pido los errores del ma? s in-
teligente.
Primer y u? nico principio de la e? tica sexual: el acusador nunca
tiene razo? n.
El todo es lo no verdadero.
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Pro domo noslra. -Durante la primera guerra, que como ro- das las anteriores parece paci? fica comparada con la que le sigue, cuando las orquestas sinfo? nicas de muchos pai? ses manteni? an su fanfarrona boca cerrada, Strawinsky escribio? la Historia du so/di
para un conjunto de ca? mara exiguo y lleno de efectos chocantes. Resulto? su mejor partitura, el u? nico manifiesto surrealista so? lido, en el que la sugestio? n oni? rica y convulsiva de su mu? sica revelaba cierta verdad negativa. El supuesto de la pieza era la penuria: ella desmontaba de una forma tan dra? stica la cultura oficial porque junto con los medios materiales le estaba ~~mbie? n vedada. ~u ostentacio? n anticultural. En ella hay una alusio? n a la produccio? n espiritual posterior a aquella guerra, que en Europa ha dejado
una medida de destruccio? n que ni los huecos de aquella mu? sica la hubieran podido son? ar. Progreso y barbarie esta? n hoy tan enmara- n? ados en la cultura de masas, que u? nicamente un ba? rbaro asce? tico opuesto a e? sta y 31 progreso de los medios puede restablecer la ausencia de barbarie. Ninguna obra de arte, ningu? n pensamiento tiene posibilidad de sobrevivir que no conlleve la renuncia a la falsa riqueza y a la produccio? n de primera calidad, al cine en color y a la televisio? n. a las revistas millonarias y a Toscanini. Los
medios ma? s antiguos, los que no se miden por la produccio? n en masa, cobran nueva actualidad: la de lo marginal y la de la impro- visacio? n. So? lo ellos podra? n eludir el frente u? nico de! trust y la te? cnica. En un mundo en el que hace tiempo que los libros no parecen libros, so? lo valen como tales los que no lo son, Como en los comienzos de la era burguesa tuvo lugar la invencio? n de la imprenta, pronto llegara? su revocacio? n por la mimeografia, el u? nico medio adecuado, discreto, de difusio? n.
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Galo por liebre. - Hasta la ma?
 
        