Leia Vallejo, tendido en un sillon de cuero,
un libro encuadernado en vetusto y amarillento pergamino; los piés
tenia con botas y espuelas puestos en dos sillas y el codo izquierdo
en la esquina de una mesa de piés salomónicos, que sobre su tablero
sustentaban por el momento, y en vez de legajos de papel sellado, un
gran plato de nueces frescas, muy pulcramente peladas, y un pichel de
aquella agradable bebida de limonada y vino que se llamaba
sangría en aquel tiempo viejo, y con la cual templaba el corregidor
el ardiente efecto del oleoso fruto del nogal.
un libro encuadernado en vetusto y amarillento pergamino; los piés
tenia con botas y espuelas puestos en dos sillas y el codo izquierdo
en la esquina de una mesa de piés salomónicos, que sobre su tablero
sustentaban por el momento, y en vez de legajos de papel sellado, un
gran plato de nueces frescas, muy pulcramente peladas, y un pichel de
aquella agradable bebida de limonada y vino que se llamaba
sangría en aquel tiempo viejo, y con la cual templaba el corregidor
el ardiente efecto del oleoso fruto del nogal.
Jose Zorrilla
