Junto con el globo terráqueo, los mapas terrestres
y marinos bidimensionales constituyen durante toda una época los
medios técnicos más importantes para el registro de aquellos pun
tos del lugar situacional Tierra, de los que ya se había retirado la cu
bierta del no-conocimiento.
y marinos bidimensionales constituyen durante toda una época los
medios técnicos más importantes para el registro de aquellos pun
tos del lugar situacional Tierra, de los que ya se había retirado la cu
bierta del no-conocimiento.
Sloterdijk - Esferas - v2
Sólo así, protoco
los de éxtasis se convierten en libros de vi¿ye; y sólo así, las bodegas
se llenan con tesoros procedentes del Nuevo Mundo. Todo barco
en mar abierto encama una psicosis que ha puesto velas; pero ca
da uno de ellos es también un capital flotante, y, como tal, parte de
la permanente revolución del flujo.
12 El movimiento fundamental:
el dinero que regresa
Con todo barco que se lanza al agua los capitales inician el mo
vimiento característico de la revolución espacial de la edad moder
na: vuelta a la tierra por medio del dinero invertido y regreso con
éxito de éste a su cuenta de origen. Retum ofinvestment, ése es el mo
763
vimiento de los movimientos, al que obedecen todas las actas del co
mercio de riesgo. Proporciona un rasgo náutico a todas las opera
ciones de capitales -también a aquellas que no cruzan el mar abier
to- en tanto toda cantidad invertida sólo se explota por una
metamorfosis de la forma de dinero a la forma de mercancía y vice
versa; en forma de mercancía el dinero se expone al mar abierto de
los mercados y ha de esperar -como sólo los barcos, por lo demás-
el feliz regreso a los puertos patrios; en la metamorfosis a mercan
cía va incluida ya, latentemente, la idea de circunvolución terrestre;
se vuelve manifiesta, como tal, cuando los géneros que se cambian
por dinero únicamente se encuentran en mercados lejanos. Por el
regreso del capital flotante del viaje lejano el delirio de la expansión
se convierte en la razón del beneficio. La flota de Colón y sus suce
sores se compone de barcos de locos reconvertidos en barcos racio
nales. El más razonable es el barco que vuelve con mayor seguridad,
ahorrándose para el futuro una nueva fortuna redux para regresos fe
lices regulares402. Yprecisamente porque del dinero invertido en ne
gocios arriesgados se espera que vuelva con un fuerte plus a manos
del inversor, el verdadero nombre de tales rendimientos es revenus:
retornos de dineros ambulantes, cuyo incremento representa el
premio de los inversores por la propiedad cargada de riesgos, rela
tivos al cambio de forma y a la navegación403.
Por lo que se refiere a los locos-razonables comerciantes ultrama
rinos en las ciudades portuarias -todos esos nuevos nacionalistas del
riesgo, los portugueses, los italianos, los españoles, los ingleses, los
holandeses, los franceses, los alemanes, que mostraban sus banderas
por los mares del mundo-, a más tardar en torno al año 1600 sabían
ya calcular sus riesgos, diversificándolos. Aparecen entonces nuevas
tecnologías del riesgo para vencer económicamente al mar y sus es
collos. Seres humanos y propietarios pueden moverse dentro de lo
que se llama un peligro; «una mercancía en el mar» (Condorcet), en
cambio, está expuesta a un riesgo, esto es, a una probabilidad de fra
caso, matemáticamente describible; y frente a esa probabilidad pue
den constituirse comunidades de solidaridad calculadoras: la socie
dad del riesgo como alianza de los codiciosos bien asegurados y de
los locos respetables.
764
Curso del sol en el polo sur,
fotografía tomada en la Scott-Amundsen-Station,
tiempo de exposición ca. 18 horas.
Pues de otro modo que en la Filosofía Eterna, en los negocios só
loesunjugadoryunchifladoquienapuestaporloUno. Elhombre
listo piensa con mucha anticipación y, como todo buen burgués que
calcula correctamente, apuesta por la diferenciación y la diversifi
cación. Se entiende muy bien cómo Antonio, el mercader de Vene-
cia de Shakespeare, podía explicar tan convincentemente por qué
su tristeza no provenía de sus negocios:
My ventures are not in one bottom trusted,
Ñor to one place; ñor is my whole estáte
Upon thefortune of this present year;
Therefore, my merchandise makes me not sad404.
La vista para los negocios de Antonio refleja la sabiduría media
765
de una época en la que el capital flotante había meditado ya du
rante un tiempo sobre el arte de reducir riesgos. No es casual que
los comienzos de los seguros europeos -y de su fundamentación
matemática- se retrotraigan precisamente a ese siglo XVII tempra
no405. El despertar de la idea de seguro en medio del primer perío
do de aventuras de la navegación globalizada testimonia que los
grandes tomadores de riesgos de la sociedad capitalista-burguesa en
alza no querían ahorrar gastos para pasar por sujetos racionales se
rios; lo único que les importaba era abrir una zanja insuperablemente
profunda entre ellos mismos y los locos desordenados. Del impera
tivo de separar razón y locura, una de otra, claramente y para siem
pre, es de donde sacan su legitimación tanto las aseguradoras como
la filosofía moderna. Ambas tienen que ver con técnicas de seguri
dad y de certeza; dado que están interesadas en el control de capi
tales fluctuantes (flujos de mercancías y de dinero, estados de con
ciencia, corrientes de signos), ambas están emparentadas por el
sentido con los modernos sistemas disciplinares, que Michel Fou-
cault ha investigado en sus estudios de ordenación histórica.
13 Entre fundamentaciones y aseguramientos
Sobre pensamiento terrestre y marítimo
El temprano negocio del aseguramiento pertenece a los precur
sores de la Modernidad, en tanto que modernización se define co
mo sustitución adelantada de estructuras simbólicas de inmunidad,
del tipo de las «últimas interpretaciones» religiosas de los riesgos de
la vida humana, por prestaciones técnicas de seguridad. En la pro
fesión de los negocios el seguro sustituye a Dios: promete previsión
frente a las consecuencias de los cambios del destino. Rezar es bue
no, asegurarse es mejor: de esta intuición surge la primera tecnolo
gía de inmunidad, pragmáticamente implantada, de la Modernidad;
a ella seguirán en el siglo XIXlos seguros sociales y las instituciones
médico-higiénicas del Estado del bienestar. (El precio inmaterial
que los modernos pagan por su asegurabilidad es realmente alto,
incluso metafísicamente ruinoso, pues renuncian a tener un desti-
766
Jürgen Klauke, Prosecuritas, Kunstmuseum
de Berna, 1987, durante la instalación.
no, es decir, una relación directa con el absoluto como peligro irre
ductible, y se eligen a sí mismos como casos de una medianía esta
dística que se atavía individualistamente; el sentido de ser[sujeto] se
reduce para ellos a un derecho de indemnización en caso de sinies
tro, regulado por normas. )
Por otra parte, la filosofía moderna sólo produce, en principio,
una reorganización de la inmunidad simbólica bajo el signo de «cer
teza», es decir, una modernización de la evidencia. Quizá el ciclo de
las modernas filosofías civiles, no-monacales, se base en la creciente
demanda de pruebas de no estar loco. Sus clientes ya no son las se
des clericales, los obispados, monasterios y facultades de teología,
sino los hacedores de proyectos en las antecámaras de los príncipes
mundanos y las cabezas emprendedoras en el público —en aumen
to- de gente culta privada, y, finalmente, también lo que con legiti
midad creciente puede llamarse publicidad científica. Quizá la co
rriente racionalista de la filosofía continental que enlaza con el
emigrante Descartes fue sólo, en lo esencial, este intento: el de po
ner bajo los pies una tierra firme, lógica e inquebrantable, a una
nueva especie de ciudadanos-riesgo que piden créditos, especulan
con capitales flotantes y tienen a la vista plazos de amortización.
767
La Karlskirche vienesa, construida
porj. B. yj. E. Fischer von Erlach,
por encargo de Carlos VI, 1716-1739.
Una oferta a la que los británicos, más asentados en el mar, se mos
traron a largo plazo menos receptivos que los europeos continenta
les, que disimularon su hidrofobia menos veces y, además de ello,
tenían que contar, también en sus negocios intelectuales, con una
cuota estatal abusiva406.
768
Francis Bacon, grabado de la portada
de la Instauratio magna, Londres 1620.
La tierra en el círculo de los vientos
que soplan; frontispicio del Mundus subterraneus
de Athanasius Kircher, Amsterdam 1664.
Es significativo de aquella época que en el grabado de la porta
da del Novum organum (1620) de Bacon se vean barcos que regresan,
con la leyenda: «Muchos irán de acá para allá, y la ciencia se desa
rrollará»407. Aquí es como si se desposara el nuevo pensamiento ex
perimental bajo signos pragmáticos con la próspera flota atlándca,
igual que en el ámbito místico el dogo de Venecia, como señor de
la navegación mediterránea, acostumbraba a casarse todos los años
con el mar Adriático. El mismo Bacon compuso, como un Plinio del
capitalismo naciente, una «Historia de los vientos», que comienza di
ciendo que ojalá los vientos hubieran dado a los seres humanos alas
con las que poder volar: si no por los aires, sí sobre los mares408. La
770
totalidad de esos vientos compone lo que más tarde se llamará at
mósfera terrestre. Los marineros del viaje de Magallanes fueron los
primeros en convencerse de la unidad de las superficies terrestre y
marítima dentro de una cobertura de aire respirable por doquier
por los seres humanos. El aliento del hombre de mar consigue el
primer acceso a la globalidad atmosférica real: conduce a los euro
peos al otro lado, a la edad moderna auténtica, en la que se hace va
ler la conexión entre atmósfera terrestre y conditio humana como
idea maestra de un corte epocal profundo, todavía no asimilado
completamente.
Aunque los nuevos centros del saber no podían situarse inme
diatamente en los barcos, sí que habían de mostrar en el futuro cua
lidades de ciudad portuaria. Nueva experiencia sólo llega por im
portación, su posterior elaboración en concepto será asunto de
filósofos: la Ilustración comienza en los diques. El suelo auténtico
de la experiencia moderna es el suelo de los barcos; y ya no aquella
«Tierra» que todavía en el siglo XX el viejo Edmund Husserl, en un
giro desesperadamente conservador, ha calificado de «proto-arché»
o «patria primordial» (se puede hablar aquí de una recaída en la
concepción fisiocrática, según la cual todos los valores y valías pro
ceden de la agricultura y apego al suelo). El intento de Husserl de
colocar en último término todos los conocimientos sobre un suelo-
tierra universal, a saber, el «suelo de la creencia pasiva y universal
en el ser», sigue siendo un terrenismo de índole premodema que
no consigue todavía liberarse de buscar la razón de fondo de tener
un fondo, o fundamento409; y esto en una época en la que ya hacía
mucho tiempo que del marinismo provenían, si no las mejores res
puestas en absoluto, sí desde luego las pragmáticamente más sensa
tas; pues la razón del mar sabe que ha de navegar sobre lasuperfi
cie y que ha de cuidarse de no ir al fondo. El espíritu náutico no
necesita fundamentos sino lugares de intercambio comercial, metas
lejanas, relaciones inspiradoras con los puertos.
Según la forma, una filosofía que hubiera obedecido a su llama
da a formular el concepto de mundo de la edad moderna estaría
destinada a establecerse como Facultad flotante o al menos como
autoridad portuaria de Europa. La miseria de la filosofía europeo-
771
continental, y muy especialmente la de la alemana, ha sido que la
mayoría de las veces permaneció ligada a las atmósferas y morales
de pequeñas ciudades y cortes de provincia, en las que los estudios
filosóficos no podían ser apenas otra cosa que la prosecución, con
otros medios, de la formación del bjyo clero. Incluso los sueños tu-
bingueses con el Egeo, que fueron lo mejor, ciertamente, quejamás
rozó inteligencias alemanas, no pudieron forzar en el pensamiento
idealista su acceso al mar.
Johann Gottfried Herder expresó con precisión el hechizo-mal
dición provinciano alemán: «En la tierra está uno sujeto a un pun
to muerto y encerrado en el pequeño círculo de una situación»; y
opuso a esta claustrosofía, que en muchas partes se presentaba co
mo filosofía, el salto a un elemento completamente diferente: «Oh,
alma, ¿qué será de ti si sales de este mundo? Ha desaparecido el
punto medio estrecho, fijo, limitado, vuelas en el aire o flotas en el
mar: el mundo desaparece para ti. . . Qué nuevo modo de pensar»410.
Podría uno estar tentado de leer esto como si el ánimo alemán vie
ra en la muerte su única oportunidad de globalización.
Desde la mayoría de las capitales de corte y metrópolis conti
nentales, sea Viena, Berlín, Dresden o Weimar, se minusvaloró no
toriamente la dimensión marítima del formato moderno de mun
do. Por lo que se refiere a las filosofías continentales, se colocan
precipitadamente al servicio de una contrarrevolución terrestre que
rechaza instintivamente la nueva situación del mundo; se quiere se
guir abarcando o trascendiendo el todo desde el seguro territorio
nacional, y hacer avanzar el suelo firme frente a las pretensiones de
movilidad náutica. Esto vale tanto para los príncipes nacionales co
mo para los filósofos nacionales. Incluso Immanuel Kant, que afir
maba haber realizado un giro copemicano del espíritu al hacer del
sujeto el emplazamiento de todas las representaciones, nunca tuvo
del todo claro que la que importaba era más la revolución magallá-
nica que la copemicana. ¿De qué vale hacer que los fenómenos ro
ten en tomo al intelecto si éste no persiste en el lugar? Con su in
sistencia en la obligación de residencia del poseedor del cogito, Kant
hubo de errar el rasgo fundamental de un mundo de fluctuaciones.
El famoso pasaje lírico en la Crítica de la razón pura de la isla del en
772
tendimiento puro, el «territorio de la verdad», que se opone deci
didamente al océano, «la verdadera patria de la ilusión», «donde al
gunas nieblas. . . producen la apariencia de nuevas tierras», delata so
bre los motivos -a la defensiva- del negocio crítico del pensamiento
más de lo que el autor estaba dispuesto a confesar: expresa, ante la
Facultad reunida, por decirlo así, eljuramento antimarítimo por el
que la ratio académica se asimila a los puntos de vista de la autoafir-
mación terrestre-regional enraizada; sólo una vez, con toda repug
nancia -se puede decir también: con intención crítica-, atraviesa
ese océano, con el fin de cerciorarse de que el interés de la razón
no tiene allí nada en absoluto que esperar411. Sobre todo, la defensa
de la provincia de Heidegger (que quería decir algo así como: Ber
lín no es para alguien a través del cual, como si fuera a través de un
oráculo grutesco, hable la verdad), cuatrocientos cincuenta años
después de Colón, ciento cincuenta después de Kant, no pudo me
jorar las cosas en este aspecto, desde luego; también él entiende la
verdad como una función ctónica -como una procesión revocable
de tierra, monte y caverna- y sólo concede a lo que llega de lejos un
sentido temporal, no espacial. El pensamiento del todo fue el últi
mo que llegó al barco.
Ya puede anotar Goethe el 3 de abril de 1787, en Palermo, en su
diario del Viaje a Italia:
Si uno no se ha visto rodeado por el mar, no tiene concepto alguno de
mundo, ni de su relación con el mundo412,
que los doctos europeos, casi todos ellos mantenidos y sometidos
por Estados territoriales y príncipes nacionales, preferían, en su
gran mayoría, verse rodeados de muros escolares, paredes de bi
bliotecas y, en todo caso, prospectos ciudadanos. Incluso el aparen
temente muy meditado encomio del mar, como elemento natural de
la industria comunicadora de pueblos, en el famoso parágrafo 247
de la Filosofía del derecho de Hegel -«este supremo médium», «el ma
yor medio de cultura»-, objetivamente no es más que una nota ad
ministrativa, y no adquiere importancia alguna ni para la cultura del
concepto ni para el modo de escritura del filósofo, habitualmente
773
IN * 0 ^
N
sentado en su trono y sin andar vagabundeando por ahí413. Decir la
verdad seguirá siendo, hasta nuevo aviso, una actividad sedente so
bre fundamentos de tierra firme. Romanus sedendo vincit (Varrón)414.
Sólo el gran solitario Schopenhauer, al margen de universidades
e iglesias, consiguió dar el salto, que ya se hacia esperar demasiado,
a un pensamiento que colocaba al comienzo un fundamento fluidi
ficado: su voluntad es la primera manifestación de un océano de los
filósofos, por el que navega el sujeto sobre la cáscara de nuez del
principium individuationis, cobijado en las ilusiones salvadoras de es
pacio, tiempo y yoidad. Con este descubrimiento enlaza Nietzsche y
aquellos vitalistas que declararon la refluidificación de los sujetos
endurecidos como la tarea propia de una filosofía correctamente
entendida. Pero ningún filósofo consiguió formular el auténtico
concepto del sujeto en la era de la movilización, sino un novelista:
Julio Veme, que en el lema de su capitán Nemo, MOBIUS IN MO
BIL! , encontró la fórmula de la época; su divisa, móvil en lo móvil,
expresa con claridad y generalidad insuperable lo que la subjetivi
dad modernizada quiere y debe. El sentido de la gran flexibilización
es el poder de navegar en la totalidad de los lugares accesibles, sin
ser uno mismo fijable, determinable, por los medios de registro y
clasificación de los otros. Realizarse en el elemento fluido como su
jeto: absoluta libertad emprendedora, completa an-arquia415.
Fue un contemporáneo de Schopenhauer, Ralph Waldo Emer
son, quien, con la primera serie de sus Essays de 1841, condujo a la
filosofía a su «evasión americana» y a su reformulación náutica (ra
zón por la cual Nietzsche, ya en la época de sus lecturas de juven
tud, pudo reconocer en él un alma emparentada)416. En él vuelven
a aparecer las tonalidades agresivas del temprano período europeo
774
Fetografía, foto de Lennart Nilsson,
mediados de los años sesenta.
de la liberación de límites en traducción transatlántica. Mucho an
tes, Giordano Bruno, también él un gran autoagitado en su época,
en su escrito Del infinito: el universo y los mundos, aparecido en Vene-
cia en 1583, celebra la emancipación del espíritu humano de la mi
seria de una «naturaleza poco parturienta y madrastra» y de un Dios
mezquino, limitado a un único y pequeño mundo:
No hay bordes ni límites, barreras ni muros, que nos engañaran sobre
la riqueza infinita de las cosas [. . . ]. Eternamente fértil es la tierra y su océa
no. . /17
775
El Nolano describe su propio papel como el de un Colón de los
espacios exteriores, que ha regalado a los terrícolas el saber de que es
posible abrirse paso a través de las cubiertas de ilusión. Igual que Co
lón regresó del viaje al otro lado del Atlántico con la noticia de que
había otra orilla, Bruno quería volver de su viaje al infinito con la nue
va de la no-existencia de un borde supremo. Por arriba y por abajo,
el mundo ha perdido los límites y la resistencia en todas direcciones:
ésa es la noticia teórico-espacial fundamental de la edad moderna
brúnica, y no quiere sonar menos evangélica que la colombina418.
Un cuarto de milenio después le responde el sabio americano
Emerson, en su ensayo sobre los Círculos, implacablemente optimis
ta, con las siguientes palabras:
Toda nuestra vida somos aprendices de la verdad de que siempre pue
de trazarse un círculo en torno a otro; de que en la naturaleza no hay final
alguno, sino que todo final es un inicio [. . . ]. No hay afuera alguno, pared
envolvente alguna, contorno alguno para nosotros. Un ser humano puede
terminar su historia: ¡qué bien, qué concluyente! El llena el horizonte has
ta la línea más extrema. Pero, mirad, por el otro lado se levanta de nuevo
un ser humano y dibuja un círculo en tomo al círculo que acababa de ser
anunciado como límite exterior de la esfera419.
Sólo a partir del siglo XIX tardío la filosofía continental -a des
pecho de todas las restauraciones fenomenológicas, neoidealistas,
neoaristotélicas- pondría rumbo a un colapso general de los ba
luartes absolutista-territoriales de evidencia, que ya sólo podía apla
zarse pero no impedirse. Con un siglo de retraso, incluso algunos
profesores alemanes insinuaron su disposición a enfrentarse con la
cuestión de si los medios especulativos del idealismo terrestre eran
todavía adecuados para la elaboración intelectual de las condicio
nes reales de globalización. También ellos se orientan, más bien, en
los últimos tiempos, en su propio provecho, a los herederos de la
teoría británica del common sense, desde la que resulta más fácil el
tránsito del viejo estándar inconcusum a una cultura globalizada de
la probabilidad; la aproximación teórica a un universo de fluctua
ciones es desde allí, también, menos dolorosa. Esto implica, cierta
776
mente, la conversión de la senda «católica», que relacionaba pobre
za con ventajas de seguridad, en el estilo de vida «protestante» de
corte calvinista, que conecta prosperidad y riesgo, haciéndolos de
pender uno de otro, estimulantemente420. Fue Friedrich Nietzsche
el primero que, como crítico del resentimiento metafísico, logró
conceptuar que el pensamiento filosófico, después de que hablara
Zaratustra, había de convertirse, desde la base, en algo diferente a
un piadoso-racional permanecer y mirar en torno, en el interior de
la esfera divina.
En la competencia de las técnicas modernas de inmunidad se
han impuesto en toda línea los seguros, con sus conceptos y modos
de actuar, frente a los procedimientos filosóficos de certeza. La ló
gica del riesgo controlado se ha mostrado mucho menos costosa y
mucho más existencialmente practicable que la de la última funda-
mentación metafísica. Ante esa alternativa, las grandes mayorías de
las sociedades modernas han sabido decidirse con bastante clari
dad. El seguro vence a la evidencia: en esa frase se decide el destino
de toda filosofía en el mundo técnico. Los Estados Unidos de Amé
rica son la única nación moderna que no ha seguido el camino del
Estado de previsión y seguro, con el efecto de que en ellos la reli
gión, dicho más generalmente: la disposición «fundamentalista»,
mantiene una importancia atípica para la Modernidad. Pero en to
dos los demás sitios, donde la supremacía del pensamiento de se
guros se ha convertido en la característica distintiva de los sistemas
sociales, se produce el cambio de mentalidad, característico de las
sociedades posmodernas del aburrimiento: en ellas las situaciones
no aseguradas se vuelven raras y de las incomodidades puede uno
hasta gozar como de excepciones; el «acontecimiento» se positiviza,
la demanda de vivencias diferentes inunda los mercados. Sólo las so
ciedades aseguradas de cabo a rabo pueden poner en marcha la es-
tetización de las inseguridades e indeterminaciones, que constituye
el criterio de las formas de vida posmodemas y de sus filosofías421.
Pero el espíritu de los seguros ha desalojado de las llamadas so
ciedades de riesgo la disposición precisamente al comportamiento
del que proviene su nombre: de modo que la supuesta sociedad de
riesgo esjusto aquella en la que defado todo lo realmente arriesga-
777
Pieter Claesz, Vanitas,
Nuremberg, ca. 1630, detalle.
do está prohibido, es decir, excluido de la cobertura en caso de si
niestro. Pertenece a las ironías de la Modernidad el que tuviera que
prohibir, retroactivamente, todo lo que se emprendió y arriesgó pa
ra hacerla realidad. De ahí se sigue que la llamada poshistoria sólo
en apariencia representa un concepto histórico-filosófico, en reali
dad representa uno referente a la técnica de seguros; poshistóricas
son todas aquellas situaciones en las que están prohibidas por ley ac
ciones históricas (fundación de religiones, cruzadas, revoluciones,
guerras de liberación, luchas de clases con todos sus rasgos heroicos
y fundamentalistas) a causa de su riesgo no asegurable.
778
Laurent de la Hyre, Geometría, 1649, detalle.
14 Expedición y verdad
En principio, los siglos que siguieron a la primera oleada de na
vegantes-aventureros respondían completamente al impulso de ha
cer del exterior un territorio transitable con seguridad para los euro
peos: fuera mediante el aseguramiento empresarial, fuera mediante
ciencias filosóficas que proporcionaran fundamentaciones últimas.
Con la rutinización y optimación crecientes de la técnica marítima,
la navegación real pierde la mayoría de sus efectos inductores de éx
tasis, y con la reducción del momento aventurero a riesgos residua
les, se acerca al tráfico tranquilo, es decir, aljuego de viajes de ida y
vuelta trivializados, aunque con una cuota de averías, es verdad, que
a los clientes de los servicios de transporte del siglo xx les resultaría
inaceptablemente alta. Reductivamente hay que decir que la per
fecta simetría entre viaje de ida y viaje de vuelta (que define el con
cepto exacto de tráfico) sólo se consigue en tierra, y que sólo después
del establecimiento del tráfico por raíles se realizó ampliamente la
utopía del control total de los movimientos reversibles. No obstan
te, como característica de los viajes por mar en los tiempos heroicos
779
de las expediciones de exploración y comercio, sigue valiendo la
prioridad ininterrumpida del viaje de ida.
Caracteriza la extraversión europea que sus ataques o avances
decisivos siempre porten elementos de éxodo, incluso cuando no
sucede emigración puritana alguna, ni ningún padre peregrino pre
tende reescenificar la salida de Egipto en el Atlántico422. La Moder
nidad no conoce escasez alguna de voluntarios para el papel de pue
blos elegidos, en éxodo. Asimismo, en todos los rincones del
mundo pueden proyectarse sin dificultad territorios de ensueño, y
las salidas hacia ellos tienen a menudo rasgos de ofensivas a lo des
conocido, indeterminado, confuso, muy prometedor: una tensión
que permaneció efectiva en algunas regiones hasta la mitad del si
glo XX, banalizador de todo.
Así, el viaje de exploración o descubrimiento, del que proviene
el nombre de la era, es la forma epistemológica de un aventurismo
que se comporta como un servicio a la verdad. Cuando se expresa
programáticamente el primado del viaje de ida, los viajes lejanos se
presentan como expediciones. En ellas, la penetración en lo descono
cido no es sólo el subproducto de una acción mercantil, misionera
o militar en el espacio exterior, sino que se ejercita como intención
directa. Cuanto más nos acercamos al núcleo caliente de los movi
mientos típicos de la edad moderna, más claro aparece el carácter
de expedición de los vizyes al exterior. Y aunque también numero
sos descubrimientos habría que ponerlos en la cuenta del capitán
Nadie y del almirante Azar, la esencia de la era de los descubri
mientos siguió determinada por la forma empresarial, emprende
dora, llamada «expedición»: se encuentra porque se busca, y se bus
ca porque se sabe dónde podría encontrarse. Hasta el siglo XIX era prácticamente imposible para los europeos permanecer «fuera» sin estar de expedición al menos aspectualmente.
La expedición es la forma rutinaria del buscar y encontrar plan
teados de un modo emprendedor o empresarial. Por su causa, el
movimiento decisivo de la globalización real no es simplemente un
hecho de expansión espacial; pertenece, más bien, al proceso nu
clear de una historia de la verdad típicamente moderna. Es imposi
ble que la expansión pudiera realizarse si no se hubiera planteado
780
técnico-veritativamente y, con ello, técnicamente tout court, como
puesta en evidencia de lo hasta entonces oculto. Esto tenía Heideg-
ger en la cabeza cuando en su poderoso y tremendo artículo «La
época de la imagen del mundo», de 1938, creyó reconocer en la con
quista del mundo como imagen el acontecimiento fundamental de
la edad moderna:
Allí donde el mundo se convierte en imagen, lo ente en su totalidad es
tá dispuesto como aquello gracias a lo que el ser humano puede tomar sus
disposiciones, como aquello que, por lo tanto, quiere traer y tener ante él,
esto es, en un sentido decisivo, quiere situar ante sí. Imagen del mundo,
comprendido esencialmente, no significa por lo tanto una imagen del
mundo, sino concebir el mundo como imagen. Lo ente en su totalidad se
entiende de tal manera que sólo es y puede ser desde el momento en que
es puesto por el ser humano que representa y produce. En donde llega a
darse la imagen del mundo, tiene lugar una decisión esencial sobre lo ente
en su totalidad. Se busca y encuentra el ser de lo ente en la representabili-
dad de lo ente [. . . ].
La imagen del mundo no pasa de ser medieval a ser moderna, sino que
es el propio hecho de que el mundo pueda convertirse en imagen lo que
caracteriza la esencia de la edad moderna [. . . ].
No es de extrañar que sólo suija el humanismo allí donde el mundo se
convierte en imagen [. . . ]. Este nombre designa aquella interpretación filo
sófica del hombre que explica y valora lo ente en su totalidad a partir del
ser humano y para el ser humano [. . . ].
Ser nuevo es algo que forma parte del mundo convertido en imagen4”.
La palabra rectora de la época, «descubrimientos» -un plural
que de hecho designa un fenómeno singular, el superacontecimien-
to de la toma y registro de la tierra-, se refiere, pues, al conjunto de
prácticas mediante las cuales lo desconocido se transforma en co
nocido, lo no-representado en representado, o registrado.
Cara a la mayor parte de la tierra todavía no transitada, no figu
rada, no descrita e inexplotada, esto significa que hubieron de in
ventarse medios y procedimientos para hacer una imagen total y en
detalle de ella. La «era de los descubrimientos» comprende, pues,
781
Toma del mundo por la medición,
grabado del siglo xvi, British Museum, Londres.
la campaña llevada a cabo por los pioneros de la globalización te
rrestre con el fin de colocar imágenes en lugar de las no-imágenes
de antes o «tomas» suyas en lugar de quimeras. Con tal motivo, to
das la tomas de tierra, de mar, de mundo, comienzan con tomas de
imágenes. Con cada una de esas imágenes, que los descubridores
traen a casa, se niega la exterioridad de lo exterior y es reconduci
da a una medida satisfactoria o soportable para un europeo medio.
A la vez, el sujeto que investiga se confronta con las imágenes sumi
nistradas y se retira a los límites del mundo de imágenes: viéndolo
todo, pero no a sí mismo, registrando y anotándolo todo, pero él
mismo sólo delineado por el anónimo «punto de vista».
Por eso la edad moderna, interpretada en la línea de Heidegger,
es también una época «de la verdad»: una era de la historia de la
verdad, que se distingue por un estilo sólo característico de ella en
la producción de patencia. En la Modernidad la verdad ya no se en-
782
Marcación en el mar, en Roberto Grosseteste,
De Sphaera, ca. 1240, primera impresión 1506.
tiende, definitivamente, como aquello que se muestra por sí mismo,
en el sentido de la physisgriega (como «crecimiento de la simiente
del aparecer») o en el senddo de la revelación cristiana, en la que
el Dios infinitamente trascendente proclama, por gracia, lo que a
los medios humanos de conocimiento, abandonados a sí mismos,
les habría resultado imposible descubrir. Estas precomprensiones
antigua y medieval de la verdad se eliminan en la época de la ex
ploración, porque tanto una como otra conciben la verdad como al
go que, por sí mismo y desde sí mismo, antes de cualquier solicitud
humana, acostumbra a aparecer en el desocultamiento: plenamen
te en el sentido de aquella alétheiagriega que significaba algo así
como «manifestación franca»; una concepción a la que Heidegger
escuchó atentamente durante toda su vida, en una actitud de re
ceptividad cultual. Con el inicio de la edad moderna parece que la
verdad misma pasa a la era de su descubrimiento artificial. Desde
ahora sólo puede y debe haber exploración o investigación como
atraco o robo a lo oculto, oscuro. No otra cosa podía pensarse cuan
do el Renacimiento se presentaba como la era del «descubrimiento
del mundo y del ser humano».
Así pues, «descubrimientos» es, en principio, un nombre colec
tivo, recopilador de procedimientos de toma y registro de tipo geo-
técnico, hidrotécnico, etnotécnico y biotécnico, por muy rudimen
tarios y dependientes del azar que fueran al comienzo. Cuando la
reina española exhorta a Colón, en un escrito a mano, a traerle la
783
Antonio Balestra, La Ricchezza della Terra,
Palazzo M ercantile, Bolzano.
mayor cantidad posible de especies de pájaros del Nuevo Mundo, ya
intervienen ahí, también, ocultos bajo la máscara de un plaisirreal,
el impulso técnico y la inquietud registradora, clasificadora. Al final
de esta historia intervencionista abrirán sus puertas los parques zoo
lógicos y botánicos y se incorporarán a las exposiciones modernas
tanto el «reino» animal como el «reino» vegetal (kingdomofanimáis,
kingdomofplañís). Cuando los navegantes doctos, como el Abbé In-
carville, traen fanerógamas de Asia y del mar del Sur para losjardi
nes de los europeos, también ahí interviene el momento técnico, la
actitud cultivadora y trasplantadora. Se ha meditado escasamente
sobre en qué medida las emigraciones de plantas han marcado y po
784
sibilitado las formas de vida de la era moderna424. Incluso lo que a la
luz de la historia de las peripecias aparece como pura turbulencia
aventurera y como improvisación caótica -la travesía de tormentas
en alta mar, la toma precipitada de nuevas imágenes de costa y de
nuevos territorios, así como la identificación de pueblos desconoci
dos-, es ya esencialmente, sin embargo, un proceder técnico. A ello
se puede aplicar sin reservas el dictum heideggeriano: «Técnica es
un modo de desocultamiento».
15 Los signos de los descubridores
Sobre cartografía y fascinación onomástica imperial
Si investigación es eliminar organizada y elaboradamente la oscu
ridad y el ocultamiento: ningún suceso en la historia de las expansio
nes del saber humano cumple esa determinación más dramática y
plenamente que la globalización descubridora y exploradora de la
tierra entre el siglo XVI y el XIX. De esta cruda aventura ha podido de cir, no sin razón, el filósofo de la cultura, temporalmente radical de derechas y más tarde sedado intelectual-conservadoramente, Hans Freyer:
Si la técnica con la que se partió era primitiva o moderna, suficiente o
insuficiente, es un falso planteamiento. Toda técnica es el rearme de una
voluntad hasta el punto,justamente, en que pueda actuar425.
El impulso técnico que había en el modus de los tempranos via
jes de los descubridores aparece más claramente a la luz cuando se
afronta y sigue la cuestión de cómo esas empresas cumplieron el en
cargo típicamente moderno de la elaboración de imágenes del es
pacio atravesado. Ya desde las más tempranas expediciones, los ca
pitanes, y los científicos, dibujantes, escritores y astrónomos que
viajaban con ellos, no tenían duda alguna de que su misión era re
copilar signos concluyentes de sus hallazgos en el exterior e infor
mar de ellos, y esto no sólo en forma de mercancías, muestras o pie
zas de botín, sino también de documentos, mapas y convenios. La
785
travesía por aguas extrañas sólo puede valer como un logro descu
bridor desde el instante en que a una visualización le sigue una ex
ploración, a una observación un acta o un registro, a una toma de
posesión una toma en un mapa. Pues el descubrimiento real de una
magnitud desconocida -de un continente, de una isla, de un pueblo,
de una planta, de un animal, de una ensenada, de una corriente
marina- presupone que se pongan a disposición los medios para re
petir el primer encuentro. Así pues, lo descubierto, si ha de conver
tirse en una posesión segura del señor del conocimiento, no puede
volverjamás al ocultamiento y oscuridad, al Leteo previo, de donde
acaba de ser sacado. Por eso, al hecho del descubrimiento pertene
ce irrenunciablemente la mostración de los medios de registro que
garanticen que la cubierta sobre lo hasta ahora oculto se ha retira
do de una vez por todas. Es consecuente, pues, que los europeos,
desde el Renacimiento, cuando hablan de descubrimiento - décou-
verte, descubrimento, discovery-, se refieran tanto a las cosas como a los
medios para darlas a conocer y mantenerlas a disposición.
Para un gran número de los descubrimientos modernos en el es
pacio abierto de la tierra sólo la lejanía o la distancia espacial de
sempeñó el papel de cubierta ocultadora, pero, con el triunfo sobre
la distancia de los nuevos medios de comunicación, así como por el
establecimiento de condiciones de comunicación que superaban
los océanos, se crearon los presupuestos para retirar la cubierta con
consecuencias duraderas. No es ningún azar histórico-lingüístico
que hasta el siglo XVI la palabra «descubrir» [entdecken] no significa ra literalmente otra cosa que quitar una cobertura de encima de un objeto, es decir, destapar algo conocido, y que sólo después adop tara el sentido de hallazgo de algo desconocido. Entre el primer sentido y el segundo media aquel tráfico globalizante que destapa también lo lejano y consigue quitar sus coberturas a lo desconocido. Desde esta perspectiva puede decirse que la esencia del tráfico des cubridor es el des-alejamiento del mundo. Globalización no quiere decir aquí otra cosa que la aplicación de medios técnicos para eli minar la distancia ocultante. Cuando se acumulan los éxitos de ta les intervenciones, al final, lo no-descubierto mismo puede conver tirse en un ressource escaso. Pertenece a los efectos atmosféricos de
786
la Ilustración, a finales del siglo XX, que las mismas reservas de se cretos de la tierra se consideren ya agotables. Sólo entonces se re valida pragmáticamente la tesis de Colón de que el planeta navegable es «pequeño». Sólo el mundo des-alejado es el mundo descubierto y encogido.
Que la finalidad del descubrimiento es su registro: eso es lo que
proporciona a la cartografía su función histórico-universal. Los ma
pas son el instrumento universal para asegurar y fijar lo descubier
to, en tanto se registra «sobre el globo» y ha de quedar allí como un
hallazgo seguro.
Junto con el globo terráqueo, los mapas terrestres
y marinos bidimensionales constituyen durante toda una época los
medios técnicos más importantes para el registro de aquellos pun
tos del lugar situacional Tierra, de los que ya se había retirado la cu
bierta del no-conocimiento. No en vano, según los usos lingüísticos
de la profesión, los mapas se «levantan» y los datos se «elevan» a
ellos; lever une caríe: levantar un mapa. El auge del mapa a costa del
globo es un indicio de que la globalización como registro pronto lle
gó al detalle más pequeño incluso en el caso de las lejanías más
grandes. Conocedores de la materia interpretan esto como indicio
del tránsito de la exploración extensiva a la intensiva de la tierra.
Mientras que los globos -instrumentos principales en la época de
Colón- adoptaron después tareas sumariamente orientadoras y re
presentativas, sobre todo, y al final incluso decorativas, la importan
cia operativa de los mapas, cada día más exactos, fue haciéndose ca
da vez mayor. Sólo ellos fueron capaces de satisfacer las necesidades
del registro detallado del territorio, haciendo en ello, ocasional
mente, las veces de un registro de la propiedad político. Con los
nuevos atlas aparecen compilaciones de mapas que muestran todas
las partes de la tierra y países a escala interesante. (Cuando la «geo
grafía» se convierte en materia escolar, a partir del siglo XIX, a los niños de escuela europeos se les educa a echar miradas a mapas que cien años antes sólo eran exhibidos ante príncipes y ministros por sus conquistadores-geógrafos retomantes como asuntos secretos di plomáticos y evangelios geopolíticos. ) Para la tendencia general es característica, sobre todo, la creación del mapamundi planisférico, es decir, de aquella representación del mundo que reproducía la es
787
fera como plano, sea en forma de los primeros mapamundis-cora
zón, sea en la de la representación total extendida de continentes y
océanos -como las imágenes de fondo de los programas del tiempo
en los estudios de TV-, o en la del doble hemisferio clásico, con el
Viejo Mundo tolemaico, más rico en tierras, en el disco derecho, y
el Nuevo Mundo pacifico-americano, dominado por las aguas, en el
izquierdo.
El impulso irrefrenable al mapa repite en los medios de repre
sentación de la globalización misma el proceso de conquista del
mundo como imagen, que Heidegger puso de relieve. Pues, cuando
los mapamundis planisféricos arrinconan el globo, sí, cuando Atlas
ya no aparece portando o soportando el globo, sino que está ahí de
lante como libro de mapas encuadernado, entonces triunfa el me
dio bidimensional sobre el tridimensional e, ipsofacto, la imagen so
bre el cuerpo. Tanto desde el nombre como desde la cosa misma,
los planisferios -literalmente las esferas planas- quieren eliminar el
recuerdo de la tercera dimensión, no dominada por la representa
ción, el recuerdo de la profundidad real del espacio. Lo que la his
toria del arte tiene que decir sobre el problema de la perspectiva en
la pintura del Renacimiento apenas roza la superficie de la guerra
mundial por el dominio de la tercera dimensión. Cuando se consi
gue plasmar como por arte de magia esferas sobre papel y simular
profundidades espaciales sobre lienzos, entonces se abren nuevas
posibilidades infinitas a la conquista del mundo como imagen; im
perialismo es planimetría aplicada, el arte de reproducir esferas en
superficies. Sólo se puede conquistar lo que se puede acortar en
una dimensión.
Nada caracteriza tan radicalmente la dinámica político-cognosci
tiva de la globalización temprana como la alianza de cartografía y to
ma de territorio. Cari Schmitt, quien gustaba de presentarse como el
último legitimista de la majestad universal de Europa en la edad mo
derna, pudo ir tan lejos en su estudio El nomos de la Tierra como para
afirmar que, en última instancia, la expansión de los europeos sólo
podía remitirse al título legal que consiguió darle el descubrimiento.
En él se apoyaba la ficción jurídica tanto del «derecho de descubri-
788
Los cuerpos platónicos sirven como
modelos para mediciones terrestres y cósmicas;
El Libro de instrumentos de Petrus Apianus, 1533.
dor» como de un «derecho de comunicación» que iba más allá de los
meros derechos de visita (aquel iuscommunicationisque había defen
dido Francisco de Vitoria en su famosa RelectiodeIndis).
Sólo como descubridores y halladores de costas y culturas extra
ñas los europeos habrían estado en condiciones de convertirse en
señores legítimosde la mayor parte del mundo; y su disposición a
ser-señor sólo se habría entrenado para responder a la responsabi
lidad que les recaía por su aventajada dedicación al ancho mundo.
Según Schmitt, como primero se manifiesta la responsabilidad de
descubridor es en la obligación de reclamar los nuevos territorios,
mediante gestos solemnes de toma de posesión, para los señores eu
ropeos, por regla general los mandantes regios. Junto a la coloca
789
ción de cruces, escudos de piedra, padráos, banderas y emblemas di
násticos, a los momentos más importantes de esa reivindicación per
tenecía el tomar mapas y el dar nombre a los nuevos territorios426.
Estos, según la comprensión europea, sólo podían caer formalmen
te bajo la soberanía de los nuevos señores cuando se habían con
vertido en magnitudes localizadas, registradas, delimitadas y deno
minadas. La unidad de acción de avistamiento, desembarco, toma
de posesión, denominación, mapifícación y formalización mediante
documento público constituye el acto de trascendencia legal y le
galmente completo de un descubrimiento427. A ella se añade, según
Schmitt, la auténtica subordinación de un territorio a la soberanía
legal del descubridor-ocupador. Este regala a los descubiertos los
frutos de haber sido descubiertos, a saber, el privilegio de ser regi
dos y protegidos por éste y por ningún otro señor: una prerrogativa
que ha de encubrir, a la vez, los riesgos de la explotación y repre
sión por un soberano lejano.
El descubrir, como un «encontrar» -relevante en lo relativo al
derecho de propiedad- cosas aparente o realmente sin dueño, no se
habría convertido en un modo peculiar de tomar posesión si no hu
bieran confluido en ese acto motivos del derecho natural del hom
bre de mar. La vieja y venerable equiparación de presa y hallazgo hi
zo -gracias a un hábito de transferencia- de los descubridores de
nuevos territorios algo así como pescadores a quienes no podía dis
cutirse, sin más, el derecho a la posesión legal de sus piezas. En su
gran novela sobre la caza de la ballena, Melville recuerda la dife
rencia entre «pez fijo» y «pez suelto», que hubo de valer como ley
férrea para los pescadores de los mares de la edad moderna; según
ello, el pescado fijo o estacionario (Fast-Fish) pertenecía a aquel que
había llegado primero a él, el pescado suelto (Loose-Fish), por su par
te, se consideraba «blanco legítimo (fair game) para cualquiera que
lo capturara el primero». También la captura en tierra, como hace
notar Melville, seguía esa diferenciación:
¿Qué era América en 1492 sino un pez suelto, en el que Colón plantó los estandartes españoles con el fin de engalanarlo para su regio señor y se ñora? ¿Qué era Polonia para los zares? ¿Qué Grecia para los turcos? ¿Qué
790
India para Inglaterra? ¿Qué es, en definitiva, México para los Estados Uni
dos? ¡Todos peces sueltos! [. . . ].
¿Qué son los derechos humanos y la libertad del mundo sino peces suel
tos? [. . . ]. ¿Quéeslamismaboladelatierrasinounpezsuelto? 428.
Es evidente que Schmitt, tan sensible jurídicamente como mo ralmente calloso, asimiló su teorema de la legitimidad del señorío europeo en virtud del título legal del descubrimiento a la norma an tes descrita de la misión colombina, según la cual el tomador se ima gina como el portador del bien más valioso. Si Colón reconocía en sí mismo al hombre que había llevado la salvación de Cristo al Nue vo Mundo, es lícito que los conquistadores, a quienes defiende en este sentido Schmitt, se creyeran justificados como portadores de los logros europeosjurídicos y civilizatorios.
Pero tales fantasías legitimadoras no son sólo un producto de
una apologética posterior y de muestras ulteriores de falta jurídica
de escrúpulos. Están ellas mismas implicadas en los acontecimien
tos desde el principio. El poeta Luís de Camóes, en el canto cuarto
de su epopeya de la toma del mundo, OsLusíadas,hace aparecer en
sueños al rey portugués Manuel los ríos Indo y Ganges en forma de
dos viejos sabios que le exhortan a poner las riendas a los pueblos
de la India; ante ello, el rey épico decidió pertrechar una flota para
el viaje a la India bajo las órdenes de Vasco de Gama. La poesía mo
derna es poesía del éxito. No en vano, Manuel I, llamado el Afortu
nado, pondría el globo en su escudo, una idea plástica que es imi
tada hoy por innumerables empresas en sus logos y anuncios. En su
siglo, éste era un privilegio que después de Manuel sólo le corres
pondía a un único hombre privado (a aquel Sebastián Elcano que
volvió con la Victoria en 1522 y al que por ello se le había concedido
el derecho de llevar el globo terrestre en el escudo, acompañado
por el lema: primas me árcumdedisti429) y a un territorio de la Corona,
la colonia real portuguesa de Brasil, que todavía hoy muestra la es-
fera-Manuel en su bandera.
Que la asociación de globo y conquista ya poco después se había convertido entre los poetas europeos en una idea fija, generadora de metáforas, lo ilustran algunas líneas del temprano poema dra-
791
Globo imperial con esfera armilar
para don Pedro II de Brasil, 1841.
Bolsa-talismán o globo-imperial-vudú, Guédé,
Haití, en Alfred Métraux, Le voudou ha'itien, 1958.
Primus me circumdedisti:
escudo de Sebastián Elcano.
mático de Shakespeare The Rape ofLucrece [La violación de Lucrecia, probablemente de 1594], cuando el violador, Sexto Tarquinio, con templa el cuerpo descubierto de su víctima durmiente:
Her breasts, like ivory globes circled with blue
. . . A pair of maiden worlds unconquered. . .
These worlds in Tarquin new ambition bred.
794
Según esto, en la organización moderna de la fantasía basta con
que un objeto aparezca redondo y deseable para que se lo pueda
describir como un «mundo» conquistable.
Pero así como la epopeya nacional portuguesa proporciona más
tarde la legitimación heroica a la conquista fáctica, en tanto que de
clara al pueblo en expansión como el elegido entre los pocos pue
blos crisdanos dignos430, así los mapas terrestres y marinos, recién le
vantados por todas partes, actúan en el proceso de ocupación como
medios jurídicos prosaicos y, por decirlo así, como actas notariales
que legidman con suficiencia formal las nuevas condiciones de pro
piedad y dominio. Cuitis carta, eius regio. Quien dibuja el mapa pre
tende haber actuado correctamente desde el punto de vista cultu
ral, histórico,jurídico ypolítico, por más que los libros negros de los
siglos de la colonización presenten retrospectivamente balances fi
nales desoladores.
A las características más llamativas de la expansión europea per
tenecía desde el principio la asimetría entre los descubridores y los
habitantes de los territorios descubiertos. Los territorios ultramarinos
pasaban por ser cosas sin dueño mientras los descubridores-ocu
pantes se imaginaran sin trabas y sin protestas durante el levanta
miento de mapas de zonas nuevas, estuvieran habitadas o deshabi
tadas. A los habitantes de territorios lejanos se les consideraba muy
a menudo, no como sus propietarios, sino como partes del hallazgo
colonial: como su fauna antrópica, por decirlo así, que parecía suel
ta para su caza y cosecha total. En principio, los llamados pueblos
primitivos no podían hacerse imagen alguna de lo que significaba
que los europeos quisieran hacerse una imagen de ellos y de sus te
rritorios. Cuando, al contactar con los indígenas, los descubridores
se daban cuenta de su propia superioridad técnica y mental -para
lo que, en comparación, ofrecieron menos motivo los imperios asiá
ticos e islámicos-, por regla general deducían inmediatamente de
ello su derecho a la toma del territorio y al sometimiento de los te
rritorios recién encontrados a soberanos europeos. Frente a este
proceder tan fatal como violento Cari Schmitt se muestra positivo
sin reservas, incluso retrospectivamente:
795
Reinauguración del Globe Theatre
de Shakespeare el 21 de agosto de 1996,
con una puesta en escena de
The Two Gentlemen of Verona.
Es, pues, completamente falso decir que igual que los españoles descu brieron a los aztecas y a los incas, éstos, al revés, hubieran podido descubrir Europa. A los indios les faltaba la fuerza, atemperada por el conocimiento, de la racionalidad cristiana europea, y sólo significa una ucronía ridicula imaginarse que ellos pudieran haber hecho quizá tomas cartográficas de Europa tan buenas como los europeos las han hecho de América. La supe rioridad espiritual estaba completamente del lado europeo y con tanta fuer za que el Nuevo Mundo podía ser «tomado» simplemente [. . . ].
Los descubrimientos se hacen sin el permiso previo de los descubiertos. Su título legal se basa, pues, en una legitimidad superior. Sólo puede des cubrir quien es suficientemente superior espiritual e históricamente como para comprender con su saber y conciencia lo descubierto. Modificando una expresión hegeliana de Bruno Bauer: sólo puede descubrir aquel que conoce la presa mejor que ésta a sí misma, y consigue someterla por esa su perioridad de la formación y del saber4*1.
796
Según ello, los mapas -sobre todo en el primer momento de la
historia del descubrimiento- son testimonios inmediatos de dere
chos civilizatorios de soberanía. «Una toma cartográfica científica
es, de hecho, un auténdco título legal frente a una térra incógnitor432. »
Se impone la observación de que es el soberano de los mapas quien
decide por un mundo descubierto sobre el estado de excepción: y
un estado así se presenta cuando el descubridor señala o marca un
territorio, descubierto y registrado, con un nuevo señor a la vez que
con un nuevo nombre.
Sería de valor cognoscitivo inconmensurable para la teoría de la
globalización terrestre que contáramos con una historia detallada
de la política geográfica de nombres de los últimos quinientos años.
En ella no sólo se reflejarían las escenas primordiales del descubri
miento y conquista, y las luchas entre las fracciones rivales de des
cubridores y conquistadores.
Más bien, podría mostrarse, asimismo, que en la historia de los
nombres del mundo se desarrolló, a la vez, el lado semántico de un
des-alejamiento del mundo, llevado a cabo por los europeos instin
tivamente en común, como si dijéramos. Sólo pocas regiones cul
turales consiguieron imponer sus propios nombres frente a los des
cubridores; donde se logró, ello remite a la resistencia de reinos
suficientemente poderosos frente a la penetración exterior. En ge
neral, los europeos supieron capturar la mayor parte de la superfi
cie terrestre, como un enjambre de objetos anónimos hallados, en
sus redes de nombres y proyectar sus léxicos al ancho mundo. Los
europeos desenrollan The Great Map ofMankind (Edmund Burke) y
lo llenan de nombres caprichosos. El bautismo de mares, corrientes,
ríos, pasos, cabos, ensenadas y bajíos, de islas y grupos de islas, de
costas, montañas, llanuras y países se convierte durante siglos en
una pasión de cartógrafos europeos y aliados suyos, de los marinos
y comerciantes. Donde éstos aparecen llueven nuevos nombres so
bre el mundo aparentemente mudo hasta entonces.
Pero lo que se bautiza puede volver a bautizarse. La pequeña is
la de las Bahamas, Guanahaní, cuyas costas pisó Colón el 12 de oc
tubre de 1492 como primera tierra del Nuevo Mundo, recibió de él
-bajo sus premisas, obviamente- el nombre de San Salvador: un
797
Mapamundi de Fra Mauro, Murano, 1459.
nombre que en el espíritu de los conquistadores, portadores de ideología también, seguramente representaba lo mejor que lleva ban consigo. Los primeros descubridores prácticamente nunca pu sieron pie en tierra sin creer que mediante su presencia el Dios de Europa se revelaba a los nuevos territorios. Siguiendo ese hábito, conquistadores budistas hubieran tenido que llamar Gautama o Bodhisattva a la isla de Guanahaní, mientras que a invasores musul manes les habría resultado más próximo el nombre de El Profeta. Después de que el pirata inglés John Watlin ocupara en 1680 la isla, entretanto sin habitantes, e hiciera de ella su base, le quedó hasta el
798
WELCOME
TO THE FIRST
LANOFALL OF COLUMBUS
LONG BAY
Placa conmemorativa
en la isla de San Salvador.
comienzo del siglo XX el nombre de Watlin’s Island, como si se die ra por supuesto que la auténtica vocación del pirata fuera tomar po sesión de la herencia del descubridor. Sólo en 1926 se restituyó a la isla del pirata su nombre de pila colombino, no del todo sin con flictos, porque otras cinco islas de las Bahamas pretendían también ser la histórica Guanahaní. La isla que hoy se llama Cuba había re cibido de Colón el nombre de Santa María de la Concepción, con lo que la Sagrada Familia quedaba establecida en el Caribe. La pos terior Haití gozó durante un tiempo del privilegio de llamarse Pe queña España, Hispaniola. De modo análogo, los grandes conquis tadores ataviaron docenas de islas y lugares costeros con nombres de la nomenclatura religiosa y dinástica de Europa, la mayoría de los cuales no tuvieron permanencia histórica.
Ciertamente, el continente que descubrió Colón, el centroame ricano y sudamericano, no se denominó según su nombre, como co rrespondía a las reglas dejuego de la globalización, sino según el de uno de sus rivales en la carrera de la colonización del Nuevo Mun do. A causa de una problemática hipótesis bautismal del cartógrafo alemán Martin Waldseemüller, el nombre feminizado del descubri-
799
Mapa en forma de corazón
de Giovanni Cimerlino, Cosmographia
universalis, Verona 1566.
dor-comerciante Américo Vespucio quedó colgado del continente,
cuya costa oriental, según fuentes inciertas, habría explorado el flo
rentino en el año 1500 hasta la desembocadura del Amazonas. En ese
éxito denominador se refleja la fuerza impositiva de un mapamundi
planisférico, con forma de corazón aproximadamente, publicado
por Waldseemüller el año 1507, que (junto con el mapa Contarini de
1506, aparecido en forma de grabado al cobre)4Srepresenta el mapa
más antiguo impreso por el procedimiento xilográfico.
A su éxito -parece que tuvo una tirada de mil ejemplares, de los
que extrañamente sólo se ha conservado uno (conocido)- contri
800
buyo un escrito geográfico acompañante, que tuvo que ser reim
preso tres veces en el mismo año de su aparición, 1507. Del mismo
tiempo procede el globo-Waldseemüller, en el que aparece la mis
ma propuesta nominativa -América- para la mitad sur del Nuevo
Mundo. Queda por considerar si no fue la forma de corazón del ma
pa -aunque no está tan perfectamente desarrollada como en los ma
pamundi-corazón posteriores de Oronce Finé y Giovanni Cimerli-
no434- la que contribuyó decisivamente al triunfo de la osada pieza
cosmográfica de Waldseemüller, pues ¿qué podría ser más enterne-
cedor para la imaginación representante del mundo que la idea de
figurar todo el contenido de superficie de la esfera terrestre sobre
un gran corazón? El hecho de que Waldseemüller se retractara des
pués de su error referente a Vespucio ya no podría detener la mar
cha triunfal del nombre lanzado por él4S\
El Globe Vert parisino de 1515 parece ser el primero sobre el que
el nombre de América se transfiere también a la parte norte del do
ble continente. Pero durante mucho tiempo circularon no pocas
denominaciones rivales para esa parte del mundus novus; así, toda
vía en 1595, en un mapa de Michel Mercator, aparece como America
sive Nava India; en un mapa veneciano de 1511, a su vez, el conti
nente de Colón se llama Terra sanctae crucis; en un mapamundi ge-
novés de 1543 el continente norteamericano en total aparece sin
nombre, mientras que el del sur sigue registrado inespecíficamente
como mundus novus. Durante siglos figuró el nordeste norteameri
cano como Nova Francia o Terrafrancisca, mientras que al oeste y me
dio-oeste nominadores británicos lo llamaron Nueva Albión.
La posterior Nueva Inglaterra, es decir, la costa este norteameri
cana, a su vez, llevó temporalmente el nombre de Nova Belgia, que se
refería a Nueva Holanda, mientras que Australia se llamaba Hollan-
dia nova en el siglo XVII. En estas huellas intrincadas del temprano
nacionalismo nominal se anuncia ya la era de los imperialismos bur
gueses sobre la base de los Estados nacionales capitalizados. Duran
te toda una era el prefijo «nueva» se manifestó como el módulo más
poderoso de creación de nombres, al que sólo fue capaz de hacer
competencia durante un tiempo el prefijo «sud», mientras duró la
carrera por la conquista de la térra australis,, el hipotético continen-
801
Planisferios de Rumold Mercator, 1587.
te gigantesco en la mitad sur del globo. Con el bautizo de nuevas
ciudades (Nueva Amsterdam), nuevos territorios (Nueva Helvecia),
territorios del sur (Georgia del Sur, Nueva Gales del Sur), islas de
santos (San Salvador), archipiélagos de monarcas (Filipinas) y paí
ses de conquistadores (Colombia, Rhodesia), los europeos gozaban
del derecho de clonar semánticamente su propio mundo y de apro
piarse de los puntos lejanos y extraños mediante el retorno léxico
de lo mismo.
En la suma de sus efectos nunca se podrá valorar suficientemen
te el papel de la cartografía en el proceso de la globalización real in
cipiente. No sólo sirven los mapas y los globos como grandes recla
mos de los primeros tiempos de descubrimiento; no sólo hacen las
veces, por decirlo así, de libros fundiarios y certificados de docu
mentos de tomas de posesión notarialmente legalizadas, y de archi
vos del saber de localización que se fue acumulando en el transcur
so de siglos, y, además, de planos de líneas de navegación. Son, a la
vez, los medios de recuerdo del tiempo de los descubrimientos, en
los que están registrados innumerables nombres de héroes marinos
y descubridores de lejanas partes del mundo: desde la ruta de Ma
gallanes en el sur patagónico hasta la bahía de Hudson en el norte
de Canadá, desde Tasmania en el mar del Sur hasta el cabo sibéri-
co de Cheljuskin, desde las cataratas Stanley del Congo hasta la ba
rrera Ross en la Antártida. En paralelo a la historia de los artistas,
que se perfiló en la misma época, la historia de los descubridores se
creó su propio pórtico de gloria sobre los mapas. Una buena parte
de las acciones posteriores de descubrimiento ya eran torneos entre
candidatos a la glorificación en la historia cartografiada. Mucho an
tes de que el arte y la historia del arte hicieran fructífero para sí el
concepto de vanguardia, los avanzados en el registro de la Tierra es
taban ya en camino en todos los frentes de futura gloria cartográfica.
A menudo, partían de los puertos europeos en calidad de gentes
que, en caso de éxito, quedarían como los primeros en haber llega
do a tal o cual punto. Sobre todo, proyectos teatrales como la «con
quista» del Polo Norte y del Polo Sur se realizaron, desde el princi
pio, plenamente bajo el signo de la obsesión de inmortalidad, para
804
America Terra Nova», Martin Waldseemüller,
mapamundi, Estrasburgo 1513.
la cual la suprema gloria era entrar en los recordsde la historia de los
descubrimientos. También el alpinismo era una forma de juego de
la histeria de la avanzada, que no quería dejar inconquistado nin
gún punto eminente de la superficie terrestre. La caza de gloria que
prometían las primeras conquistas de los polos siguió siendo du
rante mucho tiempo la expresión más pura del delirio letrado. Ya
no son reproducibles para los contemporáneos de la aviación y de
la astronáutica las fascinaciones populares y el prestigio científico
que iban unidos en torno al año 1900 a ambos proyectos polares.
Los polos de la tierra no sólo encarnaban el ideal de la lejanía des
habitada y de lo difícilmente accesible, más bien en ellos estaba fi
jado aún el sueño de un centro absoluto o de un punto nulo axial,
que apenas era otra cosa que la prosecución de la búsqueda de Dios
en el elemento geográfico y cartográfico.
En este contexto es oportuno recordar que la época en la que
Sigmund Freud se había de hacer un nombre como el «descubridor
del inconsciente» vivió, a la vez, el punto álgido de las carreras por
llegar a los polos y la gran coalición de los europeos para borrar las
últimas manchas blancas sobre el mapa de Africa. Por su carácter
descubridor y fundador, la empresa Psicoanálisis pertenece a la épo
ca de los empire builders del tipo de Henry Morton Stanley y de Cecil
Rhodes («si pudiera anexionaría los planetas»). A este tipo ascendió
poco tiempo después Cari Peters (1856-1918),joven docente privado
en Hannover, nacido el mismo año que Freud, que sería el fundador
del Africa oriental alemana, y que con su escrito filosófico de 1883,
«Mundo de voluntad y voluntad de mundo», había efectuado con
ceptualmente, de antemano, la imperialización del fundamento de
la vida. Aunque en vagos contornos, ¿no fue registrado ya el in
consciente sobre los mapas del espíritu reflexionante desde la época
del joven Schelling? ¿No resultaba fácil afirmar que, por fin, tam
bién su oscuro interior estaba maduro para la «hoz de la civiliza
ción»? Freud, que recibió con interés las obras de los conquistado
res científicos de Africa, Stanley y Baker, al decidirse, en su propio
camino hacia la fama, por «la auténtica Africa interior»436dentro de
la psique de cada ser humano, demuestra con esa elección de su di
rección investigadora un excelente instinto imperial. Es verdad que
806
Preparaciones para el entierro
de Cecil Rhodes, 1902.
la expedición austrohúngara al Ártico, de 1872 a 1874, dirigida por
Karl Weyprecht yJulius von Payer, alcanzó éxito de estima por el
descubrimiento y nominación del territorio Emperador-Francisco-
José y de la isla Príncipe-Rodolfo, pero sus resultados, vistos en con
junto, sólo mantuvieron una importancia fría y provinciana. El cien
tificismo, seguro de triunfo, de Freud se manifiesta en el hecho de
que éste no reclama para sí una isla en la periferia fría, sino todo un
continente caliente y centralmente situado; su ingenio se impuso de
modo impresionante cuando consiguió, gracias a sus mapas topo-
lógicos, adquirir el inconsciente de fado como el territorio Sig-
mund-Freud. También tomó a sus espaldas estoicamente la carga
del hombre blanco cuando, resumiento su obra, declaró: «El psi
coanálisis es un instrumento que ha de posibilitar al yo la conquista
progresiva del ello»437. Si las tristes tropas del ello, también entre
tanto crecientes, son administradas por nuevos ocupadores, y si ca-
libanes no analizados anuncian su descolonización, las viejas marcas
freudianas del territorio, sin embargo, siguen viéndose muy bien.
Lo que resulta incierto es si, con el tiempo, siguen teniendo algo
más que interés turístico.
16 El exterior puro
Igual que la alusión de Freud al dark continent del inconsciente438,
también la referencia a los «horrores del hielo y de la oscuridad»439,
que encontraban los viajeros polares, se presta para traer a su luz co
rrecta el sentido esferológico de los proyectos descubridores en la
época de la globalización. Cuando comerciantes y héroes europeos
partían para «tomar» puntos lejanos en el globo, sólo podían con
cebir sus propósitos en tanto el espacio-lugar globalizado estaba
proyectado como un exterior abierto y transitable. Todos los pro
yectos europeos de toma de la tierra y del mar40apuntan a espacios
exosféricos que, desde el punto de vista de las tropas expediciona
rias, no pertenecen en modo alguno, en principio, a su propio mun
do de la vida. Aquí ya no vale la información topológico-existencial
de Heidegger: «En el ser-ahí hay una tendencia esencial a la cerca
nía»441. La característica más fuerte de la exterioridad es que no es
algo que esté «ya» colonizado por habitar en ella, más bien sólo se
supone en ella la posibilidad de colonización en tanto se la anticipa
proyectivamente (de lo que se sigue que la diferencia entre habitar
y explotar nunca queda ya clara). También aboca al vacío la sutil te
sis de Merleau-Ponty: «El cuerpo no está en el espacio, habita en
él»442. La observación del mismo autor, que la ciencia manipula las
cosas y rehúsa «habitarlas»443, vale también para la piratería y el co
mercio mundial; ninguno de los dos tienen una relación de habita
ción con el mundo. Para el ojo de los piratas y de los liberales ya no
es verdad que el ojo «habita» el ser «como el ser humano su casa»444.
De hecho, los navegantes y colonizadores, por no hablar de los despe-
808
rodos y degradados del Viejo Mundo, están diseminados fuera más
bien como cuerpos locos en un espacio deshabitado, y sólo en po
cas ocasiones llegan a encontrar en él, por transferencia de domes-
ticidad, lo que conceptualmente se puede llamar una segunda patria.
En el espacio exterior se recompensa a un tipo de ser humano que,
a causa de la debilidad de sus ligazones con los objetos, puede pre
sentarse en todas partes como dirigido desde dentro, infiel, dispo
nible445.
Quizá se explique por ello, al menos en parte, la misteriosa lige
reza con la que los hombres que se encuentran fuera como enemi
gos se aniquilan eventualmente unos a otros. Visto como cuerpo en
el espacio exterior, el otro no es un convecino de una esfera común
mundano-vital ni un compartidor de un cuerpo sensible-ético de re
sonancia, de una «cultura» o de una vida compartida, sino un factor
discrecional de circunstancias externas bienvenidas o no bienvenidas.
Si el problema psicodinámico de la existencia sedentaria sobrepro
tegida fuera el masoquismo-container, éste será el del exterminismo
extremadamente desasegurado y expuesto: un fenómeno parasádi
co que donde más inequívocamente se dio a conocer fue ya en los
desenfrenos de los cruzados cristianos del siglo XII.
Sin ninguna razón especial, durante su primer viaje a la India,
en 1497, Vasco de Gama hizo quemar y hundir, tras un pillaje exi
toso, un barco mercante árabe con más de doscientos peregrinos a
la Meca, incluidos mujeres y niños, a bordo: preludio de una histo
ria universal de atroces delitos externos. El proceder generalizado
de exterminio se libera de pretextos y, como pura aniquilación, se
sitúa en una zona más allá de guerra y conquista. En las colonias y
sobre los mares más allá de la línea se ejercita el exterminio que vol
verá en el siglo XX a los europeos bajo la forma de guerra total.
Cuando sucede en el exterior, la lucha contra un enemigo ya no se
diferencia claramente del exterminio de una cosa. La disposición
para ello se basa en la alienación espacial: en los desiertos de agua
y en los nuevos territorios de la superficie terrestre los agentes de la
globalización no se comportan como habitantes de un territorio
propio; actúan como desenfrenados que no respetan en ninguna
parte las ordenanzas de la casa de la cultura. Como gentes que de
809
jan su casa, los conquistadores atraviesan el espacio enrasado, sin
que por ello hayan entrado en la «senda» en sentido budista. Cuan
do salen de la casa común del espacio de mundo interior de la vie
ja Europa dan la impresión de individuos que se han desprendido
como proyectiles de todos los dispositivos fijadores de antes, con el
fin de moverse en una no-proximidad y no-esfera general, en un
mundo exterior, liso e indiferente, de recursos, que se dirige sólo
por órdenes y apetitos y se mantiene en forma por crueldad-fitness.
Tanto en un sentido estricto como más amplio, los éxitos de arriba
da de esos desarraigados de la tierra decidirán un día si son víctimas
de sus impulsos interiores de huida y se pierden en la nada como
embrutecidos psicóticos de expedición, o si consiguen, mediante
«nuevas relaciones de objeto», como si dijéramos, la restauración de
las condiciones de tierra firme, la renovada instalación doméstica
en un mundo lejano, o en el viejo reencontrado. Seguramente con
razón, Cari Schmitt llamó la atención sobre el papel de las «líneas
de amistad» estipuladas por los navegantes europeos, cuyo sentido
fue delimitar un espacio civilizado más allá del cual pudiera co
menzar formalmente el exterior completamente caótico como es
pacio sin ley446.
17 Teoría del pirata
El horror blanco
En este contexto, la piratería,junto con el comercio de esclavos
el fenómeno cumbre de la temprana criminalidad de la globaliza-
ción, adquiere un significado histórico-filosóficamente pregnante,
dado que representa la primera forma de empresa del ateísmo ope
rativo: donde Dios ha muerto -o donde no mira, en el espacio sin
Estado, en el barco sin clérigos a bordo, en los mares sin ley fuera
del contorno de las zonas de respeto estipuladas, en el espacio sin
testigos, en el vacío moral beyond the Une-, allí es todo posible de he
cho, y allí se produce a veces, también, la más extrema atrocidad
real que pueda darse en absoluto entre seres humanos. La lección
de ese capitalismo de presa resuena largo tiempo: los modernos se
810
Vargas Machuca, Descripciones
de las Indias occidentales, 1599.
imaginan los peligros del desenfreno libertario y anarquista desde
el ateísmo pirata; también en él está la fuente de la fobia neocon-
servadora a los pardsanos. El miedo, notorio desde la Antigüedad,
de los mantenedores del orden a los renovadores se transforma en
el miedo del hombre de tierra al empresario marino, en el que aso
811
ma el pirata por más que lleve chistera y sepa usar un cubierto de
pescado en la mesa. Por eso, ningún terráqueo puede imaginarse
sin horror una situación del mundo en la que el primado de lo po
lítico -y eso significa aquí: de tierra firme- ya no estuviera vigente.
Pues ¿qué planes criminales trae el pirata en su bolsillo interior
cuando baja a tierra? ¿Dónde trae ocultas sus armas? ¿Con qué ar
gumentos venales hace encarecióles sus especulaciones? ¿Bajo qué
máscaras humanitarias presenta sus locas intenciones? Desde hace
doscientos años los ciudadanos discriminan sus miedos: el anarco-
marítimo se convierte en tierra, en el mejor de los casos en un Ras-
kolnikov (que hace lo que quiere, pero se arrepiente), en casos no
tan buenos en un Sade (que hace lo que quiere y niega además el
arrepentimiento), y en el peor de los casos en un neoliberal (que
hace lo que quiere y, por citar a Ayn Rand, se enorgullece de ello).
Con la figura del capitán Ahab, Hermán Melville erigió el mo
numento culmen a los seres humanos caídos, a los navegantes sin
retomo, que pasan fuera sus «últimos días despiadados». Ahab en
carna el lado luciferino, perdido, de la navegación euroamericana:
sí, el lado nocturno del proyecto de la Modernidad colonial y de su
pillee de la naturaleza, proyecto que sólo sale adelante por voladu
ras de esferas y asolamientos de la periferia. Desde el punto de vista
psicológico o microsferológico es del todo evidente que el sosias in
terior y exterior del navegante poseso no adopta una figura perso
nal. El genius de la existencia de Ahab no es un espíritu en el ámbi
to de proximidad, y, sobre todo, no es un señor en la altura, sino un
Dios de abgyo y de fuera, un soberano animal, saliendo de un abis
mo que hace escarnio de cualquier aproximación: esa ballena blan
ca, precisamente, de la que el autor hizo observar en sus epígrafes
etimológicos:
El nombre de ese animal viene de encorvadura o de arrollamiento, pues
en danés hvalt significa curvo o abombado (Webster's Dictionary).
Ballena viene más inmediatamente aún del holandés y alemán waüen;
e n a n g l o s a j ó n w a l w i a n : a r r o l l a r , r e v o l c a r s e ( R i c h a r d s o n *s D i c t i o n a r y
812
Por su mayestática figura ondeante la ballena resulta para quie
nes la admiran y odian el modelo de una fuerza que en inquietan
tes profundidades marinas gira exclusivamente en sí misma. La ma
jestad y fuerza de Moby Dick representan la resistencia eterna de
una vida insondable a las motivaciones de los cazadores. Su blancu
ra representa a la vez el espacio no-esférico, liso, en el que los viaje
ros se sentirán defraudados en toda esperanza de intimidad, en to
do sentimiento de llegada y de nueva patria. No es en vano el color
que los cartógrafos reservaban para la térra incógnita,. Melville llama
ba al blanco «el omnicolor de un ateísmo que nos arredra»448, por
que nos recuerda, como la blanca profundidad de la Vía Láctea, el
«vacío impasible y la inconmensurabilidad del universo»; nos em
papa de la idea de nuestra aniquilación en el exterior indiferente.
Por ello tiene ese color la ballena de Ahab, porque simboliza una
exterioridad que no es capaz de otra apariencia, ni la necesita. Pero
cuando el exterior como tal deja verse,
entonces el mundo queda ante nosotros como paralizado y como inva
dido por la lepra, y, como un viajero testarudo en Laponia que se niega a
ponerse unas gafas oscuras, el lamentable incrédulo mira a ciegas al infini
tosudarioblancoenelqueelmundoseenvuelveentomoaél49.
Casi un siglo antes de que Sartre hiciera decir a una figura de
drama: el infierno son los otros, Melville había tocado fondo más
profundo: el infierno es lo exterior. En ese inferno metódico, en esa
indiferencia de un espacio en el que no se produce habitar alguno,
es donde están desparramados los modernos individuos-punto. Por
eso, lo que importa no es sólo, como decían los existencialistas, me
diante un compromiso libremente elegido fijarse uno mismo una
dirección y un proyecto en el espacio absurdo; tras el desaire gene
ral del ser humano sobre las superficies de la tierra y de los sistemas,
lo que importa es, más bien, habitar el exterior indiferente como si
pudieran estabilizarse en él burbujas animadas a plazo más largo.
Aún a la vista del sudario que se extiende sobre todo, los seres hu
manos tienen que mantener la apuesta de conseguir tomar sus re
laciones mutuas, en un espacio interior a crear por ellos, tan en se
813
rio como si no hubiera hechos exteriores. Las parejas, las comunas,
los coros, los equipos, los pueblos e Iglesias, están comprometidos
todos ellos, sin excepción alguna, en frágiles creaciones de espacio
frente a la primacía del infierno blanco. Sólo en tales receptáculos
autoconstruidos se hará realidad lo que quiere decir la marchita pa
labra solidaridad en su nivel de sentido más radical. Las artes de vi
vir de la Modernidad intentan crear no-indiferencia en lo indife
rente. Incluso en un mundo espacialmente agotado, esto coloca el
proyectar e inventar en un horizonte inagotable450.
Yquizá sólo entonces existan, en absoluto, «pueblos libres» -de
los que hablaba el siglo XIX, sin comprender que sólo ayudaba con
ello al surgimiento de formas más modernas de colectivos de obse
sión- como asociaciones de seres humanos que se unan de nuevo
en vistas a una indiferencia realmente unlversalizada de un modo
no visto hasta ahora, sólo vagamente anticipado por Iglesias y aca
demias.
18 La edad moderna
y el síndrome de tierra virgen
En la sala de lectura del moderno anejo a la Library of Congress
hay colocada una inscripción de Thomas Jefferson que conceptúa-
liza como ninguna otra expresión el espíritu de la época de las to
mas de territorios: «La Tierra pertenece siempre a la generación viva.
Por eso, durante su período de usufructo, ellos pueden adminis
trarla, con sus productos, como quieran. También son señores de
sus propias personas y pueden regirse, en consecuencia, como quie
ran».
los de éxtasis se convierten en libros de vi¿ye; y sólo así, las bodegas
se llenan con tesoros procedentes del Nuevo Mundo. Todo barco
en mar abierto encama una psicosis que ha puesto velas; pero ca
da uno de ellos es también un capital flotante, y, como tal, parte de
la permanente revolución del flujo.
12 El movimiento fundamental:
el dinero que regresa
Con todo barco que se lanza al agua los capitales inician el mo
vimiento característico de la revolución espacial de la edad moder
na: vuelta a la tierra por medio del dinero invertido y regreso con
éxito de éste a su cuenta de origen. Retum ofinvestment, ése es el mo
763
vimiento de los movimientos, al que obedecen todas las actas del co
mercio de riesgo. Proporciona un rasgo náutico a todas las opera
ciones de capitales -también a aquellas que no cruzan el mar abier
to- en tanto toda cantidad invertida sólo se explota por una
metamorfosis de la forma de dinero a la forma de mercancía y vice
versa; en forma de mercancía el dinero se expone al mar abierto de
los mercados y ha de esperar -como sólo los barcos, por lo demás-
el feliz regreso a los puertos patrios; en la metamorfosis a mercan
cía va incluida ya, latentemente, la idea de circunvolución terrestre;
se vuelve manifiesta, como tal, cuando los géneros que se cambian
por dinero únicamente se encuentran en mercados lejanos. Por el
regreso del capital flotante del viaje lejano el delirio de la expansión
se convierte en la razón del beneficio. La flota de Colón y sus suce
sores se compone de barcos de locos reconvertidos en barcos racio
nales. El más razonable es el barco que vuelve con mayor seguridad,
ahorrándose para el futuro una nueva fortuna redux para regresos fe
lices regulares402. Yprecisamente porque del dinero invertido en ne
gocios arriesgados se espera que vuelva con un fuerte plus a manos
del inversor, el verdadero nombre de tales rendimientos es revenus:
retornos de dineros ambulantes, cuyo incremento representa el
premio de los inversores por la propiedad cargada de riesgos, rela
tivos al cambio de forma y a la navegación403.
Por lo que se refiere a los locos-razonables comerciantes ultrama
rinos en las ciudades portuarias -todos esos nuevos nacionalistas del
riesgo, los portugueses, los italianos, los españoles, los ingleses, los
holandeses, los franceses, los alemanes, que mostraban sus banderas
por los mares del mundo-, a más tardar en torno al año 1600 sabían
ya calcular sus riesgos, diversificándolos. Aparecen entonces nuevas
tecnologías del riesgo para vencer económicamente al mar y sus es
collos. Seres humanos y propietarios pueden moverse dentro de lo
que se llama un peligro; «una mercancía en el mar» (Condorcet), en
cambio, está expuesta a un riesgo, esto es, a una probabilidad de fra
caso, matemáticamente describible; y frente a esa probabilidad pue
den constituirse comunidades de solidaridad calculadoras: la socie
dad del riesgo como alianza de los codiciosos bien asegurados y de
los locos respetables.
764
Curso del sol en el polo sur,
fotografía tomada en la Scott-Amundsen-Station,
tiempo de exposición ca. 18 horas.
Pues de otro modo que en la Filosofía Eterna, en los negocios só
loesunjugadoryunchifladoquienapuestaporloUno. Elhombre
listo piensa con mucha anticipación y, como todo buen burgués que
calcula correctamente, apuesta por la diferenciación y la diversifi
cación. Se entiende muy bien cómo Antonio, el mercader de Vene-
cia de Shakespeare, podía explicar tan convincentemente por qué
su tristeza no provenía de sus negocios:
My ventures are not in one bottom trusted,
Ñor to one place; ñor is my whole estáte
Upon thefortune of this present year;
Therefore, my merchandise makes me not sad404.
La vista para los negocios de Antonio refleja la sabiduría media
765
de una época en la que el capital flotante había meditado ya du
rante un tiempo sobre el arte de reducir riesgos. No es casual que
los comienzos de los seguros europeos -y de su fundamentación
matemática- se retrotraigan precisamente a ese siglo XVII tempra
no405. El despertar de la idea de seguro en medio del primer perío
do de aventuras de la navegación globalizada testimonia que los
grandes tomadores de riesgos de la sociedad capitalista-burguesa en
alza no querían ahorrar gastos para pasar por sujetos racionales se
rios; lo único que les importaba era abrir una zanja insuperablemente
profunda entre ellos mismos y los locos desordenados. Del impera
tivo de separar razón y locura, una de otra, claramente y para siem
pre, es de donde sacan su legitimación tanto las aseguradoras como
la filosofía moderna. Ambas tienen que ver con técnicas de seguri
dad y de certeza; dado que están interesadas en el control de capi
tales fluctuantes (flujos de mercancías y de dinero, estados de con
ciencia, corrientes de signos), ambas están emparentadas por el
sentido con los modernos sistemas disciplinares, que Michel Fou-
cault ha investigado en sus estudios de ordenación histórica.
13 Entre fundamentaciones y aseguramientos
Sobre pensamiento terrestre y marítimo
El temprano negocio del aseguramiento pertenece a los precur
sores de la Modernidad, en tanto que modernización se define co
mo sustitución adelantada de estructuras simbólicas de inmunidad,
del tipo de las «últimas interpretaciones» religiosas de los riesgos de
la vida humana, por prestaciones técnicas de seguridad. En la pro
fesión de los negocios el seguro sustituye a Dios: promete previsión
frente a las consecuencias de los cambios del destino. Rezar es bue
no, asegurarse es mejor: de esta intuición surge la primera tecnolo
gía de inmunidad, pragmáticamente implantada, de la Modernidad;
a ella seguirán en el siglo XIXlos seguros sociales y las instituciones
médico-higiénicas del Estado del bienestar. (El precio inmaterial
que los modernos pagan por su asegurabilidad es realmente alto,
incluso metafísicamente ruinoso, pues renuncian a tener un desti-
766
Jürgen Klauke, Prosecuritas, Kunstmuseum
de Berna, 1987, durante la instalación.
no, es decir, una relación directa con el absoluto como peligro irre
ductible, y se eligen a sí mismos como casos de una medianía esta
dística que se atavía individualistamente; el sentido de ser[sujeto] se
reduce para ellos a un derecho de indemnización en caso de sinies
tro, regulado por normas. )
Por otra parte, la filosofía moderna sólo produce, en principio,
una reorganización de la inmunidad simbólica bajo el signo de «cer
teza», es decir, una modernización de la evidencia. Quizá el ciclo de
las modernas filosofías civiles, no-monacales, se base en la creciente
demanda de pruebas de no estar loco. Sus clientes ya no son las se
des clericales, los obispados, monasterios y facultades de teología,
sino los hacedores de proyectos en las antecámaras de los príncipes
mundanos y las cabezas emprendedoras en el público —en aumen
to- de gente culta privada, y, finalmente, también lo que con legiti
midad creciente puede llamarse publicidad científica. Quizá la co
rriente racionalista de la filosofía continental que enlaza con el
emigrante Descartes fue sólo, en lo esencial, este intento: el de po
ner bajo los pies una tierra firme, lógica e inquebrantable, a una
nueva especie de ciudadanos-riesgo que piden créditos, especulan
con capitales flotantes y tienen a la vista plazos de amortización.
767
La Karlskirche vienesa, construida
porj. B. yj. E. Fischer von Erlach,
por encargo de Carlos VI, 1716-1739.
Una oferta a la que los británicos, más asentados en el mar, se mos
traron a largo plazo menos receptivos que los europeos continenta
les, que disimularon su hidrofobia menos veces y, además de ello,
tenían que contar, también en sus negocios intelectuales, con una
cuota estatal abusiva406.
768
Francis Bacon, grabado de la portada
de la Instauratio magna, Londres 1620.
La tierra en el círculo de los vientos
que soplan; frontispicio del Mundus subterraneus
de Athanasius Kircher, Amsterdam 1664.
Es significativo de aquella época que en el grabado de la porta
da del Novum organum (1620) de Bacon se vean barcos que regresan,
con la leyenda: «Muchos irán de acá para allá, y la ciencia se desa
rrollará»407. Aquí es como si se desposara el nuevo pensamiento ex
perimental bajo signos pragmáticos con la próspera flota atlándca,
igual que en el ámbito místico el dogo de Venecia, como señor de
la navegación mediterránea, acostumbraba a casarse todos los años
con el mar Adriático. El mismo Bacon compuso, como un Plinio del
capitalismo naciente, una «Historia de los vientos», que comienza di
ciendo que ojalá los vientos hubieran dado a los seres humanos alas
con las que poder volar: si no por los aires, sí sobre los mares408. La
770
totalidad de esos vientos compone lo que más tarde se llamará at
mósfera terrestre. Los marineros del viaje de Magallanes fueron los
primeros en convencerse de la unidad de las superficies terrestre y
marítima dentro de una cobertura de aire respirable por doquier
por los seres humanos. El aliento del hombre de mar consigue el
primer acceso a la globalidad atmosférica real: conduce a los euro
peos al otro lado, a la edad moderna auténtica, en la que se hace va
ler la conexión entre atmósfera terrestre y conditio humana como
idea maestra de un corte epocal profundo, todavía no asimilado
completamente.
Aunque los nuevos centros del saber no podían situarse inme
diatamente en los barcos, sí que habían de mostrar en el futuro cua
lidades de ciudad portuaria. Nueva experiencia sólo llega por im
portación, su posterior elaboración en concepto será asunto de
filósofos: la Ilustración comienza en los diques. El suelo auténtico
de la experiencia moderna es el suelo de los barcos; y ya no aquella
«Tierra» que todavía en el siglo XX el viejo Edmund Husserl, en un
giro desesperadamente conservador, ha calificado de «proto-arché»
o «patria primordial» (se puede hablar aquí de una recaída en la
concepción fisiocrática, según la cual todos los valores y valías pro
ceden de la agricultura y apego al suelo). El intento de Husserl de
colocar en último término todos los conocimientos sobre un suelo-
tierra universal, a saber, el «suelo de la creencia pasiva y universal
en el ser», sigue siendo un terrenismo de índole premodema que
no consigue todavía liberarse de buscar la razón de fondo de tener
un fondo, o fundamento409; y esto en una época en la que ya hacía
mucho tiempo que del marinismo provenían, si no las mejores res
puestas en absoluto, sí desde luego las pragmáticamente más sensa
tas; pues la razón del mar sabe que ha de navegar sobre lasuperfi
cie y que ha de cuidarse de no ir al fondo. El espíritu náutico no
necesita fundamentos sino lugares de intercambio comercial, metas
lejanas, relaciones inspiradoras con los puertos.
Según la forma, una filosofía que hubiera obedecido a su llama
da a formular el concepto de mundo de la edad moderna estaría
destinada a establecerse como Facultad flotante o al menos como
autoridad portuaria de Europa. La miseria de la filosofía europeo-
771
continental, y muy especialmente la de la alemana, ha sido que la
mayoría de las veces permaneció ligada a las atmósferas y morales
de pequeñas ciudades y cortes de provincia, en las que los estudios
filosóficos no podían ser apenas otra cosa que la prosecución, con
otros medios, de la formación del bjyo clero. Incluso los sueños tu-
bingueses con el Egeo, que fueron lo mejor, ciertamente, quejamás
rozó inteligencias alemanas, no pudieron forzar en el pensamiento
idealista su acceso al mar.
Johann Gottfried Herder expresó con precisión el hechizo-mal
dición provinciano alemán: «En la tierra está uno sujeto a un pun
to muerto y encerrado en el pequeño círculo de una situación»; y
opuso a esta claustrosofía, que en muchas partes se presentaba co
mo filosofía, el salto a un elemento completamente diferente: «Oh,
alma, ¿qué será de ti si sales de este mundo? Ha desaparecido el
punto medio estrecho, fijo, limitado, vuelas en el aire o flotas en el
mar: el mundo desaparece para ti. . . Qué nuevo modo de pensar»410.
Podría uno estar tentado de leer esto como si el ánimo alemán vie
ra en la muerte su única oportunidad de globalización.
Desde la mayoría de las capitales de corte y metrópolis conti
nentales, sea Viena, Berlín, Dresden o Weimar, se minusvaloró no
toriamente la dimensión marítima del formato moderno de mun
do. Por lo que se refiere a las filosofías continentales, se colocan
precipitadamente al servicio de una contrarrevolución terrestre que
rechaza instintivamente la nueva situación del mundo; se quiere se
guir abarcando o trascendiendo el todo desde el seguro territorio
nacional, y hacer avanzar el suelo firme frente a las pretensiones de
movilidad náutica. Esto vale tanto para los príncipes nacionales co
mo para los filósofos nacionales. Incluso Immanuel Kant, que afir
maba haber realizado un giro copemicano del espíritu al hacer del
sujeto el emplazamiento de todas las representaciones, nunca tuvo
del todo claro que la que importaba era más la revolución magallá-
nica que la copemicana. ¿De qué vale hacer que los fenómenos ro
ten en tomo al intelecto si éste no persiste en el lugar? Con su in
sistencia en la obligación de residencia del poseedor del cogito, Kant
hubo de errar el rasgo fundamental de un mundo de fluctuaciones.
El famoso pasaje lírico en la Crítica de la razón pura de la isla del en
772
tendimiento puro, el «territorio de la verdad», que se opone deci
didamente al océano, «la verdadera patria de la ilusión», «donde al
gunas nieblas. . . producen la apariencia de nuevas tierras», delata so
bre los motivos -a la defensiva- del negocio crítico del pensamiento
más de lo que el autor estaba dispuesto a confesar: expresa, ante la
Facultad reunida, por decirlo así, eljuramento antimarítimo por el
que la ratio académica se asimila a los puntos de vista de la autoafir-
mación terrestre-regional enraizada; sólo una vez, con toda repug
nancia -se puede decir también: con intención crítica-, atraviesa
ese océano, con el fin de cerciorarse de que el interés de la razón
no tiene allí nada en absoluto que esperar411. Sobre todo, la defensa
de la provincia de Heidegger (que quería decir algo así como: Ber
lín no es para alguien a través del cual, como si fuera a través de un
oráculo grutesco, hable la verdad), cuatrocientos cincuenta años
después de Colón, ciento cincuenta después de Kant, no pudo me
jorar las cosas en este aspecto, desde luego; también él entiende la
verdad como una función ctónica -como una procesión revocable
de tierra, monte y caverna- y sólo concede a lo que llega de lejos un
sentido temporal, no espacial. El pensamiento del todo fue el últi
mo que llegó al barco.
Ya puede anotar Goethe el 3 de abril de 1787, en Palermo, en su
diario del Viaje a Italia:
Si uno no se ha visto rodeado por el mar, no tiene concepto alguno de
mundo, ni de su relación con el mundo412,
que los doctos europeos, casi todos ellos mantenidos y sometidos
por Estados territoriales y príncipes nacionales, preferían, en su
gran mayoría, verse rodeados de muros escolares, paredes de bi
bliotecas y, en todo caso, prospectos ciudadanos. Incluso el aparen
temente muy meditado encomio del mar, como elemento natural de
la industria comunicadora de pueblos, en el famoso parágrafo 247
de la Filosofía del derecho de Hegel -«este supremo médium», «el ma
yor medio de cultura»-, objetivamente no es más que una nota ad
ministrativa, y no adquiere importancia alguna ni para la cultura del
concepto ni para el modo de escritura del filósofo, habitualmente
773
IN * 0 ^
N
sentado en su trono y sin andar vagabundeando por ahí413. Decir la
verdad seguirá siendo, hasta nuevo aviso, una actividad sedente so
bre fundamentos de tierra firme. Romanus sedendo vincit (Varrón)414.
Sólo el gran solitario Schopenhauer, al margen de universidades
e iglesias, consiguió dar el salto, que ya se hacia esperar demasiado,
a un pensamiento que colocaba al comienzo un fundamento fluidi
ficado: su voluntad es la primera manifestación de un océano de los
filósofos, por el que navega el sujeto sobre la cáscara de nuez del
principium individuationis, cobijado en las ilusiones salvadoras de es
pacio, tiempo y yoidad. Con este descubrimiento enlaza Nietzsche y
aquellos vitalistas que declararon la refluidificación de los sujetos
endurecidos como la tarea propia de una filosofía correctamente
entendida. Pero ningún filósofo consiguió formular el auténtico
concepto del sujeto en la era de la movilización, sino un novelista:
Julio Veme, que en el lema de su capitán Nemo, MOBIUS IN MO
BIL! , encontró la fórmula de la época; su divisa, móvil en lo móvil,
expresa con claridad y generalidad insuperable lo que la subjetivi
dad modernizada quiere y debe. El sentido de la gran flexibilización
es el poder de navegar en la totalidad de los lugares accesibles, sin
ser uno mismo fijable, determinable, por los medios de registro y
clasificación de los otros. Realizarse en el elemento fluido como su
jeto: absoluta libertad emprendedora, completa an-arquia415.
Fue un contemporáneo de Schopenhauer, Ralph Waldo Emer
son, quien, con la primera serie de sus Essays de 1841, condujo a la
filosofía a su «evasión americana» y a su reformulación náutica (ra
zón por la cual Nietzsche, ya en la época de sus lecturas de juven
tud, pudo reconocer en él un alma emparentada)416. En él vuelven
a aparecer las tonalidades agresivas del temprano período europeo
774
Fetografía, foto de Lennart Nilsson,
mediados de los años sesenta.
de la liberación de límites en traducción transatlántica. Mucho an
tes, Giordano Bruno, también él un gran autoagitado en su época,
en su escrito Del infinito: el universo y los mundos, aparecido en Vene-
cia en 1583, celebra la emancipación del espíritu humano de la mi
seria de una «naturaleza poco parturienta y madrastra» y de un Dios
mezquino, limitado a un único y pequeño mundo:
No hay bordes ni límites, barreras ni muros, que nos engañaran sobre
la riqueza infinita de las cosas [. . . ]. Eternamente fértil es la tierra y su océa
no. . /17
775
El Nolano describe su propio papel como el de un Colón de los
espacios exteriores, que ha regalado a los terrícolas el saber de que es
posible abrirse paso a través de las cubiertas de ilusión. Igual que Co
lón regresó del viaje al otro lado del Atlántico con la noticia de que
había otra orilla, Bruno quería volver de su viaje al infinito con la nue
va de la no-existencia de un borde supremo. Por arriba y por abajo,
el mundo ha perdido los límites y la resistencia en todas direcciones:
ésa es la noticia teórico-espacial fundamental de la edad moderna
brúnica, y no quiere sonar menos evangélica que la colombina418.
Un cuarto de milenio después le responde el sabio americano
Emerson, en su ensayo sobre los Círculos, implacablemente optimis
ta, con las siguientes palabras:
Toda nuestra vida somos aprendices de la verdad de que siempre pue
de trazarse un círculo en torno a otro; de que en la naturaleza no hay final
alguno, sino que todo final es un inicio [. . . ]. No hay afuera alguno, pared
envolvente alguna, contorno alguno para nosotros. Un ser humano puede
terminar su historia: ¡qué bien, qué concluyente! El llena el horizonte has
ta la línea más extrema. Pero, mirad, por el otro lado se levanta de nuevo
un ser humano y dibuja un círculo en tomo al círculo que acababa de ser
anunciado como límite exterior de la esfera419.
Sólo a partir del siglo XIX tardío la filosofía continental -a des
pecho de todas las restauraciones fenomenológicas, neoidealistas,
neoaristotélicas- pondría rumbo a un colapso general de los ba
luartes absolutista-territoriales de evidencia, que ya sólo podía apla
zarse pero no impedirse. Con un siglo de retraso, incluso algunos
profesores alemanes insinuaron su disposición a enfrentarse con la
cuestión de si los medios especulativos del idealismo terrestre eran
todavía adecuados para la elaboración intelectual de las condicio
nes reales de globalización. También ellos se orientan, más bien, en
los últimos tiempos, en su propio provecho, a los herederos de la
teoría británica del common sense, desde la que resulta más fácil el
tránsito del viejo estándar inconcusum a una cultura globalizada de
la probabilidad; la aproximación teórica a un universo de fluctua
ciones es desde allí, también, menos dolorosa. Esto implica, cierta
776
mente, la conversión de la senda «católica», que relacionaba pobre
za con ventajas de seguridad, en el estilo de vida «protestante» de
corte calvinista, que conecta prosperidad y riesgo, haciéndolos de
pender uno de otro, estimulantemente420. Fue Friedrich Nietzsche
el primero que, como crítico del resentimiento metafísico, logró
conceptuar que el pensamiento filosófico, después de que hablara
Zaratustra, había de convertirse, desde la base, en algo diferente a
un piadoso-racional permanecer y mirar en torno, en el interior de
la esfera divina.
En la competencia de las técnicas modernas de inmunidad se
han impuesto en toda línea los seguros, con sus conceptos y modos
de actuar, frente a los procedimientos filosóficos de certeza. La ló
gica del riesgo controlado se ha mostrado mucho menos costosa y
mucho más existencialmente practicable que la de la última funda-
mentación metafísica. Ante esa alternativa, las grandes mayorías de
las sociedades modernas han sabido decidirse con bastante clari
dad. El seguro vence a la evidencia: en esa frase se decide el destino
de toda filosofía en el mundo técnico. Los Estados Unidos de Amé
rica son la única nación moderna que no ha seguido el camino del
Estado de previsión y seguro, con el efecto de que en ellos la reli
gión, dicho más generalmente: la disposición «fundamentalista»,
mantiene una importancia atípica para la Modernidad. Pero en to
dos los demás sitios, donde la supremacía del pensamiento de se
guros se ha convertido en la característica distintiva de los sistemas
sociales, se produce el cambio de mentalidad, característico de las
sociedades posmodernas del aburrimiento: en ellas las situaciones
no aseguradas se vuelven raras y de las incomodidades puede uno
hasta gozar como de excepciones; el «acontecimiento» se positiviza,
la demanda de vivencias diferentes inunda los mercados. Sólo las so
ciedades aseguradas de cabo a rabo pueden poner en marcha la es-
tetización de las inseguridades e indeterminaciones, que constituye
el criterio de las formas de vida posmodemas y de sus filosofías421.
Pero el espíritu de los seguros ha desalojado de las llamadas so
ciedades de riesgo la disposición precisamente al comportamiento
del que proviene su nombre: de modo que la supuesta sociedad de
riesgo esjusto aquella en la que defado todo lo realmente arriesga-
777
Pieter Claesz, Vanitas,
Nuremberg, ca. 1630, detalle.
do está prohibido, es decir, excluido de la cobertura en caso de si
niestro. Pertenece a las ironías de la Modernidad el que tuviera que
prohibir, retroactivamente, todo lo que se emprendió y arriesgó pa
ra hacerla realidad. De ahí se sigue que la llamada poshistoria sólo
en apariencia representa un concepto histórico-filosófico, en reali
dad representa uno referente a la técnica de seguros; poshistóricas
son todas aquellas situaciones en las que están prohibidas por ley ac
ciones históricas (fundación de religiones, cruzadas, revoluciones,
guerras de liberación, luchas de clases con todos sus rasgos heroicos
y fundamentalistas) a causa de su riesgo no asegurable.
778
Laurent de la Hyre, Geometría, 1649, detalle.
14 Expedición y verdad
En principio, los siglos que siguieron a la primera oleada de na
vegantes-aventureros respondían completamente al impulso de ha
cer del exterior un territorio transitable con seguridad para los euro
peos: fuera mediante el aseguramiento empresarial, fuera mediante
ciencias filosóficas que proporcionaran fundamentaciones últimas.
Con la rutinización y optimación crecientes de la técnica marítima,
la navegación real pierde la mayoría de sus efectos inductores de éx
tasis, y con la reducción del momento aventurero a riesgos residua
les, se acerca al tráfico tranquilo, es decir, aljuego de viajes de ida y
vuelta trivializados, aunque con una cuota de averías, es verdad, que
a los clientes de los servicios de transporte del siglo xx les resultaría
inaceptablemente alta. Reductivamente hay que decir que la per
fecta simetría entre viaje de ida y viaje de vuelta (que define el con
cepto exacto de tráfico) sólo se consigue en tierra, y que sólo después
del establecimiento del tráfico por raíles se realizó ampliamente la
utopía del control total de los movimientos reversibles. No obstan
te, como característica de los viajes por mar en los tiempos heroicos
779
de las expediciones de exploración y comercio, sigue valiendo la
prioridad ininterrumpida del viaje de ida.
Caracteriza la extraversión europea que sus ataques o avances
decisivos siempre porten elementos de éxodo, incluso cuando no
sucede emigración puritana alguna, ni ningún padre peregrino pre
tende reescenificar la salida de Egipto en el Atlántico422. La Moder
nidad no conoce escasez alguna de voluntarios para el papel de pue
blos elegidos, en éxodo. Asimismo, en todos los rincones del
mundo pueden proyectarse sin dificultad territorios de ensueño, y
las salidas hacia ellos tienen a menudo rasgos de ofensivas a lo des
conocido, indeterminado, confuso, muy prometedor: una tensión
que permaneció efectiva en algunas regiones hasta la mitad del si
glo XX, banalizador de todo.
Así, el viaje de exploración o descubrimiento, del que proviene
el nombre de la era, es la forma epistemológica de un aventurismo
que se comporta como un servicio a la verdad. Cuando se expresa
programáticamente el primado del viaje de ida, los viajes lejanos se
presentan como expediciones. En ellas, la penetración en lo descono
cido no es sólo el subproducto de una acción mercantil, misionera
o militar en el espacio exterior, sino que se ejercita como intención
directa. Cuanto más nos acercamos al núcleo caliente de los movi
mientos típicos de la edad moderna, más claro aparece el carácter
de expedición de los vizyes al exterior. Y aunque también numero
sos descubrimientos habría que ponerlos en la cuenta del capitán
Nadie y del almirante Azar, la esencia de la era de los descubri
mientos siguió determinada por la forma empresarial, emprende
dora, llamada «expedición»: se encuentra porque se busca, y se bus
ca porque se sabe dónde podría encontrarse. Hasta el siglo XIX era prácticamente imposible para los europeos permanecer «fuera» sin estar de expedición al menos aspectualmente.
La expedición es la forma rutinaria del buscar y encontrar plan
teados de un modo emprendedor o empresarial. Por su causa, el
movimiento decisivo de la globalización real no es simplemente un
hecho de expansión espacial; pertenece, más bien, al proceso nu
clear de una historia de la verdad típicamente moderna. Es imposi
ble que la expansión pudiera realizarse si no se hubiera planteado
780
técnico-veritativamente y, con ello, técnicamente tout court, como
puesta en evidencia de lo hasta entonces oculto. Esto tenía Heideg-
ger en la cabeza cuando en su poderoso y tremendo artículo «La
época de la imagen del mundo», de 1938, creyó reconocer en la con
quista del mundo como imagen el acontecimiento fundamental de
la edad moderna:
Allí donde el mundo se convierte en imagen, lo ente en su totalidad es
tá dispuesto como aquello gracias a lo que el ser humano puede tomar sus
disposiciones, como aquello que, por lo tanto, quiere traer y tener ante él,
esto es, en un sentido decisivo, quiere situar ante sí. Imagen del mundo,
comprendido esencialmente, no significa por lo tanto una imagen del
mundo, sino concebir el mundo como imagen. Lo ente en su totalidad se
entiende de tal manera que sólo es y puede ser desde el momento en que
es puesto por el ser humano que representa y produce. En donde llega a
darse la imagen del mundo, tiene lugar una decisión esencial sobre lo ente
en su totalidad. Se busca y encuentra el ser de lo ente en la representabili-
dad de lo ente [. . . ].
La imagen del mundo no pasa de ser medieval a ser moderna, sino que
es el propio hecho de que el mundo pueda convertirse en imagen lo que
caracteriza la esencia de la edad moderna [. . . ].
No es de extrañar que sólo suija el humanismo allí donde el mundo se
convierte en imagen [. . . ]. Este nombre designa aquella interpretación filo
sófica del hombre que explica y valora lo ente en su totalidad a partir del
ser humano y para el ser humano [. . . ].
Ser nuevo es algo que forma parte del mundo convertido en imagen4”.
La palabra rectora de la época, «descubrimientos» -un plural
que de hecho designa un fenómeno singular, el superacontecimien-
to de la toma y registro de la tierra-, se refiere, pues, al conjunto de
prácticas mediante las cuales lo desconocido se transforma en co
nocido, lo no-representado en representado, o registrado.
Cara a la mayor parte de la tierra todavía no transitada, no figu
rada, no descrita e inexplotada, esto significa que hubieron de in
ventarse medios y procedimientos para hacer una imagen total y en
detalle de ella. La «era de los descubrimientos» comprende, pues,
781
Toma del mundo por la medición,
grabado del siglo xvi, British Museum, Londres.
la campaña llevada a cabo por los pioneros de la globalización te
rrestre con el fin de colocar imágenes en lugar de las no-imágenes
de antes o «tomas» suyas en lugar de quimeras. Con tal motivo, to
das la tomas de tierra, de mar, de mundo, comienzan con tomas de
imágenes. Con cada una de esas imágenes, que los descubridores
traen a casa, se niega la exterioridad de lo exterior y es reconduci
da a una medida satisfactoria o soportable para un europeo medio.
A la vez, el sujeto que investiga se confronta con las imágenes sumi
nistradas y se retira a los límites del mundo de imágenes: viéndolo
todo, pero no a sí mismo, registrando y anotándolo todo, pero él
mismo sólo delineado por el anónimo «punto de vista».
Por eso la edad moderna, interpretada en la línea de Heidegger,
es también una época «de la verdad»: una era de la historia de la
verdad, que se distingue por un estilo sólo característico de ella en
la producción de patencia. En la Modernidad la verdad ya no se en-
782
Marcación en el mar, en Roberto Grosseteste,
De Sphaera, ca. 1240, primera impresión 1506.
tiende, definitivamente, como aquello que se muestra por sí mismo,
en el sentido de la physisgriega (como «crecimiento de la simiente
del aparecer») o en el senddo de la revelación cristiana, en la que
el Dios infinitamente trascendente proclama, por gracia, lo que a
los medios humanos de conocimiento, abandonados a sí mismos,
les habría resultado imposible descubrir. Estas precomprensiones
antigua y medieval de la verdad se eliminan en la época de la ex
ploración, porque tanto una como otra conciben la verdad como al
go que, por sí mismo y desde sí mismo, antes de cualquier solicitud
humana, acostumbra a aparecer en el desocultamiento: plenamen
te en el sentido de aquella alétheiagriega que significaba algo así
como «manifestación franca»; una concepción a la que Heidegger
escuchó atentamente durante toda su vida, en una actitud de re
ceptividad cultual. Con el inicio de la edad moderna parece que la
verdad misma pasa a la era de su descubrimiento artificial. Desde
ahora sólo puede y debe haber exploración o investigación como
atraco o robo a lo oculto, oscuro. No otra cosa podía pensarse cuan
do el Renacimiento se presentaba como la era del «descubrimiento
del mundo y del ser humano».
Así pues, «descubrimientos» es, en principio, un nombre colec
tivo, recopilador de procedimientos de toma y registro de tipo geo-
técnico, hidrotécnico, etnotécnico y biotécnico, por muy rudimen
tarios y dependientes del azar que fueran al comienzo. Cuando la
reina española exhorta a Colón, en un escrito a mano, a traerle la
783
Antonio Balestra, La Ricchezza della Terra,
Palazzo M ercantile, Bolzano.
mayor cantidad posible de especies de pájaros del Nuevo Mundo, ya
intervienen ahí, también, ocultos bajo la máscara de un plaisirreal,
el impulso técnico y la inquietud registradora, clasificadora. Al final
de esta historia intervencionista abrirán sus puertas los parques zoo
lógicos y botánicos y se incorporarán a las exposiciones modernas
tanto el «reino» animal como el «reino» vegetal (kingdomofanimáis,
kingdomofplañís). Cuando los navegantes doctos, como el Abbé In-
carville, traen fanerógamas de Asia y del mar del Sur para losjardi
nes de los europeos, también ahí interviene el momento técnico, la
actitud cultivadora y trasplantadora. Se ha meditado escasamente
sobre en qué medida las emigraciones de plantas han marcado y po
784
sibilitado las formas de vida de la era moderna424. Incluso lo que a la
luz de la historia de las peripecias aparece como pura turbulencia
aventurera y como improvisación caótica -la travesía de tormentas
en alta mar, la toma precipitada de nuevas imágenes de costa y de
nuevos territorios, así como la identificación de pueblos desconoci
dos-, es ya esencialmente, sin embargo, un proceder técnico. A ello
se puede aplicar sin reservas el dictum heideggeriano: «Técnica es
un modo de desocultamiento».
15 Los signos de los descubridores
Sobre cartografía y fascinación onomástica imperial
Si investigación es eliminar organizada y elaboradamente la oscu
ridad y el ocultamiento: ningún suceso en la historia de las expansio
nes del saber humano cumple esa determinación más dramática y
plenamente que la globalización descubridora y exploradora de la
tierra entre el siglo XVI y el XIX. De esta cruda aventura ha podido de cir, no sin razón, el filósofo de la cultura, temporalmente radical de derechas y más tarde sedado intelectual-conservadoramente, Hans Freyer:
Si la técnica con la que se partió era primitiva o moderna, suficiente o
insuficiente, es un falso planteamiento. Toda técnica es el rearme de una
voluntad hasta el punto,justamente, en que pueda actuar425.
El impulso técnico que había en el modus de los tempranos via
jes de los descubridores aparece más claramente a la luz cuando se
afronta y sigue la cuestión de cómo esas empresas cumplieron el en
cargo típicamente moderno de la elaboración de imágenes del es
pacio atravesado. Ya desde las más tempranas expediciones, los ca
pitanes, y los científicos, dibujantes, escritores y astrónomos que
viajaban con ellos, no tenían duda alguna de que su misión era re
copilar signos concluyentes de sus hallazgos en el exterior e infor
mar de ellos, y esto no sólo en forma de mercancías, muestras o pie
zas de botín, sino también de documentos, mapas y convenios. La
785
travesía por aguas extrañas sólo puede valer como un logro descu
bridor desde el instante en que a una visualización le sigue una ex
ploración, a una observación un acta o un registro, a una toma de
posesión una toma en un mapa. Pues el descubrimiento real de una
magnitud desconocida -de un continente, de una isla, de un pueblo,
de una planta, de un animal, de una ensenada, de una corriente
marina- presupone que se pongan a disposición los medios para re
petir el primer encuentro. Así pues, lo descubierto, si ha de conver
tirse en una posesión segura del señor del conocimiento, no puede
volverjamás al ocultamiento y oscuridad, al Leteo previo, de donde
acaba de ser sacado. Por eso, al hecho del descubrimiento pertene
ce irrenunciablemente la mostración de los medios de registro que
garanticen que la cubierta sobre lo hasta ahora oculto se ha retira
do de una vez por todas. Es consecuente, pues, que los europeos,
desde el Renacimiento, cuando hablan de descubrimiento - décou-
verte, descubrimento, discovery-, se refieran tanto a las cosas como a los
medios para darlas a conocer y mantenerlas a disposición.
Para un gran número de los descubrimientos modernos en el es
pacio abierto de la tierra sólo la lejanía o la distancia espacial de
sempeñó el papel de cubierta ocultadora, pero, con el triunfo sobre
la distancia de los nuevos medios de comunicación, así como por el
establecimiento de condiciones de comunicación que superaban
los océanos, se crearon los presupuestos para retirar la cubierta con
consecuencias duraderas. No es ningún azar histórico-lingüístico
que hasta el siglo XVI la palabra «descubrir» [entdecken] no significa ra literalmente otra cosa que quitar una cobertura de encima de un objeto, es decir, destapar algo conocido, y que sólo después adop tara el sentido de hallazgo de algo desconocido. Entre el primer sentido y el segundo media aquel tráfico globalizante que destapa también lo lejano y consigue quitar sus coberturas a lo desconocido. Desde esta perspectiva puede decirse que la esencia del tráfico des cubridor es el des-alejamiento del mundo. Globalización no quiere decir aquí otra cosa que la aplicación de medios técnicos para eli minar la distancia ocultante. Cuando se acumulan los éxitos de ta les intervenciones, al final, lo no-descubierto mismo puede conver tirse en un ressource escaso. Pertenece a los efectos atmosféricos de
786
la Ilustración, a finales del siglo XX, que las mismas reservas de se cretos de la tierra se consideren ya agotables. Sólo entonces se re valida pragmáticamente la tesis de Colón de que el planeta navegable es «pequeño». Sólo el mundo des-alejado es el mundo descubierto y encogido.
Que la finalidad del descubrimiento es su registro: eso es lo que
proporciona a la cartografía su función histórico-universal. Los ma
pas son el instrumento universal para asegurar y fijar lo descubier
to, en tanto se registra «sobre el globo» y ha de quedar allí como un
hallazgo seguro.
Junto con el globo terráqueo, los mapas terrestres
y marinos bidimensionales constituyen durante toda una época los
medios técnicos más importantes para el registro de aquellos pun
tos del lugar situacional Tierra, de los que ya se había retirado la cu
bierta del no-conocimiento. No en vano, según los usos lingüísticos
de la profesión, los mapas se «levantan» y los datos se «elevan» a
ellos; lever une caríe: levantar un mapa. El auge del mapa a costa del
globo es un indicio de que la globalización como registro pronto lle
gó al detalle más pequeño incluso en el caso de las lejanías más
grandes. Conocedores de la materia interpretan esto como indicio
del tránsito de la exploración extensiva a la intensiva de la tierra.
Mientras que los globos -instrumentos principales en la época de
Colón- adoptaron después tareas sumariamente orientadoras y re
presentativas, sobre todo, y al final incluso decorativas, la importan
cia operativa de los mapas, cada día más exactos, fue haciéndose ca
da vez mayor. Sólo ellos fueron capaces de satisfacer las necesidades
del registro detallado del territorio, haciendo en ello, ocasional
mente, las veces de un registro de la propiedad político. Con los
nuevos atlas aparecen compilaciones de mapas que muestran todas
las partes de la tierra y países a escala interesante. (Cuando la «geo
grafía» se convierte en materia escolar, a partir del siglo XIX, a los niños de escuela europeos se les educa a echar miradas a mapas que cien años antes sólo eran exhibidos ante príncipes y ministros por sus conquistadores-geógrafos retomantes como asuntos secretos di plomáticos y evangelios geopolíticos. ) Para la tendencia general es característica, sobre todo, la creación del mapamundi planisférico, es decir, de aquella representación del mundo que reproducía la es
787
fera como plano, sea en forma de los primeros mapamundis-cora
zón, sea en la de la representación total extendida de continentes y
océanos -como las imágenes de fondo de los programas del tiempo
en los estudios de TV-, o en la del doble hemisferio clásico, con el
Viejo Mundo tolemaico, más rico en tierras, en el disco derecho, y
el Nuevo Mundo pacifico-americano, dominado por las aguas, en el
izquierdo.
El impulso irrefrenable al mapa repite en los medios de repre
sentación de la globalización misma el proceso de conquista del
mundo como imagen, que Heidegger puso de relieve. Pues, cuando
los mapamundis planisféricos arrinconan el globo, sí, cuando Atlas
ya no aparece portando o soportando el globo, sino que está ahí de
lante como libro de mapas encuadernado, entonces triunfa el me
dio bidimensional sobre el tridimensional e, ipsofacto, la imagen so
bre el cuerpo. Tanto desde el nombre como desde la cosa misma,
los planisferios -literalmente las esferas planas- quieren eliminar el
recuerdo de la tercera dimensión, no dominada por la representa
ción, el recuerdo de la profundidad real del espacio. Lo que la his
toria del arte tiene que decir sobre el problema de la perspectiva en
la pintura del Renacimiento apenas roza la superficie de la guerra
mundial por el dominio de la tercera dimensión. Cuando se consi
gue plasmar como por arte de magia esferas sobre papel y simular
profundidades espaciales sobre lienzos, entonces se abren nuevas
posibilidades infinitas a la conquista del mundo como imagen; im
perialismo es planimetría aplicada, el arte de reproducir esferas en
superficies. Sólo se puede conquistar lo que se puede acortar en
una dimensión.
Nada caracteriza tan radicalmente la dinámica político-cognosci
tiva de la globalización temprana como la alianza de cartografía y to
ma de territorio. Cari Schmitt, quien gustaba de presentarse como el
último legitimista de la majestad universal de Europa en la edad mo
derna, pudo ir tan lejos en su estudio El nomos de la Tierra como para
afirmar que, en última instancia, la expansión de los europeos sólo
podía remitirse al título legal que consiguió darle el descubrimiento.
En él se apoyaba la ficción jurídica tanto del «derecho de descubri-
788
Los cuerpos platónicos sirven como
modelos para mediciones terrestres y cósmicas;
El Libro de instrumentos de Petrus Apianus, 1533.
dor» como de un «derecho de comunicación» que iba más allá de los
meros derechos de visita (aquel iuscommunicationisque había defen
dido Francisco de Vitoria en su famosa RelectiodeIndis).
Sólo como descubridores y halladores de costas y culturas extra
ñas los europeos habrían estado en condiciones de convertirse en
señores legítimosde la mayor parte del mundo; y su disposición a
ser-señor sólo se habría entrenado para responder a la responsabi
lidad que les recaía por su aventajada dedicación al ancho mundo.
Según Schmitt, como primero se manifiesta la responsabilidad de
descubridor es en la obligación de reclamar los nuevos territorios,
mediante gestos solemnes de toma de posesión, para los señores eu
ropeos, por regla general los mandantes regios. Junto a la coloca
789
ción de cruces, escudos de piedra, padráos, banderas y emblemas di
násticos, a los momentos más importantes de esa reivindicación per
tenecía el tomar mapas y el dar nombre a los nuevos territorios426.
Estos, según la comprensión europea, sólo podían caer formalmen
te bajo la soberanía de los nuevos señores cuando se habían con
vertido en magnitudes localizadas, registradas, delimitadas y deno
minadas. La unidad de acción de avistamiento, desembarco, toma
de posesión, denominación, mapifícación y formalización mediante
documento público constituye el acto de trascendencia legal y le
galmente completo de un descubrimiento427. A ella se añade, según
Schmitt, la auténtica subordinación de un territorio a la soberanía
legal del descubridor-ocupador. Este regala a los descubiertos los
frutos de haber sido descubiertos, a saber, el privilegio de ser regi
dos y protegidos por éste y por ningún otro señor: una prerrogativa
que ha de encubrir, a la vez, los riesgos de la explotación y repre
sión por un soberano lejano.
El descubrir, como un «encontrar» -relevante en lo relativo al
derecho de propiedad- cosas aparente o realmente sin dueño, no se
habría convertido en un modo peculiar de tomar posesión si no hu
bieran confluido en ese acto motivos del derecho natural del hom
bre de mar. La vieja y venerable equiparación de presa y hallazgo hi
zo -gracias a un hábito de transferencia- de los descubridores de
nuevos territorios algo así como pescadores a quienes no podía dis
cutirse, sin más, el derecho a la posesión legal de sus piezas. En su
gran novela sobre la caza de la ballena, Melville recuerda la dife
rencia entre «pez fijo» y «pez suelto», que hubo de valer como ley
férrea para los pescadores de los mares de la edad moderna; según
ello, el pescado fijo o estacionario (Fast-Fish) pertenecía a aquel que
había llegado primero a él, el pescado suelto (Loose-Fish), por su par
te, se consideraba «blanco legítimo (fair game) para cualquiera que
lo capturara el primero». También la captura en tierra, como hace
notar Melville, seguía esa diferenciación:
¿Qué era América en 1492 sino un pez suelto, en el que Colón plantó los estandartes españoles con el fin de engalanarlo para su regio señor y se ñora? ¿Qué era Polonia para los zares? ¿Qué Grecia para los turcos? ¿Qué
790
India para Inglaterra? ¿Qué es, en definitiva, México para los Estados Uni
dos? ¡Todos peces sueltos! [. . . ].
¿Qué son los derechos humanos y la libertad del mundo sino peces suel
tos? [. . . ]. ¿Quéeslamismaboladelatierrasinounpezsuelto? 428.
Es evidente que Schmitt, tan sensible jurídicamente como mo ralmente calloso, asimiló su teorema de la legitimidad del señorío europeo en virtud del título legal del descubrimiento a la norma an tes descrita de la misión colombina, según la cual el tomador se ima gina como el portador del bien más valioso. Si Colón reconocía en sí mismo al hombre que había llevado la salvación de Cristo al Nue vo Mundo, es lícito que los conquistadores, a quienes defiende en este sentido Schmitt, se creyeran justificados como portadores de los logros europeosjurídicos y civilizatorios.
Pero tales fantasías legitimadoras no son sólo un producto de
una apologética posterior y de muestras ulteriores de falta jurídica
de escrúpulos. Están ellas mismas implicadas en los acontecimien
tos desde el principio. El poeta Luís de Camóes, en el canto cuarto
de su epopeya de la toma del mundo, OsLusíadas,hace aparecer en
sueños al rey portugués Manuel los ríos Indo y Ganges en forma de
dos viejos sabios que le exhortan a poner las riendas a los pueblos
de la India; ante ello, el rey épico decidió pertrechar una flota para
el viaje a la India bajo las órdenes de Vasco de Gama. La poesía mo
derna es poesía del éxito. No en vano, Manuel I, llamado el Afortu
nado, pondría el globo en su escudo, una idea plástica que es imi
tada hoy por innumerables empresas en sus logos y anuncios. En su
siglo, éste era un privilegio que después de Manuel sólo le corres
pondía a un único hombre privado (a aquel Sebastián Elcano que
volvió con la Victoria en 1522 y al que por ello se le había concedido
el derecho de llevar el globo terrestre en el escudo, acompañado
por el lema: primas me árcumdedisti429) y a un territorio de la Corona,
la colonia real portuguesa de Brasil, que todavía hoy muestra la es-
fera-Manuel en su bandera.
Que la asociación de globo y conquista ya poco después se había convertido entre los poetas europeos en una idea fija, generadora de metáforas, lo ilustran algunas líneas del temprano poema dra-
791
Globo imperial con esfera armilar
para don Pedro II de Brasil, 1841.
Bolsa-talismán o globo-imperial-vudú, Guédé,
Haití, en Alfred Métraux, Le voudou ha'itien, 1958.
Primus me circumdedisti:
escudo de Sebastián Elcano.
mático de Shakespeare The Rape ofLucrece [La violación de Lucrecia, probablemente de 1594], cuando el violador, Sexto Tarquinio, con templa el cuerpo descubierto de su víctima durmiente:
Her breasts, like ivory globes circled with blue
. . . A pair of maiden worlds unconquered. . .
These worlds in Tarquin new ambition bred.
794
Según esto, en la organización moderna de la fantasía basta con
que un objeto aparezca redondo y deseable para que se lo pueda
describir como un «mundo» conquistable.
Pero así como la epopeya nacional portuguesa proporciona más
tarde la legitimación heroica a la conquista fáctica, en tanto que de
clara al pueblo en expansión como el elegido entre los pocos pue
blos crisdanos dignos430, así los mapas terrestres y marinos, recién le
vantados por todas partes, actúan en el proceso de ocupación como
medios jurídicos prosaicos y, por decirlo así, como actas notariales
que legidman con suficiencia formal las nuevas condiciones de pro
piedad y dominio. Cuitis carta, eius regio. Quien dibuja el mapa pre
tende haber actuado correctamente desde el punto de vista cultu
ral, histórico,jurídico ypolítico, por más que los libros negros de los
siglos de la colonización presenten retrospectivamente balances fi
nales desoladores.
A las características más llamativas de la expansión europea per
tenecía desde el principio la asimetría entre los descubridores y los
habitantes de los territorios descubiertos. Los territorios ultramarinos
pasaban por ser cosas sin dueño mientras los descubridores-ocu
pantes se imaginaran sin trabas y sin protestas durante el levanta
miento de mapas de zonas nuevas, estuvieran habitadas o deshabi
tadas. A los habitantes de territorios lejanos se les consideraba muy
a menudo, no como sus propietarios, sino como partes del hallazgo
colonial: como su fauna antrópica, por decirlo así, que parecía suel
ta para su caza y cosecha total. En principio, los llamados pueblos
primitivos no podían hacerse imagen alguna de lo que significaba
que los europeos quisieran hacerse una imagen de ellos y de sus te
rritorios. Cuando, al contactar con los indígenas, los descubridores
se daban cuenta de su propia superioridad técnica y mental -para
lo que, en comparación, ofrecieron menos motivo los imperios asiá
ticos e islámicos-, por regla general deducían inmediatamente de
ello su derecho a la toma del territorio y al sometimiento de los te
rritorios recién encontrados a soberanos europeos. Frente a este
proceder tan fatal como violento Cari Schmitt se muestra positivo
sin reservas, incluso retrospectivamente:
795
Reinauguración del Globe Theatre
de Shakespeare el 21 de agosto de 1996,
con una puesta en escena de
The Two Gentlemen of Verona.
Es, pues, completamente falso decir que igual que los españoles descu brieron a los aztecas y a los incas, éstos, al revés, hubieran podido descubrir Europa. A los indios les faltaba la fuerza, atemperada por el conocimiento, de la racionalidad cristiana europea, y sólo significa una ucronía ridicula imaginarse que ellos pudieran haber hecho quizá tomas cartográficas de Europa tan buenas como los europeos las han hecho de América. La supe rioridad espiritual estaba completamente del lado europeo y con tanta fuer za que el Nuevo Mundo podía ser «tomado» simplemente [. . . ].
Los descubrimientos se hacen sin el permiso previo de los descubiertos. Su título legal se basa, pues, en una legitimidad superior. Sólo puede des cubrir quien es suficientemente superior espiritual e históricamente como para comprender con su saber y conciencia lo descubierto. Modificando una expresión hegeliana de Bruno Bauer: sólo puede descubrir aquel que conoce la presa mejor que ésta a sí misma, y consigue someterla por esa su perioridad de la formación y del saber4*1.
796
Según ello, los mapas -sobre todo en el primer momento de la
historia del descubrimiento- son testimonios inmediatos de dere
chos civilizatorios de soberanía. «Una toma cartográfica científica
es, de hecho, un auténdco título legal frente a una térra incógnitor432. »
Se impone la observación de que es el soberano de los mapas quien
decide por un mundo descubierto sobre el estado de excepción: y
un estado así se presenta cuando el descubridor señala o marca un
territorio, descubierto y registrado, con un nuevo señor a la vez que
con un nuevo nombre.
Sería de valor cognoscitivo inconmensurable para la teoría de la
globalización terrestre que contáramos con una historia detallada
de la política geográfica de nombres de los últimos quinientos años.
En ella no sólo se reflejarían las escenas primordiales del descubri
miento y conquista, y las luchas entre las fracciones rivales de des
cubridores y conquistadores.
Más bien, podría mostrarse, asimismo, que en la historia de los
nombres del mundo se desarrolló, a la vez, el lado semántico de un
des-alejamiento del mundo, llevado a cabo por los europeos instin
tivamente en común, como si dijéramos. Sólo pocas regiones cul
turales consiguieron imponer sus propios nombres frente a los des
cubridores; donde se logró, ello remite a la resistencia de reinos
suficientemente poderosos frente a la penetración exterior. En ge
neral, los europeos supieron capturar la mayor parte de la superfi
cie terrestre, como un enjambre de objetos anónimos hallados, en
sus redes de nombres y proyectar sus léxicos al ancho mundo. Los
europeos desenrollan The Great Map ofMankind (Edmund Burke) y
lo llenan de nombres caprichosos. El bautismo de mares, corrientes,
ríos, pasos, cabos, ensenadas y bajíos, de islas y grupos de islas, de
costas, montañas, llanuras y países se convierte durante siglos en
una pasión de cartógrafos europeos y aliados suyos, de los marinos
y comerciantes. Donde éstos aparecen llueven nuevos nombres so
bre el mundo aparentemente mudo hasta entonces.
Pero lo que se bautiza puede volver a bautizarse. La pequeña is
la de las Bahamas, Guanahaní, cuyas costas pisó Colón el 12 de oc
tubre de 1492 como primera tierra del Nuevo Mundo, recibió de él
-bajo sus premisas, obviamente- el nombre de San Salvador: un
797
Mapamundi de Fra Mauro, Murano, 1459.
nombre que en el espíritu de los conquistadores, portadores de ideología también, seguramente representaba lo mejor que lleva ban consigo. Los primeros descubridores prácticamente nunca pu sieron pie en tierra sin creer que mediante su presencia el Dios de Europa se revelaba a los nuevos territorios. Siguiendo ese hábito, conquistadores budistas hubieran tenido que llamar Gautama o Bodhisattva a la isla de Guanahaní, mientras que a invasores musul manes les habría resultado más próximo el nombre de El Profeta. Después de que el pirata inglés John Watlin ocupara en 1680 la isla, entretanto sin habitantes, e hiciera de ella su base, le quedó hasta el
798
WELCOME
TO THE FIRST
LANOFALL OF COLUMBUS
LONG BAY
Placa conmemorativa
en la isla de San Salvador.
comienzo del siglo XX el nombre de Watlin’s Island, como si se die ra por supuesto que la auténtica vocación del pirata fuera tomar po sesión de la herencia del descubridor. Sólo en 1926 se restituyó a la isla del pirata su nombre de pila colombino, no del todo sin con flictos, porque otras cinco islas de las Bahamas pretendían también ser la histórica Guanahaní. La isla que hoy se llama Cuba había re cibido de Colón el nombre de Santa María de la Concepción, con lo que la Sagrada Familia quedaba establecida en el Caribe. La pos terior Haití gozó durante un tiempo del privilegio de llamarse Pe queña España, Hispaniola. De modo análogo, los grandes conquis tadores ataviaron docenas de islas y lugares costeros con nombres de la nomenclatura religiosa y dinástica de Europa, la mayoría de los cuales no tuvieron permanencia histórica.
Ciertamente, el continente que descubrió Colón, el centroame ricano y sudamericano, no se denominó según su nombre, como co rrespondía a las reglas dejuego de la globalización, sino según el de uno de sus rivales en la carrera de la colonización del Nuevo Mun do. A causa de una problemática hipótesis bautismal del cartógrafo alemán Martin Waldseemüller, el nombre feminizado del descubri-
799
Mapa en forma de corazón
de Giovanni Cimerlino, Cosmographia
universalis, Verona 1566.
dor-comerciante Américo Vespucio quedó colgado del continente,
cuya costa oriental, según fuentes inciertas, habría explorado el flo
rentino en el año 1500 hasta la desembocadura del Amazonas. En ese
éxito denominador se refleja la fuerza impositiva de un mapamundi
planisférico, con forma de corazón aproximadamente, publicado
por Waldseemüller el año 1507, que (junto con el mapa Contarini de
1506, aparecido en forma de grabado al cobre)4Srepresenta el mapa
más antiguo impreso por el procedimiento xilográfico.
A su éxito -parece que tuvo una tirada de mil ejemplares, de los
que extrañamente sólo se ha conservado uno (conocido)- contri
800
buyo un escrito geográfico acompañante, que tuvo que ser reim
preso tres veces en el mismo año de su aparición, 1507. Del mismo
tiempo procede el globo-Waldseemüller, en el que aparece la mis
ma propuesta nominativa -América- para la mitad sur del Nuevo
Mundo. Queda por considerar si no fue la forma de corazón del ma
pa -aunque no está tan perfectamente desarrollada como en los ma
pamundi-corazón posteriores de Oronce Finé y Giovanni Cimerli-
no434- la que contribuyó decisivamente al triunfo de la osada pieza
cosmográfica de Waldseemüller, pues ¿qué podría ser más enterne-
cedor para la imaginación representante del mundo que la idea de
figurar todo el contenido de superficie de la esfera terrestre sobre
un gran corazón? El hecho de que Waldseemüller se retractara des
pués de su error referente a Vespucio ya no podría detener la mar
cha triunfal del nombre lanzado por él4S\
El Globe Vert parisino de 1515 parece ser el primero sobre el que
el nombre de América se transfiere también a la parte norte del do
ble continente. Pero durante mucho tiempo circularon no pocas
denominaciones rivales para esa parte del mundus novus; así, toda
vía en 1595, en un mapa de Michel Mercator, aparece como America
sive Nava India; en un mapa veneciano de 1511, a su vez, el conti
nente de Colón se llama Terra sanctae crucis; en un mapamundi ge-
novés de 1543 el continente norteamericano en total aparece sin
nombre, mientras que el del sur sigue registrado inespecíficamente
como mundus novus. Durante siglos figuró el nordeste norteameri
cano como Nova Francia o Terrafrancisca, mientras que al oeste y me
dio-oeste nominadores británicos lo llamaron Nueva Albión.
La posterior Nueva Inglaterra, es decir, la costa este norteameri
cana, a su vez, llevó temporalmente el nombre de Nova Belgia, que se
refería a Nueva Holanda, mientras que Australia se llamaba Hollan-
dia nova en el siglo XVII. En estas huellas intrincadas del temprano
nacionalismo nominal se anuncia ya la era de los imperialismos bur
gueses sobre la base de los Estados nacionales capitalizados. Duran
te toda una era el prefijo «nueva» se manifestó como el módulo más
poderoso de creación de nombres, al que sólo fue capaz de hacer
competencia durante un tiempo el prefijo «sud», mientras duró la
carrera por la conquista de la térra australis,, el hipotético continen-
801
Planisferios de Rumold Mercator, 1587.
te gigantesco en la mitad sur del globo. Con el bautizo de nuevas
ciudades (Nueva Amsterdam), nuevos territorios (Nueva Helvecia),
territorios del sur (Georgia del Sur, Nueva Gales del Sur), islas de
santos (San Salvador), archipiélagos de monarcas (Filipinas) y paí
ses de conquistadores (Colombia, Rhodesia), los europeos gozaban
del derecho de clonar semánticamente su propio mundo y de apro
piarse de los puntos lejanos y extraños mediante el retorno léxico
de lo mismo.
En la suma de sus efectos nunca se podrá valorar suficientemen
te el papel de la cartografía en el proceso de la globalización real in
cipiente. No sólo sirven los mapas y los globos como grandes recla
mos de los primeros tiempos de descubrimiento; no sólo hacen las
veces, por decirlo así, de libros fundiarios y certificados de docu
mentos de tomas de posesión notarialmente legalizadas, y de archi
vos del saber de localización que se fue acumulando en el transcur
so de siglos, y, además, de planos de líneas de navegación. Son, a la
vez, los medios de recuerdo del tiempo de los descubrimientos, en
los que están registrados innumerables nombres de héroes marinos
y descubridores de lejanas partes del mundo: desde la ruta de Ma
gallanes en el sur patagónico hasta la bahía de Hudson en el norte
de Canadá, desde Tasmania en el mar del Sur hasta el cabo sibéri-
co de Cheljuskin, desde las cataratas Stanley del Congo hasta la ba
rrera Ross en la Antártida. En paralelo a la historia de los artistas,
que se perfiló en la misma época, la historia de los descubridores se
creó su propio pórtico de gloria sobre los mapas. Una buena parte
de las acciones posteriores de descubrimiento ya eran torneos entre
candidatos a la glorificación en la historia cartografiada. Mucho an
tes de que el arte y la historia del arte hicieran fructífero para sí el
concepto de vanguardia, los avanzados en el registro de la Tierra es
taban ya en camino en todos los frentes de futura gloria cartográfica.
A menudo, partían de los puertos europeos en calidad de gentes
que, en caso de éxito, quedarían como los primeros en haber llega
do a tal o cual punto. Sobre todo, proyectos teatrales como la «con
quista» del Polo Norte y del Polo Sur se realizaron, desde el princi
pio, plenamente bajo el signo de la obsesión de inmortalidad, para
804
America Terra Nova», Martin Waldseemüller,
mapamundi, Estrasburgo 1513.
la cual la suprema gloria era entrar en los recordsde la historia de los
descubrimientos. También el alpinismo era una forma de juego de
la histeria de la avanzada, que no quería dejar inconquistado nin
gún punto eminente de la superficie terrestre. La caza de gloria que
prometían las primeras conquistas de los polos siguió siendo du
rante mucho tiempo la expresión más pura del delirio letrado. Ya
no son reproducibles para los contemporáneos de la aviación y de
la astronáutica las fascinaciones populares y el prestigio científico
que iban unidos en torno al año 1900 a ambos proyectos polares.
Los polos de la tierra no sólo encarnaban el ideal de la lejanía des
habitada y de lo difícilmente accesible, más bien en ellos estaba fi
jado aún el sueño de un centro absoluto o de un punto nulo axial,
que apenas era otra cosa que la prosecución de la búsqueda de Dios
en el elemento geográfico y cartográfico.
En este contexto es oportuno recordar que la época en la que
Sigmund Freud se había de hacer un nombre como el «descubridor
del inconsciente» vivió, a la vez, el punto álgido de las carreras por
llegar a los polos y la gran coalición de los europeos para borrar las
últimas manchas blancas sobre el mapa de Africa. Por su carácter
descubridor y fundador, la empresa Psicoanálisis pertenece a la épo
ca de los empire builders del tipo de Henry Morton Stanley y de Cecil
Rhodes («si pudiera anexionaría los planetas»). A este tipo ascendió
poco tiempo después Cari Peters (1856-1918),joven docente privado
en Hannover, nacido el mismo año que Freud, que sería el fundador
del Africa oriental alemana, y que con su escrito filosófico de 1883,
«Mundo de voluntad y voluntad de mundo», había efectuado con
ceptualmente, de antemano, la imperialización del fundamento de
la vida. Aunque en vagos contornos, ¿no fue registrado ya el in
consciente sobre los mapas del espíritu reflexionante desde la época
del joven Schelling? ¿No resultaba fácil afirmar que, por fin, tam
bién su oscuro interior estaba maduro para la «hoz de la civiliza
ción»? Freud, que recibió con interés las obras de los conquistado
res científicos de Africa, Stanley y Baker, al decidirse, en su propio
camino hacia la fama, por «la auténtica Africa interior»436dentro de
la psique de cada ser humano, demuestra con esa elección de su di
rección investigadora un excelente instinto imperial. Es verdad que
806
Preparaciones para el entierro
de Cecil Rhodes, 1902.
la expedición austrohúngara al Ártico, de 1872 a 1874, dirigida por
Karl Weyprecht yJulius von Payer, alcanzó éxito de estima por el
descubrimiento y nominación del territorio Emperador-Francisco-
José y de la isla Príncipe-Rodolfo, pero sus resultados, vistos en con
junto, sólo mantuvieron una importancia fría y provinciana. El cien
tificismo, seguro de triunfo, de Freud se manifiesta en el hecho de
que éste no reclama para sí una isla en la periferia fría, sino todo un
continente caliente y centralmente situado; su ingenio se impuso de
modo impresionante cuando consiguió, gracias a sus mapas topo-
lógicos, adquirir el inconsciente de fado como el territorio Sig-
mund-Freud. También tomó a sus espaldas estoicamente la carga
del hombre blanco cuando, resumiento su obra, declaró: «El psi
coanálisis es un instrumento que ha de posibilitar al yo la conquista
progresiva del ello»437. Si las tristes tropas del ello, también entre
tanto crecientes, son administradas por nuevos ocupadores, y si ca-
libanes no analizados anuncian su descolonización, las viejas marcas
freudianas del territorio, sin embargo, siguen viéndose muy bien.
Lo que resulta incierto es si, con el tiempo, siguen teniendo algo
más que interés turístico.
16 El exterior puro
Igual que la alusión de Freud al dark continent del inconsciente438,
también la referencia a los «horrores del hielo y de la oscuridad»439,
que encontraban los viajeros polares, se presta para traer a su luz co
rrecta el sentido esferológico de los proyectos descubridores en la
época de la globalización. Cuando comerciantes y héroes europeos
partían para «tomar» puntos lejanos en el globo, sólo podían con
cebir sus propósitos en tanto el espacio-lugar globalizado estaba
proyectado como un exterior abierto y transitable. Todos los pro
yectos europeos de toma de la tierra y del mar40apuntan a espacios
exosféricos que, desde el punto de vista de las tropas expediciona
rias, no pertenecen en modo alguno, en principio, a su propio mun
do de la vida. Aquí ya no vale la información topológico-existencial
de Heidegger: «En el ser-ahí hay una tendencia esencial a la cerca
nía»441. La característica más fuerte de la exterioridad es que no es
algo que esté «ya» colonizado por habitar en ella, más bien sólo se
supone en ella la posibilidad de colonización en tanto se la anticipa
proyectivamente (de lo que se sigue que la diferencia entre habitar
y explotar nunca queda ya clara). También aboca al vacío la sutil te
sis de Merleau-Ponty: «El cuerpo no está en el espacio, habita en
él»442. La observación del mismo autor, que la ciencia manipula las
cosas y rehúsa «habitarlas»443, vale también para la piratería y el co
mercio mundial; ninguno de los dos tienen una relación de habita
ción con el mundo. Para el ojo de los piratas y de los liberales ya no
es verdad que el ojo «habita» el ser «como el ser humano su casa»444.
De hecho, los navegantes y colonizadores, por no hablar de los despe-
808
rodos y degradados del Viejo Mundo, están diseminados fuera más
bien como cuerpos locos en un espacio deshabitado, y sólo en po
cas ocasiones llegan a encontrar en él, por transferencia de domes-
ticidad, lo que conceptualmente se puede llamar una segunda patria.
En el espacio exterior se recompensa a un tipo de ser humano que,
a causa de la debilidad de sus ligazones con los objetos, puede pre
sentarse en todas partes como dirigido desde dentro, infiel, dispo
nible445.
Quizá se explique por ello, al menos en parte, la misteriosa lige
reza con la que los hombres que se encuentran fuera como enemi
gos se aniquilan eventualmente unos a otros. Visto como cuerpo en
el espacio exterior, el otro no es un convecino de una esfera común
mundano-vital ni un compartidor de un cuerpo sensible-ético de re
sonancia, de una «cultura» o de una vida compartida, sino un factor
discrecional de circunstancias externas bienvenidas o no bienvenidas.
Si el problema psicodinámico de la existencia sedentaria sobrepro
tegida fuera el masoquismo-container, éste será el del exterminismo
extremadamente desasegurado y expuesto: un fenómeno parasádi
co que donde más inequívocamente se dio a conocer fue ya en los
desenfrenos de los cruzados cristianos del siglo XII.
Sin ninguna razón especial, durante su primer viaje a la India,
en 1497, Vasco de Gama hizo quemar y hundir, tras un pillaje exi
toso, un barco mercante árabe con más de doscientos peregrinos a
la Meca, incluidos mujeres y niños, a bordo: preludio de una histo
ria universal de atroces delitos externos. El proceder generalizado
de exterminio se libera de pretextos y, como pura aniquilación, se
sitúa en una zona más allá de guerra y conquista. En las colonias y
sobre los mares más allá de la línea se ejercita el exterminio que vol
verá en el siglo XX a los europeos bajo la forma de guerra total.
Cuando sucede en el exterior, la lucha contra un enemigo ya no se
diferencia claramente del exterminio de una cosa. La disposición
para ello se basa en la alienación espacial: en los desiertos de agua
y en los nuevos territorios de la superficie terrestre los agentes de la
globalización no se comportan como habitantes de un territorio
propio; actúan como desenfrenados que no respetan en ninguna
parte las ordenanzas de la casa de la cultura. Como gentes que de
809
jan su casa, los conquistadores atraviesan el espacio enrasado, sin
que por ello hayan entrado en la «senda» en sentido budista. Cuan
do salen de la casa común del espacio de mundo interior de la vie
ja Europa dan la impresión de individuos que se han desprendido
como proyectiles de todos los dispositivos fijadores de antes, con el
fin de moverse en una no-proximidad y no-esfera general, en un
mundo exterior, liso e indiferente, de recursos, que se dirige sólo
por órdenes y apetitos y se mantiene en forma por crueldad-fitness.
Tanto en un sentido estricto como más amplio, los éxitos de arriba
da de esos desarraigados de la tierra decidirán un día si son víctimas
de sus impulsos interiores de huida y se pierden en la nada como
embrutecidos psicóticos de expedición, o si consiguen, mediante
«nuevas relaciones de objeto», como si dijéramos, la restauración de
las condiciones de tierra firme, la renovada instalación doméstica
en un mundo lejano, o en el viejo reencontrado. Seguramente con
razón, Cari Schmitt llamó la atención sobre el papel de las «líneas
de amistad» estipuladas por los navegantes europeos, cuyo sentido
fue delimitar un espacio civilizado más allá del cual pudiera co
menzar formalmente el exterior completamente caótico como es
pacio sin ley446.
17 Teoría del pirata
El horror blanco
En este contexto, la piratería,junto con el comercio de esclavos
el fenómeno cumbre de la temprana criminalidad de la globaliza-
ción, adquiere un significado histórico-filosóficamente pregnante,
dado que representa la primera forma de empresa del ateísmo ope
rativo: donde Dios ha muerto -o donde no mira, en el espacio sin
Estado, en el barco sin clérigos a bordo, en los mares sin ley fuera
del contorno de las zonas de respeto estipuladas, en el espacio sin
testigos, en el vacío moral beyond the Une-, allí es todo posible de he
cho, y allí se produce a veces, también, la más extrema atrocidad
real que pueda darse en absoluto entre seres humanos. La lección
de ese capitalismo de presa resuena largo tiempo: los modernos se
810
Vargas Machuca, Descripciones
de las Indias occidentales, 1599.
imaginan los peligros del desenfreno libertario y anarquista desde
el ateísmo pirata; también en él está la fuente de la fobia neocon-
servadora a los pardsanos. El miedo, notorio desde la Antigüedad,
de los mantenedores del orden a los renovadores se transforma en
el miedo del hombre de tierra al empresario marino, en el que aso
811
ma el pirata por más que lleve chistera y sepa usar un cubierto de
pescado en la mesa. Por eso, ningún terráqueo puede imaginarse
sin horror una situación del mundo en la que el primado de lo po
lítico -y eso significa aquí: de tierra firme- ya no estuviera vigente.
Pues ¿qué planes criminales trae el pirata en su bolsillo interior
cuando baja a tierra? ¿Dónde trae ocultas sus armas? ¿Con qué ar
gumentos venales hace encarecióles sus especulaciones? ¿Bajo qué
máscaras humanitarias presenta sus locas intenciones? Desde hace
doscientos años los ciudadanos discriminan sus miedos: el anarco-
marítimo se convierte en tierra, en el mejor de los casos en un Ras-
kolnikov (que hace lo que quiere, pero se arrepiente), en casos no
tan buenos en un Sade (que hace lo que quiere y niega además el
arrepentimiento), y en el peor de los casos en un neoliberal (que
hace lo que quiere y, por citar a Ayn Rand, se enorgullece de ello).
Con la figura del capitán Ahab, Hermán Melville erigió el mo
numento culmen a los seres humanos caídos, a los navegantes sin
retomo, que pasan fuera sus «últimos días despiadados». Ahab en
carna el lado luciferino, perdido, de la navegación euroamericana:
sí, el lado nocturno del proyecto de la Modernidad colonial y de su
pillee de la naturaleza, proyecto que sólo sale adelante por voladu
ras de esferas y asolamientos de la periferia. Desde el punto de vista
psicológico o microsferológico es del todo evidente que el sosias in
terior y exterior del navegante poseso no adopta una figura perso
nal. El genius de la existencia de Ahab no es un espíritu en el ámbi
to de proximidad, y, sobre todo, no es un señor en la altura, sino un
Dios de abgyo y de fuera, un soberano animal, saliendo de un abis
mo que hace escarnio de cualquier aproximación: esa ballena blan
ca, precisamente, de la que el autor hizo observar en sus epígrafes
etimológicos:
El nombre de ese animal viene de encorvadura o de arrollamiento, pues
en danés hvalt significa curvo o abombado (Webster's Dictionary).
Ballena viene más inmediatamente aún del holandés y alemán waüen;
e n a n g l o s a j ó n w a l w i a n : a r r o l l a r , r e v o l c a r s e ( R i c h a r d s o n *s D i c t i o n a r y
812
Por su mayestática figura ondeante la ballena resulta para quie
nes la admiran y odian el modelo de una fuerza que en inquietan
tes profundidades marinas gira exclusivamente en sí misma. La ma
jestad y fuerza de Moby Dick representan la resistencia eterna de
una vida insondable a las motivaciones de los cazadores. Su blancu
ra representa a la vez el espacio no-esférico, liso, en el que los viaje
ros se sentirán defraudados en toda esperanza de intimidad, en to
do sentimiento de llegada y de nueva patria. No es en vano el color
que los cartógrafos reservaban para la térra incógnita,. Melville llama
ba al blanco «el omnicolor de un ateísmo que nos arredra»448, por
que nos recuerda, como la blanca profundidad de la Vía Láctea, el
«vacío impasible y la inconmensurabilidad del universo»; nos em
papa de la idea de nuestra aniquilación en el exterior indiferente.
Por ello tiene ese color la ballena de Ahab, porque simboliza una
exterioridad que no es capaz de otra apariencia, ni la necesita. Pero
cuando el exterior como tal deja verse,
entonces el mundo queda ante nosotros como paralizado y como inva
dido por la lepra, y, como un viajero testarudo en Laponia que se niega a
ponerse unas gafas oscuras, el lamentable incrédulo mira a ciegas al infini
tosudarioblancoenelqueelmundoseenvuelveentomoaél49.
Casi un siglo antes de que Sartre hiciera decir a una figura de
drama: el infierno son los otros, Melville había tocado fondo más
profundo: el infierno es lo exterior. En ese inferno metódico, en esa
indiferencia de un espacio en el que no se produce habitar alguno,
es donde están desparramados los modernos individuos-punto. Por
eso, lo que importa no es sólo, como decían los existencialistas, me
diante un compromiso libremente elegido fijarse uno mismo una
dirección y un proyecto en el espacio absurdo; tras el desaire gene
ral del ser humano sobre las superficies de la tierra y de los sistemas,
lo que importa es, más bien, habitar el exterior indiferente como si
pudieran estabilizarse en él burbujas animadas a plazo más largo.
Aún a la vista del sudario que se extiende sobre todo, los seres hu
manos tienen que mantener la apuesta de conseguir tomar sus re
laciones mutuas, en un espacio interior a crear por ellos, tan en se
813
rio como si no hubiera hechos exteriores. Las parejas, las comunas,
los coros, los equipos, los pueblos e Iglesias, están comprometidos
todos ellos, sin excepción alguna, en frágiles creaciones de espacio
frente a la primacía del infierno blanco. Sólo en tales receptáculos
autoconstruidos se hará realidad lo que quiere decir la marchita pa
labra solidaridad en su nivel de sentido más radical. Las artes de vi
vir de la Modernidad intentan crear no-indiferencia en lo indife
rente. Incluso en un mundo espacialmente agotado, esto coloca el
proyectar e inventar en un horizonte inagotable450.
Yquizá sólo entonces existan, en absoluto, «pueblos libres» -de
los que hablaba el siglo XIX, sin comprender que sólo ayudaba con
ello al surgimiento de formas más modernas de colectivos de obse
sión- como asociaciones de seres humanos que se unan de nuevo
en vistas a una indiferencia realmente unlversalizada de un modo
no visto hasta ahora, sólo vagamente anticipado por Iglesias y aca
demias.
18 La edad moderna
y el síndrome de tierra virgen
En la sala de lectura del moderno anejo a la Library of Congress
hay colocada una inscripción de Thomas Jefferson que conceptúa-
liza como ninguna otra expresión el espíritu de la época de las to
mas de territorios: «La Tierra pertenece siempre a la generación viva.
Por eso, durante su período de usufructo, ellos pueden adminis
trarla, con sus productos, como quieran. También son señores de
sus propias personas y pueden regirse, en consecuencia, como quie
ran».