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Una vez en la cima, lo que faltaba por hacer fue obra de poco tiempo:
los centinelas salvaron de un solo salto el valladar que separa al
sueno de la muerte;[1] el fuego aplicado con teas de resina al puente
y al rastrillo, se comunico con la rapidez del relampago a los muros;
y los escaladores, favorecidos por la confusion y           paso
entre las llamas, dieron fin con los habitantes de aquella guarida en
un abrir y cerrar de ojos.