El resto de ser pesado, del que no es posible desembara zarse, aparece como
estribaciones
de lo real en las burbujas de descarga, las culturas, los espacios climatizados de ilusión, los termotopos y campos de cordialidad.
Sloterdijk - Esferas - v3
apostrofará a los amigos librepensadores de la vida experimen tal como nosotros, aeronautas del espíritu».
Así pues, quien no quiere hablar del impulso hacia arriba ha de guardar silencio también de la Mo dernidad.
Para apreciar en su justo valor la cólera antirromántica (y anti-antigra- ve) de 1legel hay que reconocer en él una figura precoz del conservadu rismo moderno. Le motiva la acertada percepción de que los llamados ro
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mánticos, los nuevos ligeros y aburridos, los polivalentes y flotantes, esos empresarios y aeronautas metafóricos en el espacio irónico, ya no están dispuestos a dejar que sus ánimos levitados, que planean por encima de cualquier empresa sin rumbo fijo, se consideren sólo como provisorios pa tológicos que habría que abandonar tan pronto como se haya vuelto a con diciones sólidas: un suceso que fue confirmado, por lo demás, por algunas conversiones espectaculares en los curricula vitae de los «subjetivillos» que
jugaban con todo al principio. Para Hegel, la punta hiriente del ataque romántico está en que con él lo ligero se consolidó por sí mismo. El filó sofo percibe claramente que aquí hay que poner en marcha procesos de revisión de los pesos y medidas de la antigua ponderación seria. Tiene pre sente, asimismo, que en el modo moderno de vivencia el aburrimiento se emancipa como fenómeno con valor propio: el tiempo interior se desyuga de carros destartalados con metas objetivas, de manera que surge una con ciencia suelta impelente, liberada de finalidad, en senddo positivo sin tra bajo, que avanza del capricho a la coyuntura y de vuelta al capricho: se le podría llamar el descubrimiento de las grandes vacaciones a partir del espíritu de los objetivos finales tachados. No resulta sorprendente que un pensador como Hegel, que todo lo que consideraba válido de verdad sólo pudo hacerlo inteligible desde un final explícitamente conseguido con ceptualmente, no reconociera en tales planteamientos otra cosa que des pliegues de un arbitrio veleidoso sobre el mundo objetivado. En las mani festaciones del espíritu levitado, que, por decirlo así, juega divinamente consigo mismo y con el elemento del mundo, sólo ve una «insubstanciali dad» que, como enseña, toma ineludiblemente en sus manos el timón «cuando falta la seriedad, el dolor, la paciencia y trabajo de lo negativo»604. Por muy amplio que sea, por lo demás, el parentesco entre ironía y dialéc tica, Hegel pretende fijar la inquietud activa, que es el sí mismo605, al mo vimiento circular serio y a la producción laboriosa que sabe adonde va. Por eso la libertad tiene que soportar que se la equipare a la comprensión de la necesidad: como si hubiera emergido de la substancia durante un se gundo insolente, para volver a hundirse inmediatamente, como afectada de arrepentimiento y vértigo, en la necesidad, legalidad, autolimitación.
Jamás puede permitirse que la efervescencia de lo vivo se convierta en un ir flotando sin rumbo; jamás el impulso hacia arriba puede seguir su pro pia línea. Inadmisible es para Hegel también el cortocircuito romántico entre la vivencia pura y el sentido de la existencia, tal como Lord Byron lo
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articuló en una carta del año 1813 a su prometida: «La gran meta de la vi da es la sensación, para experimentar que existimos, aunque sea entre tor mentos». Para el pensador, tales movimientos y conmociones sólo pueden ser los de la mala finitud; cuyo rastro psicológico es el sí mismo enfermo, que huye de su indolencia y falta de mundo refugiándose en jactancias e intensivismos.
De hecho, sin embargo, las disoluciones de la ligereza autoconscien- te sólo fueron posibles en el horizonte de una «sociedad» que, gracias a su acumulación de bienestar, ciencia y técnica, ya estaba a punto de salir del ámbito de la historia como trabajo duro y lucha: un estado que fue anticipado con gran pregnancia y precocidad maníaca en los pupitres del Romanticismo temprano. La doctrina poetológica de Novalis de la potenciación de lo casual sólo pudo ser redactada en un contexto, en el que -a consecuencia de la cesura kantiana y fichteana- ya era posible des pedirse del dictado de la objetividad externa como de un prejuicio derro cado. Tras la caída del Ancien régime ontológico se escuchan nuevos tonos:
Todos los azares de nuestra vida son materiales de los que podemos hacer lo que queramos. Quien tiene mucho espíritu hace mucho de su vida - cualquier co nocimiento, cualquier incidente sería para el que está lleno de espíritu - el primer miembro de una serie infinita - comienzo de una novela infinita.
Humanidad es un papel humorístico**’.
Hay que precaverse de aducir la precocidad de tales bosquejos como reproche en su contra. Tampoco puede confundirse la venganza, una y otra vez desatada, de lo real con una refutación de las tendencias antigra ves, por mucho que los conservadores integren con gusto tal cosa en su vi sión de los hechos: desde siempre han creído en la caída, no en el vuelo. Si Icaro cae al mar, serán ellos los que lo han sabido siempre. El pesimis mo manifiesta su debilidad, su parentesco con el ánimo vengativo, cuando pretende tener razón frente al esclarecimiento. ¿No más permisos de des pegue, pues, para reos de imitación de Icaro? Todavía la conocida vincu lación de Freud entre la erección y la «superación de la fuerza de la gra vedad» deja entrever la creencia de que tras tales insurrecciones la fuerza de atracción de la Tierra tiene la última palabra.
Lo que de hecho se había implantado al máximo nivel con la ironía romántica y su arte de tomarse a la ligera todas las cosas fue el cuestiona-
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miento del concepto tradicional de realidad junto con su fundación en una ontología superada monovalente; esto no sólo acaba en la crisis de la «teleología occidental»607, sino en la liquidación del concepto de realidad de la gran cultura. Los procedimientos técnicos más visibles para ello son la aeronáutica, que udliza el impulso hacia arriba, y la astronáutica, que abre a los cuerpos terrenos el acceso a la ingravidez. Desde ahora en el aire no hay nada menos que el final de lafuerza de gravedad608. Le llega la hora al pesimismo ontológico, que nunca había podido hablar de otra co sa que del Uno necesario. La nueva era es la de la distensión de la subjeti vidad frente a las venerables definiciones del mundo de la seriedad. Con ella comienza la infiltración de ligereza y ambigüedad en la pesantez monótona de la substancia. La libertad es más que la necesidad compren dida: es la división entre las fuerzas cargantes y descargantes.
En este punto queda claro dónde prenden empíricamente los intereses de una esferología pluralista: lo que le importa es acercarse con nuevos medios de descripción a la reconstrucción de espacios de animación co- subjetivos o surreales. Gracias al concepto de descarga puede emprender se la interpretación climatológica de una realidad polivalente, cuyo punto de mira se dirija a la animación de células mundano-vitales por medio de tendencias antigraves. Bsyo este punto de vista la Modernidad aparece co mo un experimento de levitación expansivo y transcultural: con el acento puesto en la espumización de lo real gracias a la introducción de momen tos de impulso hacia arriba en el complejo de la gravedad. Hay que admi tir ahora que el concepto de civilización tiene como premisa el de anti gravitación; implica la inmunización frente a la gravedad, super-gravedad, que paraliza las iniciativas humanas desde antiguo; protesta contra los montes inamovibles. Siguiendo el impulso a una explicación acorde con el tiempo de las técnicas de inmunidad, hay que hacer explícito ahora, por su parte, el giro hacia el aligeramiento.
Una vez asegurada en esbozo la deducción de las culturas del estrés co lectivo y de su desarrollo legal en el decorum de grupos -nos remitimos una vez más al trabajo de futuro de Bazon Brock y Heiner Mühlmann-, hay que dilucidar también el sentido civilizatorio de los momentos anti-estresantes. El triunfo empírico de las corrientes antigraves puede deducirse de la ob servación de que en todos los ámbitos abarcados por el mecanismo del mer cado y por la revisión inventiva la carencia se ha convertido en un bien es caso. Si fuera de otro modo no podría haber competencia alguna por la
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administración de los recursos penuria, pulsión, necesidad: ni a nivel ma terial, ni a nivel simbólico. Es sabido que en la esfera de consumo desarro llada son las ofertas las que abundan, mientras que las necesidades suscep tibles de demanda se presentan cada vez más como escaseces609.
Por los efectos antigraves de la superabundancia de medios de civili zación, que, a pesar de todos los contragolpes y aniquilaciones de valores, se acumulan incesantemente desde hace doscientos años, se ha puesto en marcha un proceso de revisión del concepto de realidad que echa aba
jo el asunto de lo sólido, pesado, ineludible. Partiendo de la definición de espuma que dimos al comienzo, hay que describir la totalidad del campo social modernizado como un sistema multicameral, compuesto de células de impulso hacia arriba - vulgo «mundos de\ja vida»-, en las que los sim biontes gozan de efectos antigraves, gracias a los medios de ingravidez ac cesibles a ellos. Los espacios simbióticos están constituidos co-confortable, co-frívola, co-delirante, la mayoría de las veces co-hipócrita y co-histérica- mente también. Por eso no son seguros frente a la infestación mimética y a la irrupción de epidemias paranoides. Si atribuimos a la climatología una importancia existencial tan grande es porque, por motivos filosóficos, hay que preguntar más allá de acondicionamientos técnicos de aire y modifi caciones opcionales de condiciones de respiración físicamente concretas: lo que da que pensar es la atemperación del ser-en-el-mundo en general, el ánimo del ser-ahí entre los polos de agravación y aligeramiento. ¿Espu ma significaría ahora: aire para respirar en un lugar inesperado?
Hay que admitir que el descubridor de los ánimos exploradores del mundo en el contexto filosófico, Martin Heidegger, estableció otros signos completamente diferentes para la valoración de lo ligero y pesado (bajo es te punto de vista, un pariente de Gehlen en el espíritu vanguardista-con servador). Por muy contemporáneas que sean las percepciones de Hei- degger con respecto a los flujos descargantes en la economía doméstica climática de la existencia modernizada, tanto por su hábito como por su pathos se manifestó claramente en contra de las tendencias de levitación y dedujo la dignidad de la existencia -todavía dentro completamente del sentimiento heroico de la vieja Europa- del dejar-se-enrolar en lo duro, pesado, necesario. Como Hércules en la encrucijada, el verdadero filósofo elige la solución incómoda. Aunque, como en Gehlen, este voto tiene una tonalidad voluntarista: otra vez vuelve a anticiparse el capricho a la necesi dad. Lo que le importa esta vez al pensador heroico es superar la conven
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ción por la espontaneidad. Aunque esto sólo significa que a un descubridor (mejor: a un explicitador) no se le puede obligar a sacar las consecuencias «progresivas» de su descubrimiento.
La opción en favor de la concentración, seriedad y pesantez -sobre un trasfondo de intelecciones agudas y profundas sobre la validez y omnipre- sencia de existenciales como dispersión, ligereza e indecisión- no puede deducirse necesariamente, en modo alguno, de la propia fenomenología de Heidegger de los estados de ánimo. Considerando las cosas con mayor detención, se muestra que las valoraciones ponófilas, amigas del esfuerzo, enemigas del aligeramiento -tanto en Heidegger como en Gehlen, Schmitt y semejantes-, son enteramente de naturaleza decisionista y prejuiciada; en todo caso, pueden anclarse en el decorum del viejo heroísmo europeo. Es tos protagonistas del realismo en el mundo desencantado poseían una conciencia agudizada de que, bajo las condiciones de su propio tiempo, la dispersión es un fenómeno más amplio que la concentración. Por analogía con ello, deberían haber tenido claro que la ligereza es toda una dimensión más rica que la seriedad, la indecisión que la decisión, y, finalmente, por rozar el núcleo caliente de la actualidad: que la falta de compromiso abar ca un campo más complejo de situaciones, tomas de postura y oportuni dades existenciales que el compromiso.
Sólo una opción espontánea puede obligamos a intervenir en un pun to conflictivo de lo real. No obliga la necesidad, somos nosotros quienes elegimos una dificultad. Mussolini lo había comprendido cuando definió el fascismo como horror ante la vida cómoda. En la popularidad ilimitada del deporte, que ya llamó la atención antes de 1914 al diagnosticador de los tiempos, Oswald Spengler, se articula la verdad sobre la época presen te: en él la necesidad imperativa ha sido sustituida por el esfuerzo elegido; a la pasión sigue la afición; el juego ha aventajado al trabajo, y lo que se presenta como trabajo es la superabundancia que ha puesto cara seria; las oficinas de trabajo ya podrían llamarse hace tiempo oficinas de simulación de trabajo. El capricho lleva de la cuerda por doquier a lo necesario. Sólo por mor de la forma ontológica acostumbrada se dejan atar las fuerzas li beradas y se hacen el tonto tanto como la necesidad quiera; simulan, co mo es debido, servir a los fines más sólidos e ineludibles.
La información decisiva sobre la inversión de los signos entre lo ligero y lo pesado procede de los mundos de expresión en los que se reviste la disposición popular neo-atlética al esfuerzo: precisamente porque las for
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mas de vida civilizadas, descargadas técnicamente, prácticamente nunca exigen ya en serio de los individuos que lleguen a sus límites -de modo que summa summarum están descargados crónicamente de la gran reacción de estrés frente a un riesgo real para el cuerpo y la vida-, muchos de ellos optan por una recarga intencionada, aunque no porque crean en la nece sidad de su apuesta, sino porque, de un modo latente-irónico, reclaman para sí el derecho a esfuerzos y riesgos acrecentados*10; se podría hablar de un apedto endógeno de caso crítico: los programas heroicos, que funcionan en vacío, quieren seguir ocupados con otros contenidos; tampoco ellos, con su liberación, pueden acostumbrarse a la larga a la arbitrariedad. No admiten, sin más, su despedida de la necesidad. Por eso, en el deporte, en el consumo, en el empresariado, y recientemente también en los activismos sociales otra vez, se ha llegado a una conjunción de trabajo yjuego que conduce a otros resultados completamente diferentes de los que consi guieron anticipar Schiller y Marcuse.
Partiendo de un espíritu semejante de autocarga deliberada, los ontó- logos fundamentales han reclamado para sí el derecho a ser utilizados por los asuntos más importantes del ser temporizado. Astutamente hablaba Heidegger de lo «ineludible»: no le parecía demasiado alto el precio de la renuncia a los encantos de la dispersión contemporánea para la alianza con el polo de pesantez. Por el gesto, es comparable a ello el afán cristia no de congoja de Simone Weil que se manifiesta en la doctrina: «Inme diatamente después de la conformidad con la muerte, la conformidad con la ley, que hace imprescindible el trabajo para el mantenimiento de la vi da, es el acto de obediencia más perfecto que ha sido dado cumplir al ser humano»61. Lo que quiere decir: dado que el trabajo corporal es una muerte diaria, tendría que convertirse en el centro espiritual de la vida so cial. No hace falta ser psicoanalista para darse cuenta de cómo en esos ges tos actúan derivaciones del masoquismo primario, que se manifiesta como furor ahorrativo, vuelto hacia dentro, o como afán de sujetarse estricta mente a uno mismo612. Nietzsche: «El ser humano siente auténtica volup tuosidad en dejarse forzar por demandas excesivas»61*. Es difícil negar que los fenómenos aparecen compuestos como en unajerga adleriana, donde no se trata tanto de inferioridades orgánicas, que demandan ser compen sadas por altas prestaciones, sino de estados de ánimo existenciales de in significancia y superfluidad, que por la huida a lo indispensable postulan su contrario.
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El deporte de altas prestaciones y las elevadas filosofías del siglo XX tie nen en común que sólo se saca sentido a ambos cuando se les entiende como enunciados sobre el stand de la levitación. Tanto el esfuerzo delibe rado por conseguir récords y victorias como la opción arbitraria por com promisos y nuevas cargas testimonian lo mucho que la vida liberada mis ma ha de preocuparse por la inversión de sus excedentes de sentido. Cuando no hay a la vista por ninguna parte una necesidad imperativa, los individuos pueden y tienen que elegirse ellos mismos sus casos críticos en frentes discrecionales. Deporte y compromiso son emanaciones de una ar bitrariedad profunda, en la que el esfuerzo se coloca al servicio de lo su- perfluo. La ligereza coge en hombros a la gravedad. Que altas apuestas se rodeen a menudo de un aura de seriedad sagrada es algo que sólo permi te reconocer el reverso de la elección liberada de realidad. Cuando se es trellan corredores de coches o se caen parapentistas, por regla general se compensa respetuosamente el trágico final y la ligereza. ¿No enterró con sus propias manos el Zaratustra de Nietzsche al saltimbanqui que había he cho del peligro su profesión? 614
Se puede formar indirectamente -en el espejo de la teoría- un con cepto del enorme progreso que representa el acontecimiento de la levita ción si se compara el diagnóstico ocasional de Hegel del aburrimiento y li gereza como síntomas epocales de la Modernidad incipiente con las radicalizaciones que Heidegger, en su fase de culminación entre 1926 y 1930, supo dar a los temas dispersión y aburrimiento. Que con ambos mo tivos rozaba el núcleo del ánimo de la época le resultaba tan cierto a Hei degger como poseído estaba de su vocación de regresar, transformado, del descenso a la falta de seriedad moderna. Como sufridor del vacío será ca paz -tal era su convicción- de mostrar el camino de subida; desde el baño de inmersión de la reflexión sobre la dispersión inevitable ha de seguirse adelante hacia nuevas formas de recogimiento y conmoción por la obra que hay que completar ineludiblemente. La lección del semestre de in vierno 1929-1930 sobre los Conceptosfundamentales de la metafísica es conoci da, sobre todo, por su sensacional fenomenología del aburrimiento, de la que no se exagera considerándola como la teoría del presente más pro funda que fue capaz de producir el siglo XX. Cuyo núcleo ocupa, según Heidegger, una existencia levitada, y su característica más relevante es la imposibilidad de ser aprehendida completamente por algo. El ser huma no se experimenta como una forma hueca y ligera, no adscrita a contenido
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alguno que la llene; a lo largo y ancho nada a la vista que eleve la existen cia a la dignidad de lo real615. Aquí se expone conceptualmente la inso portable levedad del ser, que en este punto se llama: «necesidad de la fal ta de necesidad». La expresión ofrece el primer diagnóstico filosófico claro de la sociedad de consumo desarrollada. Como sucede tantas veces, el espíritu conservador está en el pulso del tiempo en tanto que se deja es clarecer por aquello que rechaza. (Max Frisch: «No era dolor, necesidad, como había temido antes; era sólo el vacío, y eso era peor, se trataba de una existencia de sacudidores de alfombras»616. )
No hay escape alguno de la desazón del aligeramiento: dado que en la existencia desarmada falta el juicio interno de caso crítico, el sujeto se sien te expuesto a una descarga banal. Su levedad le hace daño de modo curio so; o, mejor, se siente separado inquietantemente de lo que podría hacer le daño. Se resulta indiferente a sí mismo; y ello con razón, porque, tal como vive actualmente, nada de lo que emprende puede tratarse de algo real. La vida poco conmocionada se aburre. Aburrimiento* quiere decir: se experimenta el propio tiempo como una dilatación interior, que se nota so bremanera porque no se llena con acciones significativas. Se vive como du ración torturante antes de la aparición del próximo suceso que deshaga el estancamiento. Paradigmáticamente: una espera de horas al tren en una es tación de provincias. Pero la falta de emoción llega mucho más lejos. El ani mal sin misión camina a tientas en la niebla; muchas cosas son posibles, nin guna convincente. Puesto que nada me impresiona, intento muchas cosas. Me lanzo a la acción, me dedico, artificialmente entusiasmado, a lo inapla zable, que parece decirme: ¡Atiéndeme! Me hago el comprometido, el agente de lo importante, el militante. ¡Si buscáis a un combatiente de pri mera fila, aquí estoy yo! Si observo más detenidamente he de confesar: «[. . . ] eso tampoco han sido más que ornamentos de mi soñolencia»617. In cluso el compromiso se manifiesta como una forma de dispersión. En tan to que distiende el sentido del tiempo en una extensión descolorida, la fal ta de emoción trunca la concentración sobre propósitos esenciales. Resulta imposible concentrarse en una acción. Aunque todavía consiga uno mismo matar el tiempo del aburrimiento superficial, el tiempo del aburrimiento profundo sigue dentro de la existencia. Por ello pierde ésta la característi-
’ iMtigeweile en alemán, repetimos: instante, momento, lapso de tiempo, largo, o que se hace largo. (N. del T. )
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ca de su existencialidad: la capacidad de desplegarse en una obra plausible. Crece la desazón, hasta que el sí mismo pierde todo perfil; pero Heidegger no piensa quedarse a medio camino. Lo que era existencia activa ha de con vertirse en profundo aburrimiento ahora. Aburrimiento, que es la imposi bilidad, incrustada en medio de la vida, de tener un proyecto.
Si uno se entiende plenamente como hijo del tiempo disperso y alige rado, y se siente, además, íntimamente como un perdedor al que no le queda nada: entonces uno está tan aburrido que ya no se puede decir si quiera quién es aquel al que le ocurre esa privación. Así como la gran an gustia produce la privación de mundo -y, por contraste, refuerza la refe rencia al milagro de que algo sea-, el aburrimiento profundo produce la privación de sí mismo. Puede hacer a contrario que destelle lo sustraído: la concentración del tiempo en la acción con sentido.
Con este descenso al último desposeimiento Heidegger roza un valor límite patológico de la descarga, en el que el descargado pierde el senti miento de la propia existencia, de modo que se experimenta a sí mismo como un hecho íntimo-indiferente. Mi característica propia puedo descri birla ahora como total ausencia de ser. En el aburrimiento más profundo sólo hay ya circunstancias en las que no habita sí-mismo alguno; el aburri do profundo es la inexistencia realmente existente. El dolor de la falta de dolor trona en ella. Como un Atlas negativo, la existencia inexistente tie ne que soportar la falta total de peso del universo. Es insoportablemente ligero un mundo del que se ha amputado mi corazón del tiempo, mi vital tener-algo-que-hacer-ahora.
Ciertamente, el filósofo no hubiera impuesto ese descensus ad inferos a sus oyentes si no hubiera creído que podía encender en ellos la chispa de la re-ascensión. El sentido de la meditación era claramente dialéctico, te nía que liberar la «fuerza positiva de lo negativo» con el fin de regresar de la lasitud a una conmoción efectiva por lo ahora así llamado ineludible. De modo que también en Heidegger, como después en Sartre, al compromi so precede una falta radical de compromiso; con la diferencia de que el maestro alemán construye la existencia capaz de compromiso y de acción dando un rodeo por el resurgimiento a partir del aburrimiento más pro fundo. Puede añadirse: en la forma alemana del aburrimiento de 1929 se esconde la forma alemana de la derrota de 1918. Naturalmente, el más ín timo estar abandonado en el vacío por la industriosidad de la vida, descri to por Heidegger, es un síntoma de perdedor, tal como se presenta en una
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población en la que ha desaparecido la orientación a las gratificaciones por el éxito y la victoria. Por ello, en esas teorías resuena también un ele mento de trágico asesoramiento y cuidado de la tropa; junto con un háli to de revancha al mayor nivel. Muchos son los vencidos, pocos los elegidos para hacer de la derrota una victoria de tipo especial.
El giro ha de conducir del permanecer vacío en la descarga a una nue va carga por algo epocalmente importante, necesario; apuesta por el valor terapéutico del darse importancia. De la revelación de la nada fútil en el tiempo vacío, el ser-ahí asciende a una exacerbación aguda de la existen cia en el tiempo de la acción. Lástima que Heidegger ilustrara sus medita ciones poco tiempo después con un falso ejemplo. Podría haber puesto uno correcto si hubiera seguido la «llamada» a la levitación y se hubiera comprometido con la democracia y la ingravidez618. Esto no entraba en sus determinaciones y proyectos. Hubiera presupuesto el cambio del carácter de su profesión y exigido el reciclaje del profeta en intelectual; hubiera re querido admitir que los modernos han de renunciar al fingido mandato de la necesidad.
4 Your Prívate Sky - Pensar el aligeramiento
Mientras que los proyectos de Gehlen y Heidegger se caracterizan por el esfuerzo de negarse a la antigravitación y decontracción de las condi ciones modernas de vida en la «sociedad» de consumo, con el desarrollo del constructivismo y funcionalismo, después de 1945, ha aparecido un nuevo paradigma de pensamiento, del que puede percibirse desde el co mienzo su pertenencia a la era de la levitación, tanto cronológica como es tilísticamente. Quien quiera puede reconocer en el giro constructivista la contribución de California a la historia más reciente del espíritu; enten diendo bajo California, como en otro tiempo bajo Schwabing, menos un territorio que una disposición mental, que puede encontrarse tanto en la costa americana del Pacífico como en Illinois o en Bielefeld. Es sobre to do por las manifestaciones del mentor filosófico de la corriente construc tivista, Heinz von Foersters, 1911-2002, a quien no sin razón se ha llamado el Sócrates de la cibernética, por las que resulta palpable la afinidad del nuevo planteamiento con la levitación en desarrollo. Sus procedimientos argumentativos y dialógicos acaban directamente en una crítica de la ra-
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Joseph Beuys, Levitazione in Italia, 1973.
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Charlotte Buff, Trans-formaciones XXV, revistas, redes, 1992.
zón grave o pesada. La intervención decisiva de Von Foersters consistió en un esclarecimiento del proceso del que surge la ilusión «ontológica» de la pesantez. Dio la prueba -prefigurada en la filosofía de Fichte- de que el peso de lo objetivo es el resultado de una externalización recóndita, no comprendida. Los objetos se hacen sobrepesados cuando se colocan en el plato de la balanza de la prueba de realidad sin el contrapeso de lo subje tivo. Si se contrapesa un objeto pesado con un sujeto sin peso, el plato de la balanza se inclina inevitablemente del lado del objeto. Este procedi miento de peso constituye la operación fundamental de las doctrinas clá sicas de la substancia y de las ontologías monovalentes. En ellas, el sujeto está inerme frente al bloque de lo objetivo y supuestamente sólo posee la opción de someterse a lo dado: un gesto que se presupone en las teorías clásicas del conocimiento, cuando reducen el saber a un reflejo de lo exis tente en un medio subjetivo. Con este arreglo los seres humanos pueden encubrir el hecho de que fueron ellos mismos quienes se adjudicaron la falta de peso y a los objetos el peso pesado: el peso es el señor, y quien co mo ser humano quiere participar en el señorío tiene que presentarse co mo representante de la fuerza de la gravedad. A no ser que se encuentre un camino para repartir de otro modo los pesos.
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Jeffrey Shaw, Waterwalk, 1969.
Si se vuelve a introducir explícitamente al observador, junto con su ac tividad diferenciadora y su responsabilidad frente a las diferencias elegidas por él, en el acontecimiento, deja de ser una quantité négfigeable, retoma al escenario como magnitud activa de propio derecho entre otras magnitu des (sobre todo cuando dispone de máquinas con cuya ayuda pueden mo verse incluso los objetos físicamente más pesados). El peso de las cosas es un constructo que se forma en el trato con ellas; como tal, es tácticamen te modifícable. Hay que reconocer, pues, que el ser humano topa con sus pre-decisiones en todo lo que hace. Tras el giro constructivista ha de saber que lo que se llama gravedad y ligereza no puede ser otra cosa que un efec to de equilibramiento o no-equilibramiento de pesos y contrapesos.
De aquí se sigue la máxima moral del constructivismo: demandar en to do la visibilidad de la libertad y la explicitud de las decisiones electivas.
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Quien se incorpora a este camino no tiene por qué soportar ninguna exter- nalización; ya no concederá autoridad alguna a afirmaciones que remitan a un exterior objetivo. Proposiciones que contengan el elemento «hay. . . » se traducirán en enunciados que comiencen con «supongo que. . . ». El impera tivo no demasiado categórico de Von Foersters reza: «Obra siempre de tal modo que crezca el número de las posibilidades»*19. Al Cibersócrates no se le ocurre considerar como carga la riqueza de alternativas. Cuando hay a la vista una mayoría de opciones, incluso las situaciones más penosas aparecen como terapéuticamente corregibles, al menos en el sentido de que se pue de sustituir un constructo invivible de realidad por uno menos insoporta ble620. Cuando se afirma una realidad externa, las buenas costumbres inte lectuales exigen después que se añada el nombre del autor y el año de aparición, junto con una mención de qué número de edición se trata. El trueque de confort por necesidad se acepta abiertamente como base de ne gocio del experimento moderno.
El pensamiento constructivista quiere protegerse frente al destino de las doctrinas de emancipación conocidas hasta ahora (frente a la dogma- tización de las propias ambiciones y, con ello, frente a la aproximación de la crítica de buena fe al polo jacobino) manteniendo una reserva frente a sí mismo. Esto sólo puede conseguirse mediante un constante entrena miento en autodistancia o autoaligeramiento. El humor dialógico de Von Foersters tiene relación con el concepto de Luhmann de razón irónica, que por motivos metódicos y morales se prohíbe a sí misma ponerse seria en asuntos propios. «Razón autocrítica», dice Luhmann en un momento destacado, «es razón irónica»621. La dimensión antigrave de ironía será en carnada suficientemente por una cultura de la teoría tan pronto como «pueda cambiar su propia creencia en la realidad, es decir comience a no creer en sí misma»62. Al advertir frente al momento autosugestivo, que re sulta inherente a toda forma de creencia en la realidad, Luhmann -como un romántico temprano que hubiera madurado después de las lecciones del siglo XX- alcanza una posición que puede entenderse como antítesis a la inmersión voluntaria de Heidegger en el fatum grave (naturalmente también como protesta frente al rigorismo moral, que rebosa de buena fe en sí mismo, y contra los fascismos de izquierdas, en los que se repara de masiado poco, que aparecen en vestimenta universalista y saben siempre hasta en el más mínimo detalle qué quieren, qué son y qué necesitan los seres humanos).
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El descubrimiento de la levedad, que se materializó en el siglo XXen los sistemas de previsión de la existencia, es doblemente significativo para la teoría de las relaciones esféricas: por una parte, como objeto de análisis, por otra, como presupuesto de su propia aparición. Sólo cuando la leve dad se ha hecho temática pueden describirse los espacios de coexistencia animados bajo el aspecto de la gravitación. Después del establecimiento de lo atmosférico como categoría -como dimensión ontológica-pública- to dos los hechos humanos se presentan subspeciede la descarga. La antigra vitación puede entenderse ahora como vector «más fundamental», mejor que la tendencia que se dirige contra la dimensión fundamento. Con ello queda claro: sin los viajes al cielo del sentido no-pesado la cultura sería im posible. Mientras que la seriedad realista pretextó siempre ser y saber lo que es el caso, el pensamiento realista del futuro tiene que partir de la idea de que la antigravitación es más seria que todo lo que el consenso formuló nunca sobre lo llamado fundamentante.
Con ello se transforma la representación de la historia humana tanto con respecto al estilo como al objeto mismo: mientras «historias universa les» convencionales se contentan con acompañar la andadura de las «cul turas» y etnias por los territorios de sus necesidades internas y estresores externos, a una historiografía esferológicamente informada lo que le im porta es rememorar los momentos de impulso hacia arriba, de exceso y li bre deriva en el interior de las islas antropógenas; y, en verdad, porque ahora se sabe que, en general, nunca hay que habérselas con seres de ca rencias en medio de sus apuros, sino con seres de riqueza, diseñados para el mimo, el lujo de intimidad, los privilegios infantiles, las fases de vigilia descargadas y el acopio de estímulos. La ominosa expresión conditiohuma narefleja el hecho de que estas criaturas de la riqueza hubieron de en frentarse durante los trayectos más amplios de su existencia histórica al problema de una forzada minusvaloración de sí mismos. ¡Cuánto tuvieron que unilateralizarse para asegurar su supervivencia; a cuántos de sus po tenciales hubieron de renunciar para soportarse en su vida diaria; cuántas falsas descripciones de su naturaleza -desde el pecado original hasta la co dicia sin fin- soportar para cumplir la tarea de la acomodación a las cir cunstancias más diferentes de mundo! Una expresión clave para ello es «hacerse adulto», otra «interiorización del sacrificio», hipertrofia del sen tido de realidad a costa del sentido de posibilidad una tercera. Una histo ria universal del sentido ligero ofrecería la prueba de cómo bajo las con-
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diciones de presión del realismo de pobreza se forman por doquier innu merables células descargadas e islas climáticas, cada una de las cuales con un secreto propio de desencapotamiento. Sin duda, la capacidad de su pervivencia de las culturas se basa no sólo en los aportes de estabilidad (acentuados unilateralmente por Gehlen) de sus organizaciones simbóli cas o instituciones, sino, tanto como en ellos, en el trabajo de levitación subterráneo, apenas percibido por las teorías de la cultura al uso, gracias al cual los habitantes de la isla antropógena crean sus espacios de respira ción. Estos procesos parecen como ocultos bajo un título surreal: la in vención del aire por la respiración.
Con ayuda de la categoría de descarga y de la empina explorada por ella se puede mostrar que el principio de realidad, llamado así desde Freud, no sólo es conformado por las experiencias que consiguen adolescentes en el trato con la dureza, resistencia e indisponibilidad de los objetos. De la entrada de lo real en la vida de la inteligencia son responsables, asimis mo, los aligeramientos que se descubren en el manejo de las cosas: las po sibilidades de vencer resistencias, de sortear obstáculos, de demorar difi cultades, de dar otro sentido a las carencias, de rechazar imputaciones de culpa, de reformular reproches, de manipular normas y patrones, de infil trar tareas, de sustituir pérdidas, de amortiguar el dolor y de evitar en cuentros frontales con aquello frente a lo cual sólo puede perderse. Hay que añadir la conciencia de la ductilidad de los conceptos y de la necesi dad de interpretación de normas; completada con la comprensión de la preeminencia tendencial de la astucia frente al trabajo pesado y del ardid frente al método. Al nivel de la reflexión se añade el reconocimiento del carácter mudable de todas las relaciones.
Con todo esto se reúne, por lugares y tiempos, un arsenal diferenciado de artes de antigravitación, que podría llamarse Escapología aludiendo al álbum de una estrella del pop623. Provistos de su set local de técnicas de ali geramiento, los seres humanos de las más diversas culturas se enfrentan a la tarea de sustraerse del peso del mundo lo más ampliamente posible; y soportar lo que ha quedado. Se trata de descubrir como ontólogo al bravo soldado Schwejk.
El resto de ser pesado, del que no es posible desembara zarse, aparece como estribaciones de lo real en las burbujas de descarga, las culturas, los espacios climatizados de ilusión, los termotopos y campos de cordialidad. Por regla general se aprehende por medio de interpreta ciones religiosas: venerando la carga o identificándose con lo sobrepode-
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Walter Bird, Modelo de espuma. Surgimiento
de poliedros en el interior de un paquete de burbujas.
roso. Donde es posible identificar malhechores se recurre a rituales de venganza, más tarde al Derecho Penal; donde lo real aparece como ene migo, uno se acomoda a ello mediante duro ejercicio interior y exterior. Con todo, hay que tener en cuenta el hecho de que lo real en situaciones triviales sólo puede experimentarse como un resto, mientras que la otra parte, más considerable, sólo penetra en la representación mental imagi nariamente, por ejemplo a través de escenarios de amenaza. Algunas civi lizaciones han creado el papel del abogado oficial de lo real, dotado con la atribución de alegar contra los efectos de la descarga llevada demasiado lejos, en cuanto le parezca que el colectivo está en peligro, debido a su ad ministración exaltada de la ilusión. Desde el siglo XIX Europa conoce,jun to al tribuno de la plebe neo-romano, al intelectual, que toma la palabra en nombre del proletariado, todavía mudo; también al tribuno de la ca tástrofe, que advierte a sus conciudadanos de los potenciales de desgracia de su propio comportamiento. Determina la señal característica del siglo X X el hecho de que sus intelectuales se hayan dedicado inflacionariamen te a intervenir en nombre de lo real. El extremismo, inseparable del estilo de la Modernidad, fue, se entiende demasiado tarde, una forma suntuosa del realismo. El realismo es la forma corriente de la creencia que la catás trofe siempre tiene razón.
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El desarrollo espontáneo de construcciones, relativamente estables, en espumas semisecas.
Retengamos: sin los gases motores de la ligereza no puede formarse ni manieiterse en forma una burbuja de (sur)realidad habitable. Under Your Prívate SAy sería la respuesta esferológica a la pregunta: dónde te quedas realna m< . La palabra «privado» no significa aquí el encierro del indivi duo en una ilusión concebida para él; muestra que el habitar real tiene lu gar bao baldaquinos, que, naturalmente, sólo cubren un pequeño seg mento del todo. El formato es el mensaje, el trozo de lo real es lo real.
Este establecer-se bajo un cielo propio-común -tanto formal como ma- terialmente representable por el principio paraguas625- conduce a éxitos mientras los sistemas de inmunidad imaginarios mantengan una mínima ilusión o una afirmación del propio campo de animación. Innecesario mostrar cómo desde este punto de vista la religión roza con la poesía. (In necesario también explicar una vez más por qué el marxismo, con sujac tancia de una comprensión superior de la base y de la prosa, supuso un ataque destructivo directo a los recursos humanos. ) Lo que Jacob el Men-
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Ars Electrónica 1982, Sky Event.
tiroso consiguió en el gueto de Varsovia -abastecer al entorno de noticias que eran mejores que la situación real- lo lograron desde siempre narra dores de historias y conservadores de rituales regenerativos626. Quizá toda vida lograda (lograda significa siempre: a pesar de las circunstancias) es un oscilar entre exo-realismo y endo-realismo. Así como la depresión corres ponde a la prosa, la hipomanía corresponde a la poesía627.
La fantasía está defado desde siempre en el poder. El hecho de que en 1968 se la pudiera reclamar explícitamente demuestra que el asunto de
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Dorothee Golz, Mundo hueco, 1966, documenta x 1997.
la levitación consiguió durante un instante feliz la comprensión general. (Al genio de Walt Disney, por el contrario, se debe el trazado del puente entre hipomanía e infantilismo: en su universo-cómic consiguió hacer explícito el principio de realidad colindante y convertir la inmersión en el kitsch i n un proceso seguro de evasión. El impulso a la introducción de re- ality-on-demand no es, de todos modos, un privilegio de la fabricación de sueños americana, sino un dominio en el que la vieja Europa ha logrado desde siempre cosas extraordinarias. ) Cuando las partículas de impulso hacia arriba se rarifican más allá de un cierto punto se llega a depresiones manifiestas. Que muestran que se ha roto la resistencia frente a la presión de lo real. Que los seres humanos permanezcan en condiciones de activar su potencial de configuración de espacio presupone el equilibrio de fuer zas entre gravitación y antigravitación. Desde el punto de vista teórico, de aquí se sigue que sin un concepto explícito de impulso hacia arriba no se
puede articular la actividad aphrógena originaria del ser humano.
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A la vista del imperativo esférico explicitado, las «arquitecturas neumá ticas» tempranas (por ejemplo, el prototipo-Radome de Walter W. Bird en el terreno del Cornell Aeronautical Laboratory, 1948, el Rubber Village Fi- berthin Airhouseáe Frank Lloyd Wright, 1956, o el Aujblasbarer Pavillon [Pa bellón hinchable] de Frei Otto de la exposición de Rotterdam, 1958, así co mo los numerosos proyectos análogos de Victor Lundy, Buckminster Fuller, Archigram y otros) que desde los años cincuenta pertenecen a las innovaciones más inteligentes y elegantes del moderno arte de configura ción de espacio poseen, mucho más allá de su función práctica, un valor simbólico teórico-cultural (o quizá habría que decir mejor: un valor simbó lico universal de técnica de nicho y técnica de cápsula)628. El aire que se respira en la cúpula neumática es parte, a la vez, del medio tectónico que proporciona al constructo tanto tensión y amplitud como habitabilidad. La presión del impulso de subida se utiliza como agens de la estabilidad del espacio; el milieu de respiración condensado actúa directamente como con formador de bóveda. Si se transfiere el modelo arquitectónico a la psico- semántica del espacio humano se consigue la ilustración más sugestiva de la dinámica de impulso hacia arriba de células y grupos de células antro- posféricos.
Más arriba, en los pasajes sobre el uterotopo y el termotopo629hemos formulado la tesis de que toda historia es la historia de las luchas entre co munidades de bienestar; con la concesión de que para la expresión bie nestar, que se refiere más bien al confort material y emocional, puede uti lizarse alternativamente el concepto elección, en el que el acento recae en preferencias timóticas, vulgo narcisistas, del propio ser-así. Bienestar y elec ción tienen en común que sus sujetos se sienten como destinatarios de pri vilegios, que se les han prometido tanto material como espiritualmente; sea por un mecenazgo discreto, sea por la de algún modo supuesta con tribución obligatoria del entorno, sea por una alianza metafísica, gracias a la cual se alian con el colectivo un protector celestial o un principio tras cendente de inmunidad.
En lo que sigue mostraremos que el principio del mecenazgo, como agente de una predestinación positiva, es una premisa sin la que no podría hacerse plausible la existencia de seres de la especie homo sapiens, sensible psico-inmunológicamente. Por otra parte, esa premisa no representa un universal, dado que hay innumerables excepciones a la regla de la especial demanda de mecenazgo de la vida individual; quizá, incluso, más excep-
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dones que casos regulares, excepciones que se especifican en las crónicas tanto escritas como no escritas de la pobreza. Llenan los libros negros so bre la vida de los seres humanos infames, desfavorecidos, superfluos. En tanto mostramos cómo el principio del mimo actúa por el mecenazgo de las madres de los seres humanos en la mayoría de las vidas llevadas con éxi to, surgen contornos vagos de una historia universal de la ligereza, de la que hemos afirmado que incluye, a la vez, la historia climática de la an- troposfera con todas sus innumerables eflorescencias locales en series in dividuadas.
5 Primera levitación - Para la naturaleza del impulso hacia arriba
Pienso que están hechas de agua; no tienen expresión alguna. Sus rostros duermen como luz sobre agua tranquila. [ . . . ]
Las plantas de sus pies están intactas. Son peatones del aire.
Sylvia Plath, Tres mujeres
Para poner en marcha una antropología no-pauperista es recomenda ble examinar con mayor precisión el centro de calor de la evolución, las configuraciones especiales del espacio-madre-hijo en los homínidos y pri meros seres humanos. Cuya mayor característica es la tendencia, comen tada a menudo, a la prolongación de la fase infantil yjuvenil en unidad procesual con una precocidad radical del momento del nacimiento. Para la interpretación de este fenómeno hay paleontólogos que han aducido el argumento de que los hijos de los humanos, si vinieran al mundo con un grado de madurez análogo al de los primates, necesitarían 21 meses de ges tación; cosa que (junto a otras contradicciones biológicas, sobre todo de naturaleza neurológica y endocrinológica) queda excluida, porque la for ma y anchura de la abertura de la pelvis en las mujeres-sapiens hace nece sario el nacimiento a más tardar tras 270 o 280 días. Esto conlleva el riesgo generalizado de una expulsión del feto muy prematura a medios externos ofensivos.
Para expresar las implicaciones de este hecho tan dramáticamente co mo han de ser presentadas de acuerdo con su contenido monstruoso ha
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bría que decir, sin ambages, que en los seres humanos el nacimiento nor mal posee la cualidad de una interrupción del embarazo dictada por la na turaleza. En el guión de la existencia humana está señalado que pasemos tres séptimos de la fase de gestación bio-psicológicamente imprescindible en el medio del organismo materno, los otros cuatro séptimos en una si tuación de nicho estable, para la que lo mejor es utilizar la expresión «es tancia en el exo-útero»: un giro que tendría que sustituir a la expresión, verdadera a medias, de época de lactancia. El diferencial entre ambos es tados crea una dinámica de transferencia que nunca puede llevarse hasta el final. Siempre jugamos un juego: 9 frente a 12; o endo-gestación más exo-gestación, que juntas producen las condiciones de entrada en el mun do. Nadie se recuerda, todos están marcados por ello. No puede hacerse un concepto de la enormidad del «puesto en el mundo» del ser humano mientras no se consiga una intelección explícita del movimiento en dos tiempos del parto, más aún, de su virtual pluritemporalidad, que factica- mente significa su inconclusibilidad. De ello, y de sus enormes implicacio nes neurológicas y simbólico-dinámicas, depende la excentricidad, abierta a la morbidez y que reclama expresión, de la constitución de la existencia humana hasta en sus últimas ramificaciones.
El ser-en-el-mundo comienza en el homosapienscon el hecho de que los recién nacidos llegan con una demanda intransferible de repetición de la posición uterina en el exterior; el absolutismo de la exigencia o necesidad infantil tiene aquí forma de una orden dictada por el desvalimiento. En lo tocante a esto, ser capaz de obedecer es el concepto concreto de adultez. El mundo del entorno, por regla general la madre biológica apoyada por madres sustitutivas y «asistentes del nido», ha de estar preparado, además, complementariamente, para la tarea de adoptar el papel de una incuba dora viviente y colocar al recién llegado en un espacio de protección bien temperado, en principio fundamentalmente bipolar, cuya peculiaridad consiste en que garantiza una continuación del embarazo en medios acla rados del m undo exterior e interactivos.
Con ello podemos contemplar la protoescena de la medialidad huma na. Uno es aquí el médiumnecesario para la inmadurez del otro. Durante un lapso de tiempo el mundo despierto ha de comportarse como si fuera el cómplice de un sueño fetal. El nacido-hasta-el-final ha de interactuar con el nacido-no-hasta-el-final de modo que de la envoltura y complacen cia del compañero frágil suija su animación: una invitación al aire libre,
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un estímulo al descubrimiento del mundo, una camaradería de camino en los primeros capítulos de la experiencia. La disposición de las madres del ser humano a hacerse cargo de esa tarea normal-surreal encuentra un apo yo en el patrón de conducta innato y adquirido de los mamíferos: según una bella metáfora de la sociobióloga Sarah Blaffer Hrdy, la evolución de la crianza de los seres vivos superiores sigue el derrotero de la «vía láctea»630.
Todo habla en favor de caracterizar las dedicaciones específicas de las primeras madres humanas a su descendencia como una forma de mece nazgo biológico: por una parte, porque la cualidad materno-humana de transmisión de vida y oportunidades de vida sucede, de hecho, la mayoría de las veces, mediante inversiones plenamente individualizadas en des cendientes destacados y preferidos para sí en cada caso; por otra, porque esta dedicación especial mecenática no obedece en modo alguno a un automatismo biológico, sino que sólo puede actuar cuando la madre ha aceptado y dado el sí a su hijo, como tal, en un acto psicosomático de adopción. Sólo cuando ha realizado esto será capaz de movilizar toda su energía existencial al completo en favor de su vástago. Las madres huma nas sólo pueden desempeñar su misión, a menudo positivamente seguida, de mecenazgo total en favor de sus hijos porque su dedicación es más que un programa biológico: representa, más bien, un compromiso -quizá la forma originaria de cualquier intervención comprometida-, y sólo puede ser calibrada en sujusto precio, consiguientemente, sobre el trasfondo del rechazo del compromiso, igualmente posible. Para entender esto hay que acostumbrarse a la irritante verdad de que en la antroposfera, incluso en el caso de la paternidad natural, la adopción tiene primacía sobre el pa rentesco biológico. Incluso los padres naturales tienen que aceptar a su propio hijo como hijo para que en el ámbito psicosocial llegue a ser aque llo que ya parece ser biológicamente. Sólo la aceptación del hijo como suerte propia y tarea potencialmente infinita convierte a la madre biológi ca del hijo humano en madre antropógena y eo ipso -en nuestra termino logía (tomada de Dieter Claessens)- en mecenas de su hijo631.
A consecuencia de la superposición de la relación biológica de la ges tación con una promesa psicógena de tutela, la madre animal se transfor ma en madre humana; y esa mutación no sería la empresa de riesgo que es si no hubiera que amortiguar y sortear toda una plétora de improbabi lidades y argumentos en contra, antes de que de la posibilidad natural de maternidad humana cristalice en un caso de co-animación y matemiza-
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ción exitosa. La rebelión del feminismo contra el cliché milenario de las exigencias excesivas de la maternidad y el esclarecimiento científico de la participación femenina en la evolución -remitimos una vez más a la obra, que ha creado época, de Sarah Blaífer Hrdy- convergen al menos en un punto: que ambos partidos han puesto de relieve, con tanta fuerza como era necesario, la improbabilidad, la casualidad y la variabilidad histórica del fenómeno «buena madre». Según los estudios matizados de Hrdy, la inversión de las madres en sus hijos se produce la mayoría de las veces cuando un cálculo global de aceptación ha llevado en ellas a un resultado positivo. Dado que éste, fácticamente, resulta bastante a menudo negativo, la opción del abandono del hijo, incluso de la matanza del hijo, por muy chocante que esto pueda sonar para oídos modernos, pertenece al ámbito más antiguo de atribuciones maternales. Al absolutismo de la necesidad y exigencia infantil corresponde por parte materna el absolutismo de la po sibilidad de aceptación o rechazo: un hecho del que las culturas más anti guas, en sus mitos de la madre oscura y devoradora, así como en las innu merables historias de la noverca (madrastra), supieron hacerse una imagen más realista que la Edad Moderna cristiano-burguesa, en la que se repre senta al Dios como unidimensionalmente misericordioso y, a las madres, desinteresadas por naturaleza. Junto al rechazo a la inversión, que bien puede interpretarse como una forma de aborto posterior, en la serie evo lutiva prehumana aparecen también muestras claras de oportunismo genético: por ejemplo cuando una madre primate cuyo hijo ha sido mata do por un nuevo jefe de manada pone todo su empeño en engendrar lo más pronto posible otro retoño con el asesino.
Lo que en los decenios pasados fue descrito, y ocasionalmente también denunciado, por la crítica feminista y la investigación biológica como una ideología de matemalismo solícito, históricamente condicionada, «pa triarcalmente» codeterminada, según su contenido civilizatorio ha sido un intento de las culturas de romper ese absolutismo del afecto-madre -en otro lugar lo hemos llamado el Juicio Final del comienzo632- por medio de una especie de separación de poderes entre madre y cultura en favor de la prole. En tanto que intenta equilibrar la dictadura de los sentimientos ma ternales no disponibles mediante una regla normativa que fortalezca las oportunidades psíquicas y físicas de supervivencia del hijo rechazado, el grupo humano civilizado reconoce sus competencias de madre sustitutiva: por este motivo, la oposición moral al aborto de no nacidos y al abandono
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de niños nacidos es el indicio más importante de que una civilización se toma a sí misma en serio como tal. Esto lo hace en la medida oportuna, cuando en caso necesario se considera capaz, en relación con la vida veni dera, de ser más ratificante que un individuo accidentalmente no ratifi cante y más maternal que una madre natural accidental, a la que le falta, por el motivo que sea, la fuerza y la disposición para asumir su tarea.
En este sentido, la civilización es sinónimo de capacidad de adopción. Para elevar el fenómeno a nivel categorial, la civilización sería, pues, el prototipo de las funciones de alomadre*: esto es (según Hrdy y Wilson), de todos los rendimientos animantes, sustentadores, educacionales, a invertir en la descendencia, que pueden ser desligados de las madres biológicas y traspasados a terceras personas o instituciones: desde las nodrizas y asis tentes en la familia, pasando por los servicios de diaconía eclesiástica, has ta llegar a los sistemas abstractos de compensación, en los que se implica el moderno Estado de beneficencia. En este contexto, la costumbre del abandono o ex-posición del hijo puede entenderse no sólo como forzosa válvula de escape frente al exceso de hijos entre los pobres; pone de ma nifiesto, a la vez, la conciencia de que también los recién nacidos no desea dos han de tener una última oportunidad de encontrar alopadres. La de posición de niños en las escaleras de las iglesias, que se practicaba en la Edad Media, incluye el reconocimiento de la Madre Iglesia como potencia adoptiva. Si en el mundo de habla castellana, así como en Italia, el nom bre de Expósito es relativamente frecuente, es porque los sacerdotes cató licos, a falta de un nombre de familia, acostumbraban a bautizar así, por su situación, a los niños abandonados ante sus puertas; arrojamiento, al modo católico.
Nos acercamos a una nueva definición del proceso civilizatorio, cuyo mecanismo clave es el desarrollo progresivo de alternativas técnicas y sisté- micas a la primera maternización. Por la civilización se demuestra que, hasta cierto punto, maternidad significa una función protetizable. El anti naturalismo del proceso de civilización se funda en la metaforización de la maternidad: es el sustituto de la fuerza de madre en acción. Este modo de entender las cosas se apoya en el supuesto de que la evolución de la espe cie es estimulada, ante todo, por la sensación de que el núcleo de la ca rencia hay que buscarlo en la escasez de potenciales alomaternos. El pro
* Allomutter, Allomother (biología). Prefijo alio- o alo-: otro, diferente, distinto. (N. del T. )
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ceso de sustitución culmina en la Modernidad, donde, gracias al tránsito a la affluent society, se ha podido llegar a una liberación masiva de las muje res de sus definiciones tradicionales de roles; con ella se llevó a cabo una revisión fundamental de los estereotipos inmemoriales del sentido y la fun ción de la maternidad.
El contenido civilizatorio de la época actual resulta incomprensible si en ella no se reconoce, ante todo, un amplio experimento sobre la prote- tizabilidad de las funciones maternales: unido a la salvación de la prole frente al pacto molocista entre guerra y cultura’TM. Con ello, una teoría in tegral de la economía de la cultura presupone, junto a la categoría de des carga, un concepto general de la protética. Desde este punto de vista, la prótesis originaria sería la persona que secunda como alomadre a una ma dre activa. Si es cierto que las capacidades de alomadre representan siem pre el bien más preciado en una cultura, resulta natural suponer que la necesidad de crear equivalentes simbólicos y técnicos para madres sustitu- tivas deficitarias motiva la evolución civilizatoria en su totalidad. Dado que las madres comprometidas la mayoría de las veces se toman muy en serio la tarea de ser-ricas-para-el-hijo, por naturaleza están interesadas en todo lo que les facilite su papel. Con independencia de toda filosofía y psico logía comprenden que el mantenimiento de esa simulación originaria es de importancia decisiva para las oportunidades de vida de su vástago; sien ten que lajustificación de la vida por el impulso hacia arriba está en ínti ma conexión para el hijo con su propio balance de felicidad e infelicidad. Dado que la disponibilidad de servicios de alomadres se sabe escasa ya des de el principio y, en general, constituye la oportunidad de un acceso más fácil a ese concepto primero, intuitivamente irresistible, de riqueza. Ser ri co significa en principio: poder prometer a una madre el acceso a fuentes con gran flujo de energías alomatemales634. Quien en este sentido no pue de hacer rico no es rico él mismo635. Definimos riqueza como la capacidad de participar en una explicación de ese tipo. Puede ser que la mayor aven tura de la civilización consista en explicitar la maternidad y, con ella, una buena parte de lo que significa vida.
En consideraciones anteriores sobre el uterotopo y las formas especia les de la neotenia en seres humanos hemos caracterizado el efecto de soli citud maternal, ante todo, bajo el aspecto de la técnica de nichos; al hacer lo, el acento recayó sobre el hecho de que el espacio-madre-hijo humano -continuando inequívocamente tradiciones prehumano-homínidas- po
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see las características de un microinvernadero, en el que actúa una ten dencia espontánea, a largo plazo, al refinamiento de las morfologías huma nas y a la recompensa de las variaciones más inteligentes. En el contexto actual hemos de situar la representación en una dimensión más compleja, en tanto que ahora se añade la prueba de cómo el campo-madre-hijo homínido y protohumano se desarrolla ya como espacio autocriador o termotopo psíquico. El resultado es el moldeamiento y perfección del campo-madre-hijo en su versión de lujo, humanamente ampliada. La ten dencia selectiva que actúa en él libera nada menos que el acontecimiento fundamental de la antropogénesis: la conquista de la niñez. Como se sabe, mientras tanto en el homo sapiens no sólo se superan configuraciones somá ticas y psíquicas del joven (neón) en la morfología del adulto: en corres pondencia con el esquema neoténico (del griego teínán, distender, exten der), propagado entre mamíferos y animales domésticos, incluso entre pequeños reptiles, como el conocido axolotl; más bien, la especie se in- fantiliza progresivamente como un todo y, en lo referente a sus formas de vida, pasa a colocarse b<yo el signo de la adolescencia prolongada y de la capacidad de aprendizaje permanente. La línea fundamental evolutiva de la antropogénesis sólo se comprende cuando se reconoce en ella la suce sión de acoplamientos positivos de efectos de mimo, que amplían cuanti tativamente e intensifican cualitativamente el espacio-madre-hijo. De un modo sin par en la historia natural, de estas tendencias auto-reforzantes resulta una forma de vida de madurez inmadura o inmadurez madura: la matriz biocultural del lujo humano.
La defensa de la niñez es la esencia de la cultura; suponiendo que se acompaña, a la vez, de la defensa de la cultura frente a los abusos de lo in fantil. Es imposible que la tendencia neoténica (que a nivel cultural pro duce lo que Michel Serres llama hominiscence) se hubiera impuesto si no hubiera sido confirmada, encauzada y salvada por un control de éxito. Ese control hace valer lo que en terminología psicoanalítica se llama principio de realidad. En este contexto se muestra que bajo esa expresión siempre había que entender ya implicite la compensación del principio de lujo, que domina en el campo-madre-hijo, con el principio de carga y esfuerzo de las leyes de grupo: dado que la llamada al mimo y comodidad no conoce ninguna medida interior, tuvo que ser pertrechada con las contrafuerzas ergotópicas y nomotópicas. Consideradas bajo este punto de vista, las «cul turas» son los intentos localmente exitosos del containment del lujo. Cuan
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do consiguieron poder transmitirse tradicionalmente demostraron de he cho que estaban en situación de acotar los riesgos de infantilización por medio de normativas estabilizadoras (como resulta comprensible, esta re sistencia al mimo y comodidad configura el campo de fenómenos en el que habría de despertarse la atención del antropólogo Gehlen)636.
Por eso no es casualidad que las culturas primitivas muestren rasgos ge- rontocráticos casi sin excepción: la insostenible infantilización de la an- troposfera sólo pudo compensarse evolutivamente por una presbiteriza- ción complementaria. Dado que la esfera-madre-hijo constituía por doquier el foco de realidad subversivo impulsor, era de interés para los grupos equilibrar su arbitrariedad por doquier mediante el cultivo de la autoridad de los mayores. Por ella se transmitirá el saber sobre las cargas normativas y ergotópicas de un contexto acreditado de vida. En el Viejo Mundo a los más viejos se les reconoce como capaces de gobernar porque son incapaces de cambiar su opinión; de la testarudez de la edad pende originariamente el peso del mundo. Sólo la Modernidad deshizo los paréntesis gerontocráticos en torno a los invernaderos culturales y se lanzó a la aventura de un rejuvenecimiento de la civilización casi sin reservas: in cluyendo el nivel de las orientaciones normativas y lógicas.
En el contexto dado es fácilmente comprensible por qué la tendencia actual a lajuvenilización de la cultura representa la huella psicosocial de la «sociedad» de la superabundancia. Sólo una formación de ese tipo ha podido permitirse atentar contra el clásico containment del lujo de la in fantilización mediante la rigidez de los ancianos. Hoy, por primera vez en la historia de la civilización, el sentido ligero, que rodea a la niñez e ino cencia, ya no es reprimido a conciencia por la seriedad de los más viejos. Desde entonces la balanza se inclina hacia el lado infantil, por mucho que los conservadores de nuestra época se preocupen de llenar el platillo serio con pesos pesados, no en último término con malos recuerdos, con la amenaza de casos críticos y cargas-como-si. Esto indica que se disuelve rá pidamente la orientación, evolutivamente adquirida, al juego de inter cambio entre carga y descarga en la economía doméstica del homo sapiens687. Para las «sociedades» actuales esta situación es, por decir lo mínimo, des concertante. Al contrario, las oportunidades que surgen de ahí para una teoría contemporánea de la cultura hay que calificarlas de inspiradoras: por la descompensación de la cultura de adultos se hace comprensible, por primera vez en expresiones explícitas, la conexión entre el efecto in-
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vemadero, condicionado por la situación de bienestar, y la liberación de infantilismo en general. A la nueva luz, la historia humana se manifiesta como un informe coyuntural sobre el stand de la levitación; trata del pro greso en la conciencia del mimo y bienestar.
El material de partida para todas las series de transformación del lujo en las culturas locales y para su desarrollo explícito en la civilización con temporánea hay que buscarlo, como se ha sugerido, en la segunda mitad de la fase de gestación humana, en la que el lactante, si sus necesidades evolutivamente preconfiguradas son correspondidas más o menos adecua damente, como polo júnior del campo-madre-hijo, se mantiene en una si tuación de nicho, análoga a la del útero. Se encuentra ahí no simplemente como una joya en su estuche; evidencia desde el principio las característi cas de la existencialidad, en tanto que, saliendo progresivamente del sueño pre-existencial, puede ser inducido a entenderse a sí mismo como aliado de un ser coexistente, provisto de poderes y tesoros. La íntima ve cindad a riquezas generosamente regaladas genera la experiencia de ac ceso fácil a una abundancia de la que no se alcanza a ver cómo podría ago tarse. A partir de esa posición crece un prejuicio afectivo sobre el mundo, que, si no es desmentido traumáticamente por la revocación, se sedimen ta en un ánimo fundamental de despreocupada libertad de acceso a teso ros y oportunidades. El primer ser-en-el-mundo implica la imposibilidad de ser pobre; al menos allí donde las madres, a su vez, evitan los riesgos del pauperismo y, en relativa independencia psíquica de circunstancias exte riores, mantienen intacta su capacidad de ser-ricas-para-el-hijo.
Ya en ese pre-concepto de riqueza hay impresos rasgos resonantes; ri queza significa aquí atención y solicitud del «mundo» respecto a la necesi dad subjetiva: incluye la posibilidad, a la que se puede recurrir constante mente, de la disolución de cuerpos en comunicaciones. Por eso la riqueza se experimenta como trascendental material y generalidad pura; se la pue de colocar en el trasfondo como un hay que no tiene contrario alguno. Ac túa, así, como condición de posibilidad de mundo, sin más. Lo que se llama aire libre es la dimensión riqueza en su reflejo existencial. Como trasfondo tras todos los trasfondos, la riqueza soporta todas las figuras, incluso la de la carencia determinada y de la privación concreta. Como absoluto impulso hacia arriba se opone a toda carga: a cada una por separado y a todas en común. Como excedente no reducible rompe la punta de toda deducción y reducción local. Da tono a la existencia inmersa en la resonancia con el pre
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juicio, harto de repetirse, de estar provista siempre y de modo irrecusable de más de lo necesario. Dado que a la riqueza pertenece un dador y un hay, ella es un «principio» semi-personal y semi-material a la vez; por eso reúne en sí las ventajas de la donación y del hallazgo. Es el azar y la propiedad. Se podría decir que es puntualmente poseíble y enseñable, y permanece, sin embar go, más allá de toda posesibilidad y enajenabilidad.
Quien esté familiarizado con la historia del pensamiento filosófico se dará cuenta de que en ese retrato existencial de la riqueza originaria han confluido momentos de lo que la tradición llamó el hypokeímenon, lo que está en la base; un concepto caro tanto a gramáticos como a ontólogos, porque expresa la función de la substancia o del sujeto: servir como so porte de las propiedades y como fundamento de los acontecimientos. Sus nombres clásicos son Dios, naturaleza, substancia, forma, materia, volun tad o praxis humana. En el contexto dado se trata de un soporte de cuali dad desplazada: por una parte, porque la riqueza, entendida existencial- mente, constituye, como medio primario, una forma híbrida de algo y alguien, y se sustrae a la interpretación ontológico-cósica (concretamente: para que una madre pueda ser experimentada como mecenas tiene que ofrecer un regalo cósico y entregarse ella misma); por otra, porque ese so porte nunca actúa sólo como sostén de una carga o firme apoyo para un complemento. La riqueza del comienzo es superabundancia material y de dicación personal; actúa como una instancia activamente elevadora y co mo polo de resonancia en una vecindad animante.
Mientras el ser-ahí sienta en sus primeras situaciones configuradoras de estado de ánimo que pertenece a una riqueza así interpretada, hay que de terminar su modo de ser como sostenimiento*. La riqueza que sostiene se llama impulso hacia arriba; el sostenimiento que se convierte en estado de ánimo fundamental es participación en la levitación. Se puede examinar el potencial de estos enunciados comparándolos con formulaciones opues tas de Heidegger: en Sery tiempo se habla del rasgo fundamental del ser-en- el-mundo humano como arrojamiento; una expresión en la que no sólo ha de verse una enorme metáfora para la ex-posición o abandono de la exis tencia en el campo azaroso de lo coexistente. También se percibe en ella
’ Calidad o circunstancia de estar o ser sostenido, llevado, mantenido IGetragenheit). Co mo líneas más abajo, arrojamiento: calidad o circunstancia de ser o estar arrojado [Geworfen- heitj. (N. delT. )
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la referencia a un impulso hacia delante y hacia abajo. Airojamiento es la tendencia dispersadora-descendente que se establece con el éxtasis exis- tencial, entendido semiconservadora, semimodernamente; designa la in mersión en la contingencia sin fundamento, frente a la cual el existente só lo consigue determinarse por su decisión de aceptar el azar asignado a él. En la concepción de arrojamiento no puede ignorarse su pertenencia a la ontología de la carencia, aunque, como hemos visto, en Heidegger no se trate de una carencia económica o material, sino de la ausencia de nece sidad real y falta de concentración interior en una obra ineludible. Si en el Heidegger más joven existen principios de tendencias antigraves hay que atribuirlos, más bien, a un repertorio de gestos cargados de insolen cia: a un mezquino contenerse e incorporarse, a un rígido paralizarse an te la impresión de llamadas supuestamente más altas, más tarde también a un apoyarse autoapoyante, que se negocia bajo la contraseña salto, y del que, en caso de intento de consumación, queda claro que puede ser cual quier cosa menos un movimiento hacia arriba. El trágico tono fundamen tal no puede pasarse por alto: quien habla de arrojamiento rinde tributo a la desigualdad de los comienzos. En la palabra resuena la experiencia de que hubo innumerables que fueron ex-puestos desde el comienzo a una caída en desventajas, que se pueden corregir eventualmente, pero nunca ya compensar.
Por lo que respecta a la constitución existencial del sostenimiento, le resultan extraños giros forzados de ese tipo. Cuando no existe expolio al guno al comienzo, no se exige compensación alguna. Mientras la riqueza misma es el sostén, la existencia no tiene que ganar nada más. Su primera información es la sensación de que hay suficiente a disposición, y más que suficiente; de ahí se sigue que uno se puede relajar, por de pronto al me nos. Ya que a la existencia acompasada a la riqueza no la amenaza la revo cación de los regalos, no necesita protegerse desconfiadamente mediante un esfuerzo propio originario. No está expuesta a la convulsión prematu ra del miedo, ni al imperativo del control de sí mismo y del entorno. A la vida sostenida no le envenena el reproche que pueda hacerle una soste nedora sobrecargada de que es demasiado pesada y ha de mostrarse, por favor, menos molesta. En el caso de sostenimiento real lo sostenido se con vence de la fuerza que pasa del sostenedor a sí mismo. Así como el dejar- se-tender sobre un lecho, cuando es sin lucha, puede llevar al estado de ánimo fundamental de serenidad [Gelassenheit7, es plausible que la con
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fianza en la fuerza de elevación de los brazos que me mantienen en alto se refleje en un estado de ánimo de sostenimiento. Que incluye la convicción de la omnipresencia de la antigravitación. Por ello la marcha erguida del homo sapiens no es un mero producto fisiológico de la evolución entre otros; encarna el moldeamiento somático de la dimensión de impulso ha cia arriba, que ya actúa en los homínidos como pre-referencia al ser-en-el- mundo sostenido.
Desde este punto de vista puede interpretarse el caminar erguido hu mano como jeroglífico abierto de la ligereza. Es la prueba de que la levi- tación ha superado su examen evolutivo. Por su experiencia de gestación extrauterina, a la que se añade la fase ampliada de demandas de niño pe queño de servicios de transporte maternos y alomaternos, en el cuerpo del homo sapiens hay instalada una medida tan alta de información antigrave que, al crecer, va confiando cada vez más en su propia verticalidad; para acabar convirtiéndose en el emblema más sugestivo de la positio humana:. una estructura en la que la postura más improbable se ha convertido en obvia. En su típica actitud corporal está formulado ya todo el programa de la existencia-sapiens, los seres humanos son exactamente aquellos seres en los que lo casi imposible se convierte en cotidiano, lo prácticamente in sostenible en estabilidad segura, por de pronto, lo aparentemente inal canzable en éter onmnipresente. El homo sapiens celebra diariamente en su constitución corporal erguida una fiesta de la negentropía.
Las paradojas económicas de la esencia del ser humano exigen una mi rada renovadamente crítica a las legaliformidades, supuestamente conoci das, incluso triviales, en realidad todavía incomprendidas, que actúan en el espacio-madre-hijo de los seres vivos prehumanos y protohumanos. Si se toman los resultados de la evolución del modo intentado, resulta evidente que ha tenido que haber un mecanismo en su decurso que impulsara el acrecentamiento de improbabilidad como historia ininterrumpida de éxi tos: se le podría llamar una central de energía, que puso a disposición la suficiente para la liberación de disposiciones de lujo. Sólo por eso pudo haber comenzado a suceder que determinadas (podemos suponer: mater nales y alomaternales) fuerzas de elevación introdujeran islas de antigravi tación en el mundo animal de la fuerza de la gravedad. El lugar confor mador de seres humanos es aquel en el que el impulso hacia arriba mecenático actúa como fuerza fundamental. Un mecenas, ahora se en tiende, no es sólo una persona acomodada que invierte una parte de su
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fortuna en el patrocinio de artistas con el fin de elevar su propio prestigio, como aquel Gaius Cilnius Maecenas, que consolidó su magnífica adresse co mo amicus Caesaris comprometiendo a los poetas Horacio y Virgilio, me diante generoso apoyo, a que cantaran a Octavio como Augusto. El mece nazgo originario se manifiesta en que una madre o alomadre se encarga de la tarea de ser-rica-para-el-hijo, a menudo independientemente de su propia dotación de recursos materiales. Hay que definir la función me- cenática como conexión de resonancia e impulso hacia arriba. De ella pro cede la vida acomodada, la vida enriquecida, la vida aprehendida por la antigravitación. \
Cuando Hegel, en sus lecciones antropológicas, calificó a la madre co mo el «genio del hijo», tenía ante los ojos el proceso psíquico en el que la vida presubjetiva, gracias al encuentro con el principio genializante ma dre, es dotada de subjetividad personal; si se somete el proceso a un aná lisis más cercano se muestra que esa animación bi-unitaria es idéntica a la entrega del regalo primordial impulso-hacia-arriba. En el idealismo, la conciencia de ese obsequio se tradujo en una convicción, por muy so breinterpretada que fuera, sobre el don de la libertad, entendida como su perioridad inalienable del sujeto sobre todo tipo de coacción externa: na da puede ser tan difícil o pesado que no fuera soportable para el sujeto, en tanto esté lleno de la seguridad de querer lo que debe. Puede conside rarse esto una exageración metafísica y un traslado extraviante del princi pio de levitación al querer; el motivo que sí tiene todo sentido en el idea lismo reside en la pertenencia de la esencia del ser humano a la dimensión impulso-hacia-arriba. En ella se unen el hay y el puedes con el se-te-ayu- dará, pero sobre todo con el sale-bien, que hace saltar el horizonte. De es ta vinculación surge la confianza en que lo más improbable suceda como algo que, apenas realizado, se entiende ya por sí mismo.
Estas consideraciones muestran que lo que en Gehlen se llama descar ga puede ser apreciado en lo que vale si se lo entiende como momento de una dinámica elevadora más compleja. Para la imagen total es determi nante que la descarga del sostenido sólo resulta posible por la mayor car ga de un sostenedor. El axioma de Nietzsche de que toda cultura superior descansa sobre un fundamento de esclavitud saca de esta observación las consecuencias civilizatorias.
Para apreciar en su justo valor la cólera antirromántica (y anti-antigra- ve) de 1legel hay que reconocer en él una figura precoz del conservadu rismo moderno. Le motiva la acertada percepción de que los llamados ro
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mánticos, los nuevos ligeros y aburridos, los polivalentes y flotantes, esos empresarios y aeronautas metafóricos en el espacio irónico, ya no están dispuestos a dejar que sus ánimos levitados, que planean por encima de cualquier empresa sin rumbo fijo, se consideren sólo como provisorios pa tológicos que habría que abandonar tan pronto como se haya vuelto a con diciones sólidas: un suceso que fue confirmado, por lo demás, por algunas conversiones espectaculares en los curricula vitae de los «subjetivillos» que
jugaban con todo al principio. Para Hegel, la punta hiriente del ataque romántico está en que con él lo ligero se consolidó por sí mismo. El filó sofo percibe claramente que aquí hay que poner en marcha procesos de revisión de los pesos y medidas de la antigua ponderación seria. Tiene pre sente, asimismo, que en el modo moderno de vivencia el aburrimiento se emancipa como fenómeno con valor propio: el tiempo interior se desyuga de carros destartalados con metas objetivas, de manera que surge una con ciencia suelta impelente, liberada de finalidad, en senddo positivo sin tra bajo, que avanza del capricho a la coyuntura y de vuelta al capricho: se le podría llamar el descubrimiento de las grandes vacaciones a partir del espíritu de los objetivos finales tachados. No resulta sorprendente que un pensador como Hegel, que todo lo que consideraba válido de verdad sólo pudo hacerlo inteligible desde un final explícitamente conseguido con ceptualmente, no reconociera en tales planteamientos otra cosa que des pliegues de un arbitrio veleidoso sobre el mundo objetivado. En las mani festaciones del espíritu levitado, que, por decirlo así, juega divinamente consigo mismo y con el elemento del mundo, sólo ve una «insubstanciali dad» que, como enseña, toma ineludiblemente en sus manos el timón «cuando falta la seriedad, el dolor, la paciencia y trabajo de lo negativo»604. Por muy amplio que sea, por lo demás, el parentesco entre ironía y dialéc tica, Hegel pretende fijar la inquietud activa, que es el sí mismo605, al mo vimiento circular serio y a la producción laboriosa que sabe adonde va. Por eso la libertad tiene que soportar que se la equipare a la comprensión de la necesidad: como si hubiera emergido de la substancia durante un se gundo insolente, para volver a hundirse inmediatamente, como afectada de arrepentimiento y vértigo, en la necesidad, legalidad, autolimitación.
Jamás puede permitirse que la efervescencia de lo vivo se convierta en un ir flotando sin rumbo; jamás el impulso hacia arriba puede seguir su pro pia línea. Inadmisible es para Hegel también el cortocircuito romántico entre la vivencia pura y el sentido de la existencia, tal como Lord Byron lo
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articuló en una carta del año 1813 a su prometida: «La gran meta de la vi da es la sensación, para experimentar que existimos, aunque sea entre tor mentos». Para el pensador, tales movimientos y conmociones sólo pueden ser los de la mala finitud; cuyo rastro psicológico es el sí mismo enfermo, que huye de su indolencia y falta de mundo refugiándose en jactancias e intensivismos.
De hecho, sin embargo, las disoluciones de la ligereza autoconscien- te sólo fueron posibles en el horizonte de una «sociedad» que, gracias a su acumulación de bienestar, ciencia y técnica, ya estaba a punto de salir del ámbito de la historia como trabajo duro y lucha: un estado que fue anticipado con gran pregnancia y precocidad maníaca en los pupitres del Romanticismo temprano. La doctrina poetológica de Novalis de la potenciación de lo casual sólo pudo ser redactada en un contexto, en el que -a consecuencia de la cesura kantiana y fichteana- ya era posible des pedirse del dictado de la objetividad externa como de un prejuicio derro cado. Tras la caída del Ancien régime ontológico se escuchan nuevos tonos:
Todos los azares de nuestra vida son materiales de los que podemos hacer lo que queramos. Quien tiene mucho espíritu hace mucho de su vida - cualquier co nocimiento, cualquier incidente sería para el que está lleno de espíritu - el primer miembro de una serie infinita - comienzo de una novela infinita.
Humanidad es un papel humorístico**’.
Hay que precaverse de aducir la precocidad de tales bosquejos como reproche en su contra. Tampoco puede confundirse la venganza, una y otra vez desatada, de lo real con una refutación de las tendencias antigra ves, por mucho que los conservadores integren con gusto tal cosa en su vi sión de los hechos: desde siempre han creído en la caída, no en el vuelo. Si Icaro cae al mar, serán ellos los que lo han sabido siempre. El pesimis mo manifiesta su debilidad, su parentesco con el ánimo vengativo, cuando pretende tener razón frente al esclarecimiento. ¿No más permisos de des pegue, pues, para reos de imitación de Icaro? Todavía la conocida vincu lación de Freud entre la erección y la «superación de la fuerza de la gra vedad» deja entrever la creencia de que tras tales insurrecciones la fuerza de atracción de la Tierra tiene la última palabra.
Lo que de hecho se había implantado al máximo nivel con la ironía romántica y su arte de tomarse a la ligera todas las cosas fue el cuestiona-
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miento del concepto tradicional de realidad junto con su fundación en una ontología superada monovalente; esto no sólo acaba en la crisis de la «teleología occidental»607, sino en la liquidación del concepto de realidad de la gran cultura. Los procedimientos técnicos más visibles para ello son la aeronáutica, que udliza el impulso hacia arriba, y la astronáutica, que abre a los cuerpos terrenos el acceso a la ingravidez. Desde ahora en el aire no hay nada menos que el final de lafuerza de gravedad608. Le llega la hora al pesimismo ontológico, que nunca había podido hablar de otra co sa que del Uno necesario. La nueva era es la de la distensión de la subjeti vidad frente a las venerables definiciones del mundo de la seriedad. Con ella comienza la infiltración de ligereza y ambigüedad en la pesantez monótona de la substancia. La libertad es más que la necesidad compren dida: es la división entre las fuerzas cargantes y descargantes.
En este punto queda claro dónde prenden empíricamente los intereses de una esferología pluralista: lo que le importa es acercarse con nuevos medios de descripción a la reconstrucción de espacios de animación co- subjetivos o surreales. Gracias al concepto de descarga puede emprender se la interpretación climatológica de una realidad polivalente, cuyo punto de mira se dirija a la animación de células mundano-vitales por medio de tendencias antigraves. Bsyo este punto de vista la Modernidad aparece co mo un experimento de levitación expansivo y transcultural: con el acento puesto en la espumización de lo real gracias a la introducción de momen tos de impulso hacia arriba en el complejo de la gravedad. Hay que admi tir ahora que el concepto de civilización tiene como premisa el de anti gravitación; implica la inmunización frente a la gravedad, super-gravedad, que paraliza las iniciativas humanas desde antiguo; protesta contra los montes inamovibles. Siguiendo el impulso a una explicación acorde con el tiempo de las técnicas de inmunidad, hay que hacer explícito ahora, por su parte, el giro hacia el aligeramiento.
Una vez asegurada en esbozo la deducción de las culturas del estrés co lectivo y de su desarrollo legal en el decorum de grupos -nos remitimos una vez más al trabajo de futuro de Bazon Brock y Heiner Mühlmann-, hay que dilucidar también el sentido civilizatorio de los momentos anti-estresantes. El triunfo empírico de las corrientes antigraves puede deducirse de la ob servación de que en todos los ámbitos abarcados por el mecanismo del mer cado y por la revisión inventiva la carencia se ha convertido en un bien es caso. Si fuera de otro modo no podría haber competencia alguna por la
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administración de los recursos penuria, pulsión, necesidad: ni a nivel ma terial, ni a nivel simbólico. Es sabido que en la esfera de consumo desarro llada son las ofertas las que abundan, mientras que las necesidades suscep tibles de demanda se presentan cada vez más como escaseces609.
Por los efectos antigraves de la superabundancia de medios de civili zación, que, a pesar de todos los contragolpes y aniquilaciones de valores, se acumulan incesantemente desde hace doscientos años, se ha puesto en marcha un proceso de revisión del concepto de realidad que echa aba
jo el asunto de lo sólido, pesado, ineludible. Partiendo de la definición de espuma que dimos al comienzo, hay que describir la totalidad del campo social modernizado como un sistema multicameral, compuesto de células de impulso hacia arriba - vulgo «mundos de\ja vida»-, en las que los sim biontes gozan de efectos antigraves, gracias a los medios de ingravidez ac cesibles a ellos. Los espacios simbióticos están constituidos co-confortable, co-frívola, co-delirante, la mayoría de las veces co-hipócrita y co-histérica- mente también. Por eso no son seguros frente a la infestación mimética y a la irrupción de epidemias paranoides. Si atribuimos a la climatología una importancia existencial tan grande es porque, por motivos filosóficos, hay que preguntar más allá de acondicionamientos técnicos de aire y modifi caciones opcionales de condiciones de respiración físicamente concretas: lo que da que pensar es la atemperación del ser-en-el-mundo en general, el ánimo del ser-ahí entre los polos de agravación y aligeramiento. ¿Espu ma significaría ahora: aire para respirar en un lugar inesperado?
Hay que admitir que el descubridor de los ánimos exploradores del mundo en el contexto filosófico, Martin Heidegger, estableció otros signos completamente diferentes para la valoración de lo ligero y pesado (bajo es te punto de vista, un pariente de Gehlen en el espíritu vanguardista-con servador). Por muy contemporáneas que sean las percepciones de Hei- degger con respecto a los flujos descargantes en la economía doméstica climática de la existencia modernizada, tanto por su hábito como por su pathos se manifestó claramente en contra de las tendencias de levitación y dedujo la dignidad de la existencia -todavía dentro completamente del sentimiento heroico de la vieja Europa- del dejar-se-enrolar en lo duro, pesado, necesario. Como Hércules en la encrucijada, el verdadero filósofo elige la solución incómoda. Aunque, como en Gehlen, este voto tiene una tonalidad voluntarista: otra vez vuelve a anticiparse el capricho a la necesi dad. Lo que le importa esta vez al pensador heroico es superar la conven
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ción por la espontaneidad. Aunque esto sólo significa que a un descubridor (mejor: a un explicitador) no se le puede obligar a sacar las consecuencias «progresivas» de su descubrimiento.
La opción en favor de la concentración, seriedad y pesantez -sobre un trasfondo de intelecciones agudas y profundas sobre la validez y omnipre- sencia de existenciales como dispersión, ligereza e indecisión- no puede deducirse necesariamente, en modo alguno, de la propia fenomenología de Heidegger de los estados de ánimo. Considerando las cosas con mayor detención, se muestra que las valoraciones ponófilas, amigas del esfuerzo, enemigas del aligeramiento -tanto en Heidegger como en Gehlen, Schmitt y semejantes-, son enteramente de naturaleza decisionista y prejuiciada; en todo caso, pueden anclarse en el decorum del viejo heroísmo europeo. Es tos protagonistas del realismo en el mundo desencantado poseían una conciencia agudizada de que, bajo las condiciones de su propio tiempo, la dispersión es un fenómeno más amplio que la concentración. Por analogía con ello, deberían haber tenido claro que la ligereza es toda una dimensión más rica que la seriedad, la indecisión que la decisión, y, finalmente, por rozar el núcleo caliente de la actualidad: que la falta de compromiso abar ca un campo más complejo de situaciones, tomas de postura y oportuni dades existenciales que el compromiso.
Sólo una opción espontánea puede obligamos a intervenir en un pun to conflictivo de lo real. No obliga la necesidad, somos nosotros quienes elegimos una dificultad. Mussolini lo había comprendido cuando definió el fascismo como horror ante la vida cómoda. En la popularidad ilimitada del deporte, que ya llamó la atención antes de 1914 al diagnosticador de los tiempos, Oswald Spengler, se articula la verdad sobre la época presen te: en él la necesidad imperativa ha sido sustituida por el esfuerzo elegido; a la pasión sigue la afición; el juego ha aventajado al trabajo, y lo que se presenta como trabajo es la superabundancia que ha puesto cara seria; las oficinas de trabajo ya podrían llamarse hace tiempo oficinas de simulación de trabajo. El capricho lleva de la cuerda por doquier a lo necesario. Sólo por mor de la forma ontológica acostumbrada se dejan atar las fuerzas li beradas y se hacen el tonto tanto como la necesidad quiera; simulan, co mo es debido, servir a los fines más sólidos e ineludibles.
La información decisiva sobre la inversión de los signos entre lo ligero y lo pesado procede de los mundos de expresión en los que se reviste la disposición popular neo-atlética al esfuerzo: precisamente porque las for
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mas de vida civilizadas, descargadas técnicamente, prácticamente nunca exigen ya en serio de los individuos que lleguen a sus límites -de modo que summa summarum están descargados crónicamente de la gran reacción de estrés frente a un riesgo real para el cuerpo y la vida-, muchos de ellos optan por una recarga intencionada, aunque no porque crean en la nece sidad de su apuesta, sino porque, de un modo latente-irónico, reclaman para sí el derecho a esfuerzos y riesgos acrecentados*10; se podría hablar de un apedto endógeno de caso crítico: los programas heroicos, que funcionan en vacío, quieren seguir ocupados con otros contenidos; tampoco ellos, con su liberación, pueden acostumbrarse a la larga a la arbitrariedad. No admiten, sin más, su despedida de la necesidad. Por eso, en el deporte, en el consumo, en el empresariado, y recientemente también en los activismos sociales otra vez, se ha llegado a una conjunción de trabajo yjuego que conduce a otros resultados completamente diferentes de los que consi guieron anticipar Schiller y Marcuse.
Partiendo de un espíritu semejante de autocarga deliberada, los ontó- logos fundamentales han reclamado para sí el derecho a ser utilizados por los asuntos más importantes del ser temporizado. Astutamente hablaba Heidegger de lo «ineludible»: no le parecía demasiado alto el precio de la renuncia a los encantos de la dispersión contemporánea para la alianza con el polo de pesantez. Por el gesto, es comparable a ello el afán cristia no de congoja de Simone Weil que se manifiesta en la doctrina: «Inme diatamente después de la conformidad con la muerte, la conformidad con la ley, que hace imprescindible el trabajo para el mantenimiento de la vi da, es el acto de obediencia más perfecto que ha sido dado cumplir al ser humano»61. Lo que quiere decir: dado que el trabajo corporal es una muerte diaria, tendría que convertirse en el centro espiritual de la vida so cial. No hace falta ser psicoanalista para darse cuenta de cómo en esos ges tos actúan derivaciones del masoquismo primario, que se manifiesta como furor ahorrativo, vuelto hacia dentro, o como afán de sujetarse estricta mente a uno mismo612. Nietzsche: «El ser humano siente auténtica volup tuosidad en dejarse forzar por demandas excesivas»61*. Es difícil negar que los fenómenos aparecen compuestos como en unajerga adleriana, donde no se trata tanto de inferioridades orgánicas, que demandan ser compen sadas por altas prestaciones, sino de estados de ánimo existenciales de in significancia y superfluidad, que por la huida a lo indispensable postulan su contrario.
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El deporte de altas prestaciones y las elevadas filosofías del siglo XX tie nen en común que sólo se saca sentido a ambos cuando se les entiende como enunciados sobre el stand de la levitación. Tanto el esfuerzo delibe rado por conseguir récords y victorias como la opción arbitraria por com promisos y nuevas cargas testimonian lo mucho que la vida liberada mis ma ha de preocuparse por la inversión de sus excedentes de sentido. Cuando no hay a la vista por ninguna parte una necesidad imperativa, los individuos pueden y tienen que elegirse ellos mismos sus casos críticos en frentes discrecionales. Deporte y compromiso son emanaciones de una ar bitrariedad profunda, en la que el esfuerzo se coloca al servicio de lo su- perfluo. La ligereza coge en hombros a la gravedad. Que altas apuestas se rodeen a menudo de un aura de seriedad sagrada es algo que sólo permi te reconocer el reverso de la elección liberada de realidad. Cuando se es trellan corredores de coches o se caen parapentistas, por regla general se compensa respetuosamente el trágico final y la ligereza. ¿No enterró con sus propias manos el Zaratustra de Nietzsche al saltimbanqui que había he cho del peligro su profesión? 614
Se puede formar indirectamente -en el espejo de la teoría- un con cepto del enorme progreso que representa el acontecimiento de la levita ción si se compara el diagnóstico ocasional de Hegel del aburrimiento y li gereza como síntomas epocales de la Modernidad incipiente con las radicalizaciones que Heidegger, en su fase de culminación entre 1926 y 1930, supo dar a los temas dispersión y aburrimiento. Que con ambos mo tivos rozaba el núcleo del ánimo de la época le resultaba tan cierto a Hei degger como poseído estaba de su vocación de regresar, transformado, del descenso a la falta de seriedad moderna. Como sufridor del vacío será ca paz -tal era su convicción- de mostrar el camino de subida; desde el baño de inmersión de la reflexión sobre la dispersión inevitable ha de seguirse adelante hacia nuevas formas de recogimiento y conmoción por la obra que hay que completar ineludiblemente. La lección del semestre de in vierno 1929-1930 sobre los Conceptosfundamentales de la metafísica es conoci da, sobre todo, por su sensacional fenomenología del aburrimiento, de la que no se exagera considerándola como la teoría del presente más pro funda que fue capaz de producir el siglo XX. Cuyo núcleo ocupa, según Heidegger, una existencia levitada, y su característica más relevante es la imposibilidad de ser aprehendida completamente por algo. El ser huma no se experimenta como una forma hueca y ligera, no adscrita a contenido
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alguno que la llene; a lo largo y ancho nada a la vista que eleve la existen cia a la dignidad de lo real615. Aquí se expone conceptualmente la inso portable levedad del ser, que en este punto se llama: «necesidad de la fal ta de necesidad». La expresión ofrece el primer diagnóstico filosófico claro de la sociedad de consumo desarrollada. Como sucede tantas veces, el espíritu conservador está en el pulso del tiempo en tanto que se deja es clarecer por aquello que rechaza. (Max Frisch: «No era dolor, necesidad, como había temido antes; era sólo el vacío, y eso era peor, se trataba de una existencia de sacudidores de alfombras»616. )
No hay escape alguno de la desazón del aligeramiento: dado que en la existencia desarmada falta el juicio interno de caso crítico, el sujeto se sien te expuesto a una descarga banal. Su levedad le hace daño de modo curio so; o, mejor, se siente separado inquietantemente de lo que podría hacer le daño. Se resulta indiferente a sí mismo; y ello con razón, porque, tal como vive actualmente, nada de lo que emprende puede tratarse de algo real. La vida poco conmocionada se aburre. Aburrimiento* quiere decir: se experimenta el propio tiempo como una dilatación interior, que se nota so bremanera porque no se llena con acciones significativas. Se vive como du ración torturante antes de la aparición del próximo suceso que deshaga el estancamiento. Paradigmáticamente: una espera de horas al tren en una es tación de provincias. Pero la falta de emoción llega mucho más lejos. El ani mal sin misión camina a tientas en la niebla; muchas cosas son posibles, nin guna convincente. Puesto que nada me impresiona, intento muchas cosas. Me lanzo a la acción, me dedico, artificialmente entusiasmado, a lo inapla zable, que parece decirme: ¡Atiéndeme! Me hago el comprometido, el agente de lo importante, el militante. ¡Si buscáis a un combatiente de pri mera fila, aquí estoy yo! Si observo más detenidamente he de confesar: «[. . . ] eso tampoco han sido más que ornamentos de mi soñolencia»617. In cluso el compromiso se manifiesta como una forma de dispersión. En tan to que distiende el sentido del tiempo en una extensión descolorida, la fal ta de emoción trunca la concentración sobre propósitos esenciales. Resulta imposible concentrarse en una acción. Aunque todavía consiga uno mismo matar el tiempo del aburrimiento superficial, el tiempo del aburrimiento profundo sigue dentro de la existencia. Por ello pierde ésta la característi-
’ iMtigeweile en alemán, repetimos: instante, momento, lapso de tiempo, largo, o que se hace largo. (N. del T. )
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ca de su existencialidad: la capacidad de desplegarse en una obra plausible. Crece la desazón, hasta que el sí mismo pierde todo perfil; pero Heidegger no piensa quedarse a medio camino. Lo que era existencia activa ha de con vertirse en profundo aburrimiento ahora. Aburrimiento, que es la imposi bilidad, incrustada en medio de la vida, de tener un proyecto.
Si uno se entiende plenamente como hijo del tiempo disperso y alige rado, y se siente, además, íntimamente como un perdedor al que no le queda nada: entonces uno está tan aburrido que ya no se puede decir si quiera quién es aquel al que le ocurre esa privación. Así como la gran an gustia produce la privación de mundo -y, por contraste, refuerza la refe rencia al milagro de que algo sea-, el aburrimiento profundo produce la privación de sí mismo. Puede hacer a contrario que destelle lo sustraído: la concentración del tiempo en la acción con sentido.
Con este descenso al último desposeimiento Heidegger roza un valor límite patológico de la descarga, en el que el descargado pierde el senti miento de la propia existencia, de modo que se experimenta a sí mismo como un hecho íntimo-indiferente. Mi característica propia puedo descri birla ahora como total ausencia de ser. En el aburrimiento más profundo sólo hay ya circunstancias en las que no habita sí-mismo alguno; el aburri do profundo es la inexistencia realmente existente. El dolor de la falta de dolor trona en ella. Como un Atlas negativo, la existencia inexistente tie ne que soportar la falta total de peso del universo. Es insoportablemente ligero un mundo del que se ha amputado mi corazón del tiempo, mi vital tener-algo-que-hacer-ahora.
Ciertamente, el filósofo no hubiera impuesto ese descensus ad inferos a sus oyentes si no hubiera creído que podía encender en ellos la chispa de la re-ascensión. El sentido de la meditación era claramente dialéctico, te nía que liberar la «fuerza positiva de lo negativo» con el fin de regresar de la lasitud a una conmoción efectiva por lo ahora así llamado ineludible. De modo que también en Heidegger, como después en Sartre, al compromi so precede una falta radical de compromiso; con la diferencia de que el maestro alemán construye la existencia capaz de compromiso y de acción dando un rodeo por el resurgimiento a partir del aburrimiento más pro fundo. Puede añadirse: en la forma alemana del aburrimiento de 1929 se esconde la forma alemana de la derrota de 1918. Naturalmente, el más ín timo estar abandonado en el vacío por la industriosidad de la vida, descri to por Heidegger, es un síntoma de perdedor, tal como se presenta en una
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población en la que ha desaparecido la orientación a las gratificaciones por el éxito y la victoria. Por ello, en esas teorías resuena también un ele mento de trágico asesoramiento y cuidado de la tropa; junto con un háli to de revancha al mayor nivel. Muchos son los vencidos, pocos los elegidos para hacer de la derrota una victoria de tipo especial.
El giro ha de conducir del permanecer vacío en la descarga a una nue va carga por algo epocalmente importante, necesario; apuesta por el valor terapéutico del darse importancia. De la revelación de la nada fútil en el tiempo vacío, el ser-ahí asciende a una exacerbación aguda de la existen cia en el tiempo de la acción. Lástima que Heidegger ilustrara sus medita ciones poco tiempo después con un falso ejemplo. Podría haber puesto uno correcto si hubiera seguido la «llamada» a la levitación y se hubiera comprometido con la democracia y la ingravidez618. Esto no entraba en sus determinaciones y proyectos. Hubiera presupuesto el cambio del carácter de su profesión y exigido el reciclaje del profeta en intelectual; hubiera re querido admitir que los modernos han de renunciar al fingido mandato de la necesidad.
4 Your Prívate Sky - Pensar el aligeramiento
Mientras que los proyectos de Gehlen y Heidegger se caracterizan por el esfuerzo de negarse a la antigravitación y decontracción de las condi ciones modernas de vida en la «sociedad» de consumo, con el desarrollo del constructivismo y funcionalismo, después de 1945, ha aparecido un nuevo paradigma de pensamiento, del que puede percibirse desde el co mienzo su pertenencia a la era de la levitación, tanto cronológica como es tilísticamente. Quien quiera puede reconocer en el giro constructivista la contribución de California a la historia más reciente del espíritu; enten diendo bajo California, como en otro tiempo bajo Schwabing, menos un territorio que una disposición mental, que puede encontrarse tanto en la costa americana del Pacífico como en Illinois o en Bielefeld. Es sobre to do por las manifestaciones del mentor filosófico de la corriente construc tivista, Heinz von Foersters, 1911-2002, a quien no sin razón se ha llamado el Sócrates de la cibernética, por las que resulta palpable la afinidad del nuevo planteamiento con la levitación en desarrollo. Sus procedimientos argumentativos y dialógicos acaban directamente en una crítica de la ra-
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Joseph Beuys, Levitazione in Italia, 1973.
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Charlotte Buff, Trans-formaciones XXV, revistas, redes, 1992.
zón grave o pesada. La intervención decisiva de Von Foersters consistió en un esclarecimiento del proceso del que surge la ilusión «ontológica» de la pesantez. Dio la prueba -prefigurada en la filosofía de Fichte- de que el peso de lo objetivo es el resultado de una externalización recóndita, no comprendida. Los objetos se hacen sobrepesados cuando se colocan en el plato de la balanza de la prueba de realidad sin el contrapeso de lo subje tivo. Si se contrapesa un objeto pesado con un sujeto sin peso, el plato de la balanza se inclina inevitablemente del lado del objeto. Este procedi miento de peso constituye la operación fundamental de las doctrinas clá sicas de la substancia y de las ontologías monovalentes. En ellas, el sujeto está inerme frente al bloque de lo objetivo y supuestamente sólo posee la opción de someterse a lo dado: un gesto que se presupone en las teorías clásicas del conocimiento, cuando reducen el saber a un reflejo de lo exis tente en un medio subjetivo. Con este arreglo los seres humanos pueden encubrir el hecho de que fueron ellos mismos quienes se adjudicaron la falta de peso y a los objetos el peso pesado: el peso es el señor, y quien co mo ser humano quiere participar en el señorío tiene que presentarse co mo representante de la fuerza de la gravedad. A no ser que se encuentre un camino para repartir de otro modo los pesos.
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Jeffrey Shaw, Waterwalk, 1969.
Si se vuelve a introducir explícitamente al observador, junto con su ac tividad diferenciadora y su responsabilidad frente a las diferencias elegidas por él, en el acontecimiento, deja de ser una quantité négfigeable, retoma al escenario como magnitud activa de propio derecho entre otras magnitu des (sobre todo cuando dispone de máquinas con cuya ayuda pueden mo verse incluso los objetos físicamente más pesados). El peso de las cosas es un constructo que se forma en el trato con ellas; como tal, es tácticamen te modifícable. Hay que reconocer, pues, que el ser humano topa con sus pre-decisiones en todo lo que hace. Tras el giro constructivista ha de saber que lo que se llama gravedad y ligereza no puede ser otra cosa que un efec to de equilibramiento o no-equilibramiento de pesos y contrapesos.
De aquí se sigue la máxima moral del constructivismo: demandar en to do la visibilidad de la libertad y la explicitud de las decisiones electivas.
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Quien se incorpora a este camino no tiene por qué soportar ninguna exter- nalización; ya no concederá autoridad alguna a afirmaciones que remitan a un exterior objetivo. Proposiciones que contengan el elemento «hay. . . » se traducirán en enunciados que comiencen con «supongo que. . . ». El impera tivo no demasiado categórico de Von Foersters reza: «Obra siempre de tal modo que crezca el número de las posibilidades»*19. Al Cibersócrates no se le ocurre considerar como carga la riqueza de alternativas. Cuando hay a la vista una mayoría de opciones, incluso las situaciones más penosas aparecen como terapéuticamente corregibles, al menos en el sentido de que se pue de sustituir un constructo invivible de realidad por uno menos insoporta ble620. Cuando se afirma una realidad externa, las buenas costumbres inte lectuales exigen después que se añada el nombre del autor y el año de aparición, junto con una mención de qué número de edición se trata. El trueque de confort por necesidad se acepta abiertamente como base de ne gocio del experimento moderno.
El pensamiento constructivista quiere protegerse frente al destino de las doctrinas de emancipación conocidas hasta ahora (frente a la dogma- tización de las propias ambiciones y, con ello, frente a la aproximación de la crítica de buena fe al polo jacobino) manteniendo una reserva frente a sí mismo. Esto sólo puede conseguirse mediante un constante entrena miento en autodistancia o autoaligeramiento. El humor dialógico de Von Foersters tiene relación con el concepto de Luhmann de razón irónica, que por motivos metódicos y morales se prohíbe a sí misma ponerse seria en asuntos propios. «Razón autocrítica», dice Luhmann en un momento destacado, «es razón irónica»621. La dimensión antigrave de ironía será en carnada suficientemente por una cultura de la teoría tan pronto como «pueda cambiar su propia creencia en la realidad, es decir comience a no creer en sí misma»62. Al advertir frente al momento autosugestivo, que re sulta inherente a toda forma de creencia en la realidad, Luhmann -como un romántico temprano que hubiera madurado después de las lecciones del siglo XX- alcanza una posición que puede entenderse como antítesis a la inmersión voluntaria de Heidegger en el fatum grave (naturalmente también como protesta frente al rigorismo moral, que rebosa de buena fe en sí mismo, y contra los fascismos de izquierdas, en los que se repara de masiado poco, que aparecen en vestimenta universalista y saben siempre hasta en el más mínimo detalle qué quieren, qué son y qué necesitan los seres humanos).
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El descubrimiento de la levedad, que se materializó en el siglo XXen los sistemas de previsión de la existencia, es doblemente significativo para la teoría de las relaciones esféricas: por una parte, como objeto de análisis, por otra, como presupuesto de su propia aparición. Sólo cuando la leve dad se ha hecho temática pueden describirse los espacios de coexistencia animados bajo el aspecto de la gravitación. Después del establecimiento de lo atmosférico como categoría -como dimensión ontológica-pública- to dos los hechos humanos se presentan subspeciede la descarga. La antigra vitación puede entenderse ahora como vector «más fundamental», mejor que la tendencia que se dirige contra la dimensión fundamento. Con ello queda claro: sin los viajes al cielo del sentido no-pesado la cultura sería im posible. Mientras que la seriedad realista pretextó siempre ser y saber lo que es el caso, el pensamiento realista del futuro tiene que partir de la idea de que la antigravitación es más seria que todo lo que el consenso formuló nunca sobre lo llamado fundamentante.
Con ello se transforma la representación de la historia humana tanto con respecto al estilo como al objeto mismo: mientras «historias universa les» convencionales se contentan con acompañar la andadura de las «cul turas» y etnias por los territorios de sus necesidades internas y estresores externos, a una historiografía esferológicamente informada lo que le im porta es rememorar los momentos de impulso hacia arriba, de exceso y li bre deriva en el interior de las islas antropógenas; y, en verdad, porque ahora se sabe que, en general, nunca hay que habérselas con seres de ca rencias en medio de sus apuros, sino con seres de riqueza, diseñados para el mimo, el lujo de intimidad, los privilegios infantiles, las fases de vigilia descargadas y el acopio de estímulos. La ominosa expresión conditiohuma narefleja el hecho de que estas criaturas de la riqueza hubieron de en frentarse durante los trayectos más amplios de su existencia histórica al problema de una forzada minusvaloración de sí mismos. ¡Cuánto tuvieron que unilateralizarse para asegurar su supervivencia; a cuántos de sus po tenciales hubieron de renunciar para soportarse en su vida diaria; cuántas falsas descripciones de su naturaleza -desde el pecado original hasta la co dicia sin fin- soportar para cumplir la tarea de la acomodación a las cir cunstancias más diferentes de mundo! Una expresión clave para ello es «hacerse adulto», otra «interiorización del sacrificio», hipertrofia del sen tido de realidad a costa del sentido de posibilidad una tercera. Una histo ria universal del sentido ligero ofrecería la prueba de cómo bajo las con-
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diciones de presión del realismo de pobreza se forman por doquier innu merables células descargadas e islas climáticas, cada una de las cuales con un secreto propio de desencapotamiento. Sin duda, la capacidad de su pervivencia de las culturas se basa no sólo en los aportes de estabilidad (acentuados unilateralmente por Gehlen) de sus organizaciones simbóli cas o instituciones, sino, tanto como en ellos, en el trabajo de levitación subterráneo, apenas percibido por las teorías de la cultura al uso, gracias al cual los habitantes de la isla antropógena crean sus espacios de respira ción. Estos procesos parecen como ocultos bajo un título surreal: la in vención del aire por la respiración.
Con ayuda de la categoría de descarga y de la empina explorada por ella se puede mostrar que el principio de realidad, llamado así desde Freud, no sólo es conformado por las experiencias que consiguen adolescentes en el trato con la dureza, resistencia e indisponibilidad de los objetos. De la entrada de lo real en la vida de la inteligencia son responsables, asimis mo, los aligeramientos que se descubren en el manejo de las cosas: las po sibilidades de vencer resistencias, de sortear obstáculos, de demorar difi cultades, de dar otro sentido a las carencias, de rechazar imputaciones de culpa, de reformular reproches, de manipular normas y patrones, de infil trar tareas, de sustituir pérdidas, de amortiguar el dolor y de evitar en cuentros frontales con aquello frente a lo cual sólo puede perderse. Hay que añadir la conciencia de la ductilidad de los conceptos y de la necesi dad de interpretación de normas; completada con la comprensión de la preeminencia tendencial de la astucia frente al trabajo pesado y del ardid frente al método. Al nivel de la reflexión se añade el reconocimiento del carácter mudable de todas las relaciones.
Con todo esto se reúne, por lugares y tiempos, un arsenal diferenciado de artes de antigravitación, que podría llamarse Escapología aludiendo al álbum de una estrella del pop623. Provistos de su set local de técnicas de ali geramiento, los seres humanos de las más diversas culturas se enfrentan a la tarea de sustraerse del peso del mundo lo más ampliamente posible; y soportar lo que ha quedado. Se trata de descubrir como ontólogo al bravo soldado Schwejk.
El resto de ser pesado, del que no es posible desembara zarse, aparece como estribaciones de lo real en las burbujas de descarga, las culturas, los espacios climatizados de ilusión, los termotopos y campos de cordialidad. Por regla general se aprehende por medio de interpreta ciones religiosas: venerando la carga o identificándose con lo sobrepode-
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Walter Bird, Modelo de espuma. Surgimiento
de poliedros en el interior de un paquete de burbujas.
roso. Donde es posible identificar malhechores se recurre a rituales de venganza, más tarde al Derecho Penal; donde lo real aparece como ene migo, uno se acomoda a ello mediante duro ejercicio interior y exterior. Con todo, hay que tener en cuenta el hecho de que lo real en situaciones triviales sólo puede experimentarse como un resto, mientras que la otra parte, más considerable, sólo penetra en la representación mental imagi nariamente, por ejemplo a través de escenarios de amenaza. Algunas civi lizaciones han creado el papel del abogado oficial de lo real, dotado con la atribución de alegar contra los efectos de la descarga llevada demasiado lejos, en cuanto le parezca que el colectivo está en peligro, debido a su ad ministración exaltada de la ilusión. Desde el siglo XIX Europa conoce,jun to al tribuno de la plebe neo-romano, al intelectual, que toma la palabra en nombre del proletariado, todavía mudo; también al tribuno de la ca tástrofe, que advierte a sus conciudadanos de los potenciales de desgracia de su propio comportamiento. Determina la señal característica del siglo X X el hecho de que sus intelectuales se hayan dedicado inflacionariamen te a intervenir en nombre de lo real. El extremismo, inseparable del estilo de la Modernidad, fue, se entiende demasiado tarde, una forma suntuosa del realismo. El realismo es la forma corriente de la creencia que la catás trofe siempre tiene razón.
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El desarrollo espontáneo de construcciones, relativamente estables, en espumas semisecas.
Retengamos: sin los gases motores de la ligereza no puede formarse ni manieiterse en forma una burbuja de (sur)realidad habitable. Under Your Prívate SAy sería la respuesta esferológica a la pregunta: dónde te quedas realna m< . La palabra «privado» no significa aquí el encierro del indivi duo en una ilusión concebida para él; muestra que el habitar real tiene lu gar bao baldaquinos, que, naturalmente, sólo cubren un pequeño seg mento del todo. El formato es el mensaje, el trozo de lo real es lo real.
Este establecer-se bajo un cielo propio-común -tanto formal como ma- terialmente representable por el principio paraguas625- conduce a éxitos mientras los sistemas de inmunidad imaginarios mantengan una mínima ilusión o una afirmación del propio campo de animación. Innecesario mostrar cómo desde este punto de vista la religión roza con la poesía. (In necesario también explicar una vez más por qué el marxismo, con sujac tancia de una comprensión superior de la base y de la prosa, supuso un ataque destructivo directo a los recursos humanos. ) Lo que Jacob el Men-
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Ars Electrónica 1982, Sky Event.
tiroso consiguió en el gueto de Varsovia -abastecer al entorno de noticias que eran mejores que la situación real- lo lograron desde siempre narra dores de historias y conservadores de rituales regenerativos626. Quizá toda vida lograda (lograda significa siempre: a pesar de las circunstancias) es un oscilar entre exo-realismo y endo-realismo. Así como la depresión corres ponde a la prosa, la hipomanía corresponde a la poesía627.
La fantasía está defado desde siempre en el poder. El hecho de que en 1968 se la pudiera reclamar explícitamente demuestra que el asunto de
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Dorothee Golz, Mundo hueco, 1966, documenta x 1997.
la levitación consiguió durante un instante feliz la comprensión general. (Al genio de Walt Disney, por el contrario, se debe el trazado del puente entre hipomanía e infantilismo: en su universo-cómic consiguió hacer explícito el principio de realidad colindante y convertir la inmersión en el kitsch i n un proceso seguro de evasión. El impulso a la introducción de re- ality-on-demand no es, de todos modos, un privilegio de la fabricación de sueños americana, sino un dominio en el que la vieja Europa ha logrado desde siempre cosas extraordinarias. ) Cuando las partículas de impulso hacia arriba se rarifican más allá de un cierto punto se llega a depresiones manifiestas. Que muestran que se ha roto la resistencia frente a la presión de lo real. Que los seres humanos permanezcan en condiciones de activar su potencial de configuración de espacio presupone el equilibrio de fuer zas entre gravitación y antigravitación. Desde el punto de vista teórico, de aquí se sigue que sin un concepto explícito de impulso hacia arriba no se
puede articular la actividad aphrógena originaria del ser humano.
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A la vista del imperativo esférico explicitado, las «arquitecturas neumá ticas» tempranas (por ejemplo, el prototipo-Radome de Walter W. Bird en el terreno del Cornell Aeronautical Laboratory, 1948, el Rubber Village Fi- berthin Airhouseáe Frank Lloyd Wright, 1956, o el Aujblasbarer Pavillon [Pa bellón hinchable] de Frei Otto de la exposición de Rotterdam, 1958, así co mo los numerosos proyectos análogos de Victor Lundy, Buckminster Fuller, Archigram y otros) que desde los años cincuenta pertenecen a las innovaciones más inteligentes y elegantes del moderno arte de configura ción de espacio poseen, mucho más allá de su función práctica, un valor simbólico teórico-cultural (o quizá habría que decir mejor: un valor simbó lico universal de técnica de nicho y técnica de cápsula)628. El aire que se respira en la cúpula neumática es parte, a la vez, del medio tectónico que proporciona al constructo tanto tensión y amplitud como habitabilidad. La presión del impulso de subida se utiliza como agens de la estabilidad del espacio; el milieu de respiración condensado actúa directamente como con formador de bóveda. Si se transfiere el modelo arquitectónico a la psico- semántica del espacio humano se consigue la ilustración más sugestiva de la dinámica de impulso hacia arriba de células y grupos de células antro- posféricos.
Más arriba, en los pasajes sobre el uterotopo y el termotopo629hemos formulado la tesis de que toda historia es la historia de las luchas entre co munidades de bienestar; con la concesión de que para la expresión bie nestar, que se refiere más bien al confort material y emocional, puede uti lizarse alternativamente el concepto elección, en el que el acento recae en preferencias timóticas, vulgo narcisistas, del propio ser-así. Bienestar y elec ción tienen en común que sus sujetos se sienten como destinatarios de pri vilegios, que se les han prometido tanto material como espiritualmente; sea por un mecenazgo discreto, sea por la de algún modo supuesta con tribución obligatoria del entorno, sea por una alianza metafísica, gracias a la cual se alian con el colectivo un protector celestial o un principio tras cendente de inmunidad.
En lo que sigue mostraremos que el principio del mecenazgo, como agente de una predestinación positiva, es una premisa sin la que no podría hacerse plausible la existencia de seres de la especie homo sapiens, sensible psico-inmunológicamente. Por otra parte, esa premisa no representa un universal, dado que hay innumerables excepciones a la regla de la especial demanda de mecenazgo de la vida individual; quizá, incluso, más excep-
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dones que casos regulares, excepciones que se especifican en las crónicas tanto escritas como no escritas de la pobreza. Llenan los libros negros so bre la vida de los seres humanos infames, desfavorecidos, superfluos. En tanto mostramos cómo el principio del mimo actúa por el mecenazgo de las madres de los seres humanos en la mayoría de las vidas llevadas con éxi to, surgen contornos vagos de una historia universal de la ligereza, de la que hemos afirmado que incluye, a la vez, la historia climática de la an- troposfera con todas sus innumerables eflorescencias locales en series in dividuadas.
5 Primera levitación - Para la naturaleza del impulso hacia arriba
Pienso que están hechas de agua; no tienen expresión alguna. Sus rostros duermen como luz sobre agua tranquila. [ . . . ]
Las plantas de sus pies están intactas. Son peatones del aire.
Sylvia Plath, Tres mujeres
Para poner en marcha una antropología no-pauperista es recomenda ble examinar con mayor precisión el centro de calor de la evolución, las configuraciones especiales del espacio-madre-hijo en los homínidos y pri meros seres humanos. Cuya mayor característica es la tendencia, comen tada a menudo, a la prolongación de la fase infantil yjuvenil en unidad procesual con una precocidad radical del momento del nacimiento. Para la interpretación de este fenómeno hay paleontólogos que han aducido el argumento de que los hijos de los humanos, si vinieran al mundo con un grado de madurez análogo al de los primates, necesitarían 21 meses de ges tación; cosa que (junto a otras contradicciones biológicas, sobre todo de naturaleza neurológica y endocrinológica) queda excluida, porque la for ma y anchura de la abertura de la pelvis en las mujeres-sapiens hace nece sario el nacimiento a más tardar tras 270 o 280 días. Esto conlleva el riesgo generalizado de una expulsión del feto muy prematura a medios externos ofensivos.
Para expresar las implicaciones de este hecho tan dramáticamente co mo han de ser presentadas de acuerdo con su contenido monstruoso ha
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bría que decir, sin ambages, que en los seres humanos el nacimiento nor mal posee la cualidad de una interrupción del embarazo dictada por la na turaleza. En el guión de la existencia humana está señalado que pasemos tres séptimos de la fase de gestación bio-psicológicamente imprescindible en el medio del organismo materno, los otros cuatro séptimos en una si tuación de nicho estable, para la que lo mejor es utilizar la expresión «es tancia en el exo-útero»: un giro que tendría que sustituir a la expresión, verdadera a medias, de época de lactancia. El diferencial entre ambos es tados crea una dinámica de transferencia que nunca puede llevarse hasta el final. Siempre jugamos un juego: 9 frente a 12; o endo-gestación más exo-gestación, que juntas producen las condiciones de entrada en el mun do. Nadie se recuerda, todos están marcados por ello. No puede hacerse un concepto de la enormidad del «puesto en el mundo» del ser humano mientras no se consiga una intelección explícita del movimiento en dos tiempos del parto, más aún, de su virtual pluritemporalidad, que factica- mente significa su inconclusibilidad. De ello, y de sus enormes implicacio nes neurológicas y simbólico-dinámicas, depende la excentricidad, abierta a la morbidez y que reclama expresión, de la constitución de la existencia humana hasta en sus últimas ramificaciones.
El ser-en-el-mundo comienza en el homosapienscon el hecho de que los recién nacidos llegan con una demanda intransferible de repetición de la posición uterina en el exterior; el absolutismo de la exigencia o necesidad infantil tiene aquí forma de una orden dictada por el desvalimiento. En lo tocante a esto, ser capaz de obedecer es el concepto concreto de adultez. El mundo del entorno, por regla general la madre biológica apoyada por madres sustitutivas y «asistentes del nido», ha de estar preparado, además, complementariamente, para la tarea de adoptar el papel de una incuba dora viviente y colocar al recién llegado en un espacio de protección bien temperado, en principio fundamentalmente bipolar, cuya peculiaridad consiste en que garantiza una continuación del embarazo en medios acla rados del m undo exterior e interactivos.
Con ello podemos contemplar la protoescena de la medialidad huma na. Uno es aquí el médiumnecesario para la inmadurez del otro. Durante un lapso de tiempo el mundo despierto ha de comportarse como si fuera el cómplice de un sueño fetal. El nacido-hasta-el-final ha de interactuar con el nacido-no-hasta-el-final de modo que de la envoltura y complacen cia del compañero frágil suija su animación: una invitación al aire libre,
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un estímulo al descubrimiento del mundo, una camaradería de camino en los primeros capítulos de la experiencia. La disposición de las madres del ser humano a hacerse cargo de esa tarea normal-surreal encuentra un apo yo en el patrón de conducta innato y adquirido de los mamíferos: según una bella metáfora de la sociobióloga Sarah Blaffer Hrdy, la evolución de la crianza de los seres vivos superiores sigue el derrotero de la «vía láctea»630.
Todo habla en favor de caracterizar las dedicaciones específicas de las primeras madres humanas a su descendencia como una forma de mece nazgo biológico: por una parte, porque la cualidad materno-humana de transmisión de vida y oportunidades de vida sucede, de hecho, la mayoría de las veces, mediante inversiones plenamente individualizadas en des cendientes destacados y preferidos para sí en cada caso; por otra, porque esta dedicación especial mecenática no obedece en modo alguno a un automatismo biológico, sino que sólo puede actuar cuando la madre ha aceptado y dado el sí a su hijo, como tal, en un acto psicosomático de adopción. Sólo cuando ha realizado esto será capaz de movilizar toda su energía existencial al completo en favor de su vástago. Las madres huma nas sólo pueden desempeñar su misión, a menudo positivamente seguida, de mecenazgo total en favor de sus hijos porque su dedicación es más que un programa biológico: representa, más bien, un compromiso -quizá la forma originaria de cualquier intervención comprometida-, y sólo puede ser calibrada en sujusto precio, consiguientemente, sobre el trasfondo del rechazo del compromiso, igualmente posible. Para entender esto hay que acostumbrarse a la irritante verdad de que en la antroposfera, incluso en el caso de la paternidad natural, la adopción tiene primacía sobre el pa rentesco biológico. Incluso los padres naturales tienen que aceptar a su propio hijo como hijo para que en el ámbito psicosocial llegue a ser aque llo que ya parece ser biológicamente. Sólo la aceptación del hijo como suerte propia y tarea potencialmente infinita convierte a la madre biológi ca del hijo humano en madre antropógena y eo ipso -en nuestra termino logía (tomada de Dieter Claessens)- en mecenas de su hijo631.
A consecuencia de la superposición de la relación biológica de la ges tación con una promesa psicógena de tutela, la madre animal se transfor ma en madre humana; y esa mutación no sería la empresa de riesgo que es si no hubiera que amortiguar y sortear toda una plétora de improbabi lidades y argumentos en contra, antes de que de la posibilidad natural de maternidad humana cristalice en un caso de co-animación y matemiza-
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ción exitosa. La rebelión del feminismo contra el cliché milenario de las exigencias excesivas de la maternidad y el esclarecimiento científico de la participación femenina en la evolución -remitimos una vez más a la obra, que ha creado época, de Sarah Blaífer Hrdy- convergen al menos en un punto: que ambos partidos han puesto de relieve, con tanta fuerza como era necesario, la improbabilidad, la casualidad y la variabilidad histórica del fenómeno «buena madre». Según los estudios matizados de Hrdy, la inversión de las madres en sus hijos se produce la mayoría de las veces cuando un cálculo global de aceptación ha llevado en ellas a un resultado positivo. Dado que éste, fácticamente, resulta bastante a menudo negativo, la opción del abandono del hijo, incluso de la matanza del hijo, por muy chocante que esto pueda sonar para oídos modernos, pertenece al ámbito más antiguo de atribuciones maternales. Al absolutismo de la necesidad y exigencia infantil corresponde por parte materna el absolutismo de la po sibilidad de aceptación o rechazo: un hecho del que las culturas más anti guas, en sus mitos de la madre oscura y devoradora, así como en las innu merables historias de la noverca (madrastra), supieron hacerse una imagen más realista que la Edad Moderna cristiano-burguesa, en la que se repre senta al Dios como unidimensionalmente misericordioso y, a las madres, desinteresadas por naturaleza. Junto al rechazo a la inversión, que bien puede interpretarse como una forma de aborto posterior, en la serie evo lutiva prehumana aparecen también muestras claras de oportunismo genético: por ejemplo cuando una madre primate cuyo hijo ha sido mata do por un nuevo jefe de manada pone todo su empeño en engendrar lo más pronto posible otro retoño con el asesino.
Lo que en los decenios pasados fue descrito, y ocasionalmente también denunciado, por la crítica feminista y la investigación biológica como una ideología de matemalismo solícito, históricamente condicionada, «pa triarcalmente» codeterminada, según su contenido civilizatorio ha sido un intento de las culturas de romper ese absolutismo del afecto-madre -en otro lugar lo hemos llamado el Juicio Final del comienzo632- por medio de una especie de separación de poderes entre madre y cultura en favor de la prole. En tanto que intenta equilibrar la dictadura de los sentimientos ma ternales no disponibles mediante una regla normativa que fortalezca las oportunidades psíquicas y físicas de supervivencia del hijo rechazado, el grupo humano civilizado reconoce sus competencias de madre sustitutiva: por este motivo, la oposición moral al aborto de no nacidos y al abandono
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de niños nacidos es el indicio más importante de que una civilización se toma a sí misma en serio como tal. Esto lo hace en la medida oportuna, cuando en caso necesario se considera capaz, en relación con la vida veni dera, de ser más ratificante que un individuo accidentalmente no ratifi cante y más maternal que una madre natural accidental, a la que le falta, por el motivo que sea, la fuerza y la disposición para asumir su tarea.
En este sentido, la civilización es sinónimo de capacidad de adopción. Para elevar el fenómeno a nivel categorial, la civilización sería, pues, el prototipo de las funciones de alomadre*: esto es (según Hrdy y Wilson), de todos los rendimientos animantes, sustentadores, educacionales, a invertir en la descendencia, que pueden ser desligados de las madres biológicas y traspasados a terceras personas o instituciones: desde las nodrizas y asis tentes en la familia, pasando por los servicios de diaconía eclesiástica, has ta llegar a los sistemas abstractos de compensación, en los que se implica el moderno Estado de beneficencia. En este contexto, la costumbre del abandono o ex-posición del hijo puede entenderse no sólo como forzosa válvula de escape frente al exceso de hijos entre los pobres; pone de ma nifiesto, a la vez, la conciencia de que también los recién nacidos no desea dos han de tener una última oportunidad de encontrar alopadres. La de posición de niños en las escaleras de las iglesias, que se practicaba en la Edad Media, incluye el reconocimiento de la Madre Iglesia como potencia adoptiva. Si en el mundo de habla castellana, así como en Italia, el nom bre de Expósito es relativamente frecuente, es porque los sacerdotes cató licos, a falta de un nombre de familia, acostumbraban a bautizar así, por su situación, a los niños abandonados ante sus puertas; arrojamiento, al modo católico.
Nos acercamos a una nueva definición del proceso civilizatorio, cuyo mecanismo clave es el desarrollo progresivo de alternativas técnicas y sisté- micas a la primera maternización. Por la civilización se demuestra que, hasta cierto punto, maternidad significa una función protetizable. El anti naturalismo del proceso de civilización se funda en la metaforización de la maternidad: es el sustituto de la fuerza de madre en acción. Este modo de entender las cosas se apoya en el supuesto de que la evolución de la espe cie es estimulada, ante todo, por la sensación de que el núcleo de la ca rencia hay que buscarlo en la escasez de potenciales alomaternos. El pro
* Allomutter, Allomother (biología). Prefijo alio- o alo-: otro, diferente, distinto. (N. del T. )
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ceso de sustitución culmina en la Modernidad, donde, gracias al tránsito a la affluent society, se ha podido llegar a una liberación masiva de las muje res de sus definiciones tradicionales de roles; con ella se llevó a cabo una revisión fundamental de los estereotipos inmemoriales del sentido y la fun ción de la maternidad.
El contenido civilizatorio de la época actual resulta incomprensible si en ella no se reconoce, ante todo, un amplio experimento sobre la prote- tizabilidad de las funciones maternales: unido a la salvación de la prole frente al pacto molocista entre guerra y cultura’TM. Con ello, una teoría in tegral de la economía de la cultura presupone, junto a la categoría de des carga, un concepto general de la protética. Desde este punto de vista, la prótesis originaria sería la persona que secunda como alomadre a una ma dre activa. Si es cierto que las capacidades de alomadre representan siem pre el bien más preciado en una cultura, resulta natural suponer que la necesidad de crear equivalentes simbólicos y técnicos para madres sustitu- tivas deficitarias motiva la evolución civilizatoria en su totalidad. Dado que las madres comprometidas la mayoría de las veces se toman muy en serio la tarea de ser-ricas-para-el-hijo, por naturaleza están interesadas en todo lo que les facilite su papel. Con independencia de toda filosofía y psico logía comprenden que el mantenimiento de esa simulación originaria es de importancia decisiva para las oportunidades de vida de su vástago; sien ten que lajustificación de la vida por el impulso hacia arriba está en ínti ma conexión para el hijo con su propio balance de felicidad e infelicidad. Dado que la disponibilidad de servicios de alomadres se sabe escasa ya des de el principio y, en general, constituye la oportunidad de un acceso más fácil a ese concepto primero, intuitivamente irresistible, de riqueza. Ser ri co significa en principio: poder prometer a una madre el acceso a fuentes con gran flujo de energías alomatemales634. Quien en este sentido no pue de hacer rico no es rico él mismo635. Definimos riqueza como la capacidad de participar en una explicación de ese tipo. Puede ser que la mayor aven tura de la civilización consista en explicitar la maternidad y, con ella, una buena parte de lo que significa vida.
En consideraciones anteriores sobre el uterotopo y las formas especia les de la neotenia en seres humanos hemos caracterizado el efecto de soli citud maternal, ante todo, bajo el aspecto de la técnica de nichos; al hacer lo, el acento recayó sobre el hecho de que el espacio-madre-hijo humano -continuando inequívocamente tradiciones prehumano-homínidas- po
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see las características de un microinvernadero, en el que actúa una ten dencia espontánea, a largo plazo, al refinamiento de las morfologías huma nas y a la recompensa de las variaciones más inteligentes. En el contexto actual hemos de situar la representación en una dimensión más compleja, en tanto que ahora se añade la prueba de cómo el campo-madre-hijo homínido y protohumano se desarrolla ya como espacio autocriador o termotopo psíquico. El resultado es el moldeamiento y perfección del campo-madre-hijo en su versión de lujo, humanamente ampliada. La ten dencia selectiva que actúa en él libera nada menos que el acontecimiento fundamental de la antropogénesis: la conquista de la niñez. Como se sabe, mientras tanto en el homo sapiens no sólo se superan configuraciones somá ticas y psíquicas del joven (neón) en la morfología del adulto: en corres pondencia con el esquema neoténico (del griego teínán, distender, exten der), propagado entre mamíferos y animales domésticos, incluso entre pequeños reptiles, como el conocido axolotl; más bien, la especie se in- fantiliza progresivamente como un todo y, en lo referente a sus formas de vida, pasa a colocarse b<yo el signo de la adolescencia prolongada y de la capacidad de aprendizaje permanente. La línea fundamental evolutiva de la antropogénesis sólo se comprende cuando se reconoce en ella la suce sión de acoplamientos positivos de efectos de mimo, que amplían cuanti tativamente e intensifican cualitativamente el espacio-madre-hijo. De un modo sin par en la historia natural, de estas tendencias auto-reforzantes resulta una forma de vida de madurez inmadura o inmadurez madura: la matriz biocultural del lujo humano.
La defensa de la niñez es la esencia de la cultura; suponiendo que se acompaña, a la vez, de la defensa de la cultura frente a los abusos de lo in fantil. Es imposible que la tendencia neoténica (que a nivel cultural pro duce lo que Michel Serres llama hominiscence) se hubiera impuesto si no hubiera sido confirmada, encauzada y salvada por un control de éxito. Ese control hace valer lo que en terminología psicoanalítica se llama principio de realidad. En este contexto se muestra que bajo esa expresión siempre había que entender ya implicite la compensación del principio de lujo, que domina en el campo-madre-hijo, con el principio de carga y esfuerzo de las leyes de grupo: dado que la llamada al mimo y comodidad no conoce ninguna medida interior, tuvo que ser pertrechada con las contrafuerzas ergotópicas y nomotópicas. Consideradas bajo este punto de vista, las «cul turas» son los intentos localmente exitosos del containment del lujo. Cuan
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do consiguieron poder transmitirse tradicionalmente demostraron de he cho que estaban en situación de acotar los riesgos de infantilización por medio de normativas estabilizadoras (como resulta comprensible, esta re sistencia al mimo y comodidad configura el campo de fenómenos en el que habría de despertarse la atención del antropólogo Gehlen)636.
Por eso no es casualidad que las culturas primitivas muestren rasgos ge- rontocráticos casi sin excepción: la insostenible infantilización de la an- troposfera sólo pudo compensarse evolutivamente por una presbiteriza- ción complementaria. Dado que la esfera-madre-hijo constituía por doquier el foco de realidad subversivo impulsor, era de interés para los grupos equilibrar su arbitrariedad por doquier mediante el cultivo de la autoridad de los mayores. Por ella se transmitirá el saber sobre las cargas normativas y ergotópicas de un contexto acreditado de vida. En el Viejo Mundo a los más viejos se les reconoce como capaces de gobernar porque son incapaces de cambiar su opinión; de la testarudez de la edad pende originariamente el peso del mundo. Sólo la Modernidad deshizo los paréntesis gerontocráticos en torno a los invernaderos culturales y se lanzó a la aventura de un rejuvenecimiento de la civilización casi sin reservas: in cluyendo el nivel de las orientaciones normativas y lógicas.
En el contexto dado es fácilmente comprensible por qué la tendencia actual a lajuvenilización de la cultura representa la huella psicosocial de la «sociedad» de la superabundancia. Sólo una formación de ese tipo ha podido permitirse atentar contra el clásico containment del lujo de la in fantilización mediante la rigidez de los ancianos. Hoy, por primera vez en la historia de la civilización, el sentido ligero, que rodea a la niñez e ino cencia, ya no es reprimido a conciencia por la seriedad de los más viejos. Desde entonces la balanza se inclina hacia el lado infantil, por mucho que los conservadores de nuestra época se preocupen de llenar el platillo serio con pesos pesados, no en último término con malos recuerdos, con la amenaza de casos críticos y cargas-como-si. Esto indica que se disuelve rá pidamente la orientación, evolutivamente adquirida, al juego de inter cambio entre carga y descarga en la economía doméstica del homo sapiens687. Para las «sociedades» actuales esta situación es, por decir lo mínimo, des concertante. Al contrario, las oportunidades que surgen de ahí para una teoría contemporánea de la cultura hay que calificarlas de inspiradoras: por la descompensación de la cultura de adultos se hace comprensible, por primera vez en expresiones explícitas, la conexión entre el efecto in-
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vemadero, condicionado por la situación de bienestar, y la liberación de infantilismo en general. A la nueva luz, la historia humana se manifiesta como un informe coyuntural sobre el stand de la levitación; trata del pro greso en la conciencia del mimo y bienestar.
El material de partida para todas las series de transformación del lujo en las culturas locales y para su desarrollo explícito en la civilización con temporánea hay que buscarlo, como se ha sugerido, en la segunda mitad de la fase de gestación humana, en la que el lactante, si sus necesidades evolutivamente preconfiguradas son correspondidas más o menos adecua damente, como polo júnior del campo-madre-hijo, se mantiene en una si tuación de nicho, análoga a la del útero. Se encuentra ahí no simplemente como una joya en su estuche; evidencia desde el principio las característi cas de la existencialidad, en tanto que, saliendo progresivamente del sueño pre-existencial, puede ser inducido a entenderse a sí mismo como aliado de un ser coexistente, provisto de poderes y tesoros. La íntima ve cindad a riquezas generosamente regaladas genera la experiencia de ac ceso fácil a una abundancia de la que no se alcanza a ver cómo podría ago tarse. A partir de esa posición crece un prejuicio afectivo sobre el mundo, que, si no es desmentido traumáticamente por la revocación, se sedimen ta en un ánimo fundamental de despreocupada libertad de acceso a teso ros y oportunidades. El primer ser-en-el-mundo implica la imposibilidad de ser pobre; al menos allí donde las madres, a su vez, evitan los riesgos del pauperismo y, en relativa independencia psíquica de circunstancias exte riores, mantienen intacta su capacidad de ser-ricas-para-el-hijo.
Ya en ese pre-concepto de riqueza hay impresos rasgos resonantes; ri queza significa aquí atención y solicitud del «mundo» respecto a la necesi dad subjetiva: incluye la posibilidad, a la que se puede recurrir constante mente, de la disolución de cuerpos en comunicaciones. Por eso la riqueza se experimenta como trascendental material y generalidad pura; se la pue de colocar en el trasfondo como un hay que no tiene contrario alguno. Ac túa, así, como condición de posibilidad de mundo, sin más. Lo que se llama aire libre es la dimensión riqueza en su reflejo existencial. Como trasfondo tras todos los trasfondos, la riqueza soporta todas las figuras, incluso la de la carencia determinada y de la privación concreta. Como absoluto impulso hacia arriba se opone a toda carga: a cada una por separado y a todas en común. Como excedente no reducible rompe la punta de toda deducción y reducción local. Da tono a la existencia inmersa en la resonancia con el pre
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juicio, harto de repetirse, de estar provista siempre y de modo irrecusable de más de lo necesario. Dado que a la riqueza pertenece un dador y un hay, ella es un «principio» semi-personal y semi-material a la vez; por eso reúne en sí las ventajas de la donación y del hallazgo. Es el azar y la propiedad. Se podría decir que es puntualmente poseíble y enseñable, y permanece, sin embar go, más allá de toda posesibilidad y enajenabilidad.
Quien esté familiarizado con la historia del pensamiento filosófico se dará cuenta de que en ese retrato existencial de la riqueza originaria han confluido momentos de lo que la tradición llamó el hypokeímenon, lo que está en la base; un concepto caro tanto a gramáticos como a ontólogos, porque expresa la función de la substancia o del sujeto: servir como so porte de las propiedades y como fundamento de los acontecimientos. Sus nombres clásicos son Dios, naturaleza, substancia, forma, materia, volun tad o praxis humana. En el contexto dado se trata de un soporte de cuali dad desplazada: por una parte, porque la riqueza, entendida existencial- mente, constituye, como medio primario, una forma híbrida de algo y alguien, y se sustrae a la interpretación ontológico-cósica (concretamente: para que una madre pueda ser experimentada como mecenas tiene que ofrecer un regalo cósico y entregarse ella misma); por otra, porque ese so porte nunca actúa sólo como sostén de una carga o firme apoyo para un complemento. La riqueza del comienzo es superabundancia material y de dicación personal; actúa como una instancia activamente elevadora y co mo polo de resonancia en una vecindad animante.
Mientras el ser-ahí sienta en sus primeras situaciones configuradoras de estado de ánimo que pertenece a una riqueza así interpretada, hay que de terminar su modo de ser como sostenimiento*. La riqueza que sostiene se llama impulso hacia arriba; el sostenimiento que se convierte en estado de ánimo fundamental es participación en la levitación. Se puede examinar el potencial de estos enunciados comparándolos con formulaciones opues tas de Heidegger: en Sery tiempo se habla del rasgo fundamental del ser-en- el-mundo humano como arrojamiento; una expresión en la que no sólo ha de verse una enorme metáfora para la ex-posición o abandono de la exis tencia en el campo azaroso de lo coexistente. También se percibe en ella
’ Calidad o circunstancia de estar o ser sostenido, llevado, mantenido IGetragenheit). Co mo líneas más abajo, arrojamiento: calidad o circunstancia de ser o estar arrojado [Geworfen- heitj. (N. delT. )
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la referencia a un impulso hacia delante y hacia abajo. Airojamiento es la tendencia dispersadora-descendente que se establece con el éxtasis exis- tencial, entendido semiconservadora, semimodernamente; designa la in mersión en la contingencia sin fundamento, frente a la cual el existente só lo consigue determinarse por su decisión de aceptar el azar asignado a él. En la concepción de arrojamiento no puede ignorarse su pertenencia a la ontología de la carencia, aunque, como hemos visto, en Heidegger no se trate de una carencia económica o material, sino de la ausencia de nece sidad real y falta de concentración interior en una obra ineludible. Si en el Heidegger más joven existen principios de tendencias antigraves hay que atribuirlos, más bien, a un repertorio de gestos cargados de insolen cia: a un mezquino contenerse e incorporarse, a un rígido paralizarse an te la impresión de llamadas supuestamente más altas, más tarde también a un apoyarse autoapoyante, que se negocia bajo la contraseña salto, y del que, en caso de intento de consumación, queda claro que puede ser cual quier cosa menos un movimiento hacia arriba. El trágico tono fundamen tal no puede pasarse por alto: quien habla de arrojamiento rinde tributo a la desigualdad de los comienzos. En la palabra resuena la experiencia de que hubo innumerables que fueron ex-puestos desde el comienzo a una caída en desventajas, que se pueden corregir eventualmente, pero nunca ya compensar.
Por lo que respecta a la constitución existencial del sostenimiento, le resultan extraños giros forzados de ese tipo. Cuando no existe expolio al guno al comienzo, no se exige compensación alguna. Mientras la riqueza misma es el sostén, la existencia no tiene que ganar nada más. Su primera información es la sensación de que hay suficiente a disposición, y más que suficiente; de ahí se sigue que uno se puede relajar, por de pronto al me nos. Ya que a la existencia acompasada a la riqueza no la amenaza la revo cación de los regalos, no necesita protegerse desconfiadamente mediante un esfuerzo propio originario. No está expuesta a la convulsión prematu ra del miedo, ni al imperativo del control de sí mismo y del entorno. A la vida sostenida no le envenena el reproche que pueda hacerle una soste nedora sobrecargada de que es demasiado pesada y ha de mostrarse, por favor, menos molesta. En el caso de sostenimiento real lo sostenido se con vence de la fuerza que pasa del sostenedor a sí mismo. Así como el dejar- se-tender sobre un lecho, cuando es sin lucha, puede llevar al estado de ánimo fundamental de serenidad [Gelassenheit7, es plausible que la con
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fianza en la fuerza de elevación de los brazos que me mantienen en alto se refleje en un estado de ánimo de sostenimiento. Que incluye la convicción de la omnipresencia de la antigravitación. Por ello la marcha erguida del homo sapiens no es un mero producto fisiológico de la evolución entre otros; encarna el moldeamiento somático de la dimensión de impulso ha cia arriba, que ya actúa en los homínidos como pre-referencia al ser-en-el- mundo sostenido.
Desde este punto de vista puede interpretarse el caminar erguido hu mano como jeroglífico abierto de la ligereza. Es la prueba de que la levi- tación ha superado su examen evolutivo. Por su experiencia de gestación extrauterina, a la que se añade la fase ampliada de demandas de niño pe queño de servicios de transporte maternos y alomaternos, en el cuerpo del homo sapiens hay instalada una medida tan alta de información antigrave que, al crecer, va confiando cada vez más en su propia verticalidad; para acabar convirtiéndose en el emblema más sugestivo de la positio humana:. una estructura en la que la postura más improbable se ha convertido en obvia. En su típica actitud corporal está formulado ya todo el programa de la existencia-sapiens, los seres humanos son exactamente aquellos seres en los que lo casi imposible se convierte en cotidiano, lo prácticamente in sostenible en estabilidad segura, por de pronto, lo aparentemente inal canzable en éter onmnipresente. El homo sapiens celebra diariamente en su constitución corporal erguida una fiesta de la negentropía.
Las paradojas económicas de la esencia del ser humano exigen una mi rada renovadamente crítica a las legaliformidades, supuestamente conoci das, incluso triviales, en realidad todavía incomprendidas, que actúan en el espacio-madre-hijo de los seres vivos prehumanos y protohumanos. Si se toman los resultados de la evolución del modo intentado, resulta evidente que ha tenido que haber un mecanismo en su decurso que impulsara el acrecentamiento de improbabilidad como historia ininterrumpida de éxi tos: se le podría llamar una central de energía, que puso a disposición la suficiente para la liberación de disposiciones de lujo. Sólo por eso pudo haber comenzado a suceder que determinadas (podemos suponer: mater nales y alomaternales) fuerzas de elevación introdujeran islas de antigravi tación en el mundo animal de la fuerza de la gravedad. El lugar confor mador de seres humanos es aquel en el que el impulso hacia arriba mecenático actúa como fuerza fundamental. Un mecenas, ahora se en tiende, no es sólo una persona acomodada que invierte una parte de su
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fortuna en el patrocinio de artistas con el fin de elevar su propio prestigio, como aquel Gaius Cilnius Maecenas, que consolidó su magnífica adresse co mo amicus Caesaris comprometiendo a los poetas Horacio y Virgilio, me diante generoso apoyo, a que cantaran a Octavio como Augusto. El mece nazgo originario se manifiesta en que una madre o alomadre se encarga de la tarea de ser-rica-para-el-hijo, a menudo independientemente de su propia dotación de recursos materiales. Hay que definir la función me- cenática como conexión de resonancia e impulso hacia arriba. De ella pro cede la vida acomodada, la vida enriquecida, la vida aprehendida por la antigravitación. \
Cuando Hegel, en sus lecciones antropológicas, calificó a la madre co mo el «genio del hijo», tenía ante los ojos el proceso psíquico en el que la vida presubjetiva, gracias al encuentro con el principio genializante ma dre, es dotada de subjetividad personal; si se somete el proceso a un aná lisis más cercano se muestra que esa animación bi-unitaria es idéntica a la entrega del regalo primordial impulso-hacia-arriba. En el idealismo, la conciencia de ese obsequio se tradujo en una convicción, por muy so breinterpretada que fuera, sobre el don de la libertad, entendida como su perioridad inalienable del sujeto sobre todo tipo de coacción externa: na da puede ser tan difícil o pesado que no fuera soportable para el sujeto, en tanto esté lleno de la seguridad de querer lo que debe. Puede conside rarse esto una exageración metafísica y un traslado extraviante del princi pio de levitación al querer; el motivo que sí tiene todo sentido en el idea lismo reside en la pertenencia de la esencia del ser humano a la dimensión impulso-hacia-arriba. En ella se unen el hay y el puedes con el se-te-ayu- dará, pero sobre todo con el sale-bien, que hace saltar el horizonte. De es ta vinculación surge la confianza en que lo más improbable suceda como algo que, apenas realizado, se entiende ya por sí mismo.
Estas consideraciones muestran que lo que en Gehlen se llama descar ga puede ser apreciado en lo que vale si se lo entiende como momento de una dinámica elevadora más compleja. Para la imagen total es determi nante que la descarga del sostenido sólo resulta posible por la mayor car ga de un sostenedor. El axioma de Nietzsche de que toda cultura superior descansa sobre un fundamento de esclavitud saca de esta observación las consecuencias civilizatorias.