The
Dominion
of the Dead.
Hans-Ulrich-Gumbrecht
n puede respon- der a y contrarrestar una situacio?
n determinada, a saber, un mundo globalizado en el que se han desdi- bujado los contornos institucionales, y donde los pa- trones de interaccio?
n obligatorios son difi?
ciles de
Junto con la desaparicio? n de nuestros suen? os
de conquistar el espacio, el proceso de globalizacio? n ha desencadenado un movimiento poderoso y visible de reivindicacio? n del planeta Tierra como ha? bitat de
la humanidad.
Una antropologi? a negativa de la globalizacio? n
Hans Ulrich Gumbrecht
239
240 las mu? ltiples caras de la globalizacio? n
identificar. Al confrontarnos a nosotros mismos esta- blecemos el marco existencial que nuestro entorno cultural no es capaz de proporcionarnos. Si, por ejem- plo, la estructura organizativa de la mayori? a de la compan? i? as de Silicon Valley es horizontal, en el sen- tido de que no es jera? rquica, y si los diferentes em- pleados de una empresa casi nunca trabajan juntos en un espacio compartido, entonces sus e? xitos so? lo pueden provenir de un nivel sobresaliente de auto- motivacio? n y transformacio? n auto? noma. La autorre- ferencia ha venido a sustituir a las estructuras institucionales. Para formular la misma idea em- pleando el lenguaje de la antiutopi? a: el mundo feliz de nuestro presente globalizado nos condena a ser nuestro propio Gran Hermano. O, dicho de otra ma- nera, en el mundo neoliberal de la globalizacio? n so- mos libres de reinventarnos a nosotros mismos constantemente.
[7]
Antes de tratar de emitir un juicio --o una afirma- cio? n sinte? tica-- sobre la perspectiva antropolo? gica que plantea la multitud de reacciones al proceso de la globalizacio? n, quisiera mencionar brevemente dos feno? menos que considero emblema? ticos --de maneras complementarias-- de dos aspectos estruc- turales ba? sicos en los que la informacio? n se esta? desvinculando de los espacios fi? sicos concretos. El primero de ellos es la nueva clase de famosos sin ningu? n me? rito para serlo (Paris Hilton es, inevitable- mente, el primer nombre que viene a la cabeza, pero tambie? n lo hacen los de David y Victoria Beckham, cuyas respectivas carreras en el fu? tbol y la mu? sica en ningu? n momento han justificado su ubicua pre- sencia en los medios de comunicacio? n y anuncios publicitarios). Aunque, por supuesto, no es un de- ber de estos protagonistas de los medios de comu- nicacio? n encarnar o representar nada en absoluto (antes bien, sus vidas suelen estar caracterizadas por la total ausencia de deberes o cometidos), si? pueden formar parte de ese agitado movimiento in- transitivo que caracteriza nuestra condicio? n de seres desvinculados de un espacio concreto. Desde esta perspectiva, los predecesores histo? ricos de Paris Hilton o los Beckham son aquellos cosmopolitas privilegiados y aquellos esforzados playboys que acompan? aron la emergencia del ferrocarril y las li? - neas ae? reas en los siglos xix y xx, respectivamente. El segundo feno? meno emblema? tico de la separacio? n entre la informacio? n y el espacio es incomparable- mente ma? s penetrante y peligroso. Me refiero a los productos financieros llamados derivados, que se han identificado como los verdaderos causantes de la drama? tica crisis econo? mica que golpeo? al mundo
en 2008. Los derivados son, en teori? a, instrumen- tos que producen beneficios independientemente del arti? culo o negocio de referencia que represen- ten. Estamos ante la clase de desvinculacio? n que entran? a un riesgo de implosio? n econo? mica en si- tuaciones en las que surge la necesidad colectiva de cobrar en derivados.
Aqui? tampoco voy a entrar en una cri? tica apo- cali? ptica de la globalizacio? n como culpable de este reciente desastre financiero de dimensiones pla- netarias, aunque so? lo sea para evitar caer en un optimismo infundado respecto a la posibilidad de controlar procesos de este tipo. La globalizacio? n y sus consecuencias pueden muy bien ser parte de una etapa especi? fica de la evolucio? n de la humani- dad en la que la cultura y la tecnologi? a han reem- plazado a la biologi? a como fuente de energi? a que impulsa cualquier clase de cambio. Pero, aunque no seamos capaces de cambiarlos, hemos visto co? mo los efectos de la globalizacio? n provocan determi- nadas reacciones, que en ocasiones son fruto de la inercia, y, con ellas, la impresio? n de que las di- na? micas de la globalizacio? n han dejado de estar en sincroni? a con las necesidades ba? sicas y los li? mites del ser humano. Necesitamos recuperar el cuerpo humano como dimensio? n ba? sica de la existencia in- dividual; necesitamos reclamar lugares especi? ficos, regiones concretas y el planeta Tierra como esferas del hogar al que pertenecemos; necesitamos estar arropados por contextos histo? ricos coherentes (aun- que hayan sido creados artificialmente); anhelamos lenguajes que sean producto de lugares especi? fi- cos que llamamos nuestros, y necesitamos dotar a nuestra existencia de una orientacio? n y un propo? sito mediante el ejercicio de la autorreflexio? n.
Esta relacio? n de situaciones y necesidades que, en el sentido ma? s literal de la expresio? n, nos pro- porcionan un lugar en la Tierra y nos vinculan a ella, recuerda a la cuaterna (das Geviert) de Heidegger, motivo central en la u? ltima etapa de su pensamiento filoso? fico. Los cuatro elementos que enmarcan nues- tra existencia individual segu? n Heidegger (la Tierra, el cielo, los dioses y los mortales, e? stos u? ltimos tanto en el sentido de nuestros semejantes como en el de nuestra mortalidad) se antojan ma? s sime? tricos, y tambie? n ma? s mitolo? gicos, que la antropologi? a que hemos extrai? do de nuestras propias reflexiones sobre la globalizacio? n y sus efectos. Pero ambas relaciones son muy similares, por no decir sino? nimas, en cuanto describen, en palabras de Heidegger, habitar como
<<la manera que tienen los mortales de estar en la Tierra>>, y en cuanto implican tambie? n la intuicio? n de que <<la caracteri? stica ba? sica de habitar es proteger, preservar>>. Ma? s cercano incluso a las conclusiones a las que hemos llegado esta? el trabajo del italianista
y filo? sofo Robert Harrison, quien, en tres libros dife- rentes que conforman un u? nico y complejo discurso argumental, estudia los bosques, los lugares de en- terramiento y los jardines para elaborar lo que me gustari? a llamar un nuevo ecologismo existencial.
El prefacio del magni? fico libro de Hannah Arendt La condicio? n humana, de 1958, resuena con las poderosas reacciones que el lanzamiento del Sputnik, el primer sate? lite artificial, habi? a des- atado tan so? lo un an? o antes. Arendt estaba en desacuerdo con la opinio? n, proclamada a menudo por aquel entonces, de que el Sputnik habi? a sido
<<el primer paso hacia la huida del hombre de la ca? rcel de la Tierra>>. Estaba en desacuerdo porque crei? a que la identidad cosmolo? gica de la existen- cia humana depende del hecho de que la natura- leza misma de la cultura y sus estratos de trabajo, esfuerzo y accio? n esta? n ligados a la vida, lo que
para ella equivali? a a que todos se sustentaban en nuestra conexio? n biolo? gica con la Tierra. Esta par- ticipacio? n de la existencia humana en dos dimen- siones distintas, pero inseparables, que Arendt llamaba (cultura) artificial y (vida) natural explica por que? el nacimiento y la muerte de los seres hu- manos, la natalidad y la mortalidad, por usar sus mismas palabras, deben ser diferentes del na- cimiento y la muerte de cualquier otro ser vivo. Si llega? ramos a romper por completo nuestros vi? nculos con la Tierra, perderi? amos esa identidad y, con ella, la capacidad de trabajar, esforzarnos y actuar.
Recientes descubrimientos han venido a con- firmar las previsiones y preocupaciones de Arendt. Con una diferencia, claro: lo que pone en peligro la naturaleza existencial de habitar no son los viajes espaciales, sino las comunicaciones electro? nicas, principal soste? n y consecuencia de la globalizacio? n.
BIBLIOGRAFI? A
Arendt, H. The Human Condition. Chicago: Chicago University Press, 1958 [ed. esp. : La condicio? n humana. Barcelona: Paido? s, 1996].
Beynon, J. , y D. Dunkerley, eds. Globalization: the Reader. Nueva York: Routledge, 2000. Broeckling, U. , S. Krasmann y T. Lemke, eds. Glossar der Gegenwart. Fra? ncfort: Suhr-
kamp Verlag, 2004.
Gumbrecht, H. U. Production of Presence:
What Meaning Cannot Convey. Stanford:
Stanford University Press, 2004.
--. In Praise of Athletic Beauty. Cambridge (Massachusetts): Harvard University Press,
2006.
Harrison, R. Forests: the Shadow of Civilization.
Chicago: Chicago University Press, 1992. --.
The Dominion of the Dead. Chicago: Chi-
cago University Press, 2003.
--. Gardens. An Essay on the Human Condition.
Chicago: Chicago University Press, 2008. Heidegger, M. <<Building Dwelling Thinking>> [1951]. En Poetry, Language, Thought. Nue- va York: Harper and Row, 1975, 143-162. Kroll, G. M. , y R. H. Robbins, eds. World in Motion. The Globalization and Environ- ment Reader. Lanham (Maryland): Alta-
Mira Press, 2009.
Lechner, F. J. , y J. Boli. The Globalization Reader. Malden (Massachusetts): Black- well Publishers, 2000.
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Mittelman, J. H. , ed. Globalization. Critical Reflections. Londres: Lynne Rienner Pu- blishers, 1996.
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Rack, J. <<Bilder aus der globalisierten Welt>>.
Merkur - Deutsche Zeitschrift fuer euro-
paeisches Denken 723 (2009): 736-742. Rhode, P. W. , y G. Toniolo, eds. The Global Economy in the 1990s. A Long-Run Per- spective. Cambridge: Cambridge Univer-
sity Press, 2006.
Roberts, J. T. , y A. B. Hite, eds. The Globa-
lization and Development Reader: Pers- pectives on Development and Global Change. Malden (Massachusetts): Black- well Publishing, 2007.
Sassen, S. Globalization and its Discontents. Nueva York: The New Press, 1998. Sloterdijk, P. Du musst Dein Leben aendern. Fra? ncfort: Suhrkamp Verlag, 2009.
HANS EIJKELBOOM
?
? Una antropologi? a negativa de la globalizacio?
Junto con la desaparicio? n de nuestros suen? os
de conquistar el espacio, el proceso de globalizacio? n ha desencadenado un movimiento poderoso y visible de reivindicacio? n del planeta Tierra como ha? bitat de
la humanidad.
Una antropologi? a negativa de la globalizacio? n
Hans Ulrich Gumbrecht
239
240 las mu? ltiples caras de la globalizacio? n
identificar. Al confrontarnos a nosotros mismos esta- blecemos el marco existencial que nuestro entorno cultural no es capaz de proporcionarnos. Si, por ejem- plo, la estructura organizativa de la mayori? a de la compan? i? as de Silicon Valley es horizontal, en el sen- tido de que no es jera? rquica, y si los diferentes em- pleados de una empresa casi nunca trabajan juntos en un espacio compartido, entonces sus e? xitos so? lo pueden provenir de un nivel sobresaliente de auto- motivacio? n y transformacio? n auto? noma. La autorre- ferencia ha venido a sustituir a las estructuras institucionales. Para formular la misma idea em- pleando el lenguaje de la antiutopi? a: el mundo feliz de nuestro presente globalizado nos condena a ser nuestro propio Gran Hermano. O, dicho de otra ma- nera, en el mundo neoliberal de la globalizacio? n so- mos libres de reinventarnos a nosotros mismos constantemente.
[7]
Antes de tratar de emitir un juicio --o una afirma- cio? n sinte? tica-- sobre la perspectiva antropolo? gica que plantea la multitud de reacciones al proceso de la globalizacio? n, quisiera mencionar brevemente dos feno? menos que considero emblema? ticos --de maneras complementarias-- de dos aspectos estruc- turales ba? sicos en los que la informacio? n se esta? desvinculando de los espacios fi? sicos concretos. El primero de ellos es la nueva clase de famosos sin ningu? n me? rito para serlo (Paris Hilton es, inevitable- mente, el primer nombre que viene a la cabeza, pero tambie? n lo hacen los de David y Victoria Beckham, cuyas respectivas carreras en el fu? tbol y la mu? sica en ningu? n momento han justificado su ubicua pre- sencia en los medios de comunicacio? n y anuncios publicitarios). Aunque, por supuesto, no es un de- ber de estos protagonistas de los medios de comu- nicacio? n encarnar o representar nada en absoluto (antes bien, sus vidas suelen estar caracterizadas por la total ausencia de deberes o cometidos), si? pueden formar parte de ese agitado movimiento in- transitivo que caracteriza nuestra condicio? n de seres desvinculados de un espacio concreto. Desde esta perspectiva, los predecesores histo? ricos de Paris Hilton o los Beckham son aquellos cosmopolitas privilegiados y aquellos esforzados playboys que acompan? aron la emergencia del ferrocarril y las li? - neas ae? reas en los siglos xix y xx, respectivamente. El segundo feno? meno emblema? tico de la separacio? n entre la informacio? n y el espacio es incomparable- mente ma? s penetrante y peligroso. Me refiero a los productos financieros llamados derivados, que se han identificado como los verdaderos causantes de la drama? tica crisis econo? mica que golpeo? al mundo
en 2008. Los derivados son, en teori? a, instrumen- tos que producen beneficios independientemente del arti? culo o negocio de referencia que represen- ten. Estamos ante la clase de desvinculacio? n que entran? a un riesgo de implosio? n econo? mica en si- tuaciones en las que surge la necesidad colectiva de cobrar en derivados.
Aqui? tampoco voy a entrar en una cri? tica apo- cali? ptica de la globalizacio? n como culpable de este reciente desastre financiero de dimensiones pla- netarias, aunque so? lo sea para evitar caer en un optimismo infundado respecto a la posibilidad de controlar procesos de este tipo. La globalizacio? n y sus consecuencias pueden muy bien ser parte de una etapa especi? fica de la evolucio? n de la humani- dad en la que la cultura y la tecnologi? a han reem- plazado a la biologi? a como fuente de energi? a que impulsa cualquier clase de cambio. Pero, aunque no seamos capaces de cambiarlos, hemos visto co? mo los efectos de la globalizacio? n provocan determi- nadas reacciones, que en ocasiones son fruto de la inercia, y, con ellas, la impresio? n de que las di- na? micas de la globalizacio? n han dejado de estar en sincroni? a con las necesidades ba? sicas y los li? mites del ser humano. Necesitamos recuperar el cuerpo humano como dimensio? n ba? sica de la existencia in- dividual; necesitamos reclamar lugares especi? ficos, regiones concretas y el planeta Tierra como esferas del hogar al que pertenecemos; necesitamos estar arropados por contextos histo? ricos coherentes (aun- que hayan sido creados artificialmente); anhelamos lenguajes que sean producto de lugares especi? fi- cos que llamamos nuestros, y necesitamos dotar a nuestra existencia de una orientacio? n y un propo? sito mediante el ejercicio de la autorreflexio? n.
Esta relacio? n de situaciones y necesidades que, en el sentido ma? s literal de la expresio? n, nos pro- porcionan un lugar en la Tierra y nos vinculan a ella, recuerda a la cuaterna (das Geviert) de Heidegger, motivo central en la u? ltima etapa de su pensamiento filoso? fico. Los cuatro elementos que enmarcan nues- tra existencia individual segu? n Heidegger (la Tierra, el cielo, los dioses y los mortales, e? stos u? ltimos tanto en el sentido de nuestros semejantes como en el de nuestra mortalidad) se antojan ma? s sime? tricos, y tambie? n ma? s mitolo? gicos, que la antropologi? a que hemos extrai? do de nuestras propias reflexiones sobre la globalizacio? n y sus efectos. Pero ambas relaciones son muy similares, por no decir sino? nimas, en cuanto describen, en palabras de Heidegger, habitar como
<<la manera que tienen los mortales de estar en la Tierra>>, y en cuanto implican tambie? n la intuicio? n de que <<la caracteri? stica ba? sica de habitar es proteger, preservar>>. Ma? s cercano incluso a las conclusiones a las que hemos llegado esta? el trabajo del italianista
y filo? sofo Robert Harrison, quien, en tres libros dife- rentes que conforman un u? nico y complejo discurso argumental, estudia los bosques, los lugares de en- terramiento y los jardines para elaborar lo que me gustari? a llamar un nuevo ecologismo existencial.
El prefacio del magni? fico libro de Hannah Arendt La condicio? n humana, de 1958, resuena con las poderosas reacciones que el lanzamiento del Sputnik, el primer sate? lite artificial, habi? a des- atado tan so? lo un an? o antes. Arendt estaba en desacuerdo con la opinio? n, proclamada a menudo por aquel entonces, de que el Sputnik habi? a sido
<<el primer paso hacia la huida del hombre de la ca? rcel de la Tierra>>. Estaba en desacuerdo porque crei? a que la identidad cosmolo? gica de la existen- cia humana depende del hecho de que la natura- leza misma de la cultura y sus estratos de trabajo, esfuerzo y accio? n esta? n ligados a la vida, lo que
para ella equivali? a a que todos se sustentaban en nuestra conexio? n biolo? gica con la Tierra. Esta par- ticipacio? n de la existencia humana en dos dimen- siones distintas, pero inseparables, que Arendt llamaba (cultura) artificial y (vida) natural explica por que? el nacimiento y la muerte de los seres hu- manos, la natalidad y la mortalidad, por usar sus mismas palabras, deben ser diferentes del na- cimiento y la muerte de cualquier otro ser vivo. Si llega? ramos a romper por completo nuestros vi? nculos con la Tierra, perderi? amos esa identidad y, con ella, la capacidad de trabajar, esforzarnos y actuar.
Recientes descubrimientos han venido a con- firmar las previsiones y preocupaciones de Arendt. Con una diferencia, claro: lo que pone en peligro la naturaleza existencial de habitar no son los viajes espaciales, sino las comunicaciones electro? nicas, principal soste? n y consecuencia de la globalizacio? n.
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Rack, J. <<Bilder aus der globalisierten Welt>>.
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paeisches Denken 723 (2009): 736-742. Rhode, P. W. , y G. Toniolo, eds. The Global Economy in the 1990s. A Long-Run Per- spective. Cambridge: Cambridge Univer-
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?
? Una antropologi? a negativa de la globalizacio?