Deeste modo, la
economi?
Adorno-Theodor-Minima-Moralia
n con la ilusio?
n de la magnitud, al propio tiempo se acumula en e?
l, por efecto de la reflexio?
n y la visio?
n dara, su anti?
doto: la autocri?
tica de la razo?
n es su ma?
s aute?
ntica moral.
Lo contrario de ella, lo que se ve en la fase u?
ltima de un pensamiento a disposicio?
n de si?
mismo, no es otra cosa que la eliminacio?
n del sujeto.
El gesto caracteri?
s- tico del trabajo teo?
rico, que dispone de los temas segu?
n su impor- tand a, es el de prescindir del que trabaja.
El desarrollo de un nu?
mero cada vez menor de capacidades te?
cnicas puede bastar para equiparle suficientemente en la realizacio?
n de las rareas que
tiene asignadas. Pero es la subjetividad pensante lo que no puede integrarse en el ci? rculo de tareas hetero? nomamente impuesto des- de arriba: aquella supera n e? ste en la medida en que no forma parte del mismo, lo que hace de su existencia el supuesto de cada verdad objetivamente vinculante. El pragmatismo soberano, que
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? ? ? ? ? ? para encontrar la verdad sacrifica al sujeto, al mismo tiempo esta? desechando la verdad y la objetividad mismas.
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A dos pasos. -El positivismo reduce todavi? a ma? s la distancia del pensamiento a la realidad, una distancia que la propia realidad ya no tolera. Al no pretender ser ma? s que algo provisional, meras abreviaturas de 10 fa? ctico que ellos subsumen, los ti? midos pensamientos ven desvanecerse, junto con su autonomi? a respecto a la realidad, su fuerza para penetra rla. So? lo en el distanciamiento de la vida cobra vida el pensamiento y queda e? sta verdaderamente enraizada en la vida empi? rica. Si el pensamiento se refiere a los
hechos y se mueve en la cri? tica de los mismos, no menos se mueve por la diferencia que establece. Este es su modo de expresar que lo que es no es del todo como e? l lo expresa. Le es esencial un momento de exageracio? n, de desbordamiento de las cosas, de descargarse el peso de lo fa? ctico en virtud del cual, en lugar de proceder a la mera reproduccio? n del ser, lo determina de forma a la vez estricta y libre. En esto, todo pensamiento se parece al juego con que Hegel, no menos que Nietzsche, comparaba la obra del espi? ritu. El lado no ba? rbaro de la filosofi? a radica en la ta? cita conciencia de ese elemento de irresponsabilidad, de bienaventuran- za, que deriva de la fugacidad del pensamiento y que siempre es- capa a aquello que enjuicia. Este exceso es lo que censura el espi? - ritu positivista atribuye? ndolo a un desvarfo. Su diferencia con los hechos la convierte en simple falsedad, y el momento de juego en lujo en un mundo ante el cual las funciones intelectuales han de dar cuenta de cada minuto en su reloj registrador. Pero en cuanto el pensamiento niega su insuprimible distancia buscando
excusa con mil argumentos sutiles en la exactitud literal, pierde entidad. Y si se sale del plano de lo virtual, de una anticipacio? n a la que ningu? n dato particular puede plenamente corresponder, si lo que pretende es, en suma, ser en lugar de una interpreta. cio? n un simple enunciado, todo cuanto enuncia se vuelve de hecho falso. Su apologe? tica, inspirada por la inseguridad y la mala con- ciencia, puede refurarse en todos sus pasos probando la no iden- tidad que e? l repele y que, sin embargo, 10 constituye como pensa? miento. Si, por el contrario, buscase excusa en la distancia como un privilegio, no ganari? a nada, puesto que tendri? a que proclamar
dos clases de verdad, la de los hechos y la de los conceptos. Ello disolverla la verdad y denu nciari? a au? n ma? s al pensamiento . La di? s- rancia no es una zona de seguridad, sino un campo de tensiones. Esto no se manifiesta tanto en la mengua de la pretensio? n de verdad de los conceptos como en la delicadeza y fragilidad del pensar. Contra el positivismo no es conveniente ni el ergotismo ni la presuncio? n, sino la prueba, mediante la cri? tica del conoci- miento, de la imposibilidad de una coincidencia entre el concepto y lo que lo llena. La busca de unificacio? n de los contrarios no es un esfuerzo siempre insatisfecho que al final halla su compensa- cien, sino una posicio? n ingenua e inexperta. Lo que el positivismo reprocha al pensamiento es algo que el pensamiento mil veces ha conocido y olvidado, y so? lo en este saber y olvidar ha podido constituirse como tal pensamiento. Esa distancia de! pensamiento a la realidad no es otra cosa que el precipitado de la historia en los conceptos. Operar con e? stos sin distanciamiento es, con todo lo que de resignacio? n pueda haber ahl --o tal vez precisamente por causa de ella-c-, cosa de nin? os. Pues el pensamiento tiene que apuntar ma? s alla? de su objeto precisamente porque nunca llega a alcanzarlo, y el positivismo se torna acri? tico en tanto que confi? a en llegar a hacerlo y se imagina que sus vacilaciones se deben simplemente a su escrupulosidad. El pensamiento que trasciende tiene ma? s radicalmente en cuenta su propia insuficiencia que el pensamiento dirigido por e! aparato cienti? fico de control. Hace una extrapolacio? n a fin de superar, casi siempre sin esperanzas, el demasiado poco mediante el desproporcionado esfuerzo del de- masiado. Lo que se le reprocha a la filosofi? a como un absolu- tismo ilegi? timo, su sello pretendidamenre definitivo, surge precio semente del abismo de la relatividad. Las exageraciones de la me- tafi? sica especulativa son cicatrices del entendimiento que reflexio- na, y u? nicamente lo indemosrrado desenmascara la demostracio? n como tautologi? a. Por el contrario, la preservacio? n inmediata de la relatividad, lo limitativo, lo que se mantiene en un a? mbito con- ceptual acotado, justo por esa cautela se sustrae a la experiencia del li? mite, pensar el cual y sobrepasarlo significa lo mismo segu? n la grandiosa visio? n de Hegel. En consecuencia, los relativistas se- ri? an los verdaderos, los malos absolutistas , a ma? s de los burgueses, que quieren asegurar su conocimiento como si fuese una propie- dad para luego ma? s completamente perderla. So? lo la exigencia de lo incondicionado, el salto de la propia sombra, puede hacer justicia a lo relativo. Y asumiendo de esta manera la falsedad
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? llega al umbral de la verdad con la consciencia concreta de 10 condicionado del conocimiento humano.
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ViupreJiJente. ---Consejo al intelectual: no permitas que te sustituyan. La fungibilidad de las obras y las personas y la creen- cia de ella derivada de que todos tienen que poder hacerlo todo obran dentro del estado vigente como una cadena. El ? deal iguali- tario de la susriruibilidad es un fraude si no esta? sustentado por el principio de la revocabilidad y la responsabilidad del rank erui jile. Es precisamente el ma? s poderoso, el que menos hace, el que ma? s puede cargar con el otro del que se preocupa y busca su beneficio. Lo cual parece colectivismo y so? lo se queda en la sobre- estima y la exclusio? n del trabajo merced a la disposicio? n del tra- bajo ajeno. En la produccio? n material esta? so? lidamente asentada la sustituibilldad . La cuantificacio? n de los procesos labora les dis- minuye de forma tendencial la diferencia entre lo que constituye la ocupacio? n del director general y lo que constituye la del em- pleado de la gasolinera. Es una pobre ideologi? a pensar que para la administracio? n de un trust en las actuales condiciones se requie- re ma? s inteligencia, experiencia y preparacio? n que para leer un ma- no? metro. Pero mientras en la produccio? n material hay un tenaz eferramiemo a esta ideologi? a, el espi? ritu de su opues ta cae en el vasaUazgo. Tal es la cada vez ma? s ruinosa doctrina de la uni? ver- sitas literarum, de la igualdad de todos en la repu? blica de las le- tras, la cual no solamente coloca a cada uno de controlador del otro, sino que adema? s debe capacitarle para hacer igual de bien lo que el airo hace. La sustituibilidad somete las ideas al mismo procedimiento que el intercambio a las cosas. Lo inconmensurable queda apartado. Pero como el pensamiento ante todo tiene que criticar la omni? moda conmensurabilidad procedente de la relacio? n de intercambio, se vuelve, en tanto relacio? n espiritual de produc- cio? n, contra la fuerza productiva. En el plano material, la susti- tuibilidad es ya algo posible, y la insustituibilidad el pretexto que 10 impide; en la teori? a a la que corresponde comprender este quid pro quo, la sustituibilidad sirve al aparato para prolongarse aun alla? donde encuentra su oposicio? n objetiva. So? lo la insusti- tuibilidad podri? a contrarrestar la integracio? n del espi? ritu en el a? rea del empleo. La exigencia, admitida como cosa lo? gica, de que
,
toda actividad espiritual tenga que ser algo dominable por cual. quier miembro cualificado de la organizacio? n, conviene al ma? s obtuso te? cnico cienti? fico en medida del espi? ritu: ? de do? nde ha. bri? a de adquirir e? ste la capacidad para la critica de su propia ux- nificacio? n?
Deeste modo, la economi? a produce esa nivelacio? n de la que luego se indigna con el gesto del <<alto. al ladro? n>>. La pre- gunta por la individualidad tiene que plantearse de forma nueva en la e? poca de su liquidacio? n. Cuando el individuo, como todos los procedimientos individualistas de produccio? n, aparece histo? - ricamente anticuado y a la zaga de la te? cnica, le llega de nuevo, en cuanto sentenciado, el momento de decir la verdad frente al vencedor. Pues so? lo e? l conserva, de una manera generalmente dis- torsionada, la vislumbre de lo que concede su derecho a roda tec- niflcecl e? n y de lo que e? sta misma no puede a la vez tener con- ciencia. Como el progreso desalado no se manifiesta inmediata- mente ide? ntico con el de la humanidad, lo que se le opone puede dar amparo al progreso. El la? piz y lu goma de borrar son ma? s u? tiles al pensamiento que un equipo de ayudantes. Quienes no deseen entregarse de lleno al individualismo de la produccio? n espiritual ni lanzarse de cabeza al colectivismo de la sustituibili- dad igualitaria y despectiva del hombre, esta? n obligadas a un tra- bajo en comu? n libre y solidario bajo una comu? n responsabilidad.
Todo lo dema? s sera? complicar el espi? ritu con las formas del co- mercio y, finalmente,con sus intereses.
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Hortlrio. - P ocas cosas distinguen tan profund amente la forma de vida que le corresponderi? a al intelectual de la del burgue? s como el hecho de que aque? l no admite la alternativa entre el rre- bajo y el placer. El trabajo, que - para ser justo con la realidad- no hace al sujeto del mismo todo el mal que despue? s hara? al Otro, es placer aun en el esfuerzo ma? s desesperado. La libertad que connota es la misma que la sociedad burguesa so? lo reserva para el descanso a la vez que, mediante tal reglamentacio? n, la anula. Y a la inversa: para quien sabe de la libertad, todos los placeres que esta sociedad tolera son insoportables, y fuera de su trabajo, que ciertamente incluye lo que los burgueses dejan para el te? rmino de la jornada bajo el nombre de <<cultura>>, no puede entregarse a ningu? n placer distinto. Work while you work, play iobile you
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? ? ? ? /
Examen. -AI que, como se dice, se atiene a la praxis, al que tiene intereses que perseguir y planes que realizar, las personas con las que entra en contacto automa? ticamente se le convierten en amigos o enemigos. Y como consecuencia, al poner la atencio? n en, el modo como se adecuan a sus propo? sitos, las reduce de antemano a objetos: utilizables los unos, obstaculizadores los otros. Toda opinio? n discrepante aparece en el sistema de referencia de los
play - t al es una de las reglas ba? sicas de la autodisciplina repre- siva. Los padres para los que las buenas notas que su hijo trai? a a casa eran una cuestio? n de prestigio, no podi? an sufrir que e? ste se quedara largas horas de la noche leyendo o llegara a lo que entendi? an por fatigarse mentalmente. Pero por su necedad hablaba el ingenio de su clase. La desde Aristo? teles pulimentada doctrina del justo medio como la virtud conforme a la razo? n, es, junto a otros, un intento de fundamentar la clasificacio? n social. mente necesaria del hombre por funciones independientes entre si? tan firmemente que nadie logre pasar de unas a orras ni acor- darse del hombre. Pero es tan dificil imaginarse a Nietzsche sen- tado hasta las cinco a la mesa de una oficina en cuya antesala la secretaria atiende al tele? fono como jugando al golf cumplido el trabajo del di? a. Bajo la presio? n de la sociedad, so? lo la ingeniosa combinacio? n de traba jo y felicidad puede au? n dejar abierto el ce- mino a la aute? ntica experiencia. Esta cada vez se soporta menos.
Incluso las llamadas profesiones intelectuales aparecen completa- mente desprovistas de placer por su similitud con el comercio. La atomizacio? n se abre paso no so? lo entre los hombres, sino tambie? n dentro del individuo mismo, entre sus esferas vitales. Ninguna satisfaccio? n puede proporcionar un trabajo que encima pierde su modestia funcional en la totalidad de los fines, y ninguna chispa de la reflexio? n puede producirse durante el tiempo libre, porque de hacerlo podri? a saltar en el mundo del trabajo y provocar su in- cendio. Cuando trabajo y esparcimiento se asemejan cada vez ma? s en su estructura, ma? s estrictamente se los separa mediante invisi- bles li? neas de demarcacio? n. Deambos han sido por igual excluidos el placer y el espi? ritu. En uno como en otro imperan la gravedad animal y la pseudoacdvi? dad.
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fines ya propuestos, sin el cual no puede hablarse de praxis, CO~? molesta oposicio? n, como sabotaje, como intriga; y toda ad- hesron, aunque provenga del intere? s ma? s vulgar, se convierte en esti? mulo, en utilidad, en credencial para la coalicio? n. Deeste modo se produce un . empobrecimiento,en las relaciones entre las per- sonas: la capacidad para ver a estas como tales y no como una func~o? ? de la propia voluntad, pero sobre todo la capacidad de una oposici o? n fecunda, la posibilidad de supera rse a si? mismo mediante
la asunci? n. de lo contrario, se atrofian. En su lugar se instala un conocuruento de los hombres basado en juicios para el que a la postre, el mejor es el menos malo y el peor no lo es tanto. ~~ro esta reaccio? n, esquema de toda administracio? n y de toda epo- huta personal>>, por si? sola tiende ya, antes que toda formacio? n pol~tica de la voluntad y toda fijacio? n de ro? tulos, al fascismo.
QUien h. ac. e. del juicio sobre las aptitudes un asunto personal, ve a los enjuiciados, por una especie de necesidad tecnol6gica, como de los suyos o de los otros, como individuos de su especie o de ot~a~ como sus co? mplices o sus vi? ctimas. La mirada fijamente in- quisidora, hechi? zadora y hechizada, que caracteriza a todos los caudillos del terror tiene su modelo en la mirada evaluadora del m~nager que sen? ala al aspirante su puesto -r-cuyo rostro se ilu- mina de una forma que inexorablemente se apagara? en la claridad
? e la. utilidad pra? ctica o en la oscuridad y el descre? dito de la ineptitud. El fin u? ltimo es el examen me? dico presidido por la alter. natl~a: o admisio? n o eliminacio? n. La frase del Nuevo Testamento: <<. Qulen no ~sta? conmigo esta? contra mi? >>, ha permanecido desde siempre escnra en el corazo? n del antisemitismo. La nota funda. mental de la dominacio? n consiste en remitir al campo enemigo a todo aquel que, por cuestio? n de simple diferencia, no se idenri,
flca con ella: no sin razo? n es el te? rmino catolicismo una palabra griega para la latina totalidad - que los neclonalsocialism, han he- cho realidad. Significa hacer equivaler 10 diferente, ya sea por <<desviacio? n>>, ya sea por raza, a lo adverso. Con ello ha alcanzado el nacionalsocialismo la conciencia histo? rica de si? mismo. Carl Schmitt definio? la esencia de lo poli? tico directamente mediante las categori? as de lo amigo y lo enemigo. La progresio? n hacia esta con- ciencia implica la regresio? n hada la conducta del nin? o, que o se halla a gusto o siente miedo. La reduccio? n a priori a la relacio? n amigo-enemigo es uno de los feno? menos primordiales de la nueva antropologi? a. La libertad consiste no en elegir entre blanco y negro, sino en escapar de toda alternativa preestablecida.
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Himscben ldein ,. ,. -EI intelectual, y sobre todo el filoso? fica. mente orientado, se halla desconectado de la praxis material: la repugnancia que le causa lo impulsa a ocuparse de las llamadas cosas del espi? ritu. Pero la praxis material no so? lo es el supuesto de su propia existencia, sino que constituye tambie? n la base del mundo con cuya cri? tica su trabajo coincide. Si nada sabe de la base, su ocupacio? n sera? vana. Se encuentra ante la alternativa de o informarse o volver la espalda a 10 que detesta. Si se informa, se hace violencia a si mismo, piensa en centra de sus impulsos y encima se expone al peligro de volverse e? l mismo tan vulgar como aquello de lo que se ocupa; porque la economi? a no se anda con brom as, y quien qu iera compren derla tiene que pensar <<econe? mi- camente>>. Pero si hace caso omiso, hipostatiza su espi? ritu, con- formado despue? s de todo por la realidad econo?
tiene asignadas. Pero es la subjetividad pensante lo que no puede integrarse en el ci? rculo de tareas hetero? nomamente impuesto des- de arriba: aquella supera n e? ste en la medida en que no forma parte del mismo, lo que hace de su existencia el supuesto de cada verdad objetivamente vinculante. El pragmatismo soberano, que
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? ? ? ? ? ? para encontrar la verdad sacrifica al sujeto, al mismo tiempo esta? desechando la verdad y la objetividad mismas.
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A dos pasos. -El positivismo reduce todavi? a ma? s la distancia del pensamiento a la realidad, una distancia que la propia realidad ya no tolera. Al no pretender ser ma? s que algo provisional, meras abreviaturas de 10 fa? ctico que ellos subsumen, los ti? midos pensamientos ven desvanecerse, junto con su autonomi? a respecto a la realidad, su fuerza para penetra rla. So? lo en el distanciamiento de la vida cobra vida el pensamiento y queda e? sta verdaderamente enraizada en la vida empi? rica. Si el pensamiento se refiere a los
hechos y se mueve en la cri? tica de los mismos, no menos se mueve por la diferencia que establece. Este es su modo de expresar que lo que es no es del todo como e? l lo expresa. Le es esencial un momento de exageracio? n, de desbordamiento de las cosas, de descargarse el peso de lo fa? ctico en virtud del cual, en lugar de proceder a la mera reproduccio? n del ser, lo determina de forma a la vez estricta y libre. En esto, todo pensamiento se parece al juego con que Hegel, no menos que Nietzsche, comparaba la obra del espi? ritu. El lado no ba? rbaro de la filosofi? a radica en la ta? cita conciencia de ese elemento de irresponsabilidad, de bienaventuran- za, que deriva de la fugacidad del pensamiento y que siempre es- capa a aquello que enjuicia. Este exceso es lo que censura el espi? - ritu positivista atribuye? ndolo a un desvarfo. Su diferencia con los hechos la convierte en simple falsedad, y el momento de juego en lujo en un mundo ante el cual las funciones intelectuales han de dar cuenta de cada minuto en su reloj registrador. Pero en cuanto el pensamiento niega su insuprimible distancia buscando
excusa con mil argumentos sutiles en la exactitud literal, pierde entidad. Y si se sale del plano de lo virtual, de una anticipacio? n a la que ningu? n dato particular puede plenamente corresponder, si lo que pretende es, en suma, ser en lugar de una interpreta. cio? n un simple enunciado, todo cuanto enuncia se vuelve de hecho falso. Su apologe? tica, inspirada por la inseguridad y la mala con- ciencia, puede refurarse en todos sus pasos probando la no iden- tidad que e? l repele y que, sin embargo, 10 constituye como pensa? miento. Si, por el contrario, buscase excusa en la distancia como un privilegio, no ganari? a nada, puesto que tendri? a que proclamar
dos clases de verdad, la de los hechos y la de los conceptos. Ello disolverla la verdad y denu nciari? a au? n ma? s al pensamiento . La di? s- rancia no es una zona de seguridad, sino un campo de tensiones. Esto no se manifiesta tanto en la mengua de la pretensio? n de verdad de los conceptos como en la delicadeza y fragilidad del pensar. Contra el positivismo no es conveniente ni el ergotismo ni la presuncio? n, sino la prueba, mediante la cri? tica del conoci- miento, de la imposibilidad de una coincidencia entre el concepto y lo que lo llena. La busca de unificacio? n de los contrarios no es un esfuerzo siempre insatisfecho que al final halla su compensa- cien, sino una posicio? n ingenua e inexperta. Lo que el positivismo reprocha al pensamiento es algo que el pensamiento mil veces ha conocido y olvidado, y so? lo en este saber y olvidar ha podido constituirse como tal pensamiento. Esa distancia de! pensamiento a la realidad no es otra cosa que el precipitado de la historia en los conceptos. Operar con e? stos sin distanciamiento es, con todo lo que de resignacio? n pueda haber ahl --o tal vez precisamente por causa de ella-c-, cosa de nin? os. Pues el pensamiento tiene que apuntar ma? s alla? de su objeto precisamente porque nunca llega a alcanzarlo, y el positivismo se torna acri? tico en tanto que confi? a en llegar a hacerlo y se imagina que sus vacilaciones se deben simplemente a su escrupulosidad. El pensamiento que trasciende tiene ma? s radicalmente en cuenta su propia insuficiencia que el pensamiento dirigido por e! aparato cienti? fico de control. Hace una extrapolacio? n a fin de superar, casi siempre sin esperanzas, el demasiado poco mediante el desproporcionado esfuerzo del de- masiado. Lo que se le reprocha a la filosofi? a como un absolu- tismo ilegi? timo, su sello pretendidamenre definitivo, surge precio semente del abismo de la relatividad. Las exageraciones de la me- tafi? sica especulativa son cicatrices del entendimiento que reflexio- na, y u? nicamente lo indemosrrado desenmascara la demostracio? n como tautologi? a. Por el contrario, la preservacio? n inmediata de la relatividad, lo limitativo, lo que se mantiene en un a? mbito con- ceptual acotado, justo por esa cautela se sustrae a la experiencia del li? mite, pensar el cual y sobrepasarlo significa lo mismo segu? n la grandiosa visio? n de Hegel. En consecuencia, los relativistas se- ri? an los verdaderos, los malos absolutistas , a ma? s de los burgueses, que quieren asegurar su conocimiento como si fuese una propie- dad para luego ma? s completamente perderla. So? lo la exigencia de lo incondicionado, el salto de la propia sombra, puede hacer justicia a lo relativo. Y asumiendo de esta manera la falsedad
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? llega al umbral de la verdad con la consciencia concreta de 10 condicionado del conocimiento humano.
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ViupreJiJente. ---Consejo al intelectual: no permitas que te sustituyan. La fungibilidad de las obras y las personas y la creen- cia de ella derivada de que todos tienen que poder hacerlo todo obran dentro del estado vigente como una cadena. El ? deal iguali- tario de la susriruibilidad es un fraude si no esta? sustentado por el principio de la revocabilidad y la responsabilidad del rank erui jile. Es precisamente el ma? s poderoso, el que menos hace, el que ma? s puede cargar con el otro del que se preocupa y busca su beneficio. Lo cual parece colectivismo y so? lo se queda en la sobre- estima y la exclusio? n del trabajo merced a la disposicio? n del tra- bajo ajeno. En la produccio? n material esta? so? lidamente asentada la sustituibilldad . La cuantificacio? n de los procesos labora les dis- minuye de forma tendencial la diferencia entre lo que constituye la ocupacio? n del director general y lo que constituye la del em- pleado de la gasolinera. Es una pobre ideologi? a pensar que para la administracio? n de un trust en las actuales condiciones se requie- re ma? s inteligencia, experiencia y preparacio? n que para leer un ma- no? metro. Pero mientras en la produccio? n material hay un tenaz eferramiemo a esta ideologi? a, el espi? ritu de su opues ta cae en el vasaUazgo. Tal es la cada vez ma? s ruinosa doctrina de la uni? ver- sitas literarum, de la igualdad de todos en la repu? blica de las le- tras, la cual no solamente coloca a cada uno de controlador del otro, sino que adema? s debe capacitarle para hacer igual de bien lo que el airo hace. La sustituibilidad somete las ideas al mismo procedimiento que el intercambio a las cosas. Lo inconmensurable queda apartado. Pero como el pensamiento ante todo tiene que criticar la omni? moda conmensurabilidad procedente de la relacio? n de intercambio, se vuelve, en tanto relacio? n espiritual de produc- cio? n, contra la fuerza productiva. En el plano material, la susti- tuibilidad es ya algo posible, y la insustituibilidad el pretexto que 10 impide; en la teori? a a la que corresponde comprender este quid pro quo, la sustituibilidad sirve al aparato para prolongarse aun alla? donde encuentra su oposicio? n objetiva. So? lo la insusti- tuibilidad podri? a contrarrestar la integracio? n del espi? ritu en el a? rea del empleo. La exigencia, admitida como cosa lo? gica, de que
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toda actividad espiritual tenga que ser algo dominable por cual. quier miembro cualificado de la organizacio? n, conviene al ma? s obtuso te? cnico cienti? fico en medida del espi? ritu: ? de do? nde ha. bri? a de adquirir e? ste la capacidad para la critica de su propia ux- nificacio? n?
Deeste modo, la economi? a produce esa nivelacio? n de la que luego se indigna con el gesto del <<alto. al ladro? n>>. La pre- gunta por la individualidad tiene que plantearse de forma nueva en la e? poca de su liquidacio? n. Cuando el individuo, como todos los procedimientos individualistas de produccio? n, aparece histo? - ricamente anticuado y a la zaga de la te? cnica, le llega de nuevo, en cuanto sentenciado, el momento de decir la verdad frente al vencedor. Pues so? lo e? l conserva, de una manera generalmente dis- torsionada, la vislumbre de lo que concede su derecho a roda tec- niflcecl e? n y de lo que e? sta misma no puede a la vez tener con- ciencia. Como el progreso desalado no se manifiesta inmediata- mente ide? ntico con el de la humanidad, lo que se le opone puede dar amparo al progreso. El la? piz y lu goma de borrar son ma? s u? tiles al pensamiento que un equipo de ayudantes. Quienes no deseen entregarse de lleno al individualismo de la produccio? n espiritual ni lanzarse de cabeza al colectivismo de la sustituibili- dad igualitaria y despectiva del hombre, esta? n obligadas a un tra- bajo en comu? n libre y solidario bajo una comu? n responsabilidad.
Todo lo dema? s sera? complicar el espi? ritu con las formas del co- mercio y, finalmente,con sus intereses.
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Hortlrio. - P ocas cosas distinguen tan profund amente la forma de vida que le corresponderi? a al intelectual de la del burgue? s como el hecho de que aque? l no admite la alternativa entre el rre- bajo y el placer. El trabajo, que - para ser justo con la realidad- no hace al sujeto del mismo todo el mal que despue? s hara? al Otro, es placer aun en el esfuerzo ma? s desesperado. La libertad que connota es la misma que la sociedad burguesa so? lo reserva para el descanso a la vez que, mediante tal reglamentacio? n, la anula. Y a la inversa: para quien sabe de la libertad, todos los placeres que esta sociedad tolera son insoportables, y fuera de su trabajo, que ciertamente incluye lo que los burgueses dejan para el te? rmino de la jornada bajo el nombre de <<cultura>>, no puede entregarse a ningu? n placer distinto. Work while you work, play iobile you
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Examen. -AI que, como se dice, se atiene a la praxis, al que tiene intereses que perseguir y planes que realizar, las personas con las que entra en contacto automa? ticamente se le convierten en amigos o enemigos. Y como consecuencia, al poner la atencio? n en, el modo como se adecuan a sus propo? sitos, las reduce de antemano a objetos: utilizables los unos, obstaculizadores los otros. Toda opinio? n discrepante aparece en el sistema de referencia de los
play - t al es una de las reglas ba? sicas de la autodisciplina repre- siva. Los padres para los que las buenas notas que su hijo trai? a a casa eran una cuestio? n de prestigio, no podi? an sufrir que e? ste se quedara largas horas de la noche leyendo o llegara a lo que entendi? an por fatigarse mentalmente. Pero por su necedad hablaba el ingenio de su clase. La desde Aristo? teles pulimentada doctrina del justo medio como la virtud conforme a la razo? n, es, junto a otros, un intento de fundamentar la clasificacio? n social. mente necesaria del hombre por funciones independientes entre si? tan firmemente que nadie logre pasar de unas a orras ni acor- darse del hombre. Pero es tan dificil imaginarse a Nietzsche sen- tado hasta las cinco a la mesa de una oficina en cuya antesala la secretaria atiende al tele? fono como jugando al golf cumplido el trabajo del di? a. Bajo la presio? n de la sociedad, so? lo la ingeniosa combinacio? n de traba jo y felicidad puede au? n dejar abierto el ce- mino a la aute? ntica experiencia. Esta cada vez se soporta menos.
Incluso las llamadas profesiones intelectuales aparecen completa- mente desprovistas de placer por su similitud con el comercio. La atomizacio? n se abre paso no so? lo entre los hombres, sino tambie? n dentro del individuo mismo, entre sus esferas vitales. Ninguna satisfaccio? n puede proporcionar un trabajo que encima pierde su modestia funcional en la totalidad de los fines, y ninguna chispa de la reflexio? n puede producirse durante el tiempo libre, porque de hacerlo podri? a saltar en el mundo del trabajo y provocar su in- cendio. Cuando trabajo y esparcimiento se asemejan cada vez ma? s en su estructura, ma? s estrictamente se los separa mediante invisi- bles li? neas de demarcacio? n. Deambos han sido por igual excluidos el placer y el espi? ritu. En uno como en otro imperan la gravedad animal y la pseudoacdvi? dad.
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fines ya propuestos, sin el cual no puede hablarse de praxis, CO~? molesta oposicio? n, como sabotaje, como intriga; y toda ad- hesron, aunque provenga del intere? s ma? s vulgar, se convierte en esti? mulo, en utilidad, en credencial para la coalicio? n. Deeste modo se produce un . empobrecimiento,en las relaciones entre las per- sonas: la capacidad para ver a estas como tales y no como una func~o? ? de la propia voluntad, pero sobre todo la capacidad de una oposici o? n fecunda, la posibilidad de supera rse a si? mismo mediante
la asunci? n. de lo contrario, se atrofian. En su lugar se instala un conocuruento de los hombres basado en juicios para el que a la postre, el mejor es el menos malo y el peor no lo es tanto. ~~ro esta reaccio? n, esquema de toda administracio? n y de toda epo- huta personal>>, por si? sola tiende ya, antes que toda formacio? n pol~tica de la voluntad y toda fijacio? n de ro? tulos, al fascismo.
QUien h. ac. e. del juicio sobre las aptitudes un asunto personal, ve a los enjuiciados, por una especie de necesidad tecnol6gica, como de los suyos o de los otros, como individuos de su especie o de ot~a~ como sus co? mplices o sus vi? ctimas. La mirada fijamente in- quisidora, hechi? zadora y hechizada, que caracteriza a todos los caudillos del terror tiene su modelo en la mirada evaluadora del m~nager que sen? ala al aspirante su puesto -r-cuyo rostro se ilu- mina de una forma que inexorablemente se apagara? en la claridad
? e la. utilidad pra? ctica o en la oscuridad y el descre? dito de la ineptitud. El fin u? ltimo es el examen me? dico presidido por la alter. natl~a: o admisio? n o eliminacio? n. La frase del Nuevo Testamento: <<. Qulen no ~sta? conmigo esta? contra mi? >>, ha permanecido desde siempre escnra en el corazo? n del antisemitismo. La nota funda. mental de la dominacio? n consiste en remitir al campo enemigo a todo aquel que, por cuestio? n de simple diferencia, no se idenri,
flca con ella: no sin razo? n es el te? rmino catolicismo una palabra griega para la latina totalidad - que los neclonalsocialism, han he- cho realidad. Significa hacer equivaler 10 diferente, ya sea por <<desviacio? n>>, ya sea por raza, a lo adverso. Con ello ha alcanzado el nacionalsocialismo la conciencia histo? rica de si? mismo. Carl Schmitt definio? la esencia de lo poli? tico directamente mediante las categori? as de lo amigo y lo enemigo. La progresio? n hacia esta con- ciencia implica la regresio? n hada la conducta del nin? o, que o se halla a gusto o siente miedo. La reduccio? n a priori a la relacio? n amigo-enemigo es uno de los feno? menos primordiales de la nueva antropologi? a. La libertad consiste no en elegir entre blanco y negro, sino en escapar de toda alternativa preestablecida.
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Himscben ldein ,. ,. -EI intelectual, y sobre todo el filoso? fica. mente orientado, se halla desconectado de la praxis material: la repugnancia que le causa lo impulsa a ocuparse de las llamadas cosas del espi? ritu. Pero la praxis material no so? lo es el supuesto de su propia existencia, sino que constituye tambie? n la base del mundo con cuya cri? tica su trabajo coincide. Si nada sabe de la base, su ocupacio? n sera? vana. Se encuentra ante la alternativa de o informarse o volver la espalda a 10 que detesta. Si se informa, se hace violencia a si mismo, piensa en centra de sus impulsos y encima se expone al peligro de volverse e? l mismo tan vulgar como aquello de lo que se ocupa; porque la economi? a no se anda con brom as, y quien qu iera compren derla tiene que pensar <<econe? mi- camente>>. Pero si hace caso omiso, hipostatiza su espi? ritu, con- formado despue? s de todo por la realidad econo?
