o a casa puede
reducirse
a una visio?
Adorno-Theodor-Minima-Moralia
gica, del principio militarmente derri- bado.
Las mentiras tienen las piernas largas: se adelantan al tiem- po.
La transposicio?
n de todas las cuestiones acerca de la verdad a cuestiones del poder, al que la propia verdad no puede sustraerse si no quiere ser aniquilada por el poder, no ya reprime, como en los antiguos despotismos, sino que se apodera sin resto de la disyuncio?
n entre lo verdadero y lo falso, a cuya eliminacio?
n coope- ran activamente los mercenarios de la lo?
gica.
Hitler, del que nadie puede decir si murio?
o escapo?
, esta?
au?
n vivo.
72
Segunda cosecha. -Quiza? el talento no sea en el fondo otra cosa que un furor felizmente sublimado, la capacidad de concen- trar en una paciente contemplacio? n aquellas energi? as que en otro tiempo creci? an hasta la desmesura, llevando a la destruccio? n de los objetos que se les resisrfan, y de renunciar al misterio de los ob- jetos en la misma escasa medida en que antes se estaba satisfecho hasta que no se le arrancaba al maltratado juguete la voz lastimera. ? Quie? n no ha observado en la cara del que se halla sumido en sus pensamientos, del apartado de los objetos pra? cticos, rasgos de la misma agresividad que preferentemente se manifiesta en la pra? ctica? ? No se siente el productor a si? mismo en medio de su exaltacio? n como un ser embrutecido, como un <<furioso trabaja- dor>>? ? No necesita precisamente de ese furor para liberarse de la perplejidad y del furor por la perplejidad? ? No se arranca 10 con- ciliador primariamente a lo destructor?
Actualmente la mayori? a da coces con el aguijo? n.
Co? mo en algunas cosas hay registrados gestos y, por tanto, modos de comportamiento: las pantuflas -<<Schlapp~n>>, slip- pers- esta? n disen? adas para meter los pies sin ayuda de la mano. Son sfmbolos del odio a inclinarse.
Que en la sociedad represiva la libertad y la desfachatez con- ducen a lo mismo, lo atestiguan los gestos despreocupados de los mozalbetes que preguntan <<cua? nto cuesta la vida>> cuando todavfa no venden su trabajo. Como signo de que no esta? n sujetos a na- die y, por tanto, a nadie deben respeto, se meten las manos en los bolsiUos. Pero los codos que les quedan fuera los tienen pre- parados para empujar a cualquiera que se interponga en su ca- mino.
Un alema? n es un hombre que no puede decir ninguna mentira sin cree? rsela e? l mismo.
La frase <<eso no viene al caso. . , que hubiera hecho fortuna en el Berli? n de los an? os veinte, es potencialmente una toma del poder. Pues pretende que la voluntad privada, fundada a veces en derechos reales de disposicio? n, pero la rnayorfa de ellas en la mera desfachatez, represente directamente la necesidad objetiva, que no admite ninguna objecio? n. En el fondo es como la negacio? n del hombre de negocios en bancarrota a pagarle a su asociado un solo penique en la orgullosa conciencia de que a e? l ya nada se le puede sacar. El artificio del abogado trapacero se presenta jactan- ciosamente como heroica entereza: forma verbal de la usurpacio? n. Tal desplante define por igual el auge y la cai? da del nacionalso-
cialismo.
Que a la vista de la existencia de grandes fa? bricas de pan la su? plica del pan nuestro de cada dta se haya convertido en una sim- ple meta? fora a la vez que en expresio? n de viva desesperacio? n, dice ma? s contra la posibilidad del cristianismo que toda critica ilus- trada de la vida de Jesu? s.
El antisemitismo es el rumor sobre los judi? os. Los extranjerismos son los judi? os de la lengua.
108
109
? ? ? Una tarde de abrumadora tristeza me sorprendi? a mi? mismo en el uso de un subjuntivo ri? di? culamenre incorrecto de un verbo, ya desusado en alema? n, procedente del dialecto de mi ciudad natal. Desde los primeros an? os escolares no habi? a vuelto a escuchar aquel familiar barbarismo, y menos au? n a emplearlo. La melancoli? a que incontenible descendi? a a los abismos de la infanda desperto? alla? en el fondo la vieja voz que sordamente me requeri? a. El lenguaje me devolvio? como un eco la humillacio? n que la desventura mc causaba olvida? ndose de lo que yo era.
La segunda parte del Fausto, reputada de oscura y alege? rica, esta? tan llena de expresiones corrientes como puede estarlo Gui- llermo Tell. La transparencia, la sencillez de un texto no se halla en proporcio? n directa con el hecho de que llegue a formar parte de la tradicio? n. Lo esote? rico, lo que siempre reclama una nueva interpretacio? n, puede crear esa autoridad que, ora en una frase, ora en una obra, se atribuye al que alcanza la posteridad.
Toda obra de arte es un delito a bajo precio.
Las tragedias que, por medio del <<estilo>>, ma? s rigurosamente mantienen la distancia de lo que meramente existe son tambie? n aquellas que, con procesiones, ma? scaras y vi? ctimas, ma? s fielmente conservan la memoria de la demonologi? a de los primitivos.
La pobreza del amanecer en la Sinfoni? a de los Alpes de Richard Strauss no es el mero efecto de secuencias banales, sino de la bri- llantez misma. Pues ningu? n amanecer, incluso en las altas monta- n? as, es pomposo, triunfal, majestuoso, sino que apunta de? bil y ti? mido, como con la esperanza de que lo que vaya a suceder sea bueno, y es precisamente en esa sencillez de la potente luz donde radica su emocionante grandiosidad.
Por la voz de una mujer al tele? fono puede saberse si la que habla es bonita. El timbre devuelve como seguridad, naturalidad y cuidado de la voz rodas las miradas de admiracio? n y deseo de que alguna vez haya sido objeto. Expresa el doble sentido de la palabra latina gratia: gracia y gratuidad. El oi? do percibe lo que es propio del ojo porque ambos viven la experiencia de una misma belleza. A e? sta la reconoce desde el primer momento: certeza i? nti- ma de lo nunca visto.
110
Cuando uno s. e despierta en mitad de un suen? o, aun del ma? s desagradable, se siente frustrado y con la impresio? n de haber sido engan? ado para bien suyo. Suen? os felices realizados los hay en ver- dad t~n poco como, en expresio? n de Schubert, mu? sica feliz. Aun los mas hermosos llevan aparejada COmo una ma? cula su diferencia con la realidad, la consciencia del cara? cter ilusorio de lo que pro- ducen. De ahi q~e I~s suen? os ma? s bellos parezcan como estropea- dos. Esta ~x~etlencta se encuentra insuperablemente plasmada
en la descripci o? n del teatro al aire libre de Oklahoma que hace Kafka en Ame? rica.
. Con. la felicidad acontece igual que con la verdad: no se la tiene, sino que se esta? en ella. Si? , la felicidad no es ma? s que un estar . en~uelto, trasunto de la seguridad del seno materno. Por eso rungun ser feliz puede saber que lo es. Para ver la felicidad tendrr~ que salir de ella: seri? a entonces como un recie? n nacido. El q~e dice que es. f? iz miente en la medida en que lo jura, pecando ~Sl. contra ~ felicidad. So? lo le es fiel el que dice: yo fui feliz. La umca ~e1ac:on de . Ia conciencia con la felicidad es el agradecimien-
to: ah1 radica su incomparable dignidad.
Al nin? ~que regresa de las vacaciones, la casa le resulta nueva, fresca, festiva. Pero nada ha cambiado en ella desde que la aban- dono? . El solo hecho de olvidar las obligaciones que le recuerdan cad~ mueble, cada vent ana, cada la? mpar a, devuelve a e? stos su paz sabat1~a, y por unos minutos se halla tan en concordia con las estancias,. habitaci. ones y pasillos de la casa como a lo largo de toda la vida le afirmani? la mentira. Acaso no de otro modo apa- rezca e! ~undo --casi sin cambio alguno-,,. , a la perpetua luz de
su festividad, ruando ya no este? bajo la ley del trabajo y al que regresa a cas~ le resuhen las obligaciones tan fa? ciles como el juego
en las vacaciones.
Desde que ya no se pueden arrancar flores para adorno de la amada c? mo ofrenda u? nica, compensada al cargar voluntariamente el entusiasmo por una con la injusticia hacia el resto, reunir flores ha l! egado a ~ultar algo funesto. S610 sirve para eternizar lo pasajero apresa? ndolo. Pero nada ma? s nocivo: el ramo sin perfume el r~Cllerdo celebrado, matan lo permanente al querer conservarlo: El instante fugaz puede revivir en el murmullo del olvido sin ma? s5ue recibir el rayo de luz que lohaga destellar; querer poseer
ese Instante es 'ya perderlo. El ramo opulento que por orden de 111
? ? ? la madre acarrea el nin?
o a casa puede reducirse a una visio? n coti- diana, como el ramo artificial desde hace sesenta an? os, y a la pos- tre sucede como en las fotografi? as a? vidamente tomadas durante el viaje, en las que aparecen dispersos por el paisaje como trozos suyos los que nada vieron de e? l, arranca? ndole como recuerdos las vistas cai? das en la nada del olvido. Peto el que, cautivado, envi? a flores, instintivamente ira? a por aquellas de aspecto perecedero.
Tenemos que agradecer nuestra vida a la diferencia entre la trama econo? mica, el industrialismo tardi? o y la fachada poli? tica. Para la cri? tica teo? rica la diferencia es de poca monta: por todas partes puede evidenciarse el cara? cter aparente de la supuesta opi- nio? n pu? blica y el primado de la economi? a en las decisiones per- sonales. Mas para innumerables individuos es esa delgada y efi? - mera envoltura la razo? n de toda su existencia. Precisamente aque- llos de cuyo pensamiento y accio? n depende el cambio - lo u? nico esencial- deben su existencia a lo inesencial, a la apariencia, in- cluso a lo'que, en contraste con las grandes leyes de la evolucio? n histo? rica, puede parecer simple accidente. Pero ? no resulta asi? afee-
tada toda la construccio? n de esencia y apariencia? Medido por el concepto, lo individual se ha tornado de hecho algo tan perfe~- tamente nulo como anticipo? la filosofra hegeliana; pero sub specse i? ndi? ui? duatonis lo esencial es la absoluta contingencia, el sobrevivir resignado y en cierto modo anormal. El mundo es el sistema del horror, mas por lo mismo le hace demasiado honor el que 10 piensa totalmente como sistema, pues su principio unificador. . es la desunio? n, la cual logra la conciliacio? n imponiendo la lnconcilia- blllded de 10 universal y lo particular. Su esencia nVesen) es la deformidad (Un wesen); pero su apariencia, la mentira, es, en virtud de su persistencia, el asiento de la verdad.
car precipitadamente esa conciencia mediante la denuncia de la complicidad. Tocio aquel que combina la cri? tica del capitalismo con la cri? tica del proletariado ---que cada vez refleja ma? s las ten- dencias evoluri? ves del capitalismo - , se hace sospechoso. El ele- mento negativo del pensamiento es mal visto cuando se sale de las fronteras de clase. La filosofi? a del kaiser Guiller mo _ n o soporto a los pesimistass-c, se ha introducido en las filas de los mismos que aque? l quiso destruir. Al que sen? alaba el cese de toda oposicio? n
esponta? nea por parte de los trabajadores alemanes, se le replicaba que todo estaba transcurriendo de un modo que hacia imposible juicio alguno; al que no se encuentra en el preciso lugar en que se encuentran las desgraciadas vi? ctimas alemanas de la guerra ae? rea, el mismo al que e? sta le pareci? a bien mientras se dirigiera contra les otros, que no debe precipitarse y que, adema? s, son in. minenres las reformas agrarias de Rumania y Yugoslavia. Sin em- bargo, conforme va desapareciendo la expectativa racional de que
el destino de la sociedad tome realmente erro rumbo, con tanto ma? s fervor repiten los viejos te? rminos masa, solidaridad, partido, lucha de clases. Cuando ya no se mantiene entre los militantes de la plataforma de izquierda ninguna concepcio? n cri? tica de la economi? a poli? tica; cuando sus perio? dicos proclaman diariamente sin la menor idea tesis que sobrepujan a todo revisionismo, pero que carecen totalmente de significado y, por expresa indicacio? n, pueden sustituirse al di? a siguiente por otras contrarias, los oi? dos
de los adeptos a esta Ifnea muestran su aptitud musical tan pronto como suena la ma? s mi? nima nota de desconsideracio? n hacia las consignas enajenadas de la teori? a. El optimismo vocinglero es propio del patriotismo internacional. El leal tiene que decidirse por un pueblo, no importa cua? l. Pero en el concepto dogma? tico del pueblo, en el reconocimiento de la supuesta comunidad de destino entre los hombres como instancia para la accio? n se halla impli? citamente negada la idea de una sociedad emancipada de las
73 imposiciones de la naturaleza.
. El optimismo vocinglero es la perversio? n de un motivo que
Desviacio? n. c-Sobre la decadencia del movimiento obrero es ilustrativo el optimismo de sus militantes. Este parece acrecen- tarse con la firme consolidacio? n del mundo capitalista. Los inicia- dores nunca consideraron su e? xito garantizado, y por eso se guar- daron durante toda su vida de decir inconveniencias a las organi- zaciones obreras. Actualmente, como la posicio? n del adversario y su poder sobre la conciencia de las masas se han fortalecido infinitamente, se considera reaccionaria toda tentativa de modifi-
se Impuso en otros di? as: el de que no era posible esperar. Con- ~ian~o en el estado de la te? cnica se concebi? a el cambio como algo mmmeme, como posibilidad ma? s inmediata. Las concepciones que implicaban largos peri? odos de tiempo, cautelas y medidas pedago? - gicas para la poblaci6n se haci? an sospechosas de abandono de la meta que teni? an propuesta. La voluntad auto? noma habla encon- trado entonces su expresio? n en un optimismo equivalente al des- precio de la muerte. De todo ello s610 ha quedado la envoltura,
112
113
? ? ? la fe en el poder y la grandeza de la organizacio? n en si? , sin dis- posicio? n a actu ar y, adema? s, impregnada de la conviccio? n destr uc- tiva de que la espontaneidad ya no es posible, aunque al final vencera? el eje? rcito rojo. El persistente control de que todos mani- fiesten su confianza en que las cosas saldra? n bien, hace a los infle- xibles sospechosos de derrotistas y renegados. En los cuentos, los adivinos que surgi? an de lo desconocido eran nuncios de las ma- yates venturas. Hoy, cuando el abandono de la utopi? a se parece a su realizacio? n tamo como el Anticristo al Para? clito, la palabra agorero se ha convertido en insulto hasta entre los que esta? n abajo. El optimismo de izquierda repite la insidiosa supersticio? n burguesa de que no hay que atraer al demonio, sino atender a lo positivo. <<l Al sen? or no le gusta el mundo? Pues que busque otro mejor>> - tal es el lenguaje del realismo socialista.
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circulaba por los
parques zoolo? gicos, de tan variados inquilinos, de las grandes ciudades europeas produzcan efectos degenerativos: ma? s de dos elefantes, dos jirafas o un hipopo? tamo es perjudicial. Nada se arre- gla con las instalaciones de Hagenbeck a base de fosos y con eli- minacio? n de rejas, que traicionan el modelo del arca proponiendo una salvacio? n que so? lo el Ararat puede prometer , Niegan la liber- tad de la criatura tanto ma? s perfectamente cuanto ma? s invisibles hacen los encierros cuya vista pudiera encender elansia del espacio abierto. Son respecto a unos zoos aceptables lo que los jardines bota? nicos respecto a las selvas tropicales. Cuanto ma? s puramente la civilizacio? n conserva y trasplanta la naturaleza, ma? s inexorable- mente queda e? sta dominada. Puede permitirse abarcar zonas na- turales cada vez mayores y dejarlas, dentro de sus contornos, apa- rentemente intactas, mientras que ames la eleccio? n y la explota- cio? n de trozos aislados daban testimonio de la necesidad de impo- nerse a la naturaleza. El tigre que sin parar va de un lado a otro de su jaula refleja au? n de forma negativa con su paso inquieto algo de humanidad, pero no el que retoza al otro lado de los fosos insalvables. La cla? sica belleza de la vida animal de Brehm radica en el hecho de que describe a todos los animales tal como se muestran a trave? s de las rejas de los parques zoolo? gicos, e incluso se acrecienta cuando cita las descripciones de la vida animal en su estado salvaje procedentes de naturalistas imaginativos. Mas tam- bie? n la verdad de que el animal en la jaula sufre ma? s que en las instalaciones libres, de que Hagenbeck represente de hecho un progreso en humanidad, dice algo sobre la inevitebilidad del en- cierro. Este es una consecuencia de la historia. Los parques zoolo? - gicos son en su aute? ntica configuracio? n productos del imperialismo colonial del siglo XIX. Comenzaron a prosperar a rai? z de la coloni- zacio? n de regiones salvajes de ACrica y Asia Central, que pagaban tributos simbo? licos con formas animales. El valor del rrfburo se medi? a por lo exo? tico, por lo difi? cil de encontrar. El desarrollo de la te? cnica acabo? con ello eliminando lo exo? tico. El leo? n criado en una granja esta? tan domesticado como el caballo, sometido hace tiempo a un control de natalidad . Pero el milenio au? n no ha llegado. So? lo en la propia irracionalidad de la cultura, en los rin- cones y los muros, a los que adema? s hay que an? adir las vallas, torres y bastiones de los parques zoolo? gicos dispersos por ciuda- des, puede conservarse la naturaleza. La racionalizacio? n de la cul- tura, que abre sus ventanas a la naturaleza, la absorbe por entero eliminando junto con la diferencia el principio mismo de la cul-
M amu t . - Hace
canos la noticia del hallazgo de un dinosaurio conservado entere en el estado de Utah. Se afirmaba que el ejemplar habi? a sobre. vivido a los de su ge? nero y era millones de an? os ma?
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Segunda cosecha. -Quiza? el talento no sea en el fondo otra cosa que un furor felizmente sublimado, la capacidad de concen- trar en una paciente contemplacio? n aquellas energi? as que en otro tiempo creci? an hasta la desmesura, llevando a la destruccio? n de los objetos que se les resisrfan, y de renunciar al misterio de los ob- jetos en la misma escasa medida en que antes se estaba satisfecho hasta que no se le arrancaba al maltratado juguete la voz lastimera. ? Quie? n no ha observado en la cara del que se halla sumido en sus pensamientos, del apartado de los objetos pra? cticos, rasgos de la misma agresividad que preferentemente se manifiesta en la pra? ctica? ? No se siente el productor a si? mismo en medio de su exaltacio? n como un ser embrutecido, como un <<furioso trabaja- dor>>? ? No necesita precisamente de ese furor para liberarse de la perplejidad y del furor por la perplejidad? ? No se arranca 10 con- ciliador primariamente a lo destructor?
Actualmente la mayori? a da coces con el aguijo? n.
Co? mo en algunas cosas hay registrados gestos y, por tanto, modos de comportamiento: las pantuflas -<<Schlapp~n>>, slip- pers- esta? n disen? adas para meter los pies sin ayuda de la mano. Son sfmbolos del odio a inclinarse.
Que en la sociedad represiva la libertad y la desfachatez con- ducen a lo mismo, lo atestiguan los gestos despreocupados de los mozalbetes que preguntan <<cua? nto cuesta la vida>> cuando todavfa no venden su trabajo. Como signo de que no esta? n sujetos a na- die y, por tanto, a nadie deben respeto, se meten las manos en los bolsiUos. Pero los codos que les quedan fuera los tienen pre- parados para empujar a cualquiera que se interponga en su ca- mino.
Un alema? n es un hombre que no puede decir ninguna mentira sin cree? rsela e? l mismo.
La frase <<eso no viene al caso. . , que hubiera hecho fortuna en el Berli? n de los an? os veinte, es potencialmente una toma del poder. Pues pretende que la voluntad privada, fundada a veces en derechos reales de disposicio? n, pero la rnayorfa de ellas en la mera desfachatez, represente directamente la necesidad objetiva, que no admite ninguna objecio? n. En el fondo es como la negacio? n del hombre de negocios en bancarrota a pagarle a su asociado un solo penique en la orgullosa conciencia de que a e? l ya nada se le puede sacar. El artificio del abogado trapacero se presenta jactan- ciosamente como heroica entereza: forma verbal de la usurpacio? n. Tal desplante define por igual el auge y la cai? da del nacionalso-
cialismo.
Que a la vista de la existencia de grandes fa? bricas de pan la su? plica del pan nuestro de cada dta se haya convertido en una sim- ple meta? fora a la vez que en expresio? n de viva desesperacio? n, dice ma? s contra la posibilidad del cristianismo que toda critica ilus- trada de la vida de Jesu? s.
El antisemitismo es el rumor sobre los judi? os. Los extranjerismos son los judi? os de la lengua.
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? ? ? Una tarde de abrumadora tristeza me sorprendi? a mi? mismo en el uso de un subjuntivo ri? di? culamenre incorrecto de un verbo, ya desusado en alema? n, procedente del dialecto de mi ciudad natal. Desde los primeros an? os escolares no habi? a vuelto a escuchar aquel familiar barbarismo, y menos au? n a emplearlo. La melancoli? a que incontenible descendi? a a los abismos de la infanda desperto? alla? en el fondo la vieja voz que sordamente me requeri? a. El lenguaje me devolvio? como un eco la humillacio? n que la desventura mc causaba olvida? ndose de lo que yo era.
La segunda parte del Fausto, reputada de oscura y alege? rica, esta? tan llena de expresiones corrientes como puede estarlo Gui- llermo Tell. La transparencia, la sencillez de un texto no se halla en proporcio? n directa con el hecho de que llegue a formar parte de la tradicio? n. Lo esote? rico, lo que siempre reclama una nueva interpretacio? n, puede crear esa autoridad que, ora en una frase, ora en una obra, se atribuye al que alcanza la posteridad.
Toda obra de arte es un delito a bajo precio.
Las tragedias que, por medio del <<estilo>>, ma? s rigurosamente mantienen la distancia de lo que meramente existe son tambie? n aquellas que, con procesiones, ma? scaras y vi? ctimas, ma? s fielmente conservan la memoria de la demonologi? a de los primitivos.
La pobreza del amanecer en la Sinfoni? a de los Alpes de Richard Strauss no es el mero efecto de secuencias banales, sino de la bri- llantez misma. Pues ningu? n amanecer, incluso en las altas monta- n? as, es pomposo, triunfal, majestuoso, sino que apunta de? bil y ti? mido, como con la esperanza de que lo que vaya a suceder sea bueno, y es precisamente en esa sencillez de la potente luz donde radica su emocionante grandiosidad.
Por la voz de una mujer al tele? fono puede saberse si la que habla es bonita. El timbre devuelve como seguridad, naturalidad y cuidado de la voz rodas las miradas de admiracio? n y deseo de que alguna vez haya sido objeto. Expresa el doble sentido de la palabra latina gratia: gracia y gratuidad. El oi? do percibe lo que es propio del ojo porque ambos viven la experiencia de una misma belleza. A e? sta la reconoce desde el primer momento: certeza i? nti- ma de lo nunca visto.
110
Cuando uno s. e despierta en mitad de un suen? o, aun del ma? s desagradable, se siente frustrado y con la impresio? n de haber sido engan? ado para bien suyo. Suen? os felices realizados los hay en ver- dad t~n poco como, en expresio? n de Schubert, mu? sica feliz. Aun los mas hermosos llevan aparejada COmo una ma? cula su diferencia con la realidad, la consciencia del cara? cter ilusorio de lo que pro- ducen. De ahi q~e I~s suen? os ma? s bellos parezcan como estropea- dos. Esta ~x~etlencta se encuentra insuperablemente plasmada
en la descripci o? n del teatro al aire libre de Oklahoma que hace Kafka en Ame? rica.
. Con. la felicidad acontece igual que con la verdad: no se la tiene, sino que se esta? en ella. Si? , la felicidad no es ma? s que un estar . en~uelto, trasunto de la seguridad del seno materno. Por eso rungun ser feliz puede saber que lo es. Para ver la felicidad tendrr~ que salir de ella: seri? a entonces como un recie? n nacido. El q~e dice que es. f? iz miente en la medida en que lo jura, pecando ~Sl. contra ~ felicidad. So? lo le es fiel el que dice: yo fui feliz. La umca ~e1ac:on de . Ia conciencia con la felicidad es el agradecimien-
to: ah1 radica su incomparable dignidad.
Al nin? ~que regresa de las vacaciones, la casa le resulta nueva, fresca, festiva. Pero nada ha cambiado en ella desde que la aban- dono? . El solo hecho de olvidar las obligaciones que le recuerdan cad~ mueble, cada vent ana, cada la? mpar a, devuelve a e? stos su paz sabat1~a, y por unos minutos se halla tan en concordia con las estancias,. habitaci. ones y pasillos de la casa como a lo largo de toda la vida le afirmani? la mentira. Acaso no de otro modo apa- rezca e! ~undo --casi sin cambio alguno-,,. , a la perpetua luz de
su festividad, ruando ya no este? bajo la ley del trabajo y al que regresa a cas~ le resuhen las obligaciones tan fa? ciles como el juego
en las vacaciones.
Desde que ya no se pueden arrancar flores para adorno de la amada c? mo ofrenda u? nica, compensada al cargar voluntariamente el entusiasmo por una con la injusticia hacia el resto, reunir flores ha l! egado a ~ultar algo funesto. S610 sirve para eternizar lo pasajero apresa? ndolo. Pero nada ma? s nocivo: el ramo sin perfume el r~Cllerdo celebrado, matan lo permanente al querer conservarlo: El instante fugaz puede revivir en el murmullo del olvido sin ma? s5ue recibir el rayo de luz que lohaga destellar; querer poseer
ese Instante es 'ya perderlo. El ramo opulento que por orden de 111
? ? ? la madre acarrea el nin?
o a casa puede reducirse a una visio? n coti- diana, como el ramo artificial desde hace sesenta an? os, y a la pos- tre sucede como en las fotografi? as a? vidamente tomadas durante el viaje, en las que aparecen dispersos por el paisaje como trozos suyos los que nada vieron de e? l, arranca? ndole como recuerdos las vistas cai? das en la nada del olvido. Peto el que, cautivado, envi? a flores, instintivamente ira? a por aquellas de aspecto perecedero.
Tenemos que agradecer nuestra vida a la diferencia entre la trama econo? mica, el industrialismo tardi? o y la fachada poli? tica. Para la cri? tica teo? rica la diferencia es de poca monta: por todas partes puede evidenciarse el cara? cter aparente de la supuesta opi- nio? n pu? blica y el primado de la economi? a en las decisiones per- sonales. Mas para innumerables individuos es esa delgada y efi? - mera envoltura la razo? n de toda su existencia. Precisamente aque- llos de cuyo pensamiento y accio? n depende el cambio - lo u? nico esencial- deben su existencia a lo inesencial, a la apariencia, in- cluso a lo'que, en contraste con las grandes leyes de la evolucio? n histo? rica, puede parecer simple accidente. Pero ? no resulta asi? afee-
tada toda la construccio? n de esencia y apariencia? Medido por el concepto, lo individual se ha tornado de hecho algo tan perfe~- tamente nulo como anticipo? la filosofra hegeliana; pero sub specse i? ndi? ui? duatonis lo esencial es la absoluta contingencia, el sobrevivir resignado y en cierto modo anormal. El mundo es el sistema del horror, mas por lo mismo le hace demasiado honor el que 10 piensa totalmente como sistema, pues su principio unificador. . es la desunio? n, la cual logra la conciliacio? n imponiendo la lnconcilia- blllded de 10 universal y lo particular. Su esencia nVesen) es la deformidad (Un wesen); pero su apariencia, la mentira, es, en virtud de su persistencia, el asiento de la verdad.
car precipitadamente esa conciencia mediante la denuncia de la complicidad. Tocio aquel que combina la cri? tica del capitalismo con la cri? tica del proletariado ---que cada vez refleja ma? s las ten- dencias evoluri? ves del capitalismo - , se hace sospechoso. El ele- mento negativo del pensamiento es mal visto cuando se sale de las fronteras de clase. La filosofi? a del kaiser Guiller mo _ n o soporto a los pesimistass-c, se ha introducido en las filas de los mismos que aque? l quiso destruir. Al que sen? alaba el cese de toda oposicio? n
esponta? nea por parte de los trabajadores alemanes, se le replicaba que todo estaba transcurriendo de un modo que hacia imposible juicio alguno; al que no se encuentra en el preciso lugar en que se encuentran las desgraciadas vi? ctimas alemanas de la guerra ae? rea, el mismo al que e? sta le pareci? a bien mientras se dirigiera contra les otros, que no debe precipitarse y que, adema? s, son in. minenres las reformas agrarias de Rumania y Yugoslavia. Sin em- bargo, conforme va desapareciendo la expectativa racional de que
el destino de la sociedad tome realmente erro rumbo, con tanto ma? s fervor repiten los viejos te? rminos masa, solidaridad, partido, lucha de clases. Cuando ya no se mantiene entre los militantes de la plataforma de izquierda ninguna concepcio? n cri? tica de la economi? a poli? tica; cuando sus perio? dicos proclaman diariamente sin la menor idea tesis que sobrepujan a todo revisionismo, pero que carecen totalmente de significado y, por expresa indicacio? n, pueden sustituirse al di? a siguiente por otras contrarias, los oi? dos
de los adeptos a esta Ifnea muestran su aptitud musical tan pronto como suena la ma? s mi? nima nota de desconsideracio? n hacia las consignas enajenadas de la teori? a. El optimismo vocinglero es propio del patriotismo internacional. El leal tiene que decidirse por un pueblo, no importa cua? l. Pero en el concepto dogma? tico del pueblo, en el reconocimiento de la supuesta comunidad de destino entre los hombres como instancia para la accio? n se halla impli? citamente negada la idea de una sociedad emancipada de las
73 imposiciones de la naturaleza.
. El optimismo vocinglero es la perversio? n de un motivo que
Desviacio? n. c-Sobre la decadencia del movimiento obrero es ilustrativo el optimismo de sus militantes. Este parece acrecen- tarse con la firme consolidacio? n del mundo capitalista. Los inicia- dores nunca consideraron su e? xito garantizado, y por eso se guar- daron durante toda su vida de decir inconveniencias a las organi- zaciones obreras. Actualmente, como la posicio? n del adversario y su poder sobre la conciencia de las masas se han fortalecido infinitamente, se considera reaccionaria toda tentativa de modifi-
se Impuso en otros di? as: el de que no era posible esperar. Con- ~ian~o en el estado de la te? cnica se concebi? a el cambio como algo mmmeme, como posibilidad ma? s inmediata. Las concepciones que implicaban largos peri? odos de tiempo, cautelas y medidas pedago? - gicas para la poblaci6n se haci? an sospechosas de abandono de la meta que teni? an propuesta. La voluntad auto? noma habla encon- trado entonces su expresio? n en un optimismo equivalente al des- precio de la muerte. De todo ello s610 ha quedado la envoltura,
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? ? ? la fe en el poder y la grandeza de la organizacio? n en si? , sin dis- posicio? n a actu ar y, adema? s, impregnada de la conviccio? n destr uc- tiva de que la espontaneidad ya no es posible, aunque al final vencera? el eje? rcito rojo. El persistente control de que todos mani- fiesten su confianza en que las cosas saldra? n bien, hace a los infle- xibles sospechosos de derrotistas y renegados. En los cuentos, los adivinos que surgi? an de lo desconocido eran nuncios de las ma- yates venturas. Hoy, cuando el abandono de la utopi? a se parece a su realizacio? n tamo como el Anticristo al Para? clito, la palabra agorero se ha convertido en insulto hasta entre los que esta? n abajo. El optimismo de izquierda repite la insidiosa supersticio? n burguesa de que no hay que atraer al demonio, sino atender a lo positivo. <<l Al sen? or no le gusta el mundo? Pues que busque otro mejor>> - tal es el lenguaje del realismo socialista.
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circulaba por los
parques zoolo? gicos, de tan variados inquilinos, de las grandes ciudades europeas produzcan efectos degenerativos: ma? s de dos elefantes, dos jirafas o un hipopo? tamo es perjudicial. Nada se arre- gla con las instalaciones de Hagenbeck a base de fosos y con eli- minacio? n de rejas, que traicionan el modelo del arca proponiendo una salvacio? n que so? lo el Ararat puede prometer , Niegan la liber- tad de la criatura tanto ma? s perfectamente cuanto ma? s invisibles hacen los encierros cuya vista pudiera encender elansia del espacio abierto. Son respecto a unos zoos aceptables lo que los jardines bota? nicos respecto a las selvas tropicales. Cuanto ma? s puramente la civilizacio? n conserva y trasplanta la naturaleza, ma? s inexorable- mente queda e? sta dominada. Puede permitirse abarcar zonas na- turales cada vez mayores y dejarlas, dentro de sus contornos, apa- rentemente intactas, mientras que ames la eleccio? n y la explota- cio? n de trozos aislados daban testimonio de la necesidad de impo- nerse a la naturaleza. El tigre que sin parar va de un lado a otro de su jaula refleja au? n de forma negativa con su paso inquieto algo de humanidad, pero no el que retoza al otro lado de los fosos insalvables. La cla? sica belleza de la vida animal de Brehm radica en el hecho de que describe a todos los animales tal como se muestran a trave? s de las rejas de los parques zoolo? gicos, e incluso se acrecienta cuando cita las descripciones de la vida animal en su estado salvaje procedentes de naturalistas imaginativos. Mas tam- bie? n la verdad de que el animal en la jaula sufre ma? s que en las instalaciones libres, de que Hagenbeck represente de hecho un progreso en humanidad, dice algo sobre la inevitebilidad del en- cierro. Este es una consecuencia de la historia. Los parques zoolo? - gicos son en su aute? ntica configuracio? n productos del imperialismo colonial del siglo XIX. Comenzaron a prosperar a rai? z de la coloni- zacio? n de regiones salvajes de ACrica y Asia Central, que pagaban tributos simbo? licos con formas animales. El valor del rrfburo se medi? a por lo exo? tico, por lo difi? cil de encontrar. El desarrollo de la te? cnica acabo? con ello eliminando lo exo? tico. El leo? n criado en una granja esta? tan domesticado como el caballo, sometido hace tiempo a un control de natalidad . Pero el milenio au? n no ha llegado. So? lo en la propia irracionalidad de la cultura, en los rin- cones y los muros, a los que adema? s hay que an? adir las vallas, torres y bastiones de los parques zoolo? gicos dispersos por ciuda- des, puede conservarse la naturaleza. La racionalizacio? n de la cul- tura, que abre sus ventanas a la naturaleza, la absorbe por entero eliminando junto con la diferencia el principio mismo de la cul-
M amu t . - Hace
canos la noticia del hallazgo de un dinosaurio conservado entere en el estado de Utah. Se afirmaba que el ejemplar habi? a sobre. vivido a los de su ge? nero y era millones de an? os ma?