Desde que existe la plusvalía agraria y su
santificado
reparto desigual, las «socie dades» se dividen entre los tranquilos, que están quietos y sirven, y los in tranquilos, de miras más amplias, que montan historias.
Sloterdijk - Esferas - v3
Mientras más avanza la emergencia de la isla humana, con mayor fuerza retrocede el desconcierto animal en un espacio de relevancias innato o adquirido, cada vez se dispone de mayor capacidad de libre alerta para la percepción de las circunstancias globales.
Esto es lo que quería decir la filosofía idealista en su época heroica al hablar de que la naturaleza misma abre los ojos en el ser humano. Se podría decir, paradójicamente, que el elemento del entorno, perturba ción, es desplazado por la aparición de la isla de la alerta y la verdad: la is la humana se climatiza a sí misma por excedentes de vigilancia y por las percepciones de gran alcance que generan. La atención de sus habitantes la provocan infinitamente más diferenciaciones e incidentes en su propio ámbito que los acontecimientos en el entorno exterior. Mientras que la vi da animal y vegetal que la rodea se compone de inteligencia constreñida, en la isla ontológica surge un tipo de inteligencia que podría caracterizar se como libre o extática. Para que la paradoja sea perfecta: el éxtasis an-
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trópico es el desplazamiento o represión de la constricción animal. Por eso las islas humanas son mundos, es decir: puntos de concentración del ser o depósitos de éxitos. En ellos se confirma la liaison inmemorial entre alerta y verdad; o entre inteligencia y éxito. Las islas ontológicas son lugares en los que lo abierto desplaza a lo constreñido. En lenguaje fenomenológico esto significa que aquí el espíritu en alerta emerge de un elemento de des concierto.
La esfera humana remonta en tanto hace retroceder sus propias pre misas animales. Ser humano significa la incapacidad innata de seguir sien do animal. En expresión metafísica, esto arroja la tesis de que nos encon tramos tn la isla de la idea, que, en virtud de su infinitud, empuja al trasfondo la finitud de los entornos empíricos. Según ello, lo infinito sería un enclave dentro de las circunstancias finitas. Se abriría como un abismo hacia arriba, como una interrupción de una vida que ha de mantener una perspectiva de algo más-que-vida. Que lo entienda quien pueda. Se expre se como se exprese, las islas del espacio de los seres humanos son puestos de avanzada frente a lo abierto.
Con estas declaraciones sobre insulamientos, que posibilitan seres hu manos, hemos pagado tributo al demonio de lo explícito en la medida en que resulta imprescindible para una teoría contemporánea del hecho hu mano. Si se trata de describir la climatización del espacio habitado, no puede evitarse presentar el clima antropógeno con impertinencia temáti ca y determinar sus componentes con suficiente pormenor analítico. Al hacerlo, se muestra que ni los factores climáticos morales ni los físicos pue den ser aceptados nunca simplemente como dados, sino que sólo sirven para uso humano tras una modificación y ajuste especial; esto se entiende por sí mismo en el caso de los aditamentos culturales a lo elemental; en el caso de los naturales, aún queda por mostrar cómo también ellos sólo en tran en nuestro radio de acción después de una «asimilación» específica. Hegel llegó a decir, incluso, del aire común que tal como se encuentra no es directamente utilizable por los seres humanos; en su Filosofía del Derecho anota, de pasada, con su típica reserva frente a lo inmediato: «Incluso el aire hay que conseguírselo, en tanto que hay que calentarlo»408. La lacóni ca anotación hay que retenerla como núcleo de cristalización de una filo sofía de la cultura como producción de atmósferas.
Añadamos que la producción de lo atmosférico no significa sólo la ree
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laboración de diseño de modelos existentes o una actividad curadora se cundaria: es la producción originaria, por la que los hechos humanos son llamados a la existencia. En el lenguaje del siglo XIX se diría: el clima an- tropógeno es la base sobre la que el ser humano aparece como efecto su- perestructural. Nuestras exposiciones han demostrado implicite por qué, en relación con nuestros objetos, ya no tiene sentido diferenciar entre ba se y superestructura, como sí les parecía conveniente hacer tanto a los ma terialismos primitivos como a los sutiles de ayer. Ahora sabemos que, en la causalidad circular, el epifenómeno de una de las dimensiones es, en cada caso, la base de la otra, y viceversa; sólo la voluntad de ataque, es decir, de simplificación práctica, genera el impulso a establecer fundamentos, de los que se pudieran deducir consecuencias aparentes. En realidad, las con secuencias son más fundamentales que los fundamentos.
Hemos intentado mostrar cómo se aclimatizó tras paredes de distancia el efecto invernadero, gracias al cual los seres humanos se convirtieron en «pupilos del aire»; de un aire en el que ahora hay algo más que el peligro y la costumbre de la vida animal de la sabana. Según la presentación he cha, el invernadero de seres humanos es la estructura de nueve dimensio nes, que se despliega a lo largo de las cosas fundamentales del espacio de acción humano. De ella hay que suponer que describe la complejidad mí nima, sin la que no puede comprenderse adecuadamente la pertenencia a la antroposfera. Lo propio de esa teoría de la esfera humana -a la que Hus- serl había apuntado con el concepto inapropiado de «mundo de la vida»- se muestra en el hecho de que mediante ella la relación entre lo implícito y lo explícito es accesible a la explicación. Está, por ello, en un movimien to, del que Hegel tomó nota por primera vez en su teoría de la reflexión y que precisó Luhmann en su teoría de la latencia propia del sistema. Des de entonces lo implícito aparece bsyo un doble aspecto: como algo, por un lado, que es capaz de explicación, y que encarna, por otro, un valor pro pio, que no puede medirse sólo por la norma de explicitación. Incluso allí donde la explicación pudiera darse, sigue siendo sólo una posibilidad re gional; ni puede, ni debe, hacerse efectiva por todas partes.
Con la mirada puesta en las nueve dimensiones, resulta comprensible que, desde el punto de vista cognitivo, la «sociedad» constituya un campo de lugares con tensiones de explicación desiguales. Donde alcanzan valo res altos, pueden articularse teorías que expresen las formas de compro miso entre conciencia aguda de peligro y especialización lujuriante: una
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caracterización que vale para todas las teorías avanzadas del presente. In teligencias que operan en lugares del mismo nivel de explicitud pueden describirse por su situación en isóbaras cognitivas; se podría decir que están emplazadas ante las mismas tareas u «obras» en el avance del entra mado intelectual, a cuyo efecto las expresiones obra y tarea como mejor se esclarecen es por la exigencia de explicación. Innecesario decir que con ello está acabado todo concepto idílico de ilustración que no tome buena nota de la resistencia a la explicación procesual. Presuponer, como regla general, una convergencia de conocimiento e interés sólo es aún posible para la ingenuidad. La creciente improbabilidad de la teoría avanzada co rresponde al desafecto en ascenso que produce la explicación progresiva. Se comprende que lo que Freud llamó represión constituye un pequeño segmento del campo de las articulaciones improbables y no gratas.
Para la reformulación de la teoría de la sociedad en el lenguaje de las multiplicidades-espacio o espumas tiene una importancia de gran alcance la descripción topológica de la isla antropógena: pues toda célula indivi dual en la espuma ha de ser entendida ahora como micro-insulamiento, que lleva en sí mismo el modelo completo de las nueve dimensiones, es trechamente plegadas. Este análisis celular se manifiesta como una tarea que no desmerece en nada en complejidad frente a los retos de la inves tigación de los grandes cuerpos compuestos. La sociología celular multi- dimensional repite, a su manera, el axioma de Gabriel Tarde: chaqué cho- se est une société, considerando que las expresiones chose y société no sólo designan la composición de la «cosa» de unidades más pequeñas, en toda formación individual hay que añadir ahora la tensionalidad divergente dentro de la pluridimensionalidad. Como células o celdas en la espuma, todo hogar, toda pareja, todo grupo de resonancia, constituye ya una mi niatura del antropotopo entero. Por lo demás, toda célula y todo consor cio de células, alias cultura, están imbricados en una multiplicidad fluc- tuante de imitaciones unilaterales y recíprocas, de cruzamientos y mezclas, en la que no puede identificarse una forma homogénea funda mental. (No sólo toda «cultura» es un híbrido409, ya lo es cada una de sus células. ) Igual que Elias Canetti, en su laudatoria a Hermann Broch410, había reclamado que se entendiera a los individuos como caminantes en tre espacios respiratorios, así el análisis atmosférico ha de describir las cé lulas de la espuma dinámica en sus incesantes oscilaciones sobre los ejes de las nueve dimensiones.
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Por este modo de ver las cosas surge una nueva comprensión de las aportaciones del saber implícito. Hemos apuntado que todos los seres humanos son sociólogos latentemente, pero que, por regla general, no ven motivo alguno para serlo manifiestamente. Entretanto ya puede com prenderse por qué el paso a lo manifiesto es normalmente superfluo. La estancia en la isla antropógena incluye una capacidad, más o menos de sarrollada, de navegar en la dimensión de los nueve topoi, que hace ya tiempo está implicite en boca de todos bajo los rótulos de «experiencia», «realidad» o «mundo». Así como la mayoría de los niños crecen imper ceptiblemente dentro de las complejidades de la sintaxis de su lengua materna, todo isleño medio, por su mera participación en los juegos de vida del grupo primario, adquiere la competencia de moverse con sufi ciente seguridad en cada una de las dimensiones antropotópicas. Ser-ahí significa comprender la sintaxis entera del antropotopo: comprender esa comprensión es otro asunto. Lo que Heidegger en Ser y tiempo había de clarado respecto del quirotopo o del mundo a mano: que, a causa de su familiaridad cotidiana, muestra, con claridad no-discursiva, el rasgo fun damental de la apertura, puede reclamarse mutatis mutandis de las demás dimensiones. El habitante adulto de la isla antropógena percibe con una sola mirada su disposición y tensionalidad interna. Lo más improbable se ha convertido para él en lo evidente; para los habitantes de la isla on- tológica las implicaciones de la situación básica están plegadas, al princi pio, en una compacidad intachable. El útil a la mano, el espacio sonoro, el mundo maternal generalizado, la esfera de confort, el ámbito de los deseos y anhelos, las cooperaciones con los demás, el requerimiento por la verdad, la afectación por los dioses y la tensión por las exigencias de la ley: todo el plegado del hipercomplejo, en el que se mueven con tran quilidad, orientándose fácilmente, se les presenta casi como una superfi cie lisa, sobre la que, en principio, no parece necesario malgastar una pa labra. Cuando se ha logrado la institucionalización de lo monstruoso en la complicidad cognitiva diaria, la mayoría de los seres humanos se co forman con los puntos de vista más acostumbrados: ¿quién puede re prochárselo? Recelan del hablar explícito sobre las cosas de la vida por motivos comprensibles. En todas las culturas, fuera de los laboratorios de brujas de la teoría, uno se pone en guardia ante el raciocinar innecesa rio; porque con lo explícito viene la tormenta. A la vista de los logros del esprit de finesse resultaría natural afirmar que es imposible para los seres
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humanos no ser sabios. Goethe: «La cultura no tiene núcleo ni cáscara / lo es todo a la vez».
Que los seres humanos, sin embargo, como individuos o epidémica mente, malogren el nivel sapiens exige una teoría de la autodepreciación. Una teoría así proporcionaría el suplemento de la historia de las ideas anotada.
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Capítulo 2 Indoors
Arquitecturas de la espuma
Sócrates: Había en mí un arquitecto cuyo desarrollo no consumaron las circunstancias. Fedro: ¿Cómo lo sabes?
Sócrates: Por una propensión íntima a construir que desasosiega oscuramente mis pen
samientos.
Paul Valéry, Eupalinos o el arquitecto
A. Donde vivimos, nos movemos y somos
De la arquitectura moderna como
explicitación de la estancia
Si hubiera que explicar de forma brevísima qué modificaciones ha pro ducido el siglo XX en el ser-en-el-mundo humano, la información rezaría: ha desplegado arquitectónica, estética, jurídicamente la existencia como estancia*; o más simple: ha hecho explícito el habitar**. La arquitectura mo derna ha desmontado en elementos, abordándola de nuevo, la casa, ese aditamento a la naturaleza posibilitador de seres humanos41; la ciudad, que antes disponía el mundo en un círculo a su alrededor, se ha movido del centro, transformándose en un emplazamiento dentro de una red de flujos y rayos. La «revolución» analítica, que constituye el sistema nervioso central de la Modernidad, ha hecho extensivo esto también a las envoltu ras arquitectónicas de la esfera humana, produciendo, por la disposición de un alfabeto de formas, un nuevo arte de la síntesis, una moderna gramática de la creación de espacio y una situación transformada del exis tir en el medio artificial412.
La expresión «revolución del espacio», que Cari Schmitt utilizó para las consecuencias políticas del tránsito a la era del dominio del aire413, habría
*Aufenthalt: estancia, residencia, permanencia o demora en un lugar. (N. del T. ) ** Wohnen. (TV. del T. )
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que reservarla objetivamente para ese suceso, si no hubiéramos reclamado que se renuncie al concepto de revolución, porque constituye una descrip ción fallida, cinéticamente descaminada y políticamente desorientadora, de procesos de explicación. Lo que Schmitt tenía a la vista pertenece a un complejo de fenómenos que hemos descrito como explicación del espacio aéreo por el terror de gas, el arma aérea, el air design y el air conditioning4H; tal complejo constituye el compendio de procedimientos (aerotécnicos, ar tilleros, aviónicos, pirotécnicos, fotográficos, cartográficos), cuya suma pro duce lo que se denomina soberanía aérea o dominio del espacio en la ter cera dimensión. Su prosecución en la técnica electrónica lleva al control sobre telecomunicaciones, alias «dominio del éter», con la consecuencia, comentada a menudo, de que el espacio pasa a un segundo plano, provi sionalmente, en favor de un primado del tiempo. Pero sólo puede aferrar se a la idea de que «pensar el espacio», en general, sea algo superado des de entonces, quien se deje impresionar demasiado por las declamaciones que, en ese sentido, circulan desde los años veinte del siglo pasado. Ya en 1928, el narrador inglés E. M. Forster ponía en boca de un personaje de su narración posthistórica de ciencia ficción, La máquina se para, esta frase: «Sabes que hemos perdido la sensación del espacio. Decimos “el espacio está borrado”, pero no hemos borrado el espacio, sino la sensación de él»415. La tesis del primado del tiempo es una de las formas retóricas de las que se reviste la intimidación por la Modernidad. Quien se rinde a ella se arriesga a perder un acontecimiento clave del pensamiento contemporáneo, que se discute b¿yo el título de «retomo del espacio»416. Michel Foucault: «Quizá la época actual vaya a ser, ante todo, una época del espacio. . . ».
La auténtica «revolución del espacio» del siglo XXes la explicación de la estancia o de la demora humana en un interior por la máquina para ha bitar, el diseño del clima, la planificación del medio ambiente (hasta lle gar a las grandes formas, que llamamos colectores), así como la exploración de la vecindad con las dos estructuras espaciales inhumanas, antepuestas y asociadas a la humana, la cósmica (macro ymicro) yla virtual. De hecho, para hacer explicable la estancia de personas en lugares habitados, fue ne cesaria nada menos que una inversión de la relación entre primer plano y trasfondo en lo que se refiere a las condiciones del alojamiento humano. Dicho bajo la perspectiva yen el tono de Heidegger: el ser-en-algo-absolu- to hubo de ser dislocado antes de que pudiera tematizarse expresamente como habitar-en-el-mundo. Mientras que tradicionalmente los habitáculos
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constituían el trasfondo sustentador de procesos vitales, en el aire cortan te de la Modernidad la inversión del mundo417también alcanza a la exis tencia «mundano-vital». Las obviedades del habitar ya no consiguen man tenerse en el trasfondo. Aunque no siempre proyectemos casas y viviendas al vacío: habrán de formularse en el futuro tan explícitamente como si fue ran los parientes más próximos de la cápsula espacial.
De aquí se sigue la definición de la arquitectura de la Modernidad: es el medio en el que se articula procesualmente la explicación de la estan cia humana en interiores construidos por el ser humano. Según ello, la ar quitectura representa desde el siglo XIX algo que en el decenio previo a la revolución de Marzo de 1848 se hubiera denominado una «realización de la filosofía». Por hablar de nuevo con Heidegger: la arquitectura consuma la localización [Er-Orterung] del ser-ahí. No se contenta con ser el peón, más o menos preocupado por el arte, de la construcción humana de ha bitáculos, cuyas huellas pueden seguirse hasta los arrangements arcaicos de lugares de acampada, cuevas y chozas. Reformula los «lugares» en los que puede tener lugar algo así como el habitar, quedarse y estar-consigo, bajo condiciones de alta auto-referencia, alta mediación de dinero, alta legali- formidad, alta interconexión y alta movilización. De esos lugares sabemos ahora que ya no pueden pensarse durante más tiempo sólo como el aquí y allí en un «mundo de la vida». Bajo las condiciones vigentes, un lugar es: una porción de aire cercada y acondicionada, un local de atmósfera trans mitida y actualizada, un nudo de relaciones de hospedaje, un cruce en una red de flujos de datos, una dirección para iniciativas empresariales, un ni cho para auto-relaciones, un campamento base para expediciones al en torno de trabajo y vivencias, un emplazamiento para negocios, una zona regenerativa, un garante de la noche subjetiva. Cuanto más avanza la ex plicación, tanto más se parece la edificación de viviendas a la instalación de estaciones espaciales. El habitar mismo y la producción de sus recep táculos se convierte en un deletreo de todas las dimensiones o compo nentes que se han ensamblado en la isla antropógena, creciendo juntos originariamente; en ello, la descomposición de condiciones de vida com pletamente aglutinadas, y su remodelación racional, puede llevarse hasta el valor límite de la repetición de la isla-mundo humana, en general, en un apartamento para un único habitante.
Es, sobre todo, la movilidad moderna del tráfico de personas y mer cancías la que ha creado condiciones de percepción y diseño radicalmen
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te distintas para todo lo que se refiere al habitáculo humano. Sólo desde que parte de la humanidad, a la que afectó primero la Revolución Indus trial, se ha abierto camino laboral en Europa y en Estados Unidos, libe rándose de su condición agraria, y se ha convertido a un modus vivendi se- mi-nómada, multilocal, puede apreciarse qué lleno de condicionamientos estaba el antiguo modo de habitar en los pueblos y dominios de la época agraria. Todo el saber que llevamos en nosotros sobre viviendas y costum bres, procedente del antiguo inventario, refleja un hábito de habitantes en patrias natales, patrias políticas y regiones, que fue perfilándose durante el reino de diez mil años del sedentarismo, y cuyos sedimentos formales y ma teriales se presentan en forma de arquitecturas de casa, pueblo y ciudad, transmitidas históricamente. Este universo pertenece a una vida detenida, que, a causa de su encogimiento en estrechas delimitaciones de campo y ritmos cansinos, no fue capaz de dar cuenta adecuada de los motivos y con diciones de su comportamiento habitacional. Nunca tuvo una razón sufi ciente para ello, por no hablar de la falta de medios.
En este asunto la época actual no sólo posee la ventaja de la explicitud; el ángulo de la reflexión ha cambiado lo bastante como para provocar una atención crónica, analíticamente productiva, a cuestiones de estancia y de hábito. Hoy se puede decir tranquilamente que la vida en el sedentarismo sucedía demasiado despacio, demasiado encorvada sobre sí misma y de masiado orientada al modelo de las plantas, como para poder manifestar se en sus formas de habitar con la desterritorialidad imprescindible para el conocimiento teórico. Mientras se mantuvo en el poder la condición se dentaria de mundo, el dicho de Varrón, que el campo era de origen divi no y la ciudad, por el contrario, un aditamento de mano humana, cir cunscribía todo el horizonte: ello quería decir que sólo pueden saber qué significa estar en casa aquellos habitantes de ciudades que consideran sus residencias ciudadanas como segunda vivienda, mientras honran como hogar patrio sus villas en el campo. El ser humano de ciudad tiene que creer de sí que en realidad es sólo una planta trasladada de sitio; y las plan tas no habitan en ninguna parte, echan raíces (y plantas con raíces dupli cadas resultan, en verdad, un tanto híbridas). Sólo desde la aparición de las modernas condiciones de tráfico -entendiendo tráfico como explica ción de movilidad y telemovilidad- surgieron alternativas reales arquitec tónicas, técnico-transportistas y existenciales al hábito post-neolítico de ha bitar, alternativas que consiguieron, por fin, traer luz al eterno claroscuro
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del sedentarismo. Ahora se puede positivar el escepticismo frente a todo lo adherido al suelo; el concepto de desarraigo adquiere sonoridad y pue de ser presentado como una exigencia. Desde ese corte histórico es ex- presable que el habitar tradicional en los así llamados hogares patrios no representa en absoluto la norma y protofigura universalmente válida del demorarse en un lugar, como, incluso en estos tiempos, enseñan ciertos pietistas del habitar. Ese demorarse es el modo tenaz, pero superable, de estancia en un lugar de seres humanos a los que retiene algo.
1El estar-retenido; lugar de parada y almacén
Desde que la Modernidad ha elaborado formas arquitectónicas espe ciales para asistir a seres humanos en situaciones en las que están reteni dos, puede decirse en un lenguaje frío qué son esencialmente los habitácu los. Pertenece a los característicos gestos confortantes de la Modernidad el que fuera capaz de crear, para viajeros sin enlace inmediato, las formas ar quitectónicas, nunca vistas, de lugares de parada protegidos y salas de es pera climatizadas, como si le importara admitir que a los seres humanos les resulta la espera demasiado ingrata como para no aventurarse al in tento de aminorar sus apuros con un mínimo de confort. Con suficiente libertad de abstracción puede reconocerse que, en principio y la mayoría de las veces, también las casas son lugares de parada; con mayor exactitud: salas de espera, en las que se pasa el tiempo hasta la llegada de un acon tecimiento exactamente previsto.
No es ningún enigma irresoluble saber de qué se trata en el caso de los esperantes más antiguos: la casa del ser humano neolítico es una sala de espera en la que permanecen sus moradores hasta que en los campos al la do del pueblo llega el momento por el que uno se ha tomado la molestia de la espera: el instante en el que los frutos plantados son aptos ya para consumir, almacenar y volver a sembrar. Por lo que sabemos, ha sido Vilém Flusser quien contextualizó topológicamente y escribió formalmen te esta constatación aparentemente trivial, pero nunca antes formulada ex- presis verbis. Las casas son salas de espera en lugares de parada. No fue ca sual que esto ocurriera en el marco de una especulación sobre las metamorfosis del espacio de vida, producidas por los descubrimientos del espacio cósmico más distante y del espacio virtual.
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Parada de autobús en Aquisgrán, «La garra», diseñada por Eisenman Architects, realizada por JC Decaux. Foto: Christian Richters.
Las casas son lugares de parada para vida retenida, y ofrecen un sitio a la irrupción del tiempo en el espacio: esta expresión es la figura expli cativa de la más recóndita obviedad con respecto a la estancia del ser hu mano en habitáculos. Puesto que regresa desde la reserva más honda, constituye la penetración o comprensión más profunda en la historia de la reflexión sobre el construir, el habitar y la vida alojada. Desde el pun to de vista de la filosofía de la cultura, resulta útil porque define la casa desde el servicio de alojamiento que presta a los sedentarios; es antro pológicamente fecunda, porque interpreta el sedentarismo como un exis- tencial de la espera al producto agrario (lo que, pace Heidegger, no sig nifica ni el trato cuidadoso con el útil, ni la marcha adelante hacia la muerte). Además de esto, la tesis de Flusser contiene perspectivas tera péuticas, porque une el diagnóstico sobre el ánimo fundamental de la vi da retenida con una esperanza de cambio de ánimo por nuevas ofertas de movimiento. Hasta ahora habitar significaba esencialmente: no-poderse- ir-fuera. ¿Cuánto no puede devenir todavía el ser humano, un ser que ha
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bita, cuando experimenta que habitar significa poder-ser-aquí-y-en-cual- quier-otra-parte?
Cuando se habita more rustico en casas se desarrolla un clima interior tal como corresponde a una vida retenida, señalada por una resignación uni forme y una confianza impuesta. En esta situación, el aburrimiento es la to nalidad en la que el ser interpreta sus piezas. Como sucede con toda músi ca popular, hay que haber nacido en ella para encontrarla soportable. Que, desde el punto de vista de la profundidad, tiene que estar en orden lo que de todos modos no podría cambiarse aunque se quisiera: esa postura fren te a la totalidad de los hechos que significan el mundo constituye la carac terística de la vida en culturas que edifican terrenos. Quien, desde el pun to de vista de la historia de la civilización, busque la fuente del «primado del objeto» puede cerciorarse aquí de ella. Mientras se esté en casa en una forma de mundo, en la que summa summarum no se pueda cambiar nada de todo lo que es el caso, las cosas reales y sus entrelazamientos, que constitu yen las circunstancias dadas, tienen prioridad absoluta frente a los meros objetos de deseo. Esto constituye, psicológicamente, la matriz de la depre sión maníaca o del abatimiento iluminado por pequeñas esperanzas. En es ta situación, el saber que cuenta siempre va teñido de sumisión a lo que irremisiblemente existe así-y-no-de-otro-modo. En ese ámbito de disposi ción de ánimo se ha movido la vida sedentaria durante toda una era. Efec tivamente, quien cultiva algo ha de saber esperar; a quien le sale mal lo pre visto ha de estar dispuesto una y otra vez a comenzar de nuevo.
El año de los campesinos es un adviento agrario. Su resultado psíquico es la vivencia religiosa del tiempo: por el pensar en conceptos de siembra y cosecha adquiere carta de naturaleza la unión de venida y complacencia por ello, con la que enlaza todo pensar tipológico con su dual de prome sa y cumplimiento. Sea lo que sea lo que crezca en los campos del devenir: siempre se preguntará, con razón, de qué siembras proceden las cosechas. Por sus frutos conoceréis la siembra. En el antiguo mundo sedentario, pensar o ser sabio en contextos amplios no significa otra cosa, en princi pio, que prestar atención al conjunto de los hechos concernientes a la ma duración cuidada.
Aquí hay que recordar que la palabra del antiguo alto alemán bur no significa sólo la casa, el cuarto o la celda, sino también lajaula en la que se mantiene la volatería; en sueco significa arresto. En la palabrajaula puede comprobarse lo que posiblemente sucede a los arrestados por el creci
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miento de las plantas. Quien acepta esperar a la planta tiene que instalar se en unajaula en la que domina la lentitud. Por eso la primera casa es una máquina para habitar un tiempo que se hace largo. Como centro de de tención para el cuidado de los ciclos de maduración, la casa de labor crea el inconfundible apego de los habitantes a los terrenos edificados. De ahí surge, como su primera plusvalía metafísica, la confianza mundana en la naturaleza como repetición. En ese régimen se sabe en cada momento pa ra qué se está ahí; el acontecimiento, a causa del cual se soporta la situa ción general, seguirá siendo siempre el mismo. Uno pasa el año para ce lebrar el sacramento de la physis, esta vez igual a todas.
Así pues, habitar significa, al principio, existir pendiente de la cosecha en una estación de cereales. Una vez al año pasa el tren del grano y para ante nosotros. Si hasta ahora hemos permanecido en vida, es porque con tamos con el privilegio de la estación y quedamos en el ámbito de un tra yecto fértil. Una vez introducido el cargamento comienza un nuevo ciclo de espera, asegurado por las reservas de la última cosecha. Si alguna vez fa lla el tren, a causa de una mala cosecha o de disturbios políticos, domina la escasez y arroja a la miseria a quienes no saben más que esperar. En cuanto se perturba la conexión de habitar y esperar, como tradicional mente sucede en períodos de crisis militar y sistemáticamente desde la Re volución Industrial con sus consecuencias de des-agralización de la vida, puede suceder que los existentes pierdan su orientación en el decisivo ins tante placentero de la cosecha. ¿Qué sucede si llega el verano y en los cam pos ya no queda nada que recolectar? En su analítica del aburrimiento*, Heidegger describió evocativamente esa amenazante posibilidad:
Ese hacerse largo del momento manifiesta el momento del ser-ahí en su indeter minación absoluta, jamás determinable. Esta indeterminación apresa al ser-ahí, pe ro de manera que éste, en todo ese momento largo y alargado, no puede concebir más que está retenido en él y a él. [. . . ] El hacerse largo significa una desaparición de la brevedad del momento? ,8.
Lo que aquí tematiza Heidegger es el terror al paro, que se muestra co mo no-tener-nada-que-hacer. La brevedad [o entretenimiento] del mo-
* Langeweile, literalmente: instante o momento o lapso de tiempo largo, que se hace lar go. (N. del T. )
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mentó sólo tiene una oportunidad de enseñorearse de nuestra vivencia del tiempo cuando nos vemos implicados en ese instante fértil, que nos dice por sí mismo lo que hay que hacer ahora. El imperativo categórico de la ontología agraria: ¡interésate por la cosecha! sólo puede seguirse mientras exista una tensión razonable entre previsión y cumplimiento.
Según eso, la casa de los primeros campesinos sería un reloj habitado. Es el lugar de nacimiento de dos tipos de temporalidad: del tiempo que va al encuentro del acontecimiento, y del tiempo que, como si anduviera en círculo, sirve al eterno retorno de lo mismo. Las casas se diferencian de las cabañas, con las que durante mucho tiempo siguen estrechamente empa rentadas, y a menudo tan semejantes que se las confunde, por su perte nencia al primer proyecto: la conexión de siembra y cosecha. Es verdad que la casa contiene la cabaña primitiva y la supera en tanto que adopta sus funciones: cobijo del sueño, protección del tiempo e insectos, disposi ción de una esfera de retirada para lo sexual y de una esfera de confort pa ra situaciones de digestión pesada. Al contrario, la cabaña no puede con tener nunca la casa porque no tiene proyecto alguno de cosecha y se agota en proporcionar abrigo día a día. (De ahí la atracción de la existencia en la cabaña para civilizados, agotados en proyectos, que se enjambran du rante sus vacaciones en tiendas de camping y caravanas, retirados en con- tainers, que no obligan a sus habitantes a la espera de un producto, y en los que pueden hacerse parrilladas, ver la televisión, copular y olvidar el pro ducto nacional bruto. ) Por lo que respecta a las famosas excursiones de Heidegger a la cabaña de Todtnauberg, llamar así a ésta es falso, porque en realidad se trataba de un granero dedicado al aporte de cosechas pro venientes de lo insólito. De la cabaña sobre ruedas resulta en el siglo XX la caravana, a la que Flusser ha saludado como indicio de que habríamos lle gado al final de la nueva edad de piedra: un bellaco quien haya de poner aquí algún reparo estético41'.
El tiempo ligado a las casas se divide en tiempo de espera y tiempo de maduración, previsión y presente real, de donde épocas posteriores dedu cen la dualidad de lo crónico y de lo cairótico, incluidas semanas amargas, fiestas alegres. Así como en la casa, como tal, el tiempo se divide en dos modalidades, el régimen doméstico lo hace según su tipo de edificación: al lado de la casa para la espera, en la que los seres humanos residen, la mayoría de las veces en estado de pobreza relativa, se construye el alma cén, la casa de la abundancia, donde se guarda el valor comestible, la po-
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Prominencias de toba preparadas para viviendas
en Capadocia. Aquí, junto a las viviendas, se encuentran palomares, graneros, cavidades-despensa y tumbas.
sibilidad de futuro, la liberación colectiva del hambre y de la necesidad. Este campo de fuerza, en el que las provisiones, los dioses y el poder, jun to con su máquina de guerra, se mezclan, configurará en la época de los imperios ciudadanos el centro energético de la ciudad.
Ambas formas de edificación corresponden, cada una a su modo, a las estructuras temporales del ser-ahí domesticado. La casa de las provisiones es un reloj de grano, que funciona durante todo un año y transmite al co lectivo de usuarios una promesa de supervivencia de esa misma duración; mientras que las casas de vivienda cumplen, sobre todo, con su condición de máquinas de espera. Al bicameralismo de las casas del tiempo corres
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ponde una bipartición de los caminos y movimientos que pertenecen al primer habitar doméstico: por un lado, caminos que conducen de los cam pos a la casa de las provisiones y que sirven para la cosecha, para la reco lección, el almacenaje; por otro, caminos de retorno de las provisiones a la casa, que se utilizan para el reparto, la dispersión, la consumición. En los primeros se produce lo público y común: razón por la cual hasta hoy día la publicación va unida al gesto esencialmente bello del incremento de la propiedad común; en los segundos, lo doméstico y privado: razón por la cual la traída a casa de objetos que se han procurado fuera cuenta entre los gestos originarios de la vuelta enriquecida a lo propio420. (A ello se aña den terceros caminos, que conducen de las casas a los campos y de los cam pos a las casas; se trata de aquellos que después serán los que conduzcan al lugar de trabajo y traigan de vuelta, caminos ingratos que sirven, con otros medios, a la prosecución de la espera de los ingresos. )
A quien tiene acceso privilegiado a las provisiones le resulta más fácil pensar que habitar tiene que significar más que esperar a la próxima co secha. El almacén lleno inspira el ánimo desbordante de señores filobáti- cos, eruptivos, amigos de iniciar campañas, que pueden mantener bagaje y séquito asilvestrado. Hacen expediciones para aumentar sus radios de ac ción y manifestar su excéntrica energía, mientras que los campesinos, los de barro, con la mirada puesta siempre en el futuro de grano, no pueden hacer otra cosa que seguir su condición de espera y sedentarismo.
Desde que existe la plusvalía agraria y su santificado reparto desigual, las «socie dades» se dividen entre los tranquilos, que están quietos y sirven, y los in tranquilos, de miras más amplias, que montan historias. Los últimos son quienes elaboran primero proyectos más allá del año. Frente a la ligazón al lugar de aquellos que desarrollan su trabajo en el campo, a nivel ali menticio y en estado de espera, está la movilidad de señores bien abaste cidos, que se apoyan en provisiones suficientes como para vivir expresiva y agresivamente. En su caso, la espera a la madurez del grano se amplía a la espera de la madurez de la victoria, más allá de estación y año. En cir cunstancias de mundo posteriores, la espera a los resultados y cifras en ge neral se concibe de forma nueva como tiempo de proyecto y espacio de tiempo de negocio.
El mundo campesino sólo conoce el adviento, no el proyecto; su razón surge de la meditación sobre la planta útil y sus analogías cósmicas. Sólo por el hecho de que tiene lugar la sementera, ya se prefigura también en
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el universo campesino el proceder inversor, con el que toma forma en el tiempo la introducción de la idea de ganancia; aunque esa idea de ganan cia permanezca aún discreta y en el trasfondo. Para el mundo agrario, hoy casi hundido, y en principio sólo para él, puede valer la observación de Heidegger: que la precaución o la economía [das Schonen] constituye el «rasgo fundamental del habitar»421. Así habla al final de la era sedentaria pasada el último profeta del ser-como-las-plantas. Por una mirada retros pectiva a su gigantesca obra se entiende que él fuera el proto-ontólogo, transferido al final de su época, del abrirse y dejar crecer vegetativo. En me dio de producciones, inversiones y bombardeos sin número, el pensador más grande de la antigua Europa, dudando en el límite entre mundo de crecimiento y mundo de proyecto, sigue concibiendo la aparición nada es pectacular de la madurez como el arquetipo del acontecimiento decisivo.
El ser-ahí, entendido desde el modo de alojamiento campesino, evoca el estado de ánimo fundamental de la paciencia endeudada, de acuerdo con la cual tanto los individuos como las familias y los pueblos han de en tenderse como seres-a-la-espera. En la espera se imprime su ethos en la vi da retenida en ella: que haya que dejar de utilizarse por algo que tiene mayor contenido ontológico y mayor poder temporal que ella misma. En este régimen, la vida individual, como calmo consumidor de su propio tiempo, se convierte en consumido por parte de una magnitud superior, da igual que lleve el nombre de familias, pueblos, dioses o artes. Con ello queda perfilada la situación fundamental del sentir metafísico tradicio nal: quien espera que las cosas maduren piensa irremisiblemente en una cosecha de tipo superior, en la que él mismo es esperado como un grano maduro. La sabiduría del homo metaphysicus está en el lema: «cosechar y dejarse cosechar».
2 Receptores, instalaciones de habituación
Con la explicación de la estancia como espera a lo maduro, ha entrado en su primer estadio el trabajo de reconstrucción técnica del elemento en el que los seres humanos viven, se mueven y son. Desde éste se desarrolla un segundo estadio, cuya señal característica aparece en cuanto la espera a lo que madura se amplía a signos que anuncian lo que se acerca y suce de junto a nosotros. La Modernidad ha proyectado la espera receptiva de
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Tatsumi Orimoto, ¡ti the Box, 2002.
signos en artificios técnicos, tales como aparatos de radio y teléfonos, cuya existencia permite decir retrospectivamente lo que las casas humanas han sido siempre desde otro punto de vista, a saber: estaciones receptoras de misivas desde lo insólito. Heidegger, a quien más sigue debiendo la feno menología del habitar (junto con sus sucesores Bollnow y Schmitz), ha de finido la conexión entre el habitar y la espera a signos de lo desacostum brado como matriz de la receptividad religiosa o contemplativa:
Los mortales habitan en tanto esperan a los divinos como los divinos. Esperan zados, Ies achacan lo inesperado. Esperan la señal de su llegada y no ignoran los signos de su falta. . . En la desgracia aún esperan la gracia substraída42.
Traducido a expresiones más profanas (y prescindiendo de que se tra ta de paráfrasis de la teología poética de Hólderlin), de ello resulta el enunciado: que los seres humanos habitan instalados en una trivialidad tal que sólo ella les permite diferenciar lo no-trivial. Esta diferenciación no se hace por un juicio teórico, sino mediante la buena voluntad y capacidad de la vida estructurada por costumbres para emprender algo con lo desa
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costumbrado, aunque nada más fuera extrañarse y hablar de ello. En una primera lectura esto significa que los seres humanos, encerrados en sus ha bitáculos, están buscando liberarse de la trivialidad. Este universal escéni co alcanza hasta la vida moderna de apartamento, donde el estar sentado allí, en lo propio, va unido a la espera de que alguien llame. Esta sospecha, manifestada a menudo, tiene un núcleo de verdad: la caída del primer hombre por el pecado original es idéntica al modo de vida sedentario. Los afectados entienden que llevan otra vida que aquella para la que han sido creados. Sin embargo, casi nadie puede acordarse ya de qué «sería otra co sa». Dios y los nómadas todavía pueden hacer lo que quieren, son totaliter aliterpara los sedentarios.
Una carga de la vida doméstica es que sigue entregada a la pobreza de estímulos. Cuando genera excedentes de sentido y expresión fluyen al oráculo, al adorno, en imágenes interiores y exteriores. En sus momentos fecundos la vida detenida produjo frescos en el techo con caídas al infier no y cascadas de mujeres desnudas. En otros tiempos la vida a la espera se especializó en la construcción de catedrales, lugares de parada o estacio nes monstruosas, que obligan al cielo a aceptar pasajeros humanos. La ins titución de la hospitalidad, codificada en muchas culturas religiosamente, se remonta a la posibilidad de recibir al huésped en la propia casa como signo de lo desacostumbrado, cuando no directamente ya como «mensa
jero-señal de la divinidad»423. ¿No ha habido algún momento en que un re cién llegado anodino se convirtiera realmente en el salvador anunciado? Pero, dado que el apetito de señales a través de huéspedes no puede satis facerse solo, innumerables sistemas mánticos ofrecen sus servicios para do tar a la vida del necesario plus de signos. Mientras menos vivencias tienen los sedentarios, más les sirve lo extraordinario como alimento básico. No sólo de pan vive el ser humano, sino de cualquier indicio de que algo su cede también en cualquier parte. Cuando llega un día en que las señales procedentes del más allá ya no resultan aceptables, se las sustituye por no ticias de periódico, novedades editoriales y signos del tiempo.
En una segunda mirada se muestra que hay que explicitar las viviendas en un sentido mucho más radical aún que como receptores. La función de los receptores es clasificar lo que llega en significativo y no significativo, e impedir, así, la implosión anímica que aparece cuando todo o nada es in formativo. En ese sentido, las viviendas son estaciones terapéuticas ontoló- gicas para seres que pueden enfermar de insuficiencia de sentido: filtros
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frente al nihilismo, sanatorios para el tratamiento de trastornos del aparato significativo. Desde el punto de vista de esta comprensión onto-sanatorial del habitar coinciden Heidegger y Vilém Flusser, que, como pioneros de una hermenéutica de la falta de patria, tomaron, por lo demás, caminos di ferentes. Mientras que Heidegger creyó ver en la falta de patria un sino epo- cal del «ser humano moderno», sino que uno no puede percibir sin lamen tarlo o, en todo caso, sin una nota de meditación heroica, en caso de darle un giro positivo, Flusser, en sus reflexiones sobre su propio destino de emi grantejudío, optó por la desmitificación de la patria o del suelo patrio, más aún: por un concepto agresivo de existencia en la falta de suelo, en general. Esta elección se apoya en un argumento de la filosofía de la información:
Se considera la patria como el lugar relativamente permanente, la vivienda co mo el mudable, trasladable. Lo contrario es lo correcto: se puede cambiar de pa tria o no tener ninguna, pero siempre hay que vivir en no importa qué parte. Los clochards parisinos viven bajo puentes. . . y, por muy terrible que pueda sonar, se vivía en Auschwitz.
Me construí una casa en Robion para vivir allí. En el núcleo de esa casa está mi escritorio acostumbrado con el acostumbrado aparente desorden de mis libros y papeles. Alrededor de mi casa está el pueblo, al que me he acostumbrado, con su acostumbrada oficina de correos y su tiempo acostumbrado. Alrededor de ese en torno cada vez resulta todo más desacostumbrado: la Provenza, Francia, Europa, la Tierra, el Universo. . . Estoy sumergido en lo acostumbrado, para recoger ahí cosas desacostumbradas y para poder hacer cosas desacostumbradas. Estoy sumergido en la redundancia para recibir ruidos como informaciones y para poder producir in formaciones4'1.
Robion, el pueblo provenzal de Flusser, tiene buenas perspectivas de entrar en la historia de las ideas como contrapunto a Todtnauberg, por que ha cobrado merecido honor como pueblo modélico en la explicación de la estancia por la nueva lógica de la intimidad del hogar. Así como an tes hablamos de inversión del mundo en el contexto de una reflexión to- pológica sobre ecología y cosmonáutica425, a la vista del efecto-Robion habría que hablar ahora de una inversión de la vivienda: según la cual el habitar ya no puede valer como función de la patria; el ser-en-la-patria es, más bien -se entiende tarde-, un efecto secundario, tan comprensible co mo problemático, del habitar.
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it (Stanislas Zimmermann/Valérie Jomini), living unit, it design, www. it-happens. ch, 2000.
A la luz del análisis semio-ontológico, la vivienda aparece como gene rador de redundancia o como máquina de hábito, cuya tarea es dividir en familiares o no-familiares la masa de las señales que llegan «del mundo», candidatas a ser significativas. En este sentido, la vivienda es una agencia para la determinación de señales utilizables. No se puede estar en casa an tes de que se forme una unidad casi inconsciente con las cuatro paredes propias y con todo lo que las amuebla. Así, la vivienda sólo hace a sus mo radores propiamente capaces de existencia en tanto que los provee de la primera diferenciación que marca una diferencia: la que hay entre lo ha bitual y lo excepcional, entre lo que permanece en el trasfondo como al go familiar y lo que resalta porque resulta desacostumbrado. Así pues, a las funciones primarias del habitar pertenece la de proveer a los habitantes de habituaciones (aunque las habituaciones, por otra parte, sean más antiguas y generales que el modo sedentario de construir casas). En este sentido, las viviendas modernas constituyen instalaciones explícitas de abotargamien- to, que producen el background para sensibilizaciones. Modernidad signifi ca: también el trasfondo se hace producto, lo evidente es víctima de la es-
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casez, lo acostumbrado se descompone en un campo de tareas articuladas y proyectos técnicos.
Pero que una vivienda (en la que vivimos ahora) únicamente pueda apa recer en series de viviendas (en las que habitamos antes) es algo que sólo resulta perceptible en tiempos de movimiento intenso; igual que sólo se ha ce evidente más tarde el hecho de que todas las transferencias comiencen como traslados de espacio y vivienda, antes de convertirse en traslados de afecto o proyecciones. Hay que haberse mudado a menudo para entender, desde el tercero, cuarto, cuál fue el primer modo de habitar: una habitua- lización involuntaria; un dejarse dominar por el milieu y una tonalización originaria por un estado de ánimo. Heidegger describió esto con la enor me expresión «estado de arrojamiento» [Geworfenheit], una expresión que supone una inclinación profunda y encubiertamente irónica del pensar an te el primer golpe del azar. Ahora se entiende por qué el habitar posterior y más consciente procederá a elegir él mismo sus contextos de aclimata ción, y a aceptar o rechazar las propuestas de aclimatación materializadas en una nueva vivienda. En consecuencia, la vivienda posterior adquiere ca da vez más rasgos de autodiseño. Por eso, la repetición puede ser la matriz de la invención. Hay que contar la conciencia estética entre las consecuen cias adláteres de la mudanza, en tanto ésta promueve la capacidad de po ner entre paréntesis los fenómenos. La sola virtud filosófica de asombrarse de cómo sea algo, y de que sea, da testimonio de la incapacidad de la inte ligencia vigilante para acostumbrarse realmente a algo, sea lo que sea: des cubre que, en los inteligentes, la instalación en la casa del mundo tropieza con una reserva inmemorial, que no puede borrar rutina alguna. Ya la pri mera inmersión mantiene un aura de incredulidad. El asombro que pro duce ésta desautomatiza el traslado. No considerar nunca completamente garantizadas las repeticiones es el comienzo de la sabiduría.
3 Sumersión e inmersión
La explicación de la estancia por medio de la sala de espera y del re ceptor de noticias, o bien, por la máquina de costumbres, llamada vivienda, acerca a un tercer peldaño, fácilmente alcanzable desde el segundo: Flusser ya ha puesto enjuego una posible formulación para este avance, cuando es cribió que estaba sumergido en la redundancia. Con la metáfora de la su-
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Ilya Kabakov, El aseo, exterior, 1992.
mersión rozó el estrato radical de la territorialización humana en situacio nes, habituaciones y cotidianidades. La investigación de todo lo que tiene que ver con el modo de residencia humano sólo puede alcanzar un grado de expresividad, analíticamente satisfactorio y suficientemente llamativo, si se lleva hasta una analítica de la situación sumergente: una empresa a la que, a nuestro entender, más han contribuido, junto a las singulares ocu rrencias del joven Heidegger, las reflexiones de Paul Valéry del año 1921 so bre la esencia de la arquitectura como modulación de la immersión, com parables sólo a los intentos posteriores de Hermann Schmitz de fundar de nuevo un situacionismo fenomenológico426, y a los diálogos de Ilya Kabakov y Boris Groys a propósito de la teoría y estética de la instalación427.
El grado estético más alto de claridad que parece alcanzable en lo re ferente a la explicación de viviendas como aparatos de sumersión se con siguió, a nuestro entender, en la desconcertante instalación de Kabakov, El aseo, de la novena documenta de Kassel de 1992, para la quejan Hoet, el comisario responsble, había propuesto al principio el leitmotiv «La casa». Kabakov trabajó en esta instalación con un efecto de decepción, produci do por el hecho de que tras el título «aseo» no se escondía ninguna cha bacanería anal, tampoco una escena pornográfica o cualquier otro sucio
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Ilya Kabakov, El aseo, interior.
secreto del mundo burgués, sino una simple vivienda, como la que había sido típica de los ciudadanos de la Unión Soviética entre los años cin cuenta v setenta. La idea provenía de motivos autobiográficos, pero fue más o menos inspirada por las condiciones de la vida cotidiana en la Unión Soviética: la madre de Kabakov, tal como él informa, con el fin de poder estar cerca de su hijo incluso durante su formación, había conse guido un puesto de trabajo como administradora en el internado de arte en el que él estudiaba, y, como no había a disposición vivienda regular al guna, tuvo que instalarse en un espacio funcional de la escuela, un aseo de jóvenes transformado en ropería. Por esa razón, el aseo-vivienda se con virtió para el joven artista en el prototipo de la vivienda social rusa, ese lu gar mítico de apiñamiento, en el que, a partir de los años veinte, había de ser extinguido el individualismo burgués y generado el nuevo ser humano soviético. La mediocre miseria de tales entornos recuerda, a la vez, las tra diciones del espíritu comunitario ruso, en el que, como asegura Kabakov, la desgracia compartida se vivía a veces como la «dicha de la pobreza ge neral». El poder soviético fue recibido como una tempestad de nieve, co mo una catástrofe climática. » «A pesar de toda la pobreza y carácter de mal sueño de la vida de entonces, teníamos la dulce sensación de que todos vi
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vían así, de que todos nosotros habitábamos una única vivienda comu nal. . . »428. En su comentario al respecto, Groys hizo observar que las vivien das también pueden servir como metáforas de la colección de arte, porque son per se colecciones de objetos reunidos por sus moradores bajo puntos de vista privados, la mayoría de las veces banales, inescrutables para los ex traños: representan, así, exposiciones espontáneas, que sólo se diferencian de las colecciones en las galerías de arte por el hecho de que sus visitantes han de ser conocidos del morador/coleccionista, a quienes se permite la visita por una invitación personal. Desde este punto de vista, dice Groys, el aseo no sólo se convirtió en el concentrado de la documenta 9, sino en una de las metáforas más convincentes del sistema artístico contemporáneo.
La enajenación de la vivienda diaria en la instalación de Kabakov y en el comentario teórico-sistémico de Groys deja claro que, en su forma nor mal, las viviendas son anti-exposiciones que funcionan como colecciones privadas. La vivienda expuesta es una colección privada transferida al es pacio público, el museo de coleccionistas de los no-artistas. Con ello, esta instalación escenifica explícitamente la máquina de redundancia de Flus- ser, el filtro del mundo, que selecciona lo acostumbrado y desacostum brado. Lo decisivo es, ahora, que sólo se puede acceder a ese interior en tanto que se entra en él como espectador: un gesto, que representa el caso normal en museos y exposiciones, pero que resulta extraño en el caso de viviendas, ya que éstas sirven para habitar, para un ser-ahí de modo que no haya que observar o fijarse en nada, ni extrañarse de nada. Normalmente, con la entrada en la propia vivienda acaba para su morador el comporta miento observador, en su lugar aparece un participar difuso, un dejarse- llevar y dejarse-rodear descentrados. El habitar está habitualmente deste- matizado, porque su sentido consiste en generar hábito y trivialidad precisamente. Si la vivienda emerge en el museo, resulta sorprendente la entrada en la vivienda o la inmersión en ella como tal: la emergencia de la vivienda habitual en el museo convierte en tema la inmersión del visitante en ella. Sólo faltaría exponer con ella a los moradores para llevar a cabo la exposición total.
Pero que el ser-en, como estar-sumergido en el entorno de la vivienda, se haga capaz siquiera de presentación: eso es lo que señala un salto en el proceso de explicación del detener-se en viviendas o en cualquier otra configuración de ambiente. Quien entraba en el aseo se veía implicado en una especie de habitar-como-si. Participaba en un experimento con la in-
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Luis Molina-Pantin, Escenificación n. ° 2.
mersión temporal en algo que para otros significaba la situación habitual, su forma de sumersión. La entrada del visitante en el aseo era una salida mitológica: el cambio desde la situación artística a la situación no-artística se llevaba a cabo en el arte mismo; o, por hablar otra vez heideggeriana- mente, se localizaba [er-órtem] en la obra.
La instalación se manifiesta, así, como el instrumento más poderoso del arte contemporáneo para colocar en el espacio de observación situaciones sumergentes como un todo; en ello supera también a las artes análogas de la escena o de la disposición de recintos para animales en los zoos4". Según Kabakov la alta estima habitual de la imagen, que se entendía como invi tación a la entrada del observador en la situación representada, sólo puede asumirla ya la instalación en el presente. No se exagera calificando esto de conmoción o trastorno de las condiciones normales de exhibición. Mien tras que la tradicional exposición artística mostraba preponderantemente objetos extraordinarios, enmarcados o colocados sobre pedestales, la insta lación presenta lo sumergido y lo sumergente al mismo tiempo: el objeto y su lugar se representan a la vez; crea, con ello, una situación que sólo pue de ser sostenida por la entrada del observador en lo sumergente y eo ipso por la disolución del marco o el allanamiento del pedestal. El desenmarca-
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miento de la obra invita al visitante a abandonar la observación y sumer girse en la situación. De este modo se ilustra tanto la complicidad entre la colección de arte y la vivienda como la oposición entre ambas: si el obser vador medio espera del objeto de arte que le impresione y le mueva a zam bullirse en lo desacostumbrado, la vivienda expuesta promete la situación contraria a la excepción: a lo sumo, en ella se está desconcertado porque todo sea normal, y precisamente eso produce la immersión en la banalidad. Se trata de una trivialidad hecha explícita, respecto de la cual nunca se sa be exactamente si puede uno relajarse en ella o no. La inmersión en lo ba nal explícito es una impresión que no se siente como impresión. Nos mo vemos en el terreno ontológico del siglo XX. Como si se tratara de un filósofo de escuela fenomenológica, Kabakov asegura que los «viajes real mente sugestivos» del arte contemporáneo se sitúan en el «ámbito de lo ba nal»430. ¿Cómo no, si las «revoluciones» son, de hecho, explicaciones de lo implícito? En este contexto hay que entender la constatación hecha por Groys: «El elogio de la banalidad es siempre ambiguo. . . »431.
Ya en el año 1921 Paul Valéry había expuesto puntos de vista semejan tes, cuando, en un capítulo de su ensayo-diálogo Eupalinos o el arquitecto, evoca conjuntamente las figuras de Sócrates y de Fedro en un diálogo de muertos, para que, con el ejemplo de la arquitectura y de la música, dis cutan el principio de inmersión o de sumersión-en-la-obra. Las considera ciones de Sócrates sobre el estar-inmerso y estar-encerrado de los seres hu manos en entornos construidos por ellos comienzan como una paráfrasis sobre el dualismo simmeliano de yo y enfrente:
Me gusta charlar sobre las artes. . . Una pintura, querido Fedro, sólo cubre una superficie, la de un cuadro o un muro. . . Pero un templo, cuando se entra en él, o incluso el interior de ese templo, constituye para nosotros una especie de grande za plena, en la que vivimos. . . ¡Estamos, nos movemos, vivimos en la obra de un ser humano! . . . Nos sentimos impresionados y sobrepujados por las condiciones que él ha elegido. No podemos sustraemos a él432.
Esta reflexión pone el acento en dos aspectos a la vez: por una parte, insiste en que en el caso dado lo envolvente es lo sublime; por otra, subra ya que lo circundante representa un artificio y no un entorno natural. Evi dentemente, aquí no se habla de lo sublime-dinámico de Kant, que des
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cribe la naturaleza como una superpotencia, sino de lo sublime-ardficial, por cuya presencia por todas partes una obra humana puede experimen tarse como un entorno sublime.
El Sócrates de Valéry salta con una frase al centro de la estética moder na y se confronta sin rodeos con el enigma de la obra de arte total. Dado que ésta, de acuerdo con la ambición de la vanguardia, se hace extensiva al entorno ambiental entero, desaparece para el observador la posibilidad de examinarla en la postura «burguesa» de la observación desde enfrente. A la vista del templo en el que estoy, ser-en-el-mundo significa directamente ser- en-la-obra-de-otro, más aún, ser consumido por la magnitud artística. ¿Es sólo una casualidad que este Sócrates utilice expresiones que recuerdan el discurso de san Pablo -antiguo hacedor de tiendas y teatros- ante el areó- pago de Atenas sobre el Dios en el que vivimos, nos movemos y somos? 43 Según Valéry, lo mismo sólo se podría decir de un segundo género de ar te, la música:
Estar dentro de la obra de un ser humano como pez en el agua, bañarse com pletamente en ella, vivir en ella, pertenecerle434.
¿No vivías en un edificio móvil, renovado sin cesar y vuelto a reconstruir en sí mismo, totalmente entregado a las transformaciones de un alma, que era un alma espacial? [. . . ] ¿no te parecía como si te rodearan como a un esclavo que ha caído en manos de la presencia repartida de esa música? [. . . ] ¿no estabas encerrado con ella y obligado a estar allí, como una pitia en la cámara llena de vapores? 435
La explicación de la residencia por la teoría de la obra de arte sumer- gente conduce, así, directamente a la discusión del totalitarismo estético o del esclavizamiento voluntario a un entorno creado por seres humanos. En ambos casos se abre paso inmediatamente la referencia a la estética de lo sublime.
Hay, pues, dos artes que encierran a los seres humanos en los seres humanos. . . en la piedra o en el aire. . . cada uno de ellos llena. . . nuestro espacio con verdades artificiales. . . 436
¿Qué es la Modernidad, en este sentido, sino una disposición experi mental de las cosas para demostrar que de lo sublime a lo banal sólo hay
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un paso? Es verdad que, en la época en que Valéry anotaba estas reflexio nes, la pantalla de cine, el medio fundamental de la cultura de masas emergente, que habría de convertirse en medio de avasallamiento, se en contraba todavía en sus comienzos, pero ya estaba en camino resueltamen te a la preparación de arrangements para experiencias mimético-ensoñado- ras, inmersivas, consumibles masivamente. Trabsyaba en la esclavización del ojo y en hacer del órgano de la observación distanciada uno de la in mersión en un medio casi táctil. A la vez, en la Bauhaus de Weimar, bsyo el rótulo de diseño, se había comenzado a gestionar una intervención com pleta en el contexto de la residencia diaria. No sólo la música es territorio demoníaco, también el diseño del espacio, como antes de él la arquitec tura, remite a la inquietud trivial de pertenecer, permanente u ocasional mente, a un entorno configurado completamente por seres humanos. Esas artes explicitan la estancia en lugares con ayuda de montajes de inmersión, que no son otra cosa que propuestas de esclavizamiento para consumidores de la situación total. Por ellas, el habitar se explica como una bienvenida sumisión al ambiente. En la medida en que las viviendas son montajes de inmersión o instalaciones, definen la existencia o el ser-ahí como una ta rea plástica. La instalación es la explicación estética de la sumersión. Esto se muestra, entre otras cosas, en el hecho de que las sumersiones partici pan de los dos valores fundamentales del juicio estético: de sumersiones en lo agradable y banal se dice que son bonitas o habitables, de sumersio nes en lo horroroso e inquietante, que son sublimes o inhabitables.
Esta explicación de la estancia pudo ser productiva a lo largo del siglo XX en la medida en que el diseño de inmersión -alias arquitectura de in teriores- se limitaba a los espacios vitales de los individuos y de pocas per sonas, de las familias y cooperativas. La inmensa bibliografía popular, en constante aumento, sobre interiorismo, vivir con estilo, renovación de ca sas antiguas, cocinas y baños de lujo, aire acondicionado, cultura de la luz, diseño de muebles y casa de vacaciones muestra lo amplio que es el fren te en el que el mensaje de la sumersión en micromedios autoelegidos ha llegado a su público como la máxima auténticamente terapéutica de la se gunda parte del siglo XX. Toda una industria del interior está dispuesta para despertar y discriminar tales demandas. Es significativo que la con ciencia de sumersión se despolitizara rápidamente después de 1945 y se re tirara de las esferas colectivistas sublimes, como si los seres humanos nun ca más quisieran escuchar ya que hay artes «que encierran a los seres
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humanos en los seres humanos». Es como si la memoria colectiva hubiera conservado la intuición de que mientras más grandes estén formateadas las unidades compuestas por inmersión en lo comunitario, con mayor fuerza se presenta la tentación totalitaria. Aunque artistas aislados, en tan to se rodeen de esterilidad y horror, continúen experimentando con el ha bitar sublime, sus ejercicios quedan limitados ahora al formato privado, en todo caso, a una subcultura.
Cuando un día se esté en condiciones de reconstruir cómo fueron de sencadenados los demonios del siglo XX, se pondrá el acento en los inten tos de los guías totalitarios de ampliar la situación sumergente de las vi viendas a la situación total de pueblo y colectivo. El totalitarismo clásico fue la síntesis, hecha desde arriba, de vivienda y obra de arte total437. El Es tado, tomado por una facción, se impone como una instalación total y exi ge de los ciudadanos la immersión sin reservas. Como formatos de paso a esas sumersiones por el todo, funcionaron en el Este los «partidos», en Alemania el ejército. De ahí surgieron las molestas super-viviendas-comu- nitarias, que se escenificaron como colectivos populares o socialistas. Tras su desaparición, el totalitarismo acostumbrado del habitar se ha aliado con la cultura liberal de masas. Ahora aparecen en la tendencia a homogenei- zar los mercados de materiales de construcción y a hacer que todos los bri- coladores de espacios de vida elijan entre los mismos surtidos cromáticos de azulejos, estantes, interruptores y colchones.
Esto es lo que quería decir la filosofía idealista en su época heroica al hablar de que la naturaleza misma abre los ojos en el ser humano. Se podría decir, paradójicamente, que el elemento del entorno, perturba ción, es desplazado por la aparición de la isla de la alerta y la verdad: la is la humana se climatiza a sí misma por excedentes de vigilancia y por las percepciones de gran alcance que generan. La atención de sus habitantes la provocan infinitamente más diferenciaciones e incidentes en su propio ámbito que los acontecimientos en el entorno exterior. Mientras que la vi da animal y vegetal que la rodea se compone de inteligencia constreñida, en la isla ontológica surge un tipo de inteligencia que podría caracterizar se como libre o extática. Para que la paradoja sea perfecta: el éxtasis an-
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trópico es el desplazamiento o represión de la constricción animal. Por eso las islas humanas son mundos, es decir: puntos de concentración del ser o depósitos de éxitos. En ellos se confirma la liaison inmemorial entre alerta y verdad; o entre inteligencia y éxito. Las islas ontológicas son lugares en los que lo abierto desplaza a lo constreñido. En lenguaje fenomenológico esto significa que aquí el espíritu en alerta emerge de un elemento de des concierto.
La esfera humana remonta en tanto hace retroceder sus propias pre misas animales. Ser humano significa la incapacidad innata de seguir sien do animal. En expresión metafísica, esto arroja la tesis de que nos encon tramos tn la isla de la idea, que, en virtud de su infinitud, empuja al trasfondo la finitud de los entornos empíricos. Según ello, lo infinito sería un enclave dentro de las circunstancias finitas. Se abriría como un abismo hacia arriba, como una interrupción de una vida que ha de mantener una perspectiva de algo más-que-vida. Que lo entienda quien pueda. Se expre se como se exprese, las islas del espacio de los seres humanos son puestos de avanzada frente a lo abierto.
Con estas declaraciones sobre insulamientos, que posibilitan seres hu manos, hemos pagado tributo al demonio de lo explícito en la medida en que resulta imprescindible para una teoría contemporánea del hecho hu mano. Si se trata de describir la climatización del espacio habitado, no puede evitarse presentar el clima antropógeno con impertinencia temáti ca y determinar sus componentes con suficiente pormenor analítico. Al hacerlo, se muestra que ni los factores climáticos morales ni los físicos pue den ser aceptados nunca simplemente como dados, sino que sólo sirven para uso humano tras una modificación y ajuste especial; esto se entiende por sí mismo en el caso de los aditamentos culturales a lo elemental; en el caso de los naturales, aún queda por mostrar cómo también ellos sólo en tran en nuestro radio de acción después de una «asimilación» específica. Hegel llegó a decir, incluso, del aire común que tal como se encuentra no es directamente utilizable por los seres humanos; en su Filosofía del Derecho anota, de pasada, con su típica reserva frente a lo inmediato: «Incluso el aire hay que conseguírselo, en tanto que hay que calentarlo»408. La lacóni ca anotación hay que retenerla como núcleo de cristalización de una filo sofía de la cultura como producción de atmósferas.
Añadamos que la producción de lo atmosférico no significa sólo la ree
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laboración de diseño de modelos existentes o una actividad curadora se cundaria: es la producción originaria, por la que los hechos humanos son llamados a la existencia. En el lenguaje del siglo XIX se diría: el clima an- tropógeno es la base sobre la que el ser humano aparece como efecto su- perestructural. Nuestras exposiciones han demostrado implicite por qué, en relación con nuestros objetos, ya no tiene sentido diferenciar entre ba se y superestructura, como sí les parecía conveniente hacer tanto a los ma terialismos primitivos como a los sutiles de ayer. Ahora sabemos que, en la causalidad circular, el epifenómeno de una de las dimensiones es, en cada caso, la base de la otra, y viceversa; sólo la voluntad de ataque, es decir, de simplificación práctica, genera el impulso a establecer fundamentos, de los que se pudieran deducir consecuencias aparentes. En realidad, las con secuencias son más fundamentales que los fundamentos.
Hemos intentado mostrar cómo se aclimatizó tras paredes de distancia el efecto invernadero, gracias al cual los seres humanos se convirtieron en «pupilos del aire»; de un aire en el que ahora hay algo más que el peligro y la costumbre de la vida animal de la sabana. Según la presentación he cha, el invernadero de seres humanos es la estructura de nueve dimensio nes, que se despliega a lo largo de las cosas fundamentales del espacio de acción humano. De ella hay que suponer que describe la complejidad mí nima, sin la que no puede comprenderse adecuadamente la pertenencia a la antroposfera. Lo propio de esa teoría de la esfera humana -a la que Hus- serl había apuntado con el concepto inapropiado de «mundo de la vida»- se muestra en el hecho de que mediante ella la relación entre lo implícito y lo explícito es accesible a la explicación. Está, por ello, en un movimien to, del que Hegel tomó nota por primera vez en su teoría de la reflexión y que precisó Luhmann en su teoría de la latencia propia del sistema. Des de entonces lo implícito aparece bsyo un doble aspecto: como algo, por un lado, que es capaz de explicación, y que encarna, por otro, un valor pro pio, que no puede medirse sólo por la norma de explicitación. Incluso allí donde la explicación pudiera darse, sigue siendo sólo una posibilidad re gional; ni puede, ni debe, hacerse efectiva por todas partes.
Con la mirada puesta en las nueve dimensiones, resulta comprensible que, desde el punto de vista cognitivo, la «sociedad» constituya un campo de lugares con tensiones de explicación desiguales. Donde alcanzan valo res altos, pueden articularse teorías que expresen las formas de compro miso entre conciencia aguda de peligro y especialización lujuriante: una
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caracterización que vale para todas las teorías avanzadas del presente. In teligencias que operan en lugares del mismo nivel de explicitud pueden describirse por su situación en isóbaras cognitivas; se podría decir que están emplazadas ante las mismas tareas u «obras» en el avance del entra mado intelectual, a cuyo efecto las expresiones obra y tarea como mejor se esclarecen es por la exigencia de explicación. Innecesario decir que con ello está acabado todo concepto idílico de ilustración que no tome buena nota de la resistencia a la explicación procesual. Presuponer, como regla general, una convergencia de conocimiento e interés sólo es aún posible para la ingenuidad. La creciente improbabilidad de la teoría avanzada co rresponde al desafecto en ascenso que produce la explicación progresiva. Se comprende que lo que Freud llamó represión constituye un pequeño segmento del campo de las articulaciones improbables y no gratas.
Para la reformulación de la teoría de la sociedad en el lenguaje de las multiplicidades-espacio o espumas tiene una importancia de gran alcance la descripción topológica de la isla antropógena: pues toda célula indivi dual en la espuma ha de ser entendida ahora como micro-insulamiento, que lleva en sí mismo el modelo completo de las nueve dimensiones, es trechamente plegadas. Este análisis celular se manifiesta como una tarea que no desmerece en nada en complejidad frente a los retos de la inves tigación de los grandes cuerpos compuestos. La sociología celular multi- dimensional repite, a su manera, el axioma de Gabriel Tarde: chaqué cho- se est une société, considerando que las expresiones chose y société no sólo designan la composición de la «cosa» de unidades más pequeñas, en toda formación individual hay que añadir ahora la tensionalidad divergente dentro de la pluridimensionalidad. Como células o celdas en la espuma, todo hogar, toda pareja, todo grupo de resonancia, constituye ya una mi niatura del antropotopo entero. Por lo demás, toda célula y todo consor cio de células, alias cultura, están imbricados en una multiplicidad fluc- tuante de imitaciones unilaterales y recíprocas, de cruzamientos y mezclas, en la que no puede identificarse una forma homogénea funda mental. (No sólo toda «cultura» es un híbrido409, ya lo es cada una de sus células. ) Igual que Elias Canetti, en su laudatoria a Hermann Broch410, había reclamado que se entendiera a los individuos como caminantes en tre espacios respiratorios, así el análisis atmosférico ha de describir las cé lulas de la espuma dinámica en sus incesantes oscilaciones sobre los ejes de las nueve dimensiones.
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Por este modo de ver las cosas surge una nueva comprensión de las aportaciones del saber implícito. Hemos apuntado que todos los seres humanos son sociólogos latentemente, pero que, por regla general, no ven motivo alguno para serlo manifiestamente. Entretanto ya puede com prenderse por qué el paso a lo manifiesto es normalmente superfluo. La estancia en la isla antropógena incluye una capacidad, más o menos de sarrollada, de navegar en la dimensión de los nueve topoi, que hace ya tiempo está implicite en boca de todos bajo los rótulos de «experiencia», «realidad» o «mundo». Así como la mayoría de los niños crecen imper ceptiblemente dentro de las complejidades de la sintaxis de su lengua materna, todo isleño medio, por su mera participación en los juegos de vida del grupo primario, adquiere la competencia de moverse con sufi ciente seguridad en cada una de las dimensiones antropotópicas. Ser-ahí significa comprender la sintaxis entera del antropotopo: comprender esa comprensión es otro asunto. Lo que Heidegger en Ser y tiempo había de clarado respecto del quirotopo o del mundo a mano: que, a causa de su familiaridad cotidiana, muestra, con claridad no-discursiva, el rasgo fun damental de la apertura, puede reclamarse mutatis mutandis de las demás dimensiones. El habitante adulto de la isla antropógena percibe con una sola mirada su disposición y tensionalidad interna. Lo más improbable se ha convertido para él en lo evidente; para los habitantes de la isla on- tológica las implicaciones de la situación básica están plegadas, al princi pio, en una compacidad intachable. El útil a la mano, el espacio sonoro, el mundo maternal generalizado, la esfera de confort, el ámbito de los deseos y anhelos, las cooperaciones con los demás, el requerimiento por la verdad, la afectación por los dioses y la tensión por las exigencias de la ley: todo el plegado del hipercomplejo, en el que se mueven con tran quilidad, orientándose fácilmente, se les presenta casi como una superfi cie lisa, sobre la que, en principio, no parece necesario malgastar una pa labra. Cuando se ha logrado la institucionalización de lo monstruoso en la complicidad cognitiva diaria, la mayoría de los seres humanos se co forman con los puntos de vista más acostumbrados: ¿quién puede re prochárselo? Recelan del hablar explícito sobre las cosas de la vida por motivos comprensibles. En todas las culturas, fuera de los laboratorios de brujas de la teoría, uno se pone en guardia ante el raciocinar innecesa rio; porque con lo explícito viene la tormenta. A la vista de los logros del esprit de finesse resultaría natural afirmar que es imposible para los seres
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humanos no ser sabios. Goethe: «La cultura no tiene núcleo ni cáscara / lo es todo a la vez».
Que los seres humanos, sin embargo, como individuos o epidémica mente, malogren el nivel sapiens exige una teoría de la autodepreciación. Una teoría así proporcionaría el suplemento de la historia de las ideas anotada.
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Capítulo 2 Indoors
Arquitecturas de la espuma
Sócrates: Había en mí un arquitecto cuyo desarrollo no consumaron las circunstancias. Fedro: ¿Cómo lo sabes?
Sócrates: Por una propensión íntima a construir que desasosiega oscuramente mis pen
samientos.
Paul Valéry, Eupalinos o el arquitecto
A. Donde vivimos, nos movemos y somos
De la arquitectura moderna como
explicitación de la estancia
Si hubiera que explicar de forma brevísima qué modificaciones ha pro ducido el siglo XX en el ser-en-el-mundo humano, la información rezaría: ha desplegado arquitectónica, estética, jurídicamente la existencia como estancia*; o más simple: ha hecho explícito el habitar**. La arquitectura mo derna ha desmontado en elementos, abordándola de nuevo, la casa, ese aditamento a la naturaleza posibilitador de seres humanos41; la ciudad, que antes disponía el mundo en un círculo a su alrededor, se ha movido del centro, transformándose en un emplazamiento dentro de una red de flujos y rayos. La «revolución» analítica, que constituye el sistema nervioso central de la Modernidad, ha hecho extensivo esto también a las envoltu ras arquitectónicas de la esfera humana, produciendo, por la disposición de un alfabeto de formas, un nuevo arte de la síntesis, una moderna gramática de la creación de espacio y una situación transformada del exis tir en el medio artificial412.
La expresión «revolución del espacio», que Cari Schmitt utilizó para las consecuencias políticas del tránsito a la era del dominio del aire413, habría
*Aufenthalt: estancia, residencia, permanencia o demora en un lugar. (N. del T. ) ** Wohnen. (TV. del T. )
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que reservarla objetivamente para ese suceso, si no hubiéramos reclamado que se renuncie al concepto de revolución, porque constituye una descrip ción fallida, cinéticamente descaminada y políticamente desorientadora, de procesos de explicación. Lo que Schmitt tenía a la vista pertenece a un complejo de fenómenos que hemos descrito como explicación del espacio aéreo por el terror de gas, el arma aérea, el air design y el air conditioning4H; tal complejo constituye el compendio de procedimientos (aerotécnicos, ar tilleros, aviónicos, pirotécnicos, fotográficos, cartográficos), cuya suma pro duce lo que se denomina soberanía aérea o dominio del espacio en la ter cera dimensión. Su prosecución en la técnica electrónica lleva al control sobre telecomunicaciones, alias «dominio del éter», con la consecuencia, comentada a menudo, de que el espacio pasa a un segundo plano, provi sionalmente, en favor de un primado del tiempo. Pero sólo puede aferrar se a la idea de que «pensar el espacio», en general, sea algo superado des de entonces, quien se deje impresionar demasiado por las declamaciones que, en ese sentido, circulan desde los años veinte del siglo pasado. Ya en 1928, el narrador inglés E. M. Forster ponía en boca de un personaje de su narración posthistórica de ciencia ficción, La máquina se para, esta frase: «Sabes que hemos perdido la sensación del espacio. Decimos “el espacio está borrado”, pero no hemos borrado el espacio, sino la sensación de él»415. La tesis del primado del tiempo es una de las formas retóricas de las que se reviste la intimidación por la Modernidad. Quien se rinde a ella se arriesga a perder un acontecimiento clave del pensamiento contemporáneo, que se discute b¿yo el título de «retomo del espacio»416. Michel Foucault: «Quizá la época actual vaya a ser, ante todo, una época del espacio. . . ».
La auténtica «revolución del espacio» del siglo XXes la explicación de la estancia o de la demora humana en un interior por la máquina para ha bitar, el diseño del clima, la planificación del medio ambiente (hasta lle gar a las grandes formas, que llamamos colectores), así como la exploración de la vecindad con las dos estructuras espaciales inhumanas, antepuestas y asociadas a la humana, la cósmica (macro ymicro) yla virtual. De hecho, para hacer explicable la estancia de personas en lugares habitados, fue ne cesaria nada menos que una inversión de la relación entre primer plano y trasfondo en lo que se refiere a las condiciones del alojamiento humano. Dicho bajo la perspectiva yen el tono de Heidegger: el ser-en-algo-absolu- to hubo de ser dislocado antes de que pudiera tematizarse expresamente como habitar-en-el-mundo. Mientras que tradicionalmente los habitáculos
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constituían el trasfondo sustentador de procesos vitales, en el aire cortan te de la Modernidad la inversión del mundo417también alcanza a la exis tencia «mundano-vital». Las obviedades del habitar ya no consiguen man tenerse en el trasfondo. Aunque no siempre proyectemos casas y viviendas al vacío: habrán de formularse en el futuro tan explícitamente como si fue ran los parientes más próximos de la cápsula espacial.
De aquí se sigue la definición de la arquitectura de la Modernidad: es el medio en el que se articula procesualmente la explicación de la estan cia humana en interiores construidos por el ser humano. Según ello, la ar quitectura representa desde el siglo XIX algo que en el decenio previo a la revolución de Marzo de 1848 se hubiera denominado una «realización de la filosofía». Por hablar de nuevo con Heidegger: la arquitectura consuma la localización [Er-Orterung] del ser-ahí. No se contenta con ser el peón, más o menos preocupado por el arte, de la construcción humana de ha bitáculos, cuyas huellas pueden seguirse hasta los arrangements arcaicos de lugares de acampada, cuevas y chozas. Reformula los «lugares» en los que puede tener lugar algo así como el habitar, quedarse y estar-consigo, bajo condiciones de alta auto-referencia, alta mediación de dinero, alta legali- formidad, alta interconexión y alta movilización. De esos lugares sabemos ahora que ya no pueden pensarse durante más tiempo sólo como el aquí y allí en un «mundo de la vida». Bajo las condiciones vigentes, un lugar es: una porción de aire cercada y acondicionada, un local de atmósfera trans mitida y actualizada, un nudo de relaciones de hospedaje, un cruce en una red de flujos de datos, una dirección para iniciativas empresariales, un ni cho para auto-relaciones, un campamento base para expediciones al en torno de trabajo y vivencias, un emplazamiento para negocios, una zona regenerativa, un garante de la noche subjetiva. Cuanto más avanza la ex plicación, tanto más se parece la edificación de viviendas a la instalación de estaciones espaciales. El habitar mismo y la producción de sus recep táculos se convierte en un deletreo de todas las dimensiones o compo nentes que se han ensamblado en la isla antropógena, creciendo juntos originariamente; en ello, la descomposición de condiciones de vida com pletamente aglutinadas, y su remodelación racional, puede llevarse hasta el valor límite de la repetición de la isla-mundo humana, en general, en un apartamento para un único habitante.
Es, sobre todo, la movilidad moderna del tráfico de personas y mer cancías la que ha creado condiciones de percepción y diseño radicalmen
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te distintas para todo lo que se refiere al habitáculo humano. Sólo desde que parte de la humanidad, a la que afectó primero la Revolución Indus trial, se ha abierto camino laboral en Europa y en Estados Unidos, libe rándose de su condición agraria, y se ha convertido a un modus vivendi se- mi-nómada, multilocal, puede apreciarse qué lleno de condicionamientos estaba el antiguo modo de habitar en los pueblos y dominios de la época agraria. Todo el saber que llevamos en nosotros sobre viviendas y costum bres, procedente del antiguo inventario, refleja un hábito de habitantes en patrias natales, patrias políticas y regiones, que fue perfilándose durante el reino de diez mil años del sedentarismo, y cuyos sedimentos formales y ma teriales se presentan en forma de arquitecturas de casa, pueblo y ciudad, transmitidas históricamente. Este universo pertenece a una vida detenida, que, a causa de su encogimiento en estrechas delimitaciones de campo y ritmos cansinos, no fue capaz de dar cuenta adecuada de los motivos y con diciones de su comportamiento habitacional. Nunca tuvo una razón sufi ciente para ello, por no hablar de la falta de medios.
En este asunto la época actual no sólo posee la ventaja de la explicitud; el ángulo de la reflexión ha cambiado lo bastante como para provocar una atención crónica, analíticamente productiva, a cuestiones de estancia y de hábito. Hoy se puede decir tranquilamente que la vida en el sedentarismo sucedía demasiado despacio, demasiado encorvada sobre sí misma y de masiado orientada al modelo de las plantas, como para poder manifestar se en sus formas de habitar con la desterritorialidad imprescindible para el conocimiento teórico. Mientras se mantuvo en el poder la condición se dentaria de mundo, el dicho de Varrón, que el campo era de origen divi no y la ciudad, por el contrario, un aditamento de mano humana, cir cunscribía todo el horizonte: ello quería decir que sólo pueden saber qué significa estar en casa aquellos habitantes de ciudades que consideran sus residencias ciudadanas como segunda vivienda, mientras honran como hogar patrio sus villas en el campo. El ser humano de ciudad tiene que creer de sí que en realidad es sólo una planta trasladada de sitio; y las plan tas no habitan en ninguna parte, echan raíces (y plantas con raíces dupli cadas resultan, en verdad, un tanto híbridas). Sólo desde la aparición de las modernas condiciones de tráfico -entendiendo tráfico como explica ción de movilidad y telemovilidad- surgieron alternativas reales arquitec tónicas, técnico-transportistas y existenciales al hábito post-neolítico de ha bitar, alternativas que consiguieron, por fin, traer luz al eterno claroscuro
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del sedentarismo. Ahora se puede positivar el escepticismo frente a todo lo adherido al suelo; el concepto de desarraigo adquiere sonoridad y pue de ser presentado como una exigencia. Desde ese corte histórico es ex- presable que el habitar tradicional en los así llamados hogares patrios no representa en absoluto la norma y protofigura universalmente válida del demorarse en un lugar, como, incluso en estos tiempos, enseñan ciertos pietistas del habitar. Ese demorarse es el modo tenaz, pero superable, de estancia en un lugar de seres humanos a los que retiene algo.
1El estar-retenido; lugar de parada y almacén
Desde que la Modernidad ha elaborado formas arquitectónicas espe ciales para asistir a seres humanos en situaciones en las que están reteni dos, puede decirse en un lenguaje frío qué son esencialmente los habitácu los. Pertenece a los característicos gestos confortantes de la Modernidad el que fuera capaz de crear, para viajeros sin enlace inmediato, las formas ar quitectónicas, nunca vistas, de lugares de parada protegidos y salas de es pera climatizadas, como si le importara admitir que a los seres humanos les resulta la espera demasiado ingrata como para no aventurarse al in tento de aminorar sus apuros con un mínimo de confort. Con suficiente libertad de abstracción puede reconocerse que, en principio y la mayoría de las veces, también las casas son lugares de parada; con mayor exactitud: salas de espera, en las que se pasa el tiempo hasta la llegada de un acon tecimiento exactamente previsto.
No es ningún enigma irresoluble saber de qué se trata en el caso de los esperantes más antiguos: la casa del ser humano neolítico es una sala de espera en la que permanecen sus moradores hasta que en los campos al la do del pueblo llega el momento por el que uno se ha tomado la molestia de la espera: el instante en el que los frutos plantados son aptos ya para consumir, almacenar y volver a sembrar. Por lo que sabemos, ha sido Vilém Flusser quien contextualizó topológicamente y escribió formalmen te esta constatación aparentemente trivial, pero nunca antes formulada ex- presis verbis. Las casas son salas de espera en lugares de parada. No fue ca sual que esto ocurriera en el marco de una especulación sobre las metamorfosis del espacio de vida, producidas por los descubrimientos del espacio cósmico más distante y del espacio virtual.
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Parada de autobús en Aquisgrán, «La garra», diseñada por Eisenman Architects, realizada por JC Decaux. Foto: Christian Richters.
Las casas son lugares de parada para vida retenida, y ofrecen un sitio a la irrupción del tiempo en el espacio: esta expresión es la figura expli cativa de la más recóndita obviedad con respecto a la estancia del ser hu mano en habitáculos. Puesto que regresa desde la reserva más honda, constituye la penetración o comprensión más profunda en la historia de la reflexión sobre el construir, el habitar y la vida alojada. Desde el pun to de vista de la filosofía de la cultura, resulta útil porque define la casa desde el servicio de alojamiento que presta a los sedentarios; es antro pológicamente fecunda, porque interpreta el sedentarismo como un exis- tencial de la espera al producto agrario (lo que, pace Heidegger, no sig nifica ni el trato cuidadoso con el útil, ni la marcha adelante hacia la muerte). Además de esto, la tesis de Flusser contiene perspectivas tera péuticas, porque une el diagnóstico sobre el ánimo fundamental de la vi da retenida con una esperanza de cambio de ánimo por nuevas ofertas de movimiento. Hasta ahora habitar significaba esencialmente: no-poderse- ir-fuera. ¿Cuánto no puede devenir todavía el ser humano, un ser que ha
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bita, cuando experimenta que habitar significa poder-ser-aquí-y-en-cual- quier-otra-parte?
Cuando se habita more rustico en casas se desarrolla un clima interior tal como corresponde a una vida retenida, señalada por una resignación uni forme y una confianza impuesta. En esta situación, el aburrimiento es la to nalidad en la que el ser interpreta sus piezas. Como sucede con toda músi ca popular, hay que haber nacido en ella para encontrarla soportable. Que, desde el punto de vista de la profundidad, tiene que estar en orden lo que de todos modos no podría cambiarse aunque se quisiera: esa postura fren te a la totalidad de los hechos que significan el mundo constituye la carac terística de la vida en culturas que edifican terrenos. Quien, desde el pun to de vista de la historia de la civilización, busque la fuente del «primado del objeto» puede cerciorarse aquí de ella. Mientras se esté en casa en una forma de mundo, en la que summa summarum no se pueda cambiar nada de todo lo que es el caso, las cosas reales y sus entrelazamientos, que constitu yen las circunstancias dadas, tienen prioridad absoluta frente a los meros objetos de deseo. Esto constituye, psicológicamente, la matriz de la depre sión maníaca o del abatimiento iluminado por pequeñas esperanzas. En es ta situación, el saber que cuenta siempre va teñido de sumisión a lo que irremisiblemente existe así-y-no-de-otro-modo. En ese ámbito de disposi ción de ánimo se ha movido la vida sedentaria durante toda una era. Efec tivamente, quien cultiva algo ha de saber esperar; a quien le sale mal lo pre visto ha de estar dispuesto una y otra vez a comenzar de nuevo.
El año de los campesinos es un adviento agrario. Su resultado psíquico es la vivencia religiosa del tiempo: por el pensar en conceptos de siembra y cosecha adquiere carta de naturaleza la unión de venida y complacencia por ello, con la que enlaza todo pensar tipológico con su dual de prome sa y cumplimiento. Sea lo que sea lo que crezca en los campos del devenir: siempre se preguntará, con razón, de qué siembras proceden las cosechas. Por sus frutos conoceréis la siembra. En el antiguo mundo sedentario, pensar o ser sabio en contextos amplios no significa otra cosa, en princi pio, que prestar atención al conjunto de los hechos concernientes a la ma duración cuidada.
Aquí hay que recordar que la palabra del antiguo alto alemán bur no significa sólo la casa, el cuarto o la celda, sino también lajaula en la que se mantiene la volatería; en sueco significa arresto. En la palabrajaula puede comprobarse lo que posiblemente sucede a los arrestados por el creci
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miento de las plantas. Quien acepta esperar a la planta tiene que instalar se en unajaula en la que domina la lentitud. Por eso la primera casa es una máquina para habitar un tiempo que se hace largo. Como centro de de tención para el cuidado de los ciclos de maduración, la casa de labor crea el inconfundible apego de los habitantes a los terrenos edificados. De ahí surge, como su primera plusvalía metafísica, la confianza mundana en la naturaleza como repetición. En ese régimen se sabe en cada momento pa ra qué se está ahí; el acontecimiento, a causa del cual se soporta la situa ción general, seguirá siendo siempre el mismo. Uno pasa el año para ce lebrar el sacramento de la physis, esta vez igual a todas.
Así pues, habitar significa, al principio, existir pendiente de la cosecha en una estación de cereales. Una vez al año pasa el tren del grano y para ante nosotros. Si hasta ahora hemos permanecido en vida, es porque con tamos con el privilegio de la estación y quedamos en el ámbito de un tra yecto fértil. Una vez introducido el cargamento comienza un nuevo ciclo de espera, asegurado por las reservas de la última cosecha. Si alguna vez fa lla el tren, a causa de una mala cosecha o de disturbios políticos, domina la escasez y arroja a la miseria a quienes no saben más que esperar. En cuanto se perturba la conexión de habitar y esperar, como tradicional mente sucede en períodos de crisis militar y sistemáticamente desde la Re volución Industrial con sus consecuencias de des-agralización de la vida, puede suceder que los existentes pierdan su orientación en el decisivo ins tante placentero de la cosecha. ¿Qué sucede si llega el verano y en los cam pos ya no queda nada que recolectar? En su analítica del aburrimiento*, Heidegger describió evocativamente esa amenazante posibilidad:
Ese hacerse largo del momento manifiesta el momento del ser-ahí en su indeter minación absoluta, jamás determinable. Esta indeterminación apresa al ser-ahí, pe ro de manera que éste, en todo ese momento largo y alargado, no puede concebir más que está retenido en él y a él. [. . . ] El hacerse largo significa una desaparición de la brevedad del momento? ,8.
Lo que aquí tematiza Heidegger es el terror al paro, que se muestra co mo no-tener-nada-que-hacer. La brevedad [o entretenimiento] del mo-
* Langeweile, literalmente: instante o momento o lapso de tiempo largo, que se hace lar go. (N. del T. )
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mentó sólo tiene una oportunidad de enseñorearse de nuestra vivencia del tiempo cuando nos vemos implicados en ese instante fértil, que nos dice por sí mismo lo que hay que hacer ahora. El imperativo categórico de la ontología agraria: ¡interésate por la cosecha! sólo puede seguirse mientras exista una tensión razonable entre previsión y cumplimiento.
Según eso, la casa de los primeros campesinos sería un reloj habitado. Es el lugar de nacimiento de dos tipos de temporalidad: del tiempo que va al encuentro del acontecimiento, y del tiempo que, como si anduviera en círculo, sirve al eterno retorno de lo mismo. Las casas se diferencian de las cabañas, con las que durante mucho tiempo siguen estrechamente empa rentadas, y a menudo tan semejantes que se las confunde, por su perte nencia al primer proyecto: la conexión de siembra y cosecha. Es verdad que la casa contiene la cabaña primitiva y la supera en tanto que adopta sus funciones: cobijo del sueño, protección del tiempo e insectos, disposi ción de una esfera de retirada para lo sexual y de una esfera de confort pa ra situaciones de digestión pesada. Al contrario, la cabaña no puede con tener nunca la casa porque no tiene proyecto alguno de cosecha y se agota en proporcionar abrigo día a día. (De ahí la atracción de la existencia en la cabaña para civilizados, agotados en proyectos, que se enjambran du rante sus vacaciones en tiendas de camping y caravanas, retirados en con- tainers, que no obligan a sus habitantes a la espera de un producto, y en los que pueden hacerse parrilladas, ver la televisión, copular y olvidar el pro ducto nacional bruto. ) Por lo que respecta a las famosas excursiones de Heidegger a la cabaña de Todtnauberg, llamar así a ésta es falso, porque en realidad se trataba de un granero dedicado al aporte de cosechas pro venientes de lo insólito. De la cabaña sobre ruedas resulta en el siglo XX la caravana, a la que Flusser ha saludado como indicio de que habríamos lle gado al final de la nueva edad de piedra: un bellaco quien haya de poner aquí algún reparo estético41'.
El tiempo ligado a las casas se divide en tiempo de espera y tiempo de maduración, previsión y presente real, de donde épocas posteriores dedu cen la dualidad de lo crónico y de lo cairótico, incluidas semanas amargas, fiestas alegres. Así como en la casa, como tal, el tiempo se divide en dos modalidades, el régimen doméstico lo hace según su tipo de edificación: al lado de la casa para la espera, en la que los seres humanos residen, la mayoría de las veces en estado de pobreza relativa, se construye el alma cén, la casa de la abundancia, donde se guarda el valor comestible, la po-
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Prominencias de toba preparadas para viviendas
en Capadocia. Aquí, junto a las viviendas, se encuentran palomares, graneros, cavidades-despensa y tumbas.
sibilidad de futuro, la liberación colectiva del hambre y de la necesidad. Este campo de fuerza, en el que las provisiones, los dioses y el poder, jun to con su máquina de guerra, se mezclan, configurará en la época de los imperios ciudadanos el centro energético de la ciudad.
Ambas formas de edificación corresponden, cada una a su modo, a las estructuras temporales del ser-ahí domesticado. La casa de las provisiones es un reloj de grano, que funciona durante todo un año y transmite al co lectivo de usuarios una promesa de supervivencia de esa misma duración; mientras que las casas de vivienda cumplen, sobre todo, con su condición de máquinas de espera. Al bicameralismo de las casas del tiempo corres
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ponde una bipartición de los caminos y movimientos que pertenecen al primer habitar doméstico: por un lado, caminos que conducen de los cam pos a la casa de las provisiones y que sirven para la cosecha, para la reco lección, el almacenaje; por otro, caminos de retorno de las provisiones a la casa, que se utilizan para el reparto, la dispersión, la consumición. En los primeros se produce lo público y común: razón por la cual hasta hoy día la publicación va unida al gesto esencialmente bello del incremento de la propiedad común; en los segundos, lo doméstico y privado: razón por la cual la traída a casa de objetos que se han procurado fuera cuenta entre los gestos originarios de la vuelta enriquecida a lo propio420. (A ello se aña den terceros caminos, que conducen de las casas a los campos y de los cam pos a las casas; se trata de aquellos que después serán los que conduzcan al lugar de trabajo y traigan de vuelta, caminos ingratos que sirven, con otros medios, a la prosecución de la espera de los ingresos. )
A quien tiene acceso privilegiado a las provisiones le resulta más fácil pensar que habitar tiene que significar más que esperar a la próxima co secha. El almacén lleno inspira el ánimo desbordante de señores filobáti- cos, eruptivos, amigos de iniciar campañas, que pueden mantener bagaje y séquito asilvestrado. Hacen expediciones para aumentar sus radios de ac ción y manifestar su excéntrica energía, mientras que los campesinos, los de barro, con la mirada puesta siempre en el futuro de grano, no pueden hacer otra cosa que seguir su condición de espera y sedentarismo.
Desde que existe la plusvalía agraria y su santificado reparto desigual, las «socie dades» se dividen entre los tranquilos, que están quietos y sirven, y los in tranquilos, de miras más amplias, que montan historias. Los últimos son quienes elaboran primero proyectos más allá del año. Frente a la ligazón al lugar de aquellos que desarrollan su trabajo en el campo, a nivel ali menticio y en estado de espera, está la movilidad de señores bien abaste cidos, que se apoyan en provisiones suficientes como para vivir expresiva y agresivamente. En su caso, la espera a la madurez del grano se amplía a la espera de la madurez de la victoria, más allá de estación y año. En cir cunstancias de mundo posteriores, la espera a los resultados y cifras en ge neral se concibe de forma nueva como tiempo de proyecto y espacio de tiempo de negocio.
El mundo campesino sólo conoce el adviento, no el proyecto; su razón surge de la meditación sobre la planta útil y sus analogías cósmicas. Sólo por el hecho de que tiene lugar la sementera, ya se prefigura también en
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el universo campesino el proceder inversor, con el que toma forma en el tiempo la introducción de la idea de ganancia; aunque esa idea de ganan cia permanezca aún discreta y en el trasfondo. Para el mundo agrario, hoy casi hundido, y en principio sólo para él, puede valer la observación de Heidegger: que la precaución o la economía [das Schonen] constituye el «rasgo fundamental del habitar»421. Así habla al final de la era sedentaria pasada el último profeta del ser-como-las-plantas. Por una mirada retros pectiva a su gigantesca obra se entiende que él fuera el proto-ontólogo, transferido al final de su época, del abrirse y dejar crecer vegetativo. En me dio de producciones, inversiones y bombardeos sin número, el pensador más grande de la antigua Europa, dudando en el límite entre mundo de crecimiento y mundo de proyecto, sigue concibiendo la aparición nada es pectacular de la madurez como el arquetipo del acontecimiento decisivo.
El ser-ahí, entendido desde el modo de alojamiento campesino, evoca el estado de ánimo fundamental de la paciencia endeudada, de acuerdo con la cual tanto los individuos como las familias y los pueblos han de en tenderse como seres-a-la-espera. En la espera se imprime su ethos en la vi da retenida en ella: que haya que dejar de utilizarse por algo que tiene mayor contenido ontológico y mayor poder temporal que ella misma. En este régimen, la vida individual, como calmo consumidor de su propio tiempo, se convierte en consumido por parte de una magnitud superior, da igual que lleve el nombre de familias, pueblos, dioses o artes. Con ello queda perfilada la situación fundamental del sentir metafísico tradicio nal: quien espera que las cosas maduren piensa irremisiblemente en una cosecha de tipo superior, en la que él mismo es esperado como un grano maduro. La sabiduría del homo metaphysicus está en el lema: «cosechar y dejarse cosechar».
2 Receptores, instalaciones de habituación
Con la explicación de la estancia como espera a lo maduro, ha entrado en su primer estadio el trabajo de reconstrucción técnica del elemento en el que los seres humanos viven, se mueven y son. Desde éste se desarrolla un segundo estadio, cuya señal característica aparece en cuanto la espera a lo que madura se amplía a signos que anuncian lo que se acerca y suce de junto a nosotros. La Modernidad ha proyectado la espera receptiva de
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Tatsumi Orimoto, ¡ti the Box, 2002.
signos en artificios técnicos, tales como aparatos de radio y teléfonos, cuya existencia permite decir retrospectivamente lo que las casas humanas han sido siempre desde otro punto de vista, a saber: estaciones receptoras de misivas desde lo insólito. Heidegger, a quien más sigue debiendo la feno menología del habitar (junto con sus sucesores Bollnow y Schmitz), ha de finido la conexión entre el habitar y la espera a signos de lo desacostum brado como matriz de la receptividad religiosa o contemplativa:
Los mortales habitan en tanto esperan a los divinos como los divinos. Esperan zados, Ies achacan lo inesperado. Esperan la señal de su llegada y no ignoran los signos de su falta. . . En la desgracia aún esperan la gracia substraída42.
Traducido a expresiones más profanas (y prescindiendo de que se tra ta de paráfrasis de la teología poética de Hólderlin), de ello resulta el enunciado: que los seres humanos habitan instalados en una trivialidad tal que sólo ella les permite diferenciar lo no-trivial. Esta diferenciación no se hace por un juicio teórico, sino mediante la buena voluntad y capacidad de la vida estructurada por costumbres para emprender algo con lo desa
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costumbrado, aunque nada más fuera extrañarse y hablar de ello. En una primera lectura esto significa que los seres humanos, encerrados en sus ha bitáculos, están buscando liberarse de la trivialidad. Este universal escéni co alcanza hasta la vida moderna de apartamento, donde el estar sentado allí, en lo propio, va unido a la espera de que alguien llame. Esta sospecha, manifestada a menudo, tiene un núcleo de verdad: la caída del primer hombre por el pecado original es idéntica al modo de vida sedentario. Los afectados entienden que llevan otra vida que aquella para la que han sido creados. Sin embargo, casi nadie puede acordarse ya de qué «sería otra co sa». Dios y los nómadas todavía pueden hacer lo que quieren, son totaliter aliterpara los sedentarios.
Una carga de la vida doméstica es que sigue entregada a la pobreza de estímulos. Cuando genera excedentes de sentido y expresión fluyen al oráculo, al adorno, en imágenes interiores y exteriores. En sus momentos fecundos la vida detenida produjo frescos en el techo con caídas al infier no y cascadas de mujeres desnudas. En otros tiempos la vida a la espera se especializó en la construcción de catedrales, lugares de parada o estacio nes monstruosas, que obligan al cielo a aceptar pasajeros humanos. La ins titución de la hospitalidad, codificada en muchas culturas religiosamente, se remonta a la posibilidad de recibir al huésped en la propia casa como signo de lo desacostumbrado, cuando no directamente ya como «mensa
jero-señal de la divinidad»423. ¿No ha habido algún momento en que un re cién llegado anodino se convirtiera realmente en el salvador anunciado? Pero, dado que el apetito de señales a través de huéspedes no puede satis facerse solo, innumerables sistemas mánticos ofrecen sus servicios para do tar a la vida del necesario plus de signos. Mientras menos vivencias tienen los sedentarios, más les sirve lo extraordinario como alimento básico. No sólo de pan vive el ser humano, sino de cualquier indicio de que algo su cede también en cualquier parte. Cuando llega un día en que las señales procedentes del más allá ya no resultan aceptables, se las sustituye por no ticias de periódico, novedades editoriales y signos del tiempo.
En una segunda mirada se muestra que hay que explicitar las viviendas en un sentido mucho más radical aún que como receptores. La función de los receptores es clasificar lo que llega en significativo y no significativo, e impedir, así, la implosión anímica que aparece cuando todo o nada es in formativo. En ese sentido, las viviendas son estaciones terapéuticas ontoló- gicas para seres que pueden enfermar de insuficiencia de sentido: filtros
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frente al nihilismo, sanatorios para el tratamiento de trastornos del aparato significativo. Desde el punto de vista de esta comprensión onto-sanatorial del habitar coinciden Heidegger y Vilém Flusser, que, como pioneros de una hermenéutica de la falta de patria, tomaron, por lo demás, caminos di ferentes. Mientras que Heidegger creyó ver en la falta de patria un sino epo- cal del «ser humano moderno», sino que uno no puede percibir sin lamen tarlo o, en todo caso, sin una nota de meditación heroica, en caso de darle un giro positivo, Flusser, en sus reflexiones sobre su propio destino de emi grantejudío, optó por la desmitificación de la patria o del suelo patrio, más aún: por un concepto agresivo de existencia en la falta de suelo, en general. Esta elección se apoya en un argumento de la filosofía de la información:
Se considera la patria como el lugar relativamente permanente, la vivienda co mo el mudable, trasladable. Lo contrario es lo correcto: se puede cambiar de pa tria o no tener ninguna, pero siempre hay que vivir en no importa qué parte. Los clochards parisinos viven bajo puentes. . . y, por muy terrible que pueda sonar, se vivía en Auschwitz.
Me construí una casa en Robion para vivir allí. En el núcleo de esa casa está mi escritorio acostumbrado con el acostumbrado aparente desorden de mis libros y papeles. Alrededor de mi casa está el pueblo, al que me he acostumbrado, con su acostumbrada oficina de correos y su tiempo acostumbrado. Alrededor de ese en torno cada vez resulta todo más desacostumbrado: la Provenza, Francia, Europa, la Tierra, el Universo. . . Estoy sumergido en lo acostumbrado, para recoger ahí cosas desacostumbradas y para poder hacer cosas desacostumbradas. Estoy sumergido en la redundancia para recibir ruidos como informaciones y para poder producir in formaciones4'1.
Robion, el pueblo provenzal de Flusser, tiene buenas perspectivas de entrar en la historia de las ideas como contrapunto a Todtnauberg, por que ha cobrado merecido honor como pueblo modélico en la explicación de la estancia por la nueva lógica de la intimidad del hogar. Así como an tes hablamos de inversión del mundo en el contexto de una reflexión to- pológica sobre ecología y cosmonáutica425, a la vista del efecto-Robion habría que hablar ahora de una inversión de la vivienda: según la cual el habitar ya no puede valer como función de la patria; el ser-en-la-patria es, más bien -se entiende tarde-, un efecto secundario, tan comprensible co mo problemático, del habitar.
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it (Stanislas Zimmermann/Valérie Jomini), living unit, it design, www. it-happens. ch, 2000.
A la luz del análisis semio-ontológico, la vivienda aparece como gene rador de redundancia o como máquina de hábito, cuya tarea es dividir en familiares o no-familiares la masa de las señales que llegan «del mundo», candidatas a ser significativas. En este sentido, la vivienda es una agencia para la determinación de señales utilizables. No se puede estar en casa an tes de que se forme una unidad casi inconsciente con las cuatro paredes propias y con todo lo que las amuebla. Así, la vivienda sólo hace a sus mo radores propiamente capaces de existencia en tanto que los provee de la primera diferenciación que marca una diferencia: la que hay entre lo ha bitual y lo excepcional, entre lo que permanece en el trasfondo como al go familiar y lo que resalta porque resulta desacostumbrado. Así pues, a las funciones primarias del habitar pertenece la de proveer a los habitantes de habituaciones (aunque las habituaciones, por otra parte, sean más antiguas y generales que el modo sedentario de construir casas). En este sentido, las viviendas modernas constituyen instalaciones explícitas de abotargamien- to, que producen el background para sensibilizaciones. Modernidad signifi ca: también el trasfondo se hace producto, lo evidente es víctima de la es-
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casez, lo acostumbrado se descompone en un campo de tareas articuladas y proyectos técnicos.
Pero que una vivienda (en la que vivimos ahora) únicamente pueda apa recer en series de viviendas (en las que habitamos antes) es algo que sólo resulta perceptible en tiempos de movimiento intenso; igual que sólo se ha ce evidente más tarde el hecho de que todas las transferencias comiencen como traslados de espacio y vivienda, antes de convertirse en traslados de afecto o proyecciones. Hay que haberse mudado a menudo para entender, desde el tercero, cuarto, cuál fue el primer modo de habitar: una habitua- lización involuntaria; un dejarse dominar por el milieu y una tonalización originaria por un estado de ánimo. Heidegger describió esto con la enor me expresión «estado de arrojamiento» [Geworfenheit], una expresión que supone una inclinación profunda y encubiertamente irónica del pensar an te el primer golpe del azar. Ahora se entiende por qué el habitar posterior y más consciente procederá a elegir él mismo sus contextos de aclimata ción, y a aceptar o rechazar las propuestas de aclimatación materializadas en una nueva vivienda. En consecuencia, la vivienda posterior adquiere ca da vez más rasgos de autodiseño. Por eso, la repetición puede ser la matriz de la invención. Hay que contar la conciencia estética entre las consecuen cias adláteres de la mudanza, en tanto ésta promueve la capacidad de po ner entre paréntesis los fenómenos. La sola virtud filosófica de asombrarse de cómo sea algo, y de que sea, da testimonio de la incapacidad de la inte ligencia vigilante para acostumbrarse realmente a algo, sea lo que sea: des cubre que, en los inteligentes, la instalación en la casa del mundo tropieza con una reserva inmemorial, que no puede borrar rutina alguna. Ya la pri mera inmersión mantiene un aura de incredulidad. El asombro que pro duce ésta desautomatiza el traslado. No considerar nunca completamente garantizadas las repeticiones es el comienzo de la sabiduría.
3 Sumersión e inmersión
La explicación de la estancia por medio de la sala de espera y del re ceptor de noticias, o bien, por la máquina de costumbres, llamada vivienda, acerca a un tercer peldaño, fácilmente alcanzable desde el segundo: Flusser ya ha puesto enjuego una posible formulación para este avance, cuando es cribió que estaba sumergido en la redundancia. Con la metáfora de la su-
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Ilya Kabakov, El aseo, exterior, 1992.
mersión rozó el estrato radical de la territorialización humana en situacio nes, habituaciones y cotidianidades. La investigación de todo lo que tiene que ver con el modo de residencia humano sólo puede alcanzar un grado de expresividad, analíticamente satisfactorio y suficientemente llamativo, si se lleva hasta una analítica de la situación sumergente: una empresa a la que, a nuestro entender, más han contribuido, junto a las singulares ocu rrencias del joven Heidegger, las reflexiones de Paul Valéry del año 1921 so bre la esencia de la arquitectura como modulación de la immersión, com parables sólo a los intentos posteriores de Hermann Schmitz de fundar de nuevo un situacionismo fenomenológico426, y a los diálogos de Ilya Kabakov y Boris Groys a propósito de la teoría y estética de la instalación427.
El grado estético más alto de claridad que parece alcanzable en lo re ferente a la explicación de viviendas como aparatos de sumersión se con siguió, a nuestro entender, en la desconcertante instalación de Kabakov, El aseo, de la novena documenta de Kassel de 1992, para la quejan Hoet, el comisario responsble, había propuesto al principio el leitmotiv «La casa». Kabakov trabajó en esta instalación con un efecto de decepción, produci do por el hecho de que tras el título «aseo» no se escondía ninguna cha bacanería anal, tampoco una escena pornográfica o cualquier otro sucio
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Ilya Kabakov, El aseo, interior.
secreto del mundo burgués, sino una simple vivienda, como la que había sido típica de los ciudadanos de la Unión Soviética entre los años cin cuenta v setenta. La idea provenía de motivos autobiográficos, pero fue más o menos inspirada por las condiciones de la vida cotidiana en la Unión Soviética: la madre de Kabakov, tal como él informa, con el fin de poder estar cerca de su hijo incluso durante su formación, había conse guido un puesto de trabajo como administradora en el internado de arte en el que él estudiaba, y, como no había a disposición vivienda regular al guna, tuvo que instalarse en un espacio funcional de la escuela, un aseo de jóvenes transformado en ropería. Por esa razón, el aseo-vivienda se con virtió para el joven artista en el prototipo de la vivienda social rusa, ese lu gar mítico de apiñamiento, en el que, a partir de los años veinte, había de ser extinguido el individualismo burgués y generado el nuevo ser humano soviético. La mediocre miseria de tales entornos recuerda, a la vez, las tra diciones del espíritu comunitario ruso, en el que, como asegura Kabakov, la desgracia compartida se vivía a veces como la «dicha de la pobreza ge neral». El poder soviético fue recibido como una tempestad de nieve, co mo una catástrofe climática. » «A pesar de toda la pobreza y carácter de mal sueño de la vida de entonces, teníamos la dulce sensación de que todos vi
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vían así, de que todos nosotros habitábamos una única vivienda comu nal. . . »428. En su comentario al respecto, Groys hizo observar que las vivien das también pueden servir como metáforas de la colección de arte, porque son per se colecciones de objetos reunidos por sus moradores bajo puntos de vista privados, la mayoría de las veces banales, inescrutables para los ex traños: representan, así, exposiciones espontáneas, que sólo se diferencian de las colecciones en las galerías de arte por el hecho de que sus visitantes han de ser conocidos del morador/coleccionista, a quienes se permite la visita por una invitación personal. Desde este punto de vista, dice Groys, el aseo no sólo se convirtió en el concentrado de la documenta 9, sino en una de las metáforas más convincentes del sistema artístico contemporáneo.
La enajenación de la vivienda diaria en la instalación de Kabakov y en el comentario teórico-sistémico de Groys deja claro que, en su forma nor mal, las viviendas son anti-exposiciones que funcionan como colecciones privadas. La vivienda expuesta es una colección privada transferida al es pacio público, el museo de coleccionistas de los no-artistas. Con ello, esta instalación escenifica explícitamente la máquina de redundancia de Flus- ser, el filtro del mundo, que selecciona lo acostumbrado y desacostum brado. Lo decisivo es, ahora, que sólo se puede acceder a ese interior en tanto que se entra en él como espectador: un gesto, que representa el caso normal en museos y exposiciones, pero que resulta extraño en el caso de viviendas, ya que éstas sirven para habitar, para un ser-ahí de modo que no haya que observar o fijarse en nada, ni extrañarse de nada. Normalmente, con la entrada en la propia vivienda acaba para su morador el comporta miento observador, en su lugar aparece un participar difuso, un dejarse- llevar y dejarse-rodear descentrados. El habitar está habitualmente deste- matizado, porque su sentido consiste en generar hábito y trivialidad precisamente. Si la vivienda emerge en el museo, resulta sorprendente la entrada en la vivienda o la inmersión en ella como tal: la emergencia de la vivienda habitual en el museo convierte en tema la inmersión del visitante en ella. Sólo faltaría exponer con ella a los moradores para llevar a cabo la exposición total.
Pero que el ser-en, como estar-sumergido en el entorno de la vivienda, se haga capaz siquiera de presentación: eso es lo que señala un salto en el proceso de explicación del detener-se en viviendas o en cualquier otra configuración de ambiente. Quien entraba en el aseo se veía implicado en una especie de habitar-como-si. Participaba en un experimento con la in-
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Luis Molina-Pantin, Escenificación n. ° 2.
mersión temporal en algo que para otros significaba la situación habitual, su forma de sumersión. La entrada del visitante en el aseo era una salida mitológica: el cambio desde la situación artística a la situación no-artística se llevaba a cabo en el arte mismo; o, por hablar otra vez heideggeriana- mente, se localizaba [er-órtem] en la obra.
La instalación se manifiesta, así, como el instrumento más poderoso del arte contemporáneo para colocar en el espacio de observación situaciones sumergentes como un todo; en ello supera también a las artes análogas de la escena o de la disposición de recintos para animales en los zoos4". Según Kabakov la alta estima habitual de la imagen, que se entendía como invi tación a la entrada del observador en la situación representada, sólo puede asumirla ya la instalación en el presente. No se exagera calificando esto de conmoción o trastorno de las condiciones normales de exhibición. Mien tras que la tradicional exposición artística mostraba preponderantemente objetos extraordinarios, enmarcados o colocados sobre pedestales, la insta lación presenta lo sumergido y lo sumergente al mismo tiempo: el objeto y su lugar se representan a la vez; crea, con ello, una situación que sólo pue de ser sostenida por la entrada del observador en lo sumergente y eo ipso por la disolución del marco o el allanamiento del pedestal. El desenmarca-
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miento de la obra invita al visitante a abandonar la observación y sumer girse en la situación. De este modo se ilustra tanto la complicidad entre la colección de arte y la vivienda como la oposición entre ambas: si el obser vador medio espera del objeto de arte que le impresione y le mueva a zam bullirse en lo desacostumbrado, la vivienda expuesta promete la situación contraria a la excepción: a lo sumo, en ella se está desconcertado porque todo sea normal, y precisamente eso produce la immersión en la banalidad. Se trata de una trivialidad hecha explícita, respecto de la cual nunca se sa be exactamente si puede uno relajarse en ella o no. La inmersión en lo ba nal explícito es una impresión que no se siente como impresión. Nos mo vemos en el terreno ontológico del siglo XX. Como si se tratara de un filósofo de escuela fenomenológica, Kabakov asegura que los «viajes real mente sugestivos» del arte contemporáneo se sitúan en el «ámbito de lo ba nal»430. ¿Cómo no, si las «revoluciones» son, de hecho, explicaciones de lo implícito? En este contexto hay que entender la constatación hecha por Groys: «El elogio de la banalidad es siempre ambiguo. . . »431.
Ya en el año 1921 Paul Valéry había expuesto puntos de vista semejan tes, cuando, en un capítulo de su ensayo-diálogo Eupalinos o el arquitecto, evoca conjuntamente las figuras de Sócrates y de Fedro en un diálogo de muertos, para que, con el ejemplo de la arquitectura y de la música, dis cutan el principio de inmersión o de sumersión-en-la-obra. Las considera ciones de Sócrates sobre el estar-inmerso y estar-encerrado de los seres hu manos en entornos construidos por ellos comienzan como una paráfrasis sobre el dualismo simmeliano de yo y enfrente:
Me gusta charlar sobre las artes. . . Una pintura, querido Fedro, sólo cubre una superficie, la de un cuadro o un muro. . . Pero un templo, cuando se entra en él, o incluso el interior de ese templo, constituye para nosotros una especie de grande za plena, en la que vivimos. . . ¡Estamos, nos movemos, vivimos en la obra de un ser humano! . . . Nos sentimos impresionados y sobrepujados por las condiciones que él ha elegido. No podemos sustraemos a él432.
Esta reflexión pone el acento en dos aspectos a la vez: por una parte, insiste en que en el caso dado lo envolvente es lo sublime; por otra, subra ya que lo circundante representa un artificio y no un entorno natural. Evi dentemente, aquí no se habla de lo sublime-dinámico de Kant, que des
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cribe la naturaleza como una superpotencia, sino de lo sublime-ardficial, por cuya presencia por todas partes una obra humana puede experimen tarse como un entorno sublime.
El Sócrates de Valéry salta con una frase al centro de la estética moder na y se confronta sin rodeos con el enigma de la obra de arte total. Dado que ésta, de acuerdo con la ambición de la vanguardia, se hace extensiva al entorno ambiental entero, desaparece para el observador la posibilidad de examinarla en la postura «burguesa» de la observación desde enfrente. A la vista del templo en el que estoy, ser-en-el-mundo significa directamente ser- en-la-obra-de-otro, más aún, ser consumido por la magnitud artística. ¿Es sólo una casualidad que este Sócrates utilice expresiones que recuerdan el discurso de san Pablo -antiguo hacedor de tiendas y teatros- ante el areó- pago de Atenas sobre el Dios en el que vivimos, nos movemos y somos? 43 Según Valéry, lo mismo sólo se podría decir de un segundo género de ar te, la música:
Estar dentro de la obra de un ser humano como pez en el agua, bañarse com pletamente en ella, vivir en ella, pertenecerle434.
¿No vivías en un edificio móvil, renovado sin cesar y vuelto a reconstruir en sí mismo, totalmente entregado a las transformaciones de un alma, que era un alma espacial? [. . . ] ¿no te parecía como si te rodearan como a un esclavo que ha caído en manos de la presencia repartida de esa música? [. . . ] ¿no estabas encerrado con ella y obligado a estar allí, como una pitia en la cámara llena de vapores? 435
La explicación de la residencia por la teoría de la obra de arte sumer- gente conduce, así, directamente a la discusión del totalitarismo estético o del esclavizamiento voluntario a un entorno creado por seres humanos. En ambos casos se abre paso inmediatamente la referencia a la estética de lo sublime.
Hay, pues, dos artes que encierran a los seres humanos en los seres humanos. . . en la piedra o en el aire. . . cada uno de ellos llena. . . nuestro espacio con verdades artificiales. . . 436
¿Qué es la Modernidad, en este sentido, sino una disposición experi mental de las cosas para demostrar que de lo sublime a lo banal sólo hay
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un paso? Es verdad que, en la época en que Valéry anotaba estas reflexio nes, la pantalla de cine, el medio fundamental de la cultura de masas emergente, que habría de convertirse en medio de avasallamiento, se en contraba todavía en sus comienzos, pero ya estaba en camino resueltamen te a la preparación de arrangements para experiencias mimético-ensoñado- ras, inmersivas, consumibles masivamente. Trabsyaba en la esclavización del ojo y en hacer del órgano de la observación distanciada uno de la in mersión en un medio casi táctil. A la vez, en la Bauhaus de Weimar, bsyo el rótulo de diseño, se había comenzado a gestionar una intervención com pleta en el contexto de la residencia diaria. No sólo la música es territorio demoníaco, también el diseño del espacio, como antes de él la arquitec tura, remite a la inquietud trivial de pertenecer, permanente u ocasional mente, a un entorno configurado completamente por seres humanos. Esas artes explicitan la estancia en lugares con ayuda de montajes de inmersión, que no son otra cosa que propuestas de esclavizamiento para consumidores de la situación total. Por ellas, el habitar se explica como una bienvenida sumisión al ambiente. En la medida en que las viviendas son montajes de inmersión o instalaciones, definen la existencia o el ser-ahí como una ta rea plástica. La instalación es la explicación estética de la sumersión. Esto se muestra, entre otras cosas, en el hecho de que las sumersiones partici pan de los dos valores fundamentales del juicio estético: de sumersiones en lo agradable y banal se dice que son bonitas o habitables, de sumersio nes en lo horroroso e inquietante, que son sublimes o inhabitables.
Esta explicación de la estancia pudo ser productiva a lo largo del siglo XX en la medida en que el diseño de inmersión -alias arquitectura de in teriores- se limitaba a los espacios vitales de los individuos y de pocas per sonas, de las familias y cooperativas. La inmensa bibliografía popular, en constante aumento, sobre interiorismo, vivir con estilo, renovación de ca sas antiguas, cocinas y baños de lujo, aire acondicionado, cultura de la luz, diseño de muebles y casa de vacaciones muestra lo amplio que es el fren te en el que el mensaje de la sumersión en micromedios autoelegidos ha llegado a su público como la máxima auténticamente terapéutica de la se gunda parte del siglo XX. Toda una industria del interior está dispuesta para despertar y discriminar tales demandas. Es significativo que la con ciencia de sumersión se despolitizara rápidamente después de 1945 y se re tirara de las esferas colectivistas sublimes, como si los seres humanos nun ca más quisieran escuchar ya que hay artes «que encierran a los seres
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humanos en los seres humanos». Es como si la memoria colectiva hubiera conservado la intuición de que mientras más grandes estén formateadas las unidades compuestas por inmersión en lo comunitario, con mayor fuerza se presenta la tentación totalitaria. Aunque artistas aislados, en tan to se rodeen de esterilidad y horror, continúen experimentando con el ha bitar sublime, sus ejercicios quedan limitados ahora al formato privado, en todo caso, a una subcultura.
Cuando un día se esté en condiciones de reconstruir cómo fueron de sencadenados los demonios del siglo XX, se pondrá el acento en los inten tos de los guías totalitarios de ampliar la situación sumergente de las vi viendas a la situación total de pueblo y colectivo. El totalitarismo clásico fue la síntesis, hecha desde arriba, de vivienda y obra de arte total437. El Es tado, tomado por una facción, se impone como una instalación total y exi ge de los ciudadanos la immersión sin reservas. Como formatos de paso a esas sumersiones por el todo, funcionaron en el Este los «partidos», en Alemania el ejército. De ahí surgieron las molestas super-viviendas-comu- nitarias, que se escenificaron como colectivos populares o socialistas. Tras su desaparición, el totalitarismo acostumbrado del habitar se ha aliado con la cultura liberal de masas. Ahora aparecen en la tendencia a homogenei- zar los mercados de materiales de construcción y a hacer que todos los bri- coladores de espacios de vida elijan entre los mismos surtidos cromáticos de azulejos, estantes, interruptores y colchones.
