Tales cir culaciones son de alcance estrictamente limitado: a la existencia en el es pacio de los caprichos o humores pertenece que no se sepa en un montón de
burbujas
qué sucede en los otros; la mayoría de las veces ni siquiera se da uno cuenta de que existen otras zonas.
Sloterdijk - Esferas - v3
Cuando quería un buen vi no, el espíritu se lo traía de las bodegas, donde él quisiera; como él mismo dijo una vez, maltrataba mucho las bodegas de su señor, el príncipe elector, y las del duque de Baviera y del obispo de Salzburgo.
Así, tenía también diariamente guisos, pues dominaba un arte mágico tal que, en cuanto abría la ventana y nombraba un pá
jaro que le gustaba, le entraba por la ventana. Asimismo, su espíritu le traía de todos los señoríos de los alrededores, de las cortes de los príncipes o condes, los me jores guisos, todo completamente principesco. El y su mozo iban vestidos esplén didamente, y la ropa para ello tenía que comprársela o robársela para él su espíri tu en Núremberg, Augsburgo o Frankfurt de noche, porque de noche los tenderos no acostumbraban a estar en la tienda; y con los curtidores y zapateros sucedía lo
mismo.
In summa, todo era material robado o tomado en préstamo [. . . ].
El doctor Fausto vive, así, una vida epicúrea día y noche, no cree que haya un
Dios, infierno o demonio649.
Con esta narración hemos entrado en un mundo en el que queda ase gurada una muy soportable levedad del ser mientras sean los otros quienes trabajen: todavía no se pregunta por relaciones de producción. El narra dor de la Historia no deja duda alguna sobre cómo ha de llevarse a cabo el pillaje fáustico de gran futuro: a la explotación acostumbrada del pueblo por los grandes señores sigue la explotación innovadora de los señores y artesanos por seres humanos excepcionales, se trate de un sabio, de un ar tista o de un consejero de empresa.
La fascinación que durante siglos emanó de la figura original del doc tor Fausto -y de la que en las sublimaciones de Goethe sólo permaneció visible un destello refinado- consiste, pues, en una promesa extensiva e ul tramundana de mimo y confort. Dado que esta promesa estaba dirigida in determinadamente, una buena parte de la inteligencia burguesa de todas las generaciones siguientes pudo sentirse apelada por ella. Lo fascinante es perceptible aún tras siglos: Fausto es el hombre que a mitad de la vida
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descubre el truco de todos los trucos: el camino corto a la riqueza, sin tra bajo, y, con ello, el salto del deseo al disfrute'*0. El es el protagonista de la demanda burguesa de los medios de mimo y bienestar del presente y del futuro. Su ligereza metafísica, con mayor exactitud: su postergado interés en la salvación de la propia alma es lo que le abre el acceso a fuentes ili mitadas de confort y disfrute. Con ello proporciona un modelo infeccioso de cómo se podría acabar de golpe con el triste trabajo de la autoconserva- ción. Gracias a métodos mágicos avanza a saltos hacia los resultados, sin te ner que soportar la larga marcha a través de la producción y del trabajo hon rado. Su descubrimiento -el pacto con el diablo es su símbolo- consiste en que también en el plano del deseo del adulto se pueden demandar y en contrar satisfacciones tan completas como, por lo demás, sólo serían po sibles en la simbiosis del niño pequeño con la madre comprometida: su poniendo que disponga de un partner de mimo muy potente. Fausto se permite la amplia regresión que, no obstante, conduce a la meta adulta.
El escándalo de la existencia de Fausto tiene, pues, un nombre: des mesura en el bienestar. Dirige la ruptura abierta con las viejas tradiciones europeas de la vida moderada, prudente, autorrestrictiva, tal como fueron articuladas por las ideas de sopkrosyne y moderatio. Si existe un pecado fáus- tico se trata del pecado constitutivo de la Era Moderna, en tanto en cuan to ésta consiste en la ruptura con el sistema de los viejos módulos euro peos. Con ella comienza no sólo la infiltración de un anhelo infinito en circunstancias finitas, sino también la des-limitación práctica del tráfico y el consumo. En ambos casos aparece ya la dinámica del proceso de capi tal, reflejada en las cualidades subjetivas de una exploración sin tregua y un apetito insaciable de vivencias. La máxima de Fausto reniega de la me dida y el ordo porque ya no viene determinada por necesidades finitas y sa- tisfacibles, sino por deseos irrealizables. A ello corresponde que el diverti do doctor viaje tanto por el mundo recién des-limitado como sólo, por lo demás, lo hace el capital fijo en forma de barcos cargados por los mares del mundo; ya no puede, ni quiere, echar anclas en ninguna parte, porque sus deseos ya no tienen fin; no puede invitar al instante a que permanez ca, dado que él mismo se proyecta como corriente imparable, sin desem bocadura en el futuro'*1. Incluso el espacio aéreo ya no está seguro frente a su irrupción. La ideología-Fausto implica el pronunciamiento contra los límites que habían trazado la obediencia, la pobreza de recursos y la ca rencia de espíritu emprendedor; y si los medios que procuran mimo y con
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fort a Fausto han de ser descritos proforma todavía como depravados, no puede pasarse por alto, sin embargo, la vivacidad del aliento a esos efectos durante la mayor parte de la época burguesa. El interés en el pecado y la desinhibición determina el mercado originariamente. Cuando cosas así están en marcha, la atención pública se focaliza en el plus de vida.
Sólo después de que en Occidente se traspasó claramente el umbral hacia la affluent society, a partir de la segunda mitad del siglo XX, se desva neció de golpe la fascinación por la figura del sabio desenfrenado, proba blemente porque los seres humanos perdieron con el creciente consumis- mo real la sensación de poder aprender algo de las licencias y audacias simbólicas de Fausto. Konrad Adenauer ya no necesitaba prohibir el Faus to. Con la invención del crédito al consumidor todos nosotros nos hemos adelantado al tiempo del trabajo y vivimos ya en el futuro del deseo: ya no es necesario explicar cómo la tarjeta de crédito ha vuelto superfluo al com pañero mimador diabólico. En el sistema de consumo desarrollado, al «re gistro de los derechos humanos se añade el derecho a la regresión»652.
Con todo esto, el nombre de Mefistófeles representa el descubrimien to de una figura de trascendencia. El pacto diabólico es la cifra de un con trato inexpresable, cuyo contenido es el cuidado total, como si se tratara del de una madre. En tanto que la levitación descubre campos de juego ul tramundanos corta la referencia a la vida posmortal. Así se abrirán los ojos de generaciones siguientes de europeos a sus oportunidades seculares. En cambio, la moral de la historia no se tuvo demasiado en cuenta desde el comienzo. Aunque al mimado, tras el final del plazo de 24 años, le queda ba la perspectiva de las penas eternas del infierno, no por ello el público afecto se interesaba menos por lo que sucedía en sus incursiones al ser hu mano consumidor, liberado de cadenas: las comilonas épicas, el lujo subi do de la mesa, las escapadas con amoríos tanto de arriba como de abajo, los viajes del segundo Simón Magus por el aire y en el espacio (en los que la vertical adquiere un sentido aerotécnico65) , los reportajes sobre el más allá infernal, las peripecias durante el viaje al cielo, que ahora se transfor ma en un vuelo espacial tripulado, las divertidas-malvadas aventuras del ni gromante en cortes de príncipes, las bromas con monos, campesinos y es tudiantes: todo esto describe un círculo de acontecimientos que merecen ser vividos y descritos. La vuelta al mundo de Fausto se ritma de anécdotas desbordantes sobre orgías de vino, orgías de comida y bacanales. En pasa
jes repetidos cristaliza la estructura multi-episódica de la prosa narrativa
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moderna, que saca a sus protagonistas al amplio plano de la experiencia. Así contribuye la novela moderna temprana, como primera revista del ser, a configurar la forma del sujeto, en tanto que define al héroe como má quina de contar sensaciones por unidad de narración.
Por lo que respecta al ominoso pacto con el mal, da testimonio de una ganancia de realismo, porque el mimo y halago total, en el caso de no-lac tantes, puede ser representado abiertamente ahora como explotación de un tercero. Explotación que sólo es posible gracias a usurpación y rebelión. Cuyajustificación, por ambivalente que sea, puede extraerse del hecho de que se piensa claramente en el saqueo de grandes señores, de quienes no se puede desechar la sospecha de que ellos mismos sean explotadores. La figura intelectual de explotación del explotado representa, como se ha he cho observar, una versión previa del principio de redistribución, sin el que no podría legitimarse la participación del Estado moderno en los resulta dos económicos de la sociedad. En este sentido, el diablo fáustico, junto a figuras como Robin Hood, Fortunatus, Eulenspiegel y otras, habría que designarlo como precursor del Estado social, por cuanto no se considera en él la primacía del autoservicio; él es un antepasado místico de la social- democracia. Dado que en sus transacciones se trata más bien de desplaza mientos de la riqueza de los antiguos a los nuevos poseedores de tesoros que de impuestos directos, él anticipa la bolsa más que el fisco.
Como ladrón y encubridor en una persona, Mefistófeles ilustra el esta do de cosas de la expropiación del modo más explícito. Adopta el punto de vista de la cleptocracia ilustrada, en tanto que rastrea la riqueza hasta el punto en que puede ser robada como producto acabado; el moderno Estado fiscal, que en virtud de la ley saca año tras año del bolsillo de quie nes se dice que ganan más la mitad de sus ingresos, puede enlazar con el estándar cleptocrático. A los siglos XVIII y XIX les estaba reservado reponer el producto en el proceso de producción y redescribir el tesoro como ca pital; suponer, en consecuencia, el latrocinio en el contrato de trabajo mismo, después de lo cual se llamará explotación. Desde aquí pueden for mularse las premisas bajo las que el Estado fiscal autoritario temprano-bur gués se transforma en el Estado social permisivo de la Modernidad.
Con el establecimiento de las rutinas de beneficencia pública durante el siglo XX entra en su fase operativa la aventura del presente, el paso a la «sociedad» de levitación. Cuyo principio conceptualizó el sociólogo René Kónig, cuando designó el auténtico proyecto de la Modernidad como «de-
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Jean-Antoinette Watteau (? ), Rótulo para el comerciante de arte Gersaint, 1720.
mocratización del lujo»**4. La fórmula recoge la insinuación de Schumpe- ter, según la cual la consecución real del capitalismo consiste en la popu larización de los accesos a mercancías exquisitas: progreso en el campo económico no significa que la reina de Inglaterra se pueda comprar tan tas medias de seda como le parezca, sino que las dependientas de la tien da puedan permitirse tales medias.
Democratizar el lujo: habrá que acostumbrarse a la idea de que este pro yecto, muy impugnado desde el comienzo, es muy anterior al siglo XX; co mo a la de que tampoco la Modernidad puede ser más que la forma-pro- ceso más reciente de la paradoja de la que venimos: desde que el homo sapiens ha pisado el escenario de la evolución reclama lo casi imposible co mo algo natural y normal. En la literatura moralizante de Inglaterra se en cuentran desde mediados del siglo XVIII indicios de que se comenzó a dis cutir públicamente -quizá por primera vez en la historia de la «sociedad» de clases- sobre la imitación del lujo por los pobres; a la vez, se encontraba motivo para quejarse de la «desmoralización de las costumbres», generado por la infección de los estamentos bajos por la apetencia improcedente de imitar a los ricos. Desde ese momento, el asunto de la levitación posee, so bre todo entre los economistas, abogados de voz altisonante, que, en con tra de las tradiciones lujo-fóbicas de toda una era, defienden las ventajas del consumo elevado, incluso derrochador. Típico de la emergente afirmación
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Joven consumidora en design-shirt, que cita las premisas del sistema.
hurgue sa de la riqueza es el rótulo (en holandés: uythan^boord) , profusa mente adornado, de los talleres, tiendas y casas comerciales, que desde el siglo XVII se convierte en un género artístico popular.
Puede ser que en los alegaters de le>s primereas ape>le)getas del lujo en Holanela e Inglaterra se oigan por primera vez argumentos funcionalistas, política v moralmente intencionados. El célebre teorema de Mandeville, que los vie ios privados, mientras el Derecho los restrinja a medias, se con-
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Joe Miletzki (Escuela Superior Estatal de Diseño, Karlsruhe 2003), Proud of Merchandising Products.
vierten en virtudes públicas, inaugura la reflexión metamoral sobre he chos morales; a causa de sus éxitos, no puede abstraerse de la imagen de la modernización mental. La ciencia de la colaboración de los seres hu manos en sistemas sociales adquiere perfiles de sátira sin risa. En la Fábula de las abejas de Mandeville, 1714, se dice: «Orgullo, lujo y engaño ha de ha ber/ Para que un pueblo prospere» (Fraud, Luxury and Pride musí live/ Whi- le we the Benefits receivef*. Los pecados mortales se neutralizan convirtién dolos en factores de producción; el vicio asciende a ventaja territorial. Lo que se llama orden social es el beneficio colateral de la suma de acciones egoístas. Gana perfil la ciencia del vicio y de su propagación epidémica: pronto se llamará economía política.
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Ya en el siglo XVII y a comienzos del xvill se contaba con gran surtido de evidencia empírica respecto a tales acoplamientos; ya en esa época hacía tiempo que se podía considerar abiertamente como factum socioló gico, por ejemplo, la conexión entre consumo de lujo y erótica aristocrá- tico-gran burguesa, así como entre el comercio con medios exóticos de dis frute y nuevas modas de consumo. Tampoco lo que Sombart ha llamado «la asociación del feminismo (de viejo estilo) con el azúcar» quedaba ocul to a los observadores contemporáneos de las prácticas económicas en el campo de transición entre civilización noble y burguesa6TM; en aquel tiem po se hablaba del «dominio de las mujeres» como alma de la demanda; con ello se refería uno siempre, evidentemente, a aquel derroche de bie nes de lujo y objetos grandiosos657. En este punto, la burguesía de Holan da e Inglaterra -las naciones más amenazadas por la riqueza de la época- ya no tenía nada que aprender de los aristócratas de la vieja Europa.
Por primera vez en la historia más reciente, los hogares burgueses ha bían acumulado la suficiente prosperidad como para poder lanzarse en los mercados internos a aventuras en el campo del gusto y a herejías estéticas. La conocida manía holandesa con los tulipanes, desde 1636 hasta 1637, da testimonio de la fuerza del antojo para elevarse a delirio de masas por in fección mimética: entonces comenzó la dama Pecunia a doblegar bajo su régimen a sus amantes en tropel. El amor a aquella flor, tan regia como popular, se unió a un frenesí maníaco por el dinero: la especulación bur sátil alcanzó su punto álgido en esa manía y reventó (como la burbuja-wm- economy) tras dos años febriles658. No puede extrañar que desde todos los púlpitos de Holanda y Gran Bretaña, a la vez, se comenzara a cacarear con tra los peligros de la sociedad de consumo. Apenas llegados al bienestar, los ciudadanos, en tanto feligreses, hubieron de escuchar en las iglesias las amenazas de sus predicadores que como premio a su abundancia les po nían la perspectiva de un nuevo diluvio universal. La exhortación anabap tista: ¡Haz penitencia! , parecía dirigirse de pronto expresamente a los nue vos ricos. Bienestar se convirtió en sinónimo de tentación659. Y cómo no, si el clero de la época burguesa incipiente se veía enfrentado a una seculari- dad que creía que su tarea consistía en infectar a la «sociedad» con el fe liz contagio (happy contagión) de la demanda de lo superfluo60.
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9 El Empire o: El invernadero del confort; la escala del mimo abierta hacia arriba
Atención. Se me espera. El día y la noche seguirán en la estación. André Bretón y Paul Eluard, La nuit intrautérine
La tesis de que el acontecimiento fundamental del siglo XX consistió en el abandono por parte de la affluent society de las definiciones de realidad de la ontología de la pobreza adquiere contornos más precisos (tras estas orientaciones retrospectivas al potencial de la especie -adquirido evoluti vamente- de impulso hacia arriba y su deriva metafísica en la época de energías maternales escasas y reservas alomaternales asimismo escasas). Si resulta válida, tiene que ser posible mostrar que desde hace poco tiempo las condiciones generales de la maternización -es decir, la suma de las prestaciones maternales y alomaternales por niño, más las oportunidades de automatemización nuevas- se han modificado completamente en com paración con las condiciones de reproducción y crianza del mundo agro- precario y temprano-industrial, en el sentido de una recuperación de grandes excedentes de mimo, que fluyen a la individuación de innumera bles particulares. Nos atrevemos incluso a afirmar que con el comienzo de la Modernidad pedagógica en el Romanticismo y, del todo, con la entrada en el Estado casi totalmente alomadre del siglo XX (al que completa un nuevo entorno de medios con tendencia mimo-protectora, animante y pa- sivizante), ha aparecido una ecología psicosocial, históricamente sin par, del campo-(alo)madre-hijo. Las nuevas circunstancias llevan a la explica ción de la primera infancia por medio de la psicología evolutiva y a la ex plicación de la infancia madura por medio de una instrucción pública ela borada. (A ambas se añade, desde los años sesenta, la explicación de la procreación mediante planificación de nacimientos y medicina reproduc tiva, apoyadas por la explicación complementaria de la sexualidad con ayuda de la psicología de la «elección de objeto», de la orientación de pa reja y de la liberalidad pornográfica. )
Estos enunciados alcanzan plausibilidad suficiente en cuanto se rompe con la tradición de pensar el Estado desde la función de padre. Los hechos de la Modernidad sociocultural se ordenan en un modelo coherente des de el instante en que la estatalidad, incluyendo los servicios públicos en su
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totalidad, se remite a su cualidad generalizada de alomadre; así como la cultura moderna no deja del padre, en total, más de lo que queda para el imitador masculino del papel de alomadre, el almus pater; el sustentador y sponsor, obligado a pagar (sólo el psicoanálisis se compromete por el padre como por una especie en extinción). Este punto de vista puede sostenerse sin hermetismo desde que los Estados del oeste, con excepción de Estados Unidos, que sigue comprometido heroicamente, no se presentan ya prio ritariamente bajo sus tareas policíacas y militares. Así que -según el enun ciado de Tristan Tzara- no sólo la arquitectura del futuro será intrauteri na, sino que todo el proyecto vital de los seres humanos de las naciones pudientes se asimilará a la estancia en una incubadora.
Como hemos mostrado, el núcleo sociotécnico de la Modernidad con siste en la protetización explícita de prestaciones maternales. La «concep ción, que marca época, de madre artificial»m no es sólo un capricho de medicina alternativa, del que se mofa un literato suizo presuicida; es el principio empresarial ocultado, pero fácilmente reconocible para una mi rada sin prejuicios, de la sociedad del bienestar. El Estado -ahora obliga do a la «burogamia»62o a la política del mimo-, desde su reforma como agencia de beneficencia y asistencia, funciona como metaprótesis, que po ne en mános de los constructos materno-protésicos concretos, de los ser vicios de asistencia sociales, de los pedagogos, de los terapeutas y sus in numerables organizaciones, los medios para el cumplimiento de sus tareas.
Con estas constataciones no sólo hacemos justicia a la definición exis- tencial de la riqueza en el horizonte de la democracia corporativa, al hecho de que posibilite la levitación a los muchos. Se consigue, también, com prender la necesidad sistémica del Estado fiscal, que bajo cualquier cir cunstancia ha de cumplir su misión de ser-rico-para-los-hijos: en este sen tido, es una figura social plástica de explicación de la alomaternidad (aunque, por encima de sus tareas de redistribución, no se olvide, en ab soluto, de sí mismo ni de los suyos); se comprende, además, su paradoja, que aparece en el hecho de que el Estado más rico, en el ejercicio de sus legítimas funciones alomaternales, a menudo sobretensionadas clientelis- ta y social-burocráticamente, produce también la mayor cantidad de pupi los desagradecidos; y se entiende, por fin, del mismo modo, por qué esto parece conforme a una lógica estricta sistémica. Por su compleja tarea, co mo Estado educativo, Estado de confort, Estado térmico, como Estado te rapéutico63, como pertinente provisor de infraestructuras, seguridades de
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trasfondo y cálidas ilusiones distributivas de dar a todos lo que tiene y pue de, el aparato político de la «sociedad» de la opulencia despierta en innu merables individuos pasivo-agresivos la sensación de que, en medio de la abundancia general y de la cleptocracia unlversalizada, precisamente a ellos no les toca lo suficiente. La carencia modernizada es la sobreabun dancia aminorada por ilusiones ópticas; genera en los receptores de los mimos y cuidados fríos un resentimiento que, bajo circunstancias análo gas, aparecería necesariamente en cualquier clientela imaginable. Es ver dad que los favorecidos aceptan lo que consiguen recibir (la pasta del Es tado es la madre de la coolness), pero no por eso dejan en absoluto de acusar al donante de mezquindad, ignorancia, impotencia y derroche en favor de beneficiarios equivocados. No hay que dejarse impresionar por los modos de pensar antiestatalistas populares: precisamente la ingratitud generalizada testimonia el potencial de logros de los sistemas fríos de alo- prohijamiento. La affluent society es la primera ordenación social que se permite la subjetivación de la falta de necesidad en discordia64.
Después de lo dicho estamos en situación de ir más allá de la definición negativa de la affluent society. Lo que hasta ahora fue representado sólo co mo abandono de las condiciones mentales y materiales del mundo de ca rencia puede expresarse ahora positivamente diciendo que la «sociedad de la opulencia» conforma una obra de arte total del automimo: una obra que muestra una tendencia a la inclusión de cifras cada vez mayores de participantes, con el acrecentamiento simultáneo del desnivel entre den tro y fuera. El mimo integral es determinable como amalgama de libertad sin lucha, seguridad sin estrés e ingresos independientes del trabajo reali zado65; se puede hablar de mimos parciales en cuanto esté garantizada la participación en una de esas funciones.
Desde el giro al bienestar de las «masas» en el interior del gran inver nadero se puso en vigor la igualdad entre derechos humanos y derechos de confort. Ser reconocido como ser humano significa aquí: volver a ser tomado en serio, por fin, como sujeto virtual y actual de atenciones y mi mos. El concepto de reconocimiento pone al descubierto a partir de aho ra su consecuencia más tiempo oculta: la referencia a la percepción del otro como compañero y rival de igual condición en el bufé de la sobrea bundancia. Ahora se entiende mejor por qué esto representa un gesto mo ralmente ambicioso: luchar por los derechos humanos de otros tiene co mo consecuencia querer abrirles la entrada al espacio efecdvo de mimo; y
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esto significa darles la bienvenida como rivales. No hay duda alguna de que la lucha en favor del posible egoísmo del otro es una forma auténtica de generosidad: se basa en el reconocimiento de los derechos de igual dad de mimo de los perjudicados hasta ahora. El mismo concepto de jus ticia, colocado bajo el paraguas de la opulencia, implica la participación de los sujetos de derecho en las ventajas del sistema de bienestar. Para ello, la defensa jurídica de los perseguidos constituye un primer paso impor tante; pero las demás implicaciones del discurso sobre los derechos huma nos sólo se despliegan cuando la subjetividad del otro avanza hasta conver tirse en capacidad de competencia o rivalidad en los campos del consumo. «Justicia infinita» significa mimo interminable; designa la tarea inacabable de liberar a los manifiestamente pobres y depauperados de su situación precaria y abrir también a ellos el acceso al mundo de la abundancia: un objetivo que no resulta formulable sin paradojas. Porque ¿quién quiere en serio ayudar a que los demás se conviertan en competidores por el goce de bienes escasos? 6
A quien ya se encuentra en el campo de los privilegios económicos se le introduce en las corrientes de la refinería del deseo, que elabora y en cauza la aspiración de los muchos en direcciones innumerables. Dado que el proceso de mimo no tiene límites inmanentes, los incrementos y dife renciaciones se registran en una escala abierta hacia arriba. La forma de la subjetividad en el sistema de bienestar viene determinada por un apren dizaje del mimo que dura toda la vida; cuya configuración antigua se pre sentó hasta el colapso del neohumanismo prusiano, después de 1945, bajo el frágil título de «formación» [Bildung]; sus caracterizaciones más recien tes se articulan, más bien, como demanda de procedimientos que acre cienten la personality de los consumidores.
Las consecuencias de la introducción del concepto de mimo en el campo moral tienen gran alcance. Ilustran algunas intuiciones éticas que desde los discursos del amour propre de los moralistas del siglo XVII esperan su aguzamiento explícito. Efectivamente, justicia sin generosidad es resen timiento; generosidad sin voluntad de proliferación del mimo se queda en egoísmo. Libertad significa, por ello, poder asentir al egoísmo de los otros. Claro está que la finitud de la libertad se muestra ahora en el hecho de que también el generoso tiene que defenderse más pronto o más tarde del ex pansionismo de la libertad ajena. Si, por hablar una vez más con Spinoza, todavía no sabemos qué puede llegar a ser el cuerpo mimado, sí barrun-
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John M. Johansen, Floating Conference Centre, 1997.
tamos, sin embargo, qué conflictos se anuncian entre los sujetos de mimos ya desarrollados y los pretendientes a la participación futura en medios de mimo. Los indicios más suaves de éstos son las oleadas de emigrantes que demandan acceso al gran invernadero.
Si la mayoría de los participantes en el opus magnum de la vida moderna llegan desde el escenario de ésta, y desde su papel en él, a concepciones completamente diferentes, sobre todo cuando se adscriben al ala «social» y cultivan eljuicio crítico sobre las malas circunstancias reinantes, la razón de ello hay que buscarla en el hecho de que el sistema -concebido como cons
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trucción tensional sociotemática- se mantiene casi exclusivamente por co municación permanente sobre sus ficciones de problemas. Con ello se con sigue que la situación real y el estado de ánimo nunca sean congruentes (exceptuando, quizá, sincronizaciones excepcionales de ambos mediante el estrés de la guerra). Al mimo objetivo, que impulsa el sistema en el ejer cicio de la paz, se le musicaliza subjetivamente sobre un amplio teclado. Por eso, en la tensegrity dirigida por los medios, la atención de los actores está fi
jada por los temas de irritación actuales en cada caso; sirve continuamente a los motivos de descontento colectivo y a las reclamaciones urgentes en los frentes de los déficit más agudos. Mientras aumenta continuadamente, el lujo está condenado a traducirse en el lenguaje de la carencia. Como se ha mostrado, la necesidad enseña a pronunciar discursos, mientras que al lu
jo sólo le es lícito articularse indirectamente. (Quien busca una explicación del muy comentado «silencio de los intelectuales», que se constata tras el fi nal de la Guerra Fría y del socialismo utópico, la tendría aquí a mano: de fine que los auténticos intelectuales son demasiado inteligentes para tales tareas de traducción e, incluso, quizá, un poco demasiado honrados. )
Mientras los actores del sistema se identifiquen con sus papeles y crean en sus textos, no tienen perspectiva global alguna sobre el invernadero del bienestar y las bases de su funcionamiento. De sus autodescripciones hay que desterrar, naturalmente, expresiones como mimo, aligeramiento, lujo y descarga: la semántica dominante las ofusca mediante fórmulas como li bertad, seguridad, reconocimiento. (De hecho, lo que les importa a los in dividuos que están en el umbral hacia el sistema de bienestar es su propio empoxvermenty el segundo paso de la emancipación reafirma reivindicacio nes a participar en el flujo de confort. ) Pero cuando a los habitantes del invernadero de la sobreabundancia se les ha convertido en una segunda naturaleza la docilidad a fantasías de carencia, no se ve fácilmente de qué modo habrían de llevar a cabo por su propia fuerza el cambio de perspec tiva. Si la teoría en medio de la vida es siempre lo improbable, la teoría del mimo en los mimados es lo más improbable.
Además de la comparación etnológico-antropológica, hay sólo una po sibilidad de ponerse ante los ojos el todo invisible-sobrevisible y de con cienciar sus funciones y tendencias primarias: el extrañamiento o extra polación’ estéticos. El giro hacia el ver estético es una forma de mimo que
Yerfremáung. modo inusual de representar algo conocido; por ejemplo, y sobre todo,
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puede retrotraer la mirada al mimo. De hecho, reflexividad y mimo son in separables. Si, desde el punto de vista epistémico, el gran tema del siglo XX, como dijo Luhmann, se llamó reflexividad, fue también porque el gran acontecimiento del siglo XX en latitudes occidentales consistió en el mimo como hecho de masas. Por ello, lo que se ha llamado el devenir-re flexiva de la Modernidad se cumple sólo por el devenir-temádca de la cua lidad de mimo de la Modernidad. Realizamos la percepción estéticamen te extrañada de la situación cuando nos movemos en el espacio social como visitantes en una instalación. El observador que se da cuenta de la si tuación comprende que recorre una exposición formateada con mayor amplitud que el museo normal: una exposición que, por de pronto, no puede ser delimitada frente al ámbito de visibilidad normal.
Una contemplación así sólo requiere un presupuesto: que la totalidad de las circunstancias ya no puede designarse con el concepto de naturale za. Esta concesión resulta fácil en un escenario completamente urbaniza do. Pero si ya no se está «en la naturaleza», ni en la primera ni en la se gunda, ¿cómo llamar entonces lo artificial-envolvente? El concepto de obra de arte total se impondría si no estuviera tomado por la ideología es tética. También la expresión «plástica social», acuñada por Joseph Beuys, se revela como una sugerencia útil; aunque ya no habría que reservarla pa ra situaciones dispuestas por artistas, sino que habría que remitirla al es pacio total en el que se distribuyen privilegios de bienestar, se elaboran de seos, se diferencian subjetividades y se desarrollan alianzas inmunitarias. Vista así, la primera instalación universal «sociedad del bienestar» es deJac to una plástica o una escultura social, co-modelada por sus partícipes. Tras esta extrapolación, vuelve a ser utilizable incluso la afirmación de Beuys, escandalosa para tantos, de que todos los seres humanos son artistas (en el horizonte original, un ejemplo de kitsch igualitarista), porque es apropia da para definir la cooperación voluntaria e involuntaria de los habitantes del espacio de sobreabundancia en su instalación, reconstrucción y clima tización. Todo artista es cliente, todo cliente es ser humano, todo lo hu mano está proyectado para el mimo. A la dama Luxuria le dicen los mo dernos: fecisti nos ad te.
estética, literaria, teatralmente; caracterizar lo real de modo extraño o ajeno a ello, desacos tumbrado; en ese sentido: extrañamiento, artificiosidad, des-realización, interpretación, tras plante, recomposición, reconversión, distorsión, extrapolación, etc. (TV. del T. )
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Party de espuma, 2001.
No es casual, pues, que expresiones híbridas como «plástica social», «gran m seo . instala* ion integral», se remitan al superinvemadero «so ciedad -drl-lmalestar <<>n ayuda de giros tomados de la esleía estética. Si nos venu>s obligad<isa re< urrir a tales figuras, (‘lio sucede, como 1nanos in sinuado. por un doble motivo: por una parte, porque la extrapolación es-
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Michael Elmgreen/Ingar Dragset, Elevated Gallery/Pouterless Structures, fig. 146, 530 x 575 x 340 cm, Statens Museum for Kunst, Copenhague, 2001, fotografía de Andreas Szlavik, cortesía de Klosterfelde Berlín.
tética ofrece una de las pocas posibilidades, si no la única, de objetivar un contexto de vida que soporta a uno mismo y por el que uno mismo está penetrado; por otra, porque por lo que respecta al sistema entero de la or denación actual de vida, a ese espacio interior de mundo del bienestar, que recompensa a sus críticos con grandes ediciones y a sus detractores con becas, se trata de una configuración artificial, inteligente y con capa cidad de inclusión, que, desde cualquier punto de vista, es tan improbable que en ella la oposición entre arte y no-arte ya no tiene sentido. En tanto que las formas de vida de la affluent society encarnan el prototipo de artifi- ciosidad, no es plausible prestar más atención en ella a objetos individua les, destacados como obras de arte, que a objetos cualquiera no-destaca- dos. Ningún objeto individual puede ser más digno de consideración que la instalación entera; en consecuencia, a la exposición de obras de arte le hace competencia la exposición de artificios que hasta ahora quedaban fuera del concepto de arte e, incluso, en definitiva, la exposición del pro pio lugar de las exposiciones. Con ello puede comenzar la era de los edi ficios de museos auto-referentes, más aún, de la configuración auto-refe
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rente de espacio en general; los contenedores demuestran cada vez con mayor claridad su pretensión de primacía frente a sus contenidos.
El último paso en la des-limitación del concepto de arte lleva a la iden tificación de sistema de sociedad y sistema de arte, más allá de todas las in terpretaciones habidas hasta ahora de la idea de obra de arte total. Si al guien ha traspasado ese umbral, para él ya no hay más que imágenes de una exposición. Tras la entrada en el espacio integral de artificios también la filosofía se transforma en una praxis de comisariado de exposición: lo que era teoría se convierte en acondicionamiento del espacio de exposi ción para la exposición universal. Por ella, el superartificio «sociedad del bienestar» se explica como objeto de exposición habitable. Si queremos, según la formulación de Olafur Eliasson, rodear lo que nos rodea («con tornear el entorno»), hemos de aplicar el procedimiento de la reversión o inversión del medio ambiente**7al invernadero de lujo en su totalidad.
Por eso se entiende por qué el museo de arte contemporáneo -mejor: el expanded museurrt**—pudo desarrollarse hasta convertirse en lugar privi legiado para la auto-representación del sistema. En él -y apenas aún en las universidades- se produce el encuentro de la inteligencia con los hechos del mundo artificial*TM. El museo del presente, comisariado filosóficamen te, posee la extraña capacidad de mostrar el fin permanente del arte por su ocaso en la artificiosidad de la superinstalación. Es el único lugar del sis tema en el que puede observarse como tal su cualidad primaria: ser la ins talación de lo envolvente o la «situación total» artificial*170. En cuanto uno se mueve en ella como visitante-observador, la «sociedad» del bienestar muestra, efectivamente, las características de una instalación total; confi gura una esfera de artificios que no deja salir de ella a sus visitantes: en tan to transforma a los visitantes en habitantes (que olvidan enseguida que son visitantes), los rodea con una red irrompible de ofertas de confort y otros motivos de permanencia. Concebido contemplativamente como una ex posición sin salida, el invernadero del lujo es el auténtico continensr, cons tituye lo periéchon, lo existente-en-torno, de lo que los metafísicos más an tiguos hastaJaspers y Voegelin sugirieron que el mundo está contenido en él, como la imagen en el marco o la criatura en el espíritu del creador.
Estancia en el invernadero del bienestar significa estar incluido en los flujos de repartición de los medios de mimo, animación y levitación. La ca sa común del lujo es la obra de arte de vivienda y producción, climatizada confortablemente, inmunizada por derechos de protección y disfrute, que
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Ocean Dome en Miyazaki (Japón), vista interior.
se ramifica, en forma de hogares, empresas, subculturas y colectores671, en millones de microinstalaciones de una vida relativamente descargada. En ese agregado espumoso, batido por innumerables vectores de imitación, se pueden distinguir milieuf72o zonas con dotaciones semejantes de bienes, procederes y patrones de afecto; son las zonas de asimilación mimética más fuerte. La Toilette de Ilya Kabakov en la documenta 9 ofrecía el ejemplo de la vivienda comunal rusa, tal como existió a millones en el reino del so cialismo realmente existente: su exposición en Kassel significó un triunfo de la praxis artística, que impulsó a la elaboración de copias de milieus o si tuaciones completas.
Los milieus, reconstruidos o en original, conforman espumas homogé neas dentro de un paisaje de tipos de espuma muy diferentes. Algunos de ellos pueden representarse Uveen asambleas de partidos, donde sejuntan los milieus de los ciudadanos de profesión estatal y de los gremiófilos; otros se organizan en tomo a revistas subculturales y ferias, por las que se garan tiza la estabilización de los patrones propios del milieu. El mundillo de los imitadores profesionales de Elvis -parece que hay más de 40. 000 en el mun do- se reúnen anualmente en diferentes ciudades de Estados Unidos; los conductores de Harley Davidson de más acá y más allá del Atlántico cons
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tituyen redes según las reglas más renitentes; los cultivadores de rosas de to das las naciones viven retirados tras los muros invisibles de un delirio bien organizado. ¿Qué decir sobre los mundos extrañamente coherentes de los caninófilos o de los amigos de los haflinger? ¿Quién puede ser entendido, a la vez, en las subculturas de los golfistas, de los expertos en ajedrez, de los osteópatas de caballos, de los body-bailder; de los aficionados a andar en mountain-bike, al swing; de losjóvenes demócratas, de los aladeltistas, de los paleolingüistas, de los fetichistas de la laca, de los amantes de los acuarios de agua dulce, de los fans del tango, de los coleccionistas de cómic, aviones de aeromodelismo y plata vieja? ¿Quién tiene ante los ojos los círculos de lectores de autores contemporáneos que, con el placer de conocedores, le en frases novelísticas como: «Las mujeres acuario son siempre puntuales» o «Los profesores de tenis son los más babosos» o «He dicho que estaría de masiado oscuro parajugar al bádminton» o «El se interrumpió y besó du rante muy largo rato su carne perfumada. Y ella cayó de nuevo en éxtasis»? En cualquier subcultura dominan las leyes generales de asimilación, en ca da una a su modo. Nada iguala tanto a los individuos unos con otros como una afición o un capricho común, al que cada uno se dedica por separado. Por doquier vale: el capricho requiere al ser humano entero.
Cuando utilizamos aquí la expresión subcultura nos referimos a espu mas porosas, a través de cuyas paredes conductoras circulan los accesorios, temas y advertencias típicas del mundillo o escenario de turno.
Tales cir culaciones son de alcance estrictamente limitado: a la existencia en el es pacio de los caprichos o humores pertenece que no se sepa en un montón de burbujas qué sucede en los otros; la mayoría de las veces ni siquiera se da uno cuenta de que existen otras zonas. Con respecto a ella es acertada la observación de Tarde sobre el «amontonamiento poroso de elementos, cuya conexión capital consiste en no contradecirse»'’7*. En estos entrama dos de relaciones inter-ignorantes no hay nada social-arquitectónicamen- te falso: los escenarios se estabilizan, prosperan y van a la deriva, se parten y producen vástagos, haciendo uso de su derecho a pasar por alto la exis tencia de los demás. Más aún, la espuma-escenario presupone el aisla miento de las burbujas concretas unas de otras, porque, de otro modo, no se puede alcanzar ninguna auto-discriminación positiva, ninguna satisfac ción por exclusividad. Para los individuos las vinculaciones múltiples es lo obvio, las subculturas concretas se reproducen mejor en la monotemática. La «sociedad» está constituida multi-micromaníacamente, sin que ello
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pueda experimentarlo en un centro agrupador; no tiene ningún órgano para darse cuenta de cuántos sistemas de delirio, de cuántos cultos de ca tacumbas, de cuántos escapismos alberga; constituye un agregado medio ciego de ocultismos democráticos674.
Así pues, la obra de arte total imperceptible que «integra» (es decir, que permite que coexistan unas al lado de otras en un espacio estrecho, inter-ignorantes) todas las espumas subculturales sólo puede ser vista -y, además, únicamente de modo metafórico- cuando la forma del museo se transfiere al sistema en su totalidad y uno se mueve en él como un visitan te. Lo que es «el capitalismo», «el Occidente» o «el mundo del bienestar» se experimenta visitando, por ejemplo, la Clínica de los sueños de Ilya Kaba- kow; una estancia en Eurodisney, asimismo, puede ser muy valiosa pro- pedéuticamente. En la actitud de observador, y sólo en ella, se hace expe rimentare contra-intuitivamente de qué se trata en la superinstalación. De otro modo se permanece inevitablemente en el realismo, junto con su suplemento crítico. Desde cuya perspectiva se sigue considerando im posible que los motivos descarga, entretenimiento, refinamiento y mimo desempeñen el papel principal en la configuración actual del mundo; se seguirá convencido, como hasta ahora, que nuestros enemigos principales se llaman hoy como antes penuria y carencia; y que lo real es captable só lo en la tonalidad de la preocupación. Hay que reconocer los puntos fuer tes de la perspectiva convencional: quien quiera remitirse exclusivamente a los temas que circulan tanto en el espacio público como en corredor académico del superinvernadero, llegará inevitablemente a la conclusión de que nuestra civilización constituye -congenial, en esto, con cualquier «realidad» anterior, marcada por la miseria- una red gigantesca de caren cias, defectos y catástrofes, en la que sólo aquí y allí últimas islas de orden, todavía respetadas, ofrecen posibilidades precarias de supervivencia. Dado que el sistema vive de sus fantasías de carencia (y ya, ciertamente, en sus autodescripciones más liberales, no sólo en las extralimitaciones radicales de izquierdas, gótico-alarmistas y teórico-horripilantes), tiende a retratar se como un conservatorio de la miseria, la depresión y el crimen675.
Si se adopta la postura de observadores, que se pasean mirando por la instalación democrático-técnica con una entrada de visitante válida para un día, puede experimentarse tranquilamente que toda ella sirve al mimo pro gresivo o a la progresividad mimada de los habitantes; y que los inacabables discursos públicos sobre problemas, carencias, necesidades y sus corres-
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NEEO IS A VERY SUBJECTIVE WORD.
Anuncio del Hummer SUV de General Motors.
pondientes programas de desarrollo y compensación, incluyendo el fo lletín-moral y la sátira, no son nada más que códigos o claves para estrate gias de mimo cada vez más amplias. La aceptación popular del complejo ca pitalista de forma de vida sólo se comprende a partir del concepto positivo de mimo. Con el lujo viene lajusticia. Quizá el sentido de «justicia» no se pueda ( xplicar materialiter, en absoluto, sin el fantasma de la igualdad de los muchos frente al lujo. Tan pronto como las aportaciones políticas de base se han incorporado a la instalación-ew/Mra seguridad jurídica para los visi tantes-habitantes v libertad de dominio político extraño, la función de mi mo accede al primer plano. A todo confort pertenece el que sólo pueda concebirse en ascenso; consecuentemente, describe el nivel dado como fal-
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ta de confort e impertinencia inaceptable, y reclama su elevación como la demanda más acuciante de los derechos humanos. De ahí el desconcierto de los modernos frente a las recesiones y su disposición a considerar cerca no el fin de los üempos a causa de pérdidas mínimas de renta real.
Por el mimo la condición infantil se instaura en lo real; traduce la neo- tenia al registro de las fundones culturales. Como hemos visto, tanto con dición infantil como neotenia poseen un vector de expansión. Mientras éste tienda hacia delante la creación no puede ser perfecta: el mimo con tinúa avanzando, la lucha por los modos de conseguirlo es incesante. Quien ha logrado entrar en el sistema mimador, sea por inmigración o por naci miento, participa inmediatamente en el reparto de los medios actuales de impulso hacia arriba. Por mucho que esto constituya siempre y en toda cul tura la relación fundamental, sólo la Modernidad avanzada ha hecho ex plícito el mimo. En Austria, la ciudad de Viena entrega espontáneamente a los padres de recién nacidos el primer equipo del lactante: en claro re conocimiento del hecho de que son los padres los primeros que necesitan el primer alo-prohijamiento. En este caso, como en todos, por lo demás, en el gran invernadero, el resto corresponde más o menos a lo estableci do. No se trata tanto de una peculiaridad nacional la que se expresa en es te donativo, sino de un gesto local que podría repetirse en cualquier lugar de la internacional del confort. Los partidos en pugna recíproca del im perio de la opulencia se definen en otras tantas burbujas nacionales por el hecho de que sugieren programas polemógenos respecto al reparto de las riquezas, creando, así, en el público, apoyados por la prensa sensaciona- lista, la sensación de que el reparto de los medios de alivio es lo más serio. Esta impresión no es infundada: en una nación como la República Fede ral de Alemania, más de la mitad de un producto social bruto de más de dos billones de dólares (para el año 2000) pasa por las manos redistributi
vas de la Gran Alomadre. Por eso la redistribución genera el caso crítico crónicamente. El mimo no abandonará tan pronto a sus hijos. Que toda historia es la historia de luchas entre grupos de mimo: esta constatación si gue siendo válida para las turbulencias en el invernadero integral.
En su libro Homo sacef7C\ recibido con expectación, Giorgio Agamben ha hecho la chocante propuesta de pensar la totalidad del sistema desde la forma del campo de concentración. Por tal entiende Agamben un lugar cerrado, cuyos habitantes se ven reducidos a la característica de la «vida desnuda». Desnuda sería una vida cuya liquidación no supone embarazo
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Rebecca Horn, Cornucopia, Séance para dos pechos, 1970.
alguno, dado que ya está excluida de la protección del derecho. En nues tro contexto, el campo puede ser identificado sin esfuerzo como la va riante iliberal de la gran instalación: representa inequívocamente un caso de inmersión de seres humanos en la obra de seres humanos. También ese concepto del todo se consigue por extrapolación estética, en el sentido de una estética de lo sublime, por supuesto, acentuando los efectos de encie rro y desnudez o desamparo, y amortiguando ampliamente los compo nentes de bienestar, inmunidad y libertad'7. La hipérbole del campo de concentración integral se vuelve más soportable cuando se la relaciona con las hipérboles del museo sin salida o bien de la instalación total. Me diante ambas figuras, tanto la del campo como la del museo integral, se realiza la idea fundamental macrosferológica de que no hay vista alguna desde fuera del todo del contexto de civilización propio. Quien lo quiera explorar ha de moverse en la inmanencia como un Parménides en el an fiteatro678. (Observemos que en el proyecto-Esferas trabajamos siempre con
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la idea semimetafórica, no-hiperbólica, de invernadero, de la que estamos convencidos de que, a causa de sus características defínitorias, no sólo aprehende la situación de la Modernidad y posmodernidad, sino que in cluye también el principio continuum, que permite trazar una línea desde las formas de vida arcaicas hasta las contemporáneas. )
La instalación autoinstalante trasciende unidades políticas y sociales co mo Estados, Naciones, Pueblos y Economías nacionales y las reúne en una Ciudad-Mundo de nuevo cuño todavía no descrita en aspectos esenciales. Constituye un paisaje compuesto de invernaderos culturales, cúpulas neu máticas, en los que, por medio de \emas-insider efectivos y sugestiones mo- tivadoras, se reproducen innumerables microclimas subculturalmente di ferenciados. La oscilación entre espacios-clima dentro de la instalación se organiza por regla general como turismo, ocasionalmente también como terapia, vivencia artística o intervención humanitaria. Para esto se puede pensar, sin más, en instalaciones-invernaderos, en las que pabellones tem perados y humidificados de modo diferente limitan unos con otros. En las cúpulas-milieu interconectadas actúan fuerzas de impulso ascendente del tipo más variado, fuerzas que esperan un análisis más exacto. Un et nólogo que apareciera en el archipiélago de los milieus interiores, de los equipos y asociaciones en el gran invernadero tendría que describir un agregado compacto; compuesto por miles de fuentes emisoras de hipno sis de felicidad y focos de excitación de inducciones maníacas. Constitu ye una espuma caótica, constantemente batiéndose a sí misma de nuevo, compuesta de ejercicios espirituales contrafóbicos, evangelios empresa riales, proyectos de desarrollo impulsores de futuro y sueños de revancha que requieren mucho tiempo. Estas disposiciones y prácticas generan una urdimbre incesantemente intensivada y reacondicionada por una ex tensa industria de la mentalidad (o como se quiera llamar a las religiones del éxito, psicotécnicamente reformuladas). Todas ellas pertenecen al va riopinto arsenal de la manía en la era de su reproductibilidad técnica.
Las autodescripciones hasta ahora más plausibles, aunque demasiado formalistas, de la gran instalación como todo, se presentan en conceptos como «sociedad de consumo» o «sociedad de vivencia». Junto a ellas, con cepciones devenidas populares como «sociedad de riesgo», «sociedad de oportunidades», «sociedad del saber», pueden reclamar también una fuer za descriptiva moderada; incluso a unjuego de palabras venido a más co mo «McWorld»*79no se le puede denegar completamente todo sentido, ya
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que alude al carácter multilocal, despreocupado y corrupto de la supe- rinstalación. Deja claro que las marcas globales representan los universa les en el universo del dinero; y en el caso dado, un universal de la vulgari dad culinaria.
En un proyecto agudizado de teoría de medios contemporánea, como el Manifiesto consumista de Norbert Bolz, la gran instalación se describe co mo zona-comfort, cuyo vecindario transnacional se compone del colectivo de quienes poseen capacidad adquisitiva. Ellos realizan la naturaleza hu mana explicitada, mediante el consumo de objetos, signos y tiempos de vi da; el consumismo es el humanismo pensado hasta el final. Sólo él, según parece, tiene la llave del reino de la paz, porque impide por la pax oecono- mica interacciones bélicas entre los Estados abiertos al comercio. El zvay of life consumista tiene, ciertamente, la desventaja de que la paz del mercado exige pocos nervios de los seres humanos: les falta la sensación de caso crí tico, que promete la liberación del aburrimiento. El arte de moverse sin hastío en el laberinto universal de pasajes comerciales, centros de anima ción y portales exige de los individuos, por tanto, interrumpir la banalidad del confort mediante nuevos inventos incesantes de irritaciones680.
En el reino del capital toda posible oposición es una criatura de las pro pias situaciones contra las que se dirige. Desde esta intelección Antonio Negri y Michael Hardt, en su ensayo sobre el nuevo orden del mundo, han propuesto la expresión empire para la super-instalación global681. Este «im perio» sólo puede pensarse en singular y tiene estricto carácter ecuméni co. Por eso, supuestamente, ya no se le enfrenta ningún enemigo externo: en todo caso podría volverse contra sí mismo y ser derrumbado por la re belión de sus componentes. Se entiende: el discurso sobre el empire está motivado religiosamente; y el éxito universal del libro sólo puede enten derse a la luz de este diagnóstico. Efectivamente, recoge, más bien suges tiva que argumentativamente, las tradiciones en suspenso de la teología cristiana de la historia y hace sonar materialistamente sus motivos apo calípticos. Dado que para los spinozistas y deleuzianos no hay a disposición ninguna meta más allá del devenir, en ellos el imperio del capital, que es completamente de este mundo, se enfrenta al contra-imperio, mundano también pero distinto, de las pluralidades disidentes o de los expresionis mos alternativos. La diferencia más grande es también la más ambigua: formula una disparidad de la que todo depende, pero que, considerada a la luz, no puede consumarse: la parálisis está programada. A pesar del dis
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curso agitado sobre oposición y contradicción radical, el empire y su multi tud# disidente son una y la misma cosa.
Quien tiene al alcance de la vista la historia de reservas religiosas fren te a configuraciones imperiales terrenas reconoce inmediatamente que con empire se presenta una parodia panteísta de la contraposición agusti- niana entre civitas terrena y civitas Dei. Las analogías son amplias: así como a menudo la Iglesia apenas se podía distinguir empíricamente del mundo al que pretendía oponerse, tampoco la multitud# se puede diferenciar cla ramente del mundo del capital del que quiere despegarse: excepto por la íntima certeza que convence al adversario de las circunstancias de su mili- tancia ardiente. Sólo una decisión mística permite a los miembros de la af-
fluent left saber que todavía son siquiera de izquierdas; del mismo modo que a quienes no tienen éxito sólo una decisión terminológica permite afirmar, a menudo, que son explotados y marginados. Como punto de apoyo les sirve la observación introspectiva de que sienten en sí mismos un puro estar-en-contra: dado que el enemigo contra el que uno se rebela (the enemy against which to rebel) ya no tiene perfiles, el afecto «en-contra» tiene que satisfacerse a sí mismo: this being against becomes the essential key to every active position in the world. . . 682De Jacto, los against-men, junto a su pertenen cia a la iglesia opositora, son clientes ambivalentes de lo dado, como todos los demás contemporáneos. La enemistad intensamente declarada al em pire se dirige contra una instancia incapaz de manifestar hostilidad, porque el imperio, en sus aspectos positivos, no es ni quiere otra cosa que la mul titud opositora, mientras que la multitud, en sus impulsos y apremios, en cama a la vez el lado oscuro del imperio. Después de que los tiempos de abierto sabotaje han pasado (también la lucha de clases, por sus métodos, es hija del tiempo), habría llegado el momento de la deserción para los di sidentes; pero, dado que, como se escucha, ya no hay exterior alguno al que fuera posible retirarse, la deserción fuera del sistema conduce a nin guna parte (desertion does not have a place68S). En tanto que quiere ser com pletamente diferente, lo otro es lo mismo; en tanto quiere estar en otra parte totalmente distinta, sigue donde está.
El ensayo de Negri y Hardt sobre el sistema de mundo capitalista y la rebelión de la vida contra él señala el final lógico de la evasión hacia la iz quierda, que había sido puesta en marcha por parte de los perdedores de la revolución de 1789. En una mirada retrospectiva a una escalada de dos cientos años, llevada hasta el extremo, la ley del sobrepujamiento del 14 de
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julio se vuelve transparente a través de sus frustrados amantes: cuando la revolución burguesa fracasa o no basta, surge el radicalismo de izquierdas; cuando el radicalismo de izquierdas fracasa o no basta, surge la gnosis de la militancia84. Una gnosis así ya no puede fracasar, se vuelve implausible85.
Es probable que la imperceptible hiper-plástica encuentre su formula ción más ambiciosa en la idea abismalmente plana de Luhmann de «so ciedad universal» [Weltgesellschaft] . A pesar de su pertenencia a un discur so extremadamente formalista, la expresión está penetrada de una vibración utópica, ya que -por motivos metódicos, no morales- toma a su cargo la empresa aventurada de extender una cubierta conceptual unita ria sobre los mundos interiores del sistema global del bienestar y sus peri ferias dominadas por la miseria. En tanto que habla enigmáticamente de sociedad universal (y se niega a poner en plural la palabra «sociedad»), el sociólogo atento quiere dar la impresión de que también en la teoría de sistemas dene que haber, al menos, un único gesto verbal que remita al to do. Esto puede interpretarse como si el maestro de Bielefeld no hubiera querido negar a los innumerables excluidos de la Tierra el derecho de ciu dadanía semántico en la «sociedad» única, a pesar de que nadie supiera mejor que él que bajo ninguna circunstancia imaginable puede llegarse a una unidad universal efectiva.
Lo que describimos aquí como abandono del modelo de realidad de la ontología de la carencia, desde el punto de vista histórico-social va unido a dos cortes históricos en las estructuras sociales y mentales de Europa y del Nuevo Mundo. De ambos no se exagera si se los designa como las frac turas más profundas en la historia de la humanidad posneolítica: la rebe lión contra la carencia va acompañada, por una parte, del final del modo de vida agrícola tradicional, tras imponerse masivamente el estilo de vida ciudadano-industrial, determinado por la economía financiera; por otra, del final de la era de la hiper-fertilidad femenina y de la fuerte caída de las cotas de nacimientos en todos los Estados desagrarizados; así, Japón, Ale mania, Italia, con una cifra de natalidad del 0,9 por ciento, como Austria y España, cada una de ellas con un 1,0 por ciento, pertenecen a las naciones con las cuotas más bajas del mundo8*’. Del grupo de naciones con bienes tar sólo Estados Unidos puede contar con crecimiento debido a los efec tos unidos de la inmigración y de las elevadas cuotas de natalidad en los segmentos latino-asiáticos de población: al precio de la marginalización de
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los descendientes de europeos. Es verdad que la liaison, que fundamenta la Modernidad, entre bienestar y descenso de nacimientos aparece en múl tiples modulaciones que alcanzan ocasionalmente hasta una inversión de la tendencia, pero no se puede negar del todo687. Mientras que la escasez de niños en algunas naciones europeas, no en último término en Alema nia, se interpreta en ocasiones como expresión de «pesimismo vivido» -se habla de negativa biológica a la inversión-, habrá de considerarse, en ge neral, ante todo, como una oportunidad de dedicación más intensa de los educadores a cada uno de los descendientes.
Es obvio que tanto una como otra de estas cesuras manifiesta una co nexión inmediata con cambios en el campo-madre-hijo y, con ello, en el trasfondo existencial de las fuerzas de impulso hacia arriba; que en ellas se oculta la oportunidad de un despliegue radical de potenciales abstractos de alomadre y auto-prohijamiento hay que mostrarlo expresamente. Sobre la primera cesura ha observado Eric Hobsbawm:
El cambio social más dramático y más amplio en la segunda mitad de este si glo (del xx), que nos separa para siempre del mundo del pasado, ha sido la de cadencia del campesinado. [. . . ]. En los primeros años ochenta sólo tres de cada cien británicos o belgas trabajaban ya en la agricultura. [. . . ] Tampoco en Estados Unidos era mayor el cupo de población agraria. Pero, visto a largo plazo, ese re troceso fue menos sorprendente que el hecho de que esa diminuta fracción del mercado de trabajo siguiera estando en condiciones de inundar Estados Unidos y el resto del mundo con cantidades inauditas de alimentos. [. . . ] EnJapón [. . . ] el cupo de los campesinos se redujo del 52,4 por ciento de la población en 1947, al 9 por ciento en 1985. [. . . ] En Finlandia, una mujer que hubiera nacido como hija de campesinos y fuera campesina en su primer matrimonio, podía convertirse aún durante su fase media de vida en una intelectual cosmopolita y en una personali dad política. Cuando su padre muriera en 1940 en la guerra de invierno contra Rusia, dejando sólo a la madre con la hija pequeña en la posesión familiar, todavía el 57 por ciento de los finlandeses serían campesinos y trabajadores forestales. En el cuadragésimo quinto cumpleaños de esa mujer apenas lo era ya el 10 por cien to68.
Es obvio que discursos de este tipo remiten al tópico de la revolución cultural; de todos modos, en un examen más próximo, resulta evidente que tampoco aquí se trata de una «revolución», ni en el sentido político ni
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en el cinético de la palabra, sino de consecuencias de explicaciones. En el caso dado se trata de una explicación de la fertilidad vegetal y animal que incide de la manera más espectacular en las prácticas habidas hasta ahora; producida por la moderna agroquímica en alianza con la biología mole cular y el explosivo aumento de la productividad agrícola por medio de maquinaria y métodos económico-empresariales de racionalización, así co mo por el paso, todo lo problemático que se quiera, a la explotación ani mal masiva en el sistema desarrollado del capitalismo de la carne. De he cho, a través de esas explicaciones de la fertilidad -que constituyen el trasfondo técnico de la llamada biopolídca- se produjeron las condiciones actuales, en las que entre el 2 y el 3 por ciento de una población trabaja dora no sólo alimenta al resto de la nación, sino que consigue todavía un excedente para la exportación. La consecuencia no prevista de ello fue que la mayor parte de la población pudo ser liberada del contexto vital de la agricultura para pasar a disponibilidad del mundo del trabajo industrial asalariado, un proceso que usualmente se transcribe con la expresión «ur banización». La historiografía social ha hecho gran hincapié en que ese tránsito significó para muchos, inicialmente, el cambio de la penuria agro- proletaria a la miseria industrial-proletaria; desde el punto de vista de hoy también esos diagnósticos se han vuelto históricos.
Para el desarrollo actual de las multiplicidades de deseo, la liberación de la atadura al campo señala la cesura decisiva, dado que para la mayoría va acompañada del cambio de la economía de subsistencia a la economía financiera; efectúa el salto de una forma de vida, estancada en necesidades frugales, a un modus vivendi dirigido por el deseo, orientado a objetos de lujo y comodidades de aún mayor calidad. Con la liberación del campo
(y su redescubrimiento como paisaje de vacaciones) comienza una era, en la que el deseo es la primera obligación del ciudadano. Desde entonces sólo el ser humano con deseos sin límites y capaz de opciones precisas cumple su vocación de desarrollo de la subjetividad de consumidor. En el invernadero del lujo no es en modo alguno la «vida desnuda» la que de termina la forma del sujeto, sino la posesión de capacidad adquisitiva en conexión con apetitos movilizados.
A la imagen de lo nuevo pertenece una fuerte movilidad social hacia arriba, fundada en un considerable incremento de oportunidades en las biografías profesionales de los individuos. La «sociedad» multifocal ofre ce mil milieus para arrimarse a ellos, diez mil escenarios para aparecer en
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ellos, cien mil escaleras para ascender por ellas. Todo milieu, todo esce nario, toda escalera constituye un microuniverso de impulso ascensional. La movilidad hacia delante y hacia arriba se apoya en la disposición tra dicional de las clases bajas a orientarse a las formas de vida de los acomo dados. Del impulso hacia arriba social no es en último término responsa ble la convicción, ampliamente extendida desde siempre entre los pobres, de que también ellos, con seguridad, harían una buena figura co mo gente rica: unjuicio equivocado, que parte del supuesto de que ser ri co representa la prosecución de la vida normal, determinada por la ne cesidad, a una escala más alta; pero antes de la ascensión efectiva al estado de bienestar no se puede hacer uno una idea realista de una forma de vi da dirigida por preferencias en ámbitos de opción pluridimensionales. Y, viceversa, los pudientes, a causa del efecto adictivo de estilos mimados de vida, tienen siempre motivos plausibles para temer que habrían de fraca sar lastimosamente como pobres; de ahí surge el motivo principal de su enconada decisión de defender los estados de posesión. Que los bien ins talados sientan a menudo miedo a la aniquilación ante la idea de empo brecimiento demuestra lo poco que creen, en asuntos propios, en las ben diciones del Estado de beneficencia, del que afirman, con respecto a otros, que ha desmochado los riesgos de la pobreza**9. La preocupación de los mimados cobra fuerza en la pesadilla, que un día podría acabar el incesante reabastecimiento de medios de mimo. En esa imagen angustio sa se oculta un concepto confuso de la fragilidad del invernadero de lujo, en el que, como en una espuma madura, se desarrollan los juegos de vi da de las democracias acomodadas.
10 Rosa de los Vientos del lujo La vigilancia, el humor* liberado, la sexualidad ligera
No estoypropiamente afavor delsufrimiento, pero tampoco delafelicidad. Estoy. . . afa vor de mi humory afavor de que siempre lo pueda tener.
Fedor Dostoievski, Apuntes del subsuelo
' Recuérdese lo dicho al comienzo del capítulo, Laune. humor, disposición, estado de áni mo, capricho, antojo, etc. (N. del T. )
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El individualismo -se podría decir también el rechazo moderno de los individuos a interiorizar su estatus social-, necesariamente dominante en la superinstalación, anuncia una transformación psico-histórica que se puede comparar con el nuevo troquelaje de una forma de alma por una gran religión: su importancia reside en que produce, a gran escala, la li beración de atención no-específica. Como probablemente mejor se en tienda la ola individualista sea considerándola como una forma de lujo del ser-en-el-mundo. Individuo es quien reclama el acceso privilegiado a sí mismo como poseedor de vivencias. De aquí se sigue la misión del consu mo final de sí mismo. La ética del individualismo da a sus clientes el con sejo de considerar su existencia como una oferta única e irrepetible. Mien tras que alrededor todo está lleno de no-yoes, con forma de ello o con forma de tú, el yo sabe inmediatamente que es singular. Lo que sólo exis te una vez aparece inmediatamente como digno de culto. Que cada uno de los individuos en el invernadero del bienestar se pueda comportar con sigo mismo como singularidad se sigue de la mutua potenciación de tres tendencias generales que son responsables del clima de individuación de la Modernidad.
En primer lugar, la fuerte caída de las cuotas de natalidad en las na ciones industriales y postindustriales produce condiciones bajo las cuales desaparece la competencia, antes para casi todos sangrienta, de los hijos en número excesivo de las familias tradicionales de campesinos y artesanos por los escasos recursos de amor de madre. Dado que, tras una superofer- ta maligna de diez mil años, los hijos se han convertido en escaseces rea les, no podía dejar de suceder que se volviera a convertir en caso normal una alta inversión de energías maternales y alomaternales en cada uno de los descendientes. A pesar de que la elevada cuota de actividad profesional femenina absorbe una parte de las nuevas oportunidades de dedicación más intensa a cada hijo, las alofunciones estatales sociales y escolares del gran invernadero contrarrestan ampliamente esas pérdidas. Llama la aten ción, por lo demás, que la psicología contemporánea -como también la ciencia de la religión- apenas haya reaccionado hasta ahora ante este es tado de cosas psicohistóricamente singular: la gran mayoría de los nacidos hoy en la superinstalación son hijos expresamente aceptados y bienveni dos. En su caso pueden ahorrarse las compensaciones tradicionales de la inoportunidad: sobre todo ya no se les plantea el problema que se discutía antes bajo el concepto de redención (aceptación posterior de la vida re-
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Martin Kippenberger,
METRO-Net World Conneclion Lüftungsschacht (pozo de ventilación). Pabellón alemán, Bienal de Y'enecia 2003.
chazada). Lo que esto haya de significar para el tono sociopsicológico ac tual de una «sociedad» está tan poco analizado como las consecuencias culturales a largo plazo del nuevo fenómeno*10. Las circunstancias sugieren la conclusión de que se ha convertido en estándar general un lujo de ma- ternización y educación no conocido históricamente y extensible a toda la civilización (más allá de la mayor parte del espectro de estratos sociales, in cluidas desigualdades entre milieus y naciones).
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Como de costumbre, lo casi imposible se percibe como obviedad en el clima de la isla antropógena y sirve de nivel de partida para exigencias ma yores. En la superinstalación ya no son excepciones fases de formación hasta los treinta años, y los sujetos de tales inversiones formativas apenas tienen conciencia de privilegiados por su prolongado tiempo de madura ción. De un modo que no conocieron épocas pasadas, la «sociedad», po bre en niños, rodea a sus retoños, permanentemente adolescentes, con una guirnalda de solicitud, esperanza y admiración, en la que muy a me nudo se entrelazan hebras de mala conciencia y miedo al futuro, sobre to do en las subculturas hipermorales azotadas por la culpa de la reproduc ción. En todas las capas sociales el hijo bienvenido brilla a los ojos de sus progenitores tan precioso como una bola dorada soplada a boca que se co loca como coronación del árbol de Navidad.
La segunda gran tendencia, responsable del giro individualista, es el aumento de la productividad del trabajo, que en el curso de los últimos 150 años ha llevado a un descenso espectacular del tiempo de trabajo se manal, mensual y vital de la gran mayoría de seres humanos que ejercen una profesión. Si en tomo a 1850 la prestación laboral de trabajadores, em pleados y oficinistas era todavía de cerca de 4. 000 horas -casi la mitad de las horas que tiene un año-, en Alemania y países comparables las horas de trabajo al año de asalariados descendió en torno a 1900 a 1. 700, y me nos, por término medio; incluyendo tiempos de formación ampliados yju bilaciones anticipadas, todo esto significa el retroceso de las fases labora les en el budget del tiempo de vida de los individuos hasta un tercio de lo que cinco generaciones antes todavía parecía ser el destino humano fuera de la leisure class. En relación con estos cambios se habla convencional mente de aumento del tiempo libre. En realidad, bajo este cliché del tiem po libre se oculta un estado de cosas no fácil de percibir y de grandes con secuencias antropológicas: se lo podría parafrasear llamándolo explosión de autoatención. Su consecuencia inmediata es la sumisión general de la vida a la alternativa de aburrimiento o diversión.
La actualización de los potenciales de lujo humanos va más estrecha mente unida a la emancipación masiva de los individuos en su propio tiempo de vida que a ningún otro movimiento de enriquecimiento del si glo XX. Dicho francamente: el acontecimiento de la época pasada, que de cidió en último término sobre todos los cambios de moral y formas de vi da, fue el incremento radical de la propiedad personal media de tiempo
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de vigilia fuera de los períodos dedicados al trabajo y a los quehaceres ho gareños. El tiempo de vigilia libre es el cruce en la Rosa de los Vientos de las tendencias del lujo. Lo que se llama tiempo libre significa de hecho la explicación de tiempos de vigilia mediante actividades y no-actividades, que, a causa de su carácter arbitrario, reflexivo y orientado a la vivencia, son apropiadas para dirigir hacia «dentro» la atención de los actores. Bajo «sociedad de vivencias» hay que entender un sistema que libera a los indi viduos para meditar tanto en presencias sensibles discrecionales como en resultados concretos de la existencia aquí y ahora. Las nubes pasan, los li bros guardan silencio en las estanterías, a mí me va así y asá. Lo vegetativo pasa a primer plano, los estados interiores se rodean de atención, lo evi dente evasivo destella en el tema interior. «Ahora, ocasionalmente, te sien tes y respiras bien a la luz del cansancio. »691
También numéricamente es impresionante la ampliación más reciente de las fases liberadas para la autoatención (y para su aniquilación masiva por la diversión). Si de 8. 760 horas que tiene un año deducimos diaria mente 8 horas de sueño, así como un tiempo de trabajo anual de 1. 700 ho ras, queda para el habitante de la superinstalación un saldo medio anual de 4. 140 horas de vigilia disponibles. Contando con que una buena parte de éstas se las llevan actos rutinarios de atención cotidiana a uno mismo y a la familia y desplazamientos al lugar de trabajo, queda aún para la ma yoría de los contemporáneos un salto residual de tiempo autorreferente mucho mayor que en todas las circunstancias históricas conocidas.
De él se alimentan múltiples dimensiones de lujo, que pertenecen fir memente, entretanto, a la imagen de la existencia en la superinstalación. En el way of life contemporáneo llama la atención, en primer lugar, un enorme grado de lujo de movilidad. Casi toda vida contemporánea parti cipa en una medida desconocida en la potencia-transporte. Los cuerpos modernos se definen -junto a su constitución auto-operable- por su capa cidad de superar distancias y realizar movimientos arbitrarios. Esto va tan lejos que hoy el concepto de libertad ya no puede ser definido sin refe rencia al derecho al derroche cinético y al antojo turístico. La envergadu ra del lujo cinético se infiere de la constatación sociológico-circulatoria de que dos de cada tres movimientos de tráfico motorizados van ligados a fi nes no-económicos y no-profesionales; je bouge, doneje suis. Queda por es cribir una crítica de la evasión pura. La cuenta de millas por vida de un tra bajador o empleado medio en las naciones más activas automovilista y
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turísticamente del sistema de bienestar supera en torno al año 2000 cuatro veces la palanza de la leisure class del siglo XVIII y XIX, a pesar de que ésta se dedi( ara al exquisito deporte* del trotamundos. Si se añaden las prácti cas ergotópicas acostumbradas, que se ejercitan en forma de innumerables tipos de deporte, ejercicios físicos y gimnasias, bailes, desfiles y terapias de movimiento, el panorama ofrece una civilización que vibra en un lujo ciné tico sentido sin par.
En el imperio del no-trabajo en vigilia se ha diferenciado, además, un sistema del lujo de la morbilidad de envergadura inaudita. Muy cerca del puro movimiento autorreferente, el estar enfermo se ha convertido en la interpretación más corriente de las oportunidades de tiempo libre""'2. A es
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te diagnóstico contribuyen las enfermedades civilizatorias no menos que las psicopatologías manifestadas, los padecimientos por toxicomanía y los accidentes deportivos, que siguen muy de cerca la diversificación del de porte en cientos de subculturas (razón por la cual, los servicios trauma- tológicos o de cirugía de accidentes de los hospitales son hoy los auténti cos seminarios sociológicos). El fenómeno multimorbilidad muestra la expansión del estar-enfermo hacia un universo de lujo de derecho propio. Demuestra que las dolencias son cultivables como un entrenamiento en decatlón.
jaro que le gustaba, le entraba por la ventana. Asimismo, su espíritu le traía de todos los señoríos de los alrededores, de las cortes de los príncipes o condes, los me jores guisos, todo completamente principesco. El y su mozo iban vestidos esplén didamente, y la ropa para ello tenía que comprársela o robársela para él su espíri tu en Núremberg, Augsburgo o Frankfurt de noche, porque de noche los tenderos no acostumbraban a estar en la tienda; y con los curtidores y zapateros sucedía lo
mismo.
In summa, todo era material robado o tomado en préstamo [. . . ].
El doctor Fausto vive, así, una vida epicúrea día y noche, no cree que haya un
Dios, infierno o demonio649.
Con esta narración hemos entrado en un mundo en el que queda ase gurada una muy soportable levedad del ser mientras sean los otros quienes trabajen: todavía no se pregunta por relaciones de producción. El narra dor de la Historia no deja duda alguna sobre cómo ha de llevarse a cabo el pillaje fáustico de gran futuro: a la explotación acostumbrada del pueblo por los grandes señores sigue la explotación innovadora de los señores y artesanos por seres humanos excepcionales, se trate de un sabio, de un ar tista o de un consejero de empresa.
La fascinación que durante siglos emanó de la figura original del doc tor Fausto -y de la que en las sublimaciones de Goethe sólo permaneció visible un destello refinado- consiste, pues, en una promesa extensiva e ul tramundana de mimo y confort. Dado que esta promesa estaba dirigida in determinadamente, una buena parte de la inteligencia burguesa de todas las generaciones siguientes pudo sentirse apelada por ella. Lo fascinante es perceptible aún tras siglos: Fausto es el hombre que a mitad de la vida
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descubre el truco de todos los trucos: el camino corto a la riqueza, sin tra bajo, y, con ello, el salto del deseo al disfrute'*0. El es el protagonista de la demanda burguesa de los medios de mimo y bienestar del presente y del futuro. Su ligereza metafísica, con mayor exactitud: su postergado interés en la salvación de la propia alma es lo que le abre el acceso a fuentes ili mitadas de confort y disfrute. Con ello proporciona un modelo infeccioso de cómo se podría acabar de golpe con el triste trabajo de la autoconserva- ción. Gracias a métodos mágicos avanza a saltos hacia los resultados, sin te ner que soportar la larga marcha a través de la producción y del trabajo hon rado. Su descubrimiento -el pacto con el diablo es su símbolo- consiste en que también en el plano del deseo del adulto se pueden demandar y en contrar satisfacciones tan completas como, por lo demás, sólo serían po sibles en la simbiosis del niño pequeño con la madre comprometida: su poniendo que disponga de un partner de mimo muy potente. Fausto se permite la amplia regresión que, no obstante, conduce a la meta adulta.
El escándalo de la existencia de Fausto tiene, pues, un nombre: des mesura en el bienestar. Dirige la ruptura abierta con las viejas tradiciones europeas de la vida moderada, prudente, autorrestrictiva, tal como fueron articuladas por las ideas de sopkrosyne y moderatio. Si existe un pecado fáus- tico se trata del pecado constitutivo de la Era Moderna, en tanto en cuan to ésta consiste en la ruptura con el sistema de los viejos módulos euro peos. Con ella comienza no sólo la infiltración de un anhelo infinito en circunstancias finitas, sino también la des-limitación práctica del tráfico y el consumo. En ambos casos aparece ya la dinámica del proceso de capi tal, reflejada en las cualidades subjetivas de una exploración sin tregua y un apetito insaciable de vivencias. La máxima de Fausto reniega de la me dida y el ordo porque ya no viene determinada por necesidades finitas y sa- tisfacibles, sino por deseos irrealizables. A ello corresponde que el diverti do doctor viaje tanto por el mundo recién des-limitado como sólo, por lo demás, lo hace el capital fijo en forma de barcos cargados por los mares del mundo; ya no puede, ni quiere, echar anclas en ninguna parte, porque sus deseos ya no tienen fin; no puede invitar al instante a que permanez ca, dado que él mismo se proyecta como corriente imparable, sin desem bocadura en el futuro'*1. Incluso el espacio aéreo ya no está seguro frente a su irrupción. La ideología-Fausto implica el pronunciamiento contra los límites que habían trazado la obediencia, la pobreza de recursos y la ca rencia de espíritu emprendedor; y si los medios que procuran mimo y con
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fort a Fausto han de ser descritos proforma todavía como depravados, no puede pasarse por alto, sin embargo, la vivacidad del aliento a esos efectos durante la mayor parte de la época burguesa. El interés en el pecado y la desinhibición determina el mercado originariamente. Cuando cosas así están en marcha, la atención pública se focaliza en el plus de vida.
Sólo después de que en Occidente se traspasó claramente el umbral hacia la affluent society, a partir de la segunda mitad del siglo XX, se desva neció de golpe la fascinación por la figura del sabio desenfrenado, proba blemente porque los seres humanos perdieron con el creciente consumis- mo real la sensación de poder aprender algo de las licencias y audacias simbólicas de Fausto. Konrad Adenauer ya no necesitaba prohibir el Faus to. Con la invención del crédito al consumidor todos nosotros nos hemos adelantado al tiempo del trabajo y vivimos ya en el futuro del deseo: ya no es necesario explicar cómo la tarjeta de crédito ha vuelto superfluo al com pañero mimador diabólico. En el sistema de consumo desarrollado, al «re gistro de los derechos humanos se añade el derecho a la regresión»652.
Con todo esto, el nombre de Mefistófeles representa el descubrimien to de una figura de trascendencia. El pacto diabólico es la cifra de un con trato inexpresable, cuyo contenido es el cuidado total, como si se tratara del de una madre. En tanto que la levitación descubre campos de juego ul tramundanos corta la referencia a la vida posmortal. Así se abrirán los ojos de generaciones siguientes de europeos a sus oportunidades seculares. En cambio, la moral de la historia no se tuvo demasiado en cuenta desde el comienzo. Aunque al mimado, tras el final del plazo de 24 años, le queda ba la perspectiva de las penas eternas del infierno, no por ello el público afecto se interesaba menos por lo que sucedía en sus incursiones al ser hu mano consumidor, liberado de cadenas: las comilonas épicas, el lujo subi do de la mesa, las escapadas con amoríos tanto de arriba como de abajo, los viajes del segundo Simón Magus por el aire y en el espacio (en los que la vertical adquiere un sentido aerotécnico65) , los reportajes sobre el más allá infernal, las peripecias durante el viaje al cielo, que ahora se transfor ma en un vuelo espacial tripulado, las divertidas-malvadas aventuras del ni gromante en cortes de príncipes, las bromas con monos, campesinos y es tudiantes: todo esto describe un círculo de acontecimientos que merecen ser vividos y descritos. La vuelta al mundo de Fausto se ritma de anécdotas desbordantes sobre orgías de vino, orgías de comida y bacanales. En pasa
jes repetidos cristaliza la estructura multi-episódica de la prosa narrativa
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moderna, que saca a sus protagonistas al amplio plano de la experiencia. Así contribuye la novela moderna temprana, como primera revista del ser, a configurar la forma del sujeto, en tanto que define al héroe como má quina de contar sensaciones por unidad de narración.
Por lo que respecta al ominoso pacto con el mal, da testimonio de una ganancia de realismo, porque el mimo y halago total, en el caso de no-lac tantes, puede ser representado abiertamente ahora como explotación de un tercero. Explotación que sólo es posible gracias a usurpación y rebelión. Cuyajustificación, por ambivalente que sea, puede extraerse del hecho de que se piensa claramente en el saqueo de grandes señores, de quienes no se puede desechar la sospecha de que ellos mismos sean explotadores. La figura intelectual de explotación del explotado representa, como se ha he cho observar, una versión previa del principio de redistribución, sin el que no podría legitimarse la participación del Estado moderno en los resulta dos económicos de la sociedad. En este sentido, el diablo fáustico, junto a figuras como Robin Hood, Fortunatus, Eulenspiegel y otras, habría que designarlo como precursor del Estado social, por cuanto no se considera en él la primacía del autoservicio; él es un antepasado místico de la social- democracia. Dado que en sus transacciones se trata más bien de desplaza mientos de la riqueza de los antiguos a los nuevos poseedores de tesoros que de impuestos directos, él anticipa la bolsa más que el fisco.
Como ladrón y encubridor en una persona, Mefistófeles ilustra el esta do de cosas de la expropiación del modo más explícito. Adopta el punto de vista de la cleptocracia ilustrada, en tanto que rastrea la riqueza hasta el punto en que puede ser robada como producto acabado; el moderno Estado fiscal, que en virtud de la ley saca año tras año del bolsillo de quie nes se dice que ganan más la mitad de sus ingresos, puede enlazar con el estándar cleptocrático. A los siglos XVIII y XIX les estaba reservado reponer el producto en el proceso de producción y redescribir el tesoro como ca pital; suponer, en consecuencia, el latrocinio en el contrato de trabajo mismo, después de lo cual se llamará explotación. Desde aquí pueden for mularse las premisas bajo las que el Estado fiscal autoritario temprano-bur gués se transforma en el Estado social permisivo de la Modernidad.
Con el establecimiento de las rutinas de beneficencia pública durante el siglo XX entra en su fase operativa la aventura del presente, el paso a la «sociedad» de levitación. Cuyo principio conceptualizó el sociólogo René Kónig, cuando designó el auténtico proyecto de la Modernidad como «de-
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Jean-Antoinette Watteau (? ), Rótulo para el comerciante de arte Gersaint, 1720.
mocratización del lujo»**4. La fórmula recoge la insinuación de Schumpe- ter, según la cual la consecución real del capitalismo consiste en la popu larización de los accesos a mercancías exquisitas: progreso en el campo económico no significa que la reina de Inglaterra se pueda comprar tan tas medias de seda como le parezca, sino que las dependientas de la tien da puedan permitirse tales medias.
Democratizar el lujo: habrá que acostumbrarse a la idea de que este pro yecto, muy impugnado desde el comienzo, es muy anterior al siglo XX; co mo a la de que tampoco la Modernidad puede ser más que la forma-pro- ceso más reciente de la paradoja de la que venimos: desde que el homo sapiens ha pisado el escenario de la evolución reclama lo casi imposible co mo algo natural y normal. En la literatura moralizante de Inglaterra se en cuentran desde mediados del siglo XVIII indicios de que se comenzó a dis cutir públicamente -quizá por primera vez en la historia de la «sociedad» de clases- sobre la imitación del lujo por los pobres; a la vez, se encontraba motivo para quejarse de la «desmoralización de las costumbres», generado por la infección de los estamentos bajos por la apetencia improcedente de imitar a los ricos. Desde ese momento, el asunto de la levitación posee, so bre todo entre los economistas, abogados de voz altisonante, que, en con tra de las tradiciones lujo-fóbicas de toda una era, defienden las ventajas del consumo elevado, incluso derrochador. Típico de la emergente afirmación
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Joven consumidora en design-shirt, que cita las premisas del sistema.
hurgue sa de la riqueza es el rótulo (en holandés: uythan^boord) , profusa mente adornado, de los talleres, tiendas y casas comerciales, que desde el siglo XVII se convierte en un género artístico popular.
Puede ser que en los alegaters de le>s primereas ape>le)getas del lujo en Holanela e Inglaterra se oigan por primera vez argumentos funcionalistas, política v moralmente intencionados. El célebre teorema de Mandeville, que los vie ios privados, mientras el Derecho los restrinja a medias, se con-
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Joe Miletzki (Escuela Superior Estatal de Diseño, Karlsruhe 2003), Proud of Merchandising Products.
vierten en virtudes públicas, inaugura la reflexión metamoral sobre he chos morales; a causa de sus éxitos, no puede abstraerse de la imagen de la modernización mental. La ciencia de la colaboración de los seres hu manos en sistemas sociales adquiere perfiles de sátira sin risa. En la Fábula de las abejas de Mandeville, 1714, se dice: «Orgullo, lujo y engaño ha de ha ber/ Para que un pueblo prospere» (Fraud, Luxury and Pride musí live/ Whi- le we the Benefits receivef*. Los pecados mortales se neutralizan convirtién dolos en factores de producción; el vicio asciende a ventaja territorial. Lo que se llama orden social es el beneficio colateral de la suma de acciones egoístas. Gana perfil la ciencia del vicio y de su propagación epidémica: pronto se llamará economía política.
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Ya en el siglo XVII y a comienzos del xvill se contaba con gran surtido de evidencia empírica respecto a tales acoplamientos; ya en esa época hacía tiempo que se podía considerar abiertamente como factum socioló gico, por ejemplo, la conexión entre consumo de lujo y erótica aristocrá- tico-gran burguesa, así como entre el comercio con medios exóticos de dis frute y nuevas modas de consumo. Tampoco lo que Sombart ha llamado «la asociación del feminismo (de viejo estilo) con el azúcar» quedaba ocul to a los observadores contemporáneos de las prácticas económicas en el campo de transición entre civilización noble y burguesa6TM; en aquel tiem po se hablaba del «dominio de las mujeres» como alma de la demanda; con ello se refería uno siempre, evidentemente, a aquel derroche de bie nes de lujo y objetos grandiosos657. En este punto, la burguesía de Holan da e Inglaterra -las naciones más amenazadas por la riqueza de la época- ya no tenía nada que aprender de los aristócratas de la vieja Europa.
Por primera vez en la historia más reciente, los hogares burgueses ha bían acumulado la suficiente prosperidad como para poder lanzarse en los mercados internos a aventuras en el campo del gusto y a herejías estéticas. La conocida manía holandesa con los tulipanes, desde 1636 hasta 1637, da testimonio de la fuerza del antojo para elevarse a delirio de masas por in fección mimética: entonces comenzó la dama Pecunia a doblegar bajo su régimen a sus amantes en tropel. El amor a aquella flor, tan regia como popular, se unió a un frenesí maníaco por el dinero: la especulación bur sátil alcanzó su punto álgido en esa manía y reventó (como la burbuja-wm- economy) tras dos años febriles658. No puede extrañar que desde todos los púlpitos de Holanda y Gran Bretaña, a la vez, se comenzara a cacarear con tra los peligros de la sociedad de consumo. Apenas llegados al bienestar, los ciudadanos, en tanto feligreses, hubieron de escuchar en las iglesias las amenazas de sus predicadores que como premio a su abundancia les po nían la perspectiva de un nuevo diluvio universal. La exhortación anabap tista: ¡Haz penitencia! , parecía dirigirse de pronto expresamente a los nue vos ricos. Bienestar se convirtió en sinónimo de tentación659. Y cómo no, si el clero de la época burguesa incipiente se veía enfrentado a una seculari- dad que creía que su tarea consistía en infectar a la «sociedad» con el fe liz contagio (happy contagión) de la demanda de lo superfluo60.
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9 El Empire o: El invernadero del confort; la escala del mimo abierta hacia arriba
Atención. Se me espera. El día y la noche seguirán en la estación. André Bretón y Paul Eluard, La nuit intrautérine
La tesis de que el acontecimiento fundamental del siglo XX consistió en el abandono por parte de la affluent society de las definiciones de realidad de la ontología de la pobreza adquiere contornos más precisos (tras estas orientaciones retrospectivas al potencial de la especie -adquirido evoluti vamente- de impulso hacia arriba y su deriva metafísica en la época de energías maternales escasas y reservas alomaternales asimismo escasas). Si resulta válida, tiene que ser posible mostrar que desde hace poco tiempo las condiciones generales de la maternización -es decir, la suma de las prestaciones maternales y alomaternales por niño, más las oportunidades de automatemización nuevas- se han modificado completamente en com paración con las condiciones de reproducción y crianza del mundo agro- precario y temprano-industrial, en el sentido de una recuperación de grandes excedentes de mimo, que fluyen a la individuación de innumera bles particulares. Nos atrevemos incluso a afirmar que con el comienzo de la Modernidad pedagógica en el Romanticismo y, del todo, con la entrada en el Estado casi totalmente alomadre del siglo XX (al que completa un nuevo entorno de medios con tendencia mimo-protectora, animante y pa- sivizante), ha aparecido una ecología psicosocial, históricamente sin par, del campo-(alo)madre-hijo. Las nuevas circunstancias llevan a la explica ción de la primera infancia por medio de la psicología evolutiva y a la ex plicación de la infancia madura por medio de una instrucción pública ela borada. (A ambas se añade, desde los años sesenta, la explicación de la procreación mediante planificación de nacimientos y medicina reproduc tiva, apoyadas por la explicación complementaria de la sexualidad con ayuda de la psicología de la «elección de objeto», de la orientación de pa reja y de la liberalidad pornográfica. )
Estos enunciados alcanzan plausibilidad suficiente en cuanto se rompe con la tradición de pensar el Estado desde la función de padre. Los hechos de la Modernidad sociocultural se ordenan en un modelo coherente des de el instante en que la estatalidad, incluyendo los servicios públicos en su
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totalidad, se remite a su cualidad generalizada de alomadre; así como la cultura moderna no deja del padre, en total, más de lo que queda para el imitador masculino del papel de alomadre, el almus pater; el sustentador y sponsor, obligado a pagar (sólo el psicoanálisis se compromete por el padre como por una especie en extinción). Este punto de vista puede sostenerse sin hermetismo desde que los Estados del oeste, con excepción de Estados Unidos, que sigue comprometido heroicamente, no se presentan ya prio ritariamente bajo sus tareas policíacas y militares. Así que -según el enun ciado de Tristan Tzara- no sólo la arquitectura del futuro será intrauteri na, sino que todo el proyecto vital de los seres humanos de las naciones pudientes se asimilará a la estancia en una incubadora.
Como hemos mostrado, el núcleo sociotécnico de la Modernidad con siste en la protetización explícita de prestaciones maternales. La «concep ción, que marca época, de madre artificial»m no es sólo un capricho de medicina alternativa, del que se mofa un literato suizo presuicida; es el principio empresarial ocultado, pero fácilmente reconocible para una mi rada sin prejuicios, de la sociedad del bienestar. El Estado -ahora obliga do a la «burogamia»62o a la política del mimo-, desde su reforma como agencia de beneficencia y asistencia, funciona como metaprótesis, que po ne en mános de los constructos materno-protésicos concretos, de los ser vicios de asistencia sociales, de los pedagogos, de los terapeutas y sus in numerables organizaciones, los medios para el cumplimiento de sus tareas.
Con estas constataciones no sólo hacemos justicia a la definición exis- tencial de la riqueza en el horizonte de la democracia corporativa, al hecho de que posibilite la levitación a los muchos. Se consigue, también, com prender la necesidad sistémica del Estado fiscal, que bajo cualquier cir cunstancia ha de cumplir su misión de ser-rico-para-los-hijos: en este sen tido, es una figura social plástica de explicación de la alomaternidad (aunque, por encima de sus tareas de redistribución, no se olvide, en ab soluto, de sí mismo ni de los suyos); se comprende, además, su paradoja, que aparece en el hecho de que el Estado más rico, en el ejercicio de sus legítimas funciones alomaternales, a menudo sobretensionadas clientelis- ta y social-burocráticamente, produce también la mayor cantidad de pupi los desagradecidos; y se entiende, por fin, del mismo modo, por qué esto parece conforme a una lógica estricta sistémica. Por su compleja tarea, co mo Estado educativo, Estado de confort, Estado térmico, como Estado te rapéutico63, como pertinente provisor de infraestructuras, seguridades de
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trasfondo y cálidas ilusiones distributivas de dar a todos lo que tiene y pue de, el aparato político de la «sociedad» de la opulencia despierta en innu merables individuos pasivo-agresivos la sensación de que, en medio de la abundancia general y de la cleptocracia unlversalizada, precisamente a ellos no les toca lo suficiente. La carencia modernizada es la sobreabun dancia aminorada por ilusiones ópticas; genera en los receptores de los mimos y cuidados fríos un resentimiento que, bajo circunstancias análo gas, aparecería necesariamente en cualquier clientela imaginable. Es ver dad que los favorecidos aceptan lo que consiguen recibir (la pasta del Es tado es la madre de la coolness), pero no por eso dejan en absoluto de acusar al donante de mezquindad, ignorancia, impotencia y derroche en favor de beneficiarios equivocados. No hay que dejarse impresionar por los modos de pensar antiestatalistas populares: precisamente la ingratitud generalizada testimonia el potencial de logros de los sistemas fríos de alo- prohijamiento. La affluent society es la primera ordenación social que se permite la subjetivación de la falta de necesidad en discordia64.
Después de lo dicho estamos en situación de ir más allá de la definición negativa de la affluent society. Lo que hasta ahora fue representado sólo co mo abandono de las condiciones mentales y materiales del mundo de ca rencia puede expresarse ahora positivamente diciendo que la «sociedad de la opulencia» conforma una obra de arte total del automimo: una obra que muestra una tendencia a la inclusión de cifras cada vez mayores de participantes, con el acrecentamiento simultáneo del desnivel entre den tro y fuera. El mimo integral es determinable como amalgama de libertad sin lucha, seguridad sin estrés e ingresos independientes del trabajo reali zado65; se puede hablar de mimos parciales en cuanto esté garantizada la participación en una de esas funciones.
Desde el giro al bienestar de las «masas» en el interior del gran inver nadero se puso en vigor la igualdad entre derechos humanos y derechos de confort. Ser reconocido como ser humano significa aquí: volver a ser tomado en serio, por fin, como sujeto virtual y actual de atenciones y mi mos. El concepto de reconocimiento pone al descubierto a partir de aho ra su consecuencia más tiempo oculta: la referencia a la percepción del otro como compañero y rival de igual condición en el bufé de la sobrea bundancia. Ahora se entiende mejor por qué esto representa un gesto mo ralmente ambicioso: luchar por los derechos humanos de otros tiene co mo consecuencia querer abrirles la entrada al espacio efecdvo de mimo; y
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esto significa darles la bienvenida como rivales. No hay duda alguna de que la lucha en favor del posible egoísmo del otro es una forma auténtica de generosidad: se basa en el reconocimiento de los derechos de igual dad de mimo de los perjudicados hasta ahora. El mismo concepto de jus ticia, colocado bajo el paraguas de la opulencia, implica la participación de los sujetos de derecho en las ventajas del sistema de bienestar. Para ello, la defensa jurídica de los perseguidos constituye un primer paso impor tante; pero las demás implicaciones del discurso sobre los derechos huma nos sólo se despliegan cuando la subjetividad del otro avanza hasta conver tirse en capacidad de competencia o rivalidad en los campos del consumo. «Justicia infinita» significa mimo interminable; designa la tarea inacabable de liberar a los manifiestamente pobres y depauperados de su situación precaria y abrir también a ellos el acceso al mundo de la abundancia: un objetivo que no resulta formulable sin paradojas. Porque ¿quién quiere en serio ayudar a que los demás se conviertan en competidores por el goce de bienes escasos? 6
A quien ya se encuentra en el campo de los privilegios económicos se le introduce en las corrientes de la refinería del deseo, que elabora y en cauza la aspiración de los muchos en direcciones innumerables. Dado que el proceso de mimo no tiene límites inmanentes, los incrementos y dife renciaciones se registran en una escala abierta hacia arriba. La forma de la subjetividad en el sistema de bienestar viene determinada por un apren dizaje del mimo que dura toda la vida; cuya configuración antigua se pre sentó hasta el colapso del neohumanismo prusiano, después de 1945, bajo el frágil título de «formación» [Bildung]; sus caracterizaciones más recien tes se articulan, más bien, como demanda de procedimientos que acre cienten la personality de los consumidores.
Las consecuencias de la introducción del concepto de mimo en el campo moral tienen gran alcance. Ilustran algunas intuiciones éticas que desde los discursos del amour propre de los moralistas del siglo XVII esperan su aguzamiento explícito. Efectivamente, justicia sin generosidad es resen timiento; generosidad sin voluntad de proliferación del mimo se queda en egoísmo. Libertad significa, por ello, poder asentir al egoísmo de los otros. Claro está que la finitud de la libertad se muestra ahora en el hecho de que también el generoso tiene que defenderse más pronto o más tarde del ex pansionismo de la libertad ajena. Si, por hablar una vez más con Spinoza, todavía no sabemos qué puede llegar a ser el cuerpo mimado, sí barrun-
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John M. Johansen, Floating Conference Centre, 1997.
tamos, sin embargo, qué conflictos se anuncian entre los sujetos de mimos ya desarrollados y los pretendientes a la participación futura en medios de mimo. Los indicios más suaves de éstos son las oleadas de emigrantes que demandan acceso al gran invernadero.
Si la mayoría de los participantes en el opus magnum de la vida moderna llegan desde el escenario de ésta, y desde su papel en él, a concepciones completamente diferentes, sobre todo cuando se adscriben al ala «social» y cultivan eljuicio crítico sobre las malas circunstancias reinantes, la razón de ello hay que buscarla en el hecho de que el sistema -concebido como cons
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trucción tensional sociotemática- se mantiene casi exclusivamente por co municación permanente sobre sus ficciones de problemas. Con ello se con sigue que la situación real y el estado de ánimo nunca sean congruentes (exceptuando, quizá, sincronizaciones excepcionales de ambos mediante el estrés de la guerra). Al mimo objetivo, que impulsa el sistema en el ejer cicio de la paz, se le musicaliza subjetivamente sobre un amplio teclado. Por eso, en la tensegrity dirigida por los medios, la atención de los actores está fi
jada por los temas de irritación actuales en cada caso; sirve continuamente a los motivos de descontento colectivo y a las reclamaciones urgentes en los frentes de los déficit más agudos. Mientras aumenta continuadamente, el lujo está condenado a traducirse en el lenguaje de la carencia. Como se ha mostrado, la necesidad enseña a pronunciar discursos, mientras que al lu
jo sólo le es lícito articularse indirectamente. (Quien busca una explicación del muy comentado «silencio de los intelectuales», que se constata tras el fi nal de la Guerra Fría y del socialismo utópico, la tendría aquí a mano: de fine que los auténticos intelectuales son demasiado inteligentes para tales tareas de traducción e, incluso, quizá, un poco demasiado honrados. )
Mientras los actores del sistema se identifiquen con sus papeles y crean en sus textos, no tienen perspectiva global alguna sobre el invernadero del bienestar y las bases de su funcionamiento. De sus autodescripciones hay que desterrar, naturalmente, expresiones como mimo, aligeramiento, lujo y descarga: la semántica dominante las ofusca mediante fórmulas como li bertad, seguridad, reconocimiento. (De hecho, lo que les importa a los in dividuos que están en el umbral hacia el sistema de bienestar es su propio empoxvermenty el segundo paso de la emancipación reafirma reivindicacio nes a participar en el flujo de confort. ) Pero cuando a los habitantes del invernadero de la sobreabundancia se les ha convertido en una segunda naturaleza la docilidad a fantasías de carencia, no se ve fácilmente de qué modo habrían de llevar a cabo por su propia fuerza el cambio de perspec tiva. Si la teoría en medio de la vida es siempre lo improbable, la teoría del mimo en los mimados es lo más improbable.
Además de la comparación etnológico-antropológica, hay sólo una po sibilidad de ponerse ante los ojos el todo invisible-sobrevisible y de con cienciar sus funciones y tendencias primarias: el extrañamiento o extra polación’ estéticos. El giro hacia el ver estético es una forma de mimo que
Yerfremáung. modo inusual de representar algo conocido; por ejemplo, y sobre todo,
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puede retrotraer la mirada al mimo. De hecho, reflexividad y mimo son in separables. Si, desde el punto de vista epistémico, el gran tema del siglo XX, como dijo Luhmann, se llamó reflexividad, fue también porque el gran acontecimiento del siglo XX en latitudes occidentales consistió en el mimo como hecho de masas. Por ello, lo que se ha llamado el devenir-re flexiva de la Modernidad se cumple sólo por el devenir-temádca de la cua lidad de mimo de la Modernidad. Realizamos la percepción estéticamen te extrañada de la situación cuando nos movemos en el espacio social como visitantes en una instalación. El observador que se da cuenta de la si tuación comprende que recorre una exposición formateada con mayor amplitud que el museo normal: una exposición que, por de pronto, no puede ser delimitada frente al ámbito de visibilidad normal.
Una contemplación así sólo requiere un presupuesto: que la totalidad de las circunstancias ya no puede designarse con el concepto de naturale za. Esta concesión resulta fácil en un escenario completamente urbaniza do. Pero si ya no se está «en la naturaleza», ni en la primera ni en la se gunda, ¿cómo llamar entonces lo artificial-envolvente? El concepto de obra de arte total se impondría si no estuviera tomado por la ideología es tética. También la expresión «plástica social», acuñada por Joseph Beuys, se revela como una sugerencia útil; aunque ya no habría que reservarla pa ra situaciones dispuestas por artistas, sino que habría que remitirla al es pacio total en el que se distribuyen privilegios de bienestar, se elaboran de seos, se diferencian subjetividades y se desarrollan alianzas inmunitarias. Vista así, la primera instalación universal «sociedad del bienestar» es deJac to una plástica o una escultura social, co-modelada por sus partícipes. Tras esta extrapolación, vuelve a ser utilizable incluso la afirmación de Beuys, escandalosa para tantos, de que todos los seres humanos son artistas (en el horizonte original, un ejemplo de kitsch igualitarista), porque es apropia da para definir la cooperación voluntaria e involuntaria de los habitantes del espacio de sobreabundancia en su instalación, reconstrucción y clima tización. Todo artista es cliente, todo cliente es ser humano, todo lo hu mano está proyectado para el mimo. A la dama Luxuria le dicen los mo dernos: fecisti nos ad te.
estética, literaria, teatralmente; caracterizar lo real de modo extraño o ajeno a ello, desacos tumbrado; en ese sentido: extrañamiento, artificiosidad, des-realización, interpretación, tras plante, recomposición, reconversión, distorsión, extrapolación, etc. (TV. del T. )
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Party de espuma, 2001.
No es casual, pues, que expresiones híbridas como «plástica social», «gran m seo . instala* ion integral», se remitan al superinvemadero «so ciedad -drl-lmalestar <<>n ayuda de giros tomados de la esleía estética. Si nos venu>s obligad<isa re< urrir a tales figuras, (‘lio sucede, como 1nanos in sinuado. por un doble motivo: por una parte, porque la extrapolación es-
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Michael Elmgreen/Ingar Dragset, Elevated Gallery/Pouterless Structures, fig. 146, 530 x 575 x 340 cm, Statens Museum for Kunst, Copenhague, 2001, fotografía de Andreas Szlavik, cortesía de Klosterfelde Berlín.
tética ofrece una de las pocas posibilidades, si no la única, de objetivar un contexto de vida que soporta a uno mismo y por el que uno mismo está penetrado; por otra, porque por lo que respecta al sistema entero de la or denación actual de vida, a ese espacio interior de mundo del bienestar, que recompensa a sus críticos con grandes ediciones y a sus detractores con becas, se trata de una configuración artificial, inteligente y con capa cidad de inclusión, que, desde cualquier punto de vista, es tan improbable que en ella la oposición entre arte y no-arte ya no tiene sentido. En tanto que las formas de vida de la affluent society encarnan el prototipo de artifi- ciosidad, no es plausible prestar más atención en ella a objetos individua les, destacados como obras de arte, que a objetos cualquiera no-destaca- dos. Ningún objeto individual puede ser más digno de consideración que la instalación entera; en consecuencia, a la exposición de obras de arte le hace competencia la exposición de artificios que hasta ahora quedaban fuera del concepto de arte e, incluso, en definitiva, la exposición del pro pio lugar de las exposiciones. Con ello puede comenzar la era de los edi ficios de museos auto-referentes, más aún, de la configuración auto-refe
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rente de espacio en general; los contenedores demuestran cada vez con mayor claridad su pretensión de primacía frente a sus contenidos.
El último paso en la des-limitación del concepto de arte lleva a la iden tificación de sistema de sociedad y sistema de arte, más allá de todas las in terpretaciones habidas hasta ahora de la idea de obra de arte total. Si al guien ha traspasado ese umbral, para él ya no hay más que imágenes de una exposición. Tras la entrada en el espacio integral de artificios también la filosofía se transforma en una praxis de comisariado de exposición: lo que era teoría se convierte en acondicionamiento del espacio de exposi ción para la exposición universal. Por ella, el superartificio «sociedad del bienestar» se explica como objeto de exposición habitable. Si queremos, según la formulación de Olafur Eliasson, rodear lo que nos rodea («con tornear el entorno»), hemos de aplicar el procedimiento de la reversión o inversión del medio ambiente**7al invernadero de lujo en su totalidad.
Por eso se entiende por qué el museo de arte contemporáneo -mejor: el expanded museurrt**—pudo desarrollarse hasta convertirse en lugar privi legiado para la auto-representación del sistema. En él -y apenas aún en las universidades- se produce el encuentro de la inteligencia con los hechos del mundo artificial*TM. El museo del presente, comisariado filosóficamen te, posee la extraña capacidad de mostrar el fin permanente del arte por su ocaso en la artificiosidad de la superinstalación. Es el único lugar del sis tema en el que puede observarse como tal su cualidad primaria: ser la ins talación de lo envolvente o la «situación total» artificial*170. En cuanto uno se mueve en ella como visitante-observador, la «sociedad» del bienestar muestra, efectivamente, las características de una instalación total; confi gura una esfera de artificios que no deja salir de ella a sus visitantes: en tan to transforma a los visitantes en habitantes (que olvidan enseguida que son visitantes), los rodea con una red irrompible de ofertas de confort y otros motivos de permanencia. Concebido contemplativamente como una ex posición sin salida, el invernadero del lujo es el auténtico continensr, cons tituye lo periéchon, lo existente-en-torno, de lo que los metafísicos más an tiguos hastaJaspers y Voegelin sugirieron que el mundo está contenido en él, como la imagen en el marco o la criatura en el espíritu del creador.
Estancia en el invernadero del bienestar significa estar incluido en los flujos de repartición de los medios de mimo, animación y levitación. La ca sa común del lujo es la obra de arte de vivienda y producción, climatizada confortablemente, inmunizada por derechos de protección y disfrute, que
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Ocean Dome en Miyazaki (Japón), vista interior.
se ramifica, en forma de hogares, empresas, subculturas y colectores671, en millones de microinstalaciones de una vida relativamente descargada. En ese agregado espumoso, batido por innumerables vectores de imitación, se pueden distinguir milieuf72o zonas con dotaciones semejantes de bienes, procederes y patrones de afecto; son las zonas de asimilación mimética más fuerte. La Toilette de Ilya Kabakov en la documenta 9 ofrecía el ejemplo de la vivienda comunal rusa, tal como existió a millones en el reino del so cialismo realmente existente: su exposición en Kassel significó un triunfo de la praxis artística, que impulsó a la elaboración de copias de milieus o si tuaciones completas.
Los milieus, reconstruidos o en original, conforman espumas homogé neas dentro de un paisaje de tipos de espuma muy diferentes. Algunos de ellos pueden representarse Uveen asambleas de partidos, donde sejuntan los milieus de los ciudadanos de profesión estatal y de los gremiófilos; otros se organizan en tomo a revistas subculturales y ferias, por las que se garan tiza la estabilización de los patrones propios del milieu. El mundillo de los imitadores profesionales de Elvis -parece que hay más de 40. 000 en el mun do- se reúnen anualmente en diferentes ciudades de Estados Unidos; los conductores de Harley Davidson de más acá y más allá del Atlántico cons
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tituyen redes según las reglas más renitentes; los cultivadores de rosas de to das las naciones viven retirados tras los muros invisibles de un delirio bien organizado. ¿Qué decir sobre los mundos extrañamente coherentes de los caninófilos o de los amigos de los haflinger? ¿Quién puede ser entendido, a la vez, en las subculturas de los golfistas, de los expertos en ajedrez, de los osteópatas de caballos, de los body-bailder; de los aficionados a andar en mountain-bike, al swing; de losjóvenes demócratas, de los aladeltistas, de los paleolingüistas, de los fetichistas de la laca, de los amantes de los acuarios de agua dulce, de los fans del tango, de los coleccionistas de cómic, aviones de aeromodelismo y plata vieja? ¿Quién tiene ante los ojos los círculos de lectores de autores contemporáneos que, con el placer de conocedores, le en frases novelísticas como: «Las mujeres acuario son siempre puntuales» o «Los profesores de tenis son los más babosos» o «He dicho que estaría de masiado oscuro parajugar al bádminton» o «El se interrumpió y besó du rante muy largo rato su carne perfumada. Y ella cayó de nuevo en éxtasis»? En cualquier subcultura dominan las leyes generales de asimilación, en ca da una a su modo. Nada iguala tanto a los individuos unos con otros como una afición o un capricho común, al que cada uno se dedica por separado. Por doquier vale: el capricho requiere al ser humano entero.
Cuando utilizamos aquí la expresión subcultura nos referimos a espu mas porosas, a través de cuyas paredes conductoras circulan los accesorios, temas y advertencias típicas del mundillo o escenario de turno.
Tales cir culaciones son de alcance estrictamente limitado: a la existencia en el es pacio de los caprichos o humores pertenece que no se sepa en un montón de burbujas qué sucede en los otros; la mayoría de las veces ni siquiera se da uno cuenta de que existen otras zonas. Con respecto a ella es acertada la observación de Tarde sobre el «amontonamiento poroso de elementos, cuya conexión capital consiste en no contradecirse»'’7*. En estos entrama dos de relaciones inter-ignorantes no hay nada social-arquitectónicamen- te falso: los escenarios se estabilizan, prosperan y van a la deriva, se parten y producen vástagos, haciendo uso de su derecho a pasar por alto la exis tencia de los demás. Más aún, la espuma-escenario presupone el aisla miento de las burbujas concretas unas de otras, porque, de otro modo, no se puede alcanzar ninguna auto-discriminación positiva, ninguna satisfac ción por exclusividad. Para los individuos las vinculaciones múltiples es lo obvio, las subculturas concretas se reproducen mejor en la monotemática. La «sociedad» está constituida multi-micromaníacamente, sin que ello
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pueda experimentarlo en un centro agrupador; no tiene ningún órgano para darse cuenta de cuántos sistemas de delirio, de cuántos cultos de ca tacumbas, de cuántos escapismos alberga; constituye un agregado medio ciego de ocultismos democráticos674.
Así pues, la obra de arte total imperceptible que «integra» (es decir, que permite que coexistan unas al lado de otras en un espacio estrecho, inter-ignorantes) todas las espumas subculturales sólo puede ser vista -y, además, únicamente de modo metafórico- cuando la forma del museo se transfiere al sistema en su totalidad y uno se mueve en él como un visitan te. Lo que es «el capitalismo», «el Occidente» o «el mundo del bienestar» se experimenta visitando, por ejemplo, la Clínica de los sueños de Ilya Kaba- kow; una estancia en Eurodisney, asimismo, puede ser muy valiosa pro- pedéuticamente. En la actitud de observador, y sólo en ella, se hace expe rimentare contra-intuitivamente de qué se trata en la superinstalación. De otro modo se permanece inevitablemente en el realismo, junto con su suplemento crítico. Desde cuya perspectiva se sigue considerando im posible que los motivos descarga, entretenimiento, refinamiento y mimo desempeñen el papel principal en la configuración actual del mundo; se seguirá convencido, como hasta ahora, que nuestros enemigos principales se llaman hoy como antes penuria y carencia; y que lo real es captable só lo en la tonalidad de la preocupación. Hay que reconocer los puntos fuer tes de la perspectiva convencional: quien quiera remitirse exclusivamente a los temas que circulan tanto en el espacio público como en corredor académico del superinvernadero, llegará inevitablemente a la conclusión de que nuestra civilización constituye -congenial, en esto, con cualquier «realidad» anterior, marcada por la miseria- una red gigantesca de caren cias, defectos y catástrofes, en la que sólo aquí y allí últimas islas de orden, todavía respetadas, ofrecen posibilidades precarias de supervivencia. Dado que el sistema vive de sus fantasías de carencia (y ya, ciertamente, en sus autodescripciones más liberales, no sólo en las extralimitaciones radicales de izquierdas, gótico-alarmistas y teórico-horripilantes), tiende a retratar se como un conservatorio de la miseria, la depresión y el crimen675.
Si se adopta la postura de observadores, que se pasean mirando por la instalación democrático-técnica con una entrada de visitante válida para un día, puede experimentarse tranquilamente que toda ella sirve al mimo pro gresivo o a la progresividad mimada de los habitantes; y que los inacabables discursos públicos sobre problemas, carencias, necesidades y sus corres-
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NEEO IS A VERY SUBJECTIVE WORD.
Anuncio del Hummer SUV de General Motors.
pondientes programas de desarrollo y compensación, incluyendo el fo lletín-moral y la sátira, no son nada más que códigos o claves para estrate gias de mimo cada vez más amplias. La aceptación popular del complejo ca pitalista de forma de vida sólo se comprende a partir del concepto positivo de mimo. Con el lujo viene lajusticia. Quizá el sentido de «justicia» no se pueda ( xplicar materialiter, en absoluto, sin el fantasma de la igualdad de los muchos frente al lujo. Tan pronto como las aportaciones políticas de base se han incorporado a la instalación-ew/Mra seguridad jurídica para los visi tantes-habitantes v libertad de dominio político extraño, la función de mi mo accede al primer plano. A todo confort pertenece el que sólo pueda concebirse en ascenso; consecuentemente, describe el nivel dado como fal-
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ta de confort e impertinencia inaceptable, y reclama su elevación como la demanda más acuciante de los derechos humanos. De ahí el desconcierto de los modernos frente a las recesiones y su disposición a considerar cerca no el fin de los üempos a causa de pérdidas mínimas de renta real.
Por el mimo la condición infantil se instaura en lo real; traduce la neo- tenia al registro de las fundones culturales. Como hemos visto, tanto con dición infantil como neotenia poseen un vector de expansión. Mientras éste tienda hacia delante la creación no puede ser perfecta: el mimo con tinúa avanzando, la lucha por los modos de conseguirlo es incesante. Quien ha logrado entrar en el sistema mimador, sea por inmigración o por naci miento, participa inmediatamente en el reparto de los medios actuales de impulso hacia arriba. Por mucho que esto constituya siempre y en toda cul tura la relación fundamental, sólo la Modernidad avanzada ha hecho ex plícito el mimo. En Austria, la ciudad de Viena entrega espontáneamente a los padres de recién nacidos el primer equipo del lactante: en claro re conocimiento del hecho de que son los padres los primeros que necesitan el primer alo-prohijamiento. En este caso, como en todos, por lo demás, en el gran invernadero, el resto corresponde más o menos a lo estableci do. No se trata tanto de una peculiaridad nacional la que se expresa en es te donativo, sino de un gesto local que podría repetirse en cualquier lugar de la internacional del confort. Los partidos en pugna recíproca del im perio de la opulencia se definen en otras tantas burbujas nacionales por el hecho de que sugieren programas polemógenos respecto al reparto de las riquezas, creando, así, en el público, apoyados por la prensa sensaciona- lista, la sensación de que el reparto de los medios de alivio es lo más serio. Esta impresión no es infundada: en una nación como la República Fede ral de Alemania, más de la mitad de un producto social bruto de más de dos billones de dólares (para el año 2000) pasa por las manos redistributi
vas de la Gran Alomadre. Por eso la redistribución genera el caso crítico crónicamente. El mimo no abandonará tan pronto a sus hijos. Que toda historia es la historia de luchas entre grupos de mimo: esta constatación si gue siendo válida para las turbulencias en el invernadero integral.
En su libro Homo sacef7C\ recibido con expectación, Giorgio Agamben ha hecho la chocante propuesta de pensar la totalidad del sistema desde la forma del campo de concentración. Por tal entiende Agamben un lugar cerrado, cuyos habitantes se ven reducidos a la característica de la «vida desnuda». Desnuda sería una vida cuya liquidación no supone embarazo
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Rebecca Horn, Cornucopia, Séance para dos pechos, 1970.
alguno, dado que ya está excluida de la protección del derecho. En nues tro contexto, el campo puede ser identificado sin esfuerzo como la va riante iliberal de la gran instalación: representa inequívocamente un caso de inmersión de seres humanos en la obra de seres humanos. También ese concepto del todo se consigue por extrapolación estética, en el sentido de una estética de lo sublime, por supuesto, acentuando los efectos de encie rro y desnudez o desamparo, y amortiguando ampliamente los compo nentes de bienestar, inmunidad y libertad'7. La hipérbole del campo de concentración integral se vuelve más soportable cuando se la relaciona con las hipérboles del museo sin salida o bien de la instalación total. Me diante ambas figuras, tanto la del campo como la del museo integral, se realiza la idea fundamental macrosferológica de que no hay vista alguna desde fuera del todo del contexto de civilización propio. Quien lo quiera explorar ha de moverse en la inmanencia como un Parménides en el an fiteatro678. (Observemos que en el proyecto-Esferas trabajamos siempre con
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la idea semimetafórica, no-hiperbólica, de invernadero, de la que estamos convencidos de que, a causa de sus características defínitorias, no sólo aprehende la situación de la Modernidad y posmodernidad, sino que in cluye también el principio continuum, que permite trazar una línea desde las formas de vida arcaicas hasta las contemporáneas. )
La instalación autoinstalante trasciende unidades políticas y sociales co mo Estados, Naciones, Pueblos y Economías nacionales y las reúne en una Ciudad-Mundo de nuevo cuño todavía no descrita en aspectos esenciales. Constituye un paisaje compuesto de invernaderos culturales, cúpulas neu máticas, en los que, por medio de \emas-insider efectivos y sugestiones mo- tivadoras, se reproducen innumerables microclimas subculturalmente di ferenciados. La oscilación entre espacios-clima dentro de la instalación se organiza por regla general como turismo, ocasionalmente también como terapia, vivencia artística o intervención humanitaria. Para esto se puede pensar, sin más, en instalaciones-invernaderos, en las que pabellones tem perados y humidificados de modo diferente limitan unos con otros. En las cúpulas-milieu interconectadas actúan fuerzas de impulso ascendente del tipo más variado, fuerzas que esperan un análisis más exacto. Un et nólogo que apareciera en el archipiélago de los milieus interiores, de los equipos y asociaciones en el gran invernadero tendría que describir un agregado compacto; compuesto por miles de fuentes emisoras de hipno sis de felicidad y focos de excitación de inducciones maníacas. Constitu ye una espuma caótica, constantemente batiéndose a sí misma de nuevo, compuesta de ejercicios espirituales contrafóbicos, evangelios empresa riales, proyectos de desarrollo impulsores de futuro y sueños de revancha que requieren mucho tiempo. Estas disposiciones y prácticas generan una urdimbre incesantemente intensivada y reacondicionada por una ex tensa industria de la mentalidad (o como se quiera llamar a las religiones del éxito, psicotécnicamente reformuladas). Todas ellas pertenecen al va riopinto arsenal de la manía en la era de su reproductibilidad técnica.
Las autodescripciones hasta ahora más plausibles, aunque demasiado formalistas, de la gran instalación como todo, se presentan en conceptos como «sociedad de consumo» o «sociedad de vivencia». Junto a ellas, con cepciones devenidas populares como «sociedad de riesgo», «sociedad de oportunidades», «sociedad del saber», pueden reclamar también una fuer za descriptiva moderada; incluso a unjuego de palabras venido a más co mo «McWorld»*79no se le puede denegar completamente todo sentido, ya
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que alude al carácter multilocal, despreocupado y corrupto de la supe- rinstalación. Deja claro que las marcas globales representan los universa les en el universo del dinero; y en el caso dado, un universal de la vulgari dad culinaria.
En un proyecto agudizado de teoría de medios contemporánea, como el Manifiesto consumista de Norbert Bolz, la gran instalación se describe co mo zona-comfort, cuyo vecindario transnacional se compone del colectivo de quienes poseen capacidad adquisitiva. Ellos realizan la naturaleza hu mana explicitada, mediante el consumo de objetos, signos y tiempos de vi da; el consumismo es el humanismo pensado hasta el final. Sólo él, según parece, tiene la llave del reino de la paz, porque impide por la pax oecono- mica interacciones bélicas entre los Estados abiertos al comercio. El zvay of life consumista tiene, ciertamente, la desventaja de que la paz del mercado exige pocos nervios de los seres humanos: les falta la sensación de caso crí tico, que promete la liberación del aburrimiento. El arte de moverse sin hastío en el laberinto universal de pasajes comerciales, centros de anima ción y portales exige de los individuos, por tanto, interrumpir la banalidad del confort mediante nuevos inventos incesantes de irritaciones680.
En el reino del capital toda posible oposición es una criatura de las pro pias situaciones contra las que se dirige. Desde esta intelección Antonio Negri y Michael Hardt, en su ensayo sobre el nuevo orden del mundo, han propuesto la expresión empire para la super-instalación global681. Este «im perio» sólo puede pensarse en singular y tiene estricto carácter ecuméni co. Por eso, supuestamente, ya no se le enfrenta ningún enemigo externo: en todo caso podría volverse contra sí mismo y ser derrumbado por la re belión de sus componentes. Se entiende: el discurso sobre el empire está motivado religiosamente; y el éxito universal del libro sólo puede enten derse a la luz de este diagnóstico. Efectivamente, recoge, más bien suges tiva que argumentativamente, las tradiciones en suspenso de la teología cristiana de la historia y hace sonar materialistamente sus motivos apo calípticos. Dado que para los spinozistas y deleuzianos no hay a disposición ninguna meta más allá del devenir, en ellos el imperio del capital, que es completamente de este mundo, se enfrenta al contra-imperio, mundano también pero distinto, de las pluralidades disidentes o de los expresionis mos alternativos. La diferencia más grande es también la más ambigua: formula una disparidad de la que todo depende, pero que, considerada a la luz, no puede consumarse: la parálisis está programada. A pesar del dis
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curso agitado sobre oposición y contradicción radical, el empire y su multi tud# disidente son una y la misma cosa.
Quien tiene al alcance de la vista la historia de reservas religiosas fren te a configuraciones imperiales terrenas reconoce inmediatamente que con empire se presenta una parodia panteísta de la contraposición agusti- niana entre civitas terrena y civitas Dei. Las analogías son amplias: así como a menudo la Iglesia apenas se podía distinguir empíricamente del mundo al que pretendía oponerse, tampoco la multitud# se puede diferenciar cla ramente del mundo del capital del que quiere despegarse: excepto por la íntima certeza que convence al adversario de las circunstancias de su mili- tancia ardiente. Sólo una decisión mística permite a los miembros de la af-
fluent left saber que todavía son siquiera de izquierdas; del mismo modo que a quienes no tienen éxito sólo una decisión terminológica permite afirmar, a menudo, que son explotados y marginados. Como punto de apoyo les sirve la observación introspectiva de que sienten en sí mismos un puro estar-en-contra: dado que el enemigo contra el que uno se rebela (the enemy against which to rebel) ya no tiene perfiles, el afecto «en-contra» tiene que satisfacerse a sí mismo: this being against becomes the essential key to every active position in the world. . . 682De Jacto, los against-men, junto a su pertenen cia a la iglesia opositora, son clientes ambivalentes de lo dado, como todos los demás contemporáneos. La enemistad intensamente declarada al em pire se dirige contra una instancia incapaz de manifestar hostilidad, porque el imperio, en sus aspectos positivos, no es ni quiere otra cosa que la mul titud opositora, mientras que la multitud, en sus impulsos y apremios, en cama a la vez el lado oscuro del imperio. Después de que los tiempos de abierto sabotaje han pasado (también la lucha de clases, por sus métodos, es hija del tiempo), habría llegado el momento de la deserción para los di sidentes; pero, dado que, como se escucha, ya no hay exterior alguno al que fuera posible retirarse, la deserción fuera del sistema conduce a nin guna parte (desertion does not have a place68S). En tanto que quiere ser com pletamente diferente, lo otro es lo mismo; en tanto quiere estar en otra parte totalmente distinta, sigue donde está.
El ensayo de Negri y Hardt sobre el sistema de mundo capitalista y la rebelión de la vida contra él señala el final lógico de la evasión hacia la iz quierda, que había sido puesta en marcha por parte de los perdedores de la revolución de 1789. En una mirada retrospectiva a una escalada de dos cientos años, llevada hasta el extremo, la ley del sobrepujamiento del 14 de
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julio se vuelve transparente a través de sus frustrados amantes: cuando la revolución burguesa fracasa o no basta, surge el radicalismo de izquierdas; cuando el radicalismo de izquierdas fracasa o no basta, surge la gnosis de la militancia84. Una gnosis así ya no puede fracasar, se vuelve implausible85.
Es probable que la imperceptible hiper-plástica encuentre su formula ción más ambiciosa en la idea abismalmente plana de Luhmann de «so ciedad universal» [Weltgesellschaft] . A pesar de su pertenencia a un discur so extremadamente formalista, la expresión está penetrada de una vibración utópica, ya que -por motivos metódicos, no morales- toma a su cargo la empresa aventurada de extender una cubierta conceptual unita ria sobre los mundos interiores del sistema global del bienestar y sus peri ferias dominadas por la miseria. En tanto que habla enigmáticamente de sociedad universal (y se niega a poner en plural la palabra «sociedad»), el sociólogo atento quiere dar la impresión de que también en la teoría de sistemas dene que haber, al menos, un único gesto verbal que remita al to do. Esto puede interpretarse como si el maestro de Bielefeld no hubiera querido negar a los innumerables excluidos de la Tierra el derecho de ciu dadanía semántico en la «sociedad» única, a pesar de que nadie supiera mejor que él que bajo ninguna circunstancia imaginable puede llegarse a una unidad universal efectiva.
Lo que describimos aquí como abandono del modelo de realidad de la ontología de la carencia, desde el punto de vista histórico-social va unido a dos cortes históricos en las estructuras sociales y mentales de Europa y del Nuevo Mundo. De ambos no se exagera si se los designa como las frac turas más profundas en la historia de la humanidad posneolítica: la rebe lión contra la carencia va acompañada, por una parte, del final del modo de vida agrícola tradicional, tras imponerse masivamente el estilo de vida ciudadano-industrial, determinado por la economía financiera; por otra, del final de la era de la hiper-fertilidad femenina y de la fuerte caída de las cotas de nacimientos en todos los Estados desagrarizados; así, Japón, Ale mania, Italia, con una cifra de natalidad del 0,9 por ciento, como Austria y España, cada una de ellas con un 1,0 por ciento, pertenecen a las naciones con las cuotas más bajas del mundo8*’. Del grupo de naciones con bienes tar sólo Estados Unidos puede contar con crecimiento debido a los efec tos unidos de la inmigración y de las elevadas cuotas de natalidad en los segmentos latino-asiáticos de población: al precio de la marginalización de
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los descendientes de europeos. Es verdad que la liaison, que fundamenta la Modernidad, entre bienestar y descenso de nacimientos aparece en múl tiples modulaciones que alcanzan ocasionalmente hasta una inversión de la tendencia, pero no se puede negar del todo687. Mientras que la escasez de niños en algunas naciones europeas, no en último término en Alema nia, se interpreta en ocasiones como expresión de «pesimismo vivido» -se habla de negativa biológica a la inversión-, habrá de considerarse, en ge neral, ante todo, como una oportunidad de dedicación más intensa de los educadores a cada uno de los descendientes.
Es obvio que tanto una como otra de estas cesuras manifiesta una co nexión inmediata con cambios en el campo-madre-hijo y, con ello, en el trasfondo existencial de las fuerzas de impulso hacia arriba; que en ellas se oculta la oportunidad de un despliegue radical de potenciales abstractos de alomadre y auto-prohijamiento hay que mostrarlo expresamente. Sobre la primera cesura ha observado Eric Hobsbawm:
El cambio social más dramático y más amplio en la segunda mitad de este si glo (del xx), que nos separa para siempre del mundo del pasado, ha sido la de cadencia del campesinado. [. . . ]. En los primeros años ochenta sólo tres de cada cien británicos o belgas trabajaban ya en la agricultura. [. . . ] Tampoco en Estados Unidos era mayor el cupo de población agraria. Pero, visto a largo plazo, ese re troceso fue menos sorprendente que el hecho de que esa diminuta fracción del mercado de trabajo siguiera estando en condiciones de inundar Estados Unidos y el resto del mundo con cantidades inauditas de alimentos. [. . . ] EnJapón [. . . ] el cupo de los campesinos se redujo del 52,4 por ciento de la población en 1947, al 9 por ciento en 1985. [. . . ] En Finlandia, una mujer que hubiera nacido como hija de campesinos y fuera campesina en su primer matrimonio, podía convertirse aún durante su fase media de vida en una intelectual cosmopolita y en una personali dad política. Cuando su padre muriera en 1940 en la guerra de invierno contra Rusia, dejando sólo a la madre con la hija pequeña en la posesión familiar, todavía el 57 por ciento de los finlandeses serían campesinos y trabajadores forestales. En el cuadragésimo quinto cumpleaños de esa mujer apenas lo era ya el 10 por cien to68.
Es obvio que discursos de este tipo remiten al tópico de la revolución cultural; de todos modos, en un examen más próximo, resulta evidente que tampoco aquí se trata de una «revolución», ni en el sentido político ni
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en el cinético de la palabra, sino de consecuencias de explicaciones. En el caso dado se trata de una explicación de la fertilidad vegetal y animal que incide de la manera más espectacular en las prácticas habidas hasta ahora; producida por la moderna agroquímica en alianza con la biología mole cular y el explosivo aumento de la productividad agrícola por medio de maquinaria y métodos económico-empresariales de racionalización, así co mo por el paso, todo lo problemático que se quiera, a la explotación ani mal masiva en el sistema desarrollado del capitalismo de la carne. De he cho, a través de esas explicaciones de la fertilidad -que constituyen el trasfondo técnico de la llamada biopolídca- se produjeron las condiciones actuales, en las que entre el 2 y el 3 por ciento de una población trabaja dora no sólo alimenta al resto de la nación, sino que consigue todavía un excedente para la exportación. La consecuencia no prevista de ello fue que la mayor parte de la población pudo ser liberada del contexto vital de la agricultura para pasar a disponibilidad del mundo del trabajo industrial asalariado, un proceso que usualmente se transcribe con la expresión «ur banización». La historiografía social ha hecho gran hincapié en que ese tránsito significó para muchos, inicialmente, el cambio de la penuria agro- proletaria a la miseria industrial-proletaria; desde el punto de vista de hoy también esos diagnósticos se han vuelto históricos.
Para el desarrollo actual de las multiplicidades de deseo, la liberación de la atadura al campo señala la cesura decisiva, dado que para la mayoría va acompañada del cambio de la economía de subsistencia a la economía financiera; efectúa el salto de una forma de vida, estancada en necesidades frugales, a un modus vivendi dirigido por el deseo, orientado a objetos de lujo y comodidades de aún mayor calidad. Con la liberación del campo
(y su redescubrimiento como paisaje de vacaciones) comienza una era, en la que el deseo es la primera obligación del ciudadano. Desde entonces sólo el ser humano con deseos sin límites y capaz de opciones precisas cumple su vocación de desarrollo de la subjetividad de consumidor. En el invernadero del lujo no es en modo alguno la «vida desnuda» la que de termina la forma del sujeto, sino la posesión de capacidad adquisitiva en conexión con apetitos movilizados.
A la imagen de lo nuevo pertenece una fuerte movilidad social hacia arriba, fundada en un considerable incremento de oportunidades en las biografías profesionales de los individuos. La «sociedad» multifocal ofre ce mil milieus para arrimarse a ellos, diez mil escenarios para aparecer en
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ellos, cien mil escaleras para ascender por ellas. Todo milieu, todo esce nario, toda escalera constituye un microuniverso de impulso ascensional. La movilidad hacia delante y hacia arriba se apoya en la disposición tra dicional de las clases bajas a orientarse a las formas de vida de los acomo dados. Del impulso hacia arriba social no es en último término responsa ble la convicción, ampliamente extendida desde siempre entre los pobres, de que también ellos, con seguridad, harían una buena figura co mo gente rica: unjuicio equivocado, que parte del supuesto de que ser ri co representa la prosecución de la vida normal, determinada por la ne cesidad, a una escala más alta; pero antes de la ascensión efectiva al estado de bienestar no se puede hacer uno una idea realista de una forma de vi da dirigida por preferencias en ámbitos de opción pluridimensionales. Y, viceversa, los pudientes, a causa del efecto adictivo de estilos mimados de vida, tienen siempre motivos plausibles para temer que habrían de fraca sar lastimosamente como pobres; de ahí surge el motivo principal de su enconada decisión de defender los estados de posesión. Que los bien ins talados sientan a menudo miedo a la aniquilación ante la idea de empo brecimiento demuestra lo poco que creen, en asuntos propios, en las ben diciones del Estado de beneficencia, del que afirman, con respecto a otros, que ha desmochado los riesgos de la pobreza**9. La preocupación de los mimados cobra fuerza en la pesadilla, que un día podría acabar el incesante reabastecimiento de medios de mimo. En esa imagen angustio sa se oculta un concepto confuso de la fragilidad del invernadero de lujo, en el que, como en una espuma madura, se desarrollan los juegos de vi da de las democracias acomodadas.
10 Rosa de los Vientos del lujo La vigilancia, el humor* liberado, la sexualidad ligera
No estoypropiamente afavor delsufrimiento, pero tampoco delafelicidad. Estoy. . . afa vor de mi humory afavor de que siempre lo pueda tener.
Fedor Dostoievski, Apuntes del subsuelo
' Recuérdese lo dicho al comienzo del capítulo, Laune. humor, disposición, estado de áni mo, capricho, antojo, etc. (N. del T. )
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El individualismo -se podría decir también el rechazo moderno de los individuos a interiorizar su estatus social-, necesariamente dominante en la superinstalación, anuncia una transformación psico-histórica que se puede comparar con el nuevo troquelaje de una forma de alma por una gran religión: su importancia reside en que produce, a gran escala, la li beración de atención no-específica. Como probablemente mejor se en tienda la ola individualista sea considerándola como una forma de lujo del ser-en-el-mundo. Individuo es quien reclama el acceso privilegiado a sí mismo como poseedor de vivencias. De aquí se sigue la misión del consu mo final de sí mismo. La ética del individualismo da a sus clientes el con sejo de considerar su existencia como una oferta única e irrepetible. Mien tras que alrededor todo está lleno de no-yoes, con forma de ello o con forma de tú, el yo sabe inmediatamente que es singular. Lo que sólo exis te una vez aparece inmediatamente como digno de culto. Que cada uno de los individuos en el invernadero del bienestar se pueda comportar con sigo mismo como singularidad se sigue de la mutua potenciación de tres tendencias generales que son responsables del clima de individuación de la Modernidad.
En primer lugar, la fuerte caída de las cuotas de natalidad en las na ciones industriales y postindustriales produce condiciones bajo las cuales desaparece la competencia, antes para casi todos sangrienta, de los hijos en número excesivo de las familias tradicionales de campesinos y artesanos por los escasos recursos de amor de madre. Dado que, tras una superofer- ta maligna de diez mil años, los hijos se han convertido en escaseces rea les, no podía dejar de suceder que se volviera a convertir en caso normal una alta inversión de energías maternales y alomaternales en cada uno de los descendientes. A pesar de que la elevada cuota de actividad profesional femenina absorbe una parte de las nuevas oportunidades de dedicación más intensa a cada hijo, las alofunciones estatales sociales y escolares del gran invernadero contrarrestan ampliamente esas pérdidas. Llama la aten ción, por lo demás, que la psicología contemporánea -como también la ciencia de la religión- apenas haya reaccionado hasta ahora ante este es tado de cosas psicohistóricamente singular: la gran mayoría de los nacidos hoy en la superinstalación son hijos expresamente aceptados y bienveni dos. En su caso pueden ahorrarse las compensaciones tradicionales de la inoportunidad: sobre todo ya no se les plantea el problema que se discutía antes bajo el concepto de redención (aceptación posterior de la vida re-
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Martin Kippenberger,
METRO-Net World Conneclion Lüftungsschacht (pozo de ventilación). Pabellón alemán, Bienal de Y'enecia 2003.
chazada). Lo que esto haya de significar para el tono sociopsicológico ac tual de una «sociedad» está tan poco analizado como las consecuencias culturales a largo plazo del nuevo fenómeno*10. Las circunstancias sugieren la conclusión de que se ha convertido en estándar general un lujo de ma- ternización y educación no conocido históricamente y extensible a toda la civilización (más allá de la mayor parte del espectro de estratos sociales, in cluidas desigualdades entre milieus y naciones).
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Como de costumbre, lo casi imposible se percibe como obviedad en el clima de la isla antropógena y sirve de nivel de partida para exigencias ma yores. En la superinstalación ya no son excepciones fases de formación hasta los treinta años, y los sujetos de tales inversiones formativas apenas tienen conciencia de privilegiados por su prolongado tiempo de madura ción. De un modo que no conocieron épocas pasadas, la «sociedad», po bre en niños, rodea a sus retoños, permanentemente adolescentes, con una guirnalda de solicitud, esperanza y admiración, en la que muy a me nudo se entrelazan hebras de mala conciencia y miedo al futuro, sobre to do en las subculturas hipermorales azotadas por la culpa de la reproduc ción. En todas las capas sociales el hijo bienvenido brilla a los ojos de sus progenitores tan precioso como una bola dorada soplada a boca que se co loca como coronación del árbol de Navidad.
La segunda gran tendencia, responsable del giro individualista, es el aumento de la productividad del trabajo, que en el curso de los últimos 150 años ha llevado a un descenso espectacular del tiempo de trabajo se manal, mensual y vital de la gran mayoría de seres humanos que ejercen una profesión. Si en tomo a 1850 la prestación laboral de trabajadores, em pleados y oficinistas era todavía de cerca de 4. 000 horas -casi la mitad de las horas que tiene un año-, en Alemania y países comparables las horas de trabajo al año de asalariados descendió en torno a 1900 a 1. 700, y me nos, por término medio; incluyendo tiempos de formación ampliados yju bilaciones anticipadas, todo esto significa el retroceso de las fases labora les en el budget del tiempo de vida de los individuos hasta un tercio de lo que cinco generaciones antes todavía parecía ser el destino humano fuera de la leisure class. En relación con estos cambios se habla convencional mente de aumento del tiempo libre. En realidad, bajo este cliché del tiem po libre se oculta un estado de cosas no fácil de percibir y de grandes con secuencias antropológicas: se lo podría parafrasear llamándolo explosión de autoatención. Su consecuencia inmediata es la sumisión general de la vida a la alternativa de aburrimiento o diversión.
La actualización de los potenciales de lujo humanos va más estrecha mente unida a la emancipación masiva de los individuos en su propio tiempo de vida que a ningún otro movimiento de enriquecimiento del si glo XX. Dicho francamente: el acontecimiento de la época pasada, que de cidió en último término sobre todos los cambios de moral y formas de vi da, fue el incremento radical de la propiedad personal media de tiempo
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de vigilia fuera de los períodos dedicados al trabajo y a los quehaceres ho gareños. El tiempo de vigilia libre es el cruce en la Rosa de los Vientos de las tendencias del lujo. Lo que se llama tiempo libre significa de hecho la explicación de tiempos de vigilia mediante actividades y no-actividades, que, a causa de su carácter arbitrario, reflexivo y orientado a la vivencia, son apropiadas para dirigir hacia «dentro» la atención de los actores. Bajo «sociedad de vivencias» hay que entender un sistema que libera a los indi viduos para meditar tanto en presencias sensibles discrecionales como en resultados concretos de la existencia aquí y ahora. Las nubes pasan, los li bros guardan silencio en las estanterías, a mí me va así y asá. Lo vegetativo pasa a primer plano, los estados interiores se rodean de atención, lo evi dente evasivo destella en el tema interior. «Ahora, ocasionalmente, te sien tes y respiras bien a la luz del cansancio. »691
También numéricamente es impresionante la ampliación más reciente de las fases liberadas para la autoatención (y para su aniquilación masiva por la diversión). Si de 8. 760 horas que tiene un año deducimos diaria mente 8 horas de sueño, así como un tiempo de trabajo anual de 1. 700 ho ras, queda para el habitante de la superinstalación un saldo medio anual de 4. 140 horas de vigilia disponibles. Contando con que una buena parte de éstas se las llevan actos rutinarios de atención cotidiana a uno mismo y a la familia y desplazamientos al lugar de trabajo, queda aún para la ma yoría de los contemporáneos un salto residual de tiempo autorreferente mucho mayor que en todas las circunstancias históricas conocidas.
De él se alimentan múltiples dimensiones de lujo, que pertenecen fir memente, entretanto, a la imagen de la existencia en la superinstalación. En el way of life contemporáneo llama la atención, en primer lugar, un enorme grado de lujo de movilidad. Casi toda vida contemporánea parti cipa en una medida desconocida en la potencia-transporte. Los cuerpos modernos se definen -junto a su constitución auto-operable- por su capa cidad de superar distancias y realizar movimientos arbitrarios. Esto va tan lejos que hoy el concepto de libertad ya no puede ser definido sin refe rencia al derecho al derroche cinético y al antojo turístico. La envergadu ra del lujo cinético se infiere de la constatación sociológico-circulatoria de que dos de cada tres movimientos de tráfico motorizados van ligados a fi nes no-económicos y no-profesionales; je bouge, doneje suis. Queda por es cribir una crítica de la evasión pura. La cuenta de millas por vida de un tra bajador o empleado medio en las naciones más activas automovilista y
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turísticamente del sistema de bienestar supera en torno al año 2000 cuatro veces la palanza de la leisure class del siglo XVIII y XIX, a pesar de que ésta se dedi( ara al exquisito deporte* del trotamundos. Si se añaden las prácti cas ergotópicas acostumbradas, que se ejercitan en forma de innumerables tipos de deporte, ejercicios físicos y gimnasias, bailes, desfiles y terapias de movimiento, el panorama ofrece una civilización que vibra en un lujo ciné tico sentido sin par.
En el imperio del no-trabajo en vigilia se ha diferenciado, además, un sistema del lujo de la morbilidad de envergadura inaudita. Muy cerca del puro movimiento autorreferente, el estar enfermo se ha convertido en la interpretación más corriente de las oportunidades de tiempo libre""'2. A es
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te diagnóstico contribuyen las enfermedades civilizatorias no menos que las psicopatologías manifestadas, los padecimientos por toxicomanía y los accidentes deportivos, que siguen muy de cerca la diversificación del de porte en cientos de subculturas (razón por la cual, los servicios trauma- tológicos o de cirugía de accidentes de los hospitales son hoy los auténti cos seminarios sociológicos). El fenómeno multimorbilidad muestra la expansión del estar-enfermo hacia un universo de lujo de derecho propio. Demuestra que las dolencias son cultivables como un entrenamiento en decatlón.
