En un arrebato humorístico, Nietzsche, por su condición anormalmente
sensible
a la atmósfera, se ofrecía a sí mismo como posible objeto de muestra en la exposición de la electricidad en París, en 1881, como un instrumento, digamos, patafísico de medida de la tensión13.
Sloterdijk - Esferas - v3
Fritz Haber pudo pronto hacerse festejar como el padre de la máscara de gas.
Cuando se llega a saber por la literatura histórico-militar que, entre fe brero yjunio de 1916, sólo entre las tropas alemanas en Verdún fueron re partidas por el depósito correspondiente de la zona de retaguardia cerca de 5 millones y medio de máscaras de gas, así como 4.
300 aparatos de pro tección de oxígeno (la mayoría de las veces tomados de la explotación mi nera) dotados con 2 millones de litros de oxígeno91, se hace evidente en cifras en qué medida ya en ese momento la guerra «ecologizada», transfe rida a un entorno atmosférico, se había convertido en una lucha alrede dor de los potenciales respiratorios de las partes enemigas.
La lucha in cluyó entonces los puntos débiles biológicos de las partes en conflicto.
La imagen de la máscara de gas, que se hizo rápidamente popular, manifies ta que el atacado intentó liberarse de su dependencia del entorno inme diato de aire respirable, escondiéndose tras un filtro de aire -un primer paso al principio de aire acondicionado, que se basa en el desacoplamien to de un volumen definido de aire del aire del entorno-.
A ello corres ponde, por el lado atacante, una escalada del ataque a la atmósfera me diante la utilización de materiales tóxicos que penetraran por los aparatos
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protectores de la respiración enemigos; desde el verano de 1917, químicos y oficiales alemanes comenzaron a utilizar como material bélico el sulfuro de etilo diclorado, conocido como «cruz azul» o «clark I», que, en forma de finísimas partículas de material en suspensión, era capaz de superar los filtros protectores de la respiración enemigos, un efecto del que los afec tados dejaron constancia con la expresión «rompedor de máscaras». Al mismo tiempo, la artillería de gas alemana introdujo en el frente occiden tal contra las tropas británicas el nuevo gas de combate cruz amarilla o lost92, que, incluso en cantidades mínimas, al contacto con la piel o roce con las mucosas de los ojos y vías respiratorias provocaba estragos en el or ganismo, sobre todo pérdidas de la vista y disfunciones nerviosas catastró ficas. Entre las víctimas más conocidas del lost o iperita en el frente occi dental se contaba el cabo Adolf Hitler, que la noche del 13al 14de octubre de 1918 en una colina cerca de Wervick (La Montagne), al sur de Ieper, se vio implicado en uno de los últimos ataques con gas de la Primera Guerra Mundial, llevado a cabo por los británicos. En sus memorias declaraba que la mañana del 14 sus ojos se habían convertido en algo así como carbones incandescentes; que, además, tras los sucesos del 9 de noviembre en Ale mania, que él vivió simplemente de oídas en el hospital militar Pasewalk de Pomerania, había sufrido una recaída en la pérdida de la visión que le causó el lost, durante la cual habría tomado la decisión de «hacerse polí tico». En la primavera de 1944 Hitler manifestó a Speer, en vistas de la de rrota que se acercaba, que albergaba el temor de perder otra vez la vista, como entonces. El trauma del gas estuvo presente en él hasta el final, co mo rastro nervioso. Parece que entre los determinantes técnico-militares de la Segunda Guerra Mundial desempeñó un papel el hecho de que, a cau sa de esos sucesos, Hitler introdujera una comprensión idiosincrásica del gas en su concepción personal de la guerra, por una parte, y de la praxis del genocidio, por otra93.
En su primera aparición la guerra de gas reunió en estrecho consorcio los criterios operativos del siglo XX: terrorismo, conciencia del design y planteamiento medioambiental. El concepto exacto de terror presupone, como se ha mostrado, un concepto explícito de medio ambiente, porque el terror representa el desplazamiento de la acción destructiva desde el «sistema» (aquí, desde el cuerpo enemigo físicamente concreto) a su «me dio ambiente» (en este caso, al entorno atmosférico en el que se mueven
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los cuerpos enemigos, obligados a respirar). De ahí que la acción terroris ta ya posea siempre, por sí misma, un carácter atentatorio, pues a la defi nición de atentado (en latín: attentatum, intento, tentativa de asesinato) no sólo pertenece un golpe sorpresivo desde la emboscadura, sino también el aprovechamiento maligno de los hábitos de vida de las víctimas. En la gue rra de gas se incluyen estratos profundísimos de la condición biológica de los seres humanos en los ataques a ellos mismos: el hábito ineludible de respirar se vuelve contra los respirantes de tal modo que éstos se convier ten en cómplices involuntarios de su destrucción, suponiendo que el te rrorista de gas consiga acorralar a las víctimas en el entorno tóxico el tiem po necesario hasta que éstas, por inhalaciones inevitables, se entreguen al medio ambiente irrespirable. No sólo es la desesperación, según observa ba Jean-Paul Sartre, es un atentado del ser humano contra sí mismo; el atentado al aire del terrorista de gas produce en los atacados la desespe ración de verse obligados a cooperar en la extinción de su propia vida, de bido a que no pueden dejar de respirar.
Con el fenómeno guerra de gas se alcanza un nuevo plano explicativo para premisas climáticas y atmosféricas de existencia humana. En él la in mersión de los vivientes en un medio respirable se lleva a una elaboración formal. Desde el comienzo el principio design se incluye en este envite ex plicativo, ya que la manipulación operativa de ambientes gaseados en te rrenos abiertos obliga a una serie de innovaciones atmotécnicas. Por su causa, las nubes tóxicas de combate se convirtieron en una tarea de diseño productivo. Los combatientes movilizados como soldados normales en los frentes de gas, tanto en el oeste como en el este, se vieron enfrentados al problema de desarrollar rutinas para el diseño regional de atmósferas. La instalación o producción artificial de nubes de polvo de combate exigía una coordinación eficiente de los factores generadores de nubes bajo cri terios de concentración, difusión, sedimentación, coherencia, masa, ex pansión y movimiento. Con ello se anunciaba una meteorología nueva, de dicada a «precipitaciones» de un tipo muy especial.
Un baluarte de este saber especial se encontraba en el Instituto Kaiser- Wilhelm para Química física y Electroquímica, dirigido por Fritz Haber, en Berlín-Dahlem, una de las direcciones teóricas más ominosas del siglo XX; en correspondencia, también del lado francés y británico existían ins titutos análogos. La mayoría de las veces había que mezclar con estabiliza dores los materiales de combate para conseguir las concentraciones con
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venientes, que resultaran efectivas en campo abierto. Ante el principio de finitivo de la producción selectiva de nubes tóxicas sobre un terreno defi nido, necesariamente delimitado con vaguedad bajo condiciones-outdoors, sólo representaba una diferencia tecnológica relativamente insignificante que esas precipitaciones tóxicas se consiguieran sometiendo a secciones del frente a un fuego continuado de granadas de gas o «vaciando» a favor del viento botellas de gas dispuestas en línea. En un ataque de la artillería de gas alemana con gas cruz-verde-difosgeno cerca de Fleury, en el Maas, durante la noche del 22 al 23 de junio de 1916, se partió de una consisten cia de nube, necesaria para provocar la muerte en terrenos abiertos, que garantizaría, al menos, 50 disparos de obús o 100 de cañón por hectárea y minuto, valores que no se alcanzaron del todo, puesto que a la mañana si guiente los franceses «únicamente» hubieron de lamentar 1. 600 intoxica dos y 90 muertos sobre el campo94.
Lo decisivo fue que la técnica, por medio del terrorismo de gas, apare ció en el horizonte de un diseño de lo inobjetivo, y por ello temas latentes como calidad física del aire, aditivos artificiales de la atmósfera y demás factores conformadores de clima en espacios de residencia humanos caye ron bajo presión explicativa. Por la explicación progresiva el humanismo y el terrorismo se encadenan uno a otro. El premio Nobel Fritz Haber se declaró durante toda su vida humanista y patriota ardiente. Como afirmó solemnemente en su, por decirlo así, trágico escrito de despedida, dirigi do a su Instituto el 1 de octubre de 1933, estaba orgulloso de haber traba
jado por la patria, en la guerra, por la humanidad, en la paz.
El terrorismo diluye la diferencia entre violencia contra personas y vio lencia contra cosas desde el flanco del medio ambiente: es violencia contra aquellas «cosas»-humano-circundantes, sin las cuales las personas no pue den seguir siendo personas. La violencia contra el aire respirable de grupos transforma la inmediata envoltura atmosférica de seres humanos en algo de cuya vulnerabilidad o invulnerabilidad puede disponerse en el futuro. Sólo reaccionando a la privación terrorista, el aire y la atmósfera -medios de vida primarios tanto en sentido físico como metafórico- pudieron con vertirse en objeto de previsión explícita y de atención aerotécnica, médica,
jurídica, política, estética y teórico-cultural. En ese sentido, la teoría del ai re y la técnica del clima no son meros sedimentos del saber de la guerra y la posguerra, ni, eo ipso, objetos primeros de una ciencia de la paz, que só
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lo pudo surgir a la sombra del estrés95de guerra, sino, ante todo, son for mas de saber primarias post-terroristas. Llamarlas así significa ya explicar por qué tal saber sólo ha sido mantenido hasta ahora en contextos lábiles, incoherentes y escasos de autoridad; quizá la idea de que pueda haber algo así como auténticos expertos en el terror sea, como tal, híbrida.
Analíticos y combatientes profesionales del terror muestran un interés notable en ignorar su naturaleza a alto nivel, un fenómeno para el que proporcionó evidencia clara el desvalimiento elaborado de la avalancha de declaraciones de expertos tras el atentado al World Trade Center de Nue va York y al Pentágono de Washington el 11 de septiembre de 2001. El te nor de casi todas las manifestaciones sobre el atentado a los símbolos pro minentes de Estados Unidos era el de que uno se sentía sorprendido, como el resto del mundo, por lo ocurrido, pero confirmado, sin embargo, en la tesis de que hay cosas frente a las cuales uno no puede protegerse nunca lo suficiente. En la campaña-War-on-Terror de las televisiones de Es tados Unidos, que se habían puesto en cortocircuito con los comunicados del Pentágono para regular su lenguaje, reorientado, casi sin excepción, a la propaganda, no se habló ni siquiera una vez de una noción elemental como la de que el terrorismo no es un enemigo, sino un modus operandi, un método de lucha, que por regla general se reparte entre ambos lados de un conflicto, razón por la cual «guerra contra el terrorismo» es una for mulación carente de sentido96. Eleva una alegoría a la condición de ene migo político. En cuanto se pone entre paréntesis la exigencia de tomar partido y se sigue el principio de los procesos de paz, también el de escu char al enemigo, resulta evidente que un acto terrorista aislado nunca constituye un comienzo absoluto. No hay ningún acte gratuit terrorista, ningún «hágase» originario del horror. Todo atentado terrorista se entiende como contraataque dentro de una serie, que en cada caso se considera ini ciada por el adversario. Así pues, el terrorismo se concibe a sí mismo anti- terroristamente; esto vale incluso para la «escena originaria» del frente de Ieper en 1915, no sólo porque de ella se siguió inmediatamente la secuen cia acostumbrada de contraataques y contra-contraataques, sino porque del lado alemán se pudo apelar verídicamente al hecho de que los france ses y británicos ya habían utilizado antes munición de gas97. El comienzo del terror no es el atentado concreto llevado a cabo desde uno de los la dos, sino más bien la voluntad y la disposición de los partners en conflicto a operar en un campo de batalla ampliado. Por la ampliación de la zona
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de lucha se hace perceptible el principio explicación en el proceder bélico: el enemigo se explícita como un objeto en el medio ambiente, cuya elimi nación equivale a una condición de supervivencia del sistema. El terroris mo es la explicación del otro b¿yo el punto de vista de su exterminabili- dad98. Si la guerra significa desde siempre un comportamiento frente al enemigo, sólo el terrorismo desvela su «esencia». En cuanto desaparece la moderación de las desavenencias, conforme al derecho de los pueblos, to ma el mando la relación técnica con el enemigo: en tanto que estimula la explicitud de procedimientos, la técnica pone en claro la esencia de la enemistad: que no es otra que la voluntad de extinción de lo que está en frente. La enemistad hecha explícita técnicamente se llama exterminismo. Esto explica por qué el estilo maduro de guerra del siglo XX estaba orien tado a la aniquilación.
La estabilización de un saber sólido sobre el terror no sólo depende, pues, del recuerdo preciso de sus prácticas; exige la formulación de los principios a los que está sujeta la práctica del terror en su explicitud téc nica y explicación progresiva desde 1915. Sólo se entiende el terrorismo cuando se le concibe como una forma de investigación del medio am biente bajo el punto de vista de su destructibilidad. Se aprovecha de la cir cunstancia de que los simples habitantes tienen una relación de usuario con su entorno y, por principio, lo consumen de modo natural exclusiva mente como condición muda de su existencia. Pero, en este caso, el des truir es más analítico que el utilizar: el terror puntual saca provecho de la diferencia de nivel de inocuidad que hay entre el ataque y el objeto inde fenso, mientras que el terror sistematizado crea un clima de angustia in cesante, en el que la defensa se adapta a los ataques permanentes, sin po der atajarlos. Así las cosas, la lucha terrorista agudizada se convierte cada vez más en una competición en torno a ventajas explicativas respecto a puntos débiles del medio ambiente rival. Nuevas armas de terror son aque llas por las cuales se hacen más explícitas condiciones de vida; nuevas ca tegorías de atentados ponen en evidencia -al modo de una sorpresa ma ligna- nuevas superficies de vulnerabilidad. Es terrorista quien consigue una ventaja explicativa respecto a las condiciones de vida implícitas del contrario y las utiliza para la acción. Esta es la razón por la cual, tras gran des y violentas cesuras históricas producidas por el terrorismo, se pueda tener la sensación de que lo sucedido remite al futuro. Tiene futuro lo que destapa lo implícito y transforma aparentes inocuidades en zonas de lucha.
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Fumigación de efectos en un camión de mudanzas en torno a 1930.
Según su principio de actuación, todo terrorismo está concebido at- moterrorísticamente. Tiene la forma del golpe atentatorio contra las con diciones medioambientales de vida del enemigo, comenzando con el ata que tóxico al recurso más inmediato del entorno de un organismo huma 1 0 , el aire que respira". Con ello se admite que lo que desde 1793, y más aún desde 1915, llamamos terreur o terror pudo ser anticipado en cual quier modo posible de utilización de la violencia contra condiciones me dioambientales de existencia humana: piénsese en envenenamientos de agua potable, de los que ya ofrece ejemplos la Antigüedad, en ataques in festantes medievales a fortalezas defendidas, así como en el incendio y ahlimación de ciudades y cuevas de refugio por tropas de asedio, o en la propagación de rumores horripilantes y noticias desmoralizadoras. Pero tales comparaciones fallan en lo esencial. Por lo que importa al caso, que da por identificar el terrorismo como un hijo de la Modernidad, dado que no pudo ir madurando a una definición exacta hasta que no llegó a expli-
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citarse suficientemente el principio del ataque al medio ambiente y a la de fensa inmunológica de un organismo o de una forma de vida. Esto suce dió por primera vez, como se ha explicado, en los acontecimientos del 2 de abril de 1915, cuando la nube de gas de cloro, producida por el vacia do de 5. 700 botellas de gas, fue llevada por un viento suave desde las posi ciones alemanas a las trincheras francesas entre Bixschoote y Langemarck. Al atardecer de aquel día, entre las 18 y las 19 horas, la manecilla del reloj epocal saltó de la fase vitalista-tardorromántica de la Modernidad al obje tivismo atmoterrorista. Nunca ha habido, desde entonces, una cesura de igual profundidad en ese campo. Los grandes desastres del siglo XX y del incipiente XXI pertenecen, sin excepción, como ha de mostrarse, a la his toria de la explicación que se inauguró aquella tarde de abril en el frente occidental, cuando las sorprendidas unidades franco-canadienses retroce dieron, espantadas de pánico, bajo el efecto de la nube de gas blanqueci- no-amarillenta, que se deslizaba desde el nordeste hacia ellas.
La explicación técnica subsiguiente de este saber procedimental de lu cha climatológica, conseguido en la guerra, tomó, de modo natural, como muy tarde desde noviembre de 1918, el camino de rodeo de su «aprove chamiento pacífico». Ante el inminente fin de la guerra, las chinches, las típulas cantoras comunes, las polillas harineras y, sobre todo, los piojos de los vestidos entran en el punto de mira de los químicos berlineses. Es evi dente que la prohibición del Tratado de Versalles de toda producción de substancias bélicas en territorio alemán no les hizo perder su fascinación profesional. El profesor Ferdinand Flury, uno de los más estrechos cola boradores en el Instituto de Dahlem, pronunció en septiembre de 1918, en Munich, en un congreso de la Sociedad Alemana para Entomología Apli cada, una conferencia programática sobre el tema: «Las actividades del Instituto Kaiser-Wilhelm para Química física y Electroquímica en Berlín- Dahlem al servicio de la lucha antiparasitaria». Durante la discusión Fritz Haber tomó la palabra e informó sobre la actividad de un «Comité Técni co para la Lucha Antiparasitaria» (Tasch: «Technischer Ausschuss für Schádlingsbekámpfung»), que se ocupaba, ante todo, de la introducción del gas de ácido cianhídrico (HCN) en la defensa contra los insectos de los agricultores alemanes. Observó al respecto: «La mayor idea de base, tras la paz restaurada, es hacer aprovechables para el fomento de la agri cultura por la lucha antiparasitaria, además del ácido cianhídrico, otras
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substancias de combate que produjo la guerra»10. Flury ponía en conside ración en su informe «que en la acción de gases sobre insectos o ácaros se plantean circunstancias completamente diferentes que en el caso de la in halación de gases y vapores a través de los pulmones de los mamíferos, aunque exista un paralelismo con la toxicidad en animales superiores»101. Ya en el año 1920 una revista especializada de la Sociedad Alemana para la Lucha Antiparasitaria S. L. [Deutsche Gesellschaft für Schádlingsbekámp- fung GmbH (Degesch)], fundada poco antes del final de la guerra, pudo dar a conocer que desde 1917 habían sido gaseados cerca de 20 millones de metros cúbicos de «espacio edificado, en molinos, barcos, cuarteles, hospitales de campaña, escuelas, almacenes de grano y semilla», y lugares semejantes, siguiendo los criterios de la técnica avanzada del ácido cian hídrico -según el llamado procedimiento de la cuba-. A ello hay que aña dir, desde 1920, un producto gaseoso, desarrollado por Fleury y otros, que conservaba las ventajas del ácido cianhídrico, su extrema toxicidad, sin asumir sus inconvenientes: la peligrosa no perceptibilidad del gas me diante el olfato, gusto o demás sentidos por el ser humano (con mayor exactitud: por un grupo de seres humanos, ya que parece que la capacidad de percepción o no percepción del olor del gas cianhídrico viene deter minada genéticamente). Lo esencial del nuevo invento consistía en añadir al gas cianhídrico, de efectos tóxicos, un 10 por ciento (después menos) de un gas irritante (por ejemplo «Chlorkohlensáuremethylester»), muy perceptible. El nuevo producto salió al mercado con el nombre de ciclón A y se recomendaba para la «desinfección de estancias infestadas de in sectos». Lo interesante del ciclón A era que se trataba de un gas de diseño, en el que puede observarse ejemplarmente una tarea específica del di seño: la reintroducción en la percepción del usuario de funciones del pro ducto no perceptibles o amortiguadas. Dado que el componente funda mental de la mezcla, el gas cianhídrico, que se evapora a unos 27 grados centígrados, a menudo no es inmediatamente perceptible para los seres humanos, a los creadores de ese material les pareció oportuno pertrechar su producto con un componente provocador, muy llamativo, que por su fuerte efecto aversivo advirtiera de la presencia de la substancia (desde el punto de vista filosófico se hablaría de una refenomenalización de lo no aparente)102. Notemos que la primera «desinsectación de grandes espa cios» fue llevada a cabo casi exactamente el mismo día en que había suce dido, dos años antes, el ataque de Ieper, con ocasión de la fumigación de
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un molino en Heidingsfeld, cerca de Würzburg, el 21 de abril de 1917. En tre la muerte de Goethe y la introducción de la expresión «desinsectación de grandes espacios» en la lengua alemana sólo habían pasado ochenta y cinco años; también las expresiones «desapolillar» y «desratizar» enrique cieron desde entonces el léxico de los alemanes. El propietario del moli no declaró que su establecimiento permaneció completamente «libre de polillas» incluso durante mucho tiempo después de la fumigación.
La producción civil de nubes de ácido cianhídrico se redujo casi ex clusivamente a espacios cerrados reconstruidos (excepciones fueron árboles frutales al aire libre, que se cubrían con toldos herméticos y a continua ción se fumigaban). En estos casos se podía trabajar con concentraciones que permitieran a los ofertantes de tales servicios asegurar el exterminio total de poblaciones locales de insectos, incluidos sus huevos y liendres, no en último término por la propiedad del gas cianhídrico de introducirse hasta en los últimos rincones y rendijas. En la primera fase de esas prácti cas la relación entre la zona de aire especial, esto es, el volumen espacial a fumigar, y el aire general, la atmósfera pública, no se consideró pro blemática. La consecuencia de esto fue que la finalización de las fumiga ciones consistía normalmente en la simple ventilación, es decir, en la dis tribución del gas tóxico en el aire libre del entorno hasta recuperar «valores inofensivos» dentro. A nadie le preocupaba entonces que la «ven tilación» de los recintos primeros conllevara una carga para los segundos. Parecía resultar indiscutible a priori y para siempre la insignificancia de la relación de los espacios interiores fumigados con el aire exterior no-fumi- gado. La bibliografía especializada del ramo da fe, no sin orgullo, en los primeros años cuarenta, de que se habían «desinsectado» entretanto 142 millones de metros cúbicos, utilizando -nosotros añadiríamos: introdu ciendo desconsideradamente en la atmósfera- para ello millón y medio de kilos de ácido cianhídrico. Con el desarrollo progresivo del problema me dioambiental se invirtió el sentido de la relación entre el aire del entorno y la zona de aire especial, puesto que ahora la zona acomodada artificial mente -nosotros decimos mientras tanto: la climatizada- ofrece condicio nes privilegiadas de aire, mientras que al entorno se le carga con un ries go respiratorio creciente, que puede llegar a la irrespirabilidad aguda y a la inhabitabilidad crónica.
Durante los años veinte una serie de empresas desinsectadoras y desra- tizadoras del norte de Alemania ofrecían fumigaciones rutinarias con ci-
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Lata de ciclón encontrada en Auschwitz.
clon |). ua barcos, almacenes, albergues ele masas, barracones, vagones de íerrocarril y espacios semejantes. Entre ellas, a partir de 1924, la recién fun dada firma de Hamburgo Tesch & Stabenow (Testa), cuyo principal pro ducto, patentado en 1926, había de alcanzar popularidad bajo el nombre de ciclón BI0S. El hecho de que uno de los fundadores de la firma, el Dr. Bruno Tesch, nacido en 1890, condenado a muerte tras ser procesado an te un tribunal militar británico en la Curio-Haus de Hamburgo en 1946 y ejecutado en la prisión de Hameln, trabajara desde 1915 a 1920 en el insti tuto químico-bélico de Fritz Haber y se ocupara desde el inicio del desa rrollo del gas de guerra, es un caso concreto que confirma la, por lo de más, ampliamente extendida continuidad personal y objetiva de las nuevas
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prácticas antisépticas más allá de guerra y paz. La ventaja del ciclón B, in ventado o desarrollado por el Dr. Walter Heerdt, consistía en que el ácido cianhídrico, muy volátil, era reabsorbido por substancias portadoras, secas y porosas, como la harina fósil, por lo que las condiciones de transporte y almacenamiento mejoraban decisivamente frente a las que ofrecía su for ma líquida anterior. Apareció en el mercado en latas de 200 gr, 500 gr, 1 kg y 5 kg. Ya en los años treinta el ciclón B, que en principio se producía ex clusivamente en Dessau (después también en Kolin) y se comercializaba, en cooperación, por la firma Testa y la Sociedad Alemana para la Lucha Antiparasitaria, había alcanzado una situación de cuasi-monopolio en el mercado mundial de los medios de lucha antiparasitaria, una posición que sólo hubo de soportar -en el campo de las fumigaciones de barcos- la competencia de un procedimiento más antiguo con gas de sulfuro104. En ese tiempo ya se había introducido la práctica antiséptica en «cámaras de desinsectación» o desapolillamiento, fijas o móviles, en las que se intro ducía el material a tratar, por regla general alfombras, uniformes y textiles de todo tipo, incluso muebles tapizados, y luego se ventilaba.
Después del comienzo de la guerra, en el otoño de 1939, la firma Testa impartió en el este cursillos de desinfectores a miembros del ejército y a ci viles. En ellos también iban incluidas demostraciones en cámaras de gas. Entonces como antes, el despiojamiento tanto de la tropa como de los pri sioneros de guerra constituía una de las tareas más urgentes de que habían de ocuparse los luchadores antiparasitarios. En el cambio de año de 1941 a 1942 la firma Tesch 8c Stabenow editó para sus clientes, entre los que des tacaban, entre otros, el ejército del este y las unidades SS, un folleto con el título de El pequeño abecedario-Testa sobre el ciclón, en el que se podían en contrar expresiones sintomáticas de una militarización de los «procedi mientos de desinsectación», quizá incluso de una posible reaplicación del ácido cianhídrico a entornos humanos. Allí se dice, por ejemplo, que la desinsectación «¡no sólo responde a un imperativo de sensatez, sino que además representa un acto de legítima defensa! »105. En contexto médico esto puede interpretarse como alusión a la epidemia de tifus que se había declarado en 1941 en el ejército alemán del este, en la que casi murió más del 10 por ciento de los infectados; en comparación con la tasa normal de mortalidad del 30 por ciento, todo un éxito de la higiene alemana, puesto que el agente provocador del tifus exantemático, Rickettsia prowazcki, se transmite por los piojos de los vestidos. A la luz de los acontecimientos pos
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teriores se entiende cómo con el terminus technicus «legítima defensa» se consideraba de antemano, a nivel semántico, el reacercamiento potencial de la técnica de la fumigación al ámbito de objetos humanos. Sólo pocos meses después se puso de manifiesto cómo la forma atmotécnica de la ex terminación de organismos habría de descubrir aplicaciones a un conte nido humano. Cuando en 1941 y 1942 algunos artículos de historiadores de la química de la propia firma celebraron el 25 aniversario de la primera utilización del ácido cianhídrico en la lucha antiparasitaria como un acon tecimiento relevante para todo el mundo cultural, sus autores no sabían aún en qué medida sus hipérboles oportunistas resultarían significativas para la determinación diagnóstica del contexto civilizatorio en general.
El año 1924 desempeña un papel eminente en el drama de la explica ción atmosférica no sólo por la fundación de la firma del ciclón B, la Tesch & Stabenow de Hamburgo; es también el año en el que se introdujo en el derecho penal de un Estado democrático el motivo atmoterrorista de la exterminación de organismos por destrucción de su medio ambiente. El Estado norteamericano de Nevada puso en funcionamiento el 8 de febre ro de 1924 la primera cámara de gas «civil» para la realización de ejecu ciones humanas supuestamente eficaces, con efecto ejemplar en otros 11 Estados norteamericanos, entre ellos el de California, que se hizo famoso por su cámara de gas octogonal de dos plazas, semejante a una cripta, en la cárcel estatal de San Quintín, y tristemente célebre por el posible asesi nato legal en ella de Cheryl Chessman el 2 de mayo de 1960. El primer ajus ticiado según el nuevo método fue Gee Jon, de 29 años, nacido en China, que (sobre el trasfondo de una guerra de bandas en California a comien zos de los años veinte) había sido hallado culpable del asesinato del chino Tom Quong Kee. En las cámaras de gas norteamericanas los delincuentes morían por la inhalación de vapores de ácido cianhídrico, que se pro ducían tras la entrada de los componentes tóxicos en un recipiente. Como la investigación químico-bélica había reconocido en el laboratorio y com probado en el campo de batalla, el gas detiene el transporte de oxígeno en la sangre y produce asfixia interna.
La community internacional de expertos en gas tóxico y diseño de atmósferas fue desde los últimos años de la Primera Guerra Mundial sufi cientemente permeable como para reaccionar dentro del mínimo espacio de tiempo, tanto cisatlántica como transatlánticamente, a las innovaciones
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Cámara de gas de la State Prison de Nevada en Carson City, 1926.
de la técnica asi como a las fluctuaciones en el clima de la moral de apli cación. Desde la construcción del Edgewood Arsenal cerca de Baltimore, una instalación gigantesca dedicada a la investigación bélica, que tras la entrada en la guerra en 1917 fue promovida enérgicamente con grandes medios, Estados Unidos disponía de un complejo industrial-militar-acadé mico que permitía cooperaciones mucho más estrechas entre las diversas facultades de desarrollo armamentístico de las que conocían las corres pondientes instituciones europeas. Edgewood fue uno de los lugares de nacimiento del teamwork,, superado, en todo caso, por el dream team de Los Alamos National Laboratory, que desde 1943, como en un campo de me ditación del exterminio, trabajaba para conseguir el arma atómica. Debi do al aminoramiento de la coyuntura bélica tras 1918, lo que importó ya a los equipos-Edgewood, compuestos de científicos, oficiales y empresarios, fue encontrar formas civiles de supervivencia. El creador de la cámara de gas de la State Prison de Nevada, en Carson City, D. A. Tumer, había ser vido durante la guerra como comandante del Cuerpo Médico de la US- Army; su contribución consistió en transferir las experiencias de la utiliza ción militar del ácido cianhídrico a las condiciones de una ejecución civil.
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Frente a la utilización de gas tóxico al aire libre, su uso en una cámara ofrecía la ventaja de eliminar el problema de la concentración mortal ines table en campo abierto. Con ello, frente al diseño de la cámara y del apa rato de gas, el diseño de nubes tóxicas pasó a un segundo plano. Pero que la relación entre cámara y nube puede resultar problemática lo muestran no sólo los percances ocurridos en las ejecuciones en la cámara de gas en Estados Unidos; también el muy diferente desarrollo de los atentados-Sa- rin en varias líneas del metro de Tokyo, el 20 de marzo de 1995, demues tra que las condiciones ideales de una relación controlada entre gas tóxi co y volumen espacial no son fáciles de establecer empíricamente10*’. Esto valdría incluso para autores de atentados que procedieran con mayor pro- fesionalidad que los miembros de la secta Aum Shinríkyo, que depositaron sus bolsas de plástico de Sarin preparadas, envueltas en papel de periódi co, en el suelo del vagón, para, poco antes de llegar a la estación en que se apearon, perforarlas con las puntas de metal afiladas de sus paraguas, mientras los viajeros que continuaban su viaje inhalaban el veneno que de ellas emanaba107.
Lo que asegura a lajusticia de Nevada un puesto en la historia de la ex plicación de la dependencia humana de la atmósfera es su sensibilidad, se rena y adelantada a la vez, para las modernas cualidades de la muerte por gas. En este campo puede valer como moderno lo que promete unir hu manidad y alta eficiencia; en el caso dado, la presunta reducción del su frimiento en los delincuentes por la rápida acción del veneno. El coman dante Turner había recomendado expresamente su cámara como alternativa más suave a la ya entonces tristemente célebre silla eléctrica, en la que fuertes impulsos de corriente podían machacar el cerebro de los de lincuentes bajo un casquete de goma humedecido y muy ajustado. En la idea de la ejecución por gas se manifiesta el hecho de que no sólo la gue rra actúa como explicitador de las cosas; el mismo efecto se sigue tan a menudo de ese humanismo sin recovecos, que constituye desde mitad del siglo XIX la filosofía espontánea americana y que se convierte en pragma tismo en su versión académica. En su voluntad de unir lo efectivo con lo indoloro ese modo de pensar no se deja desconcertar por protocolos de ejecución, que hablan de tormentos sin par de muchos delincuentes en cá maras de gas, descripciones tan drásticas que llevan a pensar que en Esta dos Unidos se ha producido durante el siglo XX, bajo pretextos humani tarios, un retroceso a las torturas de las ejecuciones medievales. Para la
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Lucinda Devlin, The Omega Suites: Wiiness Room, Broad River Correctional taciiily i. imiiuuia, ooum Carolina, iyyi.
percepción oficial de las cosas la muerte por gas había de valer hasta nue vo aviso como un procedimiento tan práctico como humano; desde ese punto de vista, la cámara de gas de Nevada fue un lugar de culto del hu manismo pragmático. Su instalación fue dictada por esa ley sentimental de la Modernidad, que prescribe mantener libre el espacio público de ac tos de manifiesta crueldad. Nadie ha expresado con tanta pregnancia co mo Elias Canetti esa compulsión de los modernos a ocultar los rasgos crueles del propio obrar: «La suma total de la sensibilidad en el mundo de la cultura se ha hecho muy grande. [. . . ] hoy sería más difícil condenar públicamente a la hoguera a un único ser humano que desencadenar una guerra mundial»,0H.
La idea, técnico-penalmente innovadora, de la ejecución en una cáma ra de gas presupone el pleno control de la diferencia entre el clima inte rior mortal de la cámara y el clima exterior, un motivo que se concreta en la instalación de cristaleras en las celdas de ejecución, por las que a testi gos invitados de las ejecuciones se les había de permitir convencerse de la eficacia de las condiciones atmosféricas en el interior de las cámaras. Se
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Lucinda Devlin, The Omega Suites: cámara de gas, State Prison de Arizona, Florence, Arizona, 1992.
instala, así. espacialmente una especie de diferencia ontológica: clima mortal en el interior de la celda claramente definida, meticulosamente hermetizada, clima convivial en la zona mundano-vital de los ejecutores y observad*>res; ser y poder-ser fuera, ente y no-poder-ser dentro. En el con texto dado, ser observador significa tanto como ser observador de una agonía, dotado del privilegio de seguir -viéndolo desde fuera- el derrum be de un «sistema» orgánico por haber hecho de su «medio ambiente» un entorno en el que resulta imposible vivir. También las puertas de las cá maras de gas en los campos de exterminio alemanes estaban dotadas en parte de miras de cristal, que permitían a los ejecutores hacer valer su pri vilegio de observadores.
Si se trata de considerar la administración de la muerte como una pro ducción en sentido estricto y, por consiguiente, como explicitación de los procesos que resultan de la presencia de cuerpos muertos, la cámara de gas de Nevada representa una de las piedras miliares en el exterminismo
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racional del siglo XX, aunque su uso y su imitación en numerosos otros Es tados USA haya sido esporádica (la cámara de Carson City se utilizó 32 ve ces entre 1924 y 1979). Cuando Heidegger, en 1927, en Ser y tiempo, habla ba con prolijidad ontológica del rasgo existencial del ser-para-la-muerte, magistrados y médicos de ejecución norteamericanos ya habían puesto en funcionamiento un aparato que hacía del respirar-para-la-muerte un pro ceso ónticamente controlado. No se trata ya de «avanzar» hacia la muerte propia; ahora se trata de mantener fijo al candidato en la trampa-aire letal.
Lo que importa aquí no es reproducir en detalle cómo se fusionan una en otra las dos ideas de cámara de gas coexistentes desde los años treinta. Baste con retener que el escenario o procesador de esa fusión fue una cierta inteligencia SS, que, por una parte, recibía asesoramiento de la in dustria alemana de la lucha antiparasitaria, y, por otra, podía estar segura de la orden recibida, procedente de la Cancillería del Reich de Berlín, de elegir «medios inusuales», sobre todo después de la decisión, actualizada entonces por Hitler, de la «solución final de la cuestión judía», decisión que, mediante mandato secreto transmitido oralmente, desde el verano de 1941 se instauró en el orden del día de unidades SS escogidas. Pertre chados con ese encargo, que dejaba amplio margen a su propia iniciativa, los ayudantes más fieles de Hitler iniciaron su carrera homicida del cum plimiento del deber. Las matanzas sistemáticas de prisioneros de guerra con ayuda de gases de escape de motor (en campos como Belzec, Chelmno y otras partes), así como las matanzas extensivas de enfermos en psiquiá tricos alemanes por medio de duchas de gas en cámaras montadas en ca miones, actuaron como catalizadores de la unión de la idea de lucha an tiparasitaria y de la de ejecución de seres humanos mediante gas de ácido cianhídrico.
El factor-Hitler entra en juego, como momento de escalada, en este punto relativamente tardío de la explicación de realidades atmosféricas del trasfondo mediante terrorismo técnicamente apoyado. Apenas puede quedar duda alguna de que el agudizamiento extremadamente extermi- nista de la «política de judíos» alemana fue mediado por el metaforismo de los parásitos, que había constituido desde los primeros años veinte un componente esencial de la retórica del partido nacional-socialista, acuña da por Hitler, y que desde 1933 se elevó, por decirlo así, a la categoría de regulación idiomática oficial en un medio público alemán uniformizado.
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El efecto seudonormalizante del modo de hablar de «parásitos del pue blo» (que cubría un amplio campo semántico, incluyendo derrotismo, co mercio negro, chistes sobre el Führer, crítica al sistema y convicciones in temacionalistas) fue corresponsable de que los apuntadores del movimiento nacional consiguieran, si no popularizar su forma idiosincrá sica de antisemitismo excesivo como una acuñación específicamente ale mana de pretendida higiene, sí, al menos, hacerla soportable o imitable en una amplia base. El metaforismo de insectos y parásitos pertenecía tam bién, al mismo tiempo, a la munición retórica del estalinismo, que produ jo la política más amplia del terror de los campos, sin alcanzar los extre mos de la praxis de «desparasitación» de las SS.
En el núcleo de la factoría de cámaras de gas y crematorios de Ausch- witz y de otros campos estaba inequívocamente la metáfora real de la «lu cha antiparasitaria». La expresión «tratamiento especial» significaba, ante todo, la aplicación terminante de procedimientos de exterminación de in sectos a poblaciones humanas. La transformación práctica de esa opera ción metafórica llegó hasta el empleo del medio de «desparasitación» más usual, el ciclón B, así como a la puesta en práctica, fanáticamente análoga, del procedimiento de la cámara, introducido en muchas partes. En el ex tremo pragmatismo de los ejecutores confluyeron uno en otro, sin apenas roce alguno, la realización psicótica de una metáfora y el cumplimiento, oficialmente impasible, de las disposiciones.
La investigación del holocausto ha reconocido, con razón, en la fusión de locura homicida y rutina la marca de fábrica de Auschwitz. El hecho de que el ciclón B, al parecer, fuera llevado la mayoría de las veces a los cam pos en vehículos de la Cruz Roja corresponde, asimismo, a la tendencia hi gienizante y medicalizadora de las disposiciones, así como a la necesidad de encubrimiento de los responsables de ejecutarlas. En la revista especia lizada Der praktische Desinfektor [El desinfectador práctico] un médico militar hablaba en 1941 de losjudíos casi como de los únicos «portadores de epi demias», lo que en un contexto temporal más amplio suponía casi una afir mación convencional, pero que en el trasfondo de aquel momento preciso expresaba una amenaza apenas codificada. Una anotación aforística del diario del ministro de propaganda del Reich, Goebbels, del 2 de noviem bre del mismo año, confirma la estable asociación entre el ámbito ento mológico y político de representación: «Los judíos son los piojos de la hu manidad civilizada»109. Ese apunte muestra que Goebbels se comunicaba
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consigo mismo como un agitador frente a una multitud. También el mal, como la idiotez, es autohipnótico.
En enero de 1942, en una casa de campesinos reformada (llamada Bun ker I), dentro del recinto del campo Auschwitz-Birkenau, se instalaron y «pusieron en funcionamiento» dos cámaras de gas. Pronto estuvo claro que era necesario ampliar su capacidad; se añadieron nuevas instalaciones en sucesión rápida. En la noche del 13 al 14 de marzo de 1943 fueron ga seados en el sótano-depósito de cadáveres I del crematorio II de Auschwitz 1. 492judíos, «incapacitados para el trabsyo», del gueto de Cracovia; utili zando 6 kilos de ciclón B se produjo una concentración de aproximada mente 20 gramos de ácido cianhídrico por metro cúbico de aire, que era la aconsejada por Degesch para despiojamientos. En el verano se proveyó el sótano del crematorio III con una puerta hermética al gas y catorce si mulacros de ducha. A comienzos del verano de 1944 hizo su entrada en Auschwitz el progreso técnico con la instalación de un dispositivo eléctrico de despiojamiento por onda corta de ropa'de trabajo y uniformes, desa rrollado por Siemens. El comandante supremo de las SS, Himmler, ordenó en noviembre de ese año el cese de las matanzas por gas tóxico. Según los cálculos serios más bajos, hasta ese momento habían sido sacrificados 750. 000 sereshumanosmedianteesostratamientos;lascifrasrealespodían ser más altas. Durante el invierno de 1944-1945 tropas del campo y prisio neros se ocuparon de destruir las huellas de las instalaciones gas-terroris tas, antes de la llegada de las tropas aliadas. En las firmas Degesch (Frank- furt), Tesch 8c Stabenow (Hamburgo) y Heerdt-Linger (Frankfurt), que habían suministrado su producto a los campos conociendo su uso previsto, se entendió que era necesario eliminar documentos comerciales.
2 Explicitud creciente
Desde las referencias a los procedimientos atmoterroristas de la guerra de gas (1915-1918) y del exterminismo genocida de gas (1941-1945) apare cen los contornos de una climatología especial. Y, con ella, la manipulación del aire respirable se convierte en asunto cultural, aunque en principio só lo en la dimensión más destructiva. Lleva desde el comienzo los rasgos de una intervención diseñadora, por la que se proyectan y producen, lege artis, los microclimas, más o menos exactamente delimitables, donde seres hu
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manos dan muerte a seres humanos. Desde ese «air conditioning negativo» pueden sacarse conclusiones sobre el proceso de la Modernidad como ex plicación de atmósferas. El atmoterrorismo proporciona el empuje moder nizante decisivo a aquellos recintos humanos de residencia en condiciones de «mundo de la vida» que habían conseguido resistirse durante más tiem po a dar el paso hacia concepciones modernas, desde la relación natural con la atmósfera y desde la tranquilidad de quienes viven y viajan en un me dio de aire incuestionablemente dado y despreocupadamente previsible. El ser-en-el-mundo humano medio -también éste un nombre explicativo mo derno para la «situación» ontológica tras la pérdida de la vieja certeza uni versal europea- había sido hasta entonces un ser-en-el-aire, o más exacta mente un ser-en-lo-respirable, en una medida tan indudable y natural que no podía emerger una tematización pormenorizada de las condiciones de aire y atmósfera, en todo caso en formas poéticas o en contextos físicos y médicos10, pero nunca en las autorrelaciones diarias de los participantes en la cultura, no digamos ya en las definiciones de su forma de vida en gene ral, excepción hecha, quizá, de las intuiciones muy avanzadas del precoz teórico de la culturaJohann Gottfried Herder, que ya en 1784, en sus ina gotablesIdeenzurPhilosophiederGeschichtederMenschheit[Ideasparalafilosofía de la historia de la humanidad/, postuló una nueva ciencia de la «aerología», así como un saber general de la atmósfera, como investigación del «globo de aire» que cobija la vida: «pues el ser humano, como todo lo demás, es un pupilo del aire». Si dispusiéramos, por fin, proclamaba Herder, de una academia que enseñara tales disciplinas, se abriría una nueva luz sobre la conexión del ser cultural humano con la naturaleza y conseguiríamos «ver cómo ese gran invernadero de la naturaleza actúa en mil transformaciones según leyes fundamentales uniformes»1.
Estas frases recuerdan que Herder apadrinó en ese siglo una antropolo gía de gran formato; no pretendemos aquí reivindicarlo otra vez como cre ador de la precaria doctrina de la naturaleza imperfecta del ser humano12, sino como el iniciador de una teoría de las culturas humanas en tanto for mas de organización de la existencia en invernaderos. No obstante, sus an ticipaciones filantrópicas, eutónicamente suspendidas sobre la contraposi ción de naturaleza y cultura, no pueden todavía concebir la conexión dialéctica o tematógena de terrorismo y explicación del trasfondo. También la conocida hipersensibilidad nietzscheana frente a todo lo que tenía que ver con condiciones climáticas de existencia, como presión del aire, hume-
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Thomas Baldwin, Airopaidia, 1786, detalle, vista desde el globo por encima de las nubes.
dad, viento, nubes y tensiones cuasi-inmateriales, pertenece aún a los últi mos albores de una confianza de la antigua Europa en la naturaleza y en la atmósfera, aunque ya en forma distorsionada.
En un arrebato humorístico, Nietzsche, por su condición anormalmente sensible a la atmósfera, se ofrecía a sí mismo como posible objeto de muestra en la exposición de la electricidad en París, en 1881, como un instrumento, digamos, patafísico de medida de la tensión13. Pero lo que significan aire, clima, medio respirato rio y atmósfera, tanto en sentido micro como macroclimatológico y, sobre todo, desde el punto de vista teórico-cultural y teórico-mediático, sólo pue de experimentarse tras el recorrido por los modos y niveles de las prácticas exterminadoras atmoterroristas durante el siglo XX, y ahora ya puede reco nocerse que el siglo XXI avanza hacia nuevas manifestaciones al respecto.
Aerimotos: con la explicitación de las condiciones de aire, clima y atmósfera se atenta contra la ventaja originaria de los existentes en un me dio primario de existencia, y sujuicio a favor de él se pasa a considerarlo ingenuidad. Como se comprende retrospectivamente, cuando los seres humanos en su historia precedente podían situarse bajo cualquier región del cielo al aire libre o bajo techo, confiados en la suposición incuestiona ble de que la atmósfera circundante -exceptuadas las zonas de miasmas- les permitiría respirar, hacían uso de un privilegio de ingenuidad, que se ha perdido para siempre tras el corte del siglo XX. Quien vive después de esta cesura histórica y se mueve en una zona cultural sincronizada con la Modernidad está condenado expresamente al diseño de atmósferas y a la preocupación por el clima, bien sea en formas rudimentarias o elaboradas. Tiene que confesar su disposición a participar en la Modernidad, deján dose capturar por su fuerza explicitante de lo antes calladamente subya cente» o medioambientalmente envolvente-circundante.
Antes de que pudiera estabilizarse en la conciencia de las generaciones posteriores la nueva obligación de preocuparse de lo atmosférico y climá tico, el atmoterrorismo tenía que dar algunos pasos explicativos más. Aquí hay oportunidad de hablar con expresiones filosóficas del desarrollo de la Luftwaffe* moderna, cuyo nombre da fe de su competencia para interven ciones en hechos atmosféricos. En nuestro contexto hay que aclarar que las armas aéreas representan per se un fenómeno central del atmoterroris-
* «Fuerza aérea» (alemana), que significa literalmente «arma aérea». Sejuega con ambos significados. (N. del T. )
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Comienzo de la guerra de bombas
por lanzamiento manual desde el aire, 1914.
mo desde su lado estatal. Como más tarde la artillería de misiles, los avio nes militares funcionan en primera línea como armas de acceso; suprimen el efecto inmunizador de la distancia espacial entre grupos de ejército; consiguen el acceso a objetos, que en el suelo apenas serían alcanzables o sólo con gran número de bajas. Hacen que pierda importancia la cuestión de si los combatientes son vecinos naturales o no. Sin la explosión de gran alcance, conseguida a través de armas aéreas, resultaría incomprensible la globalización de la guerra mediante sistemas teledestructivos. Por su utili zación, grandes partes del exterminismo específico del siglo XX han de im putarse a una meteorología negra. En esta teoría de las precipitaciones es peciales causadas por seres humanos hablamos de la colonización del espacio aéreo mediante máquinas voladoras y de su puesta en servicio pa ra tareas atmoterroristas y para-artilleras.
Mientras que el atmoterrorismo, en sus formas manifiestas entre 1915 y 1945, operaba siempre en el suelo (excepto en la guerra del Rif en el
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Marruecos español, 1922-1927, que fue la primera que se condujo como guerra aeroquímica14), los ataques terroristas a mundos de vida enemigos, que utilizan el calor y la radiación, dependen prácticamente siempre, por motivos técnicos y tácticos, de operaciones Air-Force; siguen siendo para digmáticas al respecto (tras los escandalosos ataques de aviones alemanes a Guemica el 26 de abril de 1937, y a Coventry la noche del 14 al 15 de no viembre de 1940), ante todo, la destrucción de Dresde por flotas de bom barderos británicos el 13 y 14 de febrero de 1945, y la liquidación de Hiro shima y Nagasaki, el 6 y 9 de agosto de 1945, por el lanzamiento de dos únicas bombas nucleares desde aviones de combate norteamericanos. Por mucho que ocuparan el imaginario con escenas caballeresco-románticas de torneos en el aire, históricamente los combates entre unidades de avia dores equivalentes tuvieron más bien importancia marginal; la tristemen te célebre «batalla de Inglaterra» fue una excepción desde el punto de vis ta histórico-militar. Por el contrario, en el ámbito de la «lucha aérea» se ha impuesto defado la praxis de los ataques aéreos unilaterales, irreplicables, en los que o bien aparatos aislados realizan ataques de precisión contra ob jetivos definidos, o bien se utilizan flotas aéreas mayores para bombardeos de superficie, esto último en consonancia con el principio lógico-difuso de la artillería de gas: suficientemente cerca significa operativamente lo mis mo que exacto. Lo que siempre hay que presuponer es el planteamiento exterminista moderno, según el cual vencer significa aniquilar; fuerza aé rea, artillería y asepsia se despliegan a este respecto por caminos análogos. La metáfora de la alfombra de bombas, que se introduce desde los años cuarenta del siglo pasado, resume el proceso en una imagen plástica su gestiva: escuadras aéreas atacantes recubren grandes segmentos de terre no construido y habitado con un enmoquetado mortal. Los ataques aére os de la OTAN contra Serbia en el conflicto de Kosovo, entre el 24 de marzo y el 10 de junio de 1999, muestran que también bombardeos pun tuales pueden producir efectos de destrucción de superficie en casos de proximidad suficiente de los objetivos.
Por mucho que las armas aéreas sean susceptibles de una interpreta ción romántico-militar de sus funciones y se presenten discretamente co mo una variedad neo-aristocrática de armas -en cierta medida como con tinuación de la artillería como variedad real en un medio más libre-, por su tendencia práctica constituyen el órgano resolutorio preferido del at inóterrorismo estatalmente instituido15. Con ello se confirma que la esta
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talidad de las armas, lejos de constituir el antídoto frente a prácticas te rroristas, produce su sistematización. Ya no puede haber simetría alguna entre ataque y defensa, dado que el principio terror es algo inherente al arma como tal; la exterminación del atacado, se trate de personas o de co sas, es algo propuesto a priori (pero, dado que el exterminismo no puede aparecer en la autodescripción de estructuras políticas occidentales y sólo puede servir para la caracterización de sentimientos antagónicos, desde la operación Desert Storm en 1990-1991 para la liberación de Kuwait no se per mite ya ninguna información gráfica de los efectos causados por los ata ques aéreos norteamericanos). El hecho de que desde la Segunda Guerra Mundial las fuerzas aéreas hayan accedido a los sistemas armamentísticos de primer orden, sobre todo en las numerosas guerras intervencionistas de Estados Unidos desde 1945, habla sólo a favor de la normalización del há bito estatal-terrorista y de la ecologización del modo de llevar la guerra16. Allí donde marca el tono el terrorismo estatal basado en armas aéreas hay que contar con la aniquilación masiva de vidas civiles; el supuesto efecto colateral (coílateral dammage) se manifiesta no pocas veces como el resulta do principal. Desde este punto de vista, las manifestaciones de civiles ser bios, que, decorados ellos mismos como blanco, se colocaron durante los ataques aéreos de la OTAN en la primavera de 1999 en el puente Branko sobre el Save, ofrecen un comentario adecuado a la realidad de la guerra aérea de los siglos XX y XXI.
Como han demostrado no sólo las experiencias de la Segunda Guerra Mundial tanto en Europa como en el Lejano Oriente, en el modo de llevar la guerra de las fuerzas aéreas estatales se llega a la utilización general del hábito atentatorio, ya que los ataques aéreos, por su propio modus operando poseen siempre ya carácter de asalto imprevisto. Implican siempre, además, incluso cuando se producen como ataques de precisión contra «instalacio nes», el detrimento de los mundos de vida del enemigo y eo ipso el riesgo de matar a civiles; en caso de ataques de superficie esto se convierte en la in tención primaria. Es sabido que el «terror de las bombas», generalizado des de 1940 a 1945 en el territorio del Reich alemán, no tenía sólo como objeti vo estructuras militares, sino, más bien, la infraestructura mental de la nación; por eso, a causa de su efecto supuestamente desmoralizante -se ha blaba de moral bombing-, hubo de ser defendido entre los aliados frente a una crítica interna, no sólo motivada pacifistamente. Hubieron de pasar dos generaciones completas hasta que la historiografía militar osara proclamar
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Civiles en el puente Branko sobre el Save, Belgrado.
el carácter sistemático de la voluntad de aniquilación, que estaba en la base de la guerra aérea británica y americana contra ciudades alemanas17.
El bombardeo de Dresde la noche del 13 al 14 de febrero de 1945 por dos flotas aéreas de Lancaster de la Roval Air Forcé se realizó según un plan pirotécnico, de acuerdo con el cual el núcleo antiguo combustible de la ciudad fue rodeado y densamente sembrado, en un sector en forma de cuadrante circular, por un espeso anillo de bombas explosivas e incendia rias. De este modo, toda la zona había de incluirse en un efecto de alto horno; lo que importaba a los atacantes era hacer que la multiplicidad de incendios creciera hasta convertirse en un incendio total, de cuya posible fuerza destructora habían convencido las primeras pruebas hechas ya en otras ciudades antiguas fácilmente combustibles, a saber, en Hamburgo en julio de 1943 (en la operación «Gomorra») y en Kassel en octubre del mis mo año. Por la alta concentración de las bombas incendiarias, en forma de bastón se* intentaba crear un vacío central que desencadenara un torbe llino de aspiración semejante a un huracán. Este proceder para el desen cadenamiento sistemático de la tormenta de fuego -correspondiente al «principio del espacio de destrucción cerrado»18- fue declarado por el mariscal del aire británico, Arthur Harris, como un medio posiblemente
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«De camino a la meta. Bombas incendiarias
y explosivas caen hacia la tierra sobre el nudo ferroviario nazi en Bruchsal el 1de marzo de 1945.
decisixo de la guerra. El efecto deseado se preparó en Dresde con rl pri mer bombardee>entre las 22:03 y las 22:28 he>ias y se aseguró con la segun da oleada de ataques entre la 1:30 y la 1:55 horas, que avivó la tempestad de fuego y la extendió a otras zonas de la ciudad, sobre todo a la del en torno de la estación, llena de fugitivos. La tercera oleada de ataques por unidades aéreas americanas encontró una ciudad ya asolada. En los dos
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primeros ataques se lanzaron 650. 000 bombas, de ellas unas 1. 500 toneladas eran bombas de minas y bombas explosivas frente a unas 1. 200 toneladas de bombas incendiarias, que fueron arrojadas en pequeña dispersión, a modo de lluvia10. La elevada cuota de bombas incendiarias revela que la intención primordial era la destrucción de zonas de vivienda y la extinción de vidas de civiles. Los atacantes conocían las circunstancias, según las cua les una metódica realización de su plan, en una ciudad como Dresde, so brecargada por los fugitivos procedentes del este, tenía que producir un gran número de víctimas civiles. Churchill, de todos modos, estaba dis puesto a calificarse a sí mismo como terrorista.
El éxito del proyecto se manifestó, entre otras cosas, en que dentro de la olla de fuego se encontraron numerosas personas, que habían quedado encerradas en ella, deshidratadas, encogidas y momificadas sin haber en trado directamente en contacto con las llamas. A causa del efecto chime nea, muchos refugios se convirtieron en hornos de aire caliente, cuyos ocupantes fueron tostados vivos; para más de 12. 000 personas los sótanos se convirtieron en trampas de gases de humo. En la historia del horror aplicado, antes del 6 de agosto de 1945 apenas existe un ejemplo así de có mo en un «mundo de la vida» de la extensión del casco histórico de una ciudad antigua pueden crearse situaciones cuyas características corres pondan a una cámara de combustión activada en alto grado; en ella se die ron temperaturas de más de 1. 000 grados centígrados. Que en esa atmós fera especial durante una única noche, según los cálculos más bajos, pudieran ser quemados, carbonizados, resecados y asfixiados 35. 000 seres humanos (aunque probablemente más de 40. 000), significaba una innova ción en el ámbito de las matanzas rápidas de masas120. Aunque pueda en tenderse como culminación de una serie de singularidades condicionadas por la guerra, la noche del incendio de Dresde trajo al mundo el nuevo ar quetipo del termoterrorismo extensivo. Lo que allí sucedió fue un gran atentado, pensado hasta el final, contra las condiciones límites térmicas de vida. Que llevó a cabo la negación más explícita de la más implícita de to das las esperanzas: que el ser-en-el-mundo de seres humanos no puede sig nificar en ninguna circunstancia un ser-en-el-fuego.
Pertenece a las sorpresas, no sorprendentes ya, del siglo XX que este máximo se mostrara superable. La explicación de la atmósfera por el te rror no se paró en la transformación de «mundos de vida» en cámaras de
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gas y cámaras de fuego. Para superar los horrores del alto horno de Chur- chill se necesitó nada menos que una «revolución de la imagen del mun do» o, con mayor exactitud -desde que comprendemos la falsedad del dis curso de la revolución-, un mayor despliegue aún de lo que sostiene al mundo en su latencia física y biosférica. No es necesario en este punto ha cer una recapitulación de la historia conjunta de la física nuclear y del ar ma nuclear. En nuestro contexto es importante que la explicación físico- nuclear de la materia radiactiva y su demostración popular mediante hongos atómicos sobre áridos terrenos experimentales y ciudades habita das, al mismo tiempo, pusiera de manifiesto un nuevo escalón de profun didad en la explicación de lo atmosférico humanamente relevante. Con ello dio lugar a una nueva orientación «revolucionaria» de la conciencia del «medio ambiente» en dirección al medio invisible de ondas y radia ciones. Frente a ello ya no puede conseguirse nada con el recurso al clási co claro [Lichtung] en el que «vivimos, tejemos y somos», se entienda te ológica o fenomenológicamente. El comentario (post)-fenomenológico a los relámpagos atómicos sobre el desierto de Nevada y las dos ciudadesja ponesas reza: Making radioactivity explicit.
Con los lanzamientos de bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki se consumó no sólo una superación cuantitativa de los sucesos de Alema nia, la extinción simultánea de (según los cálculos más precavidos) más de 100. 000 vidashumanas,enuncaso,ymásde40. 000,enotro121,suponela culminación, por ahora, del proceso atmoterrorista de explicación; las ex plosiones nucleares del 6 y del 9 de agosto de 1945 impulsaron, a la vez, una escalada desde el punto de vista cualitativo, en tanto que, más allá de la dimensión termoterrorista, abrieron el paso a la radioterrorista. Las víc timas de la radiación de Hiroshima y Nagasaki, que se reunieron poco tiempo después con las víctimas del calor de los primeros minutos y se gundos -en casos innúmeros también con una demora de años o dece nios-, hicieron expreso el conocimiento de que la existencia humana está incluida continuamente en una compleja atmósfera de ondas y radiacio nes, de cuya realidad sólo pueden damos testimonio, en tal caso, ciertos efectos indirectos, pero nunca percepción inmediata alguna. La entrega directa de una dosis, aguda o retardadamente mortal para los seres hu manos, de radiactividad, liberada «tras» el efecto primario térmico y ciné tico de las bombas, abre una dimensión de latencia completamente nueva en el saber de los afectados y de los testigos.
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Lluvia negra, altamente radiactiva, que cayó sobre Nagasaki. Foto: Yuichiro Sasaki.
A I ) antes oculto, desconocido, inconsciente, nunca sabido, nunca ob servado, nunca observable se le obligó de repente a aparecer en el plano de la manifestación; mediatamente se volvió llamativo en forma de des prendimientos de piel y llagas, como si un fuego invisible produjera que maduras visibles. En los rostros de los supervivientes se reflejaba una nue va forma de apatía: las «máscaras de Hiroshima» miraban atónitas a los restos de un mundo, del que se había privado a los seres humanos en una tormenta de luz. Que les fue devuelto como desierto irradiado. Esas caras comentan el abuso ontológico en su oscuro valor límite. Tras la lluvia ne gra sobre Japón se manifestó durante decenios el mal sin nombre en for ma de pólipos cancerosos de todo tipo y de trastornos psíquicos de lo más
«Máscara-Hiroshima».
Una joven busca a su familia en Hiroshima.
profundo. Hasta 1952, por la censura de Estados Unidos, estuvo prohibida en Japón toda alusión pública a ambos actos de terror12.
En esos sucesos hay que ver un crecimiento dimensional de la acción del terror: el atentado nuclear al mundo de vida del enemigo también in cluye desde entonces la explotación de la latencia como tal. La no per ceptibilidad de las armas radiactivas se convierte en una parte esencial del efecto mismo de esas armas. Sólo tras su irradiación comprende el enemi go que existe no sólo en una atmósfera de aire, sino también en una de ondas y radiaciones. El extremismo nuclear es, más aún que el químico, que utiliza gas y fuego, el momento crítico de la explicación atmosférica.
Con el paso explicativo nuclear la catástrofe fenoménica se convierte en una catástrofe de lo fenoménico. La irrupción de los físicos, y de los mi litares informados por ellos, en el nivel radiactivo de influencia en el me dio ambiente ha dejado claro que puede haber algo en el aire, que no con siguen notar en absoluto las criaturas mundanas de la era prenuclear -que respiran despreocupadas, ingenuamente sensibles al entorno-, los ances trales «pupilos del aire» humanos. Desde ese momento de cesura históri-
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Dibujo de un superviviente del lanzamiento
de la bomba atómica en Hiroshima:
alguien, tendido de espaldas en la calle, murió inmediatamente después del lanzamiento de la bomba. Su mano se dirigía al cielo, los dedos ardían en medio de llamas azules. Un líquido oscuro goteaba
de la mano a la tierra.
ca están sujetos a la coacción de contar con lo imperceptible, como si se tratara de una nueva lev. En el futuro habrá que desconfiar de la percep ción propia para supervivir en entornos tóxicos. El modo de pensar y de sentir de los paranoides se convierte en una parte de la educación gene ral, Only the Paranoid Suruivé25; quien es consciente de los hechos se siente en vilo por la probabilidad de que deseos de hacer daño de enemigos le
janos so materialicen invisiblemente.
En la latencia redefinida también los bioterroristas (como sus simula dores y parásitos) operan sobre un trasfondo estatal y no-estatal. En su cálcu lo de ataque tienen en cuenta la dimensión de lo imperceptiblemente pe queño y amenazan el entorno del enemigo con atacantes invisibles. Los avances más explícitos en la dimensión del terrorismo bio-atmosférico los llevaron a cabo investigadores militares soviéticos en los años sesenta y se tenta. A sus escenas primeras pertenecen los ensayos realizados en 1982 y 1983 con el agente provocador de la turalemia, para los que, en una isla del lago Aral, inaccesible a la opinión pública, se ataron a postes cientos de monos importados expresamente para ello de Africa. El lanzamiento de bombas de turalemia, recién desarrolladas, sobre ellos llevó al resultado, satisfactorio para los investigadores, de que casi todos los animales de ex perimentación, a pesar de estar vacunados, perecieron en poco tiempo por inhalación del agente provocador124.
Cuando Martin Heidegger, en sus artículos a partir de 1945, la mayoría de las veces utilizaba la «falta de patria» como contraseña existencial del ser humano en la época-del-entramado-técnico [Ge-stell-Zeitalter/, esa expresión no sólo se refería a la ingenuidad perdida de la estancia en casas de cam po y al paso a una existencia en máquinas urbanas habitables. A un nivel más profundo, el término «apátrida» significa la desnaturalización del ser humano de la envoltura natural de aire y su mudanza a espacios climati- zados; en una lectura aún más radicalizada, el discurso de la falta de patria simboliza el éxodo de todos los posibles nichos de cobijo en la latencia. Tras el psicoanálisis ni siquiera lo inconsciente es utilizable como patria, tras el arte moderno tampoco la «tradición», tras la biología moderna ape nas todavía la «vida», por no hablar ya del «medio ambiente». Al espectro de esas aperturas a la existencia apátrida pertenece, tras Hiroshima, la reve lación forzosa de las dimensiones radiofísicas y electromagnéticas de la atmósfera. En lugar del habitar aparece la estancia en áreas radiotécnica mente vigiladas. El físico Cari Friedrich von Weizsácker, familiarizado con la obra de Heidegger, levantó un monumento conmemorativo a esta si tuación, cuando, en el momento culminante de la carrera armamentístíca nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética, en los años setenta, hi zo construir demostrativamente en el jardín de su casa de Stamberg un búnker de protección radiactiva.
Es lícito dudar de que el discurso evocativo de Heidegger sobre el «ha-
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Búnker de protección atómica, instalacicSn
de Guillaume Bijl, 1985, Place St. Lambert, Lieja.
bitar» del ser humano en una «región» posibilitante de sí y remitida a sí pueda quedar como la última palabra en cuestiones de una existencia atra pada en la coacción explicativa y de su tarea de autodiseño. Cuando el filó sofo alababa el prudente mantenerse en la «región» saltaba, adelantándo se un tanto precipitadamente, al ideal de un espacio que rehace la totalidad, que implica lo antiguo y lo nuevo1". «Región» [Gegend] significa para él el nombre de un lugar en el que todavía podía florecer una exis tencia auténtica. No se podría decir muy bien cómo se llega hasta él si no se estuviera ya en él. Tendría que ser un lugar más allá de toda explica ción, ( ( >mo si ésta sólo valiera en otra parte; un lugar efectivamente azota do por el frío viento del exterior, por el riesgo de emplazamiento de la mo dernización. pero que, a pesar de todo, siguiera siendo la patria. Sus habitantes sabrían que el desierto crece, pero podrían sentirse compro metidos. precisamente allí donde están, con una «extensión de terreno y
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Magdalena Jetelová, Atlantic Wall, 1994-1995.
un receso temporal»126maravillosamente inmunizadores. Aquí se puede hablar de alto bucolismo. A la palabra «región» no se le puede negar, con todo, a pesar de toda su provisionalidad y de sus connotaciones provincia les, una fuerza remisora a la dimensión terapéutica en el arte de la con formación de espacio127. ¿Qué es terapéutica sino el saber procedimental y el arte del saber sobre la nueva organización de una escala de medida con forme a los derechos humanos tras la irrupción de lo desmesurado; sino una arquitectura para espacios de vida después de que se haya mostrado lo invivible? Lo que nos hace divergir de Heidegger es la convicción histó ricamente crecida y teóricamente estabilizada de que en la era de la expli cación del trasfondo tampoco las relaciones «regionales» y patrias, allí donde florecen todavía localmente, pueden ser tomadas simplemente co mo dones del ser, sino que dependen de un gran despliegue de diseño for mal, de producción técnica, de asesoramiento jurídico y estructuración política.
En estas referencias al desarrollo (puesto en marcha por la guerra de gas y reforzado por el smog industrial) de la pregunta por las condiciones de respirabilidad del aire, después a las exacerbaciones gasterroristas y ter- moterroristas de la Segunda Guerra Mundial y, finalmente, a la puesta en evidencia de las dimensiones radiológicas del trasfondo del ser-en-el-mun-
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do humano, que desde los acontecimientos de Hiroshima y Nagasaki hay que retener temático-duraderamente, describiremos ahora un arco histó rico de expresividad creciente en la problematización de la estancia hu mana en medios de gas y radiaciones. No se puede asociar con una consi deración retrospectiva como la intentada aquí la suposición de que la historia de la explicación de la atmósfera mediante el perfeccionamiento de las armas atómicas haya llegado a un final con el término de la guerra fría. Desde la desaparición de la Unión Soviética, la última potencia mun dial que ha quedado ha conseguido el monopolio para desarrollar el con- tinuum del atmoterrorismo, elaborado desde 1915 a 1990, en dimensiones aún más explícitas y monstruosas. Puede que el final de la guerra fría ha ya traído consigo un decrecimiento de la intimidación nuclear; pero, por lo que respecta a la inclusión de las hasta entonces no desarrolladas di mensiones climáticas, radiofísicas y neurofisiológicas del trasfondo de la existencia humana en proyectos militares de la potencia mundial, el um bral de los años noventa significa un nuevo comienzo. A partir de ese mo mento, e inadvertido por la opinión pública, se da el salto a un nivel im previsible de escalada en las oportunidades de ataque atmoterrorista.
En un escrito del Department ofDefense, presentado el 17dejunio de 1996 y cuya entrega a la opinión pública se autorizó sin tener en cuenta su temá tica sensible, siete oficiales de un departamento de investigación científica del Pentágono explicaban los rasgos generales de un futuro modo de ha cer la guerra en la ionosfera. El papel del proyecto, presentado bajo el tí tulo: «El tiempo como un multiplicador de la fuerza de combate: dominio del tiempo en el año 2025» (Weather as a Forcé Multiplier: Owning the Weather
in 2025), se redactó por encargo del Estado Mayor de la Air Forcé con la instrucción de aportar condiciones, bajo las que Estados Unidos pudiera reafirmar en el año 2025 su papel como potencia armamentística absolu tamente dominante en el aire y el espacio. Los autores del escrito parten del hecho de que en treinta años de desarrollo se logrará, de modo rele vante para la guerra, hacer dominable la ionosfera como uno de los com ponentes, invisibles para la percepción humana, de las cubiertas terrestres físicas exteriores, sobre todo por la supresión y producción arbitrarias de condiciones meteorológicas tormentosas, que garanticen el control del campo de batalla (battlejield dominance) al poseedor de las armas ionosféri cas. Según anticipaciones actuales, el arma meteorológica abarca, entre otras cosas: la conservación o enturbiamiento de la visión en el espacio aé
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reo; la subida o bajada del comfort levels (de la moral) de las tropas; inten sificación y modificación de las tormentas; supresión de lluvias sobre te rritorios enemigos y producción artificial de sequía; interceptación e im pedimento de comunicación enemiga y obstaculización de actividades meteorológicas análogas del enemigo.
Con la explicitación de estos nuevos parámetros para intervenciones operativas de militares en el battlespace environment ya se tiene en cuenta hoy la posible condición futura del diseño del campo de batalla (battlefield shaping) y de su percepción (battlefield awareness). En la recapitulación final del escrito se dice al respecto:
Como un esfuerzo de alto riesgo y altas recompensas, la modificación del tiem po nos coloca ante un dilema semejante a la fisión nuclear. Mientras algunos sec tores sociales sigan oponiéndose constantemente a analizar temas polémicos como la modificación del tiempo, se ignorarán, de manera peligrosa para nosotros mis mos, las enormes (tremendous) posibilidades militares que pueden surgir en ese campo.
Con ello, los autores del escrito sobre la guerra meteorológica, no sólo dan a entender que recomiendan el desarrollo de tales armas incluso con tra la opinión pública; se colocan, además, en un entorno cultural que só lo es capaz ya de anticipar un único tipo de guerra: el conflicto militar de Estados Unidos con Estados «canallas», es decir, con Estados que toleran o apoyan las acciones militares o terroristas contra el complejo civilizato rio del «Oeste». Unicamente en este contexto es compatible la propagan da en favor de una futura arma meteorológica y de la entrada en una es calada de prácticas atmoterroristas con una situación cultural altamente legaliformizada y caracterizada por una sensibilidad extrema para obliga ciones de fundamentación. A las premisas de la investigación sobre armas meteorológicas le es inherente una asimetría moral estable entre el modo de hacer la guerra de Estados Unidos y cualquier posible modo de hacer la guerra de quien no sea Estados Unidos: bsyo ninguna otra circunstancia podría justificarse la inversión de medios públicos en la construcción de un arma tecnológicamente asimétrica de evidente calidad terrorista. Para legitimar democráticamente el atmoterrorismo en su forma más avanzada hay que presuponer la imagen de un enemigo que haga plausible la utili zación de medios apropiados para su tratamiento especial ionosférico. En
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el americanwayofware1hostigamientodelenemigoentrañasucastigo,da do que ya sólo pueden imaginarse criminales manifiestos como responsa bles de groserías armadas contra Estados Unidos. Este estándar vale, por lo demás, desde la guerra fría, durante la cual Moscú fue calificada obsti nadamente como la «base mundial del terrorismo». Por eso, la declaración de guerra se sustituye fácticamente por una orden de captura, o bien una orden ejecutoria, contra el enemigo. Quien posee la soberanía interpreta tiva de declarar como terroristas a los luchadores por una causa extraña, desplaza sistemáticamente la percepción del terror del plano de los méto dos al ánimo del grupo adversario, y con ello se retira él mismo de la es cena. Desde ese momento el modo de hacer la guerra y el proceso por ley marcial resultan indistinguibles. Lajusticia anticipada del vencedor no só lo se cumple en el modo de llevar una guerra declarada como medida dis ciplinaria; se realiza también como investigación armamentística contra el enemigo de mañana y pasado mañana.
Más allá del declarado interés por el arma meteorológica, Estados Uni dos trabaja desde 1993 en un programa afín, aunque en este caso mante nido en secreto, para la investigación de la aurora, el High-frequency Active Auroral Research Programme, HAARP, del que podrían seguirse las premisas científicas y tecnológicas de una posible arma de super-ondas. Cuando no consiguen evitar la opinión pública, los patrocinadores del proyecto pre sumen de su carácter civil, más o menos de su posible aptitud para recrear la capa de ozono defectuosa y para prevenir ciclones, mientras que sus -no numerosos- críticos ven en tales declaraciones el típico camuflaje de pro yectos militares absolutamente secretos128. El proyecto HAARP se asienta en un complejo de investigación en Gakona, South Central Alaska, apro ximadamente 300 kilómetros al noroeste de Anchorage, compuesto de un gran número de antenas que crean campos electromagnéticos de alta energía y los irradian a la ionosfera. Su efecto de reflexión y resonancia pa rece que se utiliza para focalizar campos de energía sobre puntos discre cionales de la superficie terrestre. De emisiones de radiación de este tipo podría resultar una artillería energética de efectos casi ilimitados. Las pre misas técnicas de esa instalación proceden de ideas del inventor Nicola Tesla (1856-1943), que ya en tomo a 1940 había advertido al gobierno es tadounidense sobre las posibilidades militares de un arma de tele-energía.
Si un sistema de ese tipo fuera implantable sería capaz de provocar po derosos efectos físicos, hasta llegar al desencadenamiento de catástrofes
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Antenas del Proyecto Haarp.
climáticas y terremotos en zonas puntuales elegidas. Algunos observadores relacionan con los tests de la instalación de Alaska nieblas y tempestades de nieve aparecidas erráticamente en Arizona y otros fenómenos atmosfé ricos no aclarados en diferentes partes del mundo. Pero, dado que las on das ELF (Extremely Low Frequencies), u ondas infrasonido, no sólo influyen en la materia anorgánica sino también en organismos vivos, especialmen te en el cerebro humano, que trabaja en ámbitos profundos de frecuencia, el HAARP depara perspectivas de producción de un arma neurotelepática que podría desestabilizar poblaciones humanas mediante ataques a dis tancia a sus funciones cerebrales129. Un arma de ese tipo sólo puede ser concebida, incluso en forma especulativa, si el desnivel moral entre los ce rebros que la desarrollan y los cerebros que han de ser atacados con ondas ELF aparece completamente claro en el presente y puede ser mantenido estable en el futuro. Aunque se tratara de un arma no letal, únicamente podría utilizarse contra lo absolutamente extraño o contra el mal absolu to en sus encarnaciones humanas. Pero no puede excluirse que el efecto colateral de tales empresas de investigación conlleve per se complicaciones morales, desastrosas para la determinación de un desnivel de ese tipo. Cuando no está clara la diferenciación entre cerebros de canallas y cere bros de no-canallas, la producción de un arma de ondas así contra un la do de esa diferencia -como ya sucedió con las armas atómicas- podría re sultar funesta, por autorreferencia, también para el otro lado.
Puede que se considere surrealista la mención de tales perspectivas; pe ro no es más surrealista de lo que lo hubieran sido anuncios de un arma de
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gas antes de 1915 y de un arma atómica antes de 1945. Antes de la demos tración por los acontecimientos, la mayoría de los intelectuales del hemis ferio occidental habrían despachado el desarrollo de las armas nucleares co mo una especie de ocultismo científico-naturalmente camuflado y le habrían negado toda plausibilidad. El efecto de surrealidad de lo real antes de la pu blicación pertenece a los efectos colaterales de la explicación puntera, que desde su comienzo divide las sociedades en un pequeño grupo de personas, que participan en la irrupción de lo explícito como pensadores, operadores y víctimas, y en otro, mucho más grande, que, desde el punto de vista de lo lícito existencialmente, persiste ante euentum en lo implícito y, en todo caso, reacciona posterior y puntualmente a las explicaciones. La histeria pública es la respuesta democrática a lo explícito, tras devenir innegable.
La permanencia diaria en la latencia es presa cada vez más de la in tranquilidad. Aparecen dos tipos de durmientes: los durmientes en lo implícito, que siguen buscando cobijo en la ignorancia, y los durmientes en lo explícito, que saben lo que se planea en el frente, pero esperan la or den de actuar. La explicación atmoterrorista distancia tanto las concien cias en una y la misma población cultural (hace ya tiempo que resulta in diferente llamarla pueblo o población) que de fado ya no viven en el mismo mundo y sólo constituyen una sociedad simultánea formalmente, a causa de la condición ciudadana estatal. A unos los convierte en colabora dores de la explicación y con ello -en secciones de frente que cambian in cesantemente- en agentes de un terror estructural -aunque sólo pocas ve ces concreto y real- ejercido contra las condiciones de trasfondo de naturaleza y cultura, mientras que los otros -transformados en regionalis- tas, aborígenes domésticos, en protectores voluntarios del propio anacro nismo- cultivan en reservas libres de hechos la ventaja de poder seguir afe rrados a imágenes de mundo y condiciones de inmunidad simbólicas de la época de la latencia.
3 Air/Condition
Entre las campañas ofensivas de la Modernidad, la del surrealismo ha aguzado especialmente la idea de que el interés fundamental de la actua lidad tiene que dirigirse a la explicación de la cultura. Entendemos por cultura -siguiendo las insinuaciones de Bazon Brock, Heiner Mühlmann,
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Eugen Rosenstock-Huessy, Ludwig Wittgenstein, Dieter Claessens y otros- el conjunto de reglas y cometidos de acción que se transmiten y van va riando en los procesos generacionales.
El surrealismo obedece al imperativo de ocupar las dimensiones simbó licas en la campaña de modernización. Su objetivo declarado o no decla rado es hacer explícitos procesos creativos y aclarar técnicamente los do minios de sus fuentes. Para ello acudió sin más al fetiche de la época, al concepto omnilegitimante de «revolución». Pero, como ya sucedía en el espacio político (donde, defado, no se trató nunca de un «giro» real, en el sentido de una inversión de arriba y abajo, sino de la proliferación de po siciones punteras y de su nueva ocupación por representantes de estratos sociales medios agresivos, cosa que en realidad no pudo conseguirse sin que los mecanismos de poder se transparentaran parcialmente, o sea, sin democratización, y pocas veces sin una fase inicial de abierta violencia des de abajo), también en el campo cultural resulta evidente la calificación errónea de los acontecimientos; pues aquí nunca se trató tampoco de «re volución», más bien, y exclusivamente, de un nuevo reparto de la hege monía simbólica; y eso necesitaba una cierta puesta en evidencia de los procedimientos artísticos; por ello tuvo que haber una fase de barbarismos y tempestades de imágenes. Por lo que respecta a la cultura, «revolución» es una expresión encubierta de violencia «legítima» contra la latencia. Po ne en escena la ruptura de los nuevos operadores, seguros de sus procedi mientos, con los holismos y comodidades de las situaciones artísticas bur guesas.
El recuerdo de una de las escenas más conocidas de la ofensiva surrea lista puede aclarar el paralelismo entre las explicaciones atmoterroristas del clima y los golpes «revolucionario«-culturales contra la mentalidad de un público burgués de arte. El 1 de julio de 1936, Salvador Dalí, quien al comienzo de su carrera pasaba como embajador autoproclamado del rei no de lo superreal, dio una conferencia-performance en las New Burling ton Galleries de Londres, con ocasión de la International Surrealist Exhi- bition, en la que, en relación con su propia obra expuesta, se proponía explicar los principios del «método crítico-paranoico» desarrollado por él mismo. Para dejar claro al público ya con su propia presentación que él ha blaba en nombre del otro y como representante de un en-otra-parte radi cal, Dalí había decidido ponerse un traje de buzo para su discurso; según el informe del Star londinense del 2 de julio, sobre el casco se había colo
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cado un radiador de coche; el artista llevaba, además, un taco de billar en las manos y se hacía acompañar por dos grandes perros130. En su autopre- sentación Comment on devient Dalí el artista cuenta una versión del inci dente que provocó esa idea.
Con motivo de la exposición, había decidido pronunciar unas palabras para ofrecer un símbolo del subconsciente. Se me introdujo, pues, en mi armadura e in cluso me colocaron suelas de plomo, con las que me resultaba imposible mover las piernas. Hubo que transportarme al estrado. Después se me colocó y atornilló el casco. Comencé mi discurso tras el cristal del casco, y ante un micrófono, que, ob viamente, no podía captar nada. Pero mi mímica fascinó al público. Pronto co mencé a abrir la boca, sin embargo, en busca de aire, mi cara se puso primero ro
ja y luego azul, y mis ojos en blanco. Evidentemente se habían olvidado [sic] de conectarme a un sistema de abastecimiento de aire y estaba a punto de asfixiarme. El especialista que me había equipado había desaparecido. Por gestos di a enten der a mis amigos que mi situación se volvía crítica. Uno cogió unas tijeras e intentó en vano perforar el traje, otro quería desatornillar el casco. Como no lo conseguía comenzó a golpear con un martillo los tornillos. . . Dos hombres intentaron arran carme el casco, un tercero daba tantos golpes al metal que casi perdí el sentido. En el estrado sólo reinaba ya una lucha salvaje a brazo partido, de la que yo emergía de vez en cuando como un pelele con miembros dislocados, y mi casco de cobre sonaba como un gong. El público aplaudía ese mimodrama daliniano conseguido, que a sus ojos representaba, sin duda, cómo el consciente intenta apoderarse del inconsciente. Pero yo por poco habría sucumbido ante ese triunfo. Cuando por fin se me arrancó el casco estaba tan pálido comoJesús cuando volvió del desierto tras cuarenta días de ayuno1*1.
La escena deja claras dos cosas: que el surrealismo es un diletantismo cuando no utiliza objetos técnicos de acuerdo con sus propias característi cas, sino simbólicamente; y que, a la vez, es una parte del movimiento más explicitista de la Modernidad, en tanto que se presenta inequívocamente como procedimiento rompedor de la latencia y disolutor del trasfondo. El intento de destruir el consenso entre el lado productivo y receptivo en asuntos de arte, con el fin de liberar la radicalidad del valor propio de las exhibiciones-acontecimientos, constituye un importante aspecto de la di solución del trasfondo en el campo cultural. Explícita tanto el carácter ab soluto de la producción como la arbitrariedad de la recepción.
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protectores de la respiración enemigos; desde el verano de 1917, químicos y oficiales alemanes comenzaron a utilizar como material bélico el sulfuro de etilo diclorado, conocido como «cruz azul» o «clark I», que, en forma de finísimas partículas de material en suspensión, era capaz de superar los filtros protectores de la respiración enemigos, un efecto del que los afec tados dejaron constancia con la expresión «rompedor de máscaras». Al mismo tiempo, la artillería de gas alemana introdujo en el frente occiden tal contra las tropas británicas el nuevo gas de combate cruz amarilla o lost92, que, incluso en cantidades mínimas, al contacto con la piel o roce con las mucosas de los ojos y vías respiratorias provocaba estragos en el or ganismo, sobre todo pérdidas de la vista y disfunciones nerviosas catastró ficas. Entre las víctimas más conocidas del lost o iperita en el frente occi dental se contaba el cabo Adolf Hitler, que la noche del 13al 14de octubre de 1918 en una colina cerca de Wervick (La Montagne), al sur de Ieper, se vio implicado en uno de los últimos ataques con gas de la Primera Guerra Mundial, llevado a cabo por los británicos. En sus memorias declaraba que la mañana del 14 sus ojos se habían convertido en algo así como carbones incandescentes; que, además, tras los sucesos del 9 de noviembre en Ale mania, que él vivió simplemente de oídas en el hospital militar Pasewalk de Pomerania, había sufrido una recaída en la pérdida de la visión que le causó el lost, durante la cual habría tomado la decisión de «hacerse polí tico». En la primavera de 1944 Hitler manifestó a Speer, en vistas de la de rrota que se acercaba, que albergaba el temor de perder otra vez la vista, como entonces. El trauma del gas estuvo presente en él hasta el final, co mo rastro nervioso. Parece que entre los determinantes técnico-militares de la Segunda Guerra Mundial desempeñó un papel el hecho de que, a cau sa de esos sucesos, Hitler introdujera una comprensión idiosincrásica del gas en su concepción personal de la guerra, por una parte, y de la praxis del genocidio, por otra93.
En su primera aparición la guerra de gas reunió en estrecho consorcio los criterios operativos del siglo XX: terrorismo, conciencia del design y planteamiento medioambiental. El concepto exacto de terror presupone, como se ha mostrado, un concepto explícito de medio ambiente, porque el terror representa el desplazamiento de la acción destructiva desde el «sistema» (aquí, desde el cuerpo enemigo físicamente concreto) a su «me dio ambiente» (en este caso, al entorno atmosférico en el que se mueven
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los cuerpos enemigos, obligados a respirar). De ahí que la acción terroris ta ya posea siempre, por sí misma, un carácter atentatorio, pues a la defi nición de atentado (en latín: attentatum, intento, tentativa de asesinato) no sólo pertenece un golpe sorpresivo desde la emboscadura, sino también el aprovechamiento maligno de los hábitos de vida de las víctimas. En la gue rra de gas se incluyen estratos profundísimos de la condición biológica de los seres humanos en los ataques a ellos mismos: el hábito ineludible de respirar se vuelve contra los respirantes de tal modo que éstos se convier ten en cómplices involuntarios de su destrucción, suponiendo que el te rrorista de gas consiga acorralar a las víctimas en el entorno tóxico el tiem po necesario hasta que éstas, por inhalaciones inevitables, se entreguen al medio ambiente irrespirable. No sólo es la desesperación, según observa ba Jean-Paul Sartre, es un atentado del ser humano contra sí mismo; el atentado al aire del terrorista de gas produce en los atacados la desespe ración de verse obligados a cooperar en la extinción de su propia vida, de bido a que no pueden dejar de respirar.
Con el fenómeno guerra de gas se alcanza un nuevo plano explicativo para premisas climáticas y atmosféricas de existencia humana. En él la in mersión de los vivientes en un medio respirable se lleva a una elaboración formal. Desde el comienzo el principio design se incluye en este envite ex plicativo, ya que la manipulación operativa de ambientes gaseados en te rrenos abiertos obliga a una serie de innovaciones atmotécnicas. Por su causa, las nubes tóxicas de combate se convirtieron en una tarea de diseño productivo. Los combatientes movilizados como soldados normales en los frentes de gas, tanto en el oeste como en el este, se vieron enfrentados al problema de desarrollar rutinas para el diseño regional de atmósferas. La instalación o producción artificial de nubes de polvo de combate exigía una coordinación eficiente de los factores generadores de nubes bajo cri terios de concentración, difusión, sedimentación, coherencia, masa, ex pansión y movimiento. Con ello se anunciaba una meteorología nueva, de dicada a «precipitaciones» de un tipo muy especial.
Un baluarte de este saber especial se encontraba en el Instituto Kaiser- Wilhelm para Química física y Electroquímica, dirigido por Fritz Haber, en Berlín-Dahlem, una de las direcciones teóricas más ominosas del siglo XX; en correspondencia, también del lado francés y británico existían ins titutos análogos. La mayoría de las veces había que mezclar con estabiliza dores los materiales de combate para conseguir las concentraciones con
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venientes, que resultaran efectivas en campo abierto. Ante el principio de finitivo de la producción selectiva de nubes tóxicas sobre un terreno defi nido, necesariamente delimitado con vaguedad bajo condiciones-outdoors, sólo representaba una diferencia tecnológica relativamente insignificante que esas precipitaciones tóxicas se consiguieran sometiendo a secciones del frente a un fuego continuado de granadas de gas o «vaciando» a favor del viento botellas de gas dispuestas en línea. En un ataque de la artillería de gas alemana con gas cruz-verde-difosgeno cerca de Fleury, en el Maas, durante la noche del 22 al 23 de junio de 1916, se partió de una consisten cia de nube, necesaria para provocar la muerte en terrenos abiertos, que garantizaría, al menos, 50 disparos de obús o 100 de cañón por hectárea y minuto, valores que no se alcanzaron del todo, puesto que a la mañana si guiente los franceses «únicamente» hubieron de lamentar 1. 600 intoxica dos y 90 muertos sobre el campo94.
Lo decisivo fue que la técnica, por medio del terrorismo de gas, apare ció en el horizonte de un diseño de lo inobjetivo, y por ello temas latentes como calidad física del aire, aditivos artificiales de la atmósfera y demás factores conformadores de clima en espacios de residencia humanos caye ron bajo presión explicativa. Por la explicación progresiva el humanismo y el terrorismo se encadenan uno a otro. El premio Nobel Fritz Haber se declaró durante toda su vida humanista y patriota ardiente. Como afirmó solemnemente en su, por decirlo así, trágico escrito de despedida, dirigi do a su Instituto el 1 de octubre de 1933, estaba orgulloso de haber traba
jado por la patria, en la guerra, por la humanidad, en la paz.
El terrorismo diluye la diferencia entre violencia contra personas y vio lencia contra cosas desde el flanco del medio ambiente: es violencia contra aquellas «cosas»-humano-circundantes, sin las cuales las personas no pue den seguir siendo personas. La violencia contra el aire respirable de grupos transforma la inmediata envoltura atmosférica de seres humanos en algo de cuya vulnerabilidad o invulnerabilidad puede disponerse en el futuro. Sólo reaccionando a la privación terrorista, el aire y la atmósfera -medios de vida primarios tanto en sentido físico como metafórico- pudieron con vertirse en objeto de previsión explícita y de atención aerotécnica, médica,
jurídica, política, estética y teórico-cultural. En ese sentido, la teoría del ai re y la técnica del clima no son meros sedimentos del saber de la guerra y la posguerra, ni, eo ipso, objetos primeros de una ciencia de la paz, que só
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lo pudo surgir a la sombra del estrés95de guerra, sino, ante todo, son for mas de saber primarias post-terroristas. Llamarlas así significa ya explicar por qué tal saber sólo ha sido mantenido hasta ahora en contextos lábiles, incoherentes y escasos de autoridad; quizá la idea de que pueda haber algo así como auténticos expertos en el terror sea, como tal, híbrida.
Analíticos y combatientes profesionales del terror muestran un interés notable en ignorar su naturaleza a alto nivel, un fenómeno para el que proporcionó evidencia clara el desvalimiento elaborado de la avalancha de declaraciones de expertos tras el atentado al World Trade Center de Nue va York y al Pentágono de Washington el 11 de septiembre de 2001. El te nor de casi todas las manifestaciones sobre el atentado a los símbolos pro minentes de Estados Unidos era el de que uno se sentía sorprendido, como el resto del mundo, por lo ocurrido, pero confirmado, sin embargo, en la tesis de que hay cosas frente a las cuales uno no puede protegerse nunca lo suficiente. En la campaña-War-on-Terror de las televisiones de Es tados Unidos, que se habían puesto en cortocircuito con los comunicados del Pentágono para regular su lenguaje, reorientado, casi sin excepción, a la propaganda, no se habló ni siquiera una vez de una noción elemental como la de que el terrorismo no es un enemigo, sino un modus operandi, un método de lucha, que por regla general se reparte entre ambos lados de un conflicto, razón por la cual «guerra contra el terrorismo» es una for mulación carente de sentido96. Eleva una alegoría a la condición de ene migo político. En cuanto se pone entre paréntesis la exigencia de tomar partido y se sigue el principio de los procesos de paz, también el de escu char al enemigo, resulta evidente que un acto terrorista aislado nunca constituye un comienzo absoluto. No hay ningún acte gratuit terrorista, ningún «hágase» originario del horror. Todo atentado terrorista se entiende como contraataque dentro de una serie, que en cada caso se considera ini ciada por el adversario. Así pues, el terrorismo se concibe a sí mismo anti- terroristamente; esto vale incluso para la «escena originaria» del frente de Ieper en 1915, no sólo porque de ella se siguió inmediatamente la secuen cia acostumbrada de contraataques y contra-contraataques, sino porque del lado alemán se pudo apelar verídicamente al hecho de que los france ses y británicos ya habían utilizado antes munición de gas97. El comienzo del terror no es el atentado concreto llevado a cabo desde uno de los la dos, sino más bien la voluntad y la disposición de los partners en conflicto a operar en un campo de batalla ampliado. Por la ampliación de la zona
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de lucha se hace perceptible el principio explicación en el proceder bélico: el enemigo se explícita como un objeto en el medio ambiente, cuya elimi nación equivale a una condición de supervivencia del sistema. El terroris mo es la explicación del otro b¿yo el punto de vista de su exterminabili- dad98. Si la guerra significa desde siempre un comportamiento frente al enemigo, sólo el terrorismo desvela su «esencia». En cuanto desaparece la moderación de las desavenencias, conforme al derecho de los pueblos, to ma el mando la relación técnica con el enemigo: en tanto que estimula la explicitud de procedimientos, la técnica pone en claro la esencia de la enemistad: que no es otra que la voluntad de extinción de lo que está en frente. La enemistad hecha explícita técnicamente se llama exterminismo. Esto explica por qué el estilo maduro de guerra del siglo XX estaba orien tado a la aniquilación.
La estabilización de un saber sólido sobre el terror no sólo depende, pues, del recuerdo preciso de sus prácticas; exige la formulación de los principios a los que está sujeta la práctica del terror en su explicitud téc nica y explicación progresiva desde 1915. Sólo se entiende el terrorismo cuando se le concibe como una forma de investigación del medio am biente bajo el punto de vista de su destructibilidad. Se aprovecha de la cir cunstancia de que los simples habitantes tienen una relación de usuario con su entorno y, por principio, lo consumen de modo natural exclusiva mente como condición muda de su existencia. Pero, en este caso, el des truir es más analítico que el utilizar: el terror puntual saca provecho de la diferencia de nivel de inocuidad que hay entre el ataque y el objeto inde fenso, mientras que el terror sistematizado crea un clima de angustia in cesante, en el que la defensa se adapta a los ataques permanentes, sin po der atajarlos. Así las cosas, la lucha terrorista agudizada se convierte cada vez más en una competición en torno a ventajas explicativas respecto a puntos débiles del medio ambiente rival. Nuevas armas de terror son aque llas por las cuales se hacen más explícitas condiciones de vida; nuevas ca tegorías de atentados ponen en evidencia -al modo de una sorpresa ma ligna- nuevas superficies de vulnerabilidad. Es terrorista quien consigue una ventaja explicativa respecto a las condiciones de vida implícitas del contrario y las utiliza para la acción. Esta es la razón por la cual, tras gran des y violentas cesuras históricas producidas por el terrorismo, se pueda tener la sensación de que lo sucedido remite al futuro. Tiene futuro lo que destapa lo implícito y transforma aparentes inocuidades en zonas de lucha.
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Fumigación de efectos en un camión de mudanzas en torno a 1930.
Según su principio de actuación, todo terrorismo está concebido at- moterrorísticamente. Tiene la forma del golpe atentatorio contra las con diciones medioambientales de vida del enemigo, comenzando con el ata que tóxico al recurso más inmediato del entorno de un organismo huma 1 0 , el aire que respira". Con ello se admite que lo que desde 1793, y más aún desde 1915, llamamos terreur o terror pudo ser anticipado en cual quier modo posible de utilización de la violencia contra condiciones me dioambientales de existencia humana: piénsese en envenenamientos de agua potable, de los que ya ofrece ejemplos la Antigüedad, en ataques in festantes medievales a fortalezas defendidas, así como en el incendio y ahlimación de ciudades y cuevas de refugio por tropas de asedio, o en la propagación de rumores horripilantes y noticias desmoralizadoras. Pero tales comparaciones fallan en lo esencial. Por lo que importa al caso, que da por identificar el terrorismo como un hijo de la Modernidad, dado que no pudo ir madurando a una definición exacta hasta que no llegó a expli-
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citarse suficientemente el principio del ataque al medio ambiente y a la de fensa inmunológica de un organismo o de una forma de vida. Esto suce dió por primera vez, como se ha explicado, en los acontecimientos del 2 de abril de 1915, cuando la nube de gas de cloro, producida por el vacia do de 5. 700 botellas de gas, fue llevada por un viento suave desde las posi ciones alemanas a las trincheras francesas entre Bixschoote y Langemarck. Al atardecer de aquel día, entre las 18 y las 19 horas, la manecilla del reloj epocal saltó de la fase vitalista-tardorromántica de la Modernidad al obje tivismo atmoterrorista. Nunca ha habido, desde entonces, una cesura de igual profundidad en ese campo. Los grandes desastres del siglo XX y del incipiente XXI pertenecen, sin excepción, como ha de mostrarse, a la his toria de la explicación que se inauguró aquella tarde de abril en el frente occidental, cuando las sorprendidas unidades franco-canadienses retroce dieron, espantadas de pánico, bajo el efecto de la nube de gas blanqueci- no-amarillenta, que se deslizaba desde el nordeste hacia ellas.
La explicación técnica subsiguiente de este saber procedimental de lu cha climatológica, conseguido en la guerra, tomó, de modo natural, como muy tarde desde noviembre de 1918, el camino de rodeo de su «aprove chamiento pacífico». Ante el inminente fin de la guerra, las chinches, las típulas cantoras comunes, las polillas harineras y, sobre todo, los piojos de los vestidos entran en el punto de mira de los químicos berlineses. Es evi dente que la prohibición del Tratado de Versalles de toda producción de substancias bélicas en territorio alemán no les hizo perder su fascinación profesional. El profesor Ferdinand Flury, uno de los más estrechos cola boradores en el Instituto de Dahlem, pronunció en septiembre de 1918, en Munich, en un congreso de la Sociedad Alemana para Entomología Apli cada, una conferencia programática sobre el tema: «Las actividades del Instituto Kaiser-Wilhelm para Química física y Electroquímica en Berlín- Dahlem al servicio de la lucha antiparasitaria». Durante la discusión Fritz Haber tomó la palabra e informó sobre la actividad de un «Comité Técni co para la Lucha Antiparasitaria» (Tasch: «Technischer Ausschuss für Schádlingsbekámpfung»), que se ocupaba, ante todo, de la introducción del gas de ácido cianhídrico (HCN) en la defensa contra los insectos de los agricultores alemanes. Observó al respecto: «La mayor idea de base, tras la paz restaurada, es hacer aprovechables para el fomento de la agri cultura por la lucha antiparasitaria, además del ácido cianhídrico, otras
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substancias de combate que produjo la guerra»10. Flury ponía en conside ración en su informe «que en la acción de gases sobre insectos o ácaros se plantean circunstancias completamente diferentes que en el caso de la in halación de gases y vapores a través de los pulmones de los mamíferos, aunque exista un paralelismo con la toxicidad en animales superiores»101. Ya en el año 1920 una revista especializada de la Sociedad Alemana para la Lucha Antiparasitaria S. L. [Deutsche Gesellschaft für Schádlingsbekámp- fung GmbH (Degesch)], fundada poco antes del final de la guerra, pudo dar a conocer que desde 1917 habían sido gaseados cerca de 20 millones de metros cúbicos de «espacio edificado, en molinos, barcos, cuarteles, hospitales de campaña, escuelas, almacenes de grano y semilla», y lugares semejantes, siguiendo los criterios de la técnica avanzada del ácido cian hídrico -según el llamado procedimiento de la cuba-. A ello hay que aña dir, desde 1920, un producto gaseoso, desarrollado por Fleury y otros, que conservaba las ventajas del ácido cianhídrico, su extrema toxicidad, sin asumir sus inconvenientes: la peligrosa no perceptibilidad del gas me diante el olfato, gusto o demás sentidos por el ser humano (con mayor exactitud: por un grupo de seres humanos, ya que parece que la capacidad de percepción o no percepción del olor del gas cianhídrico viene deter minada genéticamente). Lo esencial del nuevo invento consistía en añadir al gas cianhídrico, de efectos tóxicos, un 10 por ciento (después menos) de un gas irritante (por ejemplo «Chlorkohlensáuremethylester»), muy perceptible. El nuevo producto salió al mercado con el nombre de ciclón A y se recomendaba para la «desinfección de estancias infestadas de in sectos». Lo interesante del ciclón A era que se trataba de un gas de diseño, en el que puede observarse ejemplarmente una tarea específica del di seño: la reintroducción en la percepción del usuario de funciones del pro ducto no perceptibles o amortiguadas. Dado que el componente funda mental de la mezcla, el gas cianhídrico, que se evapora a unos 27 grados centígrados, a menudo no es inmediatamente perceptible para los seres humanos, a los creadores de ese material les pareció oportuno pertrechar su producto con un componente provocador, muy llamativo, que por su fuerte efecto aversivo advirtiera de la presencia de la substancia (desde el punto de vista filosófico se hablaría de una refenomenalización de lo no aparente)102. Notemos que la primera «desinsectación de grandes espa cios» fue llevada a cabo casi exactamente el mismo día en que había suce dido, dos años antes, el ataque de Ieper, con ocasión de la fumigación de
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un molino en Heidingsfeld, cerca de Würzburg, el 21 de abril de 1917. En tre la muerte de Goethe y la introducción de la expresión «desinsectación de grandes espacios» en la lengua alemana sólo habían pasado ochenta y cinco años; también las expresiones «desapolillar» y «desratizar» enrique cieron desde entonces el léxico de los alemanes. El propietario del moli no declaró que su establecimiento permaneció completamente «libre de polillas» incluso durante mucho tiempo después de la fumigación.
La producción civil de nubes de ácido cianhídrico se redujo casi ex clusivamente a espacios cerrados reconstruidos (excepciones fueron árboles frutales al aire libre, que se cubrían con toldos herméticos y a continua ción se fumigaban). En estos casos se podía trabajar con concentraciones que permitieran a los ofertantes de tales servicios asegurar el exterminio total de poblaciones locales de insectos, incluidos sus huevos y liendres, no en último término por la propiedad del gas cianhídrico de introducirse hasta en los últimos rincones y rendijas. En la primera fase de esas prácti cas la relación entre la zona de aire especial, esto es, el volumen espacial a fumigar, y el aire general, la atmósfera pública, no se consideró pro blemática. La consecuencia de esto fue que la finalización de las fumiga ciones consistía normalmente en la simple ventilación, es decir, en la dis tribución del gas tóxico en el aire libre del entorno hasta recuperar «valores inofensivos» dentro. A nadie le preocupaba entonces que la «ven tilación» de los recintos primeros conllevara una carga para los segundos. Parecía resultar indiscutible a priori y para siempre la insignificancia de la relación de los espacios interiores fumigados con el aire exterior no-fumi- gado. La bibliografía especializada del ramo da fe, no sin orgullo, en los primeros años cuarenta, de que se habían «desinsectado» entretanto 142 millones de metros cúbicos, utilizando -nosotros añadiríamos: introdu ciendo desconsideradamente en la atmósfera- para ello millón y medio de kilos de ácido cianhídrico. Con el desarrollo progresivo del problema me dioambiental se invirtió el sentido de la relación entre el aire del entorno y la zona de aire especial, puesto que ahora la zona acomodada artificial mente -nosotros decimos mientras tanto: la climatizada- ofrece condicio nes privilegiadas de aire, mientras que al entorno se le carga con un ries go respiratorio creciente, que puede llegar a la irrespirabilidad aguda y a la inhabitabilidad crónica.
Durante los años veinte una serie de empresas desinsectadoras y desra- tizadoras del norte de Alemania ofrecían fumigaciones rutinarias con ci-
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Lata de ciclón encontrada en Auschwitz.
clon |). ua barcos, almacenes, albergues ele masas, barracones, vagones de íerrocarril y espacios semejantes. Entre ellas, a partir de 1924, la recién fun dada firma de Hamburgo Tesch & Stabenow (Testa), cuyo principal pro ducto, patentado en 1926, había de alcanzar popularidad bajo el nombre de ciclón BI0S. El hecho de que uno de los fundadores de la firma, el Dr. Bruno Tesch, nacido en 1890, condenado a muerte tras ser procesado an te un tribunal militar británico en la Curio-Haus de Hamburgo en 1946 y ejecutado en la prisión de Hameln, trabajara desde 1915 a 1920 en el insti tuto químico-bélico de Fritz Haber y se ocupara desde el inicio del desa rrollo del gas de guerra, es un caso concreto que confirma la, por lo de más, ampliamente extendida continuidad personal y objetiva de las nuevas
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prácticas antisépticas más allá de guerra y paz. La ventaja del ciclón B, in ventado o desarrollado por el Dr. Walter Heerdt, consistía en que el ácido cianhídrico, muy volátil, era reabsorbido por substancias portadoras, secas y porosas, como la harina fósil, por lo que las condiciones de transporte y almacenamiento mejoraban decisivamente frente a las que ofrecía su for ma líquida anterior. Apareció en el mercado en latas de 200 gr, 500 gr, 1 kg y 5 kg. Ya en los años treinta el ciclón B, que en principio se producía ex clusivamente en Dessau (después también en Kolin) y se comercializaba, en cooperación, por la firma Testa y la Sociedad Alemana para la Lucha Antiparasitaria, había alcanzado una situación de cuasi-monopolio en el mercado mundial de los medios de lucha antiparasitaria, una posición que sólo hubo de soportar -en el campo de las fumigaciones de barcos- la competencia de un procedimiento más antiguo con gas de sulfuro104. En ese tiempo ya se había introducido la práctica antiséptica en «cámaras de desinsectación» o desapolillamiento, fijas o móviles, en las que se intro ducía el material a tratar, por regla general alfombras, uniformes y textiles de todo tipo, incluso muebles tapizados, y luego se ventilaba.
Después del comienzo de la guerra, en el otoño de 1939, la firma Testa impartió en el este cursillos de desinfectores a miembros del ejército y a ci viles. En ellos también iban incluidas demostraciones en cámaras de gas. Entonces como antes, el despiojamiento tanto de la tropa como de los pri sioneros de guerra constituía una de las tareas más urgentes de que habían de ocuparse los luchadores antiparasitarios. En el cambio de año de 1941 a 1942 la firma Tesch 8c Stabenow editó para sus clientes, entre los que des tacaban, entre otros, el ejército del este y las unidades SS, un folleto con el título de El pequeño abecedario-Testa sobre el ciclón, en el que se podían en contrar expresiones sintomáticas de una militarización de los «procedi mientos de desinsectación», quizá incluso de una posible reaplicación del ácido cianhídrico a entornos humanos. Allí se dice, por ejemplo, que la desinsectación «¡no sólo responde a un imperativo de sensatez, sino que además representa un acto de legítima defensa! »105. En contexto médico esto puede interpretarse como alusión a la epidemia de tifus que se había declarado en 1941 en el ejército alemán del este, en la que casi murió más del 10 por ciento de los infectados; en comparación con la tasa normal de mortalidad del 30 por ciento, todo un éxito de la higiene alemana, puesto que el agente provocador del tifus exantemático, Rickettsia prowazcki, se transmite por los piojos de los vestidos. A la luz de los acontecimientos pos
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teriores se entiende cómo con el terminus technicus «legítima defensa» se consideraba de antemano, a nivel semántico, el reacercamiento potencial de la técnica de la fumigación al ámbito de objetos humanos. Sólo pocos meses después se puso de manifiesto cómo la forma atmotécnica de la ex terminación de organismos habría de descubrir aplicaciones a un conte nido humano. Cuando en 1941 y 1942 algunos artículos de historiadores de la química de la propia firma celebraron el 25 aniversario de la primera utilización del ácido cianhídrico en la lucha antiparasitaria como un acon tecimiento relevante para todo el mundo cultural, sus autores no sabían aún en qué medida sus hipérboles oportunistas resultarían significativas para la determinación diagnóstica del contexto civilizatorio en general.
El año 1924 desempeña un papel eminente en el drama de la explica ción atmosférica no sólo por la fundación de la firma del ciclón B, la Tesch & Stabenow de Hamburgo; es también el año en el que se introdujo en el derecho penal de un Estado democrático el motivo atmoterrorista de la exterminación de organismos por destrucción de su medio ambiente. El Estado norteamericano de Nevada puso en funcionamiento el 8 de febre ro de 1924 la primera cámara de gas «civil» para la realización de ejecu ciones humanas supuestamente eficaces, con efecto ejemplar en otros 11 Estados norteamericanos, entre ellos el de California, que se hizo famoso por su cámara de gas octogonal de dos plazas, semejante a una cripta, en la cárcel estatal de San Quintín, y tristemente célebre por el posible asesi nato legal en ella de Cheryl Chessman el 2 de mayo de 1960. El primer ajus ticiado según el nuevo método fue Gee Jon, de 29 años, nacido en China, que (sobre el trasfondo de una guerra de bandas en California a comien zos de los años veinte) había sido hallado culpable del asesinato del chino Tom Quong Kee. En las cámaras de gas norteamericanas los delincuentes morían por la inhalación de vapores de ácido cianhídrico, que se pro ducían tras la entrada de los componentes tóxicos en un recipiente. Como la investigación químico-bélica había reconocido en el laboratorio y com probado en el campo de batalla, el gas detiene el transporte de oxígeno en la sangre y produce asfixia interna.
La community internacional de expertos en gas tóxico y diseño de atmósferas fue desde los últimos años de la Primera Guerra Mundial sufi cientemente permeable como para reaccionar dentro del mínimo espacio de tiempo, tanto cisatlántica como transatlánticamente, a las innovaciones
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Cámara de gas de la State Prison de Nevada en Carson City, 1926.
de la técnica asi como a las fluctuaciones en el clima de la moral de apli cación. Desde la construcción del Edgewood Arsenal cerca de Baltimore, una instalación gigantesca dedicada a la investigación bélica, que tras la entrada en la guerra en 1917 fue promovida enérgicamente con grandes medios, Estados Unidos disponía de un complejo industrial-militar-acadé mico que permitía cooperaciones mucho más estrechas entre las diversas facultades de desarrollo armamentístico de las que conocían las corres pondientes instituciones europeas. Edgewood fue uno de los lugares de nacimiento del teamwork,, superado, en todo caso, por el dream team de Los Alamos National Laboratory, que desde 1943, como en un campo de me ditación del exterminio, trabajaba para conseguir el arma atómica. Debi do al aminoramiento de la coyuntura bélica tras 1918, lo que importó ya a los equipos-Edgewood, compuestos de científicos, oficiales y empresarios, fue encontrar formas civiles de supervivencia. El creador de la cámara de gas de la State Prison de Nevada, en Carson City, D. A. Tumer, había ser vido durante la guerra como comandante del Cuerpo Médico de la US- Army; su contribución consistió en transferir las experiencias de la utiliza ción militar del ácido cianhídrico a las condiciones de una ejecución civil.
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Frente a la utilización de gas tóxico al aire libre, su uso en una cámara ofrecía la ventaja de eliminar el problema de la concentración mortal ines table en campo abierto. Con ello, frente al diseño de la cámara y del apa rato de gas, el diseño de nubes tóxicas pasó a un segundo plano. Pero que la relación entre cámara y nube puede resultar problemática lo muestran no sólo los percances ocurridos en las ejecuciones en la cámara de gas en Estados Unidos; también el muy diferente desarrollo de los atentados-Sa- rin en varias líneas del metro de Tokyo, el 20 de marzo de 1995, demues tra que las condiciones ideales de una relación controlada entre gas tóxi co y volumen espacial no son fáciles de establecer empíricamente10*’. Esto valdría incluso para autores de atentados que procedieran con mayor pro- fesionalidad que los miembros de la secta Aum Shinríkyo, que depositaron sus bolsas de plástico de Sarin preparadas, envueltas en papel de periódi co, en el suelo del vagón, para, poco antes de llegar a la estación en que se apearon, perforarlas con las puntas de metal afiladas de sus paraguas, mientras los viajeros que continuaban su viaje inhalaban el veneno que de ellas emanaba107.
Lo que asegura a lajusticia de Nevada un puesto en la historia de la ex plicación de la dependencia humana de la atmósfera es su sensibilidad, se rena y adelantada a la vez, para las modernas cualidades de la muerte por gas. En este campo puede valer como moderno lo que promete unir hu manidad y alta eficiencia; en el caso dado, la presunta reducción del su frimiento en los delincuentes por la rápida acción del veneno. El coman dante Turner había recomendado expresamente su cámara como alternativa más suave a la ya entonces tristemente célebre silla eléctrica, en la que fuertes impulsos de corriente podían machacar el cerebro de los de lincuentes bajo un casquete de goma humedecido y muy ajustado. En la idea de la ejecución por gas se manifiesta el hecho de que no sólo la gue rra actúa como explicitador de las cosas; el mismo efecto se sigue tan a menudo de ese humanismo sin recovecos, que constituye desde mitad del siglo XIX la filosofía espontánea americana y que se convierte en pragma tismo en su versión académica. En su voluntad de unir lo efectivo con lo indoloro ese modo de pensar no se deja desconcertar por protocolos de ejecución, que hablan de tormentos sin par de muchos delincuentes en cá maras de gas, descripciones tan drásticas que llevan a pensar que en Esta dos Unidos se ha producido durante el siglo XX, bajo pretextos humani tarios, un retroceso a las torturas de las ejecuciones medievales. Para la
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Lucinda Devlin, The Omega Suites: Wiiness Room, Broad River Correctional taciiily i. imiiuuia, ooum Carolina, iyyi.
percepción oficial de las cosas la muerte por gas había de valer hasta nue vo aviso como un procedimiento tan práctico como humano; desde ese punto de vista, la cámara de gas de Nevada fue un lugar de culto del hu manismo pragmático. Su instalación fue dictada por esa ley sentimental de la Modernidad, que prescribe mantener libre el espacio público de ac tos de manifiesta crueldad. Nadie ha expresado con tanta pregnancia co mo Elias Canetti esa compulsión de los modernos a ocultar los rasgos crueles del propio obrar: «La suma total de la sensibilidad en el mundo de la cultura se ha hecho muy grande. [. . . ] hoy sería más difícil condenar públicamente a la hoguera a un único ser humano que desencadenar una guerra mundial»,0H.
La idea, técnico-penalmente innovadora, de la ejecución en una cáma ra de gas presupone el pleno control de la diferencia entre el clima inte rior mortal de la cámara y el clima exterior, un motivo que se concreta en la instalación de cristaleras en las celdas de ejecución, por las que a testi gos invitados de las ejecuciones se les había de permitir convencerse de la eficacia de las condiciones atmosféricas en el interior de las cámaras. Se
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Lucinda Devlin, The Omega Suites: cámara de gas, State Prison de Arizona, Florence, Arizona, 1992.
instala, así. espacialmente una especie de diferencia ontológica: clima mortal en el interior de la celda claramente definida, meticulosamente hermetizada, clima convivial en la zona mundano-vital de los ejecutores y observad*>res; ser y poder-ser fuera, ente y no-poder-ser dentro. En el con texto dado, ser observador significa tanto como ser observador de una agonía, dotado del privilegio de seguir -viéndolo desde fuera- el derrum be de un «sistema» orgánico por haber hecho de su «medio ambiente» un entorno en el que resulta imposible vivir. También las puertas de las cá maras de gas en los campos de exterminio alemanes estaban dotadas en parte de miras de cristal, que permitían a los ejecutores hacer valer su pri vilegio de observadores.
Si se trata de considerar la administración de la muerte como una pro ducción en sentido estricto y, por consiguiente, como explicitación de los procesos que resultan de la presencia de cuerpos muertos, la cámara de gas de Nevada representa una de las piedras miliares en el exterminismo
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racional del siglo XX, aunque su uso y su imitación en numerosos otros Es tados USA haya sido esporádica (la cámara de Carson City se utilizó 32 ve ces entre 1924 y 1979). Cuando Heidegger, en 1927, en Ser y tiempo, habla ba con prolijidad ontológica del rasgo existencial del ser-para-la-muerte, magistrados y médicos de ejecución norteamericanos ya habían puesto en funcionamiento un aparato que hacía del respirar-para-la-muerte un pro ceso ónticamente controlado. No se trata ya de «avanzar» hacia la muerte propia; ahora se trata de mantener fijo al candidato en la trampa-aire letal.
Lo que importa aquí no es reproducir en detalle cómo se fusionan una en otra las dos ideas de cámara de gas coexistentes desde los años treinta. Baste con retener que el escenario o procesador de esa fusión fue una cierta inteligencia SS, que, por una parte, recibía asesoramiento de la in dustria alemana de la lucha antiparasitaria, y, por otra, podía estar segura de la orden recibida, procedente de la Cancillería del Reich de Berlín, de elegir «medios inusuales», sobre todo después de la decisión, actualizada entonces por Hitler, de la «solución final de la cuestión judía», decisión que, mediante mandato secreto transmitido oralmente, desde el verano de 1941 se instauró en el orden del día de unidades SS escogidas. Pertre chados con ese encargo, que dejaba amplio margen a su propia iniciativa, los ayudantes más fieles de Hitler iniciaron su carrera homicida del cum plimiento del deber. Las matanzas sistemáticas de prisioneros de guerra con ayuda de gases de escape de motor (en campos como Belzec, Chelmno y otras partes), así como las matanzas extensivas de enfermos en psiquiá tricos alemanes por medio de duchas de gas en cámaras montadas en ca miones, actuaron como catalizadores de la unión de la idea de lucha an tiparasitaria y de la de ejecución de seres humanos mediante gas de ácido cianhídrico.
El factor-Hitler entra en juego, como momento de escalada, en este punto relativamente tardío de la explicación de realidades atmosféricas del trasfondo mediante terrorismo técnicamente apoyado. Apenas puede quedar duda alguna de que el agudizamiento extremadamente extermi- nista de la «política de judíos» alemana fue mediado por el metaforismo de los parásitos, que había constituido desde los primeros años veinte un componente esencial de la retórica del partido nacional-socialista, acuña da por Hitler, y que desde 1933 se elevó, por decirlo así, a la categoría de regulación idiomática oficial en un medio público alemán uniformizado.
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El efecto seudonormalizante del modo de hablar de «parásitos del pue blo» (que cubría un amplio campo semántico, incluyendo derrotismo, co mercio negro, chistes sobre el Führer, crítica al sistema y convicciones in temacionalistas) fue corresponsable de que los apuntadores del movimiento nacional consiguieran, si no popularizar su forma idiosincrá sica de antisemitismo excesivo como una acuñación específicamente ale mana de pretendida higiene, sí, al menos, hacerla soportable o imitable en una amplia base. El metaforismo de insectos y parásitos pertenecía tam bién, al mismo tiempo, a la munición retórica del estalinismo, que produ jo la política más amplia del terror de los campos, sin alcanzar los extre mos de la praxis de «desparasitación» de las SS.
En el núcleo de la factoría de cámaras de gas y crematorios de Ausch- witz y de otros campos estaba inequívocamente la metáfora real de la «lu cha antiparasitaria». La expresión «tratamiento especial» significaba, ante todo, la aplicación terminante de procedimientos de exterminación de in sectos a poblaciones humanas. La transformación práctica de esa opera ción metafórica llegó hasta el empleo del medio de «desparasitación» más usual, el ciclón B, así como a la puesta en práctica, fanáticamente análoga, del procedimiento de la cámara, introducido en muchas partes. En el ex tremo pragmatismo de los ejecutores confluyeron uno en otro, sin apenas roce alguno, la realización psicótica de una metáfora y el cumplimiento, oficialmente impasible, de las disposiciones.
La investigación del holocausto ha reconocido, con razón, en la fusión de locura homicida y rutina la marca de fábrica de Auschwitz. El hecho de que el ciclón B, al parecer, fuera llevado la mayoría de las veces a los cam pos en vehículos de la Cruz Roja corresponde, asimismo, a la tendencia hi gienizante y medicalizadora de las disposiciones, así como a la necesidad de encubrimiento de los responsables de ejecutarlas. En la revista especia lizada Der praktische Desinfektor [El desinfectador práctico] un médico militar hablaba en 1941 de losjudíos casi como de los únicos «portadores de epi demias», lo que en un contexto temporal más amplio suponía casi una afir mación convencional, pero que en el trasfondo de aquel momento preciso expresaba una amenaza apenas codificada. Una anotación aforística del diario del ministro de propaganda del Reich, Goebbels, del 2 de noviem bre del mismo año, confirma la estable asociación entre el ámbito ento mológico y político de representación: «Los judíos son los piojos de la hu manidad civilizada»109. Ese apunte muestra que Goebbels se comunicaba
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consigo mismo como un agitador frente a una multitud. También el mal, como la idiotez, es autohipnótico.
En enero de 1942, en una casa de campesinos reformada (llamada Bun ker I), dentro del recinto del campo Auschwitz-Birkenau, se instalaron y «pusieron en funcionamiento» dos cámaras de gas. Pronto estuvo claro que era necesario ampliar su capacidad; se añadieron nuevas instalaciones en sucesión rápida. En la noche del 13 al 14 de marzo de 1943 fueron ga seados en el sótano-depósito de cadáveres I del crematorio II de Auschwitz 1. 492judíos, «incapacitados para el trabsyo», del gueto de Cracovia; utili zando 6 kilos de ciclón B se produjo una concentración de aproximada mente 20 gramos de ácido cianhídrico por metro cúbico de aire, que era la aconsejada por Degesch para despiojamientos. En el verano se proveyó el sótano del crematorio III con una puerta hermética al gas y catorce si mulacros de ducha. A comienzos del verano de 1944 hizo su entrada en Auschwitz el progreso técnico con la instalación de un dispositivo eléctrico de despiojamiento por onda corta de ropa'de trabajo y uniformes, desa rrollado por Siemens. El comandante supremo de las SS, Himmler, ordenó en noviembre de ese año el cese de las matanzas por gas tóxico. Según los cálculos serios más bajos, hasta ese momento habían sido sacrificados 750. 000 sereshumanosmedianteesostratamientos;lascifrasrealespodían ser más altas. Durante el invierno de 1944-1945 tropas del campo y prisio neros se ocuparon de destruir las huellas de las instalaciones gas-terroris tas, antes de la llegada de las tropas aliadas. En las firmas Degesch (Frank- furt), Tesch 8c Stabenow (Hamburgo) y Heerdt-Linger (Frankfurt), que habían suministrado su producto a los campos conociendo su uso previsto, se entendió que era necesario eliminar documentos comerciales.
2 Explicitud creciente
Desde las referencias a los procedimientos atmoterroristas de la guerra de gas (1915-1918) y del exterminismo genocida de gas (1941-1945) apare cen los contornos de una climatología especial. Y, con ella, la manipulación del aire respirable se convierte en asunto cultural, aunque en principio só lo en la dimensión más destructiva. Lleva desde el comienzo los rasgos de una intervención diseñadora, por la que se proyectan y producen, lege artis, los microclimas, más o menos exactamente delimitables, donde seres hu
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manos dan muerte a seres humanos. Desde ese «air conditioning negativo» pueden sacarse conclusiones sobre el proceso de la Modernidad como ex plicación de atmósferas. El atmoterrorismo proporciona el empuje moder nizante decisivo a aquellos recintos humanos de residencia en condiciones de «mundo de la vida» que habían conseguido resistirse durante más tiem po a dar el paso hacia concepciones modernas, desde la relación natural con la atmósfera y desde la tranquilidad de quienes viven y viajan en un me dio de aire incuestionablemente dado y despreocupadamente previsible. El ser-en-el-mundo humano medio -también éste un nombre explicativo mo derno para la «situación» ontológica tras la pérdida de la vieja certeza uni versal europea- había sido hasta entonces un ser-en-el-aire, o más exacta mente un ser-en-lo-respirable, en una medida tan indudable y natural que no podía emerger una tematización pormenorizada de las condiciones de aire y atmósfera, en todo caso en formas poéticas o en contextos físicos y médicos10, pero nunca en las autorrelaciones diarias de los participantes en la cultura, no digamos ya en las definiciones de su forma de vida en gene ral, excepción hecha, quizá, de las intuiciones muy avanzadas del precoz teórico de la culturaJohann Gottfried Herder, que ya en 1784, en sus ina gotablesIdeenzurPhilosophiederGeschichtederMenschheit[Ideasparalafilosofía de la historia de la humanidad/, postuló una nueva ciencia de la «aerología», así como un saber general de la atmósfera, como investigación del «globo de aire» que cobija la vida: «pues el ser humano, como todo lo demás, es un pupilo del aire». Si dispusiéramos, por fin, proclamaba Herder, de una academia que enseñara tales disciplinas, se abriría una nueva luz sobre la conexión del ser cultural humano con la naturaleza y conseguiríamos «ver cómo ese gran invernadero de la naturaleza actúa en mil transformaciones según leyes fundamentales uniformes»1.
Estas frases recuerdan que Herder apadrinó en ese siglo una antropolo gía de gran formato; no pretendemos aquí reivindicarlo otra vez como cre ador de la precaria doctrina de la naturaleza imperfecta del ser humano12, sino como el iniciador de una teoría de las culturas humanas en tanto for mas de organización de la existencia en invernaderos. No obstante, sus an ticipaciones filantrópicas, eutónicamente suspendidas sobre la contraposi ción de naturaleza y cultura, no pueden todavía concebir la conexión dialéctica o tematógena de terrorismo y explicación del trasfondo. También la conocida hipersensibilidad nietzscheana frente a todo lo que tenía que ver con condiciones climáticas de existencia, como presión del aire, hume-
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Thomas Baldwin, Airopaidia, 1786, detalle, vista desde el globo por encima de las nubes.
dad, viento, nubes y tensiones cuasi-inmateriales, pertenece aún a los últi mos albores de una confianza de la antigua Europa en la naturaleza y en la atmósfera, aunque ya en forma distorsionada.
En un arrebato humorístico, Nietzsche, por su condición anormalmente sensible a la atmósfera, se ofrecía a sí mismo como posible objeto de muestra en la exposición de la electricidad en París, en 1881, como un instrumento, digamos, patafísico de medida de la tensión13. Pero lo que significan aire, clima, medio respirato rio y atmósfera, tanto en sentido micro como macroclimatológico y, sobre todo, desde el punto de vista teórico-cultural y teórico-mediático, sólo pue de experimentarse tras el recorrido por los modos y niveles de las prácticas exterminadoras atmoterroristas durante el siglo XX, y ahora ya puede reco nocerse que el siglo XXI avanza hacia nuevas manifestaciones al respecto.
Aerimotos: con la explicitación de las condiciones de aire, clima y atmósfera se atenta contra la ventaja originaria de los existentes en un me dio primario de existencia, y sujuicio a favor de él se pasa a considerarlo ingenuidad. Como se comprende retrospectivamente, cuando los seres humanos en su historia precedente podían situarse bajo cualquier región del cielo al aire libre o bajo techo, confiados en la suposición incuestiona ble de que la atmósfera circundante -exceptuadas las zonas de miasmas- les permitiría respirar, hacían uso de un privilegio de ingenuidad, que se ha perdido para siempre tras el corte del siglo XX. Quien vive después de esta cesura histórica y se mueve en una zona cultural sincronizada con la Modernidad está condenado expresamente al diseño de atmósferas y a la preocupación por el clima, bien sea en formas rudimentarias o elaboradas. Tiene que confesar su disposición a participar en la Modernidad, deján dose capturar por su fuerza explicitante de lo antes calladamente subya cente» o medioambientalmente envolvente-circundante.
Antes de que pudiera estabilizarse en la conciencia de las generaciones posteriores la nueva obligación de preocuparse de lo atmosférico y climá tico, el atmoterrorismo tenía que dar algunos pasos explicativos más. Aquí hay oportunidad de hablar con expresiones filosóficas del desarrollo de la Luftwaffe* moderna, cuyo nombre da fe de su competencia para interven ciones en hechos atmosféricos. En nuestro contexto hay que aclarar que las armas aéreas representan per se un fenómeno central del atmoterroris-
* «Fuerza aérea» (alemana), que significa literalmente «arma aérea». Sejuega con ambos significados. (N. del T. )
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Comienzo de la guerra de bombas
por lanzamiento manual desde el aire, 1914.
mo desde su lado estatal. Como más tarde la artillería de misiles, los avio nes militares funcionan en primera línea como armas de acceso; suprimen el efecto inmunizador de la distancia espacial entre grupos de ejército; consiguen el acceso a objetos, que en el suelo apenas serían alcanzables o sólo con gran número de bajas. Hacen que pierda importancia la cuestión de si los combatientes son vecinos naturales o no. Sin la explosión de gran alcance, conseguida a través de armas aéreas, resultaría incomprensible la globalización de la guerra mediante sistemas teledestructivos. Por su utili zación, grandes partes del exterminismo específico del siglo XX han de im putarse a una meteorología negra. En esta teoría de las precipitaciones es peciales causadas por seres humanos hablamos de la colonización del espacio aéreo mediante máquinas voladoras y de su puesta en servicio pa ra tareas atmoterroristas y para-artilleras.
Mientras que el atmoterrorismo, en sus formas manifiestas entre 1915 y 1945, operaba siempre en el suelo (excepto en la guerra del Rif en el
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Marruecos español, 1922-1927, que fue la primera que se condujo como guerra aeroquímica14), los ataques terroristas a mundos de vida enemigos, que utilizan el calor y la radiación, dependen prácticamente siempre, por motivos técnicos y tácticos, de operaciones Air-Force; siguen siendo para digmáticas al respecto (tras los escandalosos ataques de aviones alemanes a Guemica el 26 de abril de 1937, y a Coventry la noche del 14 al 15 de no viembre de 1940), ante todo, la destrucción de Dresde por flotas de bom barderos británicos el 13 y 14 de febrero de 1945, y la liquidación de Hiro shima y Nagasaki, el 6 y 9 de agosto de 1945, por el lanzamiento de dos únicas bombas nucleares desde aviones de combate norteamericanos. Por mucho que ocuparan el imaginario con escenas caballeresco-románticas de torneos en el aire, históricamente los combates entre unidades de avia dores equivalentes tuvieron más bien importancia marginal; la tristemen te célebre «batalla de Inglaterra» fue una excepción desde el punto de vis ta histórico-militar. Por el contrario, en el ámbito de la «lucha aérea» se ha impuesto defado la praxis de los ataques aéreos unilaterales, irreplicables, en los que o bien aparatos aislados realizan ataques de precisión contra ob jetivos definidos, o bien se utilizan flotas aéreas mayores para bombardeos de superficie, esto último en consonancia con el principio lógico-difuso de la artillería de gas: suficientemente cerca significa operativamente lo mis mo que exacto. Lo que siempre hay que presuponer es el planteamiento exterminista moderno, según el cual vencer significa aniquilar; fuerza aé rea, artillería y asepsia se despliegan a este respecto por caminos análogos. La metáfora de la alfombra de bombas, que se introduce desde los años cuarenta del siglo pasado, resume el proceso en una imagen plástica su gestiva: escuadras aéreas atacantes recubren grandes segmentos de terre no construido y habitado con un enmoquetado mortal. Los ataques aére os de la OTAN contra Serbia en el conflicto de Kosovo, entre el 24 de marzo y el 10 de junio de 1999, muestran que también bombardeos pun tuales pueden producir efectos de destrucción de superficie en casos de proximidad suficiente de los objetivos.
Por mucho que las armas aéreas sean susceptibles de una interpreta ción romántico-militar de sus funciones y se presenten discretamente co mo una variedad neo-aristocrática de armas -en cierta medida como con tinuación de la artillería como variedad real en un medio más libre-, por su tendencia práctica constituyen el órgano resolutorio preferido del at inóterrorismo estatalmente instituido15. Con ello se confirma que la esta
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talidad de las armas, lejos de constituir el antídoto frente a prácticas te rroristas, produce su sistematización. Ya no puede haber simetría alguna entre ataque y defensa, dado que el principio terror es algo inherente al arma como tal; la exterminación del atacado, se trate de personas o de co sas, es algo propuesto a priori (pero, dado que el exterminismo no puede aparecer en la autodescripción de estructuras políticas occidentales y sólo puede servir para la caracterización de sentimientos antagónicos, desde la operación Desert Storm en 1990-1991 para la liberación de Kuwait no se per mite ya ninguna información gráfica de los efectos causados por los ata ques aéreos norteamericanos). El hecho de que desde la Segunda Guerra Mundial las fuerzas aéreas hayan accedido a los sistemas armamentísticos de primer orden, sobre todo en las numerosas guerras intervencionistas de Estados Unidos desde 1945, habla sólo a favor de la normalización del há bito estatal-terrorista y de la ecologización del modo de llevar la guerra16. Allí donde marca el tono el terrorismo estatal basado en armas aéreas hay que contar con la aniquilación masiva de vidas civiles; el supuesto efecto colateral (coílateral dammage) se manifiesta no pocas veces como el resulta do principal. Desde este punto de vista, las manifestaciones de civiles ser bios, que, decorados ellos mismos como blanco, se colocaron durante los ataques aéreos de la OTAN en la primavera de 1999 en el puente Branko sobre el Save, ofrecen un comentario adecuado a la realidad de la guerra aérea de los siglos XX y XXI.
Como han demostrado no sólo las experiencias de la Segunda Guerra Mundial tanto en Europa como en el Lejano Oriente, en el modo de llevar la guerra de las fuerzas aéreas estatales se llega a la utilización general del hábito atentatorio, ya que los ataques aéreos, por su propio modus operando poseen siempre ya carácter de asalto imprevisto. Implican siempre, además, incluso cuando se producen como ataques de precisión contra «instalacio nes», el detrimento de los mundos de vida del enemigo y eo ipso el riesgo de matar a civiles; en caso de ataques de superficie esto se convierte en la in tención primaria. Es sabido que el «terror de las bombas», generalizado des de 1940 a 1945 en el territorio del Reich alemán, no tenía sólo como objeti vo estructuras militares, sino, más bien, la infraestructura mental de la nación; por eso, a causa de su efecto supuestamente desmoralizante -se ha blaba de moral bombing-, hubo de ser defendido entre los aliados frente a una crítica interna, no sólo motivada pacifistamente. Hubieron de pasar dos generaciones completas hasta que la historiografía militar osara proclamar
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Civiles en el puente Branko sobre el Save, Belgrado.
el carácter sistemático de la voluntad de aniquilación, que estaba en la base de la guerra aérea británica y americana contra ciudades alemanas17.
El bombardeo de Dresde la noche del 13 al 14 de febrero de 1945 por dos flotas aéreas de Lancaster de la Roval Air Forcé se realizó según un plan pirotécnico, de acuerdo con el cual el núcleo antiguo combustible de la ciudad fue rodeado y densamente sembrado, en un sector en forma de cuadrante circular, por un espeso anillo de bombas explosivas e incendia rias. De este modo, toda la zona había de incluirse en un efecto de alto horno; lo que importaba a los atacantes era hacer que la multiplicidad de incendios creciera hasta convertirse en un incendio total, de cuya posible fuerza destructora habían convencido las primeras pruebas hechas ya en otras ciudades antiguas fácilmente combustibles, a saber, en Hamburgo en julio de 1943 (en la operación «Gomorra») y en Kassel en octubre del mis mo año. Por la alta concentración de las bombas incendiarias, en forma de bastón se* intentaba crear un vacío central que desencadenara un torbe llino de aspiración semejante a un huracán. Este proceder para el desen cadenamiento sistemático de la tormenta de fuego -correspondiente al «principio del espacio de destrucción cerrado»18- fue declarado por el mariscal del aire británico, Arthur Harris, como un medio posiblemente
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«De camino a la meta. Bombas incendiarias
y explosivas caen hacia la tierra sobre el nudo ferroviario nazi en Bruchsal el 1de marzo de 1945.
decisixo de la guerra. El efecto deseado se preparó en Dresde con rl pri mer bombardee>entre las 22:03 y las 22:28 he>ias y se aseguró con la segun da oleada de ataques entre la 1:30 y la 1:55 horas, que avivó la tempestad de fuego y la extendió a otras zonas de la ciudad, sobre todo a la del en torno de la estación, llena de fugitivos. La tercera oleada de ataques por unidades aéreas americanas encontró una ciudad ya asolada. En los dos
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primeros ataques se lanzaron 650. 000 bombas, de ellas unas 1. 500 toneladas eran bombas de minas y bombas explosivas frente a unas 1. 200 toneladas de bombas incendiarias, que fueron arrojadas en pequeña dispersión, a modo de lluvia10. La elevada cuota de bombas incendiarias revela que la intención primordial era la destrucción de zonas de vivienda y la extinción de vidas de civiles. Los atacantes conocían las circunstancias, según las cua les una metódica realización de su plan, en una ciudad como Dresde, so brecargada por los fugitivos procedentes del este, tenía que producir un gran número de víctimas civiles. Churchill, de todos modos, estaba dis puesto a calificarse a sí mismo como terrorista.
El éxito del proyecto se manifestó, entre otras cosas, en que dentro de la olla de fuego se encontraron numerosas personas, que habían quedado encerradas en ella, deshidratadas, encogidas y momificadas sin haber en trado directamente en contacto con las llamas. A causa del efecto chime nea, muchos refugios se convirtieron en hornos de aire caliente, cuyos ocupantes fueron tostados vivos; para más de 12. 000 personas los sótanos se convirtieron en trampas de gases de humo. En la historia del horror aplicado, antes del 6 de agosto de 1945 apenas existe un ejemplo así de có mo en un «mundo de la vida» de la extensión del casco histórico de una ciudad antigua pueden crearse situaciones cuyas características corres pondan a una cámara de combustión activada en alto grado; en ella se die ron temperaturas de más de 1. 000 grados centígrados. Que en esa atmós fera especial durante una única noche, según los cálculos más bajos, pudieran ser quemados, carbonizados, resecados y asfixiados 35. 000 seres humanos (aunque probablemente más de 40. 000), significaba una innova ción en el ámbito de las matanzas rápidas de masas120. Aunque pueda en tenderse como culminación de una serie de singularidades condicionadas por la guerra, la noche del incendio de Dresde trajo al mundo el nuevo ar quetipo del termoterrorismo extensivo. Lo que allí sucedió fue un gran atentado, pensado hasta el final, contra las condiciones límites térmicas de vida. Que llevó a cabo la negación más explícita de la más implícita de to das las esperanzas: que el ser-en-el-mundo de seres humanos no puede sig nificar en ninguna circunstancia un ser-en-el-fuego.
Pertenece a las sorpresas, no sorprendentes ya, del siglo XX que este máximo se mostrara superable. La explicación de la atmósfera por el te rror no se paró en la transformación de «mundos de vida» en cámaras de
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gas y cámaras de fuego. Para superar los horrores del alto horno de Chur- chill se necesitó nada menos que una «revolución de la imagen del mun do» o, con mayor exactitud -desde que comprendemos la falsedad del dis curso de la revolución-, un mayor despliegue aún de lo que sostiene al mundo en su latencia física y biosférica. No es necesario en este punto ha cer una recapitulación de la historia conjunta de la física nuclear y del ar ma nuclear. En nuestro contexto es importante que la explicación físico- nuclear de la materia radiactiva y su demostración popular mediante hongos atómicos sobre áridos terrenos experimentales y ciudades habita das, al mismo tiempo, pusiera de manifiesto un nuevo escalón de profun didad en la explicación de lo atmosférico humanamente relevante. Con ello dio lugar a una nueva orientación «revolucionaria» de la conciencia del «medio ambiente» en dirección al medio invisible de ondas y radia ciones. Frente a ello ya no puede conseguirse nada con el recurso al clási co claro [Lichtung] en el que «vivimos, tejemos y somos», se entienda te ológica o fenomenológicamente. El comentario (post)-fenomenológico a los relámpagos atómicos sobre el desierto de Nevada y las dos ciudadesja ponesas reza: Making radioactivity explicit.
Con los lanzamientos de bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki se consumó no sólo una superación cuantitativa de los sucesos de Alema nia, la extinción simultánea de (según los cálculos más precavidos) más de 100. 000 vidashumanas,enuncaso,ymásde40. 000,enotro121,suponela culminación, por ahora, del proceso atmoterrorista de explicación; las ex plosiones nucleares del 6 y del 9 de agosto de 1945 impulsaron, a la vez, una escalada desde el punto de vista cualitativo, en tanto que, más allá de la dimensión termoterrorista, abrieron el paso a la radioterrorista. Las víc timas de la radiación de Hiroshima y Nagasaki, que se reunieron poco tiempo después con las víctimas del calor de los primeros minutos y se gundos -en casos innúmeros también con una demora de años o dece nios-, hicieron expreso el conocimiento de que la existencia humana está incluida continuamente en una compleja atmósfera de ondas y radiacio nes, de cuya realidad sólo pueden damos testimonio, en tal caso, ciertos efectos indirectos, pero nunca percepción inmediata alguna. La entrega directa de una dosis, aguda o retardadamente mortal para los seres hu manos, de radiactividad, liberada «tras» el efecto primario térmico y ciné tico de las bombas, abre una dimensión de latencia completamente nueva en el saber de los afectados y de los testigos.
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Lluvia negra, altamente radiactiva, que cayó sobre Nagasaki. Foto: Yuichiro Sasaki.
A I ) antes oculto, desconocido, inconsciente, nunca sabido, nunca ob servado, nunca observable se le obligó de repente a aparecer en el plano de la manifestación; mediatamente se volvió llamativo en forma de des prendimientos de piel y llagas, como si un fuego invisible produjera que maduras visibles. En los rostros de los supervivientes se reflejaba una nue va forma de apatía: las «máscaras de Hiroshima» miraban atónitas a los restos de un mundo, del que se había privado a los seres humanos en una tormenta de luz. Que les fue devuelto como desierto irradiado. Esas caras comentan el abuso ontológico en su oscuro valor límite. Tras la lluvia ne gra sobre Japón se manifestó durante decenios el mal sin nombre en for ma de pólipos cancerosos de todo tipo y de trastornos psíquicos de lo más
«Máscara-Hiroshima».
Una joven busca a su familia en Hiroshima.
profundo. Hasta 1952, por la censura de Estados Unidos, estuvo prohibida en Japón toda alusión pública a ambos actos de terror12.
En esos sucesos hay que ver un crecimiento dimensional de la acción del terror: el atentado nuclear al mundo de vida del enemigo también in cluye desde entonces la explotación de la latencia como tal. La no per ceptibilidad de las armas radiactivas se convierte en una parte esencial del efecto mismo de esas armas. Sólo tras su irradiación comprende el enemi go que existe no sólo en una atmósfera de aire, sino también en una de ondas y radiaciones. El extremismo nuclear es, más aún que el químico, que utiliza gas y fuego, el momento crítico de la explicación atmosférica.
Con el paso explicativo nuclear la catástrofe fenoménica se convierte en una catástrofe de lo fenoménico. La irrupción de los físicos, y de los mi litares informados por ellos, en el nivel radiactivo de influencia en el me dio ambiente ha dejado claro que puede haber algo en el aire, que no con siguen notar en absoluto las criaturas mundanas de la era prenuclear -que respiran despreocupadas, ingenuamente sensibles al entorno-, los ances trales «pupilos del aire» humanos. Desde ese momento de cesura históri-
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I
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i
Dibujo de un superviviente del lanzamiento
de la bomba atómica en Hiroshima:
alguien, tendido de espaldas en la calle, murió inmediatamente después del lanzamiento de la bomba. Su mano se dirigía al cielo, los dedos ardían en medio de llamas azules. Un líquido oscuro goteaba
de la mano a la tierra.
ca están sujetos a la coacción de contar con lo imperceptible, como si se tratara de una nueva lev. En el futuro habrá que desconfiar de la percep ción propia para supervivir en entornos tóxicos. El modo de pensar y de sentir de los paranoides se convierte en una parte de la educación gene ral, Only the Paranoid Suruivé25; quien es consciente de los hechos se siente en vilo por la probabilidad de que deseos de hacer daño de enemigos le
janos so materialicen invisiblemente.
En la latencia redefinida también los bioterroristas (como sus simula dores y parásitos) operan sobre un trasfondo estatal y no-estatal. En su cálcu lo de ataque tienen en cuenta la dimensión de lo imperceptiblemente pe queño y amenazan el entorno del enemigo con atacantes invisibles. Los avances más explícitos en la dimensión del terrorismo bio-atmosférico los llevaron a cabo investigadores militares soviéticos en los años sesenta y se tenta. A sus escenas primeras pertenecen los ensayos realizados en 1982 y 1983 con el agente provocador de la turalemia, para los que, en una isla del lago Aral, inaccesible a la opinión pública, se ataron a postes cientos de monos importados expresamente para ello de Africa. El lanzamiento de bombas de turalemia, recién desarrolladas, sobre ellos llevó al resultado, satisfactorio para los investigadores, de que casi todos los animales de ex perimentación, a pesar de estar vacunados, perecieron en poco tiempo por inhalación del agente provocador124.
Cuando Martin Heidegger, en sus artículos a partir de 1945, la mayoría de las veces utilizaba la «falta de patria» como contraseña existencial del ser humano en la época-del-entramado-técnico [Ge-stell-Zeitalter/, esa expresión no sólo se refería a la ingenuidad perdida de la estancia en casas de cam po y al paso a una existencia en máquinas urbanas habitables. A un nivel más profundo, el término «apátrida» significa la desnaturalización del ser humano de la envoltura natural de aire y su mudanza a espacios climati- zados; en una lectura aún más radicalizada, el discurso de la falta de patria simboliza el éxodo de todos los posibles nichos de cobijo en la latencia. Tras el psicoanálisis ni siquiera lo inconsciente es utilizable como patria, tras el arte moderno tampoco la «tradición», tras la biología moderna ape nas todavía la «vida», por no hablar ya del «medio ambiente». Al espectro de esas aperturas a la existencia apátrida pertenece, tras Hiroshima, la reve lación forzosa de las dimensiones radiofísicas y electromagnéticas de la atmósfera. En lugar del habitar aparece la estancia en áreas radiotécnica mente vigiladas. El físico Cari Friedrich von Weizsácker, familiarizado con la obra de Heidegger, levantó un monumento conmemorativo a esta si tuación, cuando, en el momento culminante de la carrera armamentístíca nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética, en los años setenta, hi zo construir demostrativamente en el jardín de su casa de Stamberg un búnker de protección radiactiva.
Es lícito dudar de que el discurso evocativo de Heidegger sobre el «ha-
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Búnker de protección atómica, instalacicSn
de Guillaume Bijl, 1985, Place St. Lambert, Lieja.
bitar» del ser humano en una «región» posibilitante de sí y remitida a sí pueda quedar como la última palabra en cuestiones de una existencia atra pada en la coacción explicativa y de su tarea de autodiseño. Cuando el filó sofo alababa el prudente mantenerse en la «región» saltaba, adelantándo se un tanto precipitadamente, al ideal de un espacio que rehace la totalidad, que implica lo antiguo y lo nuevo1". «Región» [Gegend] significa para él el nombre de un lugar en el que todavía podía florecer una exis tencia auténtica. No se podría decir muy bien cómo se llega hasta él si no se estuviera ya en él. Tendría que ser un lugar más allá de toda explica ción, ( ( >mo si ésta sólo valiera en otra parte; un lugar efectivamente azota do por el frío viento del exterior, por el riesgo de emplazamiento de la mo dernización. pero que, a pesar de todo, siguiera siendo la patria. Sus habitantes sabrían que el desierto crece, pero podrían sentirse compro metidos. precisamente allí donde están, con una «extensión de terreno y
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Magdalena Jetelová, Atlantic Wall, 1994-1995.
un receso temporal»126maravillosamente inmunizadores. Aquí se puede hablar de alto bucolismo. A la palabra «región» no se le puede negar, con todo, a pesar de toda su provisionalidad y de sus connotaciones provincia les, una fuerza remisora a la dimensión terapéutica en el arte de la con formación de espacio127. ¿Qué es terapéutica sino el saber procedimental y el arte del saber sobre la nueva organización de una escala de medida con forme a los derechos humanos tras la irrupción de lo desmesurado; sino una arquitectura para espacios de vida después de que se haya mostrado lo invivible? Lo que nos hace divergir de Heidegger es la convicción histó ricamente crecida y teóricamente estabilizada de que en la era de la expli cación del trasfondo tampoco las relaciones «regionales» y patrias, allí donde florecen todavía localmente, pueden ser tomadas simplemente co mo dones del ser, sino que dependen de un gran despliegue de diseño for mal, de producción técnica, de asesoramiento jurídico y estructuración política.
En estas referencias al desarrollo (puesto en marcha por la guerra de gas y reforzado por el smog industrial) de la pregunta por las condiciones de respirabilidad del aire, después a las exacerbaciones gasterroristas y ter- moterroristas de la Segunda Guerra Mundial y, finalmente, a la puesta en evidencia de las dimensiones radiológicas del trasfondo del ser-en-el-mun-
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do humano, que desde los acontecimientos de Hiroshima y Nagasaki hay que retener temático-duraderamente, describiremos ahora un arco histó rico de expresividad creciente en la problematización de la estancia hu mana en medios de gas y radiaciones. No se puede asociar con una consi deración retrospectiva como la intentada aquí la suposición de que la historia de la explicación de la atmósfera mediante el perfeccionamiento de las armas atómicas haya llegado a un final con el término de la guerra fría. Desde la desaparición de la Unión Soviética, la última potencia mun dial que ha quedado ha conseguido el monopolio para desarrollar el con- tinuum del atmoterrorismo, elaborado desde 1915 a 1990, en dimensiones aún más explícitas y monstruosas. Puede que el final de la guerra fría ha ya traído consigo un decrecimiento de la intimidación nuclear; pero, por lo que respecta a la inclusión de las hasta entonces no desarrolladas di mensiones climáticas, radiofísicas y neurofisiológicas del trasfondo de la existencia humana en proyectos militares de la potencia mundial, el um bral de los años noventa significa un nuevo comienzo. A partir de ese mo mento, e inadvertido por la opinión pública, se da el salto a un nivel im previsible de escalada en las oportunidades de ataque atmoterrorista.
En un escrito del Department ofDefense, presentado el 17dejunio de 1996 y cuya entrega a la opinión pública se autorizó sin tener en cuenta su temá tica sensible, siete oficiales de un departamento de investigación científica del Pentágono explicaban los rasgos generales de un futuro modo de ha cer la guerra en la ionosfera. El papel del proyecto, presentado bajo el tí tulo: «El tiempo como un multiplicador de la fuerza de combate: dominio del tiempo en el año 2025» (Weather as a Forcé Multiplier: Owning the Weather
in 2025), se redactó por encargo del Estado Mayor de la Air Forcé con la instrucción de aportar condiciones, bajo las que Estados Unidos pudiera reafirmar en el año 2025 su papel como potencia armamentística absolu tamente dominante en el aire y el espacio. Los autores del escrito parten del hecho de que en treinta años de desarrollo se logrará, de modo rele vante para la guerra, hacer dominable la ionosfera como uno de los com ponentes, invisibles para la percepción humana, de las cubiertas terrestres físicas exteriores, sobre todo por la supresión y producción arbitrarias de condiciones meteorológicas tormentosas, que garanticen el control del campo de batalla (battlejield dominance) al poseedor de las armas ionosféri cas. Según anticipaciones actuales, el arma meteorológica abarca, entre otras cosas: la conservación o enturbiamiento de la visión en el espacio aé
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reo; la subida o bajada del comfort levels (de la moral) de las tropas; inten sificación y modificación de las tormentas; supresión de lluvias sobre te rritorios enemigos y producción artificial de sequía; interceptación e im pedimento de comunicación enemiga y obstaculización de actividades meteorológicas análogas del enemigo.
Con la explicitación de estos nuevos parámetros para intervenciones operativas de militares en el battlespace environment ya se tiene en cuenta hoy la posible condición futura del diseño del campo de batalla (battlefield shaping) y de su percepción (battlefield awareness). En la recapitulación final del escrito se dice al respecto:
Como un esfuerzo de alto riesgo y altas recompensas, la modificación del tiem po nos coloca ante un dilema semejante a la fisión nuclear. Mientras algunos sec tores sociales sigan oponiéndose constantemente a analizar temas polémicos como la modificación del tiempo, se ignorarán, de manera peligrosa para nosotros mis mos, las enormes (tremendous) posibilidades militares que pueden surgir en ese campo.
Con ello, los autores del escrito sobre la guerra meteorológica, no sólo dan a entender que recomiendan el desarrollo de tales armas incluso con tra la opinión pública; se colocan, además, en un entorno cultural que só lo es capaz ya de anticipar un único tipo de guerra: el conflicto militar de Estados Unidos con Estados «canallas», es decir, con Estados que toleran o apoyan las acciones militares o terroristas contra el complejo civilizato rio del «Oeste». Unicamente en este contexto es compatible la propagan da en favor de una futura arma meteorológica y de la entrada en una es calada de prácticas atmoterroristas con una situación cultural altamente legaliformizada y caracterizada por una sensibilidad extrema para obliga ciones de fundamentación. A las premisas de la investigación sobre armas meteorológicas le es inherente una asimetría moral estable entre el modo de hacer la guerra de Estados Unidos y cualquier posible modo de hacer la guerra de quien no sea Estados Unidos: bsyo ninguna otra circunstancia podría justificarse la inversión de medios públicos en la construcción de un arma tecnológicamente asimétrica de evidente calidad terrorista. Para legitimar democráticamente el atmoterrorismo en su forma más avanzada hay que presuponer la imagen de un enemigo que haga plausible la utili zación de medios apropiados para su tratamiento especial ionosférico. En
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el americanwayofware1hostigamientodelenemigoentrañasucastigo,da do que ya sólo pueden imaginarse criminales manifiestos como responsa bles de groserías armadas contra Estados Unidos. Este estándar vale, por lo demás, desde la guerra fría, durante la cual Moscú fue calificada obsti nadamente como la «base mundial del terrorismo». Por eso, la declaración de guerra se sustituye fácticamente por una orden de captura, o bien una orden ejecutoria, contra el enemigo. Quien posee la soberanía interpreta tiva de declarar como terroristas a los luchadores por una causa extraña, desplaza sistemáticamente la percepción del terror del plano de los méto dos al ánimo del grupo adversario, y con ello se retira él mismo de la es cena. Desde ese momento el modo de hacer la guerra y el proceso por ley marcial resultan indistinguibles. Lajusticia anticipada del vencedor no só lo se cumple en el modo de llevar una guerra declarada como medida dis ciplinaria; se realiza también como investigación armamentística contra el enemigo de mañana y pasado mañana.
Más allá del declarado interés por el arma meteorológica, Estados Uni dos trabaja desde 1993 en un programa afín, aunque en este caso mante nido en secreto, para la investigación de la aurora, el High-frequency Active Auroral Research Programme, HAARP, del que podrían seguirse las premisas científicas y tecnológicas de una posible arma de super-ondas. Cuando no consiguen evitar la opinión pública, los patrocinadores del proyecto pre sumen de su carácter civil, más o menos de su posible aptitud para recrear la capa de ozono defectuosa y para prevenir ciclones, mientras que sus -no numerosos- críticos ven en tales declaraciones el típico camuflaje de pro yectos militares absolutamente secretos128. El proyecto HAARP se asienta en un complejo de investigación en Gakona, South Central Alaska, apro ximadamente 300 kilómetros al noroeste de Anchorage, compuesto de un gran número de antenas que crean campos electromagnéticos de alta energía y los irradian a la ionosfera. Su efecto de reflexión y resonancia pa rece que se utiliza para focalizar campos de energía sobre puntos discre cionales de la superficie terrestre. De emisiones de radiación de este tipo podría resultar una artillería energética de efectos casi ilimitados. Las pre misas técnicas de esa instalación proceden de ideas del inventor Nicola Tesla (1856-1943), que ya en tomo a 1940 había advertido al gobierno es tadounidense sobre las posibilidades militares de un arma de tele-energía.
Si un sistema de ese tipo fuera implantable sería capaz de provocar po derosos efectos físicos, hasta llegar al desencadenamiento de catástrofes
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Antenas del Proyecto Haarp.
climáticas y terremotos en zonas puntuales elegidas. Algunos observadores relacionan con los tests de la instalación de Alaska nieblas y tempestades de nieve aparecidas erráticamente en Arizona y otros fenómenos atmosfé ricos no aclarados en diferentes partes del mundo. Pero, dado que las on das ELF (Extremely Low Frequencies), u ondas infrasonido, no sólo influyen en la materia anorgánica sino también en organismos vivos, especialmen te en el cerebro humano, que trabaja en ámbitos profundos de frecuencia, el HAARP depara perspectivas de producción de un arma neurotelepática que podría desestabilizar poblaciones humanas mediante ataques a dis tancia a sus funciones cerebrales129. Un arma de ese tipo sólo puede ser concebida, incluso en forma especulativa, si el desnivel moral entre los ce rebros que la desarrollan y los cerebros que han de ser atacados con ondas ELF aparece completamente claro en el presente y puede ser mantenido estable en el futuro. Aunque se tratara de un arma no letal, únicamente podría utilizarse contra lo absolutamente extraño o contra el mal absolu to en sus encarnaciones humanas. Pero no puede excluirse que el efecto colateral de tales empresas de investigación conlleve per se complicaciones morales, desastrosas para la determinación de un desnivel de ese tipo. Cuando no está clara la diferenciación entre cerebros de canallas y cere bros de no-canallas, la producción de un arma de ondas así contra un la do de esa diferencia -como ya sucedió con las armas atómicas- podría re sultar funesta, por autorreferencia, también para el otro lado.
Puede que se considere surrealista la mención de tales perspectivas; pe ro no es más surrealista de lo que lo hubieran sido anuncios de un arma de
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gas antes de 1915 y de un arma atómica antes de 1945. Antes de la demos tración por los acontecimientos, la mayoría de los intelectuales del hemis ferio occidental habrían despachado el desarrollo de las armas nucleares co mo una especie de ocultismo científico-naturalmente camuflado y le habrían negado toda plausibilidad. El efecto de surrealidad de lo real antes de la pu blicación pertenece a los efectos colaterales de la explicación puntera, que desde su comienzo divide las sociedades en un pequeño grupo de personas, que participan en la irrupción de lo explícito como pensadores, operadores y víctimas, y en otro, mucho más grande, que, desde el punto de vista de lo lícito existencialmente, persiste ante euentum en lo implícito y, en todo caso, reacciona posterior y puntualmente a las explicaciones. La histeria pública es la respuesta democrática a lo explícito, tras devenir innegable.
La permanencia diaria en la latencia es presa cada vez más de la in tranquilidad. Aparecen dos tipos de durmientes: los durmientes en lo implícito, que siguen buscando cobijo en la ignorancia, y los durmientes en lo explícito, que saben lo que se planea en el frente, pero esperan la or den de actuar. La explicación atmoterrorista distancia tanto las concien cias en una y la misma población cultural (hace ya tiempo que resulta in diferente llamarla pueblo o población) que de fado ya no viven en el mismo mundo y sólo constituyen una sociedad simultánea formalmente, a causa de la condición ciudadana estatal. A unos los convierte en colabora dores de la explicación y con ello -en secciones de frente que cambian in cesantemente- en agentes de un terror estructural -aunque sólo pocas ve ces concreto y real- ejercido contra las condiciones de trasfondo de naturaleza y cultura, mientras que los otros -transformados en regionalis- tas, aborígenes domésticos, en protectores voluntarios del propio anacro nismo- cultivan en reservas libres de hechos la ventaja de poder seguir afe rrados a imágenes de mundo y condiciones de inmunidad simbólicas de la época de la latencia.
3 Air/Condition
Entre las campañas ofensivas de la Modernidad, la del surrealismo ha aguzado especialmente la idea de que el interés fundamental de la actua lidad tiene que dirigirse a la explicación de la cultura. Entendemos por cultura -siguiendo las insinuaciones de Bazon Brock, Heiner Mühlmann,
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Eugen Rosenstock-Huessy, Ludwig Wittgenstein, Dieter Claessens y otros- el conjunto de reglas y cometidos de acción que se transmiten y van va riando en los procesos generacionales.
El surrealismo obedece al imperativo de ocupar las dimensiones simbó licas en la campaña de modernización. Su objetivo declarado o no decla rado es hacer explícitos procesos creativos y aclarar técnicamente los do minios de sus fuentes. Para ello acudió sin más al fetiche de la época, al concepto omnilegitimante de «revolución». Pero, como ya sucedía en el espacio político (donde, defado, no se trató nunca de un «giro» real, en el sentido de una inversión de arriba y abajo, sino de la proliferación de po siciones punteras y de su nueva ocupación por representantes de estratos sociales medios agresivos, cosa que en realidad no pudo conseguirse sin que los mecanismos de poder se transparentaran parcialmente, o sea, sin democratización, y pocas veces sin una fase inicial de abierta violencia des de abajo), también en el campo cultural resulta evidente la calificación errónea de los acontecimientos; pues aquí nunca se trató tampoco de «re volución», más bien, y exclusivamente, de un nuevo reparto de la hege monía simbólica; y eso necesitaba una cierta puesta en evidencia de los procedimientos artísticos; por ello tuvo que haber una fase de barbarismos y tempestades de imágenes. Por lo que respecta a la cultura, «revolución» es una expresión encubierta de violencia «legítima» contra la latencia. Po ne en escena la ruptura de los nuevos operadores, seguros de sus procedi mientos, con los holismos y comodidades de las situaciones artísticas bur guesas.
El recuerdo de una de las escenas más conocidas de la ofensiva surrea lista puede aclarar el paralelismo entre las explicaciones atmoterroristas del clima y los golpes «revolucionario«-culturales contra la mentalidad de un público burgués de arte. El 1 de julio de 1936, Salvador Dalí, quien al comienzo de su carrera pasaba como embajador autoproclamado del rei no de lo superreal, dio una conferencia-performance en las New Burling ton Galleries de Londres, con ocasión de la International Surrealist Exhi- bition, en la que, en relación con su propia obra expuesta, se proponía explicar los principios del «método crítico-paranoico» desarrollado por él mismo. Para dejar claro al público ya con su propia presentación que él ha blaba en nombre del otro y como representante de un en-otra-parte radi cal, Dalí había decidido ponerse un traje de buzo para su discurso; según el informe del Star londinense del 2 de julio, sobre el casco se había colo
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cado un radiador de coche; el artista llevaba, además, un taco de billar en las manos y se hacía acompañar por dos grandes perros130. En su autopre- sentación Comment on devient Dalí el artista cuenta una versión del inci dente que provocó esa idea.
Con motivo de la exposición, había decidido pronunciar unas palabras para ofrecer un símbolo del subconsciente. Se me introdujo, pues, en mi armadura e in cluso me colocaron suelas de plomo, con las que me resultaba imposible mover las piernas. Hubo que transportarme al estrado. Después se me colocó y atornilló el casco. Comencé mi discurso tras el cristal del casco, y ante un micrófono, que, ob viamente, no podía captar nada. Pero mi mímica fascinó al público. Pronto co mencé a abrir la boca, sin embargo, en busca de aire, mi cara se puso primero ro
ja y luego azul, y mis ojos en blanco. Evidentemente se habían olvidado [sic] de conectarme a un sistema de abastecimiento de aire y estaba a punto de asfixiarme. El especialista que me había equipado había desaparecido. Por gestos di a enten der a mis amigos que mi situación se volvía crítica. Uno cogió unas tijeras e intentó en vano perforar el traje, otro quería desatornillar el casco. Como no lo conseguía comenzó a golpear con un martillo los tornillos. . . Dos hombres intentaron arran carme el casco, un tercero daba tantos golpes al metal que casi perdí el sentido. En el estrado sólo reinaba ya una lucha salvaje a brazo partido, de la que yo emergía de vez en cuando como un pelele con miembros dislocados, y mi casco de cobre sonaba como un gong. El público aplaudía ese mimodrama daliniano conseguido, que a sus ojos representaba, sin duda, cómo el consciente intenta apoderarse del inconsciente. Pero yo por poco habría sucumbido ante ese triunfo. Cuando por fin se me arrancó el casco estaba tan pálido comoJesús cuando volvió del desierto tras cuarenta días de ayuno1*1.
La escena deja claras dos cosas: que el surrealismo es un diletantismo cuando no utiliza objetos técnicos de acuerdo con sus propias característi cas, sino simbólicamente; y que, a la vez, es una parte del movimiento más explicitista de la Modernidad, en tanto que se presenta inequívocamente como procedimiento rompedor de la latencia y disolutor del trasfondo. El intento de destruir el consenso entre el lado productivo y receptivo en asuntos de arte, con el fin de liberar la radicalidad del valor propio de las exhibiciones-acontecimientos, constituye un importante aspecto de la di solución del trasfondo en el campo cultural. Explícita tanto el carácter ab soluto de la producción como la arbitrariedad de la recepción.
