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De este modo, María,
como portadora del hijo, se convierte en una especie de atlanta
íntima, ya que su niño, como Hombre-Dios sobrenaturalmente in­
troducido en ella, aunque necesitado de parto, se coloca tan avasa­
lladoramente en el centro que la madre -más allá del ámbito natu­
ral de juego de sus           de aguante- se convierte en una
mera condición marginal de la autorrealización divina.