614
Se puede formar indirectamente -en el espejo de la teoría- un con cepto del enorme progreso que representa el acontecimiento de la levita ción si se compara el diagnóstico ocasional de Hegel del aburrimiento y li gereza como síntomas epocales de la Modernidad incipiente con las radicalizaciones que Heidegger, en su fase de culminación entre 1926 y 1930, supo dar a los temas dispersión y aburrimiento.
Se puede formar indirectamente -en el espejo de la teoría- un con cepto del enorme progreso que representa el acontecimiento de la levita ción si se compara el diagnóstico ocasional de Hegel del aburrimiento y li gereza como síntomas epocales de la Modernidad incipiente con las radicalizaciones que Heidegger, en su fase de culminación entre 1926 y 1930, supo dar a los temas dispersión y aburrimiento.
Sloterdijk - Esferas - v3
Dentro de este esquema queda completamente oscuro, sin embargo, cómo un ser vivo puede haber llegado por evolución natural a sus carencias iniciales.
De una historia natural del antecesor del ser hu mano no puede deducirse una dote tan dramática de expoliaciones.
La na turaleza abandonada a sí misma no conoce ninguna transmisión exitosa de inadaptaciones o debilidades mortíferas; en todo caso, especializacio- nes arriesgadas del tipo del plumaje del pavo real o de los cuernos del cier
vo, efectos de los que no puede hablarse en absoluto precisamente en el homo sapiens, que, como Gehlen no se cansa de recalcar, está des-especiali- zado yjuvenilizado del modo más llamativo. Así pues, si el desarrollo bioló gica y culturalmente motivado condujo después a resultados tales como los que se produjeron en el ser humano primitivo, sus propiedades evolutiva mente favorecidas no pueden interpretarse como expolios; al contrario, tendrían que poseer virtudes preponderantemente cualificadoras o, por hablar con Darwin,y¡! /nm-acrecentadoras.
Es absurdo describir la escena primordial de la formación del hombre como aparición de una criatura incapaz para la vida, que -apenas asenta da en el mundo entorno- hubiera de retirarse inmediatamente a la en
533
voltura protectora de una coraza cultural protésica para compensar su im posibilidad biológica. El refinamiento de la imagen somática que ofrece el homo sapiens hay que pensarlo, en realidad, como dependiente de una ten dencia estable a largo plazo, que sólo pudo tener éxito sobre la base de un ensamblaje de factores biológicos y culturales. Este tirón de desarrollo só lo puede entenderse como un efecto de incubadora autofortalecedor, que convierte tanto a losjóvenes como a los individuos adultos de la especie en beneficiarios de una tendencia confortante, cerebralizante e infantilizado- ra. Esta se impone sin que por ello fueran menoscabadas a largo plazo y específicamente las oportunidades evolutivas de este ser vivo tan incubado, arriesgado neoténicamente. La historia de éxitos de la symbolic species no podría haber resultado tal como se presenta desde la retrospectiva hoy po sible, si, de acuerdo con su rasgo fundamental, no hubiera conducido a un ensamblsye productivo de refinamientos somáticos y fortalecimientos psi- coneuro-inmunológicos y técnicos596.
Si se invierte en este punto la serie de condiciones del ser-y-devenir-así del ser humano, reconociendo el acierto evolutivo de las morfologías hu manas, los indicios para la evaluación antropológica muestran eo ipso una tendencia opuesta. El ser humano no acude a la cultura y a sus institucio nes para transformarse de un ser biológicamente imposible en una criatu ra de algún modo apta aún para la vida; más bien procede de las circuns tancias de su generación y educación de tal modo que se aprovecha de su privilegio singular de incubadora hasta en sus más íntimas dotes somáticas, en su capacidad cerebral, su sexualidad, sus estructuras inmunes, su des nudez. Su fortaleza se expresa en el privilegio de su elevada fragilidad. En otras palabras, el homo sapiens no es un ser de carencias que compensa su pobreza con cultura, sino un ser de lujo, que por sus competencias proto- culturales estaba suficientemente asegurado para sobrevivir frente a todos los peligros y a prosperar ocasionalmente. En ello hay que admitir que los sapientes tuvieron que limitarse la mayoría de las veces, por motivos com prensibles, a la realización de una pequeña parte, más bien robusta, de su potencial cultural, para, llegada la ocasión, aventurarse en desarrollos de lujo típicamente específicos.
El homo sapiens es un ser intermedio basalmente mimado, polimórfica- mente suntuoso, capaz de superaciones múltiples, en cuya formación han colaborado fuerzas conformadoras genéticas y técnico-simbólicas. Su diag nóstico biomorfológico remite a una larga historia de refinamiento auto-
534
plástico. Sus oportunidades de ser mimado vienen, por herencia, de lejos. A la vez, sigue pertrechado de una tenacidad completamente animal, más aún, dotado de una capacidad de perseverar hasta el final bajo las cir cunstancias más miserables. Describir las características provenientes de todo ello como «dotación con carencias» es una idea que sólo se le ocurre a un intérprete cuando se propone suministrar informes del homo pauper mismo -dogmáticamente presupuesto- en las condiciones más tempranas, a pesar de que desde las categorías del propio aparato teórico se insinua ran ya valoraciones contrarias. Por ello, la entente cordiale de Gehlen con el pastor de Weimar, Herder, es más que un azar de la historia de las ideas. Su idea común del ser humano como ser de carencias satisface la nueva necesidad del pesimismo burgués de reemplazar el dogma -devenido in vendible entre los cultos- del pecado original por la tesis, mucho más atractiva, de la carencia original.
Como más plausiblemente puede fundamentarse la inversión de los in dicios establecidos por Gehlen es con sus propios medios conceptuales. Que el homo sapiens no puede ser un ser de carencias, sino que desde el prin cipio encama una formación de lujo, es comprensible en toda forma en cuanto se someten a un análisis más cercano los dos conceptos más impor tantes del sistema de Gehlen: por una parte, la idea de patencia del mun do*, con la que el autor se introdujo en el horizonte de la filosofía de su tiempo; por otra, la categoría de descarga**, que representa, sin duda, la con tribución más fructífera de Gehlen a la antropología tanto filosófica como empírica: en ella se reconoce una de las pocas configuraciones conceptua les realmente originales de las ciencias de la cultura del siglo XX. Dado que ambos conceptos fueron puestos en la conexión más estrecha por el propio Gehlen, pueden discutirse aquí legítimamente en un derrotero común.
Desde su patencia de mundo se desarrolla en el ser humano -siguien do el supuesto fundamental de Gehlen- una complicación existencial, pa-
‘ Weltoffenheit patencia de mundo o del mundo, es decir, apertura del mundo al hombre y del hombre al mundo, el mundo se manifiesta al ser humano, el mundo es algo manifiesto para el ser humano, que percibe su apertura o patencia. (N. del T. )
* Entlastung. descarga de peso, de la sobrecarga estructural del ser humano, alivio de ten siones por el lujo de vivencias, etc. Recuerda, en un contexto transferido, al aligeramiento [Erleichterung] general del que se viene hablando en estas páginas como señal característica del ser humano en la modernidad. (N. del T. )
535
ra la que no hay ejemplo alguno biológico: dado que vive, experimenta y reflexiona más que ningún animal, el ser humano es una criatura a la que se le exige demasiado no sólo ocasionalmente, sino que está sobrecargada estructuralmente. Su constitución fundamental, desde el lado sensible, se llama inundación de estímulos y, por el pragmático, presión de riesgo. Ya que el ser humano no trae consigo ninguna acoplación innata al entorno, al menos no para la totalidad de las circunstancias, que siempre tiene que arreglárselas en medio de compromisos autoestablecidos con el entorno, su ser-en-el-mundo tiene el carácter del estar-inmerso en un «campo de sorpresas»597. «A la luz de esta consideración, la patencia del mundo es fun damentalmente una carga»mH. Con ello se dice -aunque no lo exprese el autor- que el rasgo fundamental de la vivencia del mundo y del compor tamiento con él del homo sapiens consiste en una superabundancia de im presiones perceptivas, así como de posibilidades de experiencia y acción, y en absoluto en una expoliación y pobreza precedentes. Por su naturale za subespecializada, múltiplemente adaptable o «abierta» se produce, por una parte, una receptividad excesivamente impresionable, por otra, un es pectro extremadamente amplio de opciones de acción, que alcanza desde el término medio trivial hasta las improbabilidades del arte, la ascesis, la orgía y el crimen. Si pudiera existir en seres de ese tipo algo así como un temprano aditamento de sensación de carencia residiría en el embarazo ante la propia riqueza: una problemática que para la razón de la vida dia ria se expresa por el cliché «tortura de la elección», imbarazzo della sceltay semejantes; con mayor ambición teórica, lo mismo puede captarse en fi guras como «reducción de complejidad». El ser humano está «cargado» por su plasticidad en el sentido, por ejemplo, en que los millonarios han de inclinarse ante la necesidad de tener que administrar su riqueza.
Estas observaciones son reforzadas por las explicaciones de Gehlen con respecto a la categoría innovadora descarga: una expresión que articula el aspecto más importante de una economía general de la existencia. Si se puede decir que el ser-ahí es, efectivamente, en principio, un ser-cargado paradójico -y, como se ha dicho, por la riqueza del extatismo sensórico y pragmático del ser humano-, la tarea de los mecanismos descargantes es reducir la tensión primaria por la riqueza; comenzando con la configura ción modélica de la percepción y con la automatización de decursos de ac ción, hasta llegar a la normalización de expectativas de futuro mediante ri tuales y a la exclusión de imprevistos por rutinas técnicas. ¡Simplifícate, ser
536
humano, hazte calculable! Gehlen supone, realistamente, que la vida, tan to somática, psíquica como socialmente, sigue la inclinación a instalarse en condiciones de funcionamiento de una bien temperada banalidad; condi ciones que se describen, psicológicamente, como habituaciones y, antro- pológico-culturalmente, como instituciones. Descarga es, según ello, un mecanismo de ahorro: constituye un procedimiento para echar el cerrojo a la tentación de autodesgaste. Su efecto capital surge de la inmunización contra la inmediatez, sea la del gasto excesivo de energía en el obrar es pontáneo, sea la de la inundación de percepciones arriesgadamente des automatizadas. Implanta, en cierto modo, un primer sistema de inmuni dad pragmático, que defiende contra las infecciones de la psique por un exceso de estímulos no asimilables e impide el gasto de energías psíquicas en aperturas extáticas al campo de acción y de percepción.
En un perfil así del concepto resulta claro que descarga no tiene nada que ver con administración de carencias: es competente para la gestión de una riqueza, que exige economía doméstica y sagacidad inversora. Sólo porque el elemento del ser humano es el demasiado, se hacen necesarias simplificaciones, restricciones y habituaciones, que detengan el derroche a bajo nivel, con el fin de tener a disposición las energías ahorradas para empresas superiores, más ambiciosas simbólicamente. En ese proceso de graduación se percibe el motivo del excedente tanto primaria como se cundariamente. Después de que Gehlen haya hecho lo suyo -casi con éxi to- para declarar pobre al ser humano ya al nivel elemental, vuelve a anun ciarse en su exposición de la economía psíquica más desarrollada del homo sapiens la riqueza negada del comienzo; sí, después de que fuera modela do por los mecanismos de descarga civilizatorios, en forma de potenciales de acción economizados, que sólo a niveles más altos impulsan verdadera mente a su realización. Pero, al igual que sucede en el caso de la primera riqueza, que surge de la patencia del mundo, Gehlen logra describir tam bién la segunda como carga y factor negativo. La palabra clave psicoeco- nómica para la segunda riqueza se llama liberación, que también conlleva un problema de inversión: se entiende por sí mismo que para el antropó logo estricto sólo valdrán asientos serios. Este procedimiento se explica en el ejemplo de la vida contemplativa de los carismáticos, que son sostenidos por las «sociedades» que los rodean, o en el modo de ser de los artistas, cu ya fluctuación entre maestría y licencias anárquicas presupone la toleran cia por parte del mundo que comparten. Ambos tipos de existencia libe
537
rada han de ilustrar que todo depende de conectar la abundancia de energía conseguida por descarga con regulaciones ascéticas, sean las de la clausura monacal, sean las del atelier, de todos modos, el antropólogo con templa con preocupación y repugnancia la des-regulación de las existen cias de artistas en las subculturas anarquistas del siglo XX. Gehlen teme que si el anarquismo artístico hiciera escuela en general se arruinaría en poco tiempo la reproducción simbólica de la «sociedad» en sus institucio nes. Como el gran inquisidor de Dostoievski, el antropólogo está conven cido de que la libertad representa una exigencia excesiva, para la que só lo están preparados los menos. Para todos los demás, que no son capaces de la ascesis de las élites auténticas, se impone una heteronomía conse cuentemente organizada. Decididamente convencional, Gehlen apuesta por la disciplina con respecto a los muchos59.
Así, también con la mirada puesta en la dinámica humana de descar ga aparece claro que no se puede hablar de una problemática originaría de carencia; lo que realmente demanda interpretación y explicación es la absorción de las energías excedentes y su desvío a procesos más ambicio sos. Gehlen permanece fiel a su impulso pesimista también en el peldaño superior: del mismo modo que ha interpretado como carga originaria la patencia de mundo del ser de lujo que es el ser humano, explica también como cargas de segundo orden las energías ahorradas y liberadas, que están a disposición para lo superior y más amplio. Para éstas formula la sos pechosa recomendación de gastarlas al servicio de formas objetivas; aun que se tratara de rituales mágicos, por muy cuestionables que puedan ser sus éxitos empíricos. Mejor servir a una forma vacía, mientras tenga la fuerza de imponerse, que perderse en la libertad de la amorfía y en la fal ta de compromiso del mero experimento. Esto no lo podía decir más cla ro ningún miembro de la congregación de fe romana. Evidentemente, no es, pues, un ser de carencias originado por la evolución el que preo cupa al antropólogo; se trata del ser de lujo que es el ser humano, cuyo mimo constitutivo y protuberancia caprichosa le resultan inquietantes al máximo.
538
3 Ligereza y aburrimiento
Si nuestros humores son los modelos de nuestrasfilosofías, dígame entonces, Edwin, ¿en
cuál se vierte la verdad?
Friedrich Schiller, El paseo bajo los tilos
Devolviendo al contexto de su tiempo la paradójica construcción de Gehlen del ser humano pobre, aparece una conexión sensible con el mo vimiento epocal del aligeramiento de la vida en la affluent society: un movi miento que, en otro matiz (y sobre el trasfondo de los modernos sistemas de solidaridad), habría que definir como transición a una primera red exi tosa de constructos de inmunidad altamente individualizados. No puede tratarse de un mero azar el hecho de que las expresiones centrales del con servadurismo modernizado, descarga y liberación, sean más aptas que cualquier otra para conceptualizar los reflejos subjetivos de la gran levita- ción. Son, efectivamente, su tiempo captado en pensamientos.
Con la aparición de la «sociedad» completamente legaliformizada, que flota en rutinas de optimación, movida por el dinero, ha entrado en vigor, por hablar una vez más con Hegel, un «estado de mundo», cuya carac terística principal consiste en un cambio perceptible de los contextos de seriedad y proporciones de peso existenciales. Pero dado que la «socie dad» levitada no ha encontrado aún el concepto correcto de su propia aventura, de la descarga que alcanza a todos sus estados de cosas semánti cos y materiales, o que, donde lo ha encontrado, no sabe utilizarlo con sen tido correcto, está expuesta a la tentación de hablar tanto de sus grandes logros como de males nuevos, y tanto de sus conquistas innovadoras como de situaciones precarias sin par. También por lo que respecta a sus estados de ánimo, marcados por liberaciones, la «sociedad» está en la incertidum bre en su salida del universo de la pobreza; cuando se refiere a su alivio inusual se pregunta si no se habrá alejado propiamente del camino verda dero, por difícil, y dictado por la penuria*’0.
Como intranquilo por estímulos de un tipo semejante, Hegel escribió en enero de 1807 en un tono solemne, diagnosticador de los tiempos:
Por lo demás, no es difícil ver que nuestro tiempo es el tiempo del nacimiento y del tránsito a un nuevo periodo. El espíritu ha roto con el mundo anterior de su
539
existencia y representación [. . . ] disuelve una partícula tras otra del edificio de su mundo anterior, su desmoronamiento se insinúa sólo mediante síntomas aislados; tanto la ligereza como el aburrimiento que se propagan por lo existente, el pre sentimiento indeterminado de algo desconocido, son indicios de que algo dife rente está en marcha [. . . ] El comienzo del nuevo espíritu es el producto de una amplia revolución de múltiples formas intelectuales, el precio de un camino en trelazado de diversos modos601.
Si en algo se equivoca Hegel es en considerar la ligereza y el aburri miento como presagios de situaciones venideras: en realidad son lo nuevo mismo aparecido. Constituyen rastros tempranos del tránsito a una flota ción apenas reconocida del ser y a un desvanecerse del tiempo, desligado de metas fijas, que proporcionan su tonalidad a la nueva época en general. Hay que entender que aquí no se habla del spleen aristocrático, que había florecido bajo el Ancien régime, no se trata del paladeo melancólico de la doucer de vivre a hora avanzada. El giro expresivo del «propagarse» de tales estados de ánimo «por lo existente» habla ya de disposiciones burguesas. Delata la preocupación del filósofo por la solidez de las circunstancias de mundo transformadas en el campamento liberal. Por muy partidario que se reconozca de la nueva constitución de mundo, en la que la substancia quie re ser desarrollada como sujeto, no permite que cualquier modo discrecio nal de la subjetividad valga como representante de la substancia. Tiene que tratarse de una forma intelectual seria y capaz de representación del sujeto laborioso, la que ha de encontrarse en casa en la nueva situación posrevo lucionaria, instalada por una libertad que hubiera llegado a sí misma en el médium del Derecho. Los modos románticos de la conciencia ligera y abu rrida sólo poseen el significado de síntomas para Hegel: no han de consti tuir más que un mórbido intermezzo entre dos momentos sólidos; el más an tiguo vendría encarnado por el substancialismo católico, ya superado, y el nuevo ha de pertenecer a la libertad posprotestante dentro del Estado de Derecho. Con todo, la ligereza y el aburrimiento representan un entreacto, al que hay que asignar tanto margen de tiempo como exigen la fermenta ción y la fiebre transitoria para su trabajo provechoso: había que pasar in cluso los excesos terroristas de la Revolución Francesa como estadios nece sarios en el currículum que conduce al Estado de Derecho.
Pero ¿y si lo que está en fermentación no piensa en volver al reposo tras una efervescencia con éxito y, una vez que se ha elevado, quiere afirmarse
540
Bernardino de Sousa Pereira: Primer intento de vuelo del globo de aire caliente de Bartolomeo Laurenzo de Gusmáo ante el rey Juan V, 1709.
como un modo de existencia de propio derecho, más ligero, más libre, más frívolo? ¿Cómo hemos de entender que el capriccio no se contentara ya con ser un género musical o una tonalidad literaria y quisiera conver tirse en un aspecto del modas vivrndi burgués, en un estilo de uso del di nero y de asiento de sentimientos e inclinaciones? ¿Y si los mongolfieros, que subieron al cielo de Francia durante la mode au balón antes de la Re volución. no fueran meros antojos condenados a la caída (una aeromá- quina s< nu jante, la Charliére, cayó a tierra en agosto de 1783 en Gonesse, cerca de París, y fue atacada por campesinos, llenos de pánico, con horcas y guadañas, para acabar siendo «matada» por un soldado por un disparo de fusil)? ¿Si esos aparatos de antojo significaran, más bien, la ambición de los modernos de instalarse en el espacio aéreo? ¿No había ya enviado Vol- taire en 17;VJ al héroe de su novela, Micromegas, sobre rayos de sol por el es pacio, aludiendo con ello a la intención de los ilustrados de tomar pose sión de la vertical? No se trataba más que de un emulador de Francis Bacon, que en 1(>24, en su narración utópica de la isla Xun'a-Atlántida, ha bía profetizado la imitación del vuelo del pájaro mediante máquinas apro piadas"02. También las maquinarias teatrales del Barroco habían descu bierto la dimensión altura, haciendo que flotara en el aire, sobre las cabezas del público, Mercurio con sus alas talares, Fortuna con su esfera. Se trata
541
ra de juegos eclesiásticos o seglares, en sus apoteosis finales imprescindi bles el espacio aéreo se había convertido en un escenario por encima del escenario60*. Las ilusiones ópticas de las pinturas de techo de la misma épo ca invitaban al público a navegaciones en la vertical. Todas estas ocupa ciones del espacio de altura ya no podían anularse. Incluso los bailes del período pre-revolucionario dejaban reconocer que el piso ya no podía re clamar durante más tiempo, sin más, sus antiguos derechos a la atracción de los cuerpos; en lugar de los pasos gravitatorios surgió una cultura de los saltos y movimientos flotantes.
En tomo a 1750 un aforístico podía haber afirmado que la antigravita ción, la elegancia y la máquina constituían las grandes tendencias de la época. Los fenómenos hablaban por sí mismos: ¿no había delirado todo el siglo XVIII, poética y técnicamente, por el «arte-aire-nave», por la navigation aérienne, por máquinas de Dédalo y balones aerostáticos? ¿No había llega do realmente la víspera de la Revolución Francesa el momento en el que los seres humanos se sentían maduros para emancipar la existencia de la triste costumbre de su pesadez y para arrebatar a los dioses su último pri vilegio, el puro capricho? Con la exhibición exitosa de un globo de aire ca liente realizada por los hermanos Mongolfier el 19 de septiembre de 1783 en el patio del castillo de Versalles en presencia de Luis XVI se dio el sig no oficial para el comienzo de la levitación: un acontecimiento rodeado de júbilo, en el que un cordero, un gallo y un pato fueron los primeros ha bitantes animales de la Tierra que gozaron del placer de la subida a una altura de más de 120 metros. (Al cordero se le instaló en los corrales rea les y se le atendió cuidadosamente durante toda su vida, como merecía un testigo del progreso. ) Por esos tiempos la política de la antigravitación había dado el salto epocal y, en forma de republicanismo y navegación aé rea, de estética y terapéutica, de industria y tráfico de gran distancia, esta ba en vías de crear sus propios medios y máquinas. ¿No había declarado
Jacques Alexandre César Charles -el primer ser humano que había subido a una altura de 3. 500 metros a bordo de un balón de oxígeno el día 1 de diciembre de 1783- al día siguiente en el Journal de París: «Jamás algo igua lará al instante de alegría que se apoderó de mi existencia cuando sentí que abandonaba la tierra. »? También la multitud de abajo se extasiaba an te estos actos pioneros y festejaba a los aeróstatas como a los auténticos hé roes del momento; había entendido intuitivamente que ello también era asunto suyo. Parecía que la humanidad, representada por su vanguardia
542
Encuentro de globos en los Alpes.
en las cestas bajo los globos atraídos por el cielo, hubiera encontrado la sa lida de su incapacidad autoculpable de volar. Jean Paul hizo que el aero nauta (iianozzo viviera en la barquilla del globo, y contempló a su héroe, como a un humorista pragmático, pasar las noches, durmiendo, en la al tura. Ya sólo el hecho de que este observador liberado del mundo inferior hubiera le romperse la nuca al caer durante una tormenta delata cómo el poeta, rcirocc-diendo ante el propio co-descubrimiento de la antigravita ción, se refugia en último instante en el cliché icárico; concediendo una última palabra malvada a la gravedad. Todavía cien años después de las primeras ascensiones de los mongolfieros y charlieros, Nietzsche, en la Ga- V(i <mii it. . apostrofará a los amigos librepensadores de la vida experimen tal como nosotros, aeronautas del espíritu». Así pues, quien no quiere hablar del impulso hacia arriba ha de guardar silencio también de la Mo dernidad.
Para apreciar en su justo valor la cólera antirromántica (y anti-antigra- ve) de 1legel hay que reconocer en él una figura precoz del conservadu rismo moderno. Le motiva la acertada percepción de que los llamados ro
543
mánticos, los nuevos ligeros y aburridos, los polivalentes y flotantes, esos empresarios y aeronautas metafóricos en el espacio irónico, ya no están dispuestos a dejar que sus ánimos levitados, que planean por encima de cualquier empresa sin rumbo fijo, se consideren sólo como provisorios pa tológicos que habría que abandonar tan pronto como se haya vuelto a con diciones sólidas: un suceso que fue confirmado, por lo demás, por algunas conversiones espectaculares en los curricula vitae de los «subjetivillos» que
jugaban con todo al principio. Para Hegel, la punta hiriente del ataque romántico está en que con él lo ligero se consolidó por sí mismo. El filó sofo percibe claramente que aquí hay que poner en marcha procesos de revisión de los pesos y medidas de la antigua ponderación seria. Tiene pre sente, asimismo, que en el modo moderno de vivencia el aburrimiento se emancipa como fenómeno con valor propio: el tiempo interior se desyuga de carros destartalados con metas objetivas, de manera que surge una con ciencia suelta impelente, liberada de finalidad, en senddo positivo sin tra bajo, que avanza del capricho a la coyuntura y de vuelta al capricho: se le podría llamar el descubrimiento de las grandes vacaciones a partir del espíritu de los objetivos finales tachados. No resulta sorprendente que un pensador como Hegel, que todo lo que consideraba válido de verdad sólo pudo hacerlo inteligible desde un final explícitamente conseguido con ceptualmente, no reconociera en tales planteamientos otra cosa que des pliegues de un arbitrio veleidoso sobre el mundo objetivado. En las mani festaciones del espíritu levitado, que, por decirlo así, juega divinamente consigo mismo y con el elemento del mundo, sólo ve una «insubstanciali dad» que, como enseña, toma ineludiblemente en sus manos el timón «cuando falta la seriedad, el dolor, la paciencia y trabajo de lo negativo»604. Por muy amplio que sea, por lo demás, el parentesco entre ironía y dialéc tica, Hegel pretende fijar la inquietud activa, que es el sí mismo605, al mo vimiento circular serio y a la producción laboriosa que sabe adonde va. Por eso la libertad tiene que soportar que se la equipare a la comprensión de la necesidad: como si hubiera emergido de la substancia durante un se gundo insolente, para volver a hundirse inmediatamente, como afectada de arrepentimiento y vértigo, en la necesidad, legalidad, autolimitación.
Jamás puede permitirse que la efervescencia de lo vivo se convierta en un ir flotando sin rumbo; jamás el impulso hacia arriba puede seguir su pro pia línea. Inadmisible es para Hegel también el cortocircuito romántico entre la vivencia pura y el sentido de la existencia, tal como Lord Byron lo
544
articuló en una carta del año 1813 a su prometida: «La gran meta de la vi da es la sensación, para experimentar que existimos, aunque sea entre tor mentos». Para el pensador, tales movimientos y conmociones sólo pueden ser los de la mala finitud; cuyo rastro psicológico es el sí mismo enfermo, que huye de su indolencia y falta de mundo refugiándose en jactancias e intensivismos.
De hecho, sin embargo, las disoluciones de la ligereza autoconscien- te sólo fueron posibles en el horizonte de una «sociedad» que, gracias a su acumulación de bienestar, ciencia y técnica, ya estaba a punto de salir del ámbito de la historia como trabajo duro y lucha: un estado que fue anticipado con gran pregnancia y precocidad maníaca en los pupitres del Romanticismo temprano. La doctrina poetológica de Novalis de la potenciación de lo casual sólo pudo ser redactada en un contexto, en el que -a consecuencia de la cesura kantiana y fichteana- ya era posible des pedirse del dictado de la objetividad externa como de un prejuicio derro cado. Tras la caída del Ancien régime ontológico se escuchan nuevos tonos:
Todos los azares de nuestra vida son materiales de los que podemos hacer lo que queramos. Quien tiene mucho espíritu hace mucho de su vida - cualquier co nocimiento, cualquier incidente sería para el que está lleno de espíritu - el primer miembro de una serie infinita - comienzo de una novela infinita.
Humanidad es un papel humorístico**’.
Hay que precaverse de aducir la precocidad de tales bosquejos como reproche en su contra. Tampoco puede confundirse la venganza, una y otra vez desatada, de lo real con una refutación de las tendencias antigra ves, por mucho que los conservadores integren con gusto tal cosa en su vi sión de los hechos: desde siempre han creído en la caída, no en el vuelo. Si Icaro cae al mar, serán ellos los que lo han sabido siempre. El pesimis mo manifiesta su debilidad, su parentesco con el ánimo vengativo, cuando pretende tener razón frente al esclarecimiento. ¿No más permisos de des pegue, pues, para reos de imitación de Icaro? Todavía la conocida vincu lación de Freud entre la erección y la «superación de la fuerza de la gra vedad» deja entrever la creencia de que tras tales insurrecciones la fuerza de atracción de la Tierra tiene la última palabra.
Lo que de hecho se había implantado al máximo nivel con la ironía romántica y su arte de tomarse a la ligera todas las cosas fue el cuestiona-
545
miento del concepto tradicional de realidad junto con su fundación en una ontología superada monovalente; esto no sólo acaba en la crisis de la «teleología occidental»607, sino en la liquidación del concepto de realidad de la gran cultura. Los procedimientos técnicos más visibles para ello son la aeronáutica, que udliza el impulso hacia arriba, y la astronáutica, que abre a los cuerpos terrenos el acceso a la ingravidez. Desde ahora en el aire no hay nada menos que el final de lafuerza de gravedad608. Le llega la hora al pesimismo ontológico, que nunca había podido hablar de otra co sa que del Uno necesario. La nueva era es la de la distensión de la subjeti vidad frente a las venerables definiciones del mundo de la seriedad. Con ella comienza la infiltración de ligereza y ambigüedad en la pesantez monótona de la substancia. La libertad es más que la necesidad compren dida: es la división entre las fuerzas cargantes y descargantes.
En este punto queda claro dónde prenden empíricamente los intereses de una esferología pluralista: lo que le importa es acercarse con nuevos medios de descripción a la reconstrucción de espacios de animación co- subjetivos o surreales. Gracias al concepto de descarga puede emprender se la interpretación climatológica de una realidad polivalente, cuyo punto de mira se dirija a la animación de células mundano-vitales por medio de tendencias antigraves. Bsyo este punto de vista la Modernidad aparece co mo un experimento de levitación expansivo y transcultural: con el acento puesto en la espumización de lo real gracias a la introducción de momen tos de impulso hacia arriba en el complejo de la gravedad. Hay que admi tir ahora que el concepto de civilización tiene como premisa el de anti gravitación; implica la inmunización frente a la gravedad, super-gravedad, que paraliza las iniciativas humanas desde antiguo; protesta contra los montes inamovibles. Siguiendo el impulso a una explicación acorde con el tiempo de las técnicas de inmunidad, hay que hacer explícito ahora, por su parte, el giro hacia el aligeramiento.
Una vez asegurada en esbozo la deducción de las culturas del estrés co lectivo y de su desarrollo legal en el decorum de grupos -nos remitimos una vez más al trabajo de futuro de Bazon Brock y Heiner Mühlmann-, hay que dilucidar también el sentido civilizatorio de los momentos anti-estresantes. El triunfo empírico de las corrientes antigraves puede deducirse de la ob servación de que en todos los ámbitos abarcados por el mecanismo del mer cado y por la revisión inventiva la carencia se ha convertido en un bien es caso. Si fuera de otro modo no podría haber competencia alguna por la
546
administración de los recursos penuria, pulsión, necesidad: ni a nivel ma terial, ni a nivel simbólico. Es sabido que en la esfera de consumo desarro llada son las ofertas las que abundan, mientras que las necesidades suscep tibles de demanda se presentan cada vez más como escaseces609.
Por los efectos antigraves de la superabundancia de medios de civili zación, que, a pesar de todos los contragolpes y aniquilaciones de valores, se acumulan incesantemente desde hace doscientos años, se ha puesto en marcha un proceso de revisión del concepto de realidad que echa aba
jo el asunto de lo sólido, pesado, ineludible. Partiendo de la definición de espuma que dimos al comienzo, hay que describir la totalidad del campo social modernizado como un sistema multicameral, compuesto de células de impulso hacia arriba - vulgo «mundos de\ja vida»-, en las que los sim biontes gozan de efectos antigraves, gracias a los medios de ingravidez ac cesibles a ellos. Los espacios simbióticos están constituidos co-confortable, co-frívola, co-delirante, la mayoría de las veces co-hipócrita y co-histérica- mente también. Por eso no son seguros frente a la infestación mimética y a la irrupción de epidemias paranoides. Si atribuimos a la climatología una importancia existencial tan grande es porque, por motivos filosóficos, hay que preguntar más allá de acondicionamientos técnicos de aire y modifi caciones opcionales de condiciones de respiración físicamente concretas: lo que da que pensar es la atemperación del ser-en-el-mundo en general, el ánimo del ser-ahí entre los polos de agravación y aligeramiento. ¿Espu ma significaría ahora: aire para respirar en un lugar inesperado?
Hay que admitir que el descubridor de los ánimos exploradores del mundo en el contexto filosófico, Martin Heidegger, estableció otros signos completamente diferentes para la valoración de lo ligero y pesado (bajo es te punto de vista, un pariente de Gehlen en el espíritu vanguardista-con servador). Por muy contemporáneas que sean las percepciones de Hei- degger con respecto a los flujos descargantes en la economía doméstica climática de la existencia modernizada, tanto por su hábito como por su pathos se manifestó claramente en contra de las tendencias de levitación y dedujo la dignidad de la existencia -todavía dentro completamente del sentimiento heroico de la vieja Europa- del dejar-se-enrolar en lo duro, pesado, necesario. Como Hércules en la encrucijada, el verdadero filósofo elige la solución incómoda. Aunque, como en Gehlen, este voto tiene una tonalidad voluntarista: otra vez vuelve a anticiparse el capricho a la necesi dad. Lo que le importa esta vez al pensador heroico es superar la conven
547
ción por la espontaneidad. Aunque esto sólo significa que a un descubridor (mejor: a un explicitador) no se le puede obligar a sacar las consecuencias «progresivas» de su descubrimiento.
La opción en favor de la concentración, seriedad y pesantez -sobre un trasfondo de intelecciones agudas y profundas sobre la validez y omnipre- sencia de existenciales como dispersión, ligereza e indecisión- no puede deducirse necesariamente, en modo alguno, de la propia fenomenología de Heidegger de los estados de ánimo. Considerando las cosas con mayor detención, se muestra que las valoraciones ponófilas, amigas del esfuerzo, enemigas del aligeramiento -tanto en Heidegger como en Gehlen, Schmitt y semejantes-, son enteramente de naturaleza decisionista y prejuiciada; en todo caso, pueden anclarse en el decorum del viejo heroísmo europeo. Es tos protagonistas del realismo en el mundo desencantado poseían una conciencia agudizada de que, bajo las condiciones de su propio tiempo, la dispersión es un fenómeno más amplio que la concentración. Por analogía con ello, deberían haber tenido claro que la ligereza es toda una dimensión más rica que la seriedad, la indecisión que la decisión, y, finalmente, por rozar el núcleo caliente de la actualidad: que la falta de compromiso abar ca un campo más complejo de situaciones, tomas de postura y oportuni dades existenciales que el compromiso.
Sólo una opción espontánea puede obligamos a intervenir en un pun to conflictivo de lo real. No obliga la necesidad, somos nosotros quienes elegimos una dificultad. Mussolini lo había comprendido cuando definió el fascismo como horror ante la vida cómoda. En la popularidad ilimitada del deporte, que ya llamó la atención antes de 1914 al diagnosticador de los tiempos, Oswald Spengler, se articula la verdad sobre la época presen te: en él la necesidad imperativa ha sido sustituida por el esfuerzo elegido; a la pasión sigue la afición; el juego ha aventajado al trabajo, y lo que se presenta como trabajo es la superabundancia que ha puesto cara seria; las oficinas de trabajo ya podrían llamarse hace tiempo oficinas de simulación de trabajo. El capricho lleva de la cuerda por doquier a lo necesario. Sólo por mor de la forma ontológica acostumbrada se dejan atar las fuerzas li beradas y se hacen el tonto tanto como la necesidad quiera; simulan, co mo es debido, servir a los fines más sólidos e ineludibles.
La información decisiva sobre la inversión de los signos entre lo ligero y lo pesado procede de los mundos de expresión en los que se reviste la disposición popular neo-atlética al esfuerzo: precisamente porque las for
548
mas de vida civilizadas, descargadas técnicamente, prácticamente nunca exigen ya en serio de los individuos que lleguen a sus límites -de modo que summa summarum están descargados crónicamente de la gran reacción de estrés frente a un riesgo real para el cuerpo y la vida-, muchos de ellos optan por una recarga intencionada, aunque no porque crean en la nece sidad de su apuesta, sino porque, de un modo latente-irónico, reclaman para sí el derecho a esfuerzos y riesgos acrecentados*10; se podría hablar de un apedto endógeno de caso crítico: los programas heroicos, que funcionan en vacío, quieren seguir ocupados con otros contenidos; tampoco ellos, con su liberación, pueden acostumbrarse a la larga a la arbitrariedad. No admiten, sin más, su despedida de la necesidad. Por eso, en el deporte, en el consumo, en el empresariado, y recientemente también en los activismos sociales otra vez, se ha llegado a una conjunción de trabajo yjuego que conduce a otros resultados completamente diferentes de los que consi guieron anticipar Schiller y Marcuse.
Partiendo de un espíritu semejante de autocarga deliberada, los ontó- logos fundamentales han reclamado para sí el derecho a ser utilizados por los asuntos más importantes del ser temporizado. Astutamente hablaba Heidegger de lo «ineludible»: no le parecía demasiado alto el precio de la renuncia a los encantos de la dispersión contemporánea para la alianza con el polo de pesantez. Por el gesto, es comparable a ello el afán cristia no de congoja de Simone Weil que se manifiesta en la doctrina: «Inme diatamente después de la conformidad con la muerte, la conformidad con la ley, que hace imprescindible el trabajo para el mantenimiento de la vi da, es el acto de obediencia más perfecto que ha sido dado cumplir al ser humano»61. Lo que quiere decir: dado que el trabajo corporal es una muerte diaria, tendría que convertirse en el centro espiritual de la vida so cial. No hace falta ser psicoanalista para darse cuenta de cómo en esos ges tos actúan derivaciones del masoquismo primario, que se manifiesta como furor ahorrativo, vuelto hacia dentro, o como afán de sujetarse estricta mente a uno mismo612. Nietzsche: «El ser humano siente auténtica volup tuosidad en dejarse forzar por demandas excesivas»61*. Es difícil negar que los fenómenos aparecen compuestos como en unajerga adleriana, donde no se trata tanto de inferioridades orgánicas, que demandan ser compen sadas por altas prestaciones, sino de estados de ánimo existenciales de in significancia y superfluidad, que por la huida a lo indispensable postulan su contrario.
549
El deporte de altas prestaciones y las elevadas filosofías del siglo XX tie nen en común que sólo se saca sentido a ambos cuando se les entiende como enunciados sobre el stand de la levitación. Tanto el esfuerzo delibe rado por conseguir récords y victorias como la opción arbitraria por com promisos y nuevas cargas testimonian lo mucho que la vida liberada mis ma ha de preocuparse por la inversión de sus excedentes de sentido. Cuando no hay a la vista por ninguna parte una necesidad imperativa, los individuos pueden y tienen que elegirse ellos mismos sus casos críticos en frentes discrecionales. Deporte y compromiso son emanaciones de una ar bitrariedad profunda, en la que el esfuerzo se coloca al servicio de lo su- perfluo. La ligereza coge en hombros a la gravedad. Que altas apuestas se rodeen a menudo de un aura de seriedad sagrada es algo que sólo permi te reconocer el reverso de la elección liberada de realidad. Cuando se es trellan corredores de coches o se caen parapentistas, por regla general se compensa respetuosamente el trágico final y la ligereza. ¿No enterró con sus propias manos el Zaratustra de Nietzsche al saltimbanqui que había he cho del peligro su profesión?
614
Se puede formar indirectamente -en el espejo de la teoría- un con cepto del enorme progreso que representa el acontecimiento de la levita ción si se compara el diagnóstico ocasional de Hegel del aburrimiento y li gereza como síntomas epocales de la Modernidad incipiente con las radicalizaciones que Heidegger, en su fase de culminación entre 1926 y 1930, supo dar a los temas dispersión y aburrimiento. Que con ambos mo tivos rozaba el núcleo del ánimo de la época le resultaba tan cierto a Hei degger como poseído estaba de su vocación de regresar, transformado, del descenso a la falta de seriedad moderna. Como sufridor del vacío será ca paz -tal era su convicción- de mostrar el camino de subida; desde el baño de inmersión de la reflexión sobre la dispersión inevitable ha de seguirse adelante hacia nuevas formas de recogimiento y conmoción por la obra que hay que completar ineludiblemente. La lección del semestre de in vierno 1929-1930 sobre los Conceptosfundamentales de la metafísica es conoci da, sobre todo, por su sensacional fenomenología del aburrimiento, de la que no se exagera considerándola como la teoría del presente más pro funda que fue capaz de producir el siglo XX. Cuyo núcleo ocupa, según Heidegger, una existencia levitada, y su característica más relevante es la imposibilidad de ser aprehendida completamente por algo. El ser huma no se experimenta como una forma hueca y ligera, no adscrita a contenido
550
alguno que la llene; a lo largo y ancho nada a la vista que eleve la existen cia a la dignidad de lo real615. Aquí se expone conceptualmente la inso portable levedad del ser, que en este punto se llama: «necesidad de la fal ta de necesidad». La expresión ofrece el primer diagnóstico filosófico claro de la sociedad de consumo desarrollada. Como sucede tantas veces, el espíritu conservador está en el pulso del tiempo en tanto que se deja es clarecer por aquello que rechaza. (Max Frisch: «No era dolor, necesidad, como había temido antes; era sólo el vacío, y eso era peor, se trataba de una existencia de sacudidores de alfombras»616. )
No hay escape alguno de la desazón del aligeramiento: dado que en la existencia desarmada falta el juicio interno de caso crítico, el sujeto se sien te expuesto a una descarga banal. Su levedad le hace daño de modo curio so; o, mejor, se siente separado inquietantemente de lo que podría hacer le daño. Se resulta indiferente a sí mismo; y ello con razón, porque, tal como vive actualmente, nada de lo que emprende puede tratarse de algo real. La vida poco conmocionada se aburre. Aburrimiento* quiere decir: se experimenta el propio tiempo como una dilatación interior, que se nota so bremanera porque no se llena con acciones significativas. Se vive como du ración torturante antes de la aparición del próximo suceso que deshaga el estancamiento. Paradigmáticamente: una espera de horas al tren en una es tación de provincias. Pero la falta de emoción llega mucho más lejos. El ani mal sin misión camina a tientas en la niebla; muchas cosas son posibles, nin guna convincente. Puesto que nada me impresiona, intento muchas cosas. Me lanzo a la acción, me dedico, artificialmente entusiasmado, a lo inapla zable, que parece decirme: ¡Atiéndeme! Me hago el comprometido, el agente de lo importante, el militante. ¡Si buscáis a un combatiente de pri mera fila, aquí estoy yo! Si observo más detenidamente he de confesar: «[. . . ] eso tampoco han sido más que ornamentos de mi soñolencia»617. In cluso el compromiso se manifiesta como una forma de dispersión. En tan to que distiende el sentido del tiempo en una extensión descolorida, la fal ta de emoción trunca la concentración sobre propósitos esenciales. Resulta imposible concentrarse en una acción. Aunque todavía consiga uno mismo matar el tiempo del aburrimiento superficial, el tiempo del aburrimiento profundo sigue dentro de la existencia. Por ello pierde ésta la característi-
’ iMtigeweile en alemán, repetimos: instante, momento, lapso de tiempo, largo, o que se hace largo. (N. del T. )
551
ca de su existencialidad: la capacidad de desplegarse en una obra plausible. Crece la desazón, hasta que el sí mismo pierde todo perfil; pero Heidegger no piensa quedarse a medio camino. Lo que era existencia activa ha de con vertirse en profundo aburrimiento ahora. Aburrimiento, que es la imposi bilidad, incrustada en medio de la vida, de tener un proyecto.
Si uno se entiende plenamente como hijo del tiempo disperso y alige rado, y se siente, además, íntimamente como un perdedor al que no le queda nada: entonces uno está tan aburrido que ya no se puede decir si quiera quién es aquel al que le ocurre esa privación. Así como la gran an gustia produce la privación de mundo -y, por contraste, refuerza la refe rencia al milagro de que algo sea-, el aburrimiento profundo produce la privación de sí mismo. Puede hacer a contrario que destelle lo sustraído: la concentración del tiempo en la acción con sentido.
Con este descenso al último desposeimiento Heidegger roza un valor límite patológico de la descarga, en el que el descargado pierde el senti miento de la propia existencia, de modo que se experimenta a sí mismo como un hecho íntimo-indiferente. Mi característica propia puedo descri birla ahora como total ausencia de ser. En el aburrimiento más profundo sólo hay ya circunstancias en las que no habita sí-mismo alguno; el aburri do profundo es la inexistencia realmente existente. El dolor de la falta de dolor trona en ella. Como un Atlas negativo, la existencia inexistente tie ne que soportar la falta total de peso del universo. Es insoportablemente ligero un mundo del que se ha amputado mi corazón del tiempo, mi vital tener-algo-que-hacer-ahora.
Ciertamente, el filósofo no hubiera impuesto ese descensus ad inferos a sus oyentes si no hubiera creído que podía encender en ellos la chispa de la re-ascensión. El sentido de la meditación era claramente dialéctico, te nía que liberar la «fuerza positiva de lo negativo» con el fin de regresar de la lasitud a una conmoción efectiva por lo ahora así llamado ineludible. De modo que también en Heidegger, como después en Sartre, al compromi so precede una falta radical de compromiso; con la diferencia de que el maestro alemán construye la existencia capaz de compromiso y de acción dando un rodeo por el resurgimiento a partir del aburrimiento más pro fundo. Puede añadirse: en la forma alemana del aburrimiento de 1929 se esconde la forma alemana de la derrota de 1918. Naturalmente, el más ín timo estar abandonado en el vacío por la industriosidad de la vida, descri to por Heidegger, es un síntoma de perdedor, tal como se presenta en una
552
población en la que ha desaparecido la orientación a las gratificaciones por el éxito y la victoria. Por ello, en esas teorías resuena también un ele mento de trágico asesoramiento y cuidado de la tropa; junto con un háli to de revancha al mayor nivel. Muchos son los vencidos, pocos los elegidos para hacer de la derrota una victoria de tipo especial.
El giro ha de conducir del permanecer vacío en la descarga a una nue va carga por algo epocalmente importante, necesario; apuesta por el valor terapéutico del darse importancia. De la revelación de la nada fútil en el tiempo vacío, el ser-ahí asciende a una exacerbación aguda de la existen cia en el tiempo de la acción. Lástima que Heidegger ilustrara sus medita ciones poco tiempo después con un falso ejemplo. Podría haber puesto uno correcto si hubiera seguido la «llamada» a la levitación y se hubiera comprometido con la democracia y la ingravidez618. Esto no entraba en sus determinaciones y proyectos. Hubiera presupuesto el cambio del carácter de su profesión y exigido el reciclaje del profeta en intelectual; hubiera re querido admitir que los modernos han de renunciar al fingido mandato de la necesidad.
4 Your Prívate Sky - Pensar el aligeramiento
Mientras que los proyectos de Gehlen y Heidegger se caracterizan por el esfuerzo de negarse a la antigravitación y decontracción de las condi ciones modernas de vida en la «sociedad» de consumo, con el desarrollo del constructivismo y funcionalismo, después de 1945, ha aparecido un nuevo paradigma de pensamiento, del que puede percibirse desde el co mienzo su pertenencia a la era de la levitación, tanto cronológica como es tilísticamente. Quien quiera puede reconocer en el giro constructivista la contribución de California a la historia más reciente del espíritu; enten diendo bajo California, como en otro tiempo bajo Schwabing, menos un territorio que una disposición mental, que puede encontrarse tanto en la costa americana del Pacífico como en Illinois o en Bielefeld. Es sobre to do por las manifestaciones del mentor filosófico de la corriente construc tivista, Heinz von Foersters, 1911-2002, a quien no sin razón se ha llamado el Sócrates de la cibernética, por las que resulta palpable la afinidad del nuevo planteamiento con la levitación en desarrollo. Sus procedimientos argumentativos y dialógicos acaban directamente en una crítica de la ra-
553
Joseph Beuys, Levitazione in Italia, 1973.
6
Charlotte Buff, Trans-formaciones XXV, revistas, redes, 1992.
zón grave o pesada. La intervención decisiva de Von Foersters consistió en un esclarecimiento del proceso del que surge la ilusión «ontológica» de la pesantez. Dio la prueba -prefigurada en la filosofía de Fichte- de que el peso de lo objetivo es el resultado de una externalización recóndita, no comprendida. Los objetos se hacen sobrepesados cuando se colocan en el plato de la balanza de la prueba de realidad sin el contrapeso de lo subje tivo. Si se contrapesa un objeto pesado con un sujeto sin peso, el plato de la balanza se inclina inevitablemente del lado del objeto. Este procedi miento de peso constituye la operación fundamental de las doctrinas clá sicas de la substancia y de las ontologías monovalentes. En ellas, el sujeto está inerme frente al bloque de lo objetivo y supuestamente sólo posee la opción de someterse a lo dado: un gesto que se presupone en las teorías clásicas del conocimiento, cuando reducen el saber a un reflejo de lo exis tente en un medio subjetivo. Con este arreglo los seres humanos pueden encubrir el hecho de que fueron ellos mismos quienes se adjudicaron la falta de peso y a los objetos el peso pesado: el peso es el señor, y quien co mo ser humano quiere participar en el señorío tiene que presentarse co mo representante de la fuerza de la gravedad. A no ser que se encuentre un camino para repartir de otro modo los pesos.
555
Jeffrey Shaw, Waterwalk, 1969.
Si se vuelve a introducir explícitamente al observador, junto con su ac tividad diferenciadora y su responsabilidad frente a las diferencias elegidas por él, en el acontecimiento, deja de ser una quantité négfigeable, retoma al escenario como magnitud activa de propio derecho entre otras magnitu des (sobre todo cuando dispone de máquinas con cuya ayuda pueden mo verse incluso los objetos físicamente más pesados). El peso de las cosas es un constructo que se forma en el trato con ellas; como tal, es tácticamen te modifícable. Hay que reconocer, pues, que el ser humano topa con sus pre-decisiones en todo lo que hace. Tras el giro constructivista ha de saber que lo que se llama gravedad y ligereza no puede ser otra cosa que un efec to de equilibramiento o no-equilibramiento de pesos y contrapesos.
De aquí se sigue la máxima moral del constructivismo: demandar en to do la visibilidad de la libertad y la explicitud de las decisiones electivas.
556
Quien se incorpora a este camino no tiene por qué soportar ninguna exter- nalización; ya no concederá autoridad alguna a afirmaciones que remitan a un exterior objetivo. Proposiciones que contengan el elemento «hay. . . » se traducirán en enunciados que comiencen con «supongo que. . . ». El impera tivo no demasiado categórico de Von Foersters reza: «Obra siempre de tal modo que crezca el número de las posibilidades»*19. Al Cibersócrates no se le ocurre considerar como carga la riqueza de alternativas. Cuando hay a la vista una mayoría de opciones, incluso las situaciones más penosas aparecen como terapéuticamente corregibles, al menos en el sentido de que se pue de sustituir un constructo invivible de realidad por uno menos insoporta ble620. Cuando se afirma una realidad externa, las buenas costumbres inte lectuales exigen después que se añada el nombre del autor y el año de aparición, junto con una mención de qué número de edición se trata. El trueque de confort por necesidad se acepta abiertamente como base de ne gocio del experimento moderno.
El pensamiento constructivista quiere protegerse frente al destino de las doctrinas de emancipación conocidas hasta ahora (frente a la dogma- tización de las propias ambiciones y, con ello, frente a la aproximación de la crítica de buena fe al polo jacobino) manteniendo una reserva frente a sí mismo. Esto sólo puede conseguirse mediante un constante entrena miento en autodistancia o autoaligeramiento. El humor dialógico de Von Foersters tiene relación con el concepto de Luhmann de razón irónica, que por motivos metódicos y morales se prohíbe a sí misma ponerse seria en asuntos propios. «Razón autocrítica», dice Luhmann en un momento destacado, «es razón irónica»621. La dimensión antigrave de ironía será en carnada suficientemente por una cultura de la teoría tan pronto como «pueda cambiar su propia creencia en la realidad, es decir comience a no creer en sí misma»62. Al advertir frente al momento autosugestivo, que re sulta inherente a toda forma de creencia en la realidad, Luhmann -como un romántico temprano que hubiera madurado después de las lecciones del siglo XX- alcanza una posición que puede entenderse como antítesis a la inmersión voluntaria de Heidegger en el fatum grave (naturalmente también como protesta frente al rigorismo moral, que rebosa de buena fe en sí mismo, y contra los fascismos de izquierdas, en los que se repara de masiado poco, que aparecen en vestimenta universalista y saben siempre hasta en el más mínimo detalle qué quieren, qué son y qué necesitan los seres humanos).
557
El descubrimiento de la levedad, que se materializó en el siglo XXen los sistemas de previsión de la existencia, es doblemente significativo para la teoría de las relaciones esféricas: por una parte, como objeto de análisis, por otra, como presupuesto de su propia aparición. Sólo cuando la leve dad se ha hecho temática pueden describirse los espacios de coexistencia animados bajo el aspecto de la gravitación. Después del establecimiento de lo atmosférico como categoría -como dimensión ontológica-pública- to dos los hechos humanos se presentan subspeciede la descarga. La antigra vitación puede entenderse ahora como vector «más fundamental», mejor que la tendencia que se dirige contra la dimensión fundamento. Con ello queda claro: sin los viajes al cielo del sentido no-pesado la cultura sería im posible. Mientras que la seriedad realista pretextó siempre ser y saber lo que es el caso, el pensamiento realista del futuro tiene que partir de la idea de que la antigravitación es más seria que todo lo que el consenso formuló nunca sobre lo llamado fundamentante.
Con ello se transforma la representación de la historia humana tanto con respecto al estilo como al objeto mismo: mientras «historias universa les» convencionales se contentan con acompañar la andadura de las «cul turas» y etnias por los territorios de sus necesidades internas y estresores externos, a una historiografía esferológicamente informada lo que le im porta es rememorar los momentos de impulso hacia arriba, de exceso y li bre deriva en el interior de las islas antropógenas; y, en verdad, porque ahora se sabe que, en general, nunca hay que habérselas con seres de ca rencias en medio de sus apuros, sino con seres de riqueza, diseñados para el mimo, el lujo de intimidad, los privilegios infantiles, las fases de vigilia descargadas y el acopio de estímulos. La ominosa expresión conditiohuma narefleja el hecho de que estas criaturas de la riqueza hubieron de en frentarse durante los trayectos más amplios de su existencia histórica al problema de una forzada minusvaloración de sí mismos. ¡Cuánto tuvieron que unilateralizarse para asegurar su supervivencia; a cuántos de sus po tenciales hubieron de renunciar para soportarse en su vida diaria; cuántas falsas descripciones de su naturaleza -desde el pecado original hasta la co dicia sin fin- soportar para cumplir la tarea de la acomodación a las cir cunstancias más diferentes de mundo! Una expresión clave para ello es «hacerse adulto», otra «interiorización del sacrificio», hipertrofia del sen tido de realidad a costa del sentido de posibilidad una tercera. Una histo ria universal del sentido ligero ofrecería la prueba de cómo bajo las con-
558
diciones de presión del realismo de pobreza se forman por doquier innu merables células descargadas e islas climáticas, cada una de las cuales con un secreto propio de desencapotamiento. Sin duda, la capacidad de su pervivencia de las culturas se basa no sólo en los aportes de estabilidad (acentuados unilateralmente por Gehlen) de sus organizaciones simbóli cas o instituciones, sino, tanto como en ellos, en el trabajo de levitación subterráneo, apenas percibido por las teorías de la cultura al uso, gracias al cual los habitantes de la isla antropógena crean sus espacios de respira ción. Estos procesos parecen como ocultos bajo un título surreal: la in vención del aire por la respiración.
Con ayuda de la categoría de descarga y de la empina explorada por ella se puede mostrar que el principio de realidad, llamado así desde Freud, no sólo es conformado por las experiencias que consiguen adolescentes en el trato con la dureza, resistencia e indisponibilidad de los objetos. De la entrada de lo real en la vida de la inteligencia son responsables, asimis mo, los aligeramientos que se descubren en el manejo de las cosas: las po sibilidades de vencer resistencias, de sortear obstáculos, de demorar difi cultades, de dar otro sentido a las carencias, de rechazar imputaciones de culpa, de reformular reproches, de manipular normas y patrones, de infil trar tareas, de sustituir pérdidas, de amortiguar el dolor y de evitar en cuentros frontales con aquello frente a lo cual sólo puede perderse. Hay que añadir la conciencia de la ductilidad de los conceptos y de la necesi dad de interpretación de normas; completada con la comprensión de la preeminencia tendencial de la astucia frente al trabajo pesado y del ardid frente al método. Al nivel de la reflexión se añade el reconocimiento del carácter mudable de todas las relaciones.
Con todo esto se reúne, por lugares y tiempos, un arsenal diferenciado de artes de antigravitación, que podría llamarse Escapología aludiendo al álbum de una estrella del pop623. Provistos de su set local de técnicas de ali geramiento, los seres humanos de las más diversas culturas se enfrentan a la tarea de sustraerse del peso del mundo lo más ampliamente posible; y soportar lo que ha quedado. Se trata de descubrir como ontólogo al bravo soldado Schwejk. El resto de ser pesado, del que no es posible desembara zarse, aparece como estribaciones de lo real en las burbujas de descarga, las culturas, los espacios climatizados de ilusión, los termotopos y campos de cordialidad. Por regla general se aprehende por medio de interpreta ciones religiosas: venerando la carga o identificándose con lo sobrepode-
559
Walter Bird, Modelo de espuma. Surgimiento
de poliedros en el interior de un paquete de burbujas.
roso. Donde es posible identificar malhechores se recurre a rituales de venganza, más tarde al Derecho Penal; donde lo real aparece como ene migo, uno se acomoda a ello mediante duro ejercicio interior y exterior. Con todo, hay que tener en cuenta el hecho de que lo real en situaciones triviales sólo puede experimentarse como un resto, mientras que la otra parte, más considerable, sólo penetra en la representación mental imagi nariamente, por ejemplo a través de escenarios de amenaza. Algunas civi lizaciones han creado el papel del abogado oficial de lo real, dotado con la atribución de alegar contra los efectos de la descarga llevada demasiado lejos, en cuanto le parezca que el colectivo está en peligro, debido a su ad ministración exaltada de la ilusión. Desde el siglo XIX Europa conoce,jun to al tribuno de la plebe neo-romano, al intelectual, que toma la palabra en nombre del proletariado, todavía mudo; también al tribuno de la ca tástrofe, que advierte a sus conciudadanos de los potenciales de desgracia de su propio comportamiento. Determina la señal característica del siglo X X el hecho de que sus intelectuales se hayan dedicado inflacionariamen te a intervenir en nombre de lo real. El extremismo, inseparable del estilo de la Modernidad, fue, se entiende demasiado tarde, una forma suntuosa del realismo. El realismo es la forma corriente de la creencia que la catás trofe siempre tiene razón.
560
El desarrollo espontáneo de construcciones, relativamente estables, en espumas semisecas.
Retengamos: sin los gases motores de la ligereza no puede formarse ni manieiterse en forma una burbuja de (sur)realidad habitable. Under Your Prívate SAy sería la respuesta esferológica a la pregunta: dónde te quedas realna m< . La palabra «privado» no significa aquí el encierro del indivi duo en una ilusión concebida para él; muestra que el habitar real tiene lu gar bao baldaquinos, que, naturalmente, sólo cubren un pequeño seg mento del todo. El formato es el mensaje, el trozo de lo real es lo real.
Este establecer-se bajo un cielo propio-común -tanto formal como ma- terialmente representable por el principio paraguas625- conduce a éxitos mientras los sistemas de inmunidad imaginarios mantengan una mínima ilusión o una afirmación del propio campo de animación. Innecesario mostrar cómo desde este punto de vista la religión roza con la poesía. (In necesario también explicar una vez más por qué el marxismo, con sujac tancia de una comprensión superior de la base y de la prosa, supuso un ataque destructivo directo a los recursos humanos. ) Lo que Jacob el Men-
561
Ars Electrónica 1982, Sky Event.
tiroso consiguió en el gueto de Varsovia -abastecer al entorno de noticias que eran mejores que la situación real- lo lograron desde siempre narra dores de historias y conservadores de rituales regenerativos626. Quizá toda vida lograda (lograda significa siempre: a pesar de las circunstancias) es un oscilar entre exo-realismo y endo-realismo. Así como la depresión corres ponde a la prosa, la hipomanía corresponde a la poesía627.
La fantasía está defado desde siempre en el poder. El hecho de que en 1968 se la pudiera reclamar explícitamente demuestra que el asunto de
562
Dorothee Golz, Mundo hueco, 1966, documenta x 1997.
la levitación consiguió durante un instante feliz la comprensión general. (Al genio de Walt Disney, por el contrario, se debe el trazado del puente entre hipomanía e infantilismo: en su universo-cómic consiguió hacer explícito el principio de realidad colindante y convertir la inmersión en el kitsch i n un proceso seguro de evasión. El impulso a la introducción de re- ality-on-demand no es, de todos modos, un privilegio de la fabricación de sueños americana, sino un dominio en el que la vieja Europa ha logrado desde siempre cosas extraordinarias. ) Cuando las partículas de impulso hacia arriba se rarifican más allá de un cierto punto se llega a depresiones manifiestas. Que muestran que se ha roto la resistencia frente a la presión de lo real. Que los seres humanos permanezcan en condiciones de activar su potencial de configuración de espacio presupone el equilibrio de fuer zas entre gravitación y antigravitación. Desde el punto de vista teórico, de aquí se sigue que sin un concepto explícito de impulso hacia arriba no se
puede articular la actividad aphrógena originaria del ser humano.
563
A la vista del imperativo esférico explicitado, las «arquitecturas neumá ticas» tempranas (por ejemplo, el prototipo-Radome de Walter W. Bird en el terreno del Cornell Aeronautical Laboratory, 1948, el Rubber Village Fi- berthin Airhouseáe Frank Lloyd Wright, 1956, o el Aujblasbarer Pavillon [Pa bellón hinchable] de Frei Otto de la exposición de Rotterdam, 1958, así co mo los numerosos proyectos análogos de Victor Lundy, Buckminster Fuller, Archigram y otros) que desde los años cincuenta pertenecen a las innovaciones más inteligentes y elegantes del moderno arte de configura ción de espacio poseen, mucho más allá de su función práctica, un valor simbólico teórico-cultural (o quizá habría que decir mejor: un valor simbó lico universal de técnica de nicho y técnica de cápsula)628. El aire que se respira en la cúpula neumática es parte, a la vez, del medio tectónico que proporciona al constructo tanto tensión y amplitud como habitabilidad. La presión del impulso de subida se utiliza como agens de la estabilidad del espacio; el milieu de respiración condensado actúa directamente como con formador de bóveda. Si se transfiere el modelo arquitectónico a la psico- semántica del espacio humano se consigue la ilustración más sugestiva de la dinámica de impulso hacia arriba de células y grupos de células antro- posféricos.
Más arriba, en los pasajes sobre el uterotopo y el termotopo629hemos formulado la tesis de que toda historia es la historia de las luchas entre co munidades de bienestar; con la concesión de que para la expresión bie nestar, que se refiere más bien al confort material y emocional, puede uti lizarse alternativamente el concepto elección, en el que el acento recae en preferencias timóticas, vulgo narcisistas, del propio ser-así. Bienestar y elec ción tienen en común que sus sujetos se sienten como destinatarios de pri vilegios, que se les han prometido tanto material como espiritualmente; sea por un mecenazgo discreto, sea por la de algún modo supuesta con tribución obligatoria del entorno, sea por una alianza metafísica, gracias a la cual se alian con el colectivo un protector celestial o un principio tras cendente de inmunidad.
En lo que sigue mostraremos que el principio del mecenazgo, como agente de una predestinación positiva, es una premisa sin la que no podría hacerse plausible la existencia de seres de la especie homo sapiens, sensible psico-inmunológicamente. Por otra parte, esa premisa no representa un universal, dado que hay innumerables excepciones a la regla de la especial demanda de mecenazgo de la vida individual; quizá, incluso, más excep-
564
dones que casos regulares, excepciones que se especifican en las crónicas tanto escritas como no escritas de la pobreza. Llenan los libros negros so bre la vida de los seres humanos infames, desfavorecidos, superfluos. En tanto mostramos cómo el principio del mimo actúa por el mecenazgo de las madres de los seres humanos en la mayoría de las vidas llevadas con éxi to, surgen contornos vagos de una historia universal de la ligereza, de la que hemos afirmado que incluye, a la vez, la historia climática de la an- troposfera con todas sus innumerables eflorescencias locales en series in dividuadas.
5 Primera levitación - Para la naturaleza del impulso hacia arriba
Pienso que están hechas de agua; no tienen expresión alguna. Sus rostros duermen como luz sobre agua tranquila. [ . . . ]
Las plantas de sus pies están intactas. Son peatones del aire.
Sylvia Plath, Tres mujeres
Para poner en marcha una antropología no-pauperista es recomenda ble examinar con mayor precisión el centro de calor de la evolución, las configuraciones especiales del espacio-madre-hijo en los homínidos y pri meros seres humanos. Cuya mayor característica es la tendencia, comen tada a menudo, a la prolongación de la fase infantil yjuvenil en unidad procesual con una precocidad radical del momento del nacimiento. Para la interpretación de este fenómeno hay paleontólogos que han aducido el argumento de que los hijos de los humanos, si vinieran al mundo con un grado de madurez análogo al de los primates, necesitarían 21 meses de ges tación; cosa que (junto a otras contradicciones biológicas, sobre todo de naturaleza neurológica y endocrinológica) queda excluida, porque la for ma y anchura de la abertura de la pelvis en las mujeres-sapiens hace nece sario el nacimiento a más tardar tras 270 o 280 días. Esto conlleva el riesgo generalizado de una expulsión del feto muy prematura a medios externos ofensivos.
Para expresar las implicaciones de este hecho tan dramáticamente co mo han de ser presentadas de acuerdo con su contenido monstruoso ha
565
bría que decir, sin ambages, que en los seres humanos el nacimiento nor mal posee la cualidad de una interrupción del embarazo dictada por la na turaleza. En el guión de la existencia humana está señalado que pasemos tres séptimos de la fase de gestación bio-psicológicamente imprescindible en el medio del organismo materno, los otros cuatro séptimos en una si tuación de nicho estable, para la que lo mejor es utilizar la expresión «es tancia en el exo-útero»: un giro que tendría que sustituir a la expresión, verdadera a medias, de época de lactancia. El diferencial entre ambos es tados crea una dinámica de transferencia que nunca puede llevarse hasta el final. Siempre jugamos un juego: 9 frente a 12; o endo-gestación más exo-gestación, que juntas producen las condiciones de entrada en el mun do. Nadie se recuerda, todos están marcados por ello. No puede hacerse un concepto de la enormidad del «puesto en el mundo» del ser humano mientras no se consiga una intelección explícita del movimiento en dos tiempos del parto, más aún, de su virtual pluritemporalidad, que factica- mente significa su inconclusibilidad. De ello, y de sus enormes implicacio nes neurológicas y simbólico-dinámicas, depende la excentricidad, abierta a la morbidez y que reclama expresión, de la constitución de la existencia humana hasta en sus últimas ramificaciones.
El ser-en-el-mundo comienza en el homosapienscon el hecho de que los recién nacidos llegan con una demanda intransferible de repetición de la posición uterina en el exterior; el absolutismo de la exigencia o necesidad infantil tiene aquí forma de una orden dictada por el desvalimiento. En lo tocante a esto, ser capaz de obedecer es el concepto concreto de adultez. El mundo del entorno, por regla general la madre biológica apoyada por madres sustitutivas y «asistentes del nido», ha de estar preparado, además, complementariamente, para la tarea de adoptar el papel de una incuba dora viviente y colocar al recién llegado en un espacio de protección bien temperado, en principio fundamentalmente bipolar, cuya peculiaridad consiste en que garantiza una continuación del embarazo en medios acla rados del m undo exterior e interactivos.
Con ello podemos contemplar la protoescena de la medialidad huma na. Uno es aquí el médiumnecesario para la inmadurez del otro. Durante un lapso de tiempo el mundo despierto ha de comportarse como si fuera el cómplice de un sueño fetal. El nacido-hasta-el-final ha de interactuar con el nacido-no-hasta-el-final de modo que de la envoltura y complacen cia del compañero frágil suija su animación: una invitación al aire libre,
566
un estímulo al descubrimiento del mundo, una camaradería de camino en los primeros capítulos de la experiencia. La disposición de las madres del ser humano a hacerse cargo de esa tarea normal-surreal encuentra un apo yo en el patrón de conducta innato y adquirido de los mamíferos: según una bella metáfora de la sociobióloga Sarah Blaffer Hrdy, la evolución de la crianza de los seres vivos superiores sigue el derrotero de la «vía láctea»630.
Todo habla en favor de caracterizar las dedicaciones específicas de las primeras madres humanas a su descendencia como una forma de mece nazgo biológico: por una parte, porque la cualidad materno-humana de transmisión de vida y oportunidades de vida sucede, de hecho, la mayoría de las veces, mediante inversiones plenamente individualizadas en des cendientes destacados y preferidos para sí en cada caso; por otra, porque esta dedicación especial mecenática no obedece en modo alguno a un automatismo biológico, sino que sólo puede actuar cuando la madre ha aceptado y dado el sí a su hijo, como tal, en un acto psicosomático de adopción. Sólo cuando ha realizado esto será capaz de movilizar toda su energía existencial al completo en favor de su vástago. Las madres huma nas sólo pueden desempeñar su misión, a menudo positivamente seguida, de mecenazgo total en favor de sus hijos porque su dedicación es más que un programa biológico: representa, más bien, un compromiso -quizá la forma originaria de cualquier intervención comprometida-, y sólo puede ser calibrada en sujusto precio, consiguientemente, sobre el trasfondo del rechazo del compromiso, igualmente posible. Para entender esto hay que acostumbrarse a la irritante verdad de que en la antroposfera, incluso en el caso de la paternidad natural, la adopción tiene primacía sobre el pa rentesco biológico. Incluso los padres naturales tienen que aceptar a su propio hijo como hijo para que en el ámbito psicosocial llegue a ser aque llo que ya parece ser biológicamente. Sólo la aceptación del hijo como suerte propia y tarea potencialmente infinita convierte a la madre biológi ca del hijo humano en madre antropógena y eo ipso -en nuestra termino logía (tomada de Dieter Claessens)- en mecenas de su hijo631.
A consecuencia de la superposición de la relación biológica de la ges tación con una promesa psicógena de tutela, la madre animal se transfor ma en madre humana; y esa mutación no sería la empresa de riesgo que es si no hubiera que amortiguar y sortear toda una plétora de improbabi lidades y argumentos en contra, antes de que de la posibilidad natural de maternidad humana cristalice en un caso de co-animación y matemiza-
567
ción exitosa. La rebelión del feminismo contra el cliché milenario de las exigencias excesivas de la maternidad y el esclarecimiento científico de la participación femenina en la evolución -remitimos una vez más a la obra, que ha creado época, de Sarah Blaífer Hrdy- convergen al menos en un punto: que ambos partidos han puesto de relieve, con tanta fuerza como era necesario, la improbabilidad, la casualidad y la variabilidad histórica del fenómeno «buena madre». Según los estudios matizados de Hrdy, la inversión de las madres en sus hijos se produce la mayoría de las veces cuando un cálculo global de aceptación ha llevado en ellas a un resultado positivo. Dado que éste, fácticamente, resulta bastante a menudo negativo, la opción del abandono del hijo, incluso de la matanza del hijo, por muy chocante que esto pueda sonar para oídos modernos, pertenece al ámbito más antiguo de atribuciones maternales. Al absolutismo de la necesidad y exigencia infantil corresponde por parte materna el absolutismo de la po sibilidad de aceptación o rechazo: un hecho del que las culturas más anti guas, en sus mitos de la madre oscura y devoradora, así como en las innu merables historias de la noverca (madrastra), supieron hacerse una imagen más realista que la Edad Moderna cristiano-burguesa, en la que se repre senta al Dios como unidimensionalmente misericordioso y, a las madres, desinteresadas por naturaleza. Junto al rechazo a la inversión, que bien puede interpretarse como una forma de aborto posterior, en la serie evo lutiva prehumana aparecen también muestras claras de oportunismo genético: por ejemplo cuando una madre primate cuyo hijo ha sido mata do por un nuevo jefe de manada pone todo su empeño en engendrar lo más pronto posible otro retoño con el asesino.
Lo que en los decenios pasados fue descrito, y ocasionalmente también denunciado, por la crítica feminista y la investigación biológica como una ideología de matemalismo solícito, históricamente condicionada, «pa triarcalmente» codeterminada, según su contenido civilizatorio ha sido un intento de las culturas de romper ese absolutismo del afecto-madre -en otro lugar lo hemos llamado el Juicio Final del comienzo632- por medio de una especie de separación de poderes entre madre y cultura en favor de la prole.
vo, efectos de los que no puede hablarse en absoluto precisamente en el homo sapiens, que, como Gehlen no se cansa de recalcar, está des-especiali- zado yjuvenilizado del modo más llamativo. Así pues, si el desarrollo bioló gica y culturalmente motivado condujo después a resultados tales como los que se produjeron en el ser humano primitivo, sus propiedades evolutiva mente favorecidas no pueden interpretarse como expolios; al contrario, tendrían que poseer virtudes preponderantemente cualificadoras o, por hablar con Darwin,y¡! /nm-acrecentadoras.
Es absurdo describir la escena primordial de la formación del hombre como aparición de una criatura incapaz para la vida, que -apenas asenta da en el mundo entorno- hubiera de retirarse inmediatamente a la en
533
voltura protectora de una coraza cultural protésica para compensar su im posibilidad biológica. El refinamiento de la imagen somática que ofrece el homo sapiens hay que pensarlo, en realidad, como dependiente de una ten dencia estable a largo plazo, que sólo pudo tener éxito sobre la base de un ensamblaje de factores biológicos y culturales. Este tirón de desarrollo só lo puede entenderse como un efecto de incubadora autofortalecedor, que convierte tanto a losjóvenes como a los individuos adultos de la especie en beneficiarios de una tendencia confortante, cerebralizante e infantilizado- ra. Esta se impone sin que por ello fueran menoscabadas a largo plazo y específicamente las oportunidades evolutivas de este ser vivo tan incubado, arriesgado neoténicamente. La historia de éxitos de la symbolic species no podría haber resultado tal como se presenta desde la retrospectiva hoy po sible, si, de acuerdo con su rasgo fundamental, no hubiera conducido a un ensamblsye productivo de refinamientos somáticos y fortalecimientos psi- coneuro-inmunológicos y técnicos596.
Si se invierte en este punto la serie de condiciones del ser-y-devenir-así del ser humano, reconociendo el acierto evolutivo de las morfologías hu manas, los indicios para la evaluación antropológica muestran eo ipso una tendencia opuesta. El ser humano no acude a la cultura y a sus institucio nes para transformarse de un ser biológicamente imposible en una criatu ra de algún modo apta aún para la vida; más bien procede de las circuns tancias de su generación y educación de tal modo que se aprovecha de su privilegio singular de incubadora hasta en sus más íntimas dotes somáticas, en su capacidad cerebral, su sexualidad, sus estructuras inmunes, su des nudez. Su fortaleza se expresa en el privilegio de su elevada fragilidad. En otras palabras, el homo sapiens no es un ser de carencias que compensa su pobreza con cultura, sino un ser de lujo, que por sus competencias proto- culturales estaba suficientemente asegurado para sobrevivir frente a todos los peligros y a prosperar ocasionalmente. En ello hay que admitir que los sapientes tuvieron que limitarse la mayoría de las veces, por motivos com prensibles, a la realización de una pequeña parte, más bien robusta, de su potencial cultural, para, llegada la ocasión, aventurarse en desarrollos de lujo típicamente específicos.
El homo sapiens es un ser intermedio basalmente mimado, polimórfica- mente suntuoso, capaz de superaciones múltiples, en cuya formación han colaborado fuerzas conformadoras genéticas y técnico-simbólicas. Su diag nóstico biomorfológico remite a una larga historia de refinamiento auto-
534
plástico. Sus oportunidades de ser mimado vienen, por herencia, de lejos. A la vez, sigue pertrechado de una tenacidad completamente animal, más aún, dotado de una capacidad de perseverar hasta el final bajo las cir cunstancias más miserables. Describir las características provenientes de todo ello como «dotación con carencias» es una idea que sólo se le ocurre a un intérprete cuando se propone suministrar informes del homo pauper mismo -dogmáticamente presupuesto- en las condiciones más tempranas, a pesar de que desde las categorías del propio aparato teórico se insinua ran ya valoraciones contrarias. Por ello, la entente cordiale de Gehlen con el pastor de Weimar, Herder, es más que un azar de la historia de las ideas. Su idea común del ser humano como ser de carencias satisface la nueva necesidad del pesimismo burgués de reemplazar el dogma -devenido in vendible entre los cultos- del pecado original por la tesis, mucho más atractiva, de la carencia original.
Como más plausiblemente puede fundamentarse la inversión de los in dicios establecidos por Gehlen es con sus propios medios conceptuales. Que el homo sapiens no puede ser un ser de carencias, sino que desde el prin cipio encama una formación de lujo, es comprensible en toda forma en cuanto se someten a un análisis más cercano los dos conceptos más impor tantes del sistema de Gehlen: por una parte, la idea de patencia del mun do*, con la que el autor se introdujo en el horizonte de la filosofía de su tiempo; por otra, la categoría de descarga**, que representa, sin duda, la con tribución más fructífera de Gehlen a la antropología tanto filosófica como empírica: en ella se reconoce una de las pocas configuraciones conceptua les realmente originales de las ciencias de la cultura del siglo XX. Dado que ambos conceptos fueron puestos en la conexión más estrecha por el propio Gehlen, pueden discutirse aquí legítimamente en un derrotero común.
Desde su patencia de mundo se desarrolla en el ser humano -siguien do el supuesto fundamental de Gehlen- una complicación existencial, pa-
‘ Weltoffenheit patencia de mundo o del mundo, es decir, apertura del mundo al hombre y del hombre al mundo, el mundo se manifiesta al ser humano, el mundo es algo manifiesto para el ser humano, que percibe su apertura o patencia. (N. del T. )
* Entlastung. descarga de peso, de la sobrecarga estructural del ser humano, alivio de ten siones por el lujo de vivencias, etc. Recuerda, en un contexto transferido, al aligeramiento [Erleichterung] general del que se viene hablando en estas páginas como señal característica del ser humano en la modernidad. (N. del T. )
535
ra la que no hay ejemplo alguno biológico: dado que vive, experimenta y reflexiona más que ningún animal, el ser humano es una criatura a la que se le exige demasiado no sólo ocasionalmente, sino que está sobrecargada estructuralmente. Su constitución fundamental, desde el lado sensible, se llama inundación de estímulos y, por el pragmático, presión de riesgo. Ya que el ser humano no trae consigo ninguna acoplación innata al entorno, al menos no para la totalidad de las circunstancias, que siempre tiene que arreglárselas en medio de compromisos autoestablecidos con el entorno, su ser-en-el-mundo tiene el carácter del estar-inmerso en un «campo de sorpresas»597. «A la luz de esta consideración, la patencia del mundo es fun damentalmente una carga»mH. Con ello se dice -aunque no lo exprese el autor- que el rasgo fundamental de la vivencia del mundo y del compor tamiento con él del homo sapiens consiste en una superabundancia de im presiones perceptivas, así como de posibilidades de experiencia y acción, y en absoluto en una expoliación y pobreza precedentes. Por su naturale za subespecializada, múltiplemente adaptable o «abierta» se produce, por una parte, una receptividad excesivamente impresionable, por otra, un es pectro extremadamente amplio de opciones de acción, que alcanza desde el término medio trivial hasta las improbabilidades del arte, la ascesis, la orgía y el crimen. Si pudiera existir en seres de ese tipo algo así como un temprano aditamento de sensación de carencia residiría en el embarazo ante la propia riqueza: una problemática que para la razón de la vida dia ria se expresa por el cliché «tortura de la elección», imbarazzo della sceltay semejantes; con mayor ambición teórica, lo mismo puede captarse en fi guras como «reducción de complejidad». El ser humano está «cargado» por su plasticidad en el sentido, por ejemplo, en que los millonarios han de inclinarse ante la necesidad de tener que administrar su riqueza.
Estas observaciones son reforzadas por las explicaciones de Gehlen con respecto a la categoría innovadora descarga: una expresión que articula el aspecto más importante de una economía general de la existencia. Si se puede decir que el ser-ahí es, efectivamente, en principio, un ser-cargado paradójico -y, como se ha dicho, por la riqueza del extatismo sensórico y pragmático del ser humano-, la tarea de los mecanismos descargantes es reducir la tensión primaria por la riqueza; comenzando con la configura ción modélica de la percepción y con la automatización de decursos de ac ción, hasta llegar a la normalización de expectativas de futuro mediante ri tuales y a la exclusión de imprevistos por rutinas técnicas. ¡Simplifícate, ser
536
humano, hazte calculable! Gehlen supone, realistamente, que la vida, tan to somática, psíquica como socialmente, sigue la inclinación a instalarse en condiciones de funcionamiento de una bien temperada banalidad; condi ciones que se describen, psicológicamente, como habituaciones y, antro- pológico-culturalmente, como instituciones. Descarga es, según ello, un mecanismo de ahorro: constituye un procedimiento para echar el cerrojo a la tentación de autodesgaste. Su efecto capital surge de la inmunización contra la inmediatez, sea la del gasto excesivo de energía en el obrar es pontáneo, sea la de la inundación de percepciones arriesgadamente des automatizadas. Implanta, en cierto modo, un primer sistema de inmuni dad pragmático, que defiende contra las infecciones de la psique por un exceso de estímulos no asimilables e impide el gasto de energías psíquicas en aperturas extáticas al campo de acción y de percepción.
En un perfil así del concepto resulta claro que descarga no tiene nada que ver con administración de carencias: es competente para la gestión de una riqueza, que exige economía doméstica y sagacidad inversora. Sólo porque el elemento del ser humano es el demasiado, se hacen necesarias simplificaciones, restricciones y habituaciones, que detengan el derroche a bajo nivel, con el fin de tener a disposición las energías ahorradas para empresas superiores, más ambiciosas simbólicamente. En ese proceso de graduación se percibe el motivo del excedente tanto primaria como se cundariamente. Después de que Gehlen haya hecho lo suyo -casi con éxi to- para declarar pobre al ser humano ya al nivel elemental, vuelve a anun ciarse en su exposición de la economía psíquica más desarrollada del homo sapiens la riqueza negada del comienzo; sí, después de que fuera modela do por los mecanismos de descarga civilizatorios, en forma de potenciales de acción economizados, que sólo a niveles más altos impulsan verdadera mente a su realización. Pero, al igual que sucede en el caso de la primera riqueza, que surge de la patencia del mundo, Gehlen logra describir tam bién la segunda como carga y factor negativo. La palabra clave psicoeco- nómica para la segunda riqueza se llama liberación, que también conlleva un problema de inversión: se entiende por sí mismo que para el antropó logo estricto sólo valdrán asientos serios. Este procedimiento se explica en el ejemplo de la vida contemplativa de los carismáticos, que son sostenidos por las «sociedades» que los rodean, o en el modo de ser de los artistas, cu ya fluctuación entre maestría y licencias anárquicas presupone la toleran cia por parte del mundo que comparten. Ambos tipos de existencia libe
537
rada han de ilustrar que todo depende de conectar la abundancia de energía conseguida por descarga con regulaciones ascéticas, sean las de la clausura monacal, sean las del atelier, de todos modos, el antropólogo con templa con preocupación y repugnancia la des-regulación de las existen cias de artistas en las subculturas anarquistas del siglo XX. Gehlen teme que si el anarquismo artístico hiciera escuela en general se arruinaría en poco tiempo la reproducción simbólica de la «sociedad» en sus institucio nes. Como el gran inquisidor de Dostoievski, el antropólogo está conven cido de que la libertad representa una exigencia excesiva, para la que só lo están preparados los menos. Para todos los demás, que no son capaces de la ascesis de las élites auténticas, se impone una heteronomía conse cuentemente organizada. Decididamente convencional, Gehlen apuesta por la disciplina con respecto a los muchos59.
Así, también con la mirada puesta en la dinámica humana de descar ga aparece claro que no se puede hablar de una problemática originaría de carencia; lo que realmente demanda interpretación y explicación es la absorción de las energías excedentes y su desvío a procesos más ambicio sos. Gehlen permanece fiel a su impulso pesimista también en el peldaño superior: del mismo modo que ha interpretado como carga originaria la patencia de mundo del ser de lujo que es el ser humano, explica también como cargas de segundo orden las energías ahorradas y liberadas, que están a disposición para lo superior y más amplio. Para éstas formula la sos pechosa recomendación de gastarlas al servicio de formas objetivas; aun que se tratara de rituales mágicos, por muy cuestionables que puedan ser sus éxitos empíricos. Mejor servir a una forma vacía, mientras tenga la fuerza de imponerse, que perderse en la libertad de la amorfía y en la fal ta de compromiso del mero experimento. Esto no lo podía decir más cla ro ningún miembro de la congregación de fe romana. Evidentemente, no es, pues, un ser de carencias originado por la evolución el que preo cupa al antropólogo; se trata del ser de lujo que es el ser humano, cuyo mimo constitutivo y protuberancia caprichosa le resultan inquietantes al máximo.
538
3 Ligereza y aburrimiento
Si nuestros humores son los modelos de nuestrasfilosofías, dígame entonces, Edwin, ¿en
cuál se vierte la verdad?
Friedrich Schiller, El paseo bajo los tilos
Devolviendo al contexto de su tiempo la paradójica construcción de Gehlen del ser humano pobre, aparece una conexión sensible con el mo vimiento epocal del aligeramiento de la vida en la affluent society: un movi miento que, en otro matiz (y sobre el trasfondo de los modernos sistemas de solidaridad), habría que definir como transición a una primera red exi tosa de constructos de inmunidad altamente individualizados. No puede tratarse de un mero azar el hecho de que las expresiones centrales del con servadurismo modernizado, descarga y liberación, sean más aptas que cualquier otra para conceptualizar los reflejos subjetivos de la gran levita- ción. Son, efectivamente, su tiempo captado en pensamientos.
Con la aparición de la «sociedad» completamente legaliformizada, que flota en rutinas de optimación, movida por el dinero, ha entrado en vigor, por hablar una vez más con Hegel, un «estado de mundo», cuya carac terística principal consiste en un cambio perceptible de los contextos de seriedad y proporciones de peso existenciales. Pero dado que la «socie dad» levitada no ha encontrado aún el concepto correcto de su propia aventura, de la descarga que alcanza a todos sus estados de cosas semánti cos y materiales, o que, donde lo ha encontrado, no sabe utilizarlo con sen tido correcto, está expuesta a la tentación de hablar tanto de sus grandes logros como de males nuevos, y tanto de sus conquistas innovadoras como de situaciones precarias sin par. También por lo que respecta a sus estados de ánimo, marcados por liberaciones, la «sociedad» está en la incertidum bre en su salida del universo de la pobreza; cuando se refiere a su alivio inusual se pregunta si no se habrá alejado propiamente del camino verda dero, por difícil, y dictado por la penuria*’0.
Como intranquilo por estímulos de un tipo semejante, Hegel escribió en enero de 1807 en un tono solemne, diagnosticador de los tiempos:
Por lo demás, no es difícil ver que nuestro tiempo es el tiempo del nacimiento y del tránsito a un nuevo periodo. El espíritu ha roto con el mundo anterior de su
539
existencia y representación [. . . ] disuelve una partícula tras otra del edificio de su mundo anterior, su desmoronamiento se insinúa sólo mediante síntomas aislados; tanto la ligereza como el aburrimiento que se propagan por lo existente, el pre sentimiento indeterminado de algo desconocido, son indicios de que algo dife rente está en marcha [. . . ] El comienzo del nuevo espíritu es el producto de una amplia revolución de múltiples formas intelectuales, el precio de un camino en trelazado de diversos modos601.
Si en algo se equivoca Hegel es en considerar la ligereza y el aburri miento como presagios de situaciones venideras: en realidad son lo nuevo mismo aparecido. Constituyen rastros tempranos del tránsito a una flota ción apenas reconocida del ser y a un desvanecerse del tiempo, desligado de metas fijas, que proporcionan su tonalidad a la nueva época en general. Hay que entender que aquí no se habla del spleen aristocrático, que había florecido bajo el Ancien régime, no se trata del paladeo melancólico de la doucer de vivre a hora avanzada. El giro expresivo del «propagarse» de tales estados de ánimo «por lo existente» habla ya de disposiciones burguesas. Delata la preocupación del filósofo por la solidez de las circunstancias de mundo transformadas en el campamento liberal. Por muy partidario que se reconozca de la nueva constitución de mundo, en la que la substancia quie re ser desarrollada como sujeto, no permite que cualquier modo discrecio nal de la subjetividad valga como representante de la substancia. Tiene que tratarse de una forma intelectual seria y capaz de representación del sujeto laborioso, la que ha de encontrarse en casa en la nueva situación posrevo lucionaria, instalada por una libertad que hubiera llegado a sí misma en el médium del Derecho. Los modos románticos de la conciencia ligera y abu rrida sólo poseen el significado de síntomas para Hegel: no han de consti tuir más que un mórbido intermezzo entre dos momentos sólidos; el más an tiguo vendría encarnado por el substancialismo católico, ya superado, y el nuevo ha de pertenecer a la libertad posprotestante dentro del Estado de Derecho. Con todo, la ligereza y el aburrimiento representan un entreacto, al que hay que asignar tanto margen de tiempo como exigen la fermenta ción y la fiebre transitoria para su trabajo provechoso: había que pasar in cluso los excesos terroristas de la Revolución Francesa como estadios nece sarios en el currículum que conduce al Estado de Derecho.
Pero ¿y si lo que está en fermentación no piensa en volver al reposo tras una efervescencia con éxito y, una vez que se ha elevado, quiere afirmarse
540
Bernardino de Sousa Pereira: Primer intento de vuelo del globo de aire caliente de Bartolomeo Laurenzo de Gusmáo ante el rey Juan V, 1709.
como un modo de existencia de propio derecho, más ligero, más libre, más frívolo? ¿Cómo hemos de entender que el capriccio no se contentara ya con ser un género musical o una tonalidad literaria y quisiera conver tirse en un aspecto del modas vivrndi burgués, en un estilo de uso del di nero y de asiento de sentimientos e inclinaciones? ¿Y si los mongolfieros, que subieron al cielo de Francia durante la mode au balón antes de la Re volución. no fueran meros antojos condenados a la caída (una aeromá- quina s< nu jante, la Charliére, cayó a tierra en agosto de 1783 en Gonesse, cerca de París, y fue atacada por campesinos, llenos de pánico, con horcas y guadañas, para acabar siendo «matada» por un soldado por un disparo de fusil)? ¿Si esos aparatos de antojo significaran, más bien, la ambición de los modernos de instalarse en el espacio aéreo? ¿No había ya enviado Vol- taire en 17;VJ al héroe de su novela, Micromegas, sobre rayos de sol por el es pacio, aludiendo con ello a la intención de los ilustrados de tomar pose sión de la vertical? No se trataba más que de un emulador de Francis Bacon, que en 1(>24, en su narración utópica de la isla Xun'a-Atlántida, ha bía profetizado la imitación del vuelo del pájaro mediante máquinas apro piadas"02. También las maquinarias teatrales del Barroco habían descu bierto la dimensión altura, haciendo que flotara en el aire, sobre las cabezas del público, Mercurio con sus alas talares, Fortuna con su esfera. Se trata
541
ra de juegos eclesiásticos o seglares, en sus apoteosis finales imprescindi bles el espacio aéreo se había convertido en un escenario por encima del escenario60*. Las ilusiones ópticas de las pinturas de techo de la misma épo ca invitaban al público a navegaciones en la vertical. Todas estas ocupa ciones del espacio de altura ya no podían anularse. Incluso los bailes del período pre-revolucionario dejaban reconocer que el piso ya no podía re clamar durante más tiempo, sin más, sus antiguos derechos a la atracción de los cuerpos; en lugar de los pasos gravitatorios surgió una cultura de los saltos y movimientos flotantes.
En tomo a 1750 un aforístico podía haber afirmado que la antigravita ción, la elegancia y la máquina constituían las grandes tendencias de la época. Los fenómenos hablaban por sí mismos: ¿no había delirado todo el siglo XVIII, poética y técnicamente, por el «arte-aire-nave», por la navigation aérienne, por máquinas de Dédalo y balones aerostáticos? ¿No había llega do realmente la víspera de la Revolución Francesa el momento en el que los seres humanos se sentían maduros para emancipar la existencia de la triste costumbre de su pesadez y para arrebatar a los dioses su último pri vilegio, el puro capricho? Con la exhibición exitosa de un globo de aire ca liente realizada por los hermanos Mongolfier el 19 de septiembre de 1783 en el patio del castillo de Versalles en presencia de Luis XVI se dio el sig no oficial para el comienzo de la levitación: un acontecimiento rodeado de júbilo, en el que un cordero, un gallo y un pato fueron los primeros ha bitantes animales de la Tierra que gozaron del placer de la subida a una altura de más de 120 metros. (Al cordero se le instaló en los corrales rea les y se le atendió cuidadosamente durante toda su vida, como merecía un testigo del progreso. ) Por esos tiempos la política de la antigravitación había dado el salto epocal y, en forma de republicanismo y navegación aé rea, de estética y terapéutica, de industria y tráfico de gran distancia, esta ba en vías de crear sus propios medios y máquinas. ¿No había declarado
Jacques Alexandre César Charles -el primer ser humano que había subido a una altura de 3. 500 metros a bordo de un balón de oxígeno el día 1 de diciembre de 1783- al día siguiente en el Journal de París: «Jamás algo igua lará al instante de alegría que se apoderó de mi existencia cuando sentí que abandonaba la tierra. »? También la multitud de abajo se extasiaba an te estos actos pioneros y festejaba a los aeróstatas como a los auténticos hé roes del momento; había entendido intuitivamente que ello también era asunto suyo. Parecía que la humanidad, representada por su vanguardia
542
Encuentro de globos en los Alpes.
en las cestas bajo los globos atraídos por el cielo, hubiera encontrado la sa lida de su incapacidad autoculpable de volar. Jean Paul hizo que el aero nauta (iianozzo viviera en la barquilla del globo, y contempló a su héroe, como a un humorista pragmático, pasar las noches, durmiendo, en la al tura. Ya sólo el hecho de que este observador liberado del mundo inferior hubiera le romperse la nuca al caer durante una tormenta delata cómo el poeta, rcirocc-diendo ante el propio co-descubrimiento de la antigravita ción, se refugia en último instante en el cliché icárico; concediendo una última palabra malvada a la gravedad. Todavía cien años después de las primeras ascensiones de los mongolfieros y charlieros, Nietzsche, en la Ga- V(i <mii it. . apostrofará a los amigos librepensadores de la vida experimen tal como nosotros, aeronautas del espíritu». Así pues, quien no quiere hablar del impulso hacia arriba ha de guardar silencio también de la Mo dernidad.
Para apreciar en su justo valor la cólera antirromántica (y anti-antigra- ve) de 1legel hay que reconocer en él una figura precoz del conservadu rismo moderno. Le motiva la acertada percepción de que los llamados ro
543
mánticos, los nuevos ligeros y aburridos, los polivalentes y flotantes, esos empresarios y aeronautas metafóricos en el espacio irónico, ya no están dispuestos a dejar que sus ánimos levitados, que planean por encima de cualquier empresa sin rumbo fijo, se consideren sólo como provisorios pa tológicos que habría que abandonar tan pronto como se haya vuelto a con diciones sólidas: un suceso que fue confirmado, por lo demás, por algunas conversiones espectaculares en los curricula vitae de los «subjetivillos» que
jugaban con todo al principio. Para Hegel, la punta hiriente del ataque romántico está en que con él lo ligero se consolidó por sí mismo. El filó sofo percibe claramente que aquí hay que poner en marcha procesos de revisión de los pesos y medidas de la antigua ponderación seria. Tiene pre sente, asimismo, que en el modo moderno de vivencia el aburrimiento se emancipa como fenómeno con valor propio: el tiempo interior se desyuga de carros destartalados con metas objetivas, de manera que surge una con ciencia suelta impelente, liberada de finalidad, en senddo positivo sin tra bajo, que avanza del capricho a la coyuntura y de vuelta al capricho: se le podría llamar el descubrimiento de las grandes vacaciones a partir del espíritu de los objetivos finales tachados. No resulta sorprendente que un pensador como Hegel, que todo lo que consideraba válido de verdad sólo pudo hacerlo inteligible desde un final explícitamente conseguido con ceptualmente, no reconociera en tales planteamientos otra cosa que des pliegues de un arbitrio veleidoso sobre el mundo objetivado. En las mani festaciones del espíritu levitado, que, por decirlo así, juega divinamente consigo mismo y con el elemento del mundo, sólo ve una «insubstanciali dad» que, como enseña, toma ineludiblemente en sus manos el timón «cuando falta la seriedad, el dolor, la paciencia y trabajo de lo negativo»604. Por muy amplio que sea, por lo demás, el parentesco entre ironía y dialéc tica, Hegel pretende fijar la inquietud activa, que es el sí mismo605, al mo vimiento circular serio y a la producción laboriosa que sabe adonde va. Por eso la libertad tiene que soportar que se la equipare a la comprensión de la necesidad: como si hubiera emergido de la substancia durante un se gundo insolente, para volver a hundirse inmediatamente, como afectada de arrepentimiento y vértigo, en la necesidad, legalidad, autolimitación.
Jamás puede permitirse que la efervescencia de lo vivo se convierta en un ir flotando sin rumbo; jamás el impulso hacia arriba puede seguir su pro pia línea. Inadmisible es para Hegel también el cortocircuito romántico entre la vivencia pura y el sentido de la existencia, tal como Lord Byron lo
544
articuló en una carta del año 1813 a su prometida: «La gran meta de la vi da es la sensación, para experimentar que existimos, aunque sea entre tor mentos». Para el pensador, tales movimientos y conmociones sólo pueden ser los de la mala finitud; cuyo rastro psicológico es el sí mismo enfermo, que huye de su indolencia y falta de mundo refugiándose en jactancias e intensivismos.
De hecho, sin embargo, las disoluciones de la ligereza autoconscien- te sólo fueron posibles en el horizonte de una «sociedad» que, gracias a su acumulación de bienestar, ciencia y técnica, ya estaba a punto de salir del ámbito de la historia como trabajo duro y lucha: un estado que fue anticipado con gran pregnancia y precocidad maníaca en los pupitres del Romanticismo temprano. La doctrina poetológica de Novalis de la potenciación de lo casual sólo pudo ser redactada en un contexto, en el que -a consecuencia de la cesura kantiana y fichteana- ya era posible des pedirse del dictado de la objetividad externa como de un prejuicio derro cado. Tras la caída del Ancien régime ontológico se escuchan nuevos tonos:
Todos los azares de nuestra vida son materiales de los que podemos hacer lo que queramos. Quien tiene mucho espíritu hace mucho de su vida - cualquier co nocimiento, cualquier incidente sería para el que está lleno de espíritu - el primer miembro de una serie infinita - comienzo de una novela infinita.
Humanidad es un papel humorístico**’.
Hay que precaverse de aducir la precocidad de tales bosquejos como reproche en su contra. Tampoco puede confundirse la venganza, una y otra vez desatada, de lo real con una refutación de las tendencias antigra ves, por mucho que los conservadores integren con gusto tal cosa en su vi sión de los hechos: desde siempre han creído en la caída, no en el vuelo. Si Icaro cae al mar, serán ellos los que lo han sabido siempre. El pesimis mo manifiesta su debilidad, su parentesco con el ánimo vengativo, cuando pretende tener razón frente al esclarecimiento. ¿No más permisos de des pegue, pues, para reos de imitación de Icaro? Todavía la conocida vincu lación de Freud entre la erección y la «superación de la fuerza de la gra vedad» deja entrever la creencia de que tras tales insurrecciones la fuerza de atracción de la Tierra tiene la última palabra.
Lo que de hecho se había implantado al máximo nivel con la ironía romántica y su arte de tomarse a la ligera todas las cosas fue el cuestiona-
545
miento del concepto tradicional de realidad junto con su fundación en una ontología superada monovalente; esto no sólo acaba en la crisis de la «teleología occidental»607, sino en la liquidación del concepto de realidad de la gran cultura. Los procedimientos técnicos más visibles para ello son la aeronáutica, que udliza el impulso hacia arriba, y la astronáutica, que abre a los cuerpos terrenos el acceso a la ingravidez. Desde ahora en el aire no hay nada menos que el final de lafuerza de gravedad608. Le llega la hora al pesimismo ontológico, que nunca había podido hablar de otra co sa que del Uno necesario. La nueva era es la de la distensión de la subjeti vidad frente a las venerables definiciones del mundo de la seriedad. Con ella comienza la infiltración de ligereza y ambigüedad en la pesantez monótona de la substancia. La libertad es más que la necesidad compren dida: es la división entre las fuerzas cargantes y descargantes.
En este punto queda claro dónde prenden empíricamente los intereses de una esferología pluralista: lo que le importa es acercarse con nuevos medios de descripción a la reconstrucción de espacios de animación co- subjetivos o surreales. Gracias al concepto de descarga puede emprender se la interpretación climatológica de una realidad polivalente, cuyo punto de mira se dirija a la animación de células mundano-vitales por medio de tendencias antigraves. Bsyo este punto de vista la Modernidad aparece co mo un experimento de levitación expansivo y transcultural: con el acento puesto en la espumización de lo real gracias a la introducción de momen tos de impulso hacia arriba en el complejo de la gravedad. Hay que admi tir ahora que el concepto de civilización tiene como premisa el de anti gravitación; implica la inmunización frente a la gravedad, super-gravedad, que paraliza las iniciativas humanas desde antiguo; protesta contra los montes inamovibles. Siguiendo el impulso a una explicación acorde con el tiempo de las técnicas de inmunidad, hay que hacer explícito ahora, por su parte, el giro hacia el aligeramiento.
Una vez asegurada en esbozo la deducción de las culturas del estrés co lectivo y de su desarrollo legal en el decorum de grupos -nos remitimos una vez más al trabajo de futuro de Bazon Brock y Heiner Mühlmann-, hay que dilucidar también el sentido civilizatorio de los momentos anti-estresantes. El triunfo empírico de las corrientes antigraves puede deducirse de la ob servación de que en todos los ámbitos abarcados por el mecanismo del mer cado y por la revisión inventiva la carencia se ha convertido en un bien es caso. Si fuera de otro modo no podría haber competencia alguna por la
546
administración de los recursos penuria, pulsión, necesidad: ni a nivel ma terial, ni a nivel simbólico. Es sabido que en la esfera de consumo desarro llada son las ofertas las que abundan, mientras que las necesidades suscep tibles de demanda se presentan cada vez más como escaseces609.
Por los efectos antigraves de la superabundancia de medios de civili zación, que, a pesar de todos los contragolpes y aniquilaciones de valores, se acumulan incesantemente desde hace doscientos años, se ha puesto en marcha un proceso de revisión del concepto de realidad que echa aba
jo el asunto de lo sólido, pesado, ineludible. Partiendo de la definición de espuma que dimos al comienzo, hay que describir la totalidad del campo social modernizado como un sistema multicameral, compuesto de células de impulso hacia arriba - vulgo «mundos de\ja vida»-, en las que los sim biontes gozan de efectos antigraves, gracias a los medios de ingravidez ac cesibles a ellos. Los espacios simbióticos están constituidos co-confortable, co-frívola, co-delirante, la mayoría de las veces co-hipócrita y co-histérica- mente también. Por eso no son seguros frente a la infestación mimética y a la irrupción de epidemias paranoides. Si atribuimos a la climatología una importancia existencial tan grande es porque, por motivos filosóficos, hay que preguntar más allá de acondicionamientos técnicos de aire y modifi caciones opcionales de condiciones de respiración físicamente concretas: lo que da que pensar es la atemperación del ser-en-el-mundo en general, el ánimo del ser-ahí entre los polos de agravación y aligeramiento. ¿Espu ma significaría ahora: aire para respirar en un lugar inesperado?
Hay que admitir que el descubridor de los ánimos exploradores del mundo en el contexto filosófico, Martin Heidegger, estableció otros signos completamente diferentes para la valoración de lo ligero y pesado (bajo es te punto de vista, un pariente de Gehlen en el espíritu vanguardista-con servador). Por muy contemporáneas que sean las percepciones de Hei- degger con respecto a los flujos descargantes en la economía doméstica climática de la existencia modernizada, tanto por su hábito como por su pathos se manifestó claramente en contra de las tendencias de levitación y dedujo la dignidad de la existencia -todavía dentro completamente del sentimiento heroico de la vieja Europa- del dejar-se-enrolar en lo duro, pesado, necesario. Como Hércules en la encrucijada, el verdadero filósofo elige la solución incómoda. Aunque, como en Gehlen, este voto tiene una tonalidad voluntarista: otra vez vuelve a anticiparse el capricho a la necesi dad. Lo que le importa esta vez al pensador heroico es superar la conven
547
ción por la espontaneidad. Aunque esto sólo significa que a un descubridor (mejor: a un explicitador) no se le puede obligar a sacar las consecuencias «progresivas» de su descubrimiento.
La opción en favor de la concentración, seriedad y pesantez -sobre un trasfondo de intelecciones agudas y profundas sobre la validez y omnipre- sencia de existenciales como dispersión, ligereza e indecisión- no puede deducirse necesariamente, en modo alguno, de la propia fenomenología de Heidegger de los estados de ánimo. Considerando las cosas con mayor detención, se muestra que las valoraciones ponófilas, amigas del esfuerzo, enemigas del aligeramiento -tanto en Heidegger como en Gehlen, Schmitt y semejantes-, son enteramente de naturaleza decisionista y prejuiciada; en todo caso, pueden anclarse en el decorum del viejo heroísmo europeo. Es tos protagonistas del realismo en el mundo desencantado poseían una conciencia agudizada de que, bajo las condiciones de su propio tiempo, la dispersión es un fenómeno más amplio que la concentración. Por analogía con ello, deberían haber tenido claro que la ligereza es toda una dimensión más rica que la seriedad, la indecisión que la decisión, y, finalmente, por rozar el núcleo caliente de la actualidad: que la falta de compromiso abar ca un campo más complejo de situaciones, tomas de postura y oportuni dades existenciales que el compromiso.
Sólo una opción espontánea puede obligamos a intervenir en un pun to conflictivo de lo real. No obliga la necesidad, somos nosotros quienes elegimos una dificultad. Mussolini lo había comprendido cuando definió el fascismo como horror ante la vida cómoda. En la popularidad ilimitada del deporte, que ya llamó la atención antes de 1914 al diagnosticador de los tiempos, Oswald Spengler, se articula la verdad sobre la época presen te: en él la necesidad imperativa ha sido sustituida por el esfuerzo elegido; a la pasión sigue la afición; el juego ha aventajado al trabajo, y lo que se presenta como trabajo es la superabundancia que ha puesto cara seria; las oficinas de trabajo ya podrían llamarse hace tiempo oficinas de simulación de trabajo. El capricho lleva de la cuerda por doquier a lo necesario. Sólo por mor de la forma ontológica acostumbrada se dejan atar las fuerzas li beradas y se hacen el tonto tanto como la necesidad quiera; simulan, co mo es debido, servir a los fines más sólidos e ineludibles.
La información decisiva sobre la inversión de los signos entre lo ligero y lo pesado procede de los mundos de expresión en los que se reviste la disposición popular neo-atlética al esfuerzo: precisamente porque las for
548
mas de vida civilizadas, descargadas técnicamente, prácticamente nunca exigen ya en serio de los individuos que lleguen a sus límites -de modo que summa summarum están descargados crónicamente de la gran reacción de estrés frente a un riesgo real para el cuerpo y la vida-, muchos de ellos optan por una recarga intencionada, aunque no porque crean en la nece sidad de su apuesta, sino porque, de un modo latente-irónico, reclaman para sí el derecho a esfuerzos y riesgos acrecentados*10; se podría hablar de un apedto endógeno de caso crítico: los programas heroicos, que funcionan en vacío, quieren seguir ocupados con otros contenidos; tampoco ellos, con su liberación, pueden acostumbrarse a la larga a la arbitrariedad. No admiten, sin más, su despedida de la necesidad. Por eso, en el deporte, en el consumo, en el empresariado, y recientemente también en los activismos sociales otra vez, se ha llegado a una conjunción de trabajo yjuego que conduce a otros resultados completamente diferentes de los que consi guieron anticipar Schiller y Marcuse.
Partiendo de un espíritu semejante de autocarga deliberada, los ontó- logos fundamentales han reclamado para sí el derecho a ser utilizados por los asuntos más importantes del ser temporizado. Astutamente hablaba Heidegger de lo «ineludible»: no le parecía demasiado alto el precio de la renuncia a los encantos de la dispersión contemporánea para la alianza con el polo de pesantez. Por el gesto, es comparable a ello el afán cristia no de congoja de Simone Weil que se manifiesta en la doctrina: «Inme diatamente después de la conformidad con la muerte, la conformidad con la ley, que hace imprescindible el trabajo para el mantenimiento de la vi da, es el acto de obediencia más perfecto que ha sido dado cumplir al ser humano»61. Lo que quiere decir: dado que el trabajo corporal es una muerte diaria, tendría que convertirse en el centro espiritual de la vida so cial. No hace falta ser psicoanalista para darse cuenta de cómo en esos ges tos actúan derivaciones del masoquismo primario, que se manifiesta como furor ahorrativo, vuelto hacia dentro, o como afán de sujetarse estricta mente a uno mismo612. Nietzsche: «El ser humano siente auténtica volup tuosidad en dejarse forzar por demandas excesivas»61*. Es difícil negar que los fenómenos aparecen compuestos como en unajerga adleriana, donde no se trata tanto de inferioridades orgánicas, que demandan ser compen sadas por altas prestaciones, sino de estados de ánimo existenciales de in significancia y superfluidad, que por la huida a lo indispensable postulan su contrario.
549
El deporte de altas prestaciones y las elevadas filosofías del siglo XX tie nen en común que sólo se saca sentido a ambos cuando se les entiende como enunciados sobre el stand de la levitación. Tanto el esfuerzo delibe rado por conseguir récords y victorias como la opción arbitraria por com promisos y nuevas cargas testimonian lo mucho que la vida liberada mis ma ha de preocuparse por la inversión de sus excedentes de sentido. Cuando no hay a la vista por ninguna parte una necesidad imperativa, los individuos pueden y tienen que elegirse ellos mismos sus casos críticos en frentes discrecionales. Deporte y compromiso son emanaciones de una ar bitrariedad profunda, en la que el esfuerzo se coloca al servicio de lo su- perfluo. La ligereza coge en hombros a la gravedad. Que altas apuestas se rodeen a menudo de un aura de seriedad sagrada es algo que sólo permi te reconocer el reverso de la elección liberada de realidad. Cuando se es trellan corredores de coches o se caen parapentistas, por regla general se compensa respetuosamente el trágico final y la ligereza. ¿No enterró con sus propias manos el Zaratustra de Nietzsche al saltimbanqui que había he cho del peligro su profesión?
614
Se puede formar indirectamente -en el espejo de la teoría- un con cepto del enorme progreso que representa el acontecimiento de la levita ción si se compara el diagnóstico ocasional de Hegel del aburrimiento y li gereza como síntomas epocales de la Modernidad incipiente con las radicalizaciones que Heidegger, en su fase de culminación entre 1926 y 1930, supo dar a los temas dispersión y aburrimiento. Que con ambos mo tivos rozaba el núcleo del ánimo de la época le resultaba tan cierto a Hei degger como poseído estaba de su vocación de regresar, transformado, del descenso a la falta de seriedad moderna. Como sufridor del vacío será ca paz -tal era su convicción- de mostrar el camino de subida; desde el baño de inmersión de la reflexión sobre la dispersión inevitable ha de seguirse adelante hacia nuevas formas de recogimiento y conmoción por la obra que hay que completar ineludiblemente. La lección del semestre de in vierno 1929-1930 sobre los Conceptosfundamentales de la metafísica es conoci da, sobre todo, por su sensacional fenomenología del aburrimiento, de la que no se exagera considerándola como la teoría del presente más pro funda que fue capaz de producir el siglo XX. Cuyo núcleo ocupa, según Heidegger, una existencia levitada, y su característica más relevante es la imposibilidad de ser aprehendida completamente por algo. El ser huma no se experimenta como una forma hueca y ligera, no adscrita a contenido
550
alguno que la llene; a lo largo y ancho nada a la vista que eleve la existen cia a la dignidad de lo real615. Aquí se expone conceptualmente la inso portable levedad del ser, que en este punto se llama: «necesidad de la fal ta de necesidad». La expresión ofrece el primer diagnóstico filosófico claro de la sociedad de consumo desarrollada. Como sucede tantas veces, el espíritu conservador está en el pulso del tiempo en tanto que se deja es clarecer por aquello que rechaza. (Max Frisch: «No era dolor, necesidad, como había temido antes; era sólo el vacío, y eso era peor, se trataba de una existencia de sacudidores de alfombras»616. )
No hay escape alguno de la desazón del aligeramiento: dado que en la existencia desarmada falta el juicio interno de caso crítico, el sujeto se sien te expuesto a una descarga banal. Su levedad le hace daño de modo curio so; o, mejor, se siente separado inquietantemente de lo que podría hacer le daño. Se resulta indiferente a sí mismo; y ello con razón, porque, tal como vive actualmente, nada de lo que emprende puede tratarse de algo real. La vida poco conmocionada se aburre. Aburrimiento* quiere decir: se experimenta el propio tiempo como una dilatación interior, que se nota so bremanera porque no se llena con acciones significativas. Se vive como du ración torturante antes de la aparición del próximo suceso que deshaga el estancamiento. Paradigmáticamente: una espera de horas al tren en una es tación de provincias. Pero la falta de emoción llega mucho más lejos. El ani mal sin misión camina a tientas en la niebla; muchas cosas son posibles, nin guna convincente. Puesto que nada me impresiona, intento muchas cosas. Me lanzo a la acción, me dedico, artificialmente entusiasmado, a lo inapla zable, que parece decirme: ¡Atiéndeme! Me hago el comprometido, el agente de lo importante, el militante. ¡Si buscáis a un combatiente de pri mera fila, aquí estoy yo! Si observo más detenidamente he de confesar: «[. . . ] eso tampoco han sido más que ornamentos de mi soñolencia»617. In cluso el compromiso se manifiesta como una forma de dispersión. En tan to que distiende el sentido del tiempo en una extensión descolorida, la fal ta de emoción trunca la concentración sobre propósitos esenciales. Resulta imposible concentrarse en una acción. Aunque todavía consiga uno mismo matar el tiempo del aburrimiento superficial, el tiempo del aburrimiento profundo sigue dentro de la existencia. Por ello pierde ésta la característi-
’ iMtigeweile en alemán, repetimos: instante, momento, lapso de tiempo, largo, o que se hace largo. (N. del T. )
551
ca de su existencialidad: la capacidad de desplegarse en una obra plausible. Crece la desazón, hasta que el sí mismo pierde todo perfil; pero Heidegger no piensa quedarse a medio camino. Lo que era existencia activa ha de con vertirse en profundo aburrimiento ahora. Aburrimiento, que es la imposi bilidad, incrustada en medio de la vida, de tener un proyecto.
Si uno se entiende plenamente como hijo del tiempo disperso y alige rado, y se siente, además, íntimamente como un perdedor al que no le queda nada: entonces uno está tan aburrido que ya no se puede decir si quiera quién es aquel al que le ocurre esa privación. Así como la gran an gustia produce la privación de mundo -y, por contraste, refuerza la refe rencia al milagro de que algo sea-, el aburrimiento profundo produce la privación de sí mismo. Puede hacer a contrario que destelle lo sustraído: la concentración del tiempo en la acción con sentido.
Con este descenso al último desposeimiento Heidegger roza un valor límite patológico de la descarga, en el que el descargado pierde el senti miento de la propia existencia, de modo que se experimenta a sí mismo como un hecho íntimo-indiferente. Mi característica propia puedo descri birla ahora como total ausencia de ser. En el aburrimiento más profundo sólo hay ya circunstancias en las que no habita sí-mismo alguno; el aburri do profundo es la inexistencia realmente existente. El dolor de la falta de dolor trona en ella. Como un Atlas negativo, la existencia inexistente tie ne que soportar la falta total de peso del universo. Es insoportablemente ligero un mundo del que se ha amputado mi corazón del tiempo, mi vital tener-algo-que-hacer-ahora.
Ciertamente, el filósofo no hubiera impuesto ese descensus ad inferos a sus oyentes si no hubiera creído que podía encender en ellos la chispa de la re-ascensión. El sentido de la meditación era claramente dialéctico, te nía que liberar la «fuerza positiva de lo negativo» con el fin de regresar de la lasitud a una conmoción efectiva por lo ahora así llamado ineludible. De modo que también en Heidegger, como después en Sartre, al compromi so precede una falta radical de compromiso; con la diferencia de que el maestro alemán construye la existencia capaz de compromiso y de acción dando un rodeo por el resurgimiento a partir del aburrimiento más pro fundo. Puede añadirse: en la forma alemana del aburrimiento de 1929 se esconde la forma alemana de la derrota de 1918. Naturalmente, el más ín timo estar abandonado en el vacío por la industriosidad de la vida, descri to por Heidegger, es un síntoma de perdedor, tal como se presenta en una
552
población en la que ha desaparecido la orientación a las gratificaciones por el éxito y la victoria. Por ello, en esas teorías resuena también un ele mento de trágico asesoramiento y cuidado de la tropa; junto con un háli to de revancha al mayor nivel. Muchos son los vencidos, pocos los elegidos para hacer de la derrota una victoria de tipo especial.
El giro ha de conducir del permanecer vacío en la descarga a una nue va carga por algo epocalmente importante, necesario; apuesta por el valor terapéutico del darse importancia. De la revelación de la nada fútil en el tiempo vacío, el ser-ahí asciende a una exacerbación aguda de la existen cia en el tiempo de la acción. Lástima que Heidegger ilustrara sus medita ciones poco tiempo después con un falso ejemplo. Podría haber puesto uno correcto si hubiera seguido la «llamada» a la levitación y se hubiera comprometido con la democracia y la ingravidez618. Esto no entraba en sus determinaciones y proyectos. Hubiera presupuesto el cambio del carácter de su profesión y exigido el reciclaje del profeta en intelectual; hubiera re querido admitir que los modernos han de renunciar al fingido mandato de la necesidad.
4 Your Prívate Sky - Pensar el aligeramiento
Mientras que los proyectos de Gehlen y Heidegger se caracterizan por el esfuerzo de negarse a la antigravitación y decontracción de las condi ciones modernas de vida en la «sociedad» de consumo, con el desarrollo del constructivismo y funcionalismo, después de 1945, ha aparecido un nuevo paradigma de pensamiento, del que puede percibirse desde el co mienzo su pertenencia a la era de la levitación, tanto cronológica como es tilísticamente. Quien quiera puede reconocer en el giro constructivista la contribución de California a la historia más reciente del espíritu; enten diendo bajo California, como en otro tiempo bajo Schwabing, menos un territorio que una disposición mental, que puede encontrarse tanto en la costa americana del Pacífico como en Illinois o en Bielefeld. Es sobre to do por las manifestaciones del mentor filosófico de la corriente construc tivista, Heinz von Foersters, 1911-2002, a quien no sin razón se ha llamado el Sócrates de la cibernética, por las que resulta palpable la afinidad del nuevo planteamiento con la levitación en desarrollo. Sus procedimientos argumentativos y dialógicos acaban directamente en una crítica de la ra-
553
Joseph Beuys, Levitazione in Italia, 1973.
6
Charlotte Buff, Trans-formaciones XXV, revistas, redes, 1992.
zón grave o pesada. La intervención decisiva de Von Foersters consistió en un esclarecimiento del proceso del que surge la ilusión «ontológica» de la pesantez. Dio la prueba -prefigurada en la filosofía de Fichte- de que el peso de lo objetivo es el resultado de una externalización recóndita, no comprendida. Los objetos se hacen sobrepesados cuando se colocan en el plato de la balanza de la prueba de realidad sin el contrapeso de lo subje tivo. Si se contrapesa un objeto pesado con un sujeto sin peso, el plato de la balanza se inclina inevitablemente del lado del objeto. Este procedi miento de peso constituye la operación fundamental de las doctrinas clá sicas de la substancia y de las ontologías monovalentes. En ellas, el sujeto está inerme frente al bloque de lo objetivo y supuestamente sólo posee la opción de someterse a lo dado: un gesto que se presupone en las teorías clásicas del conocimiento, cuando reducen el saber a un reflejo de lo exis tente en un medio subjetivo. Con este arreglo los seres humanos pueden encubrir el hecho de que fueron ellos mismos quienes se adjudicaron la falta de peso y a los objetos el peso pesado: el peso es el señor, y quien co mo ser humano quiere participar en el señorío tiene que presentarse co mo representante de la fuerza de la gravedad. A no ser que se encuentre un camino para repartir de otro modo los pesos.
555
Jeffrey Shaw, Waterwalk, 1969.
Si se vuelve a introducir explícitamente al observador, junto con su ac tividad diferenciadora y su responsabilidad frente a las diferencias elegidas por él, en el acontecimiento, deja de ser una quantité négfigeable, retoma al escenario como magnitud activa de propio derecho entre otras magnitu des (sobre todo cuando dispone de máquinas con cuya ayuda pueden mo verse incluso los objetos físicamente más pesados). El peso de las cosas es un constructo que se forma en el trato con ellas; como tal, es tácticamen te modifícable. Hay que reconocer, pues, que el ser humano topa con sus pre-decisiones en todo lo que hace. Tras el giro constructivista ha de saber que lo que se llama gravedad y ligereza no puede ser otra cosa que un efec to de equilibramiento o no-equilibramiento de pesos y contrapesos.
De aquí se sigue la máxima moral del constructivismo: demandar en to do la visibilidad de la libertad y la explicitud de las decisiones electivas.
556
Quien se incorpora a este camino no tiene por qué soportar ninguna exter- nalización; ya no concederá autoridad alguna a afirmaciones que remitan a un exterior objetivo. Proposiciones que contengan el elemento «hay. . . » se traducirán en enunciados que comiencen con «supongo que. . . ». El impera tivo no demasiado categórico de Von Foersters reza: «Obra siempre de tal modo que crezca el número de las posibilidades»*19. Al Cibersócrates no se le ocurre considerar como carga la riqueza de alternativas. Cuando hay a la vista una mayoría de opciones, incluso las situaciones más penosas aparecen como terapéuticamente corregibles, al menos en el sentido de que se pue de sustituir un constructo invivible de realidad por uno menos insoporta ble620. Cuando se afirma una realidad externa, las buenas costumbres inte lectuales exigen después que se añada el nombre del autor y el año de aparición, junto con una mención de qué número de edición se trata. El trueque de confort por necesidad se acepta abiertamente como base de ne gocio del experimento moderno.
El pensamiento constructivista quiere protegerse frente al destino de las doctrinas de emancipación conocidas hasta ahora (frente a la dogma- tización de las propias ambiciones y, con ello, frente a la aproximación de la crítica de buena fe al polo jacobino) manteniendo una reserva frente a sí mismo. Esto sólo puede conseguirse mediante un constante entrena miento en autodistancia o autoaligeramiento. El humor dialógico de Von Foersters tiene relación con el concepto de Luhmann de razón irónica, que por motivos metódicos y morales se prohíbe a sí misma ponerse seria en asuntos propios. «Razón autocrítica», dice Luhmann en un momento destacado, «es razón irónica»621. La dimensión antigrave de ironía será en carnada suficientemente por una cultura de la teoría tan pronto como «pueda cambiar su propia creencia en la realidad, es decir comience a no creer en sí misma»62. Al advertir frente al momento autosugestivo, que re sulta inherente a toda forma de creencia en la realidad, Luhmann -como un romántico temprano que hubiera madurado después de las lecciones del siglo XX- alcanza una posición que puede entenderse como antítesis a la inmersión voluntaria de Heidegger en el fatum grave (naturalmente también como protesta frente al rigorismo moral, que rebosa de buena fe en sí mismo, y contra los fascismos de izquierdas, en los que se repara de masiado poco, que aparecen en vestimenta universalista y saben siempre hasta en el más mínimo detalle qué quieren, qué son y qué necesitan los seres humanos).
557
El descubrimiento de la levedad, que se materializó en el siglo XXen los sistemas de previsión de la existencia, es doblemente significativo para la teoría de las relaciones esféricas: por una parte, como objeto de análisis, por otra, como presupuesto de su propia aparición. Sólo cuando la leve dad se ha hecho temática pueden describirse los espacios de coexistencia animados bajo el aspecto de la gravitación. Después del establecimiento de lo atmosférico como categoría -como dimensión ontológica-pública- to dos los hechos humanos se presentan subspeciede la descarga. La antigra vitación puede entenderse ahora como vector «más fundamental», mejor que la tendencia que se dirige contra la dimensión fundamento. Con ello queda claro: sin los viajes al cielo del sentido no-pesado la cultura sería im posible. Mientras que la seriedad realista pretextó siempre ser y saber lo que es el caso, el pensamiento realista del futuro tiene que partir de la idea de que la antigravitación es más seria que todo lo que el consenso formuló nunca sobre lo llamado fundamentante.
Con ello se transforma la representación de la historia humana tanto con respecto al estilo como al objeto mismo: mientras «historias universa les» convencionales se contentan con acompañar la andadura de las «cul turas» y etnias por los territorios de sus necesidades internas y estresores externos, a una historiografía esferológicamente informada lo que le im porta es rememorar los momentos de impulso hacia arriba, de exceso y li bre deriva en el interior de las islas antropógenas; y, en verdad, porque ahora se sabe que, en general, nunca hay que habérselas con seres de ca rencias en medio de sus apuros, sino con seres de riqueza, diseñados para el mimo, el lujo de intimidad, los privilegios infantiles, las fases de vigilia descargadas y el acopio de estímulos. La ominosa expresión conditiohuma narefleja el hecho de que estas criaturas de la riqueza hubieron de en frentarse durante los trayectos más amplios de su existencia histórica al problema de una forzada minusvaloración de sí mismos. ¡Cuánto tuvieron que unilateralizarse para asegurar su supervivencia; a cuántos de sus po tenciales hubieron de renunciar para soportarse en su vida diaria; cuántas falsas descripciones de su naturaleza -desde el pecado original hasta la co dicia sin fin- soportar para cumplir la tarea de la acomodación a las cir cunstancias más diferentes de mundo! Una expresión clave para ello es «hacerse adulto», otra «interiorización del sacrificio», hipertrofia del sen tido de realidad a costa del sentido de posibilidad una tercera. Una histo ria universal del sentido ligero ofrecería la prueba de cómo bajo las con-
558
diciones de presión del realismo de pobreza se forman por doquier innu merables células descargadas e islas climáticas, cada una de las cuales con un secreto propio de desencapotamiento. Sin duda, la capacidad de su pervivencia de las culturas se basa no sólo en los aportes de estabilidad (acentuados unilateralmente por Gehlen) de sus organizaciones simbóli cas o instituciones, sino, tanto como en ellos, en el trabajo de levitación subterráneo, apenas percibido por las teorías de la cultura al uso, gracias al cual los habitantes de la isla antropógena crean sus espacios de respira ción. Estos procesos parecen como ocultos bajo un título surreal: la in vención del aire por la respiración.
Con ayuda de la categoría de descarga y de la empina explorada por ella se puede mostrar que el principio de realidad, llamado así desde Freud, no sólo es conformado por las experiencias que consiguen adolescentes en el trato con la dureza, resistencia e indisponibilidad de los objetos. De la entrada de lo real en la vida de la inteligencia son responsables, asimis mo, los aligeramientos que se descubren en el manejo de las cosas: las po sibilidades de vencer resistencias, de sortear obstáculos, de demorar difi cultades, de dar otro sentido a las carencias, de rechazar imputaciones de culpa, de reformular reproches, de manipular normas y patrones, de infil trar tareas, de sustituir pérdidas, de amortiguar el dolor y de evitar en cuentros frontales con aquello frente a lo cual sólo puede perderse. Hay que añadir la conciencia de la ductilidad de los conceptos y de la necesi dad de interpretación de normas; completada con la comprensión de la preeminencia tendencial de la astucia frente al trabajo pesado y del ardid frente al método. Al nivel de la reflexión se añade el reconocimiento del carácter mudable de todas las relaciones.
Con todo esto se reúne, por lugares y tiempos, un arsenal diferenciado de artes de antigravitación, que podría llamarse Escapología aludiendo al álbum de una estrella del pop623. Provistos de su set local de técnicas de ali geramiento, los seres humanos de las más diversas culturas se enfrentan a la tarea de sustraerse del peso del mundo lo más ampliamente posible; y soportar lo que ha quedado. Se trata de descubrir como ontólogo al bravo soldado Schwejk. El resto de ser pesado, del que no es posible desembara zarse, aparece como estribaciones de lo real en las burbujas de descarga, las culturas, los espacios climatizados de ilusión, los termotopos y campos de cordialidad. Por regla general se aprehende por medio de interpreta ciones religiosas: venerando la carga o identificándose con lo sobrepode-
559
Walter Bird, Modelo de espuma. Surgimiento
de poliedros en el interior de un paquete de burbujas.
roso. Donde es posible identificar malhechores se recurre a rituales de venganza, más tarde al Derecho Penal; donde lo real aparece como ene migo, uno se acomoda a ello mediante duro ejercicio interior y exterior. Con todo, hay que tener en cuenta el hecho de que lo real en situaciones triviales sólo puede experimentarse como un resto, mientras que la otra parte, más considerable, sólo penetra en la representación mental imagi nariamente, por ejemplo a través de escenarios de amenaza. Algunas civi lizaciones han creado el papel del abogado oficial de lo real, dotado con la atribución de alegar contra los efectos de la descarga llevada demasiado lejos, en cuanto le parezca que el colectivo está en peligro, debido a su ad ministración exaltada de la ilusión. Desde el siglo XIX Europa conoce,jun to al tribuno de la plebe neo-romano, al intelectual, que toma la palabra en nombre del proletariado, todavía mudo; también al tribuno de la ca tástrofe, que advierte a sus conciudadanos de los potenciales de desgracia de su propio comportamiento. Determina la señal característica del siglo X X el hecho de que sus intelectuales se hayan dedicado inflacionariamen te a intervenir en nombre de lo real. El extremismo, inseparable del estilo de la Modernidad, fue, se entiende demasiado tarde, una forma suntuosa del realismo. El realismo es la forma corriente de la creencia que la catás trofe siempre tiene razón.
560
El desarrollo espontáneo de construcciones, relativamente estables, en espumas semisecas.
Retengamos: sin los gases motores de la ligereza no puede formarse ni manieiterse en forma una burbuja de (sur)realidad habitable. Under Your Prívate SAy sería la respuesta esferológica a la pregunta: dónde te quedas realna m< . La palabra «privado» no significa aquí el encierro del indivi duo en una ilusión concebida para él; muestra que el habitar real tiene lu gar bao baldaquinos, que, naturalmente, sólo cubren un pequeño seg mento del todo. El formato es el mensaje, el trozo de lo real es lo real.
Este establecer-se bajo un cielo propio-común -tanto formal como ma- terialmente representable por el principio paraguas625- conduce a éxitos mientras los sistemas de inmunidad imaginarios mantengan una mínima ilusión o una afirmación del propio campo de animación. Innecesario mostrar cómo desde este punto de vista la religión roza con la poesía. (In necesario también explicar una vez más por qué el marxismo, con sujac tancia de una comprensión superior de la base y de la prosa, supuso un ataque destructivo directo a los recursos humanos. ) Lo que Jacob el Men-
561
Ars Electrónica 1982, Sky Event.
tiroso consiguió en el gueto de Varsovia -abastecer al entorno de noticias que eran mejores que la situación real- lo lograron desde siempre narra dores de historias y conservadores de rituales regenerativos626. Quizá toda vida lograda (lograda significa siempre: a pesar de las circunstancias) es un oscilar entre exo-realismo y endo-realismo. Así como la depresión corres ponde a la prosa, la hipomanía corresponde a la poesía627.
La fantasía está defado desde siempre en el poder. El hecho de que en 1968 se la pudiera reclamar explícitamente demuestra que el asunto de
562
Dorothee Golz, Mundo hueco, 1966, documenta x 1997.
la levitación consiguió durante un instante feliz la comprensión general. (Al genio de Walt Disney, por el contrario, se debe el trazado del puente entre hipomanía e infantilismo: en su universo-cómic consiguió hacer explícito el principio de realidad colindante y convertir la inmersión en el kitsch i n un proceso seguro de evasión. El impulso a la introducción de re- ality-on-demand no es, de todos modos, un privilegio de la fabricación de sueños americana, sino un dominio en el que la vieja Europa ha logrado desde siempre cosas extraordinarias. ) Cuando las partículas de impulso hacia arriba se rarifican más allá de un cierto punto se llega a depresiones manifiestas. Que muestran que se ha roto la resistencia frente a la presión de lo real. Que los seres humanos permanezcan en condiciones de activar su potencial de configuración de espacio presupone el equilibrio de fuer zas entre gravitación y antigravitación. Desde el punto de vista teórico, de aquí se sigue que sin un concepto explícito de impulso hacia arriba no se
puede articular la actividad aphrógena originaria del ser humano.
563
A la vista del imperativo esférico explicitado, las «arquitecturas neumá ticas» tempranas (por ejemplo, el prototipo-Radome de Walter W. Bird en el terreno del Cornell Aeronautical Laboratory, 1948, el Rubber Village Fi- berthin Airhouseáe Frank Lloyd Wright, 1956, o el Aujblasbarer Pavillon [Pa bellón hinchable] de Frei Otto de la exposición de Rotterdam, 1958, así co mo los numerosos proyectos análogos de Victor Lundy, Buckminster Fuller, Archigram y otros) que desde los años cincuenta pertenecen a las innovaciones más inteligentes y elegantes del moderno arte de configura ción de espacio poseen, mucho más allá de su función práctica, un valor simbólico teórico-cultural (o quizá habría que decir mejor: un valor simbó lico universal de técnica de nicho y técnica de cápsula)628. El aire que se respira en la cúpula neumática es parte, a la vez, del medio tectónico que proporciona al constructo tanto tensión y amplitud como habitabilidad. La presión del impulso de subida se utiliza como agens de la estabilidad del espacio; el milieu de respiración condensado actúa directamente como con formador de bóveda. Si se transfiere el modelo arquitectónico a la psico- semántica del espacio humano se consigue la ilustración más sugestiva de la dinámica de impulso hacia arriba de células y grupos de células antro- posféricos.
Más arriba, en los pasajes sobre el uterotopo y el termotopo629hemos formulado la tesis de que toda historia es la historia de las luchas entre co munidades de bienestar; con la concesión de que para la expresión bie nestar, que se refiere más bien al confort material y emocional, puede uti lizarse alternativamente el concepto elección, en el que el acento recae en preferencias timóticas, vulgo narcisistas, del propio ser-así. Bienestar y elec ción tienen en común que sus sujetos se sienten como destinatarios de pri vilegios, que se les han prometido tanto material como espiritualmente; sea por un mecenazgo discreto, sea por la de algún modo supuesta con tribución obligatoria del entorno, sea por una alianza metafísica, gracias a la cual se alian con el colectivo un protector celestial o un principio tras cendente de inmunidad.
En lo que sigue mostraremos que el principio del mecenazgo, como agente de una predestinación positiva, es una premisa sin la que no podría hacerse plausible la existencia de seres de la especie homo sapiens, sensible psico-inmunológicamente. Por otra parte, esa premisa no representa un universal, dado que hay innumerables excepciones a la regla de la especial demanda de mecenazgo de la vida individual; quizá, incluso, más excep-
564
dones que casos regulares, excepciones que se especifican en las crónicas tanto escritas como no escritas de la pobreza. Llenan los libros negros so bre la vida de los seres humanos infames, desfavorecidos, superfluos. En tanto mostramos cómo el principio del mimo actúa por el mecenazgo de las madres de los seres humanos en la mayoría de las vidas llevadas con éxi to, surgen contornos vagos de una historia universal de la ligereza, de la que hemos afirmado que incluye, a la vez, la historia climática de la an- troposfera con todas sus innumerables eflorescencias locales en series in dividuadas.
5 Primera levitación - Para la naturaleza del impulso hacia arriba
Pienso que están hechas de agua; no tienen expresión alguna. Sus rostros duermen como luz sobre agua tranquila. [ . . . ]
Las plantas de sus pies están intactas. Son peatones del aire.
Sylvia Plath, Tres mujeres
Para poner en marcha una antropología no-pauperista es recomenda ble examinar con mayor precisión el centro de calor de la evolución, las configuraciones especiales del espacio-madre-hijo en los homínidos y pri meros seres humanos. Cuya mayor característica es la tendencia, comen tada a menudo, a la prolongación de la fase infantil yjuvenil en unidad procesual con una precocidad radical del momento del nacimiento. Para la interpretación de este fenómeno hay paleontólogos que han aducido el argumento de que los hijos de los humanos, si vinieran al mundo con un grado de madurez análogo al de los primates, necesitarían 21 meses de ges tación; cosa que (junto a otras contradicciones biológicas, sobre todo de naturaleza neurológica y endocrinológica) queda excluida, porque la for ma y anchura de la abertura de la pelvis en las mujeres-sapiens hace nece sario el nacimiento a más tardar tras 270 o 280 días. Esto conlleva el riesgo generalizado de una expulsión del feto muy prematura a medios externos ofensivos.
Para expresar las implicaciones de este hecho tan dramáticamente co mo han de ser presentadas de acuerdo con su contenido monstruoso ha
565
bría que decir, sin ambages, que en los seres humanos el nacimiento nor mal posee la cualidad de una interrupción del embarazo dictada por la na turaleza. En el guión de la existencia humana está señalado que pasemos tres séptimos de la fase de gestación bio-psicológicamente imprescindible en el medio del organismo materno, los otros cuatro séptimos en una si tuación de nicho estable, para la que lo mejor es utilizar la expresión «es tancia en el exo-útero»: un giro que tendría que sustituir a la expresión, verdadera a medias, de época de lactancia. El diferencial entre ambos es tados crea una dinámica de transferencia que nunca puede llevarse hasta el final. Siempre jugamos un juego: 9 frente a 12; o endo-gestación más exo-gestación, que juntas producen las condiciones de entrada en el mun do. Nadie se recuerda, todos están marcados por ello. No puede hacerse un concepto de la enormidad del «puesto en el mundo» del ser humano mientras no se consiga una intelección explícita del movimiento en dos tiempos del parto, más aún, de su virtual pluritemporalidad, que factica- mente significa su inconclusibilidad. De ello, y de sus enormes implicacio nes neurológicas y simbólico-dinámicas, depende la excentricidad, abierta a la morbidez y que reclama expresión, de la constitución de la existencia humana hasta en sus últimas ramificaciones.
El ser-en-el-mundo comienza en el homosapienscon el hecho de que los recién nacidos llegan con una demanda intransferible de repetición de la posición uterina en el exterior; el absolutismo de la exigencia o necesidad infantil tiene aquí forma de una orden dictada por el desvalimiento. En lo tocante a esto, ser capaz de obedecer es el concepto concreto de adultez. El mundo del entorno, por regla general la madre biológica apoyada por madres sustitutivas y «asistentes del nido», ha de estar preparado, además, complementariamente, para la tarea de adoptar el papel de una incuba dora viviente y colocar al recién llegado en un espacio de protección bien temperado, en principio fundamentalmente bipolar, cuya peculiaridad consiste en que garantiza una continuación del embarazo en medios acla rados del m undo exterior e interactivos.
Con ello podemos contemplar la protoescena de la medialidad huma na. Uno es aquí el médiumnecesario para la inmadurez del otro. Durante un lapso de tiempo el mundo despierto ha de comportarse como si fuera el cómplice de un sueño fetal. El nacido-hasta-el-final ha de interactuar con el nacido-no-hasta-el-final de modo que de la envoltura y complacen cia del compañero frágil suija su animación: una invitación al aire libre,
566
un estímulo al descubrimiento del mundo, una camaradería de camino en los primeros capítulos de la experiencia. La disposición de las madres del ser humano a hacerse cargo de esa tarea normal-surreal encuentra un apo yo en el patrón de conducta innato y adquirido de los mamíferos: según una bella metáfora de la sociobióloga Sarah Blaffer Hrdy, la evolución de la crianza de los seres vivos superiores sigue el derrotero de la «vía láctea»630.
Todo habla en favor de caracterizar las dedicaciones específicas de las primeras madres humanas a su descendencia como una forma de mece nazgo biológico: por una parte, porque la cualidad materno-humana de transmisión de vida y oportunidades de vida sucede, de hecho, la mayoría de las veces, mediante inversiones plenamente individualizadas en des cendientes destacados y preferidos para sí en cada caso; por otra, porque esta dedicación especial mecenática no obedece en modo alguno a un automatismo biológico, sino que sólo puede actuar cuando la madre ha aceptado y dado el sí a su hijo, como tal, en un acto psicosomático de adopción. Sólo cuando ha realizado esto será capaz de movilizar toda su energía existencial al completo en favor de su vástago. Las madres huma nas sólo pueden desempeñar su misión, a menudo positivamente seguida, de mecenazgo total en favor de sus hijos porque su dedicación es más que un programa biológico: representa, más bien, un compromiso -quizá la forma originaria de cualquier intervención comprometida-, y sólo puede ser calibrada en sujusto precio, consiguientemente, sobre el trasfondo del rechazo del compromiso, igualmente posible. Para entender esto hay que acostumbrarse a la irritante verdad de que en la antroposfera, incluso en el caso de la paternidad natural, la adopción tiene primacía sobre el pa rentesco biológico. Incluso los padres naturales tienen que aceptar a su propio hijo como hijo para que en el ámbito psicosocial llegue a ser aque llo que ya parece ser biológicamente. Sólo la aceptación del hijo como suerte propia y tarea potencialmente infinita convierte a la madre biológi ca del hijo humano en madre antropógena y eo ipso -en nuestra termino logía (tomada de Dieter Claessens)- en mecenas de su hijo631.
A consecuencia de la superposición de la relación biológica de la ges tación con una promesa psicógena de tutela, la madre animal se transfor ma en madre humana; y esa mutación no sería la empresa de riesgo que es si no hubiera que amortiguar y sortear toda una plétora de improbabi lidades y argumentos en contra, antes de que de la posibilidad natural de maternidad humana cristalice en un caso de co-animación y matemiza-
567
ción exitosa. La rebelión del feminismo contra el cliché milenario de las exigencias excesivas de la maternidad y el esclarecimiento científico de la participación femenina en la evolución -remitimos una vez más a la obra, que ha creado época, de Sarah Blaífer Hrdy- convergen al menos en un punto: que ambos partidos han puesto de relieve, con tanta fuerza como era necesario, la improbabilidad, la casualidad y la variabilidad histórica del fenómeno «buena madre». Según los estudios matizados de Hrdy, la inversión de las madres en sus hijos se produce la mayoría de las veces cuando un cálculo global de aceptación ha llevado en ellas a un resultado positivo. Dado que éste, fácticamente, resulta bastante a menudo negativo, la opción del abandono del hijo, incluso de la matanza del hijo, por muy chocante que esto pueda sonar para oídos modernos, pertenece al ámbito más antiguo de atribuciones maternales. Al absolutismo de la necesidad y exigencia infantil corresponde por parte materna el absolutismo de la po sibilidad de aceptación o rechazo: un hecho del que las culturas más anti guas, en sus mitos de la madre oscura y devoradora, así como en las innu merables historias de la noverca (madrastra), supieron hacerse una imagen más realista que la Edad Moderna cristiano-burguesa, en la que se repre senta al Dios como unidimensionalmente misericordioso y, a las madres, desinteresadas por naturaleza. Junto al rechazo a la inversión, que bien puede interpretarse como una forma de aborto posterior, en la serie evo lutiva prehumana aparecen también muestras claras de oportunismo genético: por ejemplo cuando una madre primate cuyo hijo ha sido mata do por un nuevo jefe de manada pone todo su empeño en engendrar lo más pronto posible otro retoño con el asesino.
Lo que en los decenios pasados fue descrito, y ocasionalmente también denunciado, por la crítica feminista y la investigación biológica como una ideología de matemalismo solícito, históricamente condicionada, «pa triarcalmente» codeterminada, según su contenido civilizatorio ha sido un intento de las culturas de romper ese absolutismo del afecto-madre -en otro lugar lo hemos llamado el Juicio Final del comienzo632- por medio de una especie de separación de poderes entre madre y cultura en favor de la prole.