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Entré yo en mi casa con los           muy encendidos y los ojos muy
alegres: aguardábame ya impaciente mi familia, y recibióme mi padre
con el ceño un poco fruncido y en un silencio muy poco á propósito
para infundirme ánimo; pero yo, sin decir palabra ni darle tiempo de
pronunciar una, púsele en las manos la carta de Vallejo, con lo cual
obligándole á fijar su atencion en la misiva, logré que la apartara del
portador.