Tras el hecho de que la tierra está circunvolucionada y que los
pueblos y culturas más alejados han accedido a ella bajo la presión
de la mediación, no puede ya retroceder ocupación teórica alguna
con el presente.
pueblos y culturas más alejados han accedido a ella bajo la presión
de la mediación, no puede ya retroceder ocupación teórica alguna
con el presente.
Sloterdijk - Esferas - v2
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Recompensa por esclavos huidos.
viene condicionado también por la experiencia fundacional ameri
cana: la posibilidad de apoderamiento de terreno y recursos. De
aquí surge, junto a otros innumerables caracteres sociales, un tipo
de agricultor histórico-universalmente sin par, que ya no es tributa
rio de un dueño del suelo, sino que como ocupador armado, por
derecho propio, de la tierra y como granjero bajo Dios explota sue
lo nuevo propio. Cualquiera que en el área de oportunidades de la
commonwealth quiera buscar suerte tiene que aportar tanto espíritu
emprendedor como corresponde al espíritu ocupador como tal. Sí,
quizá lo que los modernos teólogos yjuristas llamaron derecho na
tural es sólo la explicación formal de la nueva subjetividad del ocu
pador, que se ha puesto en marcha para recoger lo suyo en el agua
y en la tierra. Los derechos humanos son el alma jurídica de la vida
que-se-toma-lo-suyo. Otra vez Melville: «¿No es una expresión uni
versalmente conocida la de que la posesión es la mitad del derecho,
es decir, sin consideración a cómo se ha llegado a ella? Pero a me
nudo la posesión es el derecho entero»451.
Los empresarios-ocupadores en los frentes coloniales colocan,
no obstante, su negocio, por hablar kantianamente, bajo la máxima
que por regla general sirve más para la definición de criminalidad
818
que para la de participación en la globalización: en tanto quieren
convertirse en poseedores y propietarios de bienes mediante la pu
ra ocupación, se sustraen a las exigencias del trueque justo. Como
enseña la historia, su conciencia de justicia apenas sufre daños por
ello, ya que se remiten al derecho del instante óptimo: en éste la le
gitimidad reside en la toma de posesión misma. Trueque y recono
cimiento mutuo vienen después. Tanto en el oeste americano como
en el resto del globo, los actores de la expansión se salvan a la hora
de su proceder oportunista mediante una teoría de los vacíos mo
rales: parece, quieren decir, que hay momentos en los que la actua
ción ha de ser más rápida que el derecho, y con un momento así tro
pezó nuestra vida. Con este argumento reclaman para sí la sentencia
absolutoria por circunstancias extraordinarias. Quienes en tiempos
regulares serían saqueadores son pioneros en los vacíos históricos;
quienes en años retroprocesales o poshistóricos serían malhechores
son héroes en la turbulencia de la historia aconteciente. (Y quién
podría ignorar que la industria actual de la cultura, por su culto a la
filmografía criminal, sigue soñando en el vacío legal en el que el
malhechor pueda seguir reclamando el derecho humano de tomar
sin ofrecer nada a cambio. )
Resulta evidente que los agentes en los tiempos heroicos de la
conquista están tan interesados en la autoapropiación como en la
apropiación del mundo; consideran su propia existencia como el
bien sin dueño más cercano del que sólo se necesita echar mano pa
ra que represente una oportunidad. El clásico de esta idea es Daniel
Defoe, que no sólo presenta a su náufrago, Robinson Crusoe, como
el apropiador integral de territorio y de sí mismo; también su heroí
na femenina ejemplar, la famosa por sus Fortunes and Misfortunes
Molí Flanders, es una acaparadora en cualquier sentido de la pala
bra, apropiadora y ladrona autodidacta (take the bundle; be quick; do it
this moment) de todos los maridos y fortunas que le ponga a mano el
destino.
En tiempos más recientes aumentan los indicios que remiten a
una puesta en juicio retroactiva de la historia: lo que tiene como
consecuencia que se les haga ulteriormente proceso a los agentes de
la toma del mundo, desde Cristóbal Colón hasta Savorgnan de Braz-
819
za y desde Francisco Pizarro hasta Cecil Rhodes: un proceso inaca
bable y procedimentalmente incierto, en el que alternan veredictos
de culpabilidad y solicitudes de nuevos procedimientos. En la his
toria de la esclavitud negra, del exterminio de los indios y del colo
nialismo de la explotación se consuma la criminalización retroacti
va de la edad moderna, sin que la defensa pueda siquiera intentar
aún, como en procesos anteriores, abogar por una absolución por
circunstancias civilizatorias atenuantes. En esos casos, contra el pe
so de los documentos y de los procedimientos anteriores ya no pue
den hacer nada incluso los legistas más resueltos de la toma del
mundo inculpable. ¿Quién podría aún proteger a los soldados ame
ricanos que con intención criminal enviaron al campamento de sus
enemigos indios mantas de lana infectadas de viruela? ¿Quién de
fender a los comerciantes de seres humanos, a quienes se les echaba
a perder a veces un tercio de su mercancía en transportes transatlán
ticos de reses humanas? ¿Quién asumiría la defensa de Leopoldo II
de Bélgica, que había convertido su colonia privada, el Congo, en el
«peor campo de trabajos forzados de la edad moderna» (Peter
Scholl-Latour)? En esos campos los historiógrafos han tenido que
convertirse en fiscales acusadores de las culturas propias. En ellos
puede comprobarse cómo la relación de justicia e historia puede
desplazarse con posterioridad. La tribunalización del pasado alcan
za entretanto la época heroica entera de la globalización terrestre.
La edad moderna se nos presenta como un dossier de la incorrec
ción imperialista. El único consuelo que transmite su estudio es la
idea de que todos esos hechos y malhechos ya no son repetibles.
Quizá sea la globalización, como la historia en general, el delito que
sólo puede cometerse una vez.
19 Los cinco baldaquines de la globalización
Exportación europea de espacio
Si se quieren comprender los secretos esferológicos de la globa
lización en marcha, no sólo hay que intentar retroceder hasta la ra
tificación del convenio sobre el espacio debida a las tecnologías de
820
Windows 1525, toma del mundo con ayuda
de la técnica perspectivista de representación.
Imágenes (detalles): Alberto Durero,
Andrea Mantegna y Hieronimus Rodler.
habitable el exterior para los intrusos e invasores o de simular, al
menos, su integración y dominio.
20 Poética del espacio del barco
Para el ser humano contemporáneo son muy fácilmente accesi
bles los aspectos psicodinámicos de la experiencia del espacio del
barco, dado que el trato o el uso de interiores-caravana y de cabinas
de automóvil le proporciona puntos actuales de contacto. La dispo
sición de tales medios de «circulación» no se habría convertido pa
ra grandes mayorías de individuos modernos en una práctica de mo
vimiento satisfactoria e imprescindible si los vehículos mismos, con
sus formas interiores, no conectaran con estructuras elementales de
conformación de esferas en la dimensión pequeño-espacial. El bar
co, como en proporciones más moderadas el automóvil y la carava
na, es el nido movilizado o la casa absoluta452. En él y con él son po
sibles relaciones simbióticas, en la medida en que la embarcación
puede experimentarse como vientre que cobija una camada de no
vatos, que desembarcarán donde puedan y dispondrán las cosas co
mo quieran ante la puerta, libre de contexto, de la casa. El barco es,
a la vez, una autoextensión mágico-tecnosférica de las tripulaciones,
y, con ello, como todos los vehículos modernos, es una máquina ho-
meostática de ensueño, que se deja conducir a través del elemento
exterior como una Gran Madre manipulable. (Queda por escribir
una historia psicohistóricamente convincente de la fascinación del
barco y de la superstición del vehículo. ) Desde este trasfondo for
mal los barcos pueden convertirse en patrias móviles para sus tripu
laciones. Que el derecho del mar reconozca los barcos como exten
siones de la nación bajo cuya bandera navegan sigue en esto una
primitiva intuición esferológica: el estar-en-tierra se transforma ló-
gico-espacialmente yjurídico-internacionalmente en el estar-a-bor-
do; desde el nomos de la tierra, la «paz» del espacio propio, pasan
rasgos esenciales a la endosfera flotante. La función decisiva del
cuerpo del barco es, ciertamente, su aislamiento y arropamiento
frente al exterior, de los que ha de hablarse tanto desde el punto de
824
vista físico como simbólico. A ello corresponde la regla de que en-
sembles humanos que se lanzan hacia fuera sólo permanecen cohe
rentes cuando consiguen cegar las vías de agua y afirmar la prima
cía del interior en el elemento inhabitable. Así como las naves de
iglesia de la vieja Europa transferían su potencial de recogimiento y
abrigo a la vieja tierra firme con el fin de servir de embarcaciones
para almas cristianas sobre el mar terrenal de la vida, así las naves
expedicionarias enviadas al espacio exterior han de confiarse ple
namente a ese espacio suyo de aislamiento y arropamiento como la
forma de cobijo que ellas mismas se han dado y traen consigo.
21 Clérigos de a bordo
La red religiosa
Por lo dicho resulta evidente: el hecho de que las grandes expe
diciones de los tiempos heroicos de la navegación difícilmente pu
dieran hacerse a la mar sin clero a bordo no sólo era debido a una
convención religiosa, ni sólo a una concesión a los requerimientos
de la Iglesia de no dejar zarpar sin control espiritual a grupos de na
vegantes. La omnipresencia del factor religioso en la navegación
temprana alude a un segundo mecanismo esferopoiético sobrepo
tente. Si las expediciones de los primeros navegantes oceánicos ha
bían de tener éxito, los actores necesitaban que sus equipos no sólo
se pudieran confiar a su oficio, sino que encontraran apoyo tam
bién en las rutinas metafísicas de las naciones patrias. Dado que la
navegación era una práctica que exigía situaciones límite, siempre,
a ser posible, tenía que haber a bordo expertos en lo extremo. Al
barco pertenece la posibilidad de naufragio como los peligros ge
nerales del mar al mar, y frente a éstos, al menos, los santos y sus co
nocedores, los sacerdotes, ofrecían seguridades simbólicas.
El hecho de que la navegación europea se pudiera llamar la cris
tiana, y esto mucho tiempo antes ya de la época oceánica, delata su
orientación a este imprescindible sistema de seguros trascendente.
Si el exterior blanco parecía repleto de horrores era también por
que para innumerables gentes escondía la fecha de su muerte y, con
825
El buque de investigación Endurance
es aplastado por el hielo; foto del 19 de octubre de 1915.
ella, la expectativa de entierro en elementos a los que faltaba toda
propiedad reconciliadora453. Sin enlace real posible con las ideas de
inhumación y de más-allá de la vieja Europa, la expectativa de co
rromperse fuera era doblemente insoportable.
Pero los eclesiásticos viajeros no habrían entendido su oficio si
no se hubieran preocupado desde el principio de dos flancos: de los
marineros de a bordo, a los que había que estabilizar ritualmente y
controlar motivacionalmente, y de los nuevos seres humanos de fue
ra, que fueron resultando interesantes progresivamente como futu
ros receptores del mensaje cristiano. Por lo que se refiere al flanco
de a bordo, la religión cristiana proporcionaba estímulos e imáge
nes de amparo; estas últimas, sobre todo en la navegación de las na
ciones católicas, bajo la figura omnipresente de la Virgen María pro
tectora, aquella Regina maris que después de la victoria de Lepanto
se representó también como Santa María de la Victoria: la Gran Ma
dre de los navegantes e intercesora-salvadora en peligros de muerte
y apuros marinos. In periculis maris esto nobis protectio. Bajo su manto
protector encontraban cobijo príncipes, patronos, capitanes, mari
neros e indígenas bautizados: parece que las flotas aparejadas, cuan
do navegan bajo el manto de María, sólo están expuestas a vientos
favorables. En las imágenes de culto de las capillas de navegantes, la
alta mujer cobija como por última vez a los suyos en la envoltura de
un vientre materno universal, o, al menos, a la marina entera bajo
una misma saya (un argumento definitivo para las amplias vesti
mentas de las mujeres y una de las últimas concesiones de la edad
moderna al sueño morfológico de la humanidad de cobijo de lo vi
vo en lo vivo). Otra vez se convierte aquí la esfera-abrigo del cielo
en un símbolo compacto de envoltura, de características personales,
aunque precisamente en esa época comiencen los cosmólogos a ha
cer del cielo algo desconsolador desde el punto de vista físico.
Por lo que respecta al lado o flanco de tierra, en la época de los
descubrimientos la religión cristiana significaba tanto como misión
en su segunda época: y, ciertamente, en su doble significado de am
pliación neoapostólica de la Iglesia y de flanco religioso del colonia
lismo. De las tendencias militantes, eclesiástico-coloniales y eclesiás
tico-beligerantes, de esa nueva praxis misionera fue corresponsable,
827
Alejo Fernández, Señora
de los navegantes, Alcázar de Sevilla.
Mapamundi misionero protestante,
finales del siglo xix.
en lo fundamental, la prácticamente incondicional sanción papal
de las primeras irrupciones portuguesas y españolas en los nuevos
mundos, dado que la curia vio, en principio, «en los Estados ibéri
cos el brazo providencial del mandato misionero universal»454. En su
apetito universalístico, Roma concedió a los conquistadores tan am
plios privilegios que la Iglesia católica había de retroceder pronto a
la posición de un secundante desposeído de poder, frente a los Es
tados colonizadores, a cuyo arbitrio quedó todo el poder real. No
obstante, el papa, sobre todo en los primeros tiempos de las expan
siones, había entrado en el escenario de la edad moderna no sólo
como su supremo mandante, sino también como notario de la glo-
balización: esto se manifiesta muy pronto en su papel eminente en
la sanción de los descubrimientos portugueses en África (con las bu
las Romanus Pontifex, de 1455, e Inter cetera, de 1456), y más aún, acto
829
«Ven y ayúdanos», grabado
de la portada de la Gaceta de la Sociedad
Misionera Noralemana, siglo XIX.
seguido, en sus funciones de arbitraje entre las pretensiones portu
guesas y las españolas por el dominio del mundo (la sanción del Tra
tado de Tordesillas de 1494 fue asunto ineludible <íe la Santa Sede).
Las pretensiones mayestáticas del catolicismo poscolombino sa
lieron a la luz con toda explicitud cuando el papa, invocando las
fuentes de su cargo y dignidad, se proclamó como el auténtico su
premo señor del mundo circunvolucionado45\ Bajo las condiciones
reales, las monarquías nacionales de Europa, también las católicas,
hubieron de sublevarse contra las pretensiones papales de priori
dad con vehemencia creciente. Se percibe algo de la tonalidad de
esas rebeliones cuando Francisco I, en el año 1540, conmina al en
viado del emperador a mostrar el Testamento de Adán y la cláusula
del papa en él, según la cual el rey francés quedaría excluido del re
parto del mundo.
Por lo que respecta a las misiones protestantes, estuvieron, des
de el principio, más claramente comprometidas aún que las católi
cas en funciones nacional-coloniales; en Leiden, en un seminario
830
de misiones de la Compañía de las Indias Occidentales, se forma
ban misioneros para el imperio colonial holandés como si la Iglesia
reformada recibiera su encargo no de Mateo 28, 19, sino de un man
dato de las sociedades de comercio libre ñoratlánticas. Ciertamen
te, la misión cristiana, más general: la exportación de las confesio
nes, ha sido el agens más importante de un principio-continuum
socioesferológico en el tránsito del Viejo al Nuevo Mundo, dado
que las prácticas religiosas en el exterior tuvieron que colocar en
primer plano los motivos de posible coincidencia específica y cul
tual entre los descubridores y los descubiertos. Una historia esfero-
lógica de la Iglesia tendría que reconstruir por sí misma el trabajo
de disposición de baldaquinos más amplios sobre los miembros de
la humanidad cristiana actual y potencial.
El éxito con el que especialmente las misiones católicas cum
plieron sus tareas globalizadoras a lo largo de cuatro siglos y medio
pudo observarse, bajo auspicios espectaculares, en la inauguración
del Concilio Vaticano Segundo, el día 11 de octubre de 1962, cuan
do obispos de no menos de 133 países hicieron su entrada solemne
en San Pedro de Roma: un logro asambleario que habría de consi
derarse único, si no fuera porque es superado regularmente por las
ceremonias de inauguración de los Juegos Olímpicos de la edad
moderna. Concilios y olimpíadas -ambas manifestaciones ejempla
res de proyectos europeos de reunión- ilustran lo que son capaces
de lograr paraguas o sombrillas universalistas. Pero precisamente
ellos, por muy imponentes que sean sus gestos de despliegue, ma
nifiestan la exclusividad insuperable de tales asambleas. Para cons
truir in actii un espacio interior de humanidad religioso o atlético
sólo pueden ser representantes, «interventores» o «elegidos» quie
nes sejunten realmente en él: la totalidad virtual sólo se produce
por la atención sincronizada de una humanidad de observadores.
Por ello, la cualidad totalizadora de tales reuniones viene expresada
menos por los presentes que por el simbolismo universalista de los
receptáculos arquitectónicos en que sucede la asamblea, que repre
sentan las típicas formas supremas de arquitectura esferológica-
mente comprometida: la catedral católica y el estadio laico neopa-
gano. En la catedral, las naves y la cúpula representan el poder de
831
Dignatarios eclesiásticos durante
la ceremonia inaugural del Concilio
Vaticano Segundo ante la basílica
de San Pedro en Roma, 1962.
Desfile del equipo alemán durante la inauguración
de los Juegos de Invierno de Albertville, 1992.
reunión de seres humanos de la confesión católico-romana, mien
tras que en el estadio, el motivo neofatalista «circo» aparece en es
cena como símbolo de la esfera del mundo cerrada inmanente
mente. Pero como las Iglesias, en su cotidianidad, sólo consisten en
reuniones parciales de la communio sanctorum yhan de acreditarse
en encuentros locales, están continuamente confrontadas con la ta
rea de organizar su conexión práctica en medios menos espectacu
lares, accesibles operativamente de modo permanente y convenien
temente tradicionales. En las Iglesias protestantes, con sus unidades
autónomas locales, a esto se añade que las fuerzas centrífugas re
percuten con mayor fuerza. Sobre todo las descolgadas comunida-
834
xxv Juegos Olímpicos, Barcelona,
ceremonia de clausura, 9 de agosto de 1992.
des puritanas de Nueva Inglaterra dependían de su capacidad de
conseguir estabilidad en la propia praxis ritual. Para recordar bajo
qué condiciones se llevó a cabo esta adhesión a formas traídas con
sigo, es útil haber visto con los propios ojos la reconstrucción de la
primitiva capilla de madera en la que los Pilgiim Fathers y sus parro
quianos se reunieron para celebrar sus ceremonias religiosas el 19
de noviembre de 1620, en el invierno tras su desembarco, cerca de
New Plymouth, en Cape Cod, en la bahía de Massachusetts. Nada
podría demostrar más claramente la primacía de la estructura ritual
frente al edificio físico que ese tosco granero, expuesto a las co
rrientes de aire, en medio de un pueblo con empalizada, levantado
Vermeer van Delft, Alegoría
de la fe (Nuevo Testamento),
ca. 1670, Nueva York, detalle.
con premura, respirando miedo. Así pues, no sólo en la provincia
heideggeriana los seres humanos son aquellos que habitan el len
guaje como la casa del ser; donde de verdad se instalan es en los
puntos dispersos del espacio global recién explorado, bajo los tol
dos de las tradiciones y de los dispositivos rituales de seguridad que
trajeron consigo.
836
22 Libro de los virreyes
Los dirigentes de las expediciones globalizadoras, los virreyes, al
mirantes y oficiales llevan también, en sí y consigo, junto a sus ideas
religiosas, sus ideales dinásticos al mundo. Las imágenes introyecta-
das de los mandantes regios, no de otro modo que los retratos efec
tivos transportados, se encargan de que la expansión en el espacio
exterior, tanto en instantes críticos como en horas de triunfo, pueda
vivirse como una emanación efectiva del centro personal de poder
patrio. Cuando los responsables de empresas de descubrimiento re
gresan físicamente o reflexionan sentimentalmente sobre sí mismos,
realizan gestos exteriores e interiores que confirman su pertenencia
al emisor europeo. Su actuación en el exterior es comparable con el
comportamiento del rayo de luz neoplatónico, que sale de un centro
para volverse tras llegar a su punto de reflexión y regresar al centro.
En ese sentido, todos los conquistadores y descubridores europeos
leales están de camino como rayos ejecutivos de lejanos reyes sol. In
cluso los emisarios más rudos del imperialismo, los men on the spot, se
sentirán portadores de luz al servicio de sus naciones. Si los agentes
europeos se presentan como grandes portadores es también porque
llevan hacia fuera un brillo dinástico mientras se apoderan de los te
soros de los nuevos mundos con la actitud de peones recolectores
que se llevan después la cosecha de retomo a sus países. Se mueven
en el haz de rayos del sistema patrio de msyestad y todos sus descu
brimientos permanecen la mayoría de las veces remitidos a salas de
trono y panteones del Viejo Mundo. Lo que se ha llamado la explo
tación de las colonias testimonia sólo la forma más sólida de unión a
la patria de los colonizadores. Sus empresas son inversiones de par
ticipaciones en el deseo de poder y en la majestad, que siguen for
mando parte de un stock de capital dinástico y nacional de la vieja Eu
ropa; sus victorias, como retums of investment, son introducidas en las
tesorerías de las majestades patrias, más tarde también en los tem
plos culturales de las naciones, los museos y los libros de historia. (El
tema arte-botín es tan antiguo como la globalización terrestre; a co
mienzos del siglo XVI se expusieron en Antwerpen piezas de oro de los aztecas sin que nadie hubiera planteado siquiera la pregunta por
837
Los padres jesuítas Müllendorf
y Dressel en Quito, Ecuador.
su dueño legal; Durero contempló con sus propios ojos esas obras de
un arte de otro mundo completamente diferente. )
Sin los iconos interiores de los reyes, la mayoría de los dirigentes
expedicionarios de la globalización temprana no habrían sabido pa
ra quién -excepto para sí mismos- tenían que conseguir sus éxitos;
pero, sobre todo, no habrían sentido por qué clase de reconoci
miento podían saberse completados, justificados y transfigurados.
Incluso las atrocidades de los conquistadores españoles en Sudamé-
rica y Centroamérica son sólo metástasis de la fidelidad a majestades
patrias que se hacen representar en el exterior con medios extraor
dinarios. Así pues, el título de virrey no sólo tiene significado jurí
dico y protocolario, sino que es, a la vez, una categoría que llega psi-
copolíticamente al fondo de la cosa misma. Tampoco está escrito
aún el libro de los virreyes, como no lo está el libro válido de los re
yes. Por medio de ellos, los monarcas europeos estaban presentes
siempre y por doquier en las expansiones externas del Viejo Mun
do, aunque nunca visitaran sus colonias in persona? TM. Bajo imagina
rios baldaquines de majestad, los conquistadores y piratas acumulan
sus botines para los príncipes.
838
Jacques Callot, Los 23 mártires de Nagasaki\
el año 1597 el sogún Toyotomi Hideyoshi (1582-1598)
hizo ajusticiar irónicamente more christiano
a miembros de la Orden de los Hermanos Menores.
Esto es verdad también, en cierto modo, para el rey de reyes es
piritual, el papa, que como portador de la corona de tres pisos qui
so convertir su trono en una hipermajestad para todo el globo. Fue
ron sobre todo sus tropas de elite, los jesuitas, que por su cuarto
voto estánjuramentados inmediatamente al papa como rey del ejér
cito del catolicismo militante, quienes desde mediados del siglo XVI
cubrieron el mundo entero con un sistema de distribución de de-
839
El papa Juan Pablo II con cardenales
en la Assembla Speciale per l’Asia el 13 de mayo de 1998,
Osservatore Romano, 15 de mayo de 1998.
voción al papa y respeto a Roma en el interior de la gente: una in
ternet de la sumisión devota de lejanías por las que se disemina el
centro. Ahí está el modelo común de las modernas sociedades de te
lecomunicación. El tele-fonazo, prefigurado por la tele-oración por
el papa; losjesuitas fueron el primer news group que se comunicaba
sólo por su red específica. Pero también el resto de las órdenes mi
sioneras, los franciscanos, dominicos, teatinos, agustinos, las con-
cepcionistas, clarisas de la 1. ayde la 5. aregla,jerónimas, canonesas,
carmelitas descalzas, y muchas otras: todas ellas estaban comprome
tidas, por su relación con Roma, en el proyecto de aportar éxitos a
la conquista espiritual y de expandir por todas las áreas del mundo
una commonwealth romana, asesorada y dirigida por el papa. Sólo en
el siglo XX tardío se le ocurrió al papa la idea massmediáticamente
concebida de viajar a las provincias de su reino moral como emba
jador de su propio Estado. Esto significa la irrupción del catolicismo
en la abierta carismocratía telemática: el camino romano a la Mo
dernidad.
El hecho de que la telecomunicación católica, incluso antes de
la época de la presencia real del papa, no se las valiera sin mecanis
mos mágico-telepáticos corresponde a las leyes de la comunicación
metafísica en grandes cuerpos sociales. El cadáver del gran misio-
840
ñero jesuíta en Asia, Francisco Javier, que había colonizado India y
Japón para la Iglesia romana, encontró en Goa su último lugar de
reposo. El brazo derecho del santo, «cansado de bautizar a decenas
de miles de personas», fue traído a Europa y se conserva aún hoy día
en la iglesia madre de la Orden, II Gesu de Roma, como la reliquia
más preciada de la globalización.
23 La biblioteca de la globalización
Pero ¿qué sucede si los participantes en las empresas de mando
de la temprana globalización terrestre no son capitanes fieles al rey,
ni misioneros fieles al papa o a Cristo? En principio, no tienen por
qué considerarse excluidos de las superiores oportunidades de co
bertura y transfiguración que depara la expansión europea. Para los
pioneros de la colonización del mundo orientados a lo laico había
medios y vías por los que podían colocarse bajo uno de los balda
quines seculares de la globalización, e incluso el espíritu no com
prometido religiosamente tenía buenas perspectivas de sentirse a
gusto en el proyecto última-esfera. Quien no aportaba nuevos terri
torios a un rey europeo o nuevos creyentes a la Iglesia podía atracar,
no obstante, en puertos europeos como un conquistador y un apor
tador de tesoros, con tal de que supiera hacerse útil como agente de
las nuevas ciencias experimentales europeas. Estas disciplinas ansio
sas de mundo, que se agrupan en tomo a la geografía y a la antropo
logía, se constituyen patéticamente al comienzo de la edad moder
na como ciencias nuevas y como acumulaciones de conocimientos
que llevan escrita en la frente su modernidad metodológica.
Caracteriza esos conocimientos el hecho de que se acumulen co
mo un segundo capital: un capital, ciertamente, que pertenece a
una humanidad ilustrada en su conjunto y que ya no podía subs
traerse al uso civil y público por obra de teóricos del arcano, priva-
tizadores del saber, magos locales, y, sobre todo, por príncipes y por
sus portadores de secretos. Sobre el trasfondo de las nuevas ciencias
de los seres humanos exteriores, de la naturaleza aprovechable y de
la tierra habitada, un europeo alfabetizado nunca había de sentirse
841
El padre jesuita Schall von Bell explica
hechos geográficos en la corte del emperador chino;
tapiz de la manufactura de Beauvais, siglo xvm.
completamente apartado del flujo de sistemas de sentido patrios, in
cluso en la soledad más remota de islas y continentes extraños. A
cualquier vida en el frente exterior lo rodeaba potencialmente un
aura de experiencia acumulada que podía proyectarse en docu
mentos literarios. Innumerables navegantes y exploradores soñaron
en su inmortalización en mapas terrestres y marítimos. La gloria
cartográfica es sólo un caso especial de lo que podía llamarse la fun
ción general baldaquín de las ciencias experimentales europeas
durante el proceso de globalización. Esa función protege actual y
potencialmente a los actores en las líneas exteriores del peligro de
sumirse en la blancura absurda y hundirse en depresiones que pu
diera suscitar el choque con la novedad, diferencia, extrañeza, des
consuelo inasimilable.
Las ciencias empíricas -con sus géneros literarios filiales: libro
de viaje y novela exótica- transforman potencialmente en observa
842
ciones todas las circunstancias de fuera, y todas las observaciones,
en comunicaciones que pueden registrarse en el gran libro de la
teoría neoeuropea: pues observadores no son más que sujetos que
escribirán lo que han visto o encontrado. Esto vale especialmente de
la edad de oro de los exploradores-escritores, de la que nombres co
mo Louis Antoine de Bougainville, Jacques-Étienne-Victor Arago,
Reinhold y Georg Forster, Johann Gottfried Seume, Charles Dar-
win, Alexander von Humboldt, Henry Morton Stanley sobresalieron
ocasionalmente, al menos por lo que respecta al número de sus lec
tores, hasta alcanzar el nivel de la literatura universal. Es típico del
hábito moderno del traer, contribuir, colaborar, ir-hacia-delante y
sistematizar el hecho de que las investigaciones o exploraciones
esenciales transcurran en forma de concurso o competencia. A los
viajes-concurso para ver quién llega antes a una meta a alcanzar co
rresponden aquí los escritos-concurso en el campo del honor cien
tífico: cosa que valía sobre todo para la exploración polar, histeriza-
da hasta el fondo, cuyos protagonistas aparecieron a menudo como
rapsodas de sus propios asuntos y como publicistas de sus penalida
des de explorador. Con este entrelazamiento de exploración y tea
tro se hizo reconocible a nivel popular que cualquier tipo de expedi
ción científica es un asunto mediático. Sin su reflejo en un medio
exaltante y transfigurador es imposible que los héroes de la globali-
zación hubieran podido tener suficientemente claros (o no claros)
sus objetivos.
Pero, en principio, no son tanto los medios de masas los que pro
vocan las expediciones. Todos los implicados -con dotes para escri
bir- en las salidas a lo desconocido fijan sus miras, más bien, en un
hipermedium imaginario, sólo en el cual puede ser registrada y trans
mitida la historia de sus éxitos solitarios de fuera. El baldaquín bajo
el que se reúnen todas las soledades de los exploradores tenía que
ser un fantástico libro integral: un libro de los récords cognitivos en
el que no se olvidara a nadie que hubiera destacado como aporta
dor de experiencia y como contribuyente al gran texto de la colo
nización del mundo. Antes o después tenía que suceder que se em
prendiera la publicación real de ese imaginario hiperlibro de las
ciencias experimentales europeas. Caracteriza el genio práctico de
843
Giulio Paolini, El ojo de Calvino,
en Letra Internacional, 43 (1998).
La mano de Rudyard Kipling escribiendo.
los ilustrados franceses el que éstos, ya a mediados del siglo XVIII, ca
si a mitad todavía de la globalización terrestre, reunieran las ener
gías suficientes para llevar a cabo el proyecto de una Enciclopedia del
saber valioso. Ella proporciona al baldaquín teórico, hasta entonces
informal, la figura
saber. En él puede
saber, incluso a los
negro de las letras
bro de las ciencias.
obligada del círculo, que ordena y abarca todo
darse forma cognitiva valiosa a los registros del
que provienen de las fuentes más lejanas. Así, el
celebra su victoria sobre el blanco en el hiperli-
Pero que la reunión y traída a casa de experiencias puede tener
un lado subversivo -o en caso concreto, al menos, poco delicado-
fue algo que Federico II de Prusia hubo de experimentar en su con
tacto personal con el viajero del mundo y explorador de la naturale
za Reinhold Forster, quien parece que durante su presentación ofi
845
cial, tras la consecución de una cátedra de ciencias naturales en Ha
lle, le dijo, algo más francamente de lo usual en la corte, que hasta
entonces había visto en su vida cinco reyes, tres salvsyes, dos trata
bles, «pero ninguno como Su Majestad». El gran Federico tomó esto
como palabras de un «tipo archigrosero». Pero, entonces, ¿cómo
tendría que habérselo dicho? Si, por fin, los reyes del Viejo Mundo
pueden ser tratados empíricamente también, como los exóticosjefes
de tribu (si también las cortes europeas son observables como meros
emplazamientos de majestad), no se puede ya seguir ocultando a los
grandes señores y a su séquito que su tiempo se acerca al final4’7.
24 Los traductores
Mientras que el hábito de la contribución a las ciencias experi
mentales europeas se pudo desarrollar bajo el superbaldaquín de
un fantasma-libro enciclopédico, la tarea de los investigadores del
lenguaje y etnólogos fue la de elaborar trabajosamente el exterior
lingüístico en una plétora de encuentros individuales con lenguas
extranjeras concretas. Las lenguas europeas de los descubridores se
encontraron frente a un multiverso semiótico de enorme diversi
dad, compuesto de al menos 5. 000 (según la cuenta de la Unesco,
6. 700) auténticas lenguas y de una multiplicidad difícilmente esti
mable de dialectos y subdialectos, a todos los cuales pertenecían in
variablemente mitologías, cielos de dioses, ritualismos, artes y ges-
tualidades propias. A la vista de esa multiplicidad, que se burla de
cualquier sinopsis, ha de desvanecerse como por sí mismo el sueño
de un hiperlenguaje omniintegrador. Tanto a los descubridores co
mo a los descubiertos sólo les quedan dos estrategias para orientar
se en esa situación neobabilónica: una, la imposición a la fuerza de
las lenguas de los señores coloniales como lenguas universales de
circulación, cosa que, con suerte diversa, consiguieron al menos el
inglés, el español y el francés en diferentes lugares del mundo; otra,
la penetración de cada una de las lenguas concretas por el habla tra
ducida de los nuevos señores. Ambos caminos hubieron de iniciar
se simultáneamente, y, tanto en uno como en otro, el aprendizaje de
846
lenguas -y con él, a la vez, la traducción- se revela como la clave
de los procesos esferopoiéticos concretos y regionales. Da igual que
uno se incline por teorías pesimistas u optimistas de la traducción:
el bilingüismo o plurilingüismo cumplió, en cualquier caso, una de
las funciones-baldaquín regionales más importantes durante la glo-
balización en marche. En ello algo queda como un hecho: que las len
guas europeas de los señores atrajeron hacia sí la lengua local más
de lo que las lenguas del lugar absorbieron los idiomas de los colo
nizadores458. Fue una sagaz intuición del político-historiador Wins-
ton Churchill escribir la historia de la potencia mundial inglesa no
simplemente como la historia de un imperio, sino como la de un es
pacio lingüístico: History of the English Speaking People. Previo, obvia
mente, que de la commonwealth sobreviviría, ante todo, el common-
speak. Este arreglo no sólo satisfizo la necesidad de los ingleses de
presentar sólo como una cuestión de pronunciación la fractura en
tre Gran Bretaña y los Estados Unidos de América, sino que mantu
vo abierta también la opción de entrada de nuevos grupos políticos
y círculos culturales en el club de los pueblos angloparlantes. Y, de
hecho, si se miden las cosas por el criterio lingüístico, hoy están in
corporados a la imprescindible red lingüística anglófona, como
nuevos pueblos artificiales, todos los científicos naturales, pilotos,
diplomáticos y gentes de negocio; a ella se conecta, finalmente, el
bello y nuevo mundo de la música pop. En la anglofonía, como en
la religión y en la conversación de límites débiles, el medio es real
mente el mensaje.
Por 16tjue respecta al mensaje cristiano, no podía esperar en su
segundo ciclo misionero que la demanda llegara hasta él desde las
5. 000 lenguas extranjeras. Tuvo que traducirse a sí mismo al len
guaje de los otros para explicarles por qué era necesario para la sal
vación. La suma de lo que han ofrecido los traductores cristianos en
los últimos quinientos años con el fin de anunciar su fe en lenguas
extranjeras, al menos desde el punto de vista cuantitativo, y quizá
también desde el cualitativo, representa probablemente la aporta
ción cultural más considerable de la historia de la humanidad: al
menos, la autotraducción del cristianismo moderno al sinnúmero
de culturas determinadas es, hasta ahora, el testimonio más pode
847
roso de las posibilidades y dificultades de una ecúmene transcultu
ral operativamente concreta. Al final del siglo XXse cuenta con 2. 212
traducciones a auténticas lenguas de partes del Nuevo Testamento,
de donde expertos en el aüas lingüístico deducen que el mensaje
cristiano se ha abierto camino al menos a una de cada tres comuni
dades lingüísticas sobre el planeta, entre ellas no pocas en las que el
primer libro que apareció fue el Nuevo Testamento. Este estado de
cosas, que, por una parte, considerado desde la inmanencia históri-
co-eclesiástica, pudo ser descrito como la prosecución del milagro
de Pentecostés con medios gutenbergerianos, delata, a la vez, la par
ticularidad insuperable del mensaje más inclusivo; la inaccesibilidad
de las llamadas pequeñas lenguas pone un límite fáctico a la efecti
va expansión universal del Evangelio cristiano. En consecuencia, in
cluso las prácticas apostólicas de difusión, por muy penetrantes y
victoriosas que hayan sido, no consiguieron realizar el sueño mo
derno de la construcción de un imperio eurocéntrico de mensajes
que se infiltrara hasta el nivel capilar. Además, Hollywood, la me
trópolis pacífica de las imágenes, ha quitado la primacía a las cen
trales emisoras mediterráneas, Roma yJerusalén. Sus mensajes ya
prometen las ganancias más lucrativas si consiguen promocionarse
en dos docenas de versiones sincronizadas.
25 Mundo sincrónico
Modera times: medio milenio después de los viajes d^Colón se
presenta la tierra circunvolucionada, descubierta, representada,
ocupada y utilizada como un cuerpo entretejido en una tupida red
de movimientos circulatorios y rutinas telecomunicativas. Cubiertas
virtuales han sustituido al imaginado cielo de éter de otros tiempos;
mediante sistemas de transmisión la eliminación de la lejanía se ha
implementado técnicamente por doquier en los centros de poder y
consumo. Desde el punto de vista aeronáutico la tierra se ha redu
cido a un trayecto en jet de cincuenta horas como máximo; en el ca
so de las vueltas en torno a la tierra de los satélites y de las circun-
voluciones-Aíír, se han conseguido unidades de tiempo de noventa
848
minutos, y menos; para mensajes de radio y de luz la tierra se ha re
ducido casi a un punto fijo: rota como esfera temporal-compacta en
una mantilla electrónica que la rodea como una segunda atmósfera.
Con ello, sobre todo mediante los grandes avances técnicos de la
segunda mitad del siglo XX, la globalización terrestre ha avanzado hasta un punto en el que se consideraría una idea extravagante vol ver a exigir de ella que sejustificara. Así como en el siglo XIX la ocu pación fáctica de un territorio se había convertido en el argumento definitivo de los Estados nacionales europeos para la formulación de sus pretensiones coloniales, la consumación fáctica de la globali zación terrestre se ha convertido en el argumento autofundante del proceso como tal. Tras una fase de arranque de varios siglos la glo balización se estabiliza en sí misma progresivamente como un com plejo de movimientos rotantes y oscilantes que se mantienen por su propio ímpetu. En el reino de los capitales circulantes el momentum ha sustituido a los fundamentos. Consumación sustituye a legitima ción; los hechos se han convertido en normas y niveles.
Lo que puso en marcha el siglo XVI, el XX lo ha llevado a su per fección: con tal de que el dinero se haya detenido en él, ningún punto de la superficie de la tierra puede eludir el destino de con vertirse en un emplazamiento. La revolución liquidadora o licue- factora sigue rodando, las olas crecen. Todas las ciudades se han convertido en ciudades portuarias, pues cuando las ciudades no van al mar, los mares vienen a ellas (la nueva supermercancía informa ción no llegó sobre high-ways a los aledaños -como sugería una fal sa metáfora de comienzos del discurso de la red-, sino sobre co rrientes navegables en los océanos de datos). En este sentido, Davos es hoy una ciudad de mar.
Por sus viejos y nuevos medios la globalización comunica per
manentemente que está sucediendo y que avanza y que no acepta
alternativas a ella. De ahí su independencia peculiar de toda filoso
fía y demás expresiones de la teoría reflexiva. Como una segunda
naturaleza o un destino, no sejustifica ante ninguna instancia críti
ca; ya sólo mantiene monólogos, en los que se afirma y reafirma co
mo fuerza superior. La descripción de la situación ha sustituido a la
crítica. En todo caso, la marcha del mundo puede explicarse a sí
849
misma como la forma más amplia de un act of God que se lleva a ca
bo por la suma de acciones humanas, cuya realización no pueden
impedir, por ahora, voluntades contrarias por muy generales que
sean.
Tras el hecho de que la tierra está circunvolucionada y que los
pueblos y culturas más alejados han accedido a ella bajo la presión
de la mediación, no puede ya retroceder ocupación teórica alguna
con el presente. En este sentido la globalización terrestre es com
parable a un axioma, el uno y único hecho del que puede partir una
teoría de la era presente. Aunque los pueblos diseminados hayan vi
vido hasta ahora en sus endocontinentes como en estrellas separa
das, escondidos del exterior en sus clausuras lingüísticas y territo
riales, se ven obligados por la revolución destructora de lejanía de
la Modernidad a admitir que, ahora, a causa de su desdichada ac
cesibilidad por los otros agresores, viven en uno y el mismo planeta,
en la estrella de los desencubiertos.
Pero, dado que la globalización terrestre es un mero factum que
ha aparecido tarde y bajo circunstancias singulares, no se puede in
terpretar como manifestación de una verdad eterna o de una nece
sidad ineludible. Sería exagerado ver en ella la expresión natural
del axioma biológico de que todos los seres humanos sobre la tierra
constituyen una única especie. Tampoco demuestra la idea metafí
sica de que todos los seres humanos participan en definitiva de uno
y el mismo tesoro de verdades irrevisables (aunque muchos lo crean).
Ylo que no refleja, desde luego, es una ley moral hipotética de que
todos los seres humanos han de pensar en todos los demás, a ser po
sible tratando de compenetrarse y mostrando interés y simpatía. Sí,
los hechos de la globalización llevan cruelmente ad absurdum preci
samente el supuesto ingenuo de una franqueza potencial de todos
con todos. Al contrario, la finitud ineludible del interés de seres hu
manos por seres humanos ha de hacerse cada vez más evidente en
el curso de la interconexión mundial: sólo cambia el acento moral,
y, ciertamente, en dirección a la inculpación obligada (acompaña
da de enervación creciente). Lo que caracterizaba «por naturaleza»
hasta hace muy poco a «todos los seres humanos» sin excepción era
su común y universal inclinación y capacidad de, o a, ignorar sin
sentimiento de culpa la tremenda mayoría de seres humanos que
850
Joseph Arnold, la cámara del tesoro
de la familia de grandes comerciantes
en hierros y socios mineros Dimpfel,
de Regensburg, 1608, detalle.
Franklin D. Roosevelt y Molotov
en la sala de mapas de la Casa Blanca, 1942.
«Los mapas enrollables estaban tan bien colocados
que el presidente, sentado en su escritorio,
podía desplegar simplemente el mapa de
cualquier parte del mundo que quisiera estudiar»
(Gilbert Grosvenor).
hay fuera del propio receptáculo étnico. En tanto que pertenecien
tes a una especie de seres vivos dispersos -y esta su diáspora fáctica
es felizmente insuperable incluso después de la revolución del trá
fico mundial-, los seres humanos, en sus clanes, etnias, barrios,
clubs y grupos de interés, están fáctica e inexorablemente desenre-
852
Theodore Rooseveh (1858-1919).
dados de aquellos que pertenecen a otras unidades de identidad o
a otros escenarios de mezcla. Entre los efectos de la globalización
sobresale, sin embargo, el hecho de que ella ha elevado a nueva nor
ma lo más improbable antropológicamente: el incesante contar con
los otros lejanos, con los extraños al propio receptáculo.
El mundo globalizado es el sincronizado; su forma determinan
te de tiempo es el presente construido; su convergencia temática se
encuentra en actualidades459.
Es verdad que también en el futuro, países y seres humanos en
los que es de noche quedarán en la sombra de la tierra; pero el
mundo como mundo ha perdido sus sombras, se ha quedado sin
noche, ha caído bsyo el despiadado imperativo-día; en el espacio
global representado ya no hay tiempos-afuera. Además, las formas
de pensamiento del mercado mundial y de la incipiente política «in
terior» mundial instan a la defensiva a la ignorancia inmemorial de
distancias y extranjeros a los que supuestamente nunca se encon
trará y encierran a los implicados en una arena de oportunidades de
encuentro reales y de presiones crónicas de contacto. El resultado
antropológico de la globalización: la síntesis lógica de la humanidad
en un poderoso concepto de especie y su unificación en un mundo
sincrónico de tráfico y circulación es producto de denodados es
fuerzos y logros abstractivos constructores y de aún más denodados
movimientos circulatorios, constructores también.
Lo que antes se dijo sobre la preeminencia del viaje de ida en la
historia del movimiento circulatorio universal alcanza aquí su pun
to esencial: sólo hay «ser humano» y «humanidad» después de que
durante siglos de viajes de ida de los europeos hacia los otros se ha
ya establecido el horizonte antropológico como plenum virtual de
los pueblos y de las culturas; un movimiento que, desde hace poco,
con el comienzo de la descolonización, tiene que prestar atención y
cuidarse del creciente tráfico en sentido contrario. Este tráfico en
sentido contrario se mezcla con los gestos del retomo de los euro
peos a sí mismos, y el resultado de esa mezcla se llama multicultu-
ralismo o hibridación de los mundos de símbolos. «La humanidad»:
aparece, con interconexión de redes y autodescubrimiento progre
sivo, en el escenario del pensamiento contemporáneo como el vago
854
Cadena de montaje en la fábrica
Replogle Globes Inc. , Chicago.
y disperso parasujeto de una historia universal de lo contingente460:
un recién llegado tardío, cuya aparición queda sometida, si no ya a
su carácter interior, sí completamente a las circunstancias casuales
de su descubrimiento y organización.
26 Segunda Ecúmene
La «humanidad» no se constituye por la libido de formar una es
pecie y procurarse los medios de reunión necesarios para ello. Más
bien, la asamblea antropológica sólo se ha producido por los lazos
coactivos del colonialismo, y, tras su disolución, por las necesarias
interconexiones que se hacen valer en sistemas de crédito, inver
siones, tráfico físico de mercancías, penetraciones turísticas, expor
tación cultural, intervencionismos policíacos internacionales y ex
tensión ecológica de normas. La pretensión de la actual Segunda
Ecúmene no se manifiesta tanto en que los seres humanos hayan de
admitir por doquier que los seres humanos de cualquier otra parte
son sus iguales (es considerable el número de quienes lo niegan ex
plícita o encubiertamente), sino en que han de soportar la presión
creciente de la cooperación, que los apiña frente a riesgos comunes
855
y amenazas supranacionales, convirtiéndolos en una comuna auto-
constrictiva. Lo que se ha mostrado para los modernos Estados na
cionales: que sólo pueden mantenerse en forma por medio de una
permanente comunicación autoestresante, parece verificarse en
medida creciente para la todavía informal comunidad de Estados
planetaria. Estrés autógeno es la base de todas las tecnologías de
consenso de gran formato461.
En vistas de ello, la actual política internacional se transforma de
modo significativo: parece salir ante nuestros ojos de la era de las
grandes acciones y entrar en la era de los grandes temas (es decir,
de los grandes riesgos, que cuajan en universales o instituciones se
mánticas de nuevo tipo), que han de ser trabajados minuciosamen
te en negociación permanente. La política de temas y su circo de
reuniones correspondiente sólo prosperan como producción de es
trés global autógeno. Sus representantes negocian por una huma
nidad que se va constituyendo progresivamente como integral o glo
bal por comunas de estrés que se acercan y abordan unas a otras.
Este plenum virtual de la humanidad de tráfico y comunicación,
realmente conectada, movida por temas, que ha resultado de la glo-
balización moderna a través de los imperios coloniales y de su su
peración en relaciones de mercado mundial, no representa la pri
mera figura de la comuna antropológica que se concibió en la
historia de las autoorganizaciones y autodescubrimientos humanos.
También para los europeos precolombinos había aparecido ya en el
horizonte una idea de unidad de especie, articulada clásicamente
en el concepto griego de oikuméne o de «mundo habitado». El he
cho de que el mundo colonizado por seres humanos se limitara en
tonces a la cultura mediterránea helenístico-romana, y en la perife
ria sólo alumbrara la trinidad-continente tolemaico-térrea (resto
de)Europa-Asia(occidental)-Africa(del norte), no resta nada de su
magnanimidad a esta idea de especie. Lo principal de la antigua
concepción de ecúmene no es la idea de que la totalidad de los se
res humanos hayan de estar en casa en alguna parte. A los antiguos
no se les ocurrió enseñar que los seres humanos sean en todos los
pueblos animales económicos (oikein, habitar) o seres deficientes
que dependen de una casa, que no pueden prescindir de un techo
856
sobre la cabeza ni de todo lo demás que pertenece a un acomodo
completo en el suelo. Para el ecumenismo antiguo los seres huma
nos no aparecen como aquellos seres vivos que tienen derechos por
que físicamente todos ellos necesiten lo mismo y se sientan unidos
por ello; más bien, en el pensamiento de los filósofos tempranos, los
seres humanos están unidos ontológicamente como los seres que,
más allá de sus simbolismos locales, participan en conjunto en uno y
el mismo secreto del mundo. Son los seres que contemplan la mis
ma luz y a quienes les sobrepasa la misma pregunta. Esta idea de la
participación universal en un superfundamento revelado y oculto de
la realidad constituye lo que podría llamarse, con Eric Voegelin, la
Primera Ecúmene de Occidente (como es sabido, también existía, al
lado, la versión china de la idea de una totalidad civilizada, recogida
en el concepto t’ien-hsia, «todo bajo el cielo»), expresión que se tra
duce también, sin ambages, por «imperio»462. Retrospectivamente,
Voegelin formuló con precisión la estructura metafísica de la prime
ra idea de una humanidad unitaria en la Antigüedad occidental:
La humanidad occidental no es una sociedad que exista en el mundo,
sino un símbolo que remite a la conciencia del ser humano de participar
en su existencia terrena en el misterio de una realidad que aspira a ser
transfigurada. Humanidad universal es un índice escatológico.
[. . . ] Sin universalidad no habría humanidad, a no ser como agregado de
los miembros de una especie biológica; no habría historia de la humanidad,
como no hay una historia de la gateidad o de la caballeidad. Si la humani
dad ha de tener historia, sus miembros han de ser capaces de responder a la
conmoción de la presencia divina en sus almas. Si ésta es la condición, la hu
manidad está constituida por el Dios al que responde el ser humano. De es
te modo aparece claro cómo una aglomeración casual de sociedades del mis
mo tipo biológico conforma una única humanidad con una única historia:
gracias a su participación en el mismo flujo de presencia divina463.
En consecuencia, el fundamento de unidad de la «humanidad»
proyectada al modo de la antigua Europa no habría que buscarlo en
el tráfico de mercancías circunmediterráneo, ni en la síntesis impe
rialista de los pueblos que produjo el dominio de Roma. Más bien,
857
los seres humanos de la Antigüedad, en virtud de sus supremas au-
tointerpretaciones, son una «comunidad de problemas»: iluminada
por participación común en evidencias noéticas y pneumáticas com
parables, y solidarizada por una misma estructura enigmática de la
existencia. La dignidad del género humano fue componerse de seres
sobrepasados por el mismo fundamento inconmensurable. Es ver
dad que estuvo reservado a los romanos el desarrollar las máquinas
de guerra y los medios de comunicación que hicieron que se les so
metiera el mundo habitado en tomo al Mediterráneo; pero después
de que se hubieran expandido victoriosamente por todos lados, los
conquistadores hubieron de dejarse conquistar por dos pueblos con
quistados. Si, primero, según el verso de Horacio, «la Grecia vencida
atenazó al vencedor salvaje», fue porque la teología filosófica griega
había descubierto las estructuras de una voz de la razón percibióle
universalmente -se diría, mejor, por una técnica de evidencia lo su
ficientemente madura como para ser exportada-, que potencialmen
te fue capaz de mostrarse en el puro pensar a todos los seres huma
nos, sin consideración de su particularidad étnica. Voegelin celebró
esta «epifanía noética» como la contribución indeleble de Grecia a
una philosophia perennis presuntamente relevante también desde el
punto de vista cultural-universal464. Ysi, después, tambiénJerusalén se
impuso a Roma bajo el signo cristiano, fue sólo porque, mediante su
mensaje de la íntima y pública comunidad de Dios con las almas de
los creyentes en la ekklesia, condujo el motivo de una «teofanía pneu
mática» a un despliegue universal, no delimitado ya étnicamente.
Roma se elevó a la categoría de Ciudad Eterna no sólo en nombre de
sus dioses nacionales de mayor éxito,Júpiter, Marte, Virtud, Victoria,
sino porque fue capaz de transformarse en una Segunda Jerusalén,
y, en límites menos amplios, en una Segunda Atenas. Gracias a su ca
pacidad de asimilación y traducción, Roma se convirtió en la capital
de la Primera Ecúmene y en la fuente metafísica de energía de la vie
ja Europa. Mucho tiempo antes de las universidades y de las acade
mias modernas la Roma aetema se presentaba como la sucursal terre
na de la evidencia: tras Atenas yJerusalén, quiso ser la ciudad donde
se muestra lo que es; exigía que todo vi¿ye a Roma se convirtiera en
una peregrinación a la evidencia (y al misterio).
858
Pero la globalización terrestre descentró también a la ciudad de
las ciudades y, de central emisora metafísica del orbe terráqueo de la
antigua Europa, hizo de ella un mero emplazamiento entre otros. No
habría que minusvalorar la circunstancia de que los cincuenta y seis
firmantes de la declaración de independencia americana del 4 deju
lio de 1776, casi sin excepción masones y metafísicos-amateur, apelen
en primer lugar a la evidencia y declaren después los derechos hu
manos: como si hubieran comprendido que las emancipaciones de
Europa no tienen éxito mientras no se consiga primero una transfe
rencia de la verdad al otro lado del Atlántico: «Consideramos eviden
tes estas verdades, a saber, que todos los seres humanos están igual
mente constituidos. . . » (Weholdthesethruthstobeselfevident. . . ).
Para la comuna antropológica del actual proceso de globaliza
ción avanzado ya no se contempla un fundamento metafísico de
unidad del tipo de la «presencia divina» voegeliniana en cada alma.
La Segunda Ecúmene ha echo saltar los universales de la Primera;
ha provisto con el predicado de provincianos los conceptos de mun
do tanto griego como cristiano y sus evidencias lógicas. El cristianis
mo ha tenido que hacerse certificar su particularidad insuperable y
sólo un futuro lejano demostrará si es capaz de conseguir, por el
avance hacia un «ethos universal», autoridad ecuménica ampliada:
un proyecto en el que trabajan Hans Küng y otros con el ímpetu de
nuevos Padres de la Iglesia (aunque quizá sólo pueda haber ya pri
mos de la Iglesia). Sólo es seguro que ninguna de las llamadas reli
giones universales, tomadas en sí mismas, podrá cualificarse jamás
como el Gran Vehículo para todas las fracciones de la humanidad.
A cada una de ellas le resultará difícil con el tiempo mantener sus
cuotas en el mercado mundial de las necesidades metafísicas. Y de
lo que no tienen perspectiva alguna las religiones universales sinté
ticas es de imponer a la comuna antropológica un lenguaje metafí
sico unitario y un vocabulario definitivo, en ese sentido465: sobre to
do porque en el mundo del futuro, en un tiempo no muy lejano, los
lenguajes de los vencedores y los lenguajes de los perdedores se irán
separando cada vez más, aunque en este momento, en los medios y
parlamentos de las sociedades del bienestar en el poder, se vuelva a
hacer el ensayo de mantener un lenguaje socialdemócrata de unidad
859
para un mundo sin perdedores466. En esta situación parece plausible
colocar más bajas las expectativas en el concepto de un fundamen
to de unidad de la especie de lo que las pusieron los enunciados
exaltados de las teologías noéticas y proféticas en la era de la Pri
mera Ecúmene.
De todos modos, la Segunda Ecúmene sí puede aprender de la
Primera reconstruida que no procede o no es posible remitirse a
«fundamentos» biológicos para la puesta en evidencia de un funda
mento de unidad de la humanidad: incluso tampoco cuando ha en
trado en liza una genética más reciente, políticamente correcta, que
certifica para todos los seres humanos la pertenencia a un gen-pool
ampliamente homogéneo. Este racismo adámico es un sistema ilu
so de la misma estructura que todos los colectivismos biológicos an
teriores a él, incluso si ahora los argumentos genéticos se utilizan
para la unificación de las razas y no ya para la discriminación. Tam
poco la Segunda Ecúmene podrá expresar la unidad del género hu
mano -por utilizar por un instante el lenguaje del siglo XVIII- me
diante una physis común, sino sólo por una situación o condición
común. Pero esta condición sólo es determinable ya ecológica e in-
munológicamente.
La unidad de los seres humanos en su especie diseminada se ba
sa ahora en que todos, en sus correspondientes regiones e historias,
se han convertido en los sobrepasados, sincronizados, en los afecta
dos y humillados desde la lejanía, en los desarraigados de sí, conec
tados, excesivamente requeridos: en emplazamientos de su ilusión
vital, en direcciones de capital, en puntos en el espacio homogéneo,
a los que se retoma y que retoman a sí mismos: más vistos que vi
dentes, más entendidos que entendedores, más atrapados que atra
padores. En el retorno a sí mismo, cada uno y cada una tiene que
intentar comprender, ahora, la ventaja o desventaja de ser el que es.
La «humanidad» tras la globalización: seres humanos, en su mayo
ría, que se han quedado en su propia piel, las víctimas de la des
ventaja de emplazamiento «yo».
Sin ninguna filosofía, el mismo curso del mundo ha desplazado
del centro a los seres humanos de modo imprevisto, no-teológico.
En el proceso de globalización los seres humanos no sólo se sienten
860
anticuados -como han dicho, resignándose, muchos teóricos de la
enajenación-, sino que se han convertido en extraños para sí mis
mos: en seres que vuelven a sí desde fuera y no pueden estar segu
ros de que haya alguien en casa cuando entran en sí mismos.
Si en la Primera Ecúmene el ser humano ejemplar era el sabio,
que meditaba en su relación rota con el absoluto, y el santo, que por
una gracia incomprensible podía sentirse más cerca de Dios que el
pecador usual, el ser humano ejemplar de la Segunda Ecúmene es
el prominente, que nunca comprenderá por qué él ha tenido más
éxito que los demás, y el anónimo pensador, que se abre a las ex
periencias clave de esta era: por una parte, a las siempre retoman
tes revoluciones, como «manifestaciones del infinito aquí-y-aho-
ra»467, por otra, a la vergüenza que afecta más que el pecado original
a toda vida lúcida: nunca haber hecho lo suficiente contra la degra
dación general de lo vivo.
En la última esfera, el emplazamiento de la Segunda Ecúmene,
ya no habrá ninguna esfera de todas las esferas: ni una informática,
ni una estatal-universal, ni, sobre todo, una religiosa. Incluso inter
net, por muy grandes que sean sus potenciales, como sistema de su-
perinclusión crea, a la vez, una superexclusividad complementaria.
La esfera, que sólo consiste en superficie, no es una casa para todos,
sino un mercado para cualquiera. En los mercados nadie está «con
sigo»; nadie ha de intentar estar como en su casa allí donde cam
bian de dueño dinero, mercancías y ficciones. Mercado mundial es
un concepto que significa la constatación (y pretensión) de que to
dos los ofertantes y clientes se encuentran en una exterioridad ge
neral. Mientras haya mercado mundial o mercados mundiales fra
casarán, por la preeminencia insuperable del exterior, todas las
especulaciones sobre la recuperación de una panorámica, centrada
doméstica o metropolitanamente, de un espacio interior integral
llamado humanidad. Si la Edad Media no consiguió encajar con
céntricamente la esfera de Dios y la esfera del mundo468, que signi
ficaría sólo una locura adicional que la Modernidad emprendiera el
híbrido proyecto de integrar la multiplicidad de los emplazamien
tos culturales y empresariales como subesferas en una monosfera
concéntricamente edificada. Esto es lo que parece, ciertamente,
861
Gran almacén Tietz,
Berlín, 1899-1900.
que ha minusvalorado el propio Marshall McLuhan cuando se en
tregó a su visión de la aldea global: «Las ampliaciones mediáticas
del ser humano conducen a la humanización del planeta»469. Por
muy generosas que fueran las expectativas del gran teórico de los
medios: la extinción imparable de las configuraciones centrístico-
imperiales de la forma del mundo ha sustraído el fundamento (la
posición central del remitente absoluto) también al catolicismo elec
trónico.
La última esfera sólo permite ya constructos en línea horizontal,
lo que no excluye edificios altos aislados. Demanda joint ventares,
transacciones interculturales bajo cielos artificiales, no demasiado
empinados; reclama foros, podios, baldaquines, patrocinios, alian
zas; fomenta asambleas de grupos de interés en mesas con diferen
tes formas, en salas de conferencia escalonadas. Pero desalienta la
idea de una supermonosfera o de un centro soberano de todos los
centros.
27 La gran transformación inmunológica
En camino a las sociedades de paredes finas
De la ruidosa monotonía de la actual literatura sociológica y po
lítica sobre la globalización pueden abstraerse algunos patrones que
tienen buenas perspectivas de convertirse para los próximos siglos
en algo así como temas eternos o universales periodísticos: por una
parte, el motivo de que entre lo local y lo global hay que estipular
en todo momento un nuevo modus vivendi, por otra, que, «tras la
Modernidad», las comunidades políticas habrían entrado en una
nueva constelación «más allá del Estado nacional»470; en tercer lu
gar, que el mundo globalizado entra política y moralmente en ten
sión por la diferencia cada vez más llamativa entre pobres y ricos; y
en cuarto lugar, que el agotamiento progresivo de la biosfera y los
requerimientos excesivos que se hacen al agua, aire y suelos con
vierten nolens volens a «la humanidad» en una comunidad ecológica
de intereses de cuyo buen sentido y diálogo ha de surgir una nueva
cultura racional que tenga en consideración las repercusiones futu
863
ras. No es difícil percibir en todos estos temas una problemática que
recorre a todos: el desvanecimiento de las concepciones tradiciona
les de los sujetos políticos y de las autounidades sociales. Se advier
te por todas partes que las tendencias decisivas han escapado de la
mano de quienes tenían la competencia hasta ahora, y que los pro
blemas de hoy y los solucionadores de problemas de ayer (sobre to
do, los problemas de mañana y los solucionadores de problemas de
hoy) ya no van al unísono.
Traduzcamos estas percepciones desde el debate sociológico a
nuestro contexto: al de una poética política del espacio o de una «ma-
crosferología»471. Tras este cambio de perspectiva, todas las cuestio
nes de la identidad social y personal se presentan bsyo aspectos mor
fológicos e inmunológicos, es decir, bajo el punto de vista de cómo
en grandes mundos movidos históricamente pueden establecerse si
quiera algo así como formas vivibles de «habitar» o de ser-consigo-y-
con-los-suyos. La nervosidad actual de la globalización refleja el he
cho de que con el Estado nacional se puso a disposición la condición
polídca de habitabilidad -por decirlo así, la sala de vivienda y de con
ferencia de los pueblos democráticos (o de las ilusiones de pueblo)-
con mayores posibilidades hasta ahora, pero que, aquí y allí, en esa
sala de estar nacional ya corre el aire muy desagradablemente.
En una mirada retrospectiva aparece más claro que la extraordi
naria aportación del moderno Estado nacional ha sido la de dispo
ner para la mayoría de sus habitantes una especie de vida familiar o
de hogar: esa estructura imaginaría o real de inmunidad, que pudo
ser vivida como convergencia de lugar y sí-mismo o como identidad
regional (en el mejor sentido de la palabra). Donde más impresio
nantemente se produjo esa aportación fue allí donde se consiguió
mejor la domesticación del Estado de poder en Estado de bienestar.
La globalización atenta contra ese efecto político-cultural de hogar,
con el resultado de que innumerables ciudadanos de modernos Es
tados nacionales ya no se encuentran en casa consigo mismos, ni se
encuentran consigo mismos en casa.
Se ha puesto en movimiento la construcción inmunológica de
identidad político-étnica, y con ello se muestra que la conexión de lu
gar y sí-mismo no es tan estable en cualquier circunstancia como se
864
Roza El-Hassen, Objeto-puerta, 1996,
silicona, cerradura y picaporte.
exigía y anunciaba en los folclores políticos del territorialismo (des
de las antiguas culturas agrícolas hasta el moderno Estado nacio
nal). Si el entrelazamiento de lugares y sí-mismos se distiende o di
luye pueden aparecer dos posiciones extremas, de las que se puede
deducir la estructura del campo social con precisión experimental,
por decirlo así: la de un sí-mismo sin lugar y la de un lugar sin sí-mis-
mo. Está claro que, hasta ahora, todas las sociedades realmente exis
tentes tuvieron que buscar siempre su modus vivendi en alguna par-
865
te entre ambos polos (de modo ideal, ciertamente, tan alejadas de
los extremos como fuera posible); y se entiende fácilmente que tam
bién en el futuro toda comunidad política real ha de dar una res
puesta al doble imperativo de la determinación del sí-mismo y del
lugar.
Lo que más se acerca al extremo de la disolución, ciertamente,
es eljudaismo de la diáspora de los dos milenios pasados, del que se
ha podido decir, no sin razón, que ha sido un pueblo sin territorio;
un hecho que llevó a Heinrich Heine a decir la agudeza de que los
judíos no están en casa en un territorio, sino en un libro, la Torá,
que fue llevada por ellos a todas partes como una «patria portátil».
Esta observación tan elegante como profunda ilumina de golpe una
circunstancia de validez general, en la que se ha reparado demasiado
pocas veces: grupos «nómadas» o «desterritorializados» no constru
yen (o sólo marginalmente) su inmunidad simbólica y su coheren
cia étnica desde un suelo que los soporte; más bien, sus comunica
ciones mutuas funcionan como un «receptáculo autógeno»472en el
que se cobijan los comunicantes mismos y en el que permanecen
«en forma» mientras el grupo deambula por países exteriores. Se
gún eso, un pueblo sin territorio no puede ceder ante el sofisma
que a lo largo de la historia de la humanidad se ha impuesto en ca
si todos los pueblos sedentarios: entender el territorio mismo como
el receptáculo del pueblo y concebir el propio suelo como el aprio-
ri de su sentido de la vida y de su identidad. Esa territorialfallacy per
tenece a las herencias hasta hoy más eficaces y problemáticas de la
era sedentaria, ya que en ella se apoya el reflejo fundamental de to
da utilización política, aparentemente legítima, de fuerza: la llama
da «defensa de la patria», que se basa en la obsesiva equiparación de
lugar y sí-mismo: la falta axiomática de lógica de la razón territoria-
lizada. Esta se pone en evidencia progresivamente desde que una
ola superpotente de movilidad transnacional se encarga de que pue
blos y territorios de muchas partes relativicen su liaison mutua. Es
característica de la Modernidad avanzada la tendencia al sí-mismo
multilocal, así como al lugar poliétnico o «desnacional».
Sobre este hecho, también teóricamente interesante, ha llamado
la atención últimamente, con su creación conceptual ethnoscape, el
866
antropólogo cultural indoamericano Aijun Appadurai. Bajo este
concepto de ethnoscape se pueden afrontar hechos como la «deste-
rritorialización» (deterritorialisation) creciente de lazos étnicos, la con
figuración de «sociedades imaginarias» fuera de las naciones y la par
ticipación imaginaria de innumerables individuos en las imágenes
de formas de vida de otras culturas nacionales473. Por lo que respecta
al judaismo durante su período de exilio, su provocación consistió
en que mantuvo a la vista de los pueblos del hemisferio occidental la
aparente paradoja y real escándalo de un sí-mismo, tácticamente
existente, sin lugar.
En el otro polo aparece el fenómeno lugar sin sí-mismo en for
mas cada vez más llamativas. Para ello resultan paradigmáticas las
regiones de la tierra no habitadas por seres humanos: los desiertos
blancos (mundo polar), los grises (altas montañas), los verdes (sel
vas vírgenes), los amarillos (desiertos de arena) y los desiertos azu
les (océanos). Pero en nuestro contexto tienen menor interés por
que se trata de lugares en los que sejuntan seres humanos aunque
sin querer, o sin poder, ligar su identidad a la localidad. Esto vale
para todos los lugares de tránsito, tanto en sentido preciso como
amplio de la palabra, se trate de lugares destinados al tráfico como es
taciones, puertos y aeropuertos, calles, plazas y centros comerciales,
se trate de instalaciones pensadas para estancias limitadas como al
deas de vacaciones o ciudades turísticas, solares industriales o al
bergues nocturnos. Puede que tales lugares tengan sus propias at
mósferas, pero no existen en dependencia de una vecindad regular
o de un sí-mismo colectivo que estuviera enraizado en ellas. Es pro
pio de ellos no retener a sus visitantes y transeúntes. Son los lugares
de nadie, a veces muy concurridos, a veces despoblados, los desier
tos de tránsito que proliferan en los centros desnucleados y en las
híbridas periferias de las sociedades contemporáneas.
En tales sociedades se reconoce, sin mayor despliegue analítico,
que las tendencias globalizadoras atentan de modo decisivo contra
su normalidad hasta hoy: la vida en condiciones sólidas, étnicas o
nacionales de container (junto con sus fantasmas específicos) y la li
cencia para confundir, sin temor alguno, territorio y sí-mismo. Pues,
por un lado, tales sociedades aflojan sus ataduras al lugar en tanto
867
Anish Kapoor, Turning the world upside down III,
Deutsche Bank, Londres 1996.
que grandes poblaciones se acostumbran a una movilidad histórica
mente sin par; por otro, se multiplica dramáticamente el número de
esos lugares de tránsito, respecto de los cuales no es posible ningu
na relación de habitabilidad para los seres humanos que los fre
cuentan. Con ello, las sociedades globalizadoras y movilizadoras se
acercan al mismo tiempo tanto al polo «nómada», al sí-mismo sin lu
gar, como al polo desértico, a un lugar sin sí-mismo: con un tramo
medio que se va encogiendo, compuesto de culturas regionales ma
duras y de satisfacciones que produce el apego al suelo.
868
La crisis de forma de las modernas sociedades de masas, de la
que actualmente se discute la mayoría de las veces como si se trata
ra de la crisis de la estatalidad nacional, procede, pues, de la erosión
avanzada de las funciones-container étnicas. Lo que hasta ahora se
entendía y malentendía bajo sociedades, la mayoría de las veces no
era otra cosa, efectivamente, que el contenido de un receptáculo de
gruesas paredes, territorial, apoyado en símbolos, normalmente mo-
nolingüe: y, con ello, un colectivo que encontraba su autocerteza en
una cierta hermenéutica nacional y que se agitaba en sus propias re
dundancias (para extranjeros, apenas alguna vez comprensibles del
todo). Tales comunidades históricas, que se mantenían en el punto
de intersección de sí-mismo y lugar, los llamados pueblos, estaban
colocados la mayoría de las veces, a causa de sus propiedades de au-
to-container, en un gran desnivel entre interior y exterior (un hecho
que en culturas prepolíticas acostumbraba a representarse como et-
nocentrismo ingenuo, y en el escalón político, como diferencia
substancial de lo político interior y exterior). Pero justamente esa
diferenciación y desnivel son allanados hoy progresivamente me
diante los efectos de la globalización. La situación de inmunidad
del container nacional se va viviendo en grado creciente como pro
blemática por los beneficiarios de las condiciones anteriores. Es
verdad que alguien que haya conocido las ventajas de la moderna li
bertad de establecimiento de domicilio apenas echa de menos en
serio las clausuras militantes de la antigua estatalidad nacional, me
nos aún las autohipnosis totalitarias que eran características a me
nudo de formas de vida tribales; sin embargo, muchos contempo
ráneos ni entienden ni aceptan el sentido y el riesgo de la tendencia
a un mundo de sociedades de paredes finas y entremezcladas. Glo
balización, dice Roland Robertson correctamente, es un proceso
acompañado de protesta (a basically contested processf\ Pero la pro
testa contra la globalización es también la globalización misma: per
tenece a la reacción ineludible e indispensable de inmunidad de los
organismos locales frente a las infecciones por el formato superior
de mundo.
El desafío psicopolítico característico de la Era Global (que po
demos entender con Martin Albrow como el nivel de desarrollo
869
específico de la edad moderna globalizadora) no sólo consiste en
asimilar la debilitación de las tradicionales inmunidades-contam^rét-
nicas simplemente como pérdida de forma y decadencia (es decir,
como contribución ambivalente y cínica a la autodestrucción). Lo
que realmente está enjuego para los posmodemos son diseños exi
tosos de condiciones de inmunidad vivibles; yjustamente ésos pue
den ser y serán configurados de modo diverso en las sociedades de
paredes permeables; aunque, como siempre ha sucedido, no en to
dos y para cualquiera.
En ese contexto revela la tendencia epocal a formas de vida in
dividualistas su sentido inmunológico revolucionario: hoy, en las so
ciedades avanzadas, quizá por primera vez en la historia de las for
mas de vida homínidas y humanas, son los individuos quienes, como
portadores de propiedades de inmunidad, se desligan de sus cuer
pos sociales (hasta ahora primordialmente protectores) y quieren
desconectar en masa su felicidad e infelicidad del ser-en-forma de la
comuna política; donde con mayor claridad se encama esta tenden
cia es, ciertamente, en la nación-piloto del mundo occidental, USA,
donde el concepto individualista pursuit of happiness funda expresa
mente desde 1776 el contrato social. Los efectos centrífugos de esa
orientación a la felicidad del individuo se compensaron hasta la fe
cha mediante energías comunitarias y cívico-sociales, de modo que
la prioridad inmunológica del grupo frente a sus miembros parecía
encarnarse también en el pueblo sintético de los americanos-USA.
Entretanto los signos se han invertido: en ninguna nación de la
tierra, en ninguna población, ninguna cultura, se ejerce tanta auto-
solicitud biológica, psicotécnica y pararreligiosa a nivel del indivi
duo, acompañada, a la vez, de abstinencia creciente de compromi
sos políticos. En las últimas elecciones presidenciales en los Estados
Unidos hubo por primera vez una participación menor del 50 por
ciento, y en las elecciones al Congreso y al Senado (noviembre de
1998) no fueron a votar, contado grosso modo, dos de cada tres ciu
dadanos con derecho a voto (y los expertos consideraron incluso la
cuota de participación del 38 por ciento como un resultado relati
vamente bueno). Esto delata una situación en la que la mayoría de
los individuos pueden desolidarizarse de los destinos de sus comu
870
ñas políticas: sin duda bajo la impresión de la idea bien fundada de
que el individuo no encuentra a partir de ahora (o sólo ya en casos
excepcionales) su optimum inmunológico en su colectivo nacional;
quiza todavía sí, parcialmente, en los sistemas de solidaridad de su
«minoría» o de su communiíy, y en mayor medida, desde luego, en
los acuerdos privados con entidades que le proporcionan seguri
dad, sean éstas de naturaleza pararreligiosa, gimnástica, técnico-ase
guradora, dietética. El axioma de la ordenación inmunológica indi
vidualista se propaga en las masas de individuos autocentrados
como una nueva evidencia vital: que, en definitiva, nadie va a hacer
por ellos lo que no consigan hacer ellos por sí mismos. Las nuevas
técnicas de inmunidad se recomiendan a sí mismas como estrate
gias existenciales para sociedades de individuos en las que la Larga
Marcha a la flexibilización, el debilitamiento de las «relaciones de
objeto» y la permisión general de relaciones infieles y reversibles en
tre los seres humanos ha llegado a la meta, a la línea de fondo del
final de toda cultura, profetizado correctamente por Spengler: a
aquella situación en la que se ha vuelto imposible decidir si los in
dividuos están extraordinariamente fiU en condiciones óptimas de
rendimiento, o son extraordinariamente decadentes. Más allá de
esa línea perdería su perfil la última diferencia metafísica, la distin
ción defendida por Nietzsche entre nobleza y vulgaridad, y lo que
parecía esperanzador y grande en el proyecto «ser humano» desa
parecería como se borra una figura en la arena a orillas del mar.
871
Tránsito
Air conditioning
Lo que, por ahora, sigue siendo común a todos los habitantes de
la tierra es la móvil envoltura climática del planeta, la atmósfera en
sentido meteorológico, que, por razones conocidas, se ha converti
do en un objeto de preocupación para los contemporáneos. Las ten
dencias del mercado técnico-climático permiten reconocer desde
hace tiempo que quien puede permitírselo se esfuerza por apartar
se del aire malo compartido por todos. Las culturas de vivienda del
futuro partirán cada vez más explícitamente de la necesidad de pro
ducir técnicamente climas interiores en los que sea posible vivir. Air
conditioningse impondrá como el tema espacial-político fundamen
tal de la era que viene. Con ello, el imperativo esférico despierta de
su latencia y se manifiesta de modo exotérico como el centro de to
das las creaciones políticas y culturales de unidad.
En menos de una generación los miembros de la Segunda Ecú-
mene habrán comprendido en numerosos puntos climáticamente
críticos de la tierra que respirar es demasiado importante como pa
ra seguir haciéndolo al aire libre. Pronto será una evidencia trivial
lo que hoy sólo es visto a través de gafas teóricas heterodoxamente
talladas: la política climática explícita es el fundamento de la nueva
ecúmene, igual que la técnica climática explícita será la base de las
configuraciones comunitarias concretas. A más tardar, cuando se
hagan crónicos los daños climáticos físicos irreversibles, o sólo con
esfuerzo compensables (los psíquicos son disimulables durante más
tiempo), se reconocerá universalmente que las sociedades sólo pue
den describirse y dirigirse como casos de esferología aplicada.
El aire acondicionado es el destino. En él se verifica la proposi
ción de que la esencia de la Modernidad se manifiesta en la tarea de
separar sistemas de inmunidad técnicamente precisados de anterio
res estructuras de inmunidad vagamente holísticas. En cuanto el
873
Pompas de jabón, Nueva York, 1945.
abastecimiento de aire deja de ser una premisa no-problemática de
los procesos vitales y pasa al estadio técnico, la más antigua condi
ción fundamental pneumádca y atmosférica de la existencia huma
na alcanza el umbral de la Modernidad. A partir de entonces, mez
clas de aire y atmósferas se convierten en objetos de producciones
explícitas. Con lo que en los últimos dos siglos y medio se ha llama
do Ilustración no se ha hecho nada más desde entonces. El lado cla
ro de la Ilustración será técnica respiratoria. La moderna estética de
la cotidianidad señala a esos desarrollos, si no la dirección, sí el ho
rizonte.
Los seres humanos hacen su propio clima, pero no espontánea
mente, no bajo condiciones autoelegidas, sino inmediatamente
876
Freí Otto, ensayo de epidermis jabonosa
para grandes cubiertas, 1971.
encontradas, dadas y transmitidas. La tradición de todos los climas
muertos agobia como una pesadilla los estados de ánimo de los vi
vos. Lo que, según las insinuaciones de Vitruvio475, comenzó con los
primeros fuegos, la reunión de los seres humanos en torno a un
centroagradable,aunamagna commoditas,aunmimoatractivo,si
gue siendo hasta el final la técnica de base de creaciones solidari
zantes de grupos. La sociedad es su temperatura espacial, es la calidad
de su atmósfera; es su depresión, es su despejo; es su fraccionamien
to en innumerables microclimas locales.
La autodisposición de estado de ánimo de esferas significa, por
ello, más de lo que se ha considerado política hasta ahora. Esferas
-lo hemos intentado comprender mediante análisis prolijos- son
espacios compartidos que se despliegan por un habitar común en
877
Man Ray, Auíoportrait deformé, 1938.
ellos. Son el primer producto de cooperaciones humanas; constitu
yen el resultado inmaterial y, sin embargo, más real de todos de un
prototrabajo que sólo se lleva a cabo por medio de resonancias. No
es la compartición del trabajo la que ha estimulado el proceso de la
civilización, sino la compartición de esferas; ésta es la sintonización
primordial de la sociedad en sí misma sobre sí misma.
Por eso, sólo pudo haber partidos políticos, sí, política, en gene
ral, como foco de interés público, después de que hubiera tenido
que discutirse la regulación del clima interior dominante en formas
civilizadas.
878
La democracia reformista y las sociedades de medios de masas
aparecieron a la vez sólo porque los medios de masas, como con
formadores sociales de clima, permitieron divulgar la disputa en
tomo a las regulaciones de clima. Por eso tienen razón las pobla
ciones ilustradas de democracias de masas en interpretar las gesti
culaciones electorales de sus partidos como una guerra de meteo
rólogos: todos ellos pretenden cambiar el clima mediante promesas,
pero su cacareo delata que no saben lo que significa prometer; casi
sin excepción ignoran la razón fuerte de estarjuntos. No compren
den que la solidaridad sólo es posible por transferencia de formas
culturales tempranas de participación y simpatía de unos con otros
a condiciones de grandes sociedades: aunque sí notan las conse
cuencias de que los presupuestos para tales transferencias se hayan
vuelto precarios.
El escepticismo antipolítico tanto del Este como del Oeste, que
se alimenta de percepciones correctas, contiene ya el núcleo de una
idea con la que ha de comenzar la nueva proyección de espacios de
solidaridad. A cada uno de esos espacios pertenece una fundamen-
tación -mejor, una suspensión- constituida por una promesa de cli
ma verificable en sí misma. La Ilustración comienza por despejar
(como se despeja el tiempo), o, si no, es realmente y desde un prin
cipio el engaño de masas que los oscuros autores del siglo XX sos pecharon que fuera. Como toda vida compartida, la política es el ar te de lo atmosféricamente posible.
879
‘Diógenes Laercio n, 10.
Notas
*AusgewáhlteSchriften, vol. I, Stuttgart 1997, pág. 61.
5 Cfr. Esferasi,trad. deIsidoroReguera,Siruela,Madrid2003,pág. 69.
4En diferentes listas aparecen más de veinte nombres de los que sólo cuatro
son canónicos: Tales, el protofilósofo, Bías de Priene, Solón, el legislador, y Pitaco
de Mitilene. También aparecen a menudo Quilón de Esparta, Periandro de Corin-
to y Cleóbulo de Lindos. Como melodías características, a cada uno de esos sabios
se les asignan máximas o advertencias típicas: «Guarda medida» (Tales); «La ma
yoría de los seres humanos son malos» (Bías); «De nada en exceso» (Solón); «El lu
cro es insaciable» (Pitaco); «Conócete a ti mismo» (Quilón); «Guardar medida es
lo mejor» (Cleóbulo).
5Plodno, EnéadasvI8, 18, 1-s. «Todo está dentro. »
6GastónBachelard,PoetikdesRaumes,Munich 1960,págs. 238y132[Poéticadeles
pacio,,FCE,México 1965].
7 Cfr. Otto Brendel, «Symbolik der Kugel. Archáologischer Beitrag zur Ges-
chichte der alteren griechischen Philosophie», en Mitteilungen desDeutschenArcháolo-
gischen Instituís, Rómische Abteilung 51, 1936, págs.
n. iril*ion n Ity, Srptrmhcr íW, l^íls.
Recompensa por esclavos huidos.
viene condicionado también por la experiencia fundacional ameri
cana: la posibilidad de apoderamiento de terreno y recursos. De
aquí surge, junto a otros innumerables caracteres sociales, un tipo
de agricultor histórico-universalmente sin par, que ya no es tributa
rio de un dueño del suelo, sino que como ocupador armado, por
derecho propio, de la tierra y como granjero bajo Dios explota sue
lo nuevo propio. Cualquiera que en el área de oportunidades de la
commonwealth quiera buscar suerte tiene que aportar tanto espíritu
emprendedor como corresponde al espíritu ocupador como tal. Sí,
quizá lo que los modernos teólogos yjuristas llamaron derecho na
tural es sólo la explicación formal de la nueva subjetividad del ocu
pador, que se ha puesto en marcha para recoger lo suyo en el agua
y en la tierra. Los derechos humanos son el alma jurídica de la vida
que-se-toma-lo-suyo. Otra vez Melville: «¿No es una expresión uni
versalmente conocida la de que la posesión es la mitad del derecho,
es decir, sin consideración a cómo se ha llegado a ella? Pero a me
nudo la posesión es el derecho entero»451.
Los empresarios-ocupadores en los frentes coloniales colocan,
no obstante, su negocio, por hablar kantianamente, bajo la máxima
que por regla general sirve más para la definición de criminalidad
818
que para la de participación en la globalización: en tanto quieren
convertirse en poseedores y propietarios de bienes mediante la pu
ra ocupación, se sustraen a las exigencias del trueque justo. Como
enseña la historia, su conciencia de justicia apenas sufre daños por
ello, ya que se remiten al derecho del instante óptimo: en éste la le
gitimidad reside en la toma de posesión misma. Trueque y recono
cimiento mutuo vienen después. Tanto en el oeste americano como
en el resto del globo, los actores de la expansión se salvan a la hora
de su proceder oportunista mediante una teoría de los vacíos mo
rales: parece, quieren decir, que hay momentos en los que la actua
ción ha de ser más rápida que el derecho, y con un momento así tro
pezó nuestra vida. Con este argumento reclaman para sí la sentencia
absolutoria por circunstancias extraordinarias. Quienes en tiempos
regulares serían saqueadores son pioneros en los vacíos históricos;
quienes en años retroprocesales o poshistóricos serían malhechores
son héroes en la turbulencia de la historia aconteciente. (Y quién
podría ignorar que la industria actual de la cultura, por su culto a la
filmografía criminal, sigue soñando en el vacío legal en el que el
malhechor pueda seguir reclamando el derecho humano de tomar
sin ofrecer nada a cambio. )
Resulta evidente que los agentes en los tiempos heroicos de la
conquista están tan interesados en la autoapropiación como en la
apropiación del mundo; consideran su propia existencia como el
bien sin dueño más cercano del que sólo se necesita echar mano pa
ra que represente una oportunidad. El clásico de esta idea es Daniel
Defoe, que no sólo presenta a su náufrago, Robinson Crusoe, como
el apropiador integral de territorio y de sí mismo; también su heroí
na femenina ejemplar, la famosa por sus Fortunes and Misfortunes
Molí Flanders, es una acaparadora en cualquier sentido de la pala
bra, apropiadora y ladrona autodidacta (take the bundle; be quick; do it
this moment) de todos los maridos y fortunas que le ponga a mano el
destino.
En tiempos más recientes aumentan los indicios que remiten a
una puesta en juicio retroactiva de la historia: lo que tiene como
consecuencia que se les haga ulteriormente proceso a los agentes de
la toma del mundo, desde Cristóbal Colón hasta Savorgnan de Braz-
819
za y desde Francisco Pizarro hasta Cecil Rhodes: un proceso inaca
bable y procedimentalmente incierto, en el que alternan veredictos
de culpabilidad y solicitudes de nuevos procedimientos. En la his
toria de la esclavitud negra, del exterminio de los indios y del colo
nialismo de la explotación se consuma la criminalización retroacti
va de la edad moderna, sin que la defensa pueda siquiera intentar
aún, como en procesos anteriores, abogar por una absolución por
circunstancias civilizatorias atenuantes. En esos casos, contra el pe
so de los documentos y de los procedimientos anteriores ya no pue
den hacer nada incluso los legistas más resueltos de la toma del
mundo inculpable. ¿Quién podría aún proteger a los soldados ame
ricanos que con intención criminal enviaron al campamento de sus
enemigos indios mantas de lana infectadas de viruela? ¿Quién de
fender a los comerciantes de seres humanos, a quienes se les echaba
a perder a veces un tercio de su mercancía en transportes transatlán
ticos de reses humanas? ¿Quién asumiría la defensa de Leopoldo II
de Bélgica, que había convertido su colonia privada, el Congo, en el
«peor campo de trabajos forzados de la edad moderna» (Peter
Scholl-Latour)? En esos campos los historiógrafos han tenido que
convertirse en fiscales acusadores de las culturas propias. En ellos
puede comprobarse cómo la relación de justicia e historia puede
desplazarse con posterioridad. La tribunalización del pasado alcan
za entretanto la época heroica entera de la globalización terrestre.
La edad moderna se nos presenta como un dossier de la incorrec
ción imperialista. El único consuelo que transmite su estudio es la
idea de que todos esos hechos y malhechos ya no son repetibles.
Quizá sea la globalización, como la historia en general, el delito que
sólo puede cometerse una vez.
19 Los cinco baldaquines de la globalización
Exportación europea de espacio
Si se quieren comprender los secretos esferológicos de la globa
lización en marcha, no sólo hay que intentar retroceder hasta la ra
tificación del convenio sobre el espacio debida a las tecnologías de
820
Windows 1525, toma del mundo con ayuda
de la técnica perspectivista de representación.
Imágenes (detalles): Alberto Durero,
Andrea Mantegna y Hieronimus Rodler.
habitable el exterior para los intrusos e invasores o de simular, al
menos, su integración y dominio.
20 Poética del espacio del barco
Para el ser humano contemporáneo son muy fácilmente accesi
bles los aspectos psicodinámicos de la experiencia del espacio del
barco, dado que el trato o el uso de interiores-caravana y de cabinas
de automóvil le proporciona puntos actuales de contacto. La dispo
sición de tales medios de «circulación» no se habría convertido pa
ra grandes mayorías de individuos modernos en una práctica de mo
vimiento satisfactoria e imprescindible si los vehículos mismos, con
sus formas interiores, no conectaran con estructuras elementales de
conformación de esferas en la dimensión pequeño-espacial. El bar
co, como en proporciones más moderadas el automóvil y la carava
na, es el nido movilizado o la casa absoluta452. En él y con él son po
sibles relaciones simbióticas, en la medida en que la embarcación
puede experimentarse como vientre que cobija una camada de no
vatos, que desembarcarán donde puedan y dispondrán las cosas co
mo quieran ante la puerta, libre de contexto, de la casa. El barco es,
a la vez, una autoextensión mágico-tecnosférica de las tripulaciones,
y, con ello, como todos los vehículos modernos, es una máquina ho-
meostática de ensueño, que se deja conducir a través del elemento
exterior como una Gran Madre manipulable. (Queda por escribir
una historia psicohistóricamente convincente de la fascinación del
barco y de la superstición del vehículo. ) Desde este trasfondo for
mal los barcos pueden convertirse en patrias móviles para sus tripu
laciones. Que el derecho del mar reconozca los barcos como exten
siones de la nación bajo cuya bandera navegan sigue en esto una
primitiva intuición esferológica: el estar-en-tierra se transforma ló-
gico-espacialmente yjurídico-internacionalmente en el estar-a-bor-
do; desde el nomos de la tierra, la «paz» del espacio propio, pasan
rasgos esenciales a la endosfera flotante. La función decisiva del
cuerpo del barco es, ciertamente, su aislamiento y arropamiento
frente al exterior, de los que ha de hablarse tanto desde el punto de
824
vista físico como simbólico. A ello corresponde la regla de que en-
sembles humanos que se lanzan hacia fuera sólo permanecen cohe
rentes cuando consiguen cegar las vías de agua y afirmar la prima
cía del interior en el elemento inhabitable. Así como las naves de
iglesia de la vieja Europa transferían su potencial de recogimiento y
abrigo a la vieja tierra firme con el fin de servir de embarcaciones
para almas cristianas sobre el mar terrenal de la vida, así las naves
expedicionarias enviadas al espacio exterior han de confiarse ple
namente a ese espacio suyo de aislamiento y arropamiento como la
forma de cobijo que ellas mismas se han dado y traen consigo.
21 Clérigos de a bordo
La red religiosa
Por lo dicho resulta evidente: el hecho de que las grandes expe
diciones de los tiempos heroicos de la navegación difícilmente pu
dieran hacerse a la mar sin clero a bordo no sólo era debido a una
convención religiosa, ni sólo a una concesión a los requerimientos
de la Iglesia de no dejar zarpar sin control espiritual a grupos de na
vegantes. La omnipresencia del factor religioso en la navegación
temprana alude a un segundo mecanismo esferopoiético sobrepo
tente. Si las expediciones de los primeros navegantes oceánicos ha
bían de tener éxito, los actores necesitaban que sus equipos no sólo
se pudieran confiar a su oficio, sino que encontraran apoyo tam
bién en las rutinas metafísicas de las naciones patrias. Dado que la
navegación era una práctica que exigía situaciones límite, siempre,
a ser posible, tenía que haber a bordo expertos en lo extremo. Al
barco pertenece la posibilidad de naufragio como los peligros ge
nerales del mar al mar, y frente a éstos, al menos, los santos y sus co
nocedores, los sacerdotes, ofrecían seguridades simbólicas.
El hecho de que la navegación europea se pudiera llamar la cris
tiana, y esto mucho tiempo antes ya de la época oceánica, delata su
orientación a este imprescindible sistema de seguros trascendente.
Si el exterior blanco parecía repleto de horrores era también por
que para innumerables gentes escondía la fecha de su muerte y, con
825
El buque de investigación Endurance
es aplastado por el hielo; foto del 19 de octubre de 1915.
ella, la expectativa de entierro en elementos a los que faltaba toda
propiedad reconciliadora453. Sin enlace real posible con las ideas de
inhumación y de más-allá de la vieja Europa, la expectativa de co
rromperse fuera era doblemente insoportable.
Pero los eclesiásticos viajeros no habrían entendido su oficio si
no se hubieran preocupado desde el principio de dos flancos: de los
marineros de a bordo, a los que había que estabilizar ritualmente y
controlar motivacionalmente, y de los nuevos seres humanos de fue
ra, que fueron resultando interesantes progresivamente como futu
ros receptores del mensaje cristiano. Por lo que se refiere al flanco
de a bordo, la religión cristiana proporcionaba estímulos e imáge
nes de amparo; estas últimas, sobre todo en la navegación de las na
ciones católicas, bajo la figura omnipresente de la Virgen María pro
tectora, aquella Regina maris que después de la victoria de Lepanto
se representó también como Santa María de la Victoria: la Gran Ma
dre de los navegantes e intercesora-salvadora en peligros de muerte
y apuros marinos. In periculis maris esto nobis protectio. Bajo su manto
protector encontraban cobijo príncipes, patronos, capitanes, mari
neros e indígenas bautizados: parece que las flotas aparejadas, cuan
do navegan bajo el manto de María, sólo están expuestas a vientos
favorables. En las imágenes de culto de las capillas de navegantes, la
alta mujer cobija como por última vez a los suyos en la envoltura de
un vientre materno universal, o, al menos, a la marina entera bajo
una misma saya (un argumento definitivo para las amplias vesti
mentas de las mujeres y una de las últimas concesiones de la edad
moderna al sueño morfológico de la humanidad de cobijo de lo vi
vo en lo vivo). Otra vez se convierte aquí la esfera-abrigo del cielo
en un símbolo compacto de envoltura, de características personales,
aunque precisamente en esa época comiencen los cosmólogos a ha
cer del cielo algo desconsolador desde el punto de vista físico.
Por lo que respecta al lado o flanco de tierra, en la época de los
descubrimientos la religión cristiana significaba tanto como misión
en su segunda época: y, ciertamente, en su doble significado de am
pliación neoapostólica de la Iglesia y de flanco religioso del colonia
lismo. De las tendencias militantes, eclesiástico-coloniales y eclesiás
tico-beligerantes, de esa nueva praxis misionera fue corresponsable,
827
Alejo Fernández, Señora
de los navegantes, Alcázar de Sevilla.
Mapamundi misionero protestante,
finales del siglo xix.
en lo fundamental, la prácticamente incondicional sanción papal
de las primeras irrupciones portuguesas y españolas en los nuevos
mundos, dado que la curia vio, en principio, «en los Estados ibéri
cos el brazo providencial del mandato misionero universal»454. En su
apetito universalístico, Roma concedió a los conquistadores tan am
plios privilegios que la Iglesia católica había de retroceder pronto a
la posición de un secundante desposeído de poder, frente a los Es
tados colonizadores, a cuyo arbitrio quedó todo el poder real. No
obstante, el papa, sobre todo en los primeros tiempos de las expan
siones, había entrado en el escenario de la edad moderna no sólo
como su supremo mandante, sino también como notario de la glo-
balización: esto se manifiesta muy pronto en su papel eminente en
la sanción de los descubrimientos portugueses en África (con las bu
las Romanus Pontifex, de 1455, e Inter cetera, de 1456), y más aún, acto
829
«Ven y ayúdanos», grabado
de la portada de la Gaceta de la Sociedad
Misionera Noralemana, siglo XIX.
seguido, en sus funciones de arbitraje entre las pretensiones portu
guesas y las españolas por el dominio del mundo (la sanción del Tra
tado de Tordesillas de 1494 fue asunto ineludible <íe la Santa Sede).
Las pretensiones mayestáticas del catolicismo poscolombino sa
lieron a la luz con toda explicitud cuando el papa, invocando las
fuentes de su cargo y dignidad, se proclamó como el auténtico su
premo señor del mundo circunvolucionado45\ Bajo las condiciones
reales, las monarquías nacionales de Europa, también las católicas,
hubieron de sublevarse contra las pretensiones papales de priori
dad con vehemencia creciente. Se percibe algo de la tonalidad de
esas rebeliones cuando Francisco I, en el año 1540, conmina al en
viado del emperador a mostrar el Testamento de Adán y la cláusula
del papa en él, según la cual el rey francés quedaría excluido del re
parto del mundo.
Por lo que respecta a las misiones protestantes, estuvieron, des
de el principio, más claramente comprometidas aún que las católi
cas en funciones nacional-coloniales; en Leiden, en un seminario
830
de misiones de la Compañía de las Indias Occidentales, se forma
ban misioneros para el imperio colonial holandés como si la Iglesia
reformada recibiera su encargo no de Mateo 28, 19, sino de un man
dato de las sociedades de comercio libre ñoratlánticas. Ciertamen
te, la misión cristiana, más general: la exportación de las confesio
nes, ha sido el agens más importante de un principio-continuum
socioesferológico en el tránsito del Viejo al Nuevo Mundo, dado
que las prácticas religiosas en el exterior tuvieron que colocar en
primer plano los motivos de posible coincidencia específica y cul
tual entre los descubridores y los descubiertos. Una historia esfero-
lógica de la Iglesia tendría que reconstruir por sí misma el trabajo
de disposición de baldaquinos más amplios sobre los miembros de
la humanidad cristiana actual y potencial.
El éxito con el que especialmente las misiones católicas cum
plieron sus tareas globalizadoras a lo largo de cuatro siglos y medio
pudo observarse, bajo auspicios espectaculares, en la inauguración
del Concilio Vaticano Segundo, el día 11 de octubre de 1962, cuan
do obispos de no menos de 133 países hicieron su entrada solemne
en San Pedro de Roma: un logro asambleario que habría de consi
derarse único, si no fuera porque es superado regularmente por las
ceremonias de inauguración de los Juegos Olímpicos de la edad
moderna. Concilios y olimpíadas -ambas manifestaciones ejempla
res de proyectos europeos de reunión- ilustran lo que son capaces
de lograr paraguas o sombrillas universalistas. Pero precisamente
ellos, por muy imponentes que sean sus gestos de despliegue, ma
nifiestan la exclusividad insuperable de tales asambleas. Para cons
truir in actii un espacio interior de humanidad religioso o atlético
sólo pueden ser representantes, «interventores» o «elegidos» quie
nes sejunten realmente en él: la totalidad virtual sólo se produce
por la atención sincronizada de una humanidad de observadores.
Por ello, la cualidad totalizadora de tales reuniones viene expresada
menos por los presentes que por el simbolismo universalista de los
receptáculos arquitectónicos en que sucede la asamblea, que repre
sentan las típicas formas supremas de arquitectura esferológica-
mente comprometida: la catedral católica y el estadio laico neopa-
gano. En la catedral, las naves y la cúpula representan el poder de
831
Dignatarios eclesiásticos durante
la ceremonia inaugural del Concilio
Vaticano Segundo ante la basílica
de San Pedro en Roma, 1962.
Desfile del equipo alemán durante la inauguración
de los Juegos de Invierno de Albertville, 1992.
reunión de seres humanos de la confesión católico-romana, mien
tras que en el estadio, el motivo neofatalista «circo» aparece en es
cena como símbolo de la esfera del mundo cerrada inmanente
mente. Pero como las Iglesias, en su cotidianidad, sólo consisten en
reuniones parciales de la communio sanctorum yhan de acreditarse
en encuentros locales, están continuamente confrontadas con la ta
rea de organizar su conexión práctica en medios menos espectacu
lares, accesibles operativamente de modo permanente y convenien
temente tradicionales. En las Iglesias protestantes, con sus unidades
autónomas locales, a esto se añade que las fuerzas centrífugas re
percuten con mayor fuerza. Sobre todo las descolgadas comunida-
834
xxv Juegos Olímpicos, Barcelona,
ceremonia de clausura, 9 de agosto de 1992.
des puritanas de Nueva Inglaterra dependían de su capacidad de
conseguir estabilidad en la propia praxis ritual. Para recordar bajo
qué condiciones se llevó a cabo esta adhesión a formas traídas con
sigo, es útil haber visto con los propios ojos la reconstrucción de la
primitiva capilla de madera en la que los Pilgiim Fathers y sus parro
quianos se reunieron para celebrar sus ceremonias religiosas el 19
de noviembre de 1620, en el invierno tras su desembarco, cerca de
New Plymouth, en Cape Cod, en la bahía de Massachusetts. Nada
podría demostrar más claramente la primacía de la estructura ritual
frente al edificio físico que ese tosco granero, expuesto a las co
rrientes de aire, en medio de un pueblo con empalizada, levantado
Vermeer van Delft, Alegoría
de la fe (Nuevo Testamento),
ca. 1670, Nueva York, detalle.
con premura, respirando miedo. Así pues, no sólo en la provincia
heideggeriana los seres humanos son aquellos que habitan el len
guaje como la casa del ser; donde de verdad se instalan es en los
puntos dispersos del espacio global recién explorado, bajo los tol
dos de las tradiciones y de los dispositivos rituales de seguridad que
trajeron consigo.
836
22 Libro de los virreyes
Los dirigentes de las expediciones globalizadoras, los virreyes, al
mirantes y oficiales llevan también, en sí y consigo, junto a sus ideas
religiosas, sus ideales dinásticos al mundo. Las imágenes introyecta-
das de los mandantes regios, no de otro modo que los retratos efec
tivos transportados, se encargan de que la expansión en el espacio
exterior, tanto en instantes críticos como en horas de triunfo, pueda
vivirse como una emanación efectiva del centro personal de poder
patrio. Cuando los responsables de empresas de descubrimiento re
gresan físicamente o reflexionan sentimentalmente sobre sí mismos,
realizan gestos exteriores e interiores que confirman su pertenencia
al emisor europeo. Su actuación en el exterior es comparable con el
comportamiento del rayo de luz neoplatónico, que sale de un centro
para volverse tras llegar a su punto de reflexión y regresar al centro.
En ese sentido, todos los conquistadores y descubridores europeos
leales están de camino como rayos ejecutivos de lejanos reyes sol. In
cluso los emisarios más rudos del imperialismo, los men on the spot, se
sentirán portadores de luz al servicio de sus naciones. Si los agentes
europeos se presentan como grandes portadores es también porque
llevan hacia fuera un brillo dinástico mientras se apoderan de los te
soros de los nuevos mundos con la actitud de peones recolectores
que se llevan después la cosecha de retomo a sus países. Se mueven
en el haz de rayos del sistema patrio de msyestad y todos sus descu
brimientos permanecen la mayoría de las veces remitidos a salas de
trono y panteones del Viejo Mundo. Lo que se ha llamado la explo
tación de las colonias testimonia sólo la forma más sólida de unión a
la patria de los colonizadores. Sus empresas son inversiones de par
ticipaciones en el deseo de poder y en la majestad, que siguen for
mando parte de un stock de capital dinástico y nacional de la vieja Eu
ropa; sus victorias, como retums of investment, son introducidas en las
tesorerías de las majestades patrias, más tarde también en los tem
plos culturales de las naciones, los museos y los libros de historia. (El
tema arte-botín es tan antiguo como la globalización terrestre; a co
mienzos del siglo XVI se expusieron en Antwerpen piezas de oro de los aztecas sin que nadie hubiera planteado siquiera la pregunta por
837
Los padres jesuítas Müllendorf
y Dressel en Quito, Ecuador.
su dueño legal; Durero contempló con sus propios ojos esas obras de
un arte de otro mundo completamente diferente. )
Sin los iconos interiores de los reyes, la mayoría de los dirigentes
expedicionarios de la globalización temprana no habrían sabido pa
ra quién -excepto para sí mismos- tenían que conseguir sus éxitos;
pero, sobre todo, no habrían sentido por qué clase de reconoci
miento podían saberse completados, justificados y transfigurados.
Incluso las atrocidades de los conquistadores españoles en Sudamé-
rica y Centroamérica son sólo metástasis de la fidelidad a majestades
patrias que se hacen representar en el exterior con medios extraor
dinarios. Así pues, el título de virrey no sólo tiene significado jurí
dico y protocolario, sino que es, a la vez, una categoría que llega psi-
copolíticamente al fondo de la cosa misma. Tampoco está escrito
aún el libro de los virreyes, como no lo está el libro válido de los re
yes. Por medio de ellos, los monarcas europeos estaban presentes
siempre y por doquier en las expansiones externas del Viejo Mun
do, aunque nunca visitaran sus colonias in persona? TM. Bajo imagina
rios baldaquines de majestad, los conquistadores y piratas acumulan
sus botines para los príncipes.
838
Jacques Callot, Los 23 mártires de Nagasaki\
el año 1597 el sogún Toyotomi Hideyoshi (1582-1598)
hizo ajusticiar irónicamente more christiano
a miembros de la Orden de los Hermanos Menores.
Esto es verdad también, en cierto modo, para el rey de reyes es
piritual, el papa, que como portador de la corona de tres pisos qui
so convertir su trono en una hipermajestad para todo el globo. Fue
ron sobre todo sus tropas de elite, los jesuitas, que por su cuarto
voto estánjuramentados inmediatamente al papa como rey del ejér
cito del catolicismo militante, quienes desde mediados del siglo XVI
cubrieron el mundo entero con un sistema de distribución de de-
839
El papa Juan Pablo II con cardenales
en la Assembla Speciale per l’Asia el 13 de mayo de 1998,
Osservatore Romano, 15 de mayo de 1998.
voción al papa y respeto a Roma en el interior de la gente: una in
ternet de la sumisión devota de lejanías por las que se disemina el
centro. Ahí está el modelo común de las modernas sociedades de te
lecomunicación. El tele-fonazo, prefigurado por la tele-oración por
el papa; losjesuitas fueron el primer news group que se comunicaba
sólo por su red específica. Pero también el resto de las órdenes mi
sioneras, los franciscanos, dominicos, teatinos, agustinos, las con-
cepcionistas, clarisas de la 1. ayde la 5. aregla,jerónimas, canonesas,
carmelitas descalzas, y muchas otras: todas ellas estaban comprome
tidas, por su relación con Roma, en el proyecto de aportar éxitos a
la conquista espiritual y de expandir por todas las áreas del mundo
una commonwealth romana, asesorada y dirigida por el papa. Sólo en
el siglo XX tardío se le ocurrió al papa la idea massmediáticamente
concebida de viajar a las provincias de su reino moral como emba
jador de su propio Estado. Esto significa la irrupción del catolicismo
en la abierta carismocratía telemática: el camino romano a la Mo
dernidad.
El hecho de que la telecomunicación católica, incluso antes de
la época de la presencia real del papa, no se las valiera sin mecanis
mos mágico-telepáticos corresponde a las leyes de la comunicación
metafísica en grandes cuerpos sociales. El cadáver del gran misio-
840
ñero jesuíta en Asia, Francisco Javier, que había colonizado India y
Japón para la Iglesia romana, encontró en Goa su último lugar de
reposo. El brazo derecho del santo, «cansado de bautizar a decenas
de miles de personas», fue traído a Europa y se conserva aún hoy día
en la iglesia madre de la Orden, II Gesu de Roma, como la reliquia
más preciada de la globalización.
23 La biblioteca de la globalización
Pero ¿qué sucede si los participantes en las empresas de mando
de la temprana globalización terrestre no son capitanes fieles al rey,
ni misioneros fieles al papa o a Cristo? En principio, no tienen por
qué considerarse excluidos de las superiores oportunidades de co
bertura y transfiguración que depara la expansión europea. Para los
pioneros de la colonización del mundo orientados a lo laico había
medios y vías por los que podían colocarse bajo uno de los balda
quines seculares de la globalización, e incluso el espíritu no com
prometido religiosamente tenía buenas perspectivas de sentirse a
gusto en el proyecto última-esfera. Quien no aportaba nuevos terri
torios a un rey europeo o nuevos creyentes a la Iglesia podía atracar,
no obstante, en puertos europeos como un conquistador y un apor
tador de tesoros, con tal de que supiera hacerse útil como agente de
las nuevas ciencias experimentales europeas. Estas disciplinas ansio
sas de mundo, que se agrupan en tomo a la geografía y a la antropo
logía, se constituyen patéticamente al comienzo de la edad moder
na como ciencias nuevas y como acumulaciones de conocimientos
que llevan escrita en la frente su modernidad metodológica.
Caracteriza esos conocimientos el hecho de que se acumulen co
mo un segundo capital: un capital, ciertamente, que pertenece a
una humanidad ilustrada en su conjunto y que ya no podía subs
traerse al uso civil y público por obra de teóricos del arcano, priva-
tizadores del saber, magos locales, y, sobre todo, por príncipes y por
sus portadores de secretos. Sobre el trasfondo de las nuevas ciencias
de los seres humanos exteriores, de la naturaleza aprovechable y de
la tierra habitada, un europeo alfabetizado nunca había de sentirse
841
El padre jesuita Schall von Bell explica
hechos geográficos en la corte del emperador chino;
tapiz de la manufactura de Beauvais, siglo xvm.
completamente apartado del flujo de sistemas de sentido patrios, in
cluso en la soledad más remota de islas y continentes extraños. A
cualquier vida en el frente exterior lo rodeaba potencialmente un
aura de experiencia acumulada que podía proyectarse en docu
mentos literarios. Innumerables navegantes y exploradores soñaron
en su inmortalización en mapas terrestres y marítimos. La gloria
cartográfica es sólo un caso especial de lo que podía llamarse la fun
ción general baldaquín de las ciencias experimentales europeas
durante el proceso de globalización. Esa función protege actual y
potencialmente a los actores en las líneas exteriores del peligro de
sumirse en la blancura absurda y hundirse en depresiones que pu
diera suscitar el choque con la novedad, diferencia, extrañeza, des
consuelo inasimilable.
Las ciencias empíricas -con sus géneros literarios filiales: libro
de viaje y novela exótica- transforman potencialmente en observa
842
ciones todas las circunstancias de fuera, y todas las observaciones,
en comunicaciones que pueden registrarse en el gran libro de la
teoría neoeuropea: pues observadores no son más que sujetos que
escribirán lo que han visto o encontrado. Esto vale especialmente de
la edad de oro de los exploradores-escritores, de la que nombres co
mo Louis Antoine de Bougainville, Jacques-Étienne-Victor Arago,
Reinhold y Georg Forster, Johann Gottfried Seume, Charles Dar-
win, Alexander von Humboldt, Henry Morton Stanley sobresalieron
ocasionalmente, al menos por lo que respecta al número de sus lec
tores, hasta alcanzar el nivel de la literatura universal. Es típico del
hábito moderno del traer, contribuir, colaborar, ir-hacia-delante y
sistematizar el hecho de que las investigaciones o exploraciones
esenciales transcurran en forma de concurso o competencia. A los
viajes-concurso para ver quién llega antes a una meta a alcanzar co
rresponden aquí los escritos-concurso en el campo del honor cien
tífico: cosa que valía sobre todo para la exploración polar, histeriza-
da hasta el fondo, cuyos protagonistas aparecieron a menudo como
rapsodas de sus propios asuntos y como publicistas de sus penalida
des de explorador. Con este entrelazamiento de exploración y tea
tro se hizo reconocible a nivel popular que cualquier tipo de expedi
ción científica es un asunto mediático. Sin su reflejo en un medio
exaltante y transfigurador es imposible que los héroes de la globali-
zación hubieran podido tener suficientemente claros (o no claros)
sus objetivos.
Pero, en principio, no son tanto los medios de masas los que pro
vocan las expediciones. Todos los implicados -con dotes para escri
bir- en las salidas a lo desconocido fijan sus miras, más bien, en un
hipermedium imaginario, sólo en el cual puede ser registrada y trans
mitida la historia de sus éxitos solitarios de fuera. El baldaquín bajo
el que se reúnen todas las soledades de los exploradores tenía que
ser un fantástico libro integral: un libro de los récords cognitivos en
el que no se olvidara a nadie que hubiera destacado como aporta
dor de experiencia y como contribuyente al gran texto de la colo
nización del mundo. Antes o después tenía que suceder que se em
prendiera la publicación real de ese imaginario hiperlibro de las
ciencias experimentales europeas. Caracteriza el genio práctico de
843
Giulio Paolini, El ojo de Calvino,
en Letra Internacional, 43 (1998).
La mano de Rudyard Kipling escribiendo.
los ilustrados franceses el que éstos, ya a mediados del siglo XVIII, ca
si a mitad todavía de la globalización terrestre, reunieran las ener
gías suficientes para llevar a cabo el proyecto de una Enciclopedia del
saber valioso. Ella proporciona al baldaquín teórico, hasta entonces
informal, la figura
saber. En él puede
saber, incluso a los
negro de las letras
bro de las ciencias.
obligada del círculo, que ordena y abarca todo
darse forma cognitiva valiosa a los registros del
que provienen de las fuentes más lejanas. Así, el
celebra su victoria sobre el blanco en el hiperli-
Pero que la reunión y traída a casa de experiencias puede tener
un lado subversivo -o en caso concreto, al menos, poco delicado-
fue algo que Federico II de Prusia hubo de experimentar en su con
tacto personal con el viajero del mundo y explorador de la naturale
za Reinhold Forster, quien parece que durante su presentación ofi
845
cial, tras la consecución de una cátedra de ciencias naturales en Ha
lle, le dijo, algo más francamente de lo usual en la corte, que hasta
entonces había visto en su vida cinco reyes, tres salvsyes, dos trata
bles, «pero ninguno como Su Majestad». El gran Federico tomó esto
como palabras de un «tipo archigrosero». Pero, entonces, ¿cómo
tendría que habérselo dicho? Si, por fin, los reyes del Viejo Mundo
pueden ser tratados empíricamente también, como los exóticosjefes
de tribu (si también las cortes europeas son observables como meros
emplazamientos de majestad), no se puede ya seguir ocultando a los
grandes señores y a su séquito que su tiempo se acerca al final4’7.
24 Los traductores
Mientras que el hábito de la contribución a las ciencias experi
mentales europeas se pudo desarrollar bajo el superbaldaquín de
un fantasma-libro enciclopédico, la tarea de los investigadores del
lenguaje y etnólogos fue la de elaborar trabajosamente el exterior
lingüístico en una plétora de encuentros individuales con lenguas
extranjeras concretas. Las lenguas europeas de los descubridores se
encontraron frente a un multiverso semiótico de enorme diversi
dad, compuesto de al menos 5. 000 (según la cuenta de la Unesco,
6. 700) auténticas lenguas y de una multiplicidad difícilmente esti
mable de dialectos y subdialectos, a todos los cuales pertenecían in
variablemente mitologías, cielos de dioses, ritualismos, artes y ges-
tualidades propias. A la vista de esa multiplicidad, que se burla de
cualquier sinopsis, ha de desvanecerse como por sí mismo el sueño
de un hiperlenguaje omniintegrador. Tanto a los descubridores co
mo a los descubiertos sólo les quedan dos estrategias para orientar
se en esa situación neobabilónica: una, la imposición a la fuerza de
las lenguas de los señores coloniales como lenguas universales de
circulación, cosa que, con suerte diversa, consiguieron al menos el
inglés, el español y el francés en diferentes lugares del mundo; otra,
la penetración de cada una de las lenguas concretas por el habla tra
ducida de los nuevos señores. Ambos caminos hubieron de iniciar
se simultáneamente, y, tanto en uno como en otro, el aprendizaje de
846
lenguas -y con él, a la vez, la traducción- se revela como la clave
de los procesos esferopoiéticos concretos y regionales. Da igual que
uno se incline por teorías pesimistas u optimistas de la traducción:
el bilingüismo o plurilingüismo cumplió, en cualquier caso, una de
las funciones-baldaquín regionales más importantes durante la glo-
balización en marche. En ello algo queda como un hecho: que las len
guas europeas de los señores atrajeron hacia sí la lengua local más
de lo que las lenguas del lugar absorbieron los idiomas de los colo
nizadores458. Fue una sagaz intuición del político-historiador Wins-
ton Churchill escribir la historia de la potencia mundial inglesa no
simplemente como la historia de un imperio, sino como la de un es
pacio lingüístico: History of the English Speaking People. Previo, obvia
mente, que de la commonwealth sobreviviría, ante todo, el common-
speak. Este arreglo no sólo satisfizo la necesidad de los ingleses de
presentar sólo como una cuestión de pronunciación la fractura en
tre Gran Bretaña y los Estados Unidos de América, sino que mantu
vo abierta también la opción de entrada de nuevos grupos políticos
y círculos culturales en el club de los pueblos angloparlantes. Y, de
hecho, si se miden las cosas por el criterio lingüístico, hoy están in
corporados a la imprescindible red lingüística anglófona, como
nuevos pueblos artificiales, todos los científicos naturales, pilotos,
diplomáticos y gentes de negocio; a ella se conecta, finalmente, el
bello y nuevo mundo de la música pop. En la anglofonía, como en
la religión y en la conversación de límites débiles, el medio es real
mente el mensaje.
Por 16tjue respecta al mensaje cristiano, no podía esperar en su
segundo ciclo misionero que la demanda llegara hasta él desde las
5. 000 lenguas extranjeras. Tuvo que traducirse a sí mismo al len
guaje de los otros para explicarles por qué era necesario para la sal
vación. La suma de lo que han ofrecido los traductores cristianos en
los últimos quinientos años con el fin de anunciar su fe en lenguas
extranjeras, al menos desde el punto de vista cuantitativo, y quizá
también desde el cualitativo, representa probablemente la aporta
ción cultural más considerable de la historia de la humanidad: al
menos, la autotraducción del cristianismo moderno al sinnúmero
de culturas determinadas es, hasta ahora, el testimonio más pode
847
roso de las posibilidades y dificultades de una ecúmene transcultu
ral operativamente concreta. Al final del siglo XXse cuenta con 2. 212
traducciones a auténticas lenguas de partes del Nuevo Testamento,
de donde expertos en el aüas lingüístico deducen que el mensaje
cristiano se ha abierto camino al menos a una de cada tres comuni
dades lingüísticas sobre el planeta, entre ellas no pocas en las que el
primer libro que apareció fue el Nuevo Testamento. Este estado de
cosas, que, por una parte, considerado desde la inmanencia históri-
co-eclesiástica, pudo ser descrito como la prosecución del milagro
de Pentecostés con medios gutenbergerianos, delata, a la vez, la par
ticularidad insuperable del mensaje más inclusivo; la inaccesibilidad
de las llamadas pequeñas lenguas pone un límite fáctico a la efecti
va expansión universal del Evangelio cristiano. En consecuencia, in
cluso las prácticas apostólicas de difusión, por muy penetrantes y
victoriosas que hayan sido, no consiguieron realizar el sueño mo
derno de la construcción de un imperio eurocéntrico de mensajes
que se infiltrara hasta el nivel capilar. Además, Hollywood, la me
trópolis pacífica de las imágenes, ha quitado la primacía a las cen
trales emisoras mediterráneas, Roma yJerusalén. Sus mensajes ya
prometen las ganancias más lucrativas si consiguen promocionarse
en dos docenas de versiones sincronizadas.
25 Mundo sincrónico
Modera times: medio milenio después de los viajes d^Colón se
presenta la tierra circunvolucionada, descubierta, representada,
ocupada y utilizada como un cuerpo entretejido en una tupida red
de movimientos circulatorios y rutinas telecomunicativas. Cubiertas
virtuales han sustituido al imaginado cielo de éter de otros tiempos;
mediante sistemas de transmisión la eliminación de la lejanía se ha
implementado técnicamente por doquier en los centros de poder y
consumo. Desde el punto de vista aeronáutico la tierra se ha redu
cido a un trayecto en jet de cincuenta horas como máximo; en el ca
so de las vueltas en torno a la tierra de los satélites y de las circun-
voluciones-Aíír, se han conseguido unidades de tiempo de noventa
848
minutos, y menos; para mensajes de radio y de luz la tierra se ha re
ducido casi a un punto fijo: rota como esfera temporal-compacta en
una mantilla electrónica que la rodea como una segunda atmósfera.
Con ello, sobre todo mediante los grandes avances técnicos de la
segunda mitad del siglo XX, la globalización terrestre ha avanzado hasta un punto en el que se consideraría una idea extravagante vol ver a exigir de ella que sejustificara. Así como en el siglo XIX la ocu pación fáctica de un territorio se había convertido en el argumento definitivo de los Estados nacionales europeos para la formulación de sus pretensiones coloniales, la consumación fáctica de la globali zación terrestre se ha convertido en el argumento autofundante del proceso como tal. Tras una fase de arranque de varios siglos la glo balización se estabiliza en sí misma progresivamente como un com plejo de movimientos rotantes y oscilantes que se mantienen por su propio ímpetu. En el reino de los capitales circulantes el momentum ha sustituido a los fundamentos. Consumación sustituye a legitima ción; los hechos se han convertido en normas y niveles.
Lo que puso en marcha el siglo XVI, el XX lo ha llevado a su per fección: con tal de que el dinero se haya detenido en él, ningún punto de la superficie de la tierra puede eludir el destino de con vertirse en un emplazamiento. La revolución liquidadora o licue- factora sigue rodando, las olas crecen. Todas las ciudades se han convertido en ciudades portuarias, pues cuando las ciudades no van al mar, los mares vienen a ellas (la nueva supermercancía informa ción no llegó sobre high-ways a los aledaños -como sugería una fal sa metáfora de comienzos del discurso de la red-, sino sobre co rrientes navegables en los océanos de datos). En este sentido, Davos es hoy una ciudad de mar.
Por sus viejos y nuevos medios la globalización comunica per
manentemente que está sucediendo y que avanza y que no acepta
alternativas a ella. De ahí su independencia peculiar de toda filoso
fía y demás expresiones de la teoría reflexiva. Como una segunda
naturaleza o un destino, no sejustifica ante ninguna instancia críti
ca; ya sólo mantiene monólogos, en los que se afirma y reafirma co
mo fuerza superior. La descripción de la situación ha sustituido a la
crítica. En todo caso, la marcha del mundo puede explicarse a sí
849
misma como la forma más amplia de un act of God que se lleva a ca
bo por la suma de acciones humanas, cuya realización no pueden
impedir, por ahora, voluntades contrarias por muy generales que
sean.
Tras el hecho de que la tierra está circunvolucionada y que los
pueblos y culturas más alejados han accedido a ella bajo la presión
de la mediación, no puede ya retroceder ocupación teórica alguna
con el presente. En este sentido la globalización terrestre es com
parable a un axioma, el uno y único hecho del que puede partir una
teoría de la era presente. Aunque los pueblos diseminados hayan vi
vido hasta ahora en sus endocontinentes como en estrellas separa
das, escondidos del exterior en sus clausuras lingüísticas y territo
riales, se ven obligados por la revolución destructora de lejanía de
la Modernidad a admitir que, ahora, a causa de su desdichada ac
cesibilidad por los otros agresores, viven en uno y el mismo planeta,
en la estrella de los desencubiertos.
Pero, dado que la globalización terrestre es un mero factum que
ha aparecido tarde y bajo circunstancias singulares, no se puede in
terpretar como manifestación de una verdad eterna o de una nece
sidad ineludible. Sería exagerado ver en ella la expresión natural
del axioma biológico de que todos los seres humanos sobre la tierra
constituyen una única especie. Tampoco demuestra la idea metafí
sica de que todos los seres humanos participan en definitiva de uno
y el mismo tesoro de verdades irrevisables (aunque muchos lo crean).
Ylo que no refleja, desde luego, es una ley moral hipotética de que
todos los seres humanos han de pensar en todos los demás, a ser po
sible tratando de compenetrarse y mostrando interés y simpatía. Sí,
los hechos de la globalización llevan cruelmente ad absurdum preci
samente el supuesto ingenuo de una franqueza potencial de todos
con todos. Al contrario, la finitud ineludible del interés de seres hu
manos por seres humanos ha de hacerse cada vez más evidente en
el curso de la interconexión mundial: sólo cambia el acento moral,
y, ciertamente, en dirección a la inculpación obligada (acompaña
da de enervación creciente). Lo que caracterizaba «por naturaleza»
hasta hace muy poco a «todos los seres humanos» sin excepción era
su común y universal inclinación y capacidad de, o a, ignorar sin
sentimiento de culpa la tremenda mayoría de seres humanos que
850
Joseph Arnold, la cámara del tesoro
de la familia de grandes comerciantes
en hierros y socios mineros Dimpfel,
de Regensburg, 1608, detalle.
Franklin D. Roosevelt y Molotov
en la sala de mapas de la Casa Blanca, 1942.
«Los mapas enrollables estaban tan bien colocados
que el presidente, sentado en su escritorio,
podía desplegar simplemente el mapa de
cualquier parte del mundo que quisiera estudiar»
(Gilbert Grosvenor).
hay fuera del propio receptáculo étnico. En tanto que pertenecien
tes a una especie de seres vivos dispersos -y esta su diáspora fáctica
es felizmente insuperable incluso después de la revolución del trá
fico mundial-, los seres humanos, en sus clanes, etnias, barrios,
clubs y grupos de interés, están fáctica e inexorablemente desenre-
852
Theodore Rooseveh (1858-1919).
dados de aquellos que pertenecen a otras unidades de identidad o
a otros escenarios de mezcla. Entre los efectos de la globalización
sobresale, sin embargo, el hecho de que ella ha elevado a nueva nor
ma lo más improbable antropológicamente: el incesante contar con
los otros lejanos, con los extraños al propio receptáculo.
El mundo globalizado es el sincronizado; su forma determinan
te de tiempo es el presente construido; su convergencia temática se
encuentra en actualidades459.
Es verdad que también en el futuro, países y seres humanos en
los que es de noche quedarán en la sombra de la tierra; pero el
mundo como mundo ha perdido sus sombras, se ha quedado sin
noche, ha caído bsyo el despiadado imperativo-día; en el espacio
global representado ya no hay tiempos-afuera. Además, las formas
de pensamiento del mercado mundial y de la incipiente política «in
terior» mundial instan a la defensiva a la ignorancia inmemorial de
distancias y extranjeros a los que supuestamente nunca se encon
trará y encierran a los implicados en una arena de oportunidades de
encuentro reales y de presiones crónicas de contacto. El resultado
antropológico de la globalización: la síntesis lógica de la humanidad
en un poderoso concepto de especie y su unificación en un mundo
sincrónico de tráfico y circulación es producto de denodados es
fuerzos y logros abstractivos constructores y de aún más denodados
movimientos circulatorios, constructores también.
Lo que antes se dijo sobre la preeminencia del viaje de ida en la
historia del movimiento circulatorio universal alcanza aquí su pun
to esencial: sólo hay «ser humano» y «humanidad» después de que
durante siglos de viajes de ida de los europeos hacia los otros se ha
ya establecido el horizonte antropológico como plenum virtual de
los pueblos y de las culturas; un movimiento que, desde hace poco,
con el comienzo de la descolonización, tiene que prestar atención y
cuidarse del creciente tráfico en sentido contrario. Este tráfico en
sentido contrario se mezcla con los gestos del retomo de los euro
peos a sí mismos, y el resultado de esa mezcla se llama multicultu-
ralismo o hibridación de los mundos de símbolos. «La humanidad»:
aparece, con interconexión de redes y autodescubrimiento progre
sivo, en el escenario del pensamiento contemporáneo como el vago
854
Cadena de montaje en la fábrica
Replogle Globes Inc. , Chicago.
y disperso parasujeto de una historia universal de lo contingente460:
un recién llegado tardío, cuya aparición queda sometida, si no ya a
su carácter interior, sí completamente a las circunstancias casuales
de su descubrimiento y organización.
26 Segunda Ecúmene
La «humanidad» no se constituye por la libido de formar una es
pecie y procurarse los medios de reunión necesarios para ello. Más
bien, la asamblea antropológica sólo se ha producido por los lazos
coactivos del colonialismo, y, tras su disolución, por las necesarias
interconexiones que se hacen valer en sistemas de crédito, inver
siones, tráfico físico de mercancías, penetraciones turísticas, expor
tación cultural, intervencionismos policíacos internacionales y ex
tensión ecológica de normas. La pretensión de la actual Segunda
Ecúmene no se manifiesta tanto en que los seres humanos hayan de
admitir por doquier que los seres humanos de cualquier otra parte
son sus iguales (es considerable el número de quienes lo niegan ex
plícita o encubiertamente), sino en que han de soportar la presión
creciente de la cooperación, que los apiña frente a riesgos comunes
855
y amenazas supranacionales, convirtiéndolos en una comuna auto-
constrictiva. Lo que se ha mostrado para los modernos Estados na
cionales: que sólo pueden mantenerse en forma por medio de una
permanente comunicación autoestresante, parece verificarse en
medida creciente para la todavía informal comunidad de Estados
planetaria. Estrés autógeno es la base de todas las tecnologías de
consenso de gran formato461.
En vistas de ello, la actual política internacional se transforma de
modo significativo: parece salir ante nuestros ojos de la era de las
grandes acciones y entrar en la era de los grandes temas (es decir,
de los grandes riesgos, que cuajan en universales o instituciones se
mánticas de nuevo tipo), que han de ser trabajados minuciosamen
te en negociación permanente. La política de temas y su circo de
reuniones correspondiente sólo prosperan como producción de es
trés global autógeno. Sus representantes negocian por una huma
nidad que se va constituyendo progresivamente como integral o glo
bal por comunas de estrés que se acercan y abordan unas a otras.
Este plenum virtual de la humanidad de tráfico y comunicación,
realmente conectada, movida por temas, que ha resultado de la glo-
balización moderna a través de los imperios coloniales y de su su
peración en relaciones de mercado mundial, no representa la pri
mera figura de la comuna antropológica que se concibió en la
historia de las autoorganizaciones y autodescubrimientos humanos.
También para los europeos precolombinos había aparecido ya en el
horizonte una idea de unidad de especie, articulada clásicamente
en el concepto griego de oikuméne o de «mundo habitado». El he
cho de que el mundo colonizado por seres humanos se limitara en
tonces a la cultura mediterránea helenístico-romana, y en la perife
ria sólo alumbrara la trinidad-continente tolemaico-térrea (resto
de)Europa-Asia(occidental)-Africa(del norte), no resta nada de su
magnanimidad a esta idea de especie. Lo principal de la antigua
concepción de ecúmene no es la idea de que la totalidad de los se
res humanos hayan de estar en casa en alguna parte. A los antiguos
no se les ocurrió enseñar que los seres humanos sean en todos los
pueblos animales económicos (oikein, habitar) o seres deficientes
que dependen de una casa, que no pueden prescindir de un techo
856
sobre la cabeza ni de todo lo demás que pertenece a un acomodo
completo en el suelo. Para el ecumenismo antiguo los seres huma
nos no aparecen como aquellos seres vivos que tienen derechos por
que físicamente todos ellos necesiten lo mismo y se sientan unidos
por ello; más bien, en el pensamiento de los filósofos tempranos, los
seres humanos están unidos ontológicamente como los seres que,
más allá de sus simbolismos locales, participan en conjunto en uno y
el mismo secreto del mundo. Son los seres que contemplan la mis
ma luz y a quienes les sobrepasa la misma pregunta. Esta idea de la
participación universal en un superfundamento revelado y oculto de
la realidad constituye lo que podría llamarse, con Eric Voegelin, la
Primera Ecúmene de Occidente (como es sabido, también existía, al
lado, la versión china de la idea de una totalidad civilizada, recogida
en el concepto t’ien-hsia, «todo bajo el cielo»), expresión que se tra
duce también, sin ambages, por «imperio»462. Retrospectivamente,
Voegelin formuló con precisión la estructura metafísica de la prime
ra idea de una humanidad unitaria en la Antigüedad occidental:
La humanidad occidental no es una sociedad que exista en el mundo,
sino un símbolo que remite a la conciencia del ser humano de participar
en su existencia terrena en el misterio de una realidad que aspira a ser
transfigurada. Humanidad universal es un índice escatológico.
[. . . ] Sin universalidad no habría humanidad, a no ser como agregado de
los miembros de una especie biológica; no habría historia de la humanidad,
como no hay una historia de la gateidad o de la caballeidad. Si la humani
dad ha de tener historia, sus miembros han de ser capaces de responder a la
conmoción de la presencia divina en sus almas. Si ésta es la condición, la hu
manidad está constituida por el Dios al que responde el ser humano. De es
te modo aparece claro cómo una aglomeración casual de sociedades del mis
mo tipo biológico conforma una única humanidad con una única historia:
gracias a su participación en el mismo flujo de presencia divina463.
En consecuencia, el fundamento de unidad de la «humanidad»
proyectada al modo de la antigua Europa no habría que buscarlo en
el tráfico de mercancías circunmediterráneo, ni en la síntesis impe
rialista de los pueblos que produjo el dominio de Roma. Más bien,
857
los seres humanos de la Antigüedad, en virtud de sus supremas au-
tointerpretaciones, son una «comunidad de problemas»: iluminada
por participación común en evidencias noéticas y pneumáticas com
parables, y solidarizada por una misma estructura enigmática de la
existencia. La dignidad del género humano fue componerse de seres
sobrepasados por el mismo fundamento inconmensurable. Es ver
dad que estuvo reservado a los romanos el desarrollar las máquinas
de guerra y los medios de comunicación que hicieron que se les so
metiera el mundo habitado en tomo al Mediterráneo; pero después
de que se hubieran expandido victoriosamente por todos lados, los
conquistadores hubieron de dejarse conquistar por dos pueblos con
quistados. Si, primero, según el verso de Horacio, «la Grecia vencida
atenazó al vencedor salvaje», fue porque la teología filosófica griega
había descubierto las estructuras de una voz de la razón percibióle
universalmente -se diría, mejor, por una técnica de evidencia lo su
ficientemente madura como para ser exportada-, que potencialmen
te fue capaz de mostrarse en el puro pensar a todos los seres huma
nos, sin consideración de su particularidad étnica. Voegelin celebró
esta «epifanía noética» como la contribución indeleble de Grecia a
una philosophia perennis presuntamente relevante también desde el
punto de vista cultural-universal464. Ysi, después, tambiénJerusalén se
impuso a Roma bajo el signo cristiano, fue sólo porque, mediante su
mensaje de la íntima y pública comunidad de Dios con las almas de
los creyentes en la ekklesia, condujo el motivo de una «teofanía pneu
mática» a un despliegue universal, no delimitado ya étnicamente.
Roma se elevó a la categoría de Ciudad Eterna no sólo en nombre de
sus dioses nacionales de mayor éxito,Júpiter, Marte, Virtud, Victoria,
sino porque fue capaz de transformarse en una Segunda Jerusalén,
y, en límites menos amplios, en una Segunda Atenas. Gracias a su ca
pacidad de asimilación y traducción, Roma se convirtió en la capital
de la Primera Ecúmene y en la fuente metafísica de energía de la vie
ja Europa. Mucho tiempo antes de las universidades y de las acade
mias modernas la Roma aetema se presentaba como la sucursal terre
na de la evidencia: tras Atenas yJerusalén, quiso ser la ciudad donde
se muestra lo que es; exigía que todo vi¿ye a Roma se convirtiera en
una peregrinación a la evidencia (y al misterio).
858
Pero la globalización terrestre descentró también a la ciudad de
las ciudades y, de central emisora metafísica del orbe terráqueo de la
antigua Europa, hizo de ella un mero emplazamiento entre otros. No
habría que minusvalorar la circunstancia de que los cincuenta y seis
firmantes de la declaración de independencia americana del 4 deju
lio de 1776, casi sin excepción masones y metafísicos-amateur, apelen
en primer lugar a la evidencia y declaren después los derechos hu
manos: como si hubieran comprendido que las emancipaciones de
Europa no tienen éxito mientras no se consiga primero una transfe
rencia de la verdad al otro lado del Atlántico: «Consideramos eviden
tes estas verdades, a saber, que todos los seres humanos están igual
mente constituidos. . . » (Weholdthesethruthstobeselfevident. . . ).
Para la comuna antropológica del actual proceso de globaliza
ción avanzado ya no se contempla un fundamento metafísico de
unidad del tipo de la «presencia divina» voegeliniana en cada alma.
La Segunda Ecúmene ha echo saltar los universales de la Primera;
ha provisto con el predicado de provincianos los conceptos de mun
do tanto griego como cristiano y sus evidencias lógicas. El cristianis
mo ha tenido que hacerse certificar su particularidad insuperable y
sólo un futuro lejano demostrará si es capaz de conseguir, por el
avance hacia un «ethos universal», autoridad ecuménica ampliada:
un proyecto en el que trabajan Hans Küng y otros con el ímpetu de
nuevos Padres de la Iglesia (aunque quizá sólo pueda haber ya pri
mos de la Iglesia). Sólo es seguro que ninguna de las llamadas reli
giones universales, tomadas en sí mismas, podrá cualificarse jamás
como el Gran Vehículo para todas las fracciones de la humanidad.
A cada una de ellas le resultará difícil con el tiempo mantener sus
cuotas en el mercado mundial de las necesidades metafísicas. Y de
lo que no tienen perspectiva alguna las religiones universales sinté
ticas es de imponer a la comuna antropológica un lenguaje metafí
sico unitario y un vocabulario definitivo, en ese sentido465: sobre to
do porque en el mundo del futuro, en un tiempo no muy lejano, los
lenguajes de los vencedores y los lenguajes de los perdedores se irán
separando cada vez más, aunque en este momento, en los medios y
parlamentos de las sociedades del bienestar en el poder, se vuelva a
hacer el ensayo de mantener un lenguaje socialdemócrata de unidad
859
para un mundo sin perdedores466. En esta situación parece plausible
colocar más bajas las expectativas en el concepto de un fundamen
to de unidad de la especie de lo que las pusieron los enunciados
exaltados de las teologías noéticas y proféticas en la era de la Pri
mera Ecúmene.
De todos modos, la Segunda Ecúmene sí puede aprender de la
Primera reconstruida que no procede o no es posible remitirse a
«fundamentos» biológicos para la puesta en evidencia de un funda
mento de unidad de la humanidad: incluso tampoco cuando ha en
trado en liza una genética más reciente, políticamente correcta, que
certifica para todos los seres humanos la pertenencia a un gen-pool
ampliamente homogéneo. Este racismo adámico es un sistema ilu
so de la misma estructura que todos los colectivismos biológicos an
teriores a él, incluso si ahora los argumentos genéticos se utilizan
para la unificación de las razas y no ya para la discriminación. Tam
poco la Segunda Ecúmene podrá expresar la unidad del género hu
mano -por utilizar por un instante el lenguaje del siglo XVIII- me
diante una physis común, sino sólo por una situación o condición
común. Pero esta condición sólo es determinable ya ecológica e in-
munológicamente.
La unidad de los seres humanos en su especie diseminada se ba
sa ahora en que todos, en sus correspondientes regiones e historias,
se han convertido en los sobrepasados, sincronizados, en los afecta
dos y humillados desde la lejanía, en los desarraigados de sí, conec
tados, excesivamente requeridos: en emplazamientos de su ilusión
vital, en direcciones de capital, en puntos en el espacio homogéneo,
a los que se retoma y que retoman a sí mismos: más vistos que vi
dentes, más entendidos que entendedores, más atrapados que atra
padores. En el retorno a sí mismo, cada uno y cada una tiene que
intentar comprender, ahora, la ventaja o desventaja de ser el que es.
La «humanidad» tras la globalización: seres humanos, en su mayo
ría, que se han quedado en su propia piel, las víctimas de la des
ventaja de emplazamiento «yo».
Sin ninguna filosofía, el mismo curso del mundo ha desplazado
del centro a los seres humanos de modo imprevisto, no-teológico.
En el proceso de globalización los seres humanos no sólo se sienten
860
anticuados -como han dicho, resignándose, muchos teóricos de la
enajenación-, sino que se han convertido en extraños para sí mis
mos: en seres que vuelven a sí desde fuera y no pueden estar segu
ros de que haya alguien en casa cuando entran en sí mismos.
Si en la Primera Ecúmene el ser humano ejemplar era el sabio,
que meditaba en su relación rota con el absoluto, y el santo, que por
una gracia incomprensible podía sentirse más cerca de Dios que el
pecador usual, el ser humano ejemplar de la Segunda Ecúmene es
el prominente, que nunca comprenderá por qué él ha tenido más
éxito que los demás, y el anónimo pensador, que se abre a las ex
periencias clave de esta era: por una parte, a las siempre retoman
tes revoluciones, como «manifestaciones del infinito aquí-y-aho-
ra»467, por otra, a la vergüenza que afecta más que el pecado original
a toda vida lúcida: nunca haber hecho lo suficiente contra la degra
dación general de lo vivo.
En la última esfera, el emplazamiento de la Segunda Ecúmene,
ya no habrá ninguna esfera de todas las esferas: ni una informática,
ni una estatal-universal, ni, sobre todo, una religiosa. Incluso inter
net, por muy grandes que sean sus potenciales, como sistema de su-
perinclusión crea, a la vez, una superexclusividad complementaria.
La esfera, que sólo consiste en superficie, no es una casa para todos,
sino un mercado para cualquiera. En los mercados nadie está «con
sigo»; nadie ha de intentar estar como en su casa allí donde cam
bian de dueño dinero, mercancías y ficciones. Mercado mundial es
un concepto que significa la constatación (y pretensión) de que to
dos los ofertantes y clientes se encuentran en una exterioridad ge
neral. Mientras haya mercado mundial o mercados mundiales fra
casarán, por la preeminencia insuperable del exterior, todas las
especulaciones sobre la recuperación de una panorámica, centrada
doméstica o metropolitanamente, de un espacio interior integral
llamado humanidad. Si la Edad Media no consiguió encajar con
céntricamente la esfera de Dios y la esfera del mundo468, que signi
ficaría sólo una locura adicional que la Modernidad emprendiera el
híbrido proyecto de integrar la multiplicidad de los emplazamien
tos culturales y empresariales como subesferas en una monosfera
concéntricamente edificada. Esto es lo que parece, ciertamente,
861
Gran almacén Tietz,
Berlín, 1899-1900.
que ha minusvalorado el propio Marshall McLuhan cuando se en
tregó a su visión de la aldea global: «Las ampliaciones mediáticas
del ser humano conducen a la humanización del planeta»469. Por
muy generosas que fueran las expectativas del gran teórico de los
medios: la extinción imparable de las configuraciones centrístico-
imperiales de la forma del mundo ha sustraído el fundamento (la
posición central del remitente absoluto) también al catolicismo elec
trónico.
La última esfera sólo permite ya constructos en línea horizontal,
lo que no excluye edificios altos aislados. Demanda joint ventares,
transacciones interculturales bajo cielos artificiales, no demasiado
empinados; reclama foros, podios, baldaquines, patrocinios, alian
zas; fomenta asambleas de grupos de interés en mesas con diferen
tes formas, en salas de conferencia escalonadas. Pero desalienta la
idea de una supermonosfera o de un centro soberano de todos los
centros.
27 La gran transformación inmunológica
En camino a las sociedades de paredes finas
De la ruidosa monotonía de la actual literatura sociológica y po
lítica sobre la globalización pueden abstraerse algunos patrones que
tienen buenas perspectivas de convertirse para los próximos siglos
en algo así como temas eternos o universales periodísticos: por una
parte, el motivo de que entre lo local y lo global hay que estipular
en todo momento un nuevo modus vivendi, por otra, que, «tras la
Modernidad», las comunidades políticas habrían entrado en una
nueva constelación «más allá del Estado nacional»470; en tercer lu
gar, que el mundo globalizado entra política y moralmente en ten
sión por la diferencia cada vez más llamativa entre pobres y ricos; y
en cuarto lugar, que el agotamiento progresivo de la biosfera y los
requerimientos excesivos que se hacen al agua, aire y suelos con
vierten nolens volens a «la humanidad» en una comunidad ecológica
de intereses de cuyo buen sentido y diálogo ha de surgir una nueva
cultura racional que tenga en consideración las repercusiones futu
863
ras. No es difícil percibir en todos estos temas una problemática que
recorre a todos: el desvanecimiento de las concepciones tradiciona
les de los sujetos políticos y de las autounidades sociales. Se advier
te por todas partes que las tendencias decisivas han escapado de la
mano de quienes tenían la competencia hasta ahora, y que los pro
blemas de hoy y los solucionadores de problemas de ayer (sobre to
do, los problemas de mañana y los solucionadores de problemas de
hoy) ya no van al unísono.
Traduzcamos estas percepciones desde el debate sociológico a
nuestro contexto: al de una poética política del espacio o de una «ma-
crosferología»471. Tras este cambio de perspectiva, todas las cuestio
nes de la identidad social y personal se presentan bsyo aspectos mor
fológicos e inmunológicos, es decir, bajo el punto de vista de cómo
en grandes mundos movidos históricamente pueden establecerse si
quiera algo así como formas vivibles de «habitar» o de ser-consigo-y-
con-los-suyos. La nervosidad actual de la globalización refleja el he
cho de que con el Estado nacional se puso a disposición la condición
polídca de habitabilidad -por decirlo así, la sala de vivienda y de con
ferencia de los pueblos democráticos (o de las ilusiones de pueblo)-
con mayores posibilidades hasta ahora, pero que, aquí y allí, en esa
sala de estar nacional ya corre el aire muy desagradablemente.
En una mirada retrospectiva aparece más claro que la extraordi
naria aportación del moderno Estado nacional ha sido la de dispo
ner para la mayoría de sus habitantes una especie de vida familiar o
de hogar: esa estructura imaginaría o real de inmunidad, que pudo
ser vivida como convergencia de lugar y sí-mismo o como identidad
regional (en el mejor sentido de la palabra). Donde más impresio
nantemente se produjo esa aportación fue allí donde se consiguió
mejor la domesticación del Estado de poder en Estado de bienestar.
La globalización atenta contra ese efecto político-cultural de hogar,
con el resultado de que innumerables ciudadanos de modernos Es
tados nacionales ya no se encuentran en casa consigo mismos, ni se
encuentran consigo mismos en casa.
Se ha puesto en movimiento la construcción inmunológica de
identidad político-étnica, y con ello se muestra que la conexión de lu
gar y sí-mismo no es tan estable en cualquier circunstancia como se
864
Roza El-Hassen, Objeto-puerta, 1996,
silicona, cerradura y picaporte.
exigía y anunciaba en los folclores políticos del territorialismo (des
de las antiguas culturas agrícolas hasta el moderno Estado nacio
nal). Si el entrelazamiento de lugares y sí-mismos se distiende o di
luye pueden aparecer dos posiciones extremas, de las que se puede
deducir la estructura del campo social con precisión experimental,
por decirlo así: la de un sí-mismo sin lugar y la de un lugar sin sí-mis-
mo. Está claro que, hasta ahora, todas las sociedades realmente exis
tentes tuvieron que buscar siempre su modus vivendi en alguna par-
865
te entre ambos polos (de modo ideal, ciertamente, tan alejadas de
los extremos como fuera posible); y se entiende fácilmente que tam
bién en el futuro toda comunidad política real ha de dar una res
puesta al doble imperativo de la determinación del sí-mismo y del
lugar.
Lo que más se acerca al extremo de la disolución, ciertamente,
es eljudaismo de la diáspora de los dos milenios pasados, del que se
ha podido decir, no sin razón, que ha sido un pueblo sin territorio;
un hecho que llevó a Heinrich Heine a decir la agudeza de que los
judíos no están en casa en un territorio, sino en un libro, la Torá,
que fue llevada por ellos a todas partes como una «patria portátil».
Esta observación tan elegante como profunda ilumina de golpe una
circunstancia de validez general, en la que se ha reparado demasiado
pocas veces: grupos «nómadas» o «desterritorializados» no constru
yen (o sólo marginalmente) su inmunidad simbólica y su coheren
cia étnica desde un suelo que los soporte; más bien, sus comunica
ciones mutuas funcionan como un «receptáculo autógeno»472en el
que se cobijan los comunicantes mismos y en el que permanecen
«en forma» mientras el grupo deambula por países exteriores. Se
gún eso, un pueblo sin territorio no puede ceder ante el sofisma
que a lo largo de la historia de la humanidad se ha impuesto en ca
si todos los pueblos sedentarios: entender el territorio mismo como
el receptáculo del pueblo y concebir el propio suelo como el aprio-
ri de su sentido de la vida y de su identidad. Esa territorialfallacy per
tenece a las herencias hasta hoy más eficaces y problemáticas de la
era sedentaria, ya que en ella se apoya el reflejo fundamental de to
da utilización política, aparentemente legítima, de fuerza: la llama
da «defensa de la patria», que se basa en la obsesiva equiparación de
lugar y sí-mismo: la falta axiomática de lógica de la razón territoria-
lizada. Esta se pone en evidencia progresivamente desde que una
ola superpotente de movilidad transnacional se encarga de que pue
blos y territorios de muchas partes relativicen su liaison mutua. Es
característica de la Modernidad avanzada la tendencia al sí-mismo
multilocal, así como al lugar poliétnico o «desnacional».
Sobre este hecho, también teóricamente interesante, ha llamado
la atención últimamente, con su creación conceptual ethnoscape, el
866
antropólogo cultural indoamericano Aijun Appadurai. Bajo este
concepto de ethnoscape se pueden afrontar hechos como la «deste-
rritorialización» (deterritorialisation) creciente de lazos étnicos, la con
figuración de «sociedades imaginarias» fuera de las naciones y la par
ticipación imaginaria de innumerables individuos en las imágenes
de formas de vida de otras culturas nacionales473. Por lo que respecta
al judaismo durante su período de exilio, su provocación consistió
en que mantuvo a la vista de los pueblos del hemisferio occidental la
aparente paradoja y real escándalo de un sí-mismo, tácticamente
existente, sin lugar.
En el otro polo aparece el fenómeno lugar sin sí-mismo en for
mas cada vez más llamativas. Para ello resultan paradigmáticas las
regiones de la tierra no habitadas por seres humanos: los desiertos
blancos (mundo polar), los grises (altas montañas), los verdes (sel
vas vírgenes), los amarillos (desiertos de arena) y los desiertos azu
les (océanos). Pero en nuestro contexto tienen menor interés por
que se trata de lugares en los que sejuntan seres humanos aunque
sin querer, o sin poder, ligar su identidad a la localidad. Esto vale
para todos los lugares de tránsito, tanto en sentido preciso como
amplio de la palabra, se trate de lugares destinados al tráfico como es
taciones, puertos y aeropuertos, calles, plazas y centros comerciales,
se trate de instalaciones pensadas para estancias limitadas como al
deas de vacaciones o ciudades turísticas, solares industriales o al
bergues nocturnos. Puede que tales lugares tengan sus propias at
mósferas, pero no existen en dependencia de una vecindad regular
o de un sí-mismo colectivo que estuviera enraizado en ellas. Es pro
pio de ellos no retener a sus visitantes y transeúntes. Son los lugares
de nadie, a veces muy concurridos, a veces despoblados, los desier
tos de tránsito que proliferan en los centros desnucleados y en las
híbridas periferias de las sociedades contemporáneas.
En tales sociedades se reconoce, sin mayor despliegue analítico,
que las tendencias globalizadoras atentan de modo decisivo contra
su normalidad hasta hoy: la vida en condiciones sólidas, étnicas o
nacionales de container (junto con sus fantasmas específicos) y la li
cencia para confundir, sin temor alguno, territorio y sí-mismo. Pues,
por un lado, tales sociedades aflojan sus ataduras al lugar en tanto
867
Anish Kapoor, Turning the world upside down III,
Deutsche Bank, Londres 1996.
que grandes poblaciones se acostumbran a una movilidad histórica
mente sin par; por otro, se multiplica dramáticamente el número de
esos lugares de tránsito, respecto de los cuales no es posible ningu
na relación de habitabilidad para los seres humanos que los fre
cuentan. Con ello, las sociedades globalizadoras y movilizadoras se
acercan al mismo tiempo tanto al polo «nómada», al sí-mismo sin lu
gar, como al polo desértico, a un lugar sin sí-mismo: con un tramo
medio que se va encogiendo, compuesto de culturas regionales ma
duras y de satisfacciones que produce el apego al suelo.
868
La crisis de forma de las modernas sociedades de masas, de la
que actualmente se discute la mayoría de las veces como si se trata
ra de la crisis de la estatalidad nacional, procede, pues, de la erosión
avanzada de las funciones-container étnicas. Lo que hasta ahora se
entendía y malentendía bajo sociedades, la mayoría de las veces no
era otra cosa, efectivamente, que el contenido de un receptáculo de
gruesas paredes, territorial, apoyado en símbolos, normalmente mo-
nolingüe: y, con ello, un colectivo que encontraba su autocerteza en
una cierta hermenéutica nacional y que se agitaba en sus propias re
dundancias (para extranjeros, apenas alguna vez comprensibles del
todo). Tales comunidades históricas, que se mantenían en el punto
de intersección de sí-mismo y lugar, los llamados pueblos, estaban
colocados la mayoría de las veces, a causa de sus propiedades de au-
to-container, en un gran desnivel entre interior y exterior (un hecho
que en culturas prepolíticas acostumbraba a representarse como et-
nocentrismo ingenuo, y en el escalón político, como diferencia
substancial de lo político interior y exterior). Pero justamente esa
diferenciación y desnivel son allanados hoy progresivamente me
diante los efectos de la globalización. La situación de inmunidad
del container nacional se va viviendo en grado creciente como pro
blemática por los beneficiarios de las condiciones anteriores. Es
verdad que alguien que haya conocido las ventajas de la moderna li
bertad de establecimiento de domicilio apenas echa de menos en
serio las clausuras militantes de la antigua estatalidad nacional, me
nos aún las autohipnosis totalitarias que eran características a me
nudo de formas de vida tribales; sin embargo, muchos contempo
ráneos ni entienden ni aceptan el sentido y el riesgo de la tendencia
a un mundo de sociedades de paredes finas y entremezcladas. Glo
balización, dice Roland Robertson correctamente, es un proceso
acompañado de protesta (a basically contested processf\ Pero la pro
testa contra la globalización es también la globalización misma: per
tenece a la reacción ineludible e indispensable de inmunidad de los
organismos locales frente a las infecciones por el formato superior
de mundo.
El desafío psicopolítico característico de la Era Global (que po
demos entender con Martin Albrow como el nivel de desarrollo
869
específico de la edad moderna globalizadora) no sólo consiste en
asimilar la debilitación de las tradicionales inmunidades-contam^rét-
nicas simplemente como pérdida de forma y decadencia (es decir,
como contribución ambivalente y cínica a la autodestrucción). Lo
que realmente está enjuego para los posmodemos son diseños exi
tosos de condiciones de inmunidad vivibles; yjustamente ésos pue
den ser y serán configurados de modo diverso en las sociedades de
paredes permeables; aunque, como siempre ha sucedido, no en to
dos y para cualquiera.
En ese contexto revela la tendencia epocal a formas de vida in
dividualistas su sentido inmunológico revolucionario: hoy, en las so
ciedades avanzadas, quizá por primera vez en la historia de las for
mas de vida homínidas y humanas, son los individuos quienes, como
portadores de propiedades de inmunidad, se desligan de sus cuer
pos sociales (hasta ahora primordialmente protectores) y quieren
desconectar en masa su felicidad e infelicidad del ser-en-forma de la
comuna política; donde con mayor claridad se encama esta tenden
cia es, ciertamente, en la nación-piloto del mundo occidental, USA,
donde el concepto individualista pursuit of happiness funda expresa
mente desde 1776 el contrato social. Los efectos centrífugos de esa
orientación a la felicidad del individuo se compensaron hasta la fe
cha mediante energías comunitarias y cívico-sociales, de modo que
la prioridad inmunológica del grupo frente a sus miembros parecía
encarnarse también en el pueblo sintético de los americanos-USA.
Entretanto los signos se han invertido: en ninguna nación de la
tierra, en ninguna población, ninguna cultura, se ejerce tanta auto-
solicitud biológica, psicotécnica y pararreligiosa a nivel del indivi
duo, acompañada, a la vez, de abstinencia creciente de compromi
sos políticos. En las últimas elecciones presidenciales en los Estados
Unidos hubo por primera vez una participación menor del 50 por
ciento, y en las elecciones al Congreso y al Senado (noviembre de
1998) no fueron a votar, contado grosso modo, dos de cada tres ciu
dadanos con derecho a voto (y los expertos consideraron incluso la
cuota de participación del 38 por ciento como un resultado relati
vamente bueno). Esto delata una situación en la que la mayoría de
los individuos pueden desolidarizarse de los destinos de sus comu
870
ñas políticas: sin duda bajo la impresión de la idea bien fundada de
que el individuo no encuentra a partir de ahora (o sólo ya en casos
excepcionales) su optimum inmunológico en su colectivo nacional;
quiza todavía sí, parcialmente, en los sistemas de solidaridad de su
«minoría» o de su communiíy, y en mayor medida, desde luego, en
los acuerdos privados con entidades que le proporcionan seguri
dad, sean éstas de naturaleza pararreligiosa, gimnástica, técnico-ase
guradora, dietética. El axioma de la ordenación inmunológica indi
vidualista se propaga en las masas de individuos autocentrados
como una nueva evidencia vital: que, en definitiva, nadie va a hacer
por ellos lo que no consigan hacer ellos por sí mismos. Las nuevas
técnicas de inmunidad se recomiendan a sí mismas como estrate
gias existenciales para sociedades de individuos en las que la Larga
Marcha a la flexibilización, el debilitamiento de las «relaciones de
objeto» y la permisión general de relaciones infieles y reversibles en
tre los seres humanos ha llegado a la meta, a la línea de fondo del
final de toda cultura, profetizado correctamente por Spengler: a
aquella situación en la que se ha vuelto imposible decidir si los in
dividuos están extraordinariamente fiU en condiciones óptimas de
rendimiento, o son extraordinariamente decadentes. Más allá de
esa línea perdería su perfil la última diferencia metafísica, la distin
ción defendida por Nietzsche entre nobleza y vulgaridad, y lo que
parecía esperanzador y grande en el proyecto «ser humano» desa
parecería como se borra una figura en la arena a orillas del mar.
871
Tránsito
Air conditioning
Lo que, por ahora, sigue siendo común a todos los habitantes de
la tierra es la móvil envoltura climática del planeta, la atmósfera en
sentido meteorológico, que, por razones conocidas, se ha converti
do en un objeto de preocupación para los contemporáneos. Las ten
dencias del mercado técnico-climático permiten reconocer desde
hace tiempo que quien puede permitírselo se esfuerza por apartar
se del aire malo compartido por todos. Las culturas de vivienda del
futuro partirán cada vez más explícitamente de la necesidad de pro
ducir técnicamente climas interiores en los que sea posible vivir. Air
conditioningse impondrá como el tema espacial-político fundamen
tal de la era que viene. Con ello, el imperativo esférico despierta de
su latencia y se manifiesta de modo exotérico como el centro de to
das las creaciones políticas y culturales de unidad.
En menos de una generación los miembros de la Segunda Ecú-
mene habrán comprendido en numerosos puntos climáticamente
críticos de la tierra que respirar es demasiado importante como pa
ra seguir haciéndolo al aire libre. Pronto será una evidencia trivial
lo que hoy sólo es visto a través de gafas teóricas heterodoxamente
talladas: la política climática explícita es el fundamento de la nueva
ecúmene, igual que la técnica climática explícita será la base de las
configuraciones comunitarias concretas. A más tardar, cuando se
hagan crónicos los daños climáticos físicos irreversibles, o sólo con
esfuerzo compensables (los psíquicos son disimulables durante más
tiempo), se reconocerá universalmente que las sociedades sólo pue
den describirse y dirigirse como casos de esferología aplicada.
El aire acondicionado es el destino. En él se verifica la proposi
ción de que la esencia de la Modernidad se manifiesta en la tarea de
separar sistemas de inmunidad técnicamente precisados de anterio
res estructuras de inmunidad vagamente holísticas. En cuanto el
873
Pompas de jabón, Nueva York, 1945.
abastecimiento de aire deja de ser una premisa no-problemática de
los procesos vitales y pasa al estadio técnico, la más antigua condi
ción fundamental pneumádca y atmosférica de la existencia huma
na alcanza el umbral de la Modernidad. A partir de entonces, mez
clas de aire y atmósferas se convierten en objetos de producciones
explícitas. Con lo que en los últimos dos siglos y medio se ha llama
do Ilustración no se ha hecho nada más desde entonces. El lado cla
ro de la Ilustración será técnica respiratoria. La moderna estética de
la cotidianidad señala a esos desarrollos, si no la dirección, sí el ho
rizonte.
Los seres humanos hacen su propio clima, pero no espontánea
mente, no bajo condiciones autoelegidas, sino inmediatamente
876
Freí Otto, ensayo de epidermis jabonosa
para grandes cubiertas, 1971.
encontradas, dadas y transmitidas. La tradición de todos los climas
muertos agobia como una pesadilla los estados de ánimo de los vi
vos. Lo que, según las insinuaciones de Vitruvio475, comenzó con los
primeros fuegos, la reunión de los seres humanos en torno a un
centroagradable,aunamagna commoditas,aunmimoatractivo,si
gue siendo hasta el final la técnica de base de creaciones solidari
zantes de grupos. La sociedad es su temperatura espacial, es la calidad
de su atmósfera; es su depresión, es su despejo; es su fraccionamien
to en innumerables microclimas locales.
La autodisposición de estado de ánimo de esferas significa, por
ello, más de lo que se ha considerado política hasta ahora. Esferas
-lo hemos intentado comprender mediante análisis prolijos- son
espacios compartidos que se despliegan por un habitar común en
877
Man Ray, Auíoportrait deformé, 1938.
ellos. Son el primer producto de cooperaciones humanas; constitu
yen el resultado inmaterial y, sin embargo, más real de todos de un
prototrabajo que sólo se lleva a cabo por medio de resonancias. No
es la compartición del trabajo la que ha estimulado el proceso de la
civilización, sino la compartición de esferas; ésta es la sintonización
primordial de la sociedad en sí misma sobre sí misma.
Por eso, sólo pudo haber partidos políticos, sí, política, en gene
ral, como foco de interés público, después de que hubiera tenido
que discutirse la regulación del clima interior dominante en formas
civilizadas.
878
La democracia reformista y las sociedades de medios de masas
aparecieron a la vez sólo porque los medios de masas, como con
formadores sociales de clima, permitieron divulgar la disputa en
tomo a las regulaciones de clima. Por eso tienen razón las pobla
ciones ilustradas de democracias de masas en interpretar las gesti
culaciones electorales de sus partidos como una guerra de meteo
rólogos: todos ellos pretenden cambiar el clima mediante promesas,
pero su cacareo delata que no saben lo que significa prometer; casi
sin excepción ignoran la razón fuerte de estarjuntos. No compren
den que la solidaridad sólo es posible por transferencia de formas
culturales tempranas de participación y simpatía de unos con otros
a condiciones de grandes sociedades: aunque sí notan las conse
cuencias de que los presupuestos para tales transferencias se hayan
vuelto precarios.
El escepticismo antipolítico tanto del Este como del Oeste, que
se alimenta de percepciones correctas, contiene ya el núcleo de una
idea con la que ha de comenzar la nueva proyección de espacios de
solidaridad. A cada uno de esos espacios pertenece una fundamen-
tación -mejor, una suspensión- constituida por una promesa de cli
ma verificable en sí misma. La Ilustración comienza por despejar
(como se despeja el tiempo), o, si no, es realmente y desde un prin
cipio el engaño de masas que los oscuros autores del siglo XX sos pecharon que fuera. Como toda vida compartida, la política es el ar te de lo atmosféricamente posible.
879
‘Diógenes Laercio n, 10.
Notas
*AusgewáhlteSchriften, vol. I, Stuttgart 1997, pág. 61.
5 Cfr. Esferasi,trad. deIsidoroReguera,Siruela,Madrid2003,pág. 69.
4En diferentes listas aparecen más de veinte nombres de los que sólo cuatro
son canónicos: Tales, el protofilósofo, Bías de Priene, Solón, el legislador, y Pitaco
de Mitilene. También aparecen a menudo Quilón de Esparta, Periandro de Corin-
to y Cleóbulo de Lindos. Como melodías características, a cada uno de esos sabios
se les asignan máximas o advertencias típicas: «Guarda medida» (Tales); «La ma
yoría de los seres humanos son malos» (Bías); «De nada en exceso» (Solón); «El lu
cro es insaciable» (Pitaco); «Conócete a ti mismo» (Quilón); «Guardar medida es
lo mejor» (Cleóbulo).
5Plodno, EnéadasvI8, 18, 1-s. «Todo está dentro. »
6GastónBachelard,PoetikdesRaumes,Munich 1960,págs. 238y132[Poéticadeles
pacio,,FCE,México 1965].
7 Cfr. Otto Brendel, «Symbolik der Kugel. Archáologischer Beitrag zur Ges-
chichte der alteren griechischen Philosophie», en Mitteilungen desDeutschenArcháolo-
gischen Instituís, Rómische Abteilung 51, 1936, págs.
