ala al aspirante su puesto -r-cuyo rostro se ilu- mina de una forma que
inexorablemente
se apagara?
Adorno-Theodor-Minima-Moralia
Y asumiendo de esta manera la falsedad
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? llega al umbral de la verdad con la consciencia concreta de 10 condicionado del conocimiento humano.
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ViupreJiJente. ---Consejo al intelectual: no permitas que te sustituyan. La fungibilidad de las obras y las personas y la creen- cia de ella derivada de que todos tienen que poder hacerlo todo obran dentro del estado vigente como una cadena. El ? deal iguali- tario de la susriruibilidad es un fraude si no esta? sustentado por el principio de la revocabilidad y la responsabilidad del rank erui jile. Es precisamente el ma? s poderoso, el que menos hace, el que ma? s puede cargar con el otro del que se preocupa y busca su beneficio. Lo cual parece colectivismo y so? lo se queda en la sobre- estima y la exclusio? n del trabajo merced a la disposicio? n del tra- bajo ajeno. En la produccio? n material esta? so? lidamente asentada la sustituibilldad . La cuantificacio? n de los procesos labora les dis- minuye de forma tendencial la diferencia entre lo que constituye la ocupacio? n del director general y lo que constituye la del em- pleado de la gasolinera. Es una pobre ideologi? a pensar que para la administracio? n de un trust en las actuales condiciones se requie- re ma? s inteligencia, experiencia y preparacio? n que para leer un ma- no? metro. Pero mientras en la produccio? n material hay un tenaz eferramiemo a esta ideologi? a, el espi? ritu de su opues ta cae en el vasaUazgo. Tal es la cada vez ma? s ruinosa doctrina de la uni? ver- sitas literarum, de la igualdad de todos en la repu? blica de las le- tras, la cual no solamente coloca a cada uno de controlador del otro, sino que adema? s debe capacitarle para hacer igual de bien lo que el airo hace. La sustituibilidad somete las ideas al mismo procedimiento que el intercambio a las cosas. Lo inconmensurable queda apartado. Pero como el pensamiento ante todo tiene que criticar la omni? moda conmensurabilidad procedente de la relacio? n de intercambio, se vuelve, en tanto relacio? n espiritual de produc- cio? n, contra la fuerza productiva. En el plano material, la susti- tuibilidad es ya algo posible, y la insustituibilidad el pretexto que 10 impide; en la teori? a a la que corresponde comprender este quid pro quo, la sustituibilidad sirve al aparato para prolongarse aun alla? donde encuentra su oposicio? n objetiva. So? lo la insusti- tuibilidad podri? a contrarrestar la integracio? n del espi? ritu en el a? rea del empleo. La exigencia, admitida como cosa lo? gica, de que
,
toda actividad espiritual tenga que ser algo dominable por cual. quier miembro cualificado de la organizacio? n, conviene al ma? s obtuso te? cnico cienti? fico en medida del espi? ritu: ? de do? nde ha. bri? a de adquirir e? ste la capacidad para la critica de su propia ux- nificacio? n? Deeste modo, la economi? a produce esa nivelacio? n de la que luego se indigna con el gesto del <<alto. al ladro? n>>. La pre- gunta por la individualidad tiene que plantearse de forma nueva en la e? poca de su liquidacio? n. Cuando el individuo, como todos los procedimientos individualistas de produccio? n, aparece histo? - ricamente anticuado y a la zaga de la te? cnica, le llega de nuevo, en cuanto sentenciado, el momento de decir la verdad frente al vencedor. Pues so? lo e? l conserva, de una manera generalmente dis- torsionada, la vislumbre de lo que concede su derecho a roda tec- niflcecl e? n y de lo que e? sta misma no puede a la vez tener con- ciencia. Como el progreso desalado no se manifiesta inmediata- mente ide? ntico con el de la humanidad, lo que se le opone puede dar amparo al progreso. El la? piz y lu goma de borrar son ma? s u? tiles al pensamiento que un equipo de ayudantes. Quienes no deseen entregarse de lleno al individualismo de la produccio? n espiritual ni lanzarse de cabeza al colectivismo de la sustituibili- dad igualitaria y despectiva del hombre, esta? n obligadas a un tra- bajo en comu? n libre y solidario bajo una comu? n responsabilidad.
Todo lo dema? s sera? complicar el espi? ritu con las formas del co- mercio y, finalmente,con sus intereses.
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Hortlrio. - P ocas cosas distinguen tan profund amente la forma de vida que le corresponderi? a al intelectual de la del burgue? s como el hecho de que aque? l no admite la alternativa entre el rre- bajo y el placer. El trabajo, que - para ser justo con la realidad- no hace al sujeto del mismo todo el mal que despue? s hara? al Otro, es placer aun en el esfuerzo ma? s desesperado. La libertad que connota es la misma que la sociedad burguesa so? lo reserva para el descanso a la vez que, mediante tal reglamentacio? n, la anula. Y a la inversa: para quien sabe de la libertad, todos los placeres que esta sociedad tolera son insoportables, y fuera de su trabajo, que ciertamente incluye lo que los burgueses dejan para el te? rmino de la jornada bajo el nombre de <<cultura>>, no puede entregarse a ningu? n placer distinto. Work while you work, play iobile you
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? ? ? ? /
Examen. -AI que, como se dice, se atiene a la praxis, al que tiene intereses que perseguir y planes que realizar, las personas con las que entra en contacto automa? ticamente se le convierten en amigos o enemigos. Y como consecuencia, al poner la atencio? n en, el modo como se adecuan a sus propo? sitos, las reduce de antemano a objetos: utilizables los unos, obstaculizadores los otros. Toda opinio? n discrepante aparece en el sistema de referencia de los
play - t al es una de las reglas ba? sicas de la autodisciplina repre- siva. Los padres para los que las buenas notas que su hijo trai? a a casa eran una cuestio? n de prestigio, no podi? an sufrir que e? ste se quedara largas horas de la noche leyendo o llegara a lo que entendi? an por fatigarse mentalmente. Pero por su necedad hablaba el ingenio de su clase. La desde Aristo? teles pulimentada doctrina del justo medio como la virtud conforme a la razo? n, es, junto a otros, un intento de fundamentar la clasificacio? n social. mente necesaria del hombre por funciones independientes entre si? tan firmemente que nadie logre pasar de unas a orras ni acor- darse del hombre. Pero es tan dificil imaginarse a Nietzsche sen- tado hasta las cinco a la mesa de una oficina en cuya antesala la secretaria atiende al tele? fono como jugando al golf cumplido el trabajo del di? a. Bajo la presio? n de la sociedad, so? lo la ingeniosa combinacio? n de traba jo y felicidad puede au? n dejar abierto el ce- mino a la aute? ntica experiencia. Esta cada vez se soporta menos.
Incluso las llamadas profesiones intelectuales aparecen completa- mente desprovistas de placer por su similitud con el comercio. La atomizacio? n se abre paso no so? lo entre los hombres, sino tambie? n dentro del individuo mismo, entre sus esferas vitales. Ninguna satisfaccio? n puede proporcionar un trabajo que encima pierde su modestia funcional en la totalidad de los fines, y ninguna chispa de la reflexio? n puede producirse durante el tiempo libre, porque de hacerlo podri? a saltar en el mundo del trabajo y provocar su in- cendio. Cuando trabajo y esparcimiento se asemejan cada vez ma? s en su estructura, ma? s estrictamente se los separa mediante invisi- bles li? neas de demarcacio? n. Deambos han sido por igual excluidos el placer y el espi? ritu. En uno como en otro imperan la gravedad animal y la pseudoacdvi? dad.
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fines ya propuestos, sin el cual no puede hablarse de praxis, CO~? molesta oposicio? n, como sabotaje, como intriga; y toda ad- hesron, aunque provenga del intere? s ma? s vulgar, se convierte en esti? mulo, en utilidad, en credencial para la coalicio? n. Deeste modo se produce un . empobrecimiento,en las relaciones entre las per- sonas: la capacidad para ver a estas como tales y no como una func~o? ? de la propia voluntad, pero sobre todo la capacidad de una oposici o? n fecunda, la posibilidad de supera rse a si? mismo mediante
la asunci? n. de lo contrario, se atrofian. En su lugar se instala un conocuruento de los hombres basado en juicios para el que a la postre, el mejor es el menos malo y el peor no lo es tanto. ~~ro esta reaccio? n, esquema de toda administracio? n y de toda epo- huta personal>>, por si? sola tiende ya, antes que toda formacio? n pol~tica de la voluntad y toda fijacio? n de ro? tulos, al fascismo.
QUien h. ac. e. del juicio sobre las aptitudes un asunto personal, ve a los enjuiciados, por una especie de necesidad tecnol6gica, como de los suyos o de los otros, como individuos de su especie o de ot~a~ como sus co? mplices o sus vi? ctimas. La mirada fijamente in- quisidora, hechi? zadora y hechizada, que caracteriza a todos los caudillos del terror tiene su modelo en la mirada evaluadora del m~nager que sen?
ala al aspirante su puesto -r-cuyo rostro se ilu- mina de una forma que inexorablemente se apagara? en la claridad
? e la. utilidad pra? ctica o en la oscuridad y el descre? dito de la ineptitud. El fin u? ltimo es el examen me? dico presidido por la alter. natl~a: o admisio? n o eliminacio? n. La frase del Nuevo Testamento: <<. Qulen no ~sta? conmigo esta? contra mi? >>, ha permanecido desde siempre escnra en el corazo? n del antisemitismo. La nota funda. mental de la dominacio? n consiste en remitir al campo enemigo a todo aquel que, por cuestio? n de simple diferencia, no se idenri,
flca con ella: no sin razo? n es el te? rmino catolicismo una palabra griega para la latina totalidad - que los neclonalsocialism, han he- cho realidad. Significa hacer equivaler 10 diferente, ya sea por <<desviacio? n>>, ya sea por raza, a lo adverso. Con ello ha alcanzado el nacionalsocialismo la conciencia histo? rica de si? mismo. Carl Schmitt definio? la esencia de lo poli? tico directamente mediante las categori? as de lo amigo y lo enemigo. La progresio? n hacia esta con- ciencia implica la regresio? n hada la conducta del nin? o, que o se halla a gusto o siente miedo. La reduccio? n a priori a la relacio? n amigo-enemigo es uno de los feno? menos primordiales de la nueva antropologi? a. La libertad consiste no en elegir entre blanco y negro, sino en escapar de toda alternativa preestablecida.
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Himscben ldein ,. ,. -EI intelectual, y sobre todo el filoso? fica. mente orientado, se halla desconectado de la praxis material: la repugnancia que le causa lo impulsa a ocuparse de las llamadas cosas del espi? ritu. Pero la praxis material no so? lo es el supuesto de su propia existencia, sino que constituye tambie? n la base del mundo con cuya cri? tica su trabajo coincide. Si nada sabe de la base, su ocupacio? n sera? vana. Se encuentra ante la alternativa de o informarse o volver la espalda a 10 que detesta. Si se informa, se hace violencia a si mismo, piensa en centra de sus impulsos y encima se expone al peligro de volverse e? l mismo tan vulgar como aquello de lo que se ocupa; porque la economi? a no se anda con brom as, y quien qu iera compren derla tiene que pensar <<econe? mi- camente>>. Pero si hace caso omiso, hipostatiza su espi? ritu, con- formado despue? s de todo por la realidad econo? mica, por la abs- tracta relacio? n de cambio, como algo absoluto, cuando u? nicamente puede constituirse como tal espi? ritu en la reflexio? n sobre su propio cara? cter condicionado. El hombre espiritual se ve asl inducido a confundir de forma vana e inconexa el reflejo con la cosa. La im- portancia simplistamente falaz que se atribuye a los productos del espi? ritu en la actividad cultural pu? blica no hace sino an? adir ma? s sillares al muro que obtura el conocimiento de la brutalidad econo? mica. El aislamiento del espi? ritu de la ocupacio? n econo? mica lleva a la ocupacio? n espiritual a la co? moda ideologi? a. Esre dilema se transmite a las formas de comportamiento intelectual hasta en las ma? s sutiles de sus reacciones. So? lo en el que hasta cierto punto se mantiene puro hay suficiente aversio? n, nervio, libertad y movi- lidad para oponerse al mundo; mas precisamente por esa ilusio? n de pureza - pues e? l vive como un <<tercer hombres-e- no ya so? lo permite que el mundo triunfe fuera, sino incluso en lo ma? s i? ntimo de sus pensamientos. Pero el que conoce demasiado bien el meca- nismo tiende a ignorarlo; en e? l disminuyen las capacidades para la diferencia, y, como al otro el fetichismo de la cultura, le ame- naza la recai? da en la barbarie. Que los intelectuales sean los bene. ficiarios de la mala sociedad y a la vez aquellos de cuyo inu? til trabajo social en gran medida depende la realizacio? n de una socie- dad emancipada de la utilidad, no es una contradiccio? n que haya que aceptar de una vez para siempre y, por ende, irrelevante. El modo de proceder el intelectual es un mal proceder. Experimenta
" Ti? tulo de una popular cancio? n infantil alemana. [N. del r. ] 132
de una manera dra? stica como cuestio? n vital la lamentable alter- nativa ante la que disimuladamente coloca el capitalismo tardi? o a todos sus implicados: convertirse en adulto o permanecer en la infancia.
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Club de lucha. - Existe un tipo de intelectual del que tanto ma? s hay que desconfiar cuantas ma? s adhesiones suscita por la honradez de su labor, por su . . seriedad intelectual. y a menudo tambie? n temperado realismo. Son los hombres combativos que viven en permanente lucha consigo mismos, en medio de decisio- nes que comprometen a toda su persona. Pero la cosa no es tan terrible. Para este tan radical juego tienen a su disposicio? n una
segura armadura cuyo fa? cil empleo desmiente su <<lucha con el a? ngel>>: basta con hojear los libros del edictor Eugen Diederieh o los de cierta especie de teo? logos santones-emancipados. El enjun- dioso vocabulario despiert a dud as sobre la limpieza en esas luchas que se organizan y resuelven en la intimidad. Las expresiones es- ta? n todas ellas tomadas de la guerra, del peligro Hsi? co, de la ani- quilacio? n, pero meramente describen procesos de reflexio? n, pro- cesos que en Kierkegaard o Nietzsche, por quienes estos lucha- dores muestran predileccio? n, si? que llevaron aparejado el resultado mortal, lo que desde luego no ocurre con sus resistentes seguido- res, que tanto invocan el riesgo. Mientras se atribuyen la subli? - mecie? n de la lucha por la existencia como una doble honra, la de la espiritualizacio? n y la de la valenti? a, el momento de peligro que- da neutralizado por la interiorizacio? n y reducido a la condicio? n de ingrediente de una cosmovisio? n vanidosamente radical y per- fectamente sana. La actitud ante el mundo exterior es de indife- rente superioridad, no cuenta para nada ante la seriedad de la decisio? n; de ese modo se lo deja como esta? y se acaba por acepo
rarlc. Las expresiones incontroladas son ornamentos reproduci- bles, como los caurfes de las gimnastas con las que los luchadores tanto gustan de encontrarse. La danza de las espadas esta? pre- viamente decidida. Es igual si vence el imperativo o el derecho del individuo; si el candidato consigue liberarse de la creencia personal en Dios o si la recupera; si se encuentra con el abismo del ser o con la conmovida vivencia del sentido : siempre se mano tienen en pie. Pues el poder que dirige el conflicto -el etbos
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? ? ? de la responsabilidad y la sinceridad- es siempre de i? ndole auto- ritaria, una ma? scara del estado. Si optan por los valores reconoci- dos, entonces todo esta? en orden. y si llegan a determinaciones de cara? cter rebelde, entonces responden triunfadores a la demanda de hombres vistosos e independientes. En todos los ca50S recono- cen como hijos legftlmos los pasajes que pudieran hacerles con- traer una responsabilidad, y en cuyo nombre se inicio? propiamente
todo el proceso interno: la mirada bajo la cual parecen pelearse como dos escolares revoltosos es desde el principio la mirada severa. Ningu? n combate sin a? rbitro: toda la pelea esta? escenifi- cada por la sociedad que torna cuerpo en el individuo, la cual vigila el combate a la vez que participa en e? l. La sociedad triunfa de modo tanto ma? s fatal cuanto ma? s se le oponen los resultados: los cle? rigos y los maestros cuya conciencia les obligaba a hacer confesiones ideolo? gicas que les creaban problemas con las autori- dades, siempre han simpatizado con la persecucio? n y la cont rarre-
volucie? n. As! como e! conflicto autoconfirmado lleva asociado un elemento delirante, en el inicio de la dina? mica del autotormento esta? la represio? n. Ellos despliegan toda su actividad ani? mica so? lo porque no les fue permitido dar salida al delirio y al enojo y esta? n dispuestos a traducir en la accio? n la lucha con el enemigo interior, pues en su opinio? n en el principio fue la accio? n. Su pro-
totipo es Lutero, e! inventor de la interioridad, el que arrojaba su tintero a la cabeza del demonio encarnado, que no existe, alu- diendo ya a los campesinos y a los judi? os. So? lo el espi? ritu defor- me necesita de! odio hacia si? mismo para, con una fuerza braquial, manifestar su modo de ser espiritual, que es el de la falsedad.
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Payaso AugU.
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? llega al umbral de la verdad con la consciencia concreta de 10 condicionado del conocimiento humano.
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ViupreJiJente. ---Consejo al intelectual: no permitas que te sustituyan. La fungibilidad de las obras y las personas y la creen- cia de ella derivada de que todos tienen que poder hacerlo todo obran dentro del estado vigente como una cadena. El ? deal iguali- tario de la susriruibilidad es un fraude si no esta? sustentado por el principio de la revocabilidad y la responsabilidad del rank erui jile. Es precisamente el ma? s poderoso, el que menos hace, el que ma? s puede cargar con el otro del que se preocupa y busca su beneficio. Lo cual parece colectivismo y so? lo se queda en la sobre- estima y la exclusio? n del trabajo merced a la disposicio? n del tra- bajo ajeno. En la produccio? n material esta? so? lidamente asentada la sustituibilldad . La cuantificacio? n de los procesos labora les dis- minuye de forma tendencial la diferencia entre lo que constituye la ocupacio? n del director general y lo que constituye la del em- pleado de la gasolinera. Es una pobre ideologi? a pensar que para la administracio? n de un trust en las actuales condiciones se requie- re ma? s inteligencia, experiencia y preparacio? n que para leer un ma- no? metro. Pero mientras en la produccio? n material hay un tenaz eferramiemo a esta ideologi? a, el espi? ritu de su opues ta cae en el vasaUazgo. Tal es la cada vez ma? s ruinosa doctrina de la uni? ver- sitas literarum, de la igualdad de todos en la repu? blica de las le- tras, la cual no solamente coloca a cada uno de controlador del otro, sino que adema? s debe capacitarle para hacer igual de bien lo que el airo hace. La sustituibilidad somete las ideas al mismo procedimiento que el intercambio a las cosas. Lo inconmensurable queda apartado. Pero como el pensamiento ante todo tiene que criticar la omni? moda conmensurabilidad procedente de la relacio? n de intercambio, se vuelve, en tanto relacio? n espiritual de produc- cio? n, contra la fuerza productiva. En el plano material, la susti- tuibilidad es ya algo posible, y la insustituibilidad el pretexto que 10 impide; en la teori? a a la que corresponde comprender este quid pro quo, la sustituibilidad sirve al aparato para prolongarse aun alla? donde encuentra su oposicio? n objetiva. So? lo la insusti- tuibilidad podri? a contrarrestar la integracio? n del espi? ritu en el a? rea del empleo. La exigencia, admitida como cosa lo? gica, de que
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toda actividad espiritual tenga que ser algo dominable por cual. quier miembro cualificado de la organizacio? n, conviene al ma? s obtuso te? cnico cienti? fico en medida del espi? ritu: ? de do? nde ha. bri? a de adquirir e? ste la capacidad para la critica de su propia ux- nificacio? n? Deeste modo, la economi? a produce esa nivelacio? n de la que luego se indigna con el gesto del <<alto. al ladro? n>>. La pre- gunta por la individualidad tiene que plantearse de forma nueva en la e? poca de su liquidacio? n. Cuando el individuo, como todos los procedimientos individualistas de produccio? n, aparece histo? - ricamente anticuado y a la zaga de la te? cnica, le llega de nuevo, en cuanto sentenciado, el momento de decir la verdad frente al vencedor. Pues so? lo e? l conserva, de una manera generalmente dis- torsionada, la vislumbre de lo que concede su derecho a roda tec- niflcecl e? n y de lo que e? sta misma no puede a la vez tener con- ciencia. Como el progreso desalado no se manifiesta inmediata- mente ide? ntico con el de la humanidad, lo que se le opone puede dar amparo al progreso. El la? piz y lu goma de borrar son ma? s u? tiles al pensamiento que un equipo de ayudantes. Quienes no deseen entregarse de lleno al individualismo de la produccio? n espiritual ni lanzarse de cabeza al colectivismo de la sustituibili- dad igualitaria y despectiva del hombre, esta? n obligadas a un tra- bajo en comu? n libre y solidario bajo una comu? n responsabilidad.
Todo lo dema? s sera? complicar el espi? ritu con las formas del co- mercio y, finalmente,con sus intereses.
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Hortlrio. - P ocas cosas distinguen tan profund amente la forma de vida que le corresponderi? a al intelectual de la del burgue? s como el hecho de que aque? l no admite la alternativa entre el rre- bajo y el placer. El trabajo, que - para ser justo con la realidad- no hace al sujeto del mismo todo el mal que despue? s hara? al Otro, es placer aun en el esfuerzo ma? s desesperado. La libertad que connota es la misma que la sociedad burguesa so? lo reserva para el descanso a la vez que, mediante tal reglamentacio? n, la anula. Y a la inversa: para quien sabe de la libertad, todos los placeres que esta sociedad tolera son insoportables, y fuera de su trabajo, que ciertamente incluye lo que los burgueses dejan para el te? rmino de la jornada bajo el nombre de <<cultura>>, no puede entregarse a ningu? n placer distinto. Work while you work, play iobile you
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Examen. -AI que, como se dice, se atiene a la praxis, al que tiene intereses que perseguir y planes que realizar, las personas con las que entra en contacto automa? ticamente se le convierten en amigos o enemigos. Y como consecuencia, al poner la atencio? n en, el modo como se adecuan a sus propo? sitos, las reduce de antemano a objetos: utilizables los unos, obstaculizadores los otros. Toda opinio? n discrepante aparece en el sistema de referencia de los
play - t al es una de las reglas ba? sicas de la autodisciplina repre- siva. Los padres para los que las buenas notas que su hijo trai? a a casa eran una cuestio? n de prestigio, no podi? an sufrir que e? ste se quedara largas horas de la noche leyendo o llegara a lo que entendi? an por fatigarse mentalmente. Pero por su necedad hablaba el ingenio de su clase. La desde Aristo? teles pulimentada doctrina del justo medio como la virtud conforme a la razo? n, es, junto a otros, un intento de fundamentar la clasificacio? n social. mente necesaria del hombre por funciones independientes entre si? tan firmemente que nadie logre pasar de unas a orras ni acor- darse del hombre. Pero es tan dificil imaginarse a Nietzsche sen- tado hasta las cinco a la mesa de una oficina en cuya antesala la secretaria atiende al tele? fono como jugando al golf cumplido el trabajo del di? a. Bajo la presio? n de la sociedad, so? lo la ingeniosa combinacio? n de traba jo y felicidad puede au? n dejar abierto el ce- mino a la aute? ntica experiencia. Esta cada vez se soporta menos.
Incluso las llamadas profesiones intelectuales aparecen completa- mente desprovistas de placer por su similitud con el comercio. La atomizacio? n se abre paso no so? lo entre los hombres, sino tambie? n dentro del individuo mismo, entre sus esferas vitales. Ninguna satisfaccio? n puede proporcionar un trabajo que encima pierde su modestia funcional en la totalidad de los fines, y ninguna chispa de la reflexio? n puede producirse durante el tiempo libre, porque de hacerlo podri? a saltar en el mundo del trabajo y provocar su in- cendio. Cuando trabajo y esparcimiento se asemejan cada vez ma? s en su estructura, ma? s estrictamente se los separa mediante invisi- bles li? neas de demarcacio? n. Deambos han sido por igual excluidos el placer y el espi? ritu. En uno como en otro imperan la gravedad animal y la pseudoacdvi? dad.
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fines ya propuestos, sin el cual no puede hablarse de praxis, CO~? molesta oposicio? n, como sabotaje, como intriga; y toda ad- hesron, aunque provenga del intere? s ma? s vulgar, se convierte en esti? mulo, en utilidad, en credencial para la coalicio? n. Deeste modo se produce un . empobrecimiento,en las relaciones entre las per- sonas: la capacidad para ver a estas como tales y no como una func~o? ? de la propia voluntad, pero sobre todo la capacidad de una oposici o? n fecunda, la posibilidad de supera rse a si? mismo mediante
la asunci? n. de lo contrario, se atrofian. En su lugar se instala un conocuruento de los hombres basado en juicios para el que a la postre, el mejor es el menos malo y el peor no lo es tanto. ~~ro esta reaccio? n, esquema de toda administracio? n y de toda epo- huta personal>>, por si? sola tiende ya, antes que toda formacio? n pol~tica de la voluntad y toda fijacio? n de ro? tulos, al fascismo.
QUien h. ac. e. del juicio sobre las aptitudes un asunto personal, ve a los enjuiciados, por una especie de necesidad tecnol6gica, como de los suyos o de los otros, como individuos de su especie o de ot~a~ como sus co? mplices o sus vi? ctimas. La mirada fijamente in- quisidora, hechi? zadora y hechizada, que caracteriza a todos los caudillos del terror tiene su modelo en la mirada evaluadora del m~nager que sen?
ala al aspirante su puesto -r-cuyo rostro se ilu- mina de una forma que inexorablemente se apagara? en la claridad
? e la. utilidad pra? ctica o en la oscuridad y el descre? dito de la ineptitud. El fin u? ltimo es el examen me? dico presidido por la alter. natl~a: o admisio? n o eliminacio? n. La frase del Nuevo Testamento: <<. Qulen no ~sta? conmigo esta? contra mi? >>, ha permanecido desde siempre escnra en el corazo? n del antisemitismo. La nota funda. mental de la dominacio? n consiste en remitir al campo enemigo a todo aquel que, por cuestio? n de simple diferencia, no se idenri,
flca con ella: no sin razo? n es el te? rmino catolicismo una palabra griega para la latina totalidad - que los neclonalsocialism, han he- cho realidad. Significa hacer equivaler 10 diferente, ya sea por <<desviacio? n>>, ya sea por raza, a lo adverso. Con ello ha alcanzado el nacionalsocialismo la conciencia histo? rica de si? mismo. Carl Schmitt definio? la esencia de lo poli? tico directamente mediante las categori? as de lo amigo y lo enemigo. La progresio? n hacia esta con- ciencia implica la regresio? n hada la conducta del nin? o, que o se halla a gusto o siente miedo. La reduccio? n a priori a la relacio? n amigo-enemigo es uno de los feno? menos primordiales de la nueva antropologi? a. La libertad consiste no en elegir entre blanco y negro, sino en escapar de toda alternativa preestablecida.
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Himscben ldein ,. ,. -EI intelectual, y sobre todo el filoso? fica. mente orientado, se halla desconectado de la praxis material: la repugnancia que le causa lo impulsa a ocuparse de las llamadas cosas del espi? ritu. Pero la praxis material no so? lo es el supuesto de su propia existencia, sino que constituye tambie? n la base del mundo con cuya cri? tica su trabajo coincide. Si nada sabe de la base, su ocupacio? n sera? vana. Se encuentra ante la alternativa de o informarse o volver la espalda a 10 que detesta. Si se informa, se hace violencia a si mismo, piensa en centra de sus impulsos y encima se expone al peligro de volverse e? l mismo tan vulgar como aquello de lo que se ocupa; porque la economi? a no se anda con brom as, y quien qu iera compren derla tiene que pensar <<econe? mi- camente>>. Pero si hace caso omiso, hipostatiza su espi? ritu, con- formado despue? s de todo por la realidad econo? mica, por la abs- tracta relacio? n de cambio, como algo absoluto, cuando u? nicamente puede constituirse como tal espi? ritu en la reflexio? n sobre su propio cara? cter condicionado. El hombre espiritual se ve asl inducido a confundir de forma vana e inconexa el reflejo con la cosa. La im- portancia simplistamente falaz que se atribuye a los productos del espi? ritu en la actividad cultural pu? blica no hace sino an? adir ma? s sillares al muro que obtura el conocimiento de la brutalidad econo? mica. El aislamiento del espi? ritu de la ocupacio? n econo? mica lleva a la ocupacio? n espiritual a la co? moda ideologi? a. Esre dilema se transmite a las formas de comportamiento intelectual hasta en las ma? s sutiles de sus reacciones. So? lo en el que hasta cierto punto se mantiene puro hay suficiente aversio? n, nervio, libertad y movi- lidad para oponerse al mundo; mas precisamente por esa ilusio? n de pureza - pues e? l vive como un <<tercer hombres-e- no ya so? lo permite que el mundo triunfe fuera, sino incluso en lo ma? s i? ntimo de sus pensamientos. Pero el que conoce demasiado bien el meca- nismo tiende a ignorarlo; en e? l disminuyen las capacidades para la diferencia, y, como al otro el fetichismo de la cultura, le ame- naza la recai? da en la barbarie. Que los intelectuales sean los bene. ficiarios de la mala sociedad y a la vez aquellos de cuyo inu? til trabajo social en gran medida depende la realizacio? n de una socie- dad emancipada de la utilidad, no es una contradiccio? n que haya que aceptar de una vez para siempre y, por ende, irrelevante. El modo de proceder el intelectual es un mal proceder. Experimenta
" Ti? tulo de una popular cancio? n infantil alemana. [N. del r. ] 132
de una manera dra? stica como cuestio? n vital la lamentable alter- nativa ante la que disimuladamente coloca el capitalismo tardi? o a todos sus implicados: convertirse en adulto o permanecer en la infancia.
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Club de lucha. - Existe un tipo de intelectual del que tanto ma? s hay que desconfiar cuantas ma? s adhesiones suscita por la honradez de su labor, por su . . seriedad intelectual. y a menudo tambie? n temperado realismo. Son los hombres combativos que viven en permanente lucha consigo mismos, en medio de decisio- nes que comprometen a toda su persona. Pero la cosa no es tan terrible. Para este tan radical juego tienen a su disposicio? n una
segura armadura cuyo fa? cil empleo desmiente su <<lucha con el a? ngel>>: basta con hojear los libros del edictor Eugen Diederieh o los de cierta especie de teo? logos santones-emancipados. El enjun- dioso vocabulario despiert a dud as sobre la limpieza en esas luchas que se organizan y resuelven en la intimidad. Las expresiones es- ta? n todas ellas tomadas de la guerra, del peligro Hsi? co, de la ani- quilacio? n, pero meramente describen procesos de reflexio? n, pro- cesos que en Kierkegaard o Nietzsche, por quienes estos lucha- dores muestran predileccio? n, si? que llevaron aparejado el resultado mortal, lo que desde luego no ocurre con sus resistentes seguido- res, que tanto invocan el riesgo. Mientras se atribuyen la subli? - mecie? n de la lucha por la existencia como una doble honra, la de la espiritualizacio? n y la de la valenti? a, el momento de peligro que- da neutralizado por la interiorizacio? n y reducido a la condicio? n de ingrediente de una cosmovisio? n vanidosamente radical y per- fectamente sana. La actitud ante el mundo exterior es de indife- rente superioridad, no cuenta para nada ante la seriedad de la decisio? n; de ese modo se lo deja como esta? y se acaba por acepo
rarlc. Las expresiones incontroladas son ornamentos reproduci- bles, como los caurfes de las gimnastas con las que los luchadores tanto gustan de encontrarse. La danza de las espadas esta? pre- viamente decidida. Es igual si vence el imperativo o el derecho del individuo; si el candidato consigue liberarse de la creencia personal en Dios o si la recupera; si se encuentra con el abismo del ser o con la conmovida vivencia del sentido : siempre se mano tienen en pie. Pues el poder que dirige el conflicto -el etbos
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? ? ? de la responsabilidad y la sinceridad- es siempre de i? ndole auto- ritaria, una ma? scara del estado. Si optan por los valores reconoci- dos, entonces todo esta? en orden. y si llegan a determinaciones de cara? cter rebelde, entonces responden triunfadores a la demanda de hombres vistosos e independientes. En todos los ca50S recono- cen como hijos legftlmos los pasajes que pudieran hacerles con- traer una responsabilidad, y en cuyo nombre se inicio? propiamente
todo el proceso interno: la mirada bajo la cual parecen pelearse como dos escolares revoltosos es desde el principio la mirada severa. Ningu? n combate sin a? rbitro: toda la pelea esta? escenifi- cada por la sociedad que torna cuerpo en el individuo, la cual vigila el combate a la vez que participa en e? l. La sociedad triunfa de modo tanto ma? s fatal cuanto ma? s se le oponen los resultados: los cle? rigos y los maestros cuya conciencia les obligaba a hacer confesiones ideolo? gicas que les creaban problemas con las autori- dades, siempre han simpatizado con la persecucio? n y la cont rarre-
volucie? n. As! como e! conflicto autoconfirmado lleva asociado un elemento delirante, en el inicio de la dina? mica del autotormento esta? la represio? n. Ellos despliegan toda su actividad ani? mica so? lo porque no les fue permitido dar salida al delirio y al enojo y esta? n dispuestos a traducir en la accio? n la lucha con el enemigo interior, pues en su opinio? n en el principio fue la accio? n. Su pro-
totipo es Lutero, e! inventor de la interioridad, el que arrojaba su tintero a la cabeza del demonio encarnado, que no existe, alu- diendo ya a los campesinos y a los judi? os. So? lo el espi? ritu defor- me necesita de! odio hacia si? mismo para, con una fuerza braquial, manifestar su modo de ser espiritual, que es el de la falsedad.
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Payaso AugU.
