Ausencia
de ventanas representa escasez de comuni cación, ilustración y solidaridad.
Sloterdijk - Esferas - v3
468Quizá no carezca de in terés para los desarrollos futuros del psicoanálisis el modo en que se las
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arreglen los seres humanos con la idea de inconsciente cuando ya no ten gan presente la experiencia de una casa con bodega y almacén.
Por el desarrollo posterior del motivo «máquina para habitar» en el si glo XX pudo reconocerse pronto cómo la fórmula, que en el caso de Le Corbusier se quedó más bien en retórica, llevó a materializaciones preci sas en numerosos focos de praxis contemporánea de alojamiento469. Su forma máxima temprana, desde el punto de vista de la técnica ingeniera, aparece en los bocetos de 1927 del joven Buckminster Fuller para su Dy- maxion-House, que, efectivamente, fue la primera auténtica máquina para habitar en el espacio plano que se concibió. En la legendaria conferencia de Fuller ante la Architectural League de Nueva York, enjunio de 1929, su presidente, Harvey W. Corbett, presentó la maqueta de la novedosa casa como el resultado de una reflexión sin prejuicios «sobre ese tipo esmera do de máquina, que responde perfectamente a los propósitos de una vi vienda»470. Permitiría vislumbrar la posibilidad de que «lleguemos a cono cer viviendas como automóviles para viajar», como «una máquina con el valor de reutilización, que puede ser montada en cualquier parte». «Si us ted ha vivido algunos años en una casa así y quiere emprender una gira por Europa, mande una nota a una lavandería; le llamarán, recogerán la casa, la lavarán y limpiarán, la plancharán y volverán a montar, y cuando usted regrese estará en una nueva casa. »471
La casa del ingeniero está sujeta al principio montaje: ya no la cons truirán albañiles, la instalarán montadores. En ella ya no se habita tampo co en el sentido europeo; la casa se rellena con una opción de estancia. Como máquina para habitar es, a la vez, máquina para mudanzas; y de muestra la independencia del contexto. Con esto pierde su validez la tesis neo-ontológica de que una casa constituye un punto medio artificial entre ser humano y naturaleza, que, por su esencia, habría de actuar concilia doramente472. La casa movilizada piensa tan poco en la reconciliación de su habitante con el entorno como un automóvil en la reconciliación del conductor con la carretera. Donde antes había naturaleza, ahora es preci so que haya infraestructura.
La conferencia de Fuller comienza crítico-temporalmente («[. . . ] lle gué a la conclusión de que la construcción es responsable de casi todos nuestros males»473; «En el modo de habitar hoy día. . . las mujeres están mu cho más esclavizadas que en su dempo las tripulaciones de las galeras ro manas»474) y acaba con la alabanza de la estandarización y del pensar en se-
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R. Buckminster Fuller ante la segunda maqueta de la Dymaxion House, 1929.
ríe, incluso con la apoteosis de la movilidad: ahora se trata de levantar con secuentemente la casa del suelo. El nuevo edificio, que sirve a la improvi sación plausible de un espacio de vida para seres humanos móviles, ha de ser colgado de un mástil central, descartando, con ello, la estática tradi cional y despidiendo las tradiciones cúbicas, junto con el dogma de los án gulos rectos en paredes, ventanas y puertas. La casa flotante sólo perma necería en contacto con la tierra por el anclaje del mástil, sin que, por ello, a pesar de su ligereza de peso, hubiera de renunciar a la estabilidad fren te a tormentas y seguridad ante terremotos. (Recordemos que cuatro me ses después, en octubre de 1929, en sus conferencias de Buenos Aires, Le Corbusier encomiaba expressis verbis la casa levantada de la tierra y coloca da sobre pilotes [pilotis], la boite en l yair»TM\ un decenio antes, el poeta ruso Velimir Chlebnikow, muerto en 1922, en sus propuestas radicalmente cons- tructivistas había demandado: «Construir casas en forma de enrejado, en las que puedan encajarse casitas de cristal transportables»4TM. )
La casa proyectada por Fuller había de agradecer su estabilidad a un entramado novedoso, integrado preponderantemente por esfuerzos de tracción: una referencia temprana al concepto de tensegridad, con el que
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Dymaxion Deployment Unit (DDU), 1940, Cocina-Modelo de un alojamiento de emergencia a la espera del bombardeo de ciudades británicas.
Fuller se convirtiría en el fundador de una estática trans-clásica; para el amarre de las cargas se utiliza alambre de cuerda de piano, extremamen te resistente; además, de los apuntalamientos adicionales se ocuparían tu bos de metal y de goma bajo presión de aire («[. . . ] Casi podrían dejar que un avión volara dentro sin que la ventana se rompa»47) . Suelos rellenos de aire amortiguan el sonido y recogen suavemente a niños que caen. Puer tas compuestas de seda de globo, hinchable, se abren y cierran mediante mecanismos neumáticos. Ya no hay trasteros ocultos; ni separaciones de es pacio que transmiten el mensaje: no has de pasar por aquí, caerte. Los mo vimientos-mdoor de los habitantes se tipifican y opriman económicamen te; todos los pasos y maniobras en el entorno, detalladamente calculado, cuentan ya con la necesidad de los sujetos-dymaxion de eficiencia y ahorro de energía.
Además, por el tipo ligero de su estar-ahí y por su ágil agregación de formas análogas, la casa se convierte en un alegato en favor de la disolu ción de la vieja ciudad colectivizante, más aún: en un fanal para la des centralización de la república, para la desescolarización de la sociedad y, no en último término, para la auto-enseñanza de los niños-dymaxion, de aquella primera generación de visitantes provenientes del futuro que «no son niños no-hagas-eso»478. (Imposible no reconocer aquí el influjo de Frank Lloyd Wright. ) Además de esto, la nueva casa se presenta como una máquina para la emancipación del ama de casa. Si la vivienda tradicional significaba para ésta un auténtico banco de galeras y un irremisible entor no de estrés, la nueva se transforma en una amplia ayuda técnica para las tareas domésticas; tanto fuera como dentro está orientada al aligeramien to. La emancipación se ayusta a la levitación; ambas son comprobables con la balanza. «El peso total de la casa asciende aproximadamente a 6. 000 li bras. Los costes de los materiales utilizados comportarían, según estima ciones actuales, unos 50 céntimos por libra. »479
Por su alianza con la movilidad, el nuevo modo de habitar ha de con ducir, según Fuller, a una ruptura saludable con la psicología tradicional de las «masas» ciudadanas. La casarDymaxion ha de convertirse en el medio de transporte de un ser humano que quiere saber que ha dejado tras de sí los últimos vestigios del feudalismo europeo y, con ellos, el dogmatismo de los fundamentos y la creencia en la importancia de los muros que les ca racterizaba. Por eso, el nuevo estilo de habitar se convirtió en un medio de «demanda de movimiento»480. (En On the road, Kerouac formulará una ge
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neración más tarde que la «única función noble de nuestro tiempo» con siste «en estar en movimiento». ) En una época en la que por las carreteras de Estados Unidos apenas circulaban 20 millones de automóviles, Fuller soñaba con guarnecer el país con hasta 100 millones de casas-Dymaxion. Más tarde declaró que nunca había creído en la realización de su proyecto.
La vinculación entre casa y vehículo en la utopía-hábitat de Buckmins- ter Fuller no se limita a virtudes de movilidad. En realidad, el proyecto-Zty- maxion implica ya la tendencia concreta a la sub-urbanización de las ciu dades, sin la que es difícil entender la moderna sociedad de consumo de masas, sobre todo en su variante americano-estadounidense. Desde los años treinta del siglo XX, en la cultura de masas, impulsada por celos y ri validades, los escenarios primarios de consumo o células de comida rápida -para tomar nuevas fuerzas coyunturalmente- son los hogares unifamilia- res en los suburbios, que sólo por motorización podían estar conectados con los centros comerciales. El proyecto de Fuller profetiza exactamente, pues, aunque de forma inteligentemente distanciada, las tendencias de ha bitáculo y estilo de vida, que comenzaron a imponerse, así y todo, a partir de su tiempo: aboga por una casa, toda ella proyectada como máquina de confort y cuya primera virtud consiste en dejar a sus habitantes las manos libres para el consumo. La variante fulleriana del utopismo pertenece a las múltiples manifestaciones de aquella «conjura contra la ciudad» que, según el diagnóstico del urbanista Richard Plunz de la Columbia Univer- sity, Nueva York, caracterizaba el sino de las ciudades desde la crisis econó mica y su disolución en el New Deal481.
La historia de las formas arquitectónicas del siglo XX muestra, ahora, que la interpretación de la casa como vehículo no quiso desarrollarse en la dirección que habían señalado los contenedores colgantes de high tech de Buckminster Fuller. Cuando la vivienda y el automóvil se unieron efec tivamente, surgieron, por un lado, las autocaravanas, como unidades inte gradas por microbuses y containers amueblados, o bien las caravanas remol cadas por automóviles; por otro lado, se formaron (sobre todo en Estados Unidos, partiendo de prototipos de mitad del siglo XIX482) numerosas sub culturas de mobil homes, casas completas, levantadas de sus cimientos, que podían ser llevadas en camiones articulados a nuevos emplazamientos, donde, tras cortos trabajos de instalación de los empalmes de corriente, agua, canalización y telecomunicación, podían volver a funcionar inme diatamente como unidades autónomas de vivienda. La casa móvil se defi
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ne como mónada arquitectónica ambulante, que se ha hecho congenial con su habitante, porque tanto la casa como su dueño remiten a la liber tad de elección del contexto. Representa un container desterritorializado, que no demanda ni aguanta vecindades esenciales. Tampoco la coexisten cia se escapa a la explicación: comuna y entorno pueden separarse una de otro como sexualidad y procreación. El concepto de cercanía se emancipa de su interpretación espacial trivial, mucho tiempo antes de que internet creara un nuevo modo de televecindades483. A veces, cuando un tomado destruye una colonia-mobil home en Florida u Oklahoma, en imágenes tele visivas se ve a los dueños que estánjunto a los restos de sus casas como con ductores de automóviles que se hubieran visto implicados en una colisión masiva en una autopista.
La explicación del habitar por analogías con el vehículo se ha llevado a cabo una segunda vez, por decirlo así, a la sombra de la vanguardia: en un espacio sin teoría y sin arte: la miseria analiza a su modo las estructuras elementales del habitar. En un mundo en el que la huida y la deportación se convirtieron en fenómenos masivos, hubieron de ensayarse en gran es cala y en gran número improvisaciones de habitáculos provisionales. Así apareció el mundo de los campos de concentración, que, en cualquier ba lance que se haga del siglo XX, habrá que contar siempre entre sus sínto mas principales. Ellos constituyen el compromiso maligno entre movilidad no deseada e inmovilización forzosa. Y sin embargo: incluso con el mini malismo de sus barracones, este tipo de alojamiento se somete al impera tivo antropológico del habitar. A pesar de sus diferentes grados de dureza, los mundos de campos pueden compararse unos con otros como lugares de apiñamiento de «seres humanos superfluos», donde se experimentan reducciones de la cultura del habitar a dotaciones elementales y provisio- nalísimas. Aquí queda claro que la reducción del espacio de habitamiento hasta un container casi vacío no tiene por qué ser una finura estética. La chocante anotación de Flusser: «se habitaba en Auschwitz» es una frase descriptiva; articula un valor límite de la estancia en una máquina para ha bitar que sirve de sala de espera de la muerte. Como el tiempo existencial sin cualidad fue explicitado en los años veinte del siglo XX como ser-para la-muerte, así, desde los años cuarenta, la estancia-en-algo sin cualidad, co mo ser-en-el-container.
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6 Management de direcciones, emplazamiento de consumo, regulación del clima
En tanto que el «habitar» en un campo de concentración substrae a los ocupantes la libre elección del lugar y aniquila a la «persona» autónoma, aparece ex negativo una nueva dimensión de la estancia explicitada: por afirmación del ser-ahí a un lugar determinado el habitar se define y des pliega como un residir. Elegir una residencia significa comprometerse con el mantenimiento de una dirección; tiene una dirección quien se afirma como remitente y está a disposición como destinatario. En ambos aspectos el habitante moderno invierte una parte de sus energías en el lugar de re sidencia como lugar de empresa. Con ello, el poseedor actual de una di rección sigue un hábito de la aristocracia de la antigua Europa, que esta ba dispuesta a pagar casi cualquier precio por un privilegio de residencia. Educados en la atención celosa a denominaciones de origen y auras de nombres, era inmediatamente evidente para los nobles que la dirección es el mensaje. También bajo premisas capitalistas la afirmación del lugar y del rango por la exhibición de una dirección sigue siendo un objetivo empre sarial provechoso, puesto que juega con el comodín entre los valores de la sociedad movilizada, la accesibilidad, tanto en forma activa como pasiva484.
La vivienda moderna se define como dirección cuando hace accesibles a sus habitantes para servicios, entregas, ofertas en red y cuando les pone a mano los medios para actuar como remitente de encargos y mensajes. El domicilio es una inversión primaria, por la que los actores del mundo de negocios demuestran su capacidad para ellos y su pretensión social. Como inversión en un lugar social, la dirección es una parte del capital fijo. Mientras con mayor claridad se perfila el valor de residencia del habitar, mayor motivo tienen quienes ofrecen housingfacilities para recomendar sus objetos desde el punto de vista de su capacidad de tráfico. Las primas más altas las poseen unidades de vivienda que unen todas las ventajas-privacy con todas las opciones-arc^ss. Donde se ofrece esto, la residencia es a la vez una egosfera perfectamente aislada y un punto fácilmente accesible en la red de múltiples on-line-communities. Es un punto de conexión para oscu recimiento del mundo exterior y admisión de realidad on demand. A la vis ta de tales disposiciones el refinado giro de «casa inteligente» significa al go más que una frase de propaganda. El habitar explicitado en dirección a la inteligencia hace de la vivienda una agencia: emplazamiento y encru
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cijada para agentes, programas artificiales negociadores, que interaccio nan con consumidores finales humanos485.
Bill Gates llamó a su proyecto habitacional Cyberhome, en las cercanías de Seattle, una «casa (casi)omnisciente»486. Construida de cristal, madera y silicio, ha de servirles a él y a su mujer, en primer término, de máquina de relajación, dotando a su ambiente común de un máximo de «posibilidades de entretenimiento». Intelligent toys hacen de la casa un entorno de expe riencias. Quien anda por la villa de Gates se mueve en una envoltura electrónica que en cada momento le posiciona y le introduce en un aura personalizada de luz, música y opciones operativas. La casa sabe continua mente todo lo que ha de saber sobre el visitante para estar disponible pa ra él. Como un submarino digital, está dispuesta día y noche a reproducir, a satisfacer deseos del habitante, todas las canciones en las que aparezca la palabra yellow. En las paredes hay incrustados monitores que ponen a disposición del observador cualquier imagen del archivo de la historia uni versal del arte. «Habitar significa. . . tener acceso. »487
Notemos que las condiciones habitacionales post-agrarias y ya no arte- sano-gremiales se distinguen casi generalmente porque están construidas (al menos para la parte asalariada del hogar) sobre la separación de lugar de trabajo y vivienda. Aquí aparece un nuevo aspecto del habitar explici- tado, por el que se le determina expresamente como no-trabajar. En la ter minología de la economía política las actividades de ese ámbito se habían transcrito como «reproducción de la mercancía fuerza de trabajo». La so ciología de la sociedad de sensaciones pone el acento, por el contrario, en el habitar contemporáneo como medio para la representación y regene ración de identidad; así como en el papel de la vivienda como campa mento base para incursiones en la escena de las sensaciones. La vivienda se cualifica cada vez más inequívocamente como el lugar en el que los in dividuos se entregan a su vocación de autorrealización en la inmanencia pura. Autorrealización es una expresión camuflada para autoconsumo. El acontecimiento más relevante de la vida se determina aquí como flujo in centivado de sensaciones o vivencias; es decir, como acumulación y derro che de diferencias disfrutables en el fluir del tiempo. Viviendas son em plazamientos para empresarios de sensaciones, es decir, «máquinas de
deseo, que maximizan sensaciones por unidad de tiempo»48.
Finalmente, la cultura moderna de la construcción ha conseguido que el contenido físico casi inobjetivo de todos los edificios, el aire encerrado,
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Shigeru Ban, Curtain Wall House, 1995.
haya podido convertirse en un tema suigeneris. El aire constituye, en la pre sentación que hacemos, el último aspecto de la cultura habitacional expli- citada de la Modernidad. Puede aventurarse la tesis -sobre el trasfondo de las explicaciones que hicimos con respecto a los invernaderos4*'- que todas las viviendas contemporáneas no sólo tienen instalaciones climáticas (en nuestro grado de latitud en forma de calefacciones, en zonas más al sur en forma de sistemas de refrigeración del aire, además), sino que son instala ciones climáticas. Llama la atención que el fenómeno air <onditioning no haya despertado el interés de los historiadores de la cultura y sociólogos
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hasta ahora. Sólo esporádicamente aparecen referencias al significado so bresaliente de la refrigeración del espacio de vivienda y trabajo para la apertura a la civilización de las zonas más cálidas y tórridas de la Tierra. El historiador David S. Landes deduce enfáticamente los desplazamientos de población en Estados Unidos hacia el sur y el establecimiento de industria en esas latitudes del uso extensivo del air conditioning490. Aquí se impone la aguda observación de Hegel sobre la inutilidad del aire natural para fines humanos491. Por lo que respecta a los arquitectos de la Modernidad, no só lo se hicieron conscientes de su responsabilidad por el confort psicosocial de una unidad de vivienda -recuérdese el concepto de «ventilación psí quica» de Le Corbusier-, comprenden también cada vez más que su pro ducto posee,junto con la estructura arquitectónica visible, una realidad at mosférica de valor propio. El auténtico espacio habitable es una escultura de aire que sus habitantes atraviesan como una instalación respirable. No pocos entre los grandes arquitectos del siglo XX aprovecharon, en este sen tido, el giro de su arte hacia el modo de pensar macroescultural492. En la medida en que los cuerpos de construcción se vuelven a entender como magnitudes plásticas espaciales, se acrecienta la percepción de los espacios huecos (les creux) como realidades con valor propio, que demandan tam bién configuración. E igual que desde el siglo XIX se construyen los inver naderos sólo a causa del clima que ha de reinar en ellos, algunos de los maestros más importantes de la creación de espacio en el siglo XX se de cantan por un arte explícito del aire y el clima.
A la vista de las prácticas de habitamiento del siglo pasado salta a la vis ta el hecho de que la definición práctica de la máquina para habitar -ya a causa de las relaciones numéricas- había de convertirse más bien en asun to de bricoladores que de arquitectos. La implantación masiva de machines
á habiter se lleva a cabo -si se prescinde, por el momento, de la construc ción de colonias dirigida centralistamente en el socialismo- en los barrios miserables inflacionarios, situados al borde de las grandes ciudades del -así llamado después de 1950- Tercer Mundo, donde surgieron gigantes cos pueblos de superficie amorfo-aditivos, cercanos al punto cero arqui tectónico, improvisaciones con materiales casuales como hojalata, cartón, paja, barro y madera, a menudo sin acceso a mínimos servicios urbanos de apertura como electricidad y canalización, receptáculos construidos por uno mismo para el dominio del estado de excepción permanente, testi monios tanto de la indestructibilidad de la necesidad humana de habi-
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Guillaume Bijl, Heating stand, 1990.
táculo i orno de la creatividad arquetípica, con la que, aun bajo las condi ciones más precarias, se manifiesta el anhelo de la cabaña, de esa primera articulación arquitectónica de la exigencia de interior. En tales formas se muestra que la asociación moderna de hogar y movimiento no sólo se efectúa bajo el signo del viaje. Más bien es la huida la que obliga a los se res humanos a inventar incesantemente nuevos compromisos entre mora da y meívilidad. La huida detenida de innumerables desarraigados crea cir cunstancias en las que la ecuación neolítica entre habitar y esperar vuelve a entrar en vigor de modo inesperado. Si en alguna parte tiene sentido empírico la expresión especulativamente superforzada de final de la his toria, en ninguna como a la vista de estos fenómenos. Quien ha aterrizado
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en ciudades de chabolas, favelas, bidonvilles, vive en la casi-imposibilidad de tener un proyecto, o un pasado que promocionara un futuro. En esos lu gares de parada para seres humanos desorientados y desheredados sí se ha roto el viejo balance campesino entre paciencia y expectativa; aquí sólo do mina ya la esperanza difusa de la llegada de ayuda extraña, sin la perspec tiva de un producto que va madurando por sí mismo, que libera y permi te llevar una existencia en tiempo propio.
B. Construcción celular, egosferas, autocontainer
Para la explicación de la existencia co-aislada
por medio del apartamento
He aquí que llega la hora, y ya es llegada, en que os dispersaréis cada uno en lo suyo. . . Evangelio según sanJuan 16, 32
Quien estudia la historia de la arquitectura reciente en su conexión con las formas de vida de la sociedad mediatizada reconoce inmediata mente que las dos innovaciones arquitectónicas con mayor éxito del siglo XX, el apartamento y el estadio deportivo, están en relación directa con las dos tendencias sociopsicológicas más amplias de la época: la liberación de individuos, que viven solos, mediante técnicas habitacionales y mediáticas individualizantes, y la aglomeración de masas, igualmente excitadas, me diante acontecimientos organizados en grandes construcciones fascinóge- nas. No hacemos hincapié, por el momento, en que la síntesis afectiva e imaginaria de la «sociedad» moderna se produce más bien por medios de masas, es decir, por integración telecomunicativa de no-reunidos, que por reunión física, mientras que la síntesis operativa se regula por relaciones de mercado.
1 Célula y burbuja de mundo
El apartamento moderno -del que se habla en la bibliografía también como vivienda de una habitación o, con mayores pretensiones, como vi vienda de un espacio49*- materializa la tendencia a la formación de células,
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en la que se puede reconocer el análogo arquitectónico y topológico del individualismo de la sociedad moderna. Para la interpretación de las aspi raciones individualistas conformémonos en este lugar con una constata ción que ya anotó Gabriel Tarde en los años ochenta del siglo XIX: «El ser humano civilizado de hoy aspira propiamente a la posibilidad de renun ciar al apoyo humano»494. En el desarrollo de la construcción de aparta mentos puede comprobarse que nada requiere más condiciones que la ex pectativa aparentemente natural de que a una persona le corresponda al menos una habitación o a una cabeza una unidad de vivienda. Así como el modernismo soviético se condensó en el mito de la vivienda comunal, que había de actuar como cuño del Nuevo Ser Humano, apto para lo colecti vo, así se concentra el modernismo occidental en el mito del apartamen to, donde el individuo liberado, flexibilizado en el flujo del capital, se de dica al cuidado de las relaciones consigo mismo.
Definimos el apartamento como forma egosférica atómica o elemental, y, en consecuencia, como burbuja celular del mundo, de cuya repetición masiva surgen las espumas individualistas. A esa determinación no va uni da valoración moral alguna; no contiene concesión alguna a la crítica cató lica y neoconservadora del tiempo, que sobre la tendencia contemporánea a la cultura-single no tiene nada que decir que fuera más allá de los estere otipos del reproche agustiniano de indiferencia y egoísmo; nueva es sólo la mordaz sugerencia de que el egoísta moderno, la egoísta moderna, es tarían abonados al Daily Me. También nos mantenemos aparte del hecho de que se introduzcan conceptos como el de un «mínimo espacial de exis tencia»; hablar de un mínimo resulta, prácticamente en todas partes don de se hace, una descripción fallida de la idea de célula-hábitat o de átomo- «mundo de la vida», en torno a cuya definición da vueltas la pasión de la reflexión moderna sobre el habitar.
Para acercarse al fenómeno apartamento hay que percibir su estrecha conexión con el principio de la serie, sin el que no puede pensarse el trán sito del construir (y del producir) a la era de la fabricación y prefabrica ción masivas495. Así como, según El Lissitzky, el constructivismo represen taba el punto de trasbordo de la pintura a la arquitectura496, así el serialismo, el punto de trasbordo entre elementarismo y utopismo social. En el serialismo, que regula la relación entre la parte y el todo mediante una estandarización exacta, de modo que se hacen posibles la fabricación descentralizada y el montaje centralizado, está la clave de la relación, ca
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racterística de la Modernidad, entre célula y unión de células. Así como el desarrollo de la célula tiene en cuenta el espíritu del análisis, en cuanto que consuma el retroceso al nivel elemental, la construcción de casas so bre la base de tales elementos significa una combinatoria o, mejor, una forma de «construcción orgánica», con la finalidad de crear, a base de mó dulos, conjuntos sostenibles arquitectónica, urbanística y económicamen te. El hecho de que el apilamiento de numerosas unidades celulares en un complejo arquitectónico intentara, desde un principio, algo más que una adición casual o mecánica de unidades elementales, muestra la gran va riedad de formas constructivas, con las que los arquitectos de la Moderni dad han respondido a la provocación de la construcción modular. De los planos de 1922 de Le Corbusier para una casa-villa, inundada de luz por to das partes, así como de sus proyectos de rascacielos en forma de cruz (1925), en forma de estrella (1933) y en forma de rombo (1938), sale un ca mino lleno de bifurcaciones que conduce a los apilamientos esculturales de células en estructuras semejantes a cajas de construcciones, como por ejemplo la Nakagin Capsule Toxveren Tokio, de 1972, del japonés Kisho Ku- rokawa. La aglomeración vertical de unidades-cápsulas se convierte aquí en un fenómeno estético con valor propio. Otros arquitectos han apilado los módulos-vivienda en formas semejantes a una seta o a un árbol. Sobre plantas en forma de flor se elevan sesenta pisos, las dos torres de aparta mentos de Marina City, en Chicago, con sus característicos balcones abom bados. Aunque los complejos mayores se forman necesariamente por la adición de unidades elementales y ocasionalmente se presentan como si fueran meros apilamientos, siempre poseen ciertos valores idiosincrásicos macroesculturales; de todos modos, la sintaxis de una casa de apartamen tos prohíbe la mera apilación de unidades, porque éstas no funcionarían ni serían accesibles sin comunicaciones a través de pasillos, escaleras, as censores y sistemas de conducción.
El apartamento como célula de vivienda representa el plano atómico en el campo de las condiciones de hábitat: así como la célula viva en el or ganismo constituye el átomo biológico y, a la vez, el principio generativo
(Swammerdam en el siglo XVII: Omne vivum e vivo; Virchow en el XIX: Om- nis cellula e cellula), la construcción moderna de apartamentos desarrolla el átomo-hábitat: la vivienda de un espacio, con el habitante que vive solo, co mo núcleo celular de su burbuja privada de mundo. Por el regreso a la uni dad celular se lleva el espacio habitable mismo a su forma elemental. Mo-
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Kisho Kurokawa, Nakagin Capsule Tower, Tokio, 1972.
dificando una expresión de Gottfried Semper, se podía llamar a ésta «in dividuo espacial»497. No es casualidad que la arquitectura de apartamentos se desai rollara en simultaneidad histórica con las fenomenologías de Hus- serl y Heidegger: tanto aquí como allí se trataba del anclaje del individuo reflexivo en un medio de mundo radicalmente explicitado. La existencia en una vivienda unipersonal no es otra cosa que el ser-en-el-mundo en un caso particular o la re-sumersión del sujeto, antes aislado a propósito, en su llamado «mundo de la vida» bajo una dirección o domicilio espacio-
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Marina City, Chicago.
temporalmente concretos. La nueva conciencia de la vivienda de los ar quitectos y el descubrimiento preciso por parte de los filósofos de las pre misas mundanas del ser-ahí sumergido son antídotos simultáneos y actua les contra la ceguera frente a la situación, inveterada en la cultura de la racionalidad de la antigua Europa.
La re-aproximación moderna del concepto arquitectónico de célula al de la microbiología no sucedió, por lo demás, sin cierta legitimidad histó rica: cuando el físico británico Robert Hooke, en su obra Micrographia, 1665,
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Lavadoras colgantes.
introdujo el concepto biológico de célula para describir la disposición com pacta, descubierta al microscopio, de espacios vacíos delimitados en un tro zo de corcho, se dejó inspirar por la analogía con las filas de celdas mona cales de un convento. Con el acceso de la arquitectura moderna a la idea de una unidad de vivienda, reducida ideal y arquetípicamente, el concepto de célula [o celda], tras su exilio productivo en la microbiología, regresa a su punto de partida; cargado con una plusvalía de precisión analítica y mo vilidad constructiva. La célula-vivienda emancipada formula todo un pro-
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Robert Hooke, Micrographia, Londres 1665.
Un trozo de corcho visto a través de un microscopio.
grama de condiciones arquitectónicas y sanitarias mínimas de autonomía, que tienen que cumplirse para que pueda valer como formalmente satis fecho el estado de cosas que requiere el poder-vivir-solo. En consecuen cia, en un apartamento completo tienen que estar a disposición los me dios para un ciclo circadiano de cuidado de sí mismo: sitio para dormir, baño, WC, sitio para cocinar, mesa para comer, depósito de ropa, aire acondicionado o calefacción, toma de corriente, buzón para el correo, teléfono, cable para los medios o antenas; por ello, como muestra el baño como célula húmeda, la célula-hábitat está compuesta, a su vez, por uni dades celulares.
La burbuja individual en la espuma habitacional constituye un container para las relaciones consigo mismo del habitante, que se instala en su unidad
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de vivienda como consumidor de un confort primario: a él le vale la cápsu la vital de la vivienda como escenario de su autoemparejamiento, como sa la de operación de su autocuidado y como sistema de inmunidad en un campo, contaminado, de connected isolations, alias vecindades498. Desde estos puntos de vista, el apartamento es una copia material de aquella función su- rreal de recipiente que hemos descrito como receptáculo autógeno49.
El carácter aphrógeno de los apartamentos surge (en el plano de la ar quitectura construida) del hecho de que la «vivienda de un espacio» se en cuentra habitualmente en casas dispuestas según un plan general como agregados de unidades habitacionales tipificadas. La casa de apartamentos
(o la unité d ’habitatiori) representa un cristal-espacio social o un cuerpo de espuma rígido, en el que están apiladas o amontonadas unas sobre yjun to a otras una multiplicidad de unidades; y esas formas comparten con las espumas lábiles el principio del co-aislamiento, es decir, de la separación de espacio por paredes comunes. De ahí surge un problema de vecindad, característico de casas de apartamentos de tipo más antiguo: el insuficien te aislamiento acústico, por el que se desmiente, de modo no grato, la ilu sión de autonomía de la célula habitacional. Como co-aislador, la pared común es responsable de que los recíprocamente aislados no alcancen a menudo suficiente inmunidad acústica. En la espuma social, el efecto-isla, que toda célula individual reclama para sí, se pierde por la compacidad de la acumulación de células. La consecuencia son comunicaciones no gratas. Partiendo de esta constatación, la reciente arquitectura de casas de apar tamentos ha reconocido la necesidad de su tarea de limitar en lo posible el estrés de coexistencia de las unidades-connected isolation. Cuando esto no se soluciona, las casas de apartamentos se manifiestan a menudo como in cubadoras de patologías sociales, para las que Le Corbusier proporcionó ex negativo la fórmula, cuando hizo notar que lo que importa en una edifi cación es la «ventilación psíquica». Una unidad de vivienda arquitectóni camente lograda no sólo representa un trozo de aire cercado, sino más bien un sistema psicosocial de inmunidad, que es capaz de regular, según convenga, el grado de su impermeabilización hacia fuera. «Ventilación psíquica» implica que en las unidades inmunes aisladas se infiltra un háli to de animaciones comunitarias. Cuánto puede llegar a faltar esto lo mues tran las tristemente célebres ciudades-satélite de la época posterior a la Se gunda Guerra Mundial, que tendían a dejar indefensos a sus habitantes y a ahogarlos psicosocialmente a la vez. La tristemente célebre voladura de
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Pruitt-lgoe antes de la voladura en el año 1972.
los edificios elevados de Pruitt-lgoe en el centro de la ciudad de Saint- Louis el 15 de julio de 1972 -una fecha que el historiador de la arquitec turaJencks evaluó como la hora cero del posmodernismo- hay que com prenderla, en primer término, como declaración inmunológica de bancarrota del modernismo vulgar en la arquitectura.
Que la adición masiva de unidades celulares tenga por sí misma am plias implicaciones sociológicas o, mejor, sociomorfológicas, es una obser vación que alcanza retrospectivamente hasta el siglo XIX. Karl Marx, en un conocido pasaje de su estudio El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, de 1852, muestra los fundamentos político-económicos de la dominación na poleónica, subrayando que, con su dictadura popular, Bonaparte repre sentaba a una clase y sus necesidades aún no suficientemente articuladas: «la clase más numerosa de la sociedad francesa, los labradores de parcelas»500. Lo que Marx pone de relieve en esta «inmensa masa, cuyos miembros vi ven en la misma situación, pero sin entrar en relación diversa unos con otros»501, es, sobre todo, su dispersión y su incapacidad de deducir un in terés común de la semejanza de su situación:
Su modo de producción los aísla unos de otros, en lugar de ponerlos en con tacto recíproco. El aislamiento lo fomentan los malos medios de comunicación
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franceses y la pobreza de los campesinos. Cualquier familia de campesinos aislada se basta casi a sí misma. . .
La parcela, el campesino y la familia; al lado, otra parcela, otro campesino y otra familia. Un gran número de unidades así constituye un pueblo, y un gran nú mero de pueblos constituye un departamento. Así, la gran masa de la nación fran cesa se forma por simple adición de magnitudes homologas, como un saco de pa tatas, por ejemplo, forma un saco de patatas502.
El contexto deja claro que Marx argumenta aquí como fenomenólogo de la espuma ante litteram, en tanto que a las unidades simétricas de las multiplicidades campesino-parcelarias las considera reunidas en un colec tivo configurado aditivamente: las expresiones pueblo, departamento y sa co de patatas deparan metáforas inequívocamente aphrológicas para aglo meraciones estructuralmente débiles de células. Ellas han de ilustrar que una configuración de ese tipo es incapaz tel quel de manifestar toma de pos tura o subjetividad de clase, y por qué; con lo cual, según el punto de vis ta de Marx, sólo una clase «revolucionaria» y llena de voluntad de poder estaría en situación de responder a sus propios intereses políticos e inmu- nitarios. En estas consideraciones se perciben inequívocamente ecos de pensamientos estructurales de Hegel, por mucho que el autor de las Líneas
fundamentales de la filosofía del derecho se hubiera mofado de la idea de que un «simple montón atomista de individuos» (§ 273) pudiera lograr por sus propios medios una existencia ordenada jurídicamente o incluso una constitución. Un «montón» penetrado de conciencia de clase, sin embar go, habría recorrido ya la mitad del camino, al menos, hacia una constitu ción razonable. Sobre la longitud del camino no se hace apenas ilusiones el autor de El dieciocho brumario; echa una dura mirada a las condiciones que en el interior de cualquier unidad aislada del universo de parcelas procuran obnubilación y aislamiento:
La propiedad parcelaria [. . . ] ha transformado en trogloditas a la masa de la na ción francesa. Dieciséis millones de campesinos (incluidos mujeres y niños) habi tan en cuevas, una gran parte de las cuales sólo tiene una abertura, la otra sólo dos, y la privilegiada sólo tres aberturas. Las ventanas son en una casa lo que son los cin co sentidos para la cabezaTM.
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Si había un motivo para constatar la «idiocia de la vida del campo», és te era, materialiter, el escaso número (condicionado también por los im puestos franceses por las ventanas) de aberturas en los cobertizos de los campesinos; formaliter, los aislamientos, que impiden que los habitantes de las parcelas lleven a cabo el tránsito del modo de ser de una clase en sí al de una clase para sí.
Ausencia de ventanas representa escasez de comuni cación, ilustración y solidaridad. Desde este punto de vista, los campesinos parcelarios constituyen un para-proletariado; como el proletariado indus trial, se enfrentan a la tarea de pasar de un modo de existencia aislado y apolítico a uno organizado, políticamente virulento. Esto equivale al pro grama de transformar el «saco de patatas» en el partido, o, por hablar ur banistamente, a la exigencia de transformar la aglomeración de las cuevas encerradas en sí mismas en una colonia nacional de trabajadores, comu nicativamente insuflada, sí, incluso en una vivienda comunal internacio nal, extensiva a la clase. Donde antes había cuevas aisladas han de surgir ahora movimientos políticos, sindicatos militantes, alianzas para la lucha de clases, conscientes de sus intereses: espumas solidarias, diríamos noso tros, y con el fin, además, de expresar que, en sentido sistémico, los muy citados trabajadores no son ni un sujeto histórico ni una «masa», sino una alianza inmunitaria. El discurso marxiano se funda en el supuesto de que con la expresión «clase» se describe el auténtico formato colectivo del campesinado parcelario y que, por eso, con el surgimiento de la «con ciencia de clase» y de una correspondiente política de intereses agresiva o «revolucionaria», podía conseguirse la ventaja decisiva de inmunidad para los pertenecientes a esa «clase».
Aquí se muestra cómo la teoría socialista del siglo XIX descubrió el te ma epocal (que no consiguió precisar, sin embargo, a causa de falsas de cisiones conceptuales previas): aquel ensamblaje de inmunidad y comuni dad, en el que desde siempre se lleva a cabo la «dialéctica» o la interacción causal circular entre lo propio y lo extraño, lo común y lo no-común. En el concepto contaminado e irrecuperable de conciencia de clase se sigue ocultando una referencia, no pensada hasta el final, a que, precisamente en la era de creciente individualización, parcelación y oportunidades de aislamiento, lo que puede importar a las células individuales es solidari zarse con una unidad mayor de gentes situadas al mismo nivel, con el fin de optimizar su representación de intereses. Observemos que en la expre sión «comunidad del pueblo» se oculta una problemática análoga: una ex
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presión también adulterada y excluida de uso afirmativo futuro. ¿No podía ser que el concepto interés como tal (sobre todo en combinaciones como interés nacional, interés de clase, interés de empresa, interés de habitan te) fuera ya desde siempre una metáfora encubierta para ventajas de in munidad sólo alcanzables comunitariamente?
2 Autoemparejamientos en el hábitat
. . . contengo multitudes. Walt Whitman, Hojas de hierba
Como forma elemental egosférica, el apartamento es el lugar en el que la simbiosis de los miembros de la familia, que desde tiempos inmemoria les constituyen las comunidades habitacionales primarias, se supera en favor de la simbiosis del individuo que vive solo consigo mismo y con su entorno. Está fuera de duda que con el tránsito al habitar monádico con temporáneo se produce una cesura profunda en los modos y maneras de coexistencia de personas con sus semejantes y lo demás. Se podría hablar de la crisis de las segundas personas, que ahora se instalan en las primeras. Esto se refleja en las teorías éticas más recientes: efectivamente, el «otro» sólo puede ser descubierto como un otro real -motivo central de la filo sofía moral contemporánea- en una época en la que se han vuelto epidé micos el autodesdoblamiento del uno en sí mismo y la multiplicidad de los otros interiores virtuales. Sólo ahora se hace patente, de modo general y público, el abismo que hay entre el otro narcisista de la reflexión en sí mis mo y el otro transcendente del encuentro o desencuentro real. Todo el «conglomerado de mecanismos vitales» -por recordar la formulación de Hermann Broch, que evoca situaciones globales esféricas de coexistencia familiar, desarrolladas tradicionalmente, y totalidades indistintas en esta do de asociación sonambúlica y seminarcosis simbiótica504- cae durante el siglo XX dentro de una fuerza centrífuga que dispersa a los individuos, se parándolos en células de mundo propias y micrototalidades activo-pasivas. Desde este punto de vista, el socioanálisis por disgregación y aislamiento corre paralelo al psicoanálisis por autoexploración en una situación diádi- ca artificial.
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Tomaso Minardi, Autorretrato en una buhardilla, ca. 1813.
Se puede hablar de la existencia de una egosfera cuando su habitan te ha desarrollado costumbres elaboradas de autoemparejamiento y se mueve en un proceso constante de diferenciación de sí mismo (es decir, en un proceso de «vivencias»). Se malentendería una forma de vida así si sólo se la quisiera asimilar a la característica «vivir solo», en el sentido de falta de compañero y falta de complementación humana. Conside rando las cosas con mayor detenimiento, la no-simbiosis con otros, que practica quien vive solo en el apartamento, hay que interpretarla como autosimbiosis. En ésta, la forma de la pareja la cumple el individuo, que, en un proceso continuo de diferenciación de sí, se remite incesantemen
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te a sí mismo, como si se tratara del otro interior o de una pluralidad de sub-yoes. En estos casos, la convivencia se desplaza al cambio constante de las situaciones en las que el individuo se experimenta a sí mismo. Pa ra la realización del autoemparejamiento hay que presuponer los medios que hemos designado como egotécnicas: éstas son los soportes media dores usuales de la autocomplementación, que permiten a sus usuarios un regreso permanente a sí mismo y eo ipso la formación de la pareja con sigo mismo como sorprendente compañero interior. No es casual que los singles programáticos insistan a menudo en que el vivir solo sea la forma de existencia más entretenida que conocen. De hecho, el individuo libe rado, en virtud de su dotación de mediaciones, tiene siempre la posibili dad de actuar como autoacompañante. «Un hombre solo está siempre en mala compañía»: podría pensarse que la cultura de solteros y singles del siglo XX ha sido un experimento para contradecir esa broma de Paul Valéry505.
Como ilustramos en el primer volumen, la ilusión individualista, que en la Modernidad había de solidificarse en una ontología de la separación, sólo pudo volverse sugestiva en el curso de la evolución moderna de los medios. A ello han contribuido los medios egotécnicos, que han perfilado en los individuos nuevas rutinas de regreso a sí mismo: en primer término, las técnicas de escritura y lectura, con cuya ayuda fueron ejercitados pro cedimientos históricamente innovadores de diálogo interior, de autoexa- men y autodocumentación. Esto tuvo como consecuencia que el homo alpha- beticus no sólo desarrolló ejercicios particulares de auto-objetivación, sino también otros de reunificación consigo mismo mediante la apropiación de lo objetivado. El diario es una de esas formas egotécnicas, el examen de conciencia otra. En nuestras reflexiones sobre la historia de la facialidad humana, en general, y de las relaciones de interfacialidad de la antigua Eu ropa, en particular, nos hemos referido a la tan tardía como decisiva in troducción del espejo en las autorrelaciones ópticas de los seres humanos europeos, subrayando, al hacerlo, la contribución de este paradigmático utensilio egotécnico a la transformación de la reflexión sensible en otro en la llamada autorreflexiónTM. En la vida cotidiana del habitante moderno de un apartamento, como en la de la mayoría del resto de los contemporá neos, la mirada al espejo se ha convertido en un ejercicio regular, que sir ve al autoajuste ininterrumpido.
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M. C. Escher, Mano con esfera reflectante, 1935.
Los particulares en el régimen individualista se convierten en sujetos puntua les que han caído en manos del poder del espejo, es decir, de la función reflecü- va, autocomplementante. Cada vez más organizan suvida bajo la ilusión de que po drían realizar, sin un otro real, el papel de las dos partes en el juego de relación
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en la esfera bipolar; esa ilusión se va concretando en el curso de la historia euro pea de los medios y mentalidades hasta llegar a un punto en el que los individuos mismos se consideran definidvamente como lo primero substancial, y sus relacio nes con otros, como lo segundo accidental. Un espejo en cada habitación de cada individuo es la patente vitai-práctica en ese punto*'7.
La expresión autosimbiosis ha de manifestar que la estructura diádica de la esfera primitiva puede ser re-ejercitada formalmente por los indivi duos bajo circunstancias determinadas: a saber, cuando, y sólo cuando, éstos dispongan de los accesorios mediadores necesarios para adaptarse plenamente a situaciones orientadas a la autocomplementación. De lo que en la metafísica de la vida diaria se trata bajo el concepto de indepen dencia, desde el punto de vista esferológico se revela como una virtuali- zación de la diada mediante autoemparejamiento, autocuidado, autocom plementación, automodelación. Desde esa perspectiva, el apartamento se puede comprender como taller de autorrelaciones; o como asilo para in determinaciones. En él no se desarrolla -como en las celdas de monjes o monjas tardomedievales- la dúplice unicidad (bi-unidad) entre Dios y al ma, más bien apoya el emparejamiento del individuo consigo mismo (uni-binidad). Esto significa una operación psíquica que se nutre de la di ferencia experimentada entre el estado actual del individuo y la plétora de sus estados potenciales. Que sólo puede plantearse a la larga cuando un continuo relativamente compacto de momentos de autoobservación y autoajuste se ha hecho determinante para la forma de vida en su totali dad. Esto corresponde al estado, anticipado por Elias Canetti, de una «so ciedad en la que todo ser humano es pintado y reza ante su imagen»508; sólo que aquí los individuos, con ayuda de numerosos medios, se hacen imágenes equívocas de sí mismos. ¿Fue una casualidad que el joven Le Corbusier, tras la visita a Certosa d’Ema, cerca de Florencia, se sintiera atraído por la forma de vida de los monjes cristianos? «Me gustaría habi tar toda mi vida lo que ellos llaman sus celdas»50, anotó en su viaje a Ita lia en el año 1907. La unidades habitacionales monacales, que habían em belesado al arquitecto en ciernes, estaban dispuestas como celdas dobles, con una habitación exterior y otra interior: desde el punto de vista del
joven visitante, un modelo ideal para viviendas de trabajadores de ma yores pretensiones o para acomodos de estudiantes, acompasados a los tiempos.
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Yayoi Kusania, Infinity Mirror Room, 1965.
Colocada en una perspectiva histórico cultural, la fascinación de Le Corbusier por las construcciones monásticas parece bien motivada; pues es verdad que en las celdas monásticas altomedievales habían aparecido los primeros gérmenes de la forma moderna de sujeto. En esos habitácu los para el autorrecogimiento se llevó a cabo la acumulación originaria de la atención alerta, desde la que -tras la inversión de la orientación funda mental metafísica de la trascendencia a la inmanencia- había de desarro llarse el individualismo moderno de estilo occidental. Atención o estado
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de alerta es la moneda psíquica con la que se paga la presencia de dife rencias relevantes, tanto en el caso del monje como en el del consumidor cualificado. Así como en la celda monacal se materializó el individualismo ascético extramundano, la cultura contemporánea del apartamento, junto con sus aparatos egotécnicos, apoya el individualismo hedonista intra- mundano. Este presupone la autoobservación incesante del individuo en su proceso de asimilación metabólica tanto de substancia nutritiva como de situaciones en todos sus aspectos. El individualismo es un culto de la di gestión, que celebra el paso de alimentos, vivencias e informaciones a través del sujeto510. Donde todo es inmanencia el apartamento se convier te en un retrete integral: desde cualquier punto de vista, lo que sucede aquí está bajo el signo del consumo final. Comer/digerir; leer/escribir; ver la televisión/opinar; reponerse/comprometerse; excitarse/relajarse. Como microteatro de la autosimbiosis, el apartamento envuelve la exis tencia de individuos que aspiran a experiencias e importancias.
Dado que es a la vez escenario y caverna, aloja tanto la salida a escena del individuo como la vuelta a la insignificancia. Esto se puede explicar fá cilmente por las típicas etapas del ciclo de autocuidado que recorre el su
jeto-apartamento en su guión del día: comenzando con una unidad de toi- lette matutina, que consiste en evacuaciones, lavados (con más pretensiones: toda una secuencia de autocuidado balneológico), atenciones cosméticas y
vestimentas (con más pretensiones de nuevo: actos discretos de inversión vestimentaria). La autopraxis cosmética ofrece, incluso a un nivel relativa mente simple, un universo de diferenciaciones, que gozan de un elevado valor propio en la conciencia de los usuarios y usuarias; por su causa, la ima gen facial propia puede aproximarse al polo de la obra de arte. (Baudelai- re previo esto en su éloge du maquillage, cuando decía de la mujer bella que, como imagen de los dioses, tenía que dorarse para ser adorada: elle doit se dorerpour etre adorée. ) Algo análogo sucede con elección del vestido, que en globa muchos microuniversos de matices y gestos; aquí la combinación se convierte en tarea de diseño, la elección en autoproyecto. Efectivamente, en la sociedad de vivencias desarrollada el individuo se cualifica como crea dor que reclama los derechos de autor por su propia imagen. El individuo comprueba en los éxitos directos e indirectos de su apariencia las ganancias psicosociales que provienen de su estrategia indumentaria.
Con el desayuno -o como quiera llamarse el primer gesto nutritivo (con pretensión: la inauguración del ciclo alimenticio diario)- la actividad
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Edward Hopper, Room in Neto York, 1932.
de autocuidado aborda las necesidades metabólicas, lo que, por regla ge neral, no sucede sin maniobras en el ámbito del fogón y la cocina. La co cina del apartamento es la miniatura de un quirotopo, en el que, gracias a la presencia del utillaje correspondiente, se ejecutan rutinariamente las protoprácticas de encender el fuego, cortar, trocear, transvasar, poner en la mesa, etc. En los gestos del prepararse-algo resulta especialmente evi dente la calidad de autoemparejamiento de la vida a solas: quien se abas tece de la propia cocina desempeña eo ipso el doble papel de anfitrión e in vitado, o bien, de cocinero y comedor, y manifiesta de ese modo que en ciertos actos del souci de soi va incluido también un don de soi, un don del yo al yo, en el que se revelan las intenciones del donante con el receptor. Gracias a la explicación progresiva del metabolismo dada por la biología moderna, se pone en manos del autosustentador la posibilidad de desa rrollar el cuidado de sí mismo en perspectiva crítico-alimentaria. Aquí, junto con la calidad gastronómica se tiene en cuenta cada vez más la dieté tica; a los medios alimentarios se añaden los medios de complemento ali menticio, la suave droga Jitness gana su puesto en el hogar de autocuida-
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do; los medios de vida [alimentos] se convierten en medios de acrecenta miento de la vida; la autoalimentación se aproxima a la automedicación. Con el obligado equipamiento de fogón, fregadero y nevera, los soportes técnicos de la función autónoma de la cocina, incluso el mínimo aparta mento representa hoy una unidad termosférica eficiente. Junto con los estándares sanitarios, son esas magnitudes gastrosféricas elementales las que definen el concepto de confort en una moderna unidad de vivienda.
En muchos casos, con los primeros gestos alimentarios inicia el indivi duo de apartamento la entrada en el fonotopo, el universo de ruidos del colectivo. El ayuno de ruidos se rompe con un desayuno acústico, sea con una música temprana autoelegida o con un programa de radio o de tele visión. Este anti-silencio muestra cómo quien vive solo toma él mismo en sus manos su mundanización y resocialización diaria, codecidiendo, por la elección de medios, sobre contenidos y dosificación de la entrada de rea lidad. Algo semejante tenía ante los ojos el Hegel deJena cuando constató que la lectura del periódico por la mañana temprano era «una especie de bendición matutina realista»51; con el matiz, en este caso, de que la reco nexión al ruido grupal del sujeto privado, desocializado por la noche, se lleva a cabo aún mediante la técnica cultural de la lectura, es decir, de ad misión de voces exteriores en el monólogo y polílogo interior. Gracias a los medios-audio, la célula del que vive solo puede convertirse en algo que desde el punto de vista histórico parecía imposible, que constituía una contradicción en sí mismo incluso: en un fonotopo individual. Esta carac terística consiste en que queda deshecha la captura del individuo por el so nido del grupo y se sustituye por la discreta admisión de determinados rui dos, sonidos y textos hablados. Desde la completa sintonización originaria del grupo por el grupo se alzan ahora innumerables burbujas de sonido individualizadas: microsferas auditivas, en las que se ha hecho realidad una relativa libertad de escucha512. (Esta tendencia se agudiza por la unión de reproductores de CD o casetes portátiles con auriculares: una técnica de aislamiento que equivale a la introducción del microapartamento acús tico en el espacio público; se podría hablar también de una escafandra acústica. ) La sociedad moderna vibra en espumas sonoras en millones de células; en lo que se refiere al innumerable colectivo de audición, que ri valiza entre sí, se ha hablado con razón de una guerre des ambiancesk,s. Y la coexistencia, devenida normal, de medio centenar de programas de TV apenas puede disimular el hecho de que, según su modo fonotópico de ac-
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Kurt Weinhold, Hombre con radio, 1929.
ción, la televisión no es otra cosa que una radio visualmente ampliada; con la diferencia de que en ella la libertad de elección de programa está téc nicamente mejor apoyada que en los sistemas de búsqueda de la radio.
Se afirma con buen motivo que la posmodernidad es un subproducto del mando a distancia. El telemando representa la técnica clave de control de admisión de sonido e imagen, y eo ipso de admisión de realidad, en la
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egosfera. Si se considera que un ser del tipo homo sapiens deviene lo que oye, el tránsito a la autosintonización opcional de los individuos significa una cesura antropológica: tanto la presión auditiva exterior como la inte riorizada, de la que el psicoanálisis había ofrecido una perífrasis parcial con el concepto de superyó (concerniente al aspecto moral de la super-sin- tonización del individuo por su colectivo), se disuelve en la tendencia a la propia elección del entorno auditivo. Es verdad que siempre habrá tam bién en el individuo constituido individual-fonotópicamente niveles de au dición interior y exterior, en los que lo escuchado involuntariamente se adelanta a la escucha elegida.
La ampliación del apartamento como fonotopo individual representa, junto con los enlaces telecomunicativos, la contribución más importante a la compleción mediadora de la unidad de vivienda. Asegura que la célula,
aunque cumpla satisfactoriamente sus funciones defensivas como aislante, como sistema inmunitario, como dispensador de confort y distanciados si gue siendo un espacio de mundo. Abierta al mundo, aunque lejos de él, la egosfera auditiva permite la entrada a partículas de realidad, ruidos, sen saciones, compras, hallazgos e invitados escogidos. Su implantación prác tica viene garantizada por la radio y la televisión, frente a las cuales los me dios de presión han pasado a segunda fila.
Para la modelación informática y atmosférica de la egosfera, a los me- dios-audio sólo los iguala en importancia el teléfono, que, a causa de su ca lidad como medio de dos direcciones, representa uno de los instrumentos más eficientes para la ligazón al mundo desde la reserva. Frente a los me dios más utilizados de una sola dirección (radio, televisión, periódico, li bro), el teléfono posee un doble privilegio ontológico: no sólo transmite
(la mayoría de las veces) llamadas provenientes de lo real, sino que coloca también al que es llamado, si coge el aparato él mismo, en una simulta neidad (experimentada como real) con el que llama: le coloca a la misma altura-de-ser con el actor de la llamada desde la lejanía. A causa de este efecto de inmediatez fue legítimo describir el teléfono como biófono514: no puede llamar nadie menos que una vida. Alguien al aparato: eso es siem pre una vida lejana que se hace presente, una voz con un mensaje, quizá incluso con una invitación. Puesto que puede ser accesible por llamadas, al apartamento se le priva de la «unidad del lugar» y, a la inversa, se le en laza a una red de vecindades virtuales. Por eso, la vecindad efectiva no es la espacial, sino la telefónica. Bajo el punto de vista inmunológico, el telé
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fono representa una nueva adquisición ambivalente, porque introduce en la célula-vivienda un canal para infecciones peligrosas provenientes del ex terior, pero amplía explosivamente, a la inversa, el radio del habitante en el sentido de oportunidades de acción y alianzas acrecentadas. (En este contexto no tiene por qué hablarse de internet, puesto que, en principio, sólo supone la continuación del teléfono con medios visuales. ) Después de que la escritura ha deshecho la simultaneidad de emisión y recepción de la comunicación, el teléfono permite superar la coincidencia de lugar.
Las llamadas a distancia se infiltran en el principio llamada local (más exactamente: en el efecto, generador de mundo, del acoplamiento-boca- oído); con la consecuencia de que, por fin, el secreto de la resonancia esfé rica, preformulada en algunos discursos religiosos515, consigue una articu lación técnica. Retrospectivamente podemos explicar hasta qué punto toda formación de esferas implica desde el principio el «factor surreal»: que los comunicantes en un lugar humano siempre superan ya lo mera mente espacial. Por utilizar unjuego de lenguaje filosófico de 1900: la téc nica telecomunicativa acelera la pérdida de espíritu en la vida. Estimula la inflación de los efectos telepáticos, si entendemos por ellos los efectos psí quicos colaterales de la accesibilidad desde la lejanía. Los procedimientos de autoemparejamiento de los individuos en el individualismo tienen pre cisamente como presupuesto que en el decurso de sus vidas los mecanis mos telecomunicativos se convierten en rutinas sólidas: sólo entonces el aislamiento no se experimenta como soledad; posibilita el enlace del alma individual con otros relevantes ausentes y sus señales de vida lejana, más o menos atractivas.
La premodemidad estuvo dominada por la evidencia de que los men sajes más interesantes provenían de un gran ausente llamado Dios; sus por tadores eran los santos, sacerdotes y profetas. La Modernidad apuesta por remitentes lejanos, como el genio y el reportero de bolsa. Quizá fue esto lo que constituía la gran característica de la existencia en las civilizaciones metafísicamente ambiciosas: la inteligencia se desliga del primado de las comunicaciones locales y participa en el traslado del flujo semántico de la vida próxima a la vida lejana. Por eso ser-ahí significa ahora nadar-en-sig- nos que vienen de lejos: signos que son respaldados por grandes remiten tes. Bajo este efecto, las grandes culturas clásicas pudieron florecer como culturas de escritura: las voces de los clásicos se imponen sobre soportes escritos a las generaciones siguientes de alfabetizados. La metafísica co-
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Eric Fischl, Still IAfe (Bananas with Knife), 1981, cortesía de Mary Boone Gallery, Nueva York.
mienza como telesimbiosis; en ella, gracias a lecturas disciplinadas, la in teligencia tardía puede acoplarse cointeligentemente con la temprana. Soy ac<i sible por vida lejana remitente; vida alejada y pasada sigue siendo legible por nosotros.
El moderno estilo de vida de apartamento, apoyado por el teléfono, in troduce la fase de trivialización de esos logros. Si la cosecha de la vida ac cesible desde la lejanía fue recolectada durante mucho tiempo todavía ba
jo la supremacía total del individualismo extramundano, cuando se cultivaba el emparejamiento de las almas individuales con Dios o con el ab soluto, el actual individualismo secular se propone, como se ha dicho, el empan ¡amiento del individuo consigo mismo; con lo que al individuo, co mo el otro-de-sí-mismo que siempre permanece desconocido, le compete el papel de un absoluto residual. (Obviamente, esta posición puede ads cribirse también al otro real516. ) Todo yo que se vuelve hacia dentro podría encontrarse suficientemente transcendente a sí mismo. Le basta pensarse como c imposición de individualidad manifiesta y latente para saber que la investigación de la latencia propia constituye un contenido de vida pro vechoso Mientras siga interesándose por sí mismo, el individuo descu bierto sigue- la pista del individuum absconditum. (Observemos hasta qué
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punto la cultura de masas se basa en la premisa de que la mayoría de los individuos no tienen motivo alguno para interesarse por ellos mismos, por lo que resulta un buen consejo que se atengan a la vida de las estrellas. De finiciones de una estrella: a) interesante amplificación de la falta de in terés de los demás; b) agente del desvío de la atención del admirador de sí mismo. )
En ninguna dimensión de la vida aparece esto con mayor claridad que en la sexualidad, que en el régimen individualista se organiza a menudo como sexualidad-vivencia basada en el apartamento, es decir, como inves tigación en el espacio de posibilidad interior erótico. Está claro que el tránsito a la así llamada sexualidad libre en la segunda mitad del siglo XX va unido indisolublemente a la ganancia en discreción de la cultura de apartamento o, al menos, a las seguridades que depara la habitación pro pia. El fenómeno super-discutido de los anticonceptivos químicos, que desde los años sesenta del siglo XX están a disposición de las mujeres, tam bién de las solteras, apoya sólo la tendencia, manifiesta desde los años vein te, hacia una erótica afirmativa de quienes viven solos. El apartamento constituye un erototopo en miniatura, en el que los individuos pueden se guir los impulsos de su deseo, en el sentido de querer-experimentar-tam- bién-lo-que-otros-ya-han-experimentado. Representa un escenario ejem plar del existir, porque en él puede ensayarse la relación de consumidor con el potencial sexual propio. Pero si el amante (erástes) y el amado (eró- menos) coinciden en una y la misma persona, tampoco a ese centauro se le ahorra la experiencia elemental de los amantes, que el objeto de amor só lo en pocas ocasiones responde en la misma onda.
En el autoerotismo, como en el bipersonal, se manifiesta la ley de que en el trance de la elección de compañero la mayoría están condenados a equivocarse: dado que por regla general no se consigue lo que se quiere, se coge a cualquiera en su lugar, y, llegado el caso, a sí mismo. Por este mo tivo el apartamento es también un estudio para la reelaboración de frus traciones; más exactamente, una celda de ensayo en la que el deseo de un enfrente real o imaginario se transforma en deseo de sí mismo, como re presentante más plausible del otro ambicionado. En este círculo paradóji co surge una autosatisfacción con tendencias ofensivas. El onanismo de apartamento, quizá prefigurado ya en las celdas monacales, pone en esce na la relación triple completa entre el sujeto, el genital y el fantasma; de donde resulta, por lo demás, que la sexualidad masturbatoria logra, efec-
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Charles Ray, Oh Charley, Charley, Charley, documenta X, 1997.
tivamente, un acortamiento pragmático del procedimiento, pero no una simplificación estructural de la operación bigenital interpersonal. En con secuencia, las características erototópicas del apartamento como mejor pueden explicarse es por analogía con el burdel: así como los pretendien tes dan vueltas por él buscando un compañero sexual disponible para, tras lograr un acuerdo, retirarse con el objeto de su pre-amor a una celda es condida, el habitante del apartamento se elige a sí mismo como el otro cercan» >y utiliza la soledad de su unidad habitacional para hacerlo consi go mismo. El autoemparejamiento se consuma aquí con el matiz de que el individuo, como autopretendiente, se aborda a sí mismo sin ceremonias. Como muestra un ejemplo conocido, esto puede llegar hasta la promo ción de favores propios. La feminista estadounidense, activista de la mas turbación, Betty Dodson, pensaba, en su best sellerde comienzos de los años setenta. Sexo para uno, que podía reclamar honores académicos por su fir me compromiso con la causa del onanismo, declarando, tras convencerse de la irrealizabilidad de su deseo: «[. . . ] después de catorce años de estu dios únicos en su género en este campo me he concedido a mí misma el doctorado en masturbación»517.
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I
Así como en toda relación que se ha hecho demasiado fácil hay que contar con una tendencia a la depauperación por la rudna, el autocom- pañerismo masturbatorio aprende a conocer el tedio de la monotonía. No siempre pueden congratularse los individuos por sus excitaciones auto- provocadas. La forma de vida autocomplaciente encuentra su límite en el tedio onanísmico. La bibliografía reciente sobre existencias-síngfe deja cla ro que la sexualidad de quienes viven solos está marcada por la necesidad de eludir la automonogamia. Incluso Betty Dodson, que se preciaba de sus sesiones de horas con el vibrador, declaró que de vez en cuando se busca ba penes. Pero las encuestas entre singles no dejan duda alguna de que mu chos no están dispuestos, sólo por ese apuro, a soportar la perturbación de la paz de su celda por un compañero permanente.
Junto con sus caracterísdcas quiro, termo y erotópicas, la moderna cé lula-hábitat adopta también los rasgos de un ergotopo, en cuanto que su habitante la convierte en escenario de su autocuidado deportivo. Esa transformación de los apartamentos en gimnasios privados viene fomen tada por la tendencia de la sociedad moderna a estilos de vida orientados al Jitness, que reclaman de sus partidarios la preocupación constante por su forma. Desde este punto de vista, la estructura del autoemparejamien- to se modifica de tal modo que el individuo que hace ejercicio se disocia en entrenador y entrenado, para reunir a ambos en un decurso de acción coordinado. En esto, los aparatos de entrenamiento (fijos o desmontables) pueden adoptar el papel del tercero manifiesto en la organización objeti va de la autorrelación; en otros casos se trata de ejercicios sin aparatos, so bre el suelo, con los que los que se ejercitan entablan su monólogo gim nástico. El existencialismo se ha explicado somáticamente: de la fórmula filosófica, que ser-ahí es la relación que se relaciona consigo misma, ha lle gado al mercado una versión, comprensible para todos, según la cual ser- ahí significa mantenerse-en-forma.
Finalmente, hay que describir los apartamentos como emplazamientos exteriores del alethotopo: en toda vida individual, por muy apartada que es té de lo general, hay un interés residual por la verdad, aunque sólo sea por la demanda de vocablos que ayudan a los individuos a estar conectados con los signos del tiempo. Quien exhibe un consumo moderado de medios al canza, por regla general, el mínimo existencial cognitivo, habitual en nues tra forma de mundo, que implica la licencia para elegir y para participar en el debate público. Quien pretende más se esfuerza por conseguir un saber
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orientativo, que valga para navegaciones más amplias en circunstancias de poca claridad. En la autorrelación alethotópica los individuos actúan infor malmente como autoenseñantes, a quienes lo que importa es mantener un cierto acompasamiento a la situación cognitiva y cientificista de la «socie dad»; como autodidactas mínimos se procuran una participación idio sincrásica en los recursos públicamente accesibles del souci de soi cognitivo. Puede que sea verdad que bajo las condiciones teórico-cognitivas actuales el aprender sólo puede interpretarse ya como un management ilustrado de la ignorancia, pero en la llamada sociedad del saber los contemporáneos más o menos exigentes tienen que ocuparse de la actualización constante de sus déficit. Desde entonces, las informaciones positivas tienen, sobre to do, el sentido de calibrar más realistamente las proporciones de lo no-sabi- do y no-claro. De paso, la información adquiere progresivamente una fun ción que se corresponde con la de las marcas y artículos de moda: se llevan partículas aisladas de saber, como se llevan gafas de sol, relojes caros y go rras de béisbol. En la culturajaponesa de lajuventud ha surgido desde los años ochenta una amplia escena, que rinde culto a un saber especializado sin sentido518. Esosjóvenes han comprendido que el saber no prepara para la vida, pero sí para concursos radiofónicos o televisivos.
A los que viven solos les sirven como fuentes, normalmente, las revistas del mundo de la escena o de la moda, también los libros de consulta que de cuando en cuando se incorporan a la colección doméstica. Para mu chos sigue siendo todavía un acontecimiento la incorporación de un nue vo libro a la comunidad de objetos que pueblan la vivienda. Al encanto de la vida de apartamento pertenece la circunstancia de que en él uno se pue de dedicar sin testigos a la contabilidad no falseada de las ignorancias in confundiblemente propias.
C. Foam City
Macrointeriores y edificios urbanos de congresos
explicitan las situaciones simbióticas de la multitud
Si la proposición «Cada uno es una isla» casi se ha hecho verdadera en las metrópolis modernas para la mayoría de la población, ¿cómo es posi ble, entonces, seguir pensando en la «sociedad»? Mientras que las agencias del análisis de lo real trabajan en una mera exposición de los individuos
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en sus propios domicilios, las agencias de la síntesis social se dedican a la tarea de articular las formas generales bajo las que los insulados son auna- bles en unidades interactivas. Por eso la expresión «comunicación» posee un tono evangélico en todos los discursos contemporáneos: es la palabra redentora de quienes buscan la salvación en la vinculación, más exacta mente: en el intercambio simbólico y en compromisos transaccionales, mientras que en otro tiempo, durante el largo siglo marxiano, se la espe raba del «trabajo», de su distribución y su recombinación.
Cada uno es una isla: esto les parece una mala noticia a los conserva dores, a quienes todavía sigue dando alas la idea de superar a los indivi duos en colectivos precedentes o constituidos intencionadamente; una buena noticia, por el contrario, a aquellos que pretenden ver en ella la ga rantía de que no pueda llegarse otra vez al arrebato compartido en entu siasmos malignos por el llamado todo: porque, por regla general, los is leños son menos utilizables por la totalidad. Sin embargo, sea cual sea en cada caso el género de insularidad de los individuos instalados consigo mis mos, se trata siempre de islas co-aisladas y conectadas a redes, que han de estar unidas a islas contiguas, momentánea o crónicamente, en estructuras medianas o más grandes: en una convención nacional, una loveparade,un club, una logia masónica, un colectivo de empresa, una reunión de accio nistas, un público de una sala de conciertos, un vecindario suburbano, una clase escolar, una comunidad religiosa, una multitud de automovilistas en caravana, una asamblea deliberante de contribuyentes. Si, tanto en sus concentraciones episódicas como en sus simbiosis duraderas, describimos esos conjuntos como espumas, es para formular un enunciado sobre la re lativa compacidad de conglomerados de vida co-aislados o alianzas: una compacidad que siempre será mayor que la de los archipiélagos (que, por lo demás, ofrecen una metáfora concluyente de multiplicidades insula- das), pero menor que la de las masas (en las que entran enjuego las aso ciaciones engañosas de agrupaciones de unidades que se rozan físicamen te, com o pasta, arena y sacos de patatas).
Que imágenes falsas puedan hacer historia lo muestra el moderno con cepto político de masa, cuyo origen metafórico, la idea de «masa» confor- mable y efervescente, en latín: massa, pasta, montón, materia informe, ha posibilitado durante dos siglos las sugerencias más perniciosas. Al hacer la revisión del vocabulario del siglo XXno sólo habrá que retirar de la circu lación la expresión revolución, sino también el concepto de masa519.
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Jean-Luc Parant, Les Angles, Villencuve-les-Avignon, 1985.
Las espumas co-aisladas de la sociedad individualistamente condicio nada no son meras aglomeraciones de cuerpos vecinos (que comparten se- p. u ;u i<>i<s), pesados y macizos, sino multiplicidades de células mundano vitales que se rozan unas a otras sin apreturas, a cada una de las cuales, por
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su propia amplitud, corresponde la dignidad de un universo. Precavida mente, la metáfora de la espuma hace observar que no hay propiedad pri vada total de los medios de aislamiento: al menos una pared de separación es posesión común con una célula-mundo colindante. La pared común, vista siempre por el lado propio, constituye el mínimum inter-autista. Todo lo que va más allá de esto, puede valer ya como fenómeno simbiótico.
1 Asamblea nacional
Cuando uno se ha convencido de que el modus vivendi, es decir, el rit mo de desarrollo, de la «sociedad» moderna se basa en un acto doble -la descomposición de los conglomerados sociales en unidades complejas in dividuadas y su recombinación en conjuntos cooperativos-, salta a los ojos hasta qué punto en la fórmula «entrada de las masas en la historia» se ar ticula también una problemática arquitectónica. En correspondencia con el estado de agregado, sin apreturas, de sus simbiontes, los colectivos mo dernos han de plantearse la tarea de producir las condiciones espaciales que apoyen el aislamiento de los individuos, aquí, y su reunión en con
juntos de cooperación y contemplación multicéfalos, allí. Esto exige nue vos planteamientos en arquitectura.
Ya durante la Revolución Francesa se había puesto de manifiesto que los activistas de la revuelta sólo podían recurrir para sus reuniones a edificios del Anden régime o al espacio público de las ciudades, especialmente a las plazas situadas ante grandes inmuebles. Lo que un día habría de ilustrarse con el equívoco término de «arquitectura de la revolución»520ya había sido proyectado antes de 1789 en sus partes más sugestivas: piénsese en la con trovertida Casa de los guardas agrícolas (Maison des gardes agrícoles) de Claude Nicolás Ledoux, fechada entre 1768 y 1773, en el Cenotafio de Newton de Etienne-Louis Boullée, del año 1784, o en la Casa de un cosmopolita de Vau- doyer, de 1785. Que esos proyectos, sin excepción, quedaran en el papel no fue achacable tanto a circunstancias adversas como a su propia lógica es peculativa: todavía no estaban maduros los tiempos para la emancipación de la concepción escultural del espacio y los formalismos geométricos521.
Los procesos revolucionarios de los Grandes Días se desarrollaron, pues, en edificios y plazas públicas que no tenían relación alguna con los acontecimientos que albergaban. El ejemplo más conocido: las asambleas
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de los Estamentos Generales, convocados por Luis XVI en Versalles, don de a comienzos de mayo de 1789 se redispusieron en las alas del palacio al gunas salas para las sesiones -en principio por separado- de los Estamen tos reunidos enjunta. Cuando el 20dejunio los casi seiscientos diputados del Tercer Estamento, que, mientras tanto, se habían asignado el título, claramente insurgente, de «Asamblea Nacional» (reclamando para ella la prerrogativa de la votación de los impuestos), encontraron cerrada (pre sumiblemente a causa de los preparativos para la gran sesión conjunta de los Estamentos bajo la presidencia del rey, prevista para el 23 de ese mes) la Salle Menus-Plaisirs, asignada a ellos, trasladaron sin más sus deliberacio nes, siguiendo una indicación del diputado Guillotin, al cercano Jeu de Paume, un edificio que, como su predecesor, había estado dedicado ple namente hasta entonces a su destino dentro del ámbito de los plaisirs re gios. Allí hicieron el famosojuramento de no dispersarse antes de que la constitución del reino no estuviera elaborada y descansara sobre funda mentos firmes. Resulta notable en esa promesa solemne, el primer acto de habla de la toma de poder burguesa, que tuviera como objeto el juramen to de los reunidos sobre la asamblea misma como tal; no podía dejar nin guna duda respecto a la supremacía del contenido político (cuyo concep to estaba formándose precisamente entonces) sobre la forma local y arquitectónica (que quedaba por determinar o construir, caso por caso): «La Asamblea Nacional. . . decide no dispersarse nunca y reunirse en cual quier parte donde lo permitan las circunstancias. . . »52. A la soberanía de la primera Assemblée, que continuó su trabajo hasta el 30 de septiembre de 1791 (para ser suplida por la Asamblea Legislativa, que, por su parte, el 20 de septiembre de 1792 habría de ceder ante la Convención Nacional), per tenece desde el principio la libertad de la determinación ad-hoc del local de reunión: un proceder que en la terminología de los subversivos del si glo XX se llamará cambio de función o finalidad.
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arreglen los seres humanos con la idea de inconsciente cuando ya no ten gan presente la experiencia de una casa con bodega y almacén.
Por el desarrollo posterior del motivo «máquina para habitar» en el si glo XX pudo reconocerse pronto cómo la fórmula, que en el caso de Le Corbusier se quedó más bien en retórica, llevó a materializaciones preci sas en numerosos focos de praxis contemporánea de alojamiento469. Su forma máxima temprana, desde el punto de vista de la técnica ingeniera, aparece en los bocetos de 1927 del joven Buckminster Fuller para su Dy- maxion-House, que, efectivamente, fue la primera auténtica máquina para habitar en el espacio plano que se concibió. En la legendaria conferencia de Fuller ante la Architectural League de Nueva York, enjunio de 1929, su presidente, Harvey W. Corbett, presentó la maqueta de la novedosa casa como el resultado de una reflexión sin prejuicios «sobre ese tipo esmera do de máquina, que responde perfectamente a los propósitos de una vi vienda»470. Permitiría vislumbrar la posibilidad de que «lleguemos a cono cer viviendas como automóviles para viajar», como «una máquina con el valor de reutilización, que puede ser montada en cualquier parte». «Si us ted ha vivido algunos años en una casa así y quiere emprender una gira por Europa, mande una nota a una lavandería; le llamarán, recogerán la casa, la lavarán y limpiarán, la plancharán y volverán a montar, y cuando usted regrese estará en una nueva casa. »471
La casa del ingeniero está sujeta al principio montaje: ya no la cons truirán albañiles, la instalarán montadores. En ella ya no se habita tampo co en el sentido europeo; la casa se rellena con una opción de estancia. Como máquina para habitar es, a la vez, máquina para mudanzas; y de muestra la independencia del contexto. Con esto pierde su validez la tesis neo-ontológica de que una casa constituye un punto medio artificial entre ser humano y naturaleza, que, por su esencia, habría de actuar concilia doramente472. La casa movilizada piensa tan poco en la reconciliación de su habitante con el entorno como un automóvil en la reconciliación del conductor con la carretera. Donde antes había naturaleza, ahora es preci so que haya infraestructura.
La conferencia de Fuller comienza crítico-temporalmente («[. . . ] lle gué a la conclusión de que la construcción es responsable de casi todos nuestros males»473; «En el modo de habitar hoy día. . . las mujeres están mu cho más esclavizadas que en su dempo las tripulaciones de las galeras ro manas»474) y acaba con la alabanza de la estandarización y del pensar en se-
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R. Buckminster Fuller ante la segunda maqueta de la Dymaxion House, 1929.
ríe, incluso con la apoteosis de la movilidad: ahora se trata de levantar con secuentemente la casa del suelo. El nuevo edificio, que sirve a la improvi sación plausible de un espacio de vida para seres humanos móviles, ha de ser colgado de un mástil central, descartando, con ello, la estática tradi cional y despidiendo las tradiciones cúbicas, junto con el dogma de los án gulos rectos en paredes, ventanas y puertas. La casa flotante sólo perma necería en contacto con la tierra por el anclaje del mástil, sin que, por ello, a pesar de su ligereza de peso, hubiera de renunciar a la estabilidad fren te a tormentas y seguridad ante terremotos. (Recordemos que cuatro me ses después, en octubre de 1929, en sus conferencias de Buenos Aires, Le Corbusier encomiaba expressis verbis la casa levantada de la tierra y coloca da sobre pilotes [pilotis], la boite en l yair»TM\ un decenio antes, el poeta ruso Velimir Chlebnikow, muerto en 1922, en sus propuestas radicalmente cons- tructivistas había demandado: «Construir casas en forma de enrejado, en las que puedan encajarse casitas de cristal transportables»4TM. )
La casa proyectada por Fuller había de agradecer su estabilidad a un entramado novedoso, integrado preponderantemente por esfuerzos de tracción: una referencia temprana al concepto de tensegridad, con el que
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Dymaxion Deployment Unit (DDU), 1940, Cocina-Modelo de un alojamiento de emergencia a la espera del bombardeo de ciudades británicas.
Fuller se convirtiría en el fundador de una estática trans-clásica; para el amarre de las cargas se utiliza alambre de cuerda de piano, extremamen te resistente; además, de los apuntalamientos adicionales se ocuparían tu bos de metal y de goma bajo presión de aire («[. . . ] Casi podrían dejar que un avión volara dentro sin que la ventana se rompa»47) . Suelos rellenos de aire amortiguan el sonido y recogen suavemente a niños que caen. Puer tas compuestas de seda de globo, hinchable, se abren y cierran mediante mecanismos neumáticos. Ya no hay trasteros ocultos; ni separaciones de es pacio que transmiten el mensaje: no has de pasar por aquí, caerte. Los mo vimientos-mdoor de los habitantes se tipifican y opriman económicamen te; todos los pasos y maniobras en el entorno, detalladamente calculado, cuentan ya con la necesidad de los sujetos-dymaxion de eficiencia y ahorro de energía.
Además, por el tipo ligero de su estar-ahí y por su ágil agregación de formas análogas, la casa se convierte en un alegato en favor de la disolu ción de la vieja ciudad colectivizante, más aún: en un fanal para la des centralización de la república, para la desescolarización de la sociedad y, no en último término, para la auto-enseñanza de los niños-dymaxion, de aquella primera generación de visitantes provenientes del futuro que «no son niños no-hagas-eso»478. (Imposible no reconocer aquí el influjo de Frank Lloyd Wright. ) Además de esto, la nueva casa se presenta como una máquina para la emancipación del ama de casa. Si la vivienda tradicional significaba para ésta un auténtico banco de galeras y un irremisible entor no de estrés, la nueva se transforma en una amplia ayuda técnica para las tareas domésticas; tanto fuera como dentro está orientada al aligeramien to. La emancipación se ayusta a la levitación; ambas son comprobables con la balanza. «El peso total de la casa asciende aproximadamente a 6. 000 li bras. Los costes de los materiales utilizados comportarían, según estima ciones actuales, unos 50 céntimos por libra. »479
Por su alianza con la movilidad, el nuevo modo de habitar ha de con ducir, según Fuller, a una ruptura saludable con la psicología tradicional de las «masas» ciudadanas. La casarDymaxion ha de convertirse en el medio de transporte de un ser humano que quiere saber que ha dejado tras de sí los últimos vestigios del feudalismo europeo y, con ellos, el dogmatismo de los fundamentos y la creencia en la importancia de los muros que les ca racterizaba. Por eso, el nuevo estilo de habitar se convirtió en un medio de «demanda de movimiento»480. (En On the road, Kerouac formulará una ge
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neración más tarde que la «única función noble de nuestro tiempo» con siste «en estar en movimiento». ) En una época en la que por las carreteras de Estados Unidos apenas circulaban 20 millones de automóviles, Fuller soñaba con guarnecer el país con hasta 100 millones de casas-Dymaxion. Más tarde declaró que nunca había creído en la realización de su proyecto.
La vinculación entre casa y vehículo en la utopía-hábitat de Buckmins- ter Fuller no se limita a virtudes de movilidad. En realidad, el proyecto-Zty- maxion implica ya la tendencia concreta a la sub-urbanización de las ciu dades, sin la que es difícil entender la moderna sociedad de consumo de masas, sobre todo en su variante americano-estadounidense. Desde los años treinta del siglo XX, en la cultura de masas, impulsada por celos y ri validades, los escenarios primarios de consumo o células de comida rápida -para tomar nuevas fuerzas coyunturalmente- son los hogares unifamilia- res en los suburbios, que sólo por motorización podían estar conectados con los centros comerciales. El proyecto de Fuller profetiza exactamente, pues, aunque de forma inteligentemente distanciada, las tendencias de ha bitáculo y estilo de vida, que comenzaron a imponerse, así y todo, a partir de su tiempo: aboga por una casa, toda ella proyectada como máquina de confort y cuya primera virtud consiste en dejar a sus habitantes las manos libres para el consumo. La variante fulleriana del utopismo pertenece a las múltiples manifestaciones de aquella «conjura contra la ciudad» que, según el diagnóstico del urbanista Richard Plunz de la Columbia Univer- sity, Nueva York, caracterizaba el sino de las ciudades desde la crisis econó mica y su disolución en el New Deal481.
La historia de las formas arquitectónicas del siglo XX muestra, ahora, que la interpretación de la casa como vehículo no quiso desarrollarse en la dirección que habían señalado los contenedores colgantes de high tech de Buckminster Fuller. Cuando la vivienda y el automóvil se unieron efec tivamente, surgieron, por un lado, las autocaravanas, como unidades inte gradas por microbuses y containers amueblados, o bien las caravanas remol cadas por automóviles; por otro lado, se formaron (sobre todo en Estados Unidos, partiendo de prototipos de mitad del siglo XIX482) numerosas sub culturas de mobil homes, casas completas, levantadas de sus cimientos, que podían ser llevadas en camiones articulados a nuevos emplazamientos, donde, tras cortos trabajos de instalación de los empalmes de corriente, agua, canalización y telecomunicación, podían volver a funcionar inme diatamente como unidades autónomas de vivienda. La casa móvil se defi
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ne como mónada arquitectónica ambulante, que se ha hecho congenial con su habitante, porque tanto la casa como su dueño remiten a la liber tad de elección del contexto. Representa un container desterritorializado, que no demanda ni aguanta vecindades esenciales. Tampoco la coexisten cia se escapa a la explicación: comuna y entorno pueden separarse una de otro como sexualidad y procreación. El concepto de cercanía se emancipa de su interpretación espacial trivial, mucho tiempo antes de que internet creara un nuevo modo de televecindades483. A veces, cuando un tomado destruye una colonia-mobil home en Florida u Oklahoma, en imágenes tele visivas se ve a los dueños que estánjunto a los restos de sus casas como con ductores de automóviles que se hubieran visto implicados en una colisión masiva en una autopista.
La explicación del habitar por analogías con el vehículo se ha llevado a cabo una segunda vez, por decirlo así, a la sombra de la vanguardia: en un espacio sin teoría y sin arte: la miseria analiza a su modo las estructuras elementales del habitar. En un mundo en el que la huida y la deportación se convirtieron en fenómenos masivos, hubieron de ensayarse en gran es cala y en gran número improvisaciones de habitáculos provisionales. Así apareció el mundo de los campos de concentración, que, en cualquier ba lance que se haga del siglo XX, habrá que contar siempre entre sus sínto mas principales. Ellos constituyen el compromiso maligno entre movilidad no deseada e inmovilización forzosa. Y sin embargo: incluso con el mini malismo de sus barracones, este tipo de alojamiento se somete al impera tivo antropológico del habitar. A pesar de sus diferentes grados de dureza, los mundos de campos pueden compararse unos con otros como lugares de apiñamiento de «seres humanos superfluos», donde se experimentan reducciones de la cultura del habitar a dotaciones elementales y provisio- nalísimas. Aquí queda claro que la reducción del espacio de habitamiento hasta un container casi vacío no tiene por qué ser una finura estética. La chocante anotación de Flusser: «se habitaba en Auschwitz» es una frase descriptiva; articula un valor límite de la estancia en una máquina para ha bitar que sirve de sala de espera de la muerte. Como el tiempo existencial sin cualidad fue explicitado en los años veinte del siglo XX como ser-para la-muerte, así, desde los años cuarenta, la estancia-en-algo sin cualidad, co mo ser-en-el-container.
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6 Management de direcciones, emplazamiento de consumo, regulación del clima
En tanto que el «habitar» en un campo de concentración substrae a los ocupantes la libre elección del lugar y aniquila a la «persona» autónoma, aparece ex negativo una nueva dimensión de la estancia explicitada: por afirmación del ser-ahí a un lugar determinado el habitar se define y des pliega como un residir. Elegir una residencia significa comprometerse con el mantenimiento de una dirección; tiene una dirección quien se afirma como remitente y está a disposición como destinatario. En ambos aspectos el habitante moderno invierte una parte de sus energías en el lugar de re sidencia como lugar de empresa. Con ello, el poseedor actual de una di rección sigue un hábito de la aristocracia de la antigua Europa, que esta ba dispuesta a pagar casi cualquier precio por un privilegio de residencia. Educados en la atención celosa a denominaciones de origen y auras de nombres, era inmediatamente evidente para los nobles que la dirección es el mensaje. También bajo premisas capitalistas la afirmación del lugar y del rango por la exhibición de una dirección sigue siendo un objetivo empre sarial provechoso, puesto que juega con el comodín entre los valores de la sociedad movilizada, la accesibilidad, tanto en forma activa como pasiva484.
La vivienda moderna se define como dirección cuando hace accesibles a sus habitantes para servicios, entregas, ofertas en red y cuando les pone a mano los medios para actuar como remitente de encargos y mensajes. El domicilio es una inversión primaria, por la que los actores del mundo de negocios demuestran su capacidad para ellos y su pretensión social. Como inversión en un lugar social, la dirección es una parte del capital fijo. Mientras con mayor claridad se perfila el valor de residencia del habitar, mayor motivo tienen quienes ofrecen housingfacilities para recomendar sus objetos desde el punto de vista de su capacidad de tráfico. Las primas más altas las poseen unidades de vivienda que unen todas las ventajas-privacy con todas las opciones-arc^ss. Donde se ofrece esto, la residencia es a la vez una egosfera perfectamente aislada y un punto fácilmente accesible en la red de múltiples on-line-communities. Es un punto de conexión para oscu recimiento del mundo exterior y admisión de realidad on demand. A la vis ta de tales disposiciones el refinado giro de «casa inteligente» significa al go más que una frase de propaganda. El habitar explicitado en dirección a la inteligencia hace de la vivienda una agencia: emplazamiento y encru
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cijada para agentes, programas artificiales negociadores, que interaccio nan con consumidores finales humanos485.
Bill Gates llamó a su proyecto habitacional Cyberhome, en las cercanías de Seattle, una «casa (casi)omnisciente»486. Construida de cristal, madera y silicio, ha de servirles a él y a su mujer, en primer término, de máquina de relajación, dotando a su ambiente común de un máximo de «posibilidades de entretenimiento». Intelligent toys hacen de la casa un entorno de expe riencias. Quien anda por la villa de Gates se mueve en una envoltura electrónica que en cada momento le posiciona y le introduce en un aura personalizada de luz, música y opciones operativas. La casa sabe continua mente todo lo que ha de saber sobre el visitante para estar disponible pa ra él. Como un submarino digital, está dispuesta día y noche a reproducir, a satisfacer deseos del habitante, todas las canciones en las que aparezca la palabra yellow. En las paredes hay incrustados monitores que ponen a disposición del observador cualquier imagen del archivo de la historia uni versal del arte. «Habitar significa. . . tener acceso. »487
Notemos que las condiciones habitacionales post-agrarias y ya no arte- sano-gremiales se distinguen casi generalmente porque están construidas (al menos para la parte asalariada del hogar) sobre la separación de lugar de trabajo y vivienda. Aquí aparece un nuevo aspecto del habitar explici- tado, por el que se le determina expresamente como no-trabajar. En la ter minología de la economía política las actividades de ese ámbito se habían transcrito como «reproducción de la mercancía fuerza de trabajo». La so ciología de la sociedad de sensaciones pone el acento, por el contrario, en el habitar contemporáneo como medio para la representación y regene ración de identidad; así como en el papel de la vivienda como campa mento base para incursiones en la escena de las sensaciones. La vivienda se cualifica cada vez más inequívocamente como el lugar en el que los in dividuos se entregan a su vocación de autorrealización en la inmanencia pura. Autorrealización es una expresión camuflada para autoconsumo. El acontecimiento más relevante de la vida se determina aquí como flujo in centivado de sensaciones o vivencias; es decir, como acumulación y derro che de diferencias disfrutables en el fluir del tiempo. Viviendas son em plazamientos para empresarios de sensaciones, es decir, «máquinas de
deseo, que maximizan sensaciones por unidad de tiempo»48.
Finalmente, la cultura moderna de la construcción ha conseguido que el contenido físico casi inobjetivo de todos los edificios, el aire encerrado,
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Shigeru Ban, Curtain Wall House, 1995.
haya podido convertirse en un tema suigeneris. El aire constituye, en la pre sentación que hacemos, el último aspecto de la cultura habitacional expli- citada de la Modernidad. Puede aventurarse la tesis -sobre el trasfondo de las explicaciones que hicimos con respecto a los invernaderos4*'- que todas las viviendas contemporáneas no sólo tienen instalaciones climáticas (en nuestro grado de latitud en forma de calefacciones, en zonas más al sur en forma de sistemas de refrigeración del aire, además), sino que son instala ciones climáticas. Llama la atención que el fenómeno air <onditioning no haya despertado el interés de los historiadores de la cultura y sociólogos
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hasta ahora. Sólo esporádicamente aparecen referencias al significado so bresaliente de la refrigeración del espacio de vivienda y trabajo para la apertura a la civilización de las zonas más cálidas y tórridas de la Tierra. El historiador David S. Landes deduce enfáticamente los desplazamientos de población en Estados Unidos hacia el sur y el establecimiento de industria en esas latitudes del uso extensivo del air conditioning490. Aquí se impone la aguda observación de Hegel sobre la inutilidad del aire natural para fines humanos491. Por lo que respecta a los arquitectos de la Modernidad, no só lo se hicieron conscientes de su responsabilidad por el confort psicosocial de una unidad de vivienda -recuérdese el concepto de «ventilación psí quica» de Le Corbusier-, comprenden también cada vez más que su pro ducto posee,junto con la estructura arquitectónica visible, una realidad at mosférica de valor propio. El auténtico espacio habitable es una escultura de aire que sus habitantes atraviesan como una instalación respirable. No pocos entre los grandes arquitectos del siglo XX aprovecharon, en este sen tido, el giro de su arte hacia el modo de pensar macroescultural492. En la medida en que los cuerpos de construcción se vuelven a entender como magnitudes plásticas espaciales, se acrecienta la percepción de los espacios huecos (les creux) como realidades con valor propio, que demandan tam bién configuración. E igual que desde el siglo XIX se construyen los inver naderos sólo a causa del clima que ha de reinar en ellos, algunos de los maestros más importantes de la creación de espacio en el siglo XX se de cantan por un arte explícito del aire y el clima.
A la vista de las prácticas de habitamiento del siglo pasado salta a la vis ta el hecho de que la definición práctica de la máquina para habitar -ya a causa de las relaciones numéricas- había de convertirse más bien en asun to de bricoladores que de arquitectos. La implantación masiva de machines
á habiter se lleva a cabo -si se prescinde, por el momento, de la construc ción de colonias dirigida centralistamente en el socialismo- en los barrios miserables inflacionarios, situados al borde de las grandes ciudades del -así llamado después de 1950- Tercer Mundo, donde surgieron gigantes cos pueblos de superficie amorfo-aditivos, cercanos al punto cero arqui tectónico, improvisaciones con materiales casuales como hojalata, cartón, paja, barro y madera, a menudo sin acceso a mínimos servicios urbanos de apertura como electricidad y canalización, receptáculos construidos por uno mismo para el dominio del estado de excepción permanente, testi monios tanto de la indestructibilidad de la necesidad humana de habi-
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Guillaume Bijl, Heating stand, 1990.
táculo i orno de la creatividad arquetípica, con la que, aun bajo las condi ciones más precarias, se manifiesta el anhelo de la cabaña, de esa primera articulación arquitectónica de la exigencia de interior. En tales formas se muestra que la asociación moderna de hogar y movimiento no sólo se efectúa bajo el signo del viaje. Más bien es la huida la que obliga a los se res humanos a inventar incesantemente nuevos compromisos entre mora da y meívilidad. La huida detenida de innumerables desarraigados crea cir cunstancias en las que la ecuación neolítica entre habitar y esperar vuelve a entrar en vigor de modo inesperado. Si en alguna parte tiene sentido empírico la expresión especulativamente superforzada de final de la his toria, en ninguna como a la vista de estos fenómenos. Quien ha aterrizado
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en ciudades de chabolas, favelas, bidonvilles, vive en la casi-imposibilidad de tener un proyecto, o un pasado que promocionara un futuro. En esos lu gares de parada para seres humanos desorientados y desheredados sí se ha roto el viejo balance campesino entre paciencia y expectativa; aquí sólo do mina ya la esperanza difusa de la llegada de ayuda extraña, sin la perspec tiva de un producto que va madurando por sí mismo, que libera y permi te llevar una existencia en tiempo propio.
B. Construcción celular, egosferas, autocontainer
Para la explicación de la existencia co-aislada
por medio del apartamento
He aquí que llega la hora, y ya es llegada, en que os dispersaréis cada uno en lo suyo. . . Evangelio según sanJuan 16, 32
Quien estudia la historia de la arquitectura reciente en su conexión con las formas de vida de la sociedad mediatizada reconoce inmediata mente que las dos innovaciones arquitectónicas con mayor éxito del siglo XX, el apartamento y el estadio deportivo, están en relación directa con las dos tendencias sociopsicológicas más amplias de la época: la liberación de individuos, que viven solos, mediante técnicas habitacionales y mediáticas individualizantes, y la aglomeración de masas, igualmente excitadas, me diante acontecimientos organizados en grandes construcciones fascinóge- nas. No hacemos hincapié, por el momento, en que la síntesis afectiva e imaginaria de la «sociedad» moderna se produce más bien por medios de masas, es decir, por integración telecomunicativa de no-reunidos, que por reunión física, mientras que la síntesis operativa se regula por relaciones de mercado.
1 Célula y burbuja de mundo
El apartamento moderno -del que se habla en la bibliografía también como vivienda de una habitación o, con mayores pretensiones, como vi vienda de un espacio49*- materializa la tendencia a la formación de células,
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en la que se puede reconocer el análogo arquitectónico y topológico del individualismo de la sociedad moderna. Para la interpretación de las aspi raciones individualistas conformémonos en este lugar con una constata ción que ya anotó Gabriel Tarde en los años ochenta del siglo XIX: «El ser humano civilizado de hoy aspira propiamente a la posibilidad de renun ciar al apoyo humano»494. En el desarrollo de la construcción de aparta mentos puede comprobarse que nada requiere más condiciones que la ex pectativa aparentemente natural de que a una persona le corresponda al menos una habitación o a una cabeza una unidad de vivienda. Así como el modernismo soviético se condensó en el mito de la vivienda comunal, que había de actuar como cuño del Nuevo Ser Humano, apto para lo colecti vo, así se concentra el modernismo occidental en el mito del apartamen to, donde el individuo liberado, flexibilizado en el flujo del capital, se de dica al cuidado de las relaciones consigo mismo.
Definimos el apartamento como forma egosférica atómica o elemental, y, en consecuencia, como burbuja celular del mundo, de cuya repetición masiva surgen las espumas individualistas. A esa determinación no va uni da valoración moral alguna; no contiene concesión alguna a la crítica cató lica y neoconservadora del tiempo, que sobre la tendencia contemporánea a la cultura-single no tiene nada que decir que fuera más allá de los estere otipos del reproche agustiniano de indiferencia y egoísmo; nueva es sólo la mordaz sugerencia de que el egoísta moderno, la egoísta moderna, es tarían abonados al Daily Me. También nos mantenemos aparte del hecho de que se introduzcan conceptos como el de un «mínimo espacial de exis tencia»; hablar de un mínimo resulta, prácticamente en todas partes don de se hace, una descripción fallida de la idea de célula-hábitat o de átomo- «mundo de la vida», en torno a cuya definición da vueltas la pasión de la reflexión moderna sobre el habitar.
Para acercarse al fenómeno apartamento hay que percibir su estrecha conexión con el principio de la serie, sin el que no puede pensarse el trán sito del construir (y del producir) a la era de la fabricación y prefabrica ción masivas495. Así como, según El Lissitzky, el constructivismo represen taba el punto de trasbordo de la pintura a la arquitectura496, así el serialismo, el punto de trasbordo entre elementarismo y utopismo social. En el serialismo, que regula la relación entre la parte y el todo mediante una estandarización exacta, de modo que se hacen posibles la fabricación descentralizada y el montaje centralizado, está la clave de la relación, ca
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racterística de la Modernidad, entre célula y unión de células. Así como el desarrollo de la célula tiene en cuenta el espíritu del análisis, en cuanto que consuma el retroceso al nivel elemental, la construcción de casas so bre la base de tales elementos significa una combinatoria o, mejor, una forma de «construcción orgánica», con la finalidad de crear, a base de mó dulos, conjuntos sostenibles arquitectónica, urbanística y económicamen te. El hecho de que el apilamiento de numerosas unidades celulares en un complejo arquitectónico intentara, desde un principio, algo más que una adición casual o mecánica de unidades elementales, muestra la gran va riedad de formas constructivas, con las que los arquitectos de la Moderni dad han respondido a la provocación de la construcción modular. De los planos de 1922 de Le Corbusier para una casa-villa, inundada de luz por to das partes, así como de sus proyectos de rascacielos en forma de cruz (1925), en forma de estrella (1933) y en forma de rombo (1938), sale un ca mino lleno de bifurcaciones que conduce a los apilamientos esculturales de células en estructuras semejantes a cajas de construcciones, como por ejemplo la Nakagin Capsule Toxveren Tokio, de 1972, del japonés Kisho Ku- rokawa. La aglomeración vertical de unidades-cápsulas se convierte aquí en un fenómeno estético con valor propio. Otros arquitectos han apilado los módulos-vivienda en formas semejantes a una seta o a un árbol. Sobre plantas en forma de flor se elevan sesenta pisos, las dos torres de aparta mentos de Marina City, en Chicago, con sus característicos balcones abom bados. Aunque los complejos mayores se forman necesariamente por la adición de unidades elementales y ocasionalmente se presentan como si fueran meros apilamientos, siempre poseen ciertos valores idiosincrásicos macroesculturales; de todos modos, la sintaxis de una casa de apartamen tos prohíbe la mera apilación de unidades, porque éstas no funcionarían ni serían accesibles sin comunicaciones a través de pasillos, escaleras, as censores y sistemas de conducción.
El apartamento como célula de vivienda representa el plano atómico en el campo de las condiciones de hábitat: así como la célula viva en el or ganismo constituye el átomo biológico y, a la vez, el principio generativo
(Swammerdam en el siglo XVII: Omne vivum e vivo; Virchow en el XIX: Om- nis cellula e cellula), la construcción moderna de apartamentos desarrolla el átomo-hábitat: la vivienda de un espacio, con el habitante que vive solo, co mo núcleo celular de su burbuja privada de mundo. Por el regreso a la uni dad celular se lleva el espacio habitable mismo a su forma elemental. Mo-
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Kisho Kurokawa, Nakagin Capsule Tower, Tokio, 1972.
dificando una expresión de Gottfried Semper, se podía llamar a ésta «in dividuo espacial»497. No es casualidad que la arquitectura de apartamentos se desai rollara en simultaneidad histórica con las fenomenologías de Hus- serl y Heidegger: tanto aquí como allí se trataba del anclaje del individuo reflexivo en un medio de mundo radicalmente explicitado. La existencia en una vivienda unipersonal no es otra cosa que el ser-en-el-mundo en un caso particular o la re-sumersión del sujeto, antes aislado a propósito, en su llamado «mundo de la vida» bajo una dirección o domicilio espacio-
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Marina City, Chicago.
temporalmente concretos. La nueva conciencia de la vivienda de los ar quitectos y el descubrimiento preciso por parte de los filósofos de las pre misas mundanas del ser-ahí sumergido son antídotos simultáneos y actua les contra la ceguera frente a la situación, inveterada en la cultura de la racionalidad de la antigua Europa.
La re-aproximación moderna del concepto arquitectónico de célula al de la microbiología no sucedió, por lo demás, sin cierta legitimidad histó rica: cuando el físico británico Robert Hooke, en su obra Micrographia, 1665,
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Lavadoras colgantes.
introdujo el concepto biológico de célula para describir la disposición com pacta, descubierta al microscopio, de espacios vacíos delimitados en un tro zo de corcho, se dejó inspirar por la analogía con las filas de celdas mona cales de un convento. Con el acceso de la arquitectura moderna a la idea de una unidad de vivienda, reducida ideal y arquetípicamente, el concepto de célula [o celda], tras su exilio productivo en la microbiología, regresa a su punto de partida; cargado con una plusvalía de precisión analítica y mo vilidad constructiva. La célula-vivienda emancipada formula todo un pro-
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Robert Hooke, Micrographia, Londres 1665.
Un trozo de corcho visto a través de un microscopio.
grama de condiciones arquitectónicas y sanitarias mínimas de autonomía, que tienen que cumplirse para que pueda valer como formalmente satis fecho el estado de cosas que requiere el poder-vivir-solo. En consecuen cia, en un apartamento completo tienen que estar a disposición los me dios para un ciclo circadiano de cuidado de sí mismo: sitio para dormir, baño, WC, sitio para cocinar, mesa para comer, depósito de ropa, aire acondicionado o calefacción, toma de corriente, buzón para el correo, teléfono, cable para los medios o antenas; por ello, como muestra el baño como célula húmeda, la célula-hábitat está compuesta, a su vez, por uni dades celulares.
La burbuja individual en la espuma habitacional constituye un container para las relaciones consigo mismo del habitante, que se instala en su unidad
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de vivienda como consumidor de un confort primario: a él le vale la cápsu la vital de la vivienda como escenario de su autoemparejamiento, como sa la de operación de su autocuidado y como sistema de inmunidad en un campo, contaminado, de connected isolations, alias vecindades498. Desde estos puntos de vista, el apartamento es una copia material de aquella función su- rreal de recipiente que hemos descrito como receptáculo autógeno49.
El carácter aphrógeno de los apartamentos surge (en el plano de la ar quitectura construida) del hecho de que la «vivienda de un espacio» se en cuentra habitualmente en casas dispuestas según un plan general como agregados de unidades habitacionales tipificadas. La casa de apartamentos
(o la unité d ’habitatiori) representa un cristal-espacio social o un cuerpo de espuma rígido, en el que están apiladas o amontonadas unas sobre yjun to a otras una multiplicidad de unidades; y esas formas comparten con las espumas lábiles el principio del co-aislamiento, es decir, de la separación de espacio por paredes comunes. De ahí surge un problema de vecindad, característico de casas de apartamentos de tipo más antiguo: el insuficien te aislamiento acústico, por el que se desmiente, de modo no grato, la ilu sión de autonomía de la célula habitacional. Como co-aislador, la pared común es responsable de que los recíprocamente aislados no alcancen a menudo suficiente inmunidad acústica. En la espuma social, el efecto-isla, que toda célula individual reclama para sí, se pierde por la compacidad de la acumulación de células. La consecuencia son comunicaciones no gratas. Partiendo de esta constatación, la reciente arquitectura de casas de apar tamentos ha reconocido la necesidad de su tarea de limitar en lo posible el estrés de coexistencia de las unidades-connected isolation. Cuando esto no se soluciona, las casas de apartamentos se manifiestan a menudo como in cubadoras de patologías sociales, para las que Le Corbusier proporcionó ex negativo la fórmula, cuando hizo notar que lo que importa en una edifi cación es la «ventilación psíquica». Una unidad de vivienda arquitectóni camente lograda no sólo representa un trozo de aire cercado, sino más bien un sistema psicosocial de inmunidad, que es capaz de regular, según convenga, el grado de su impermeabilización hacia fuera. «Ventilación psíquica» implica que en las unidades inmunes aisladas se infiltra un háli to de animaciones comunitarias. Cuánto puede llegar a faltar esto lo mues tran las tristemente célebres ciudades-satélite de la época posterior a la Se gunda Guerra Mundial, que tendían a dejar indefensos a sus habitantes y a ahogarlos psicosocialmente a la vez. La tristemente célebre voladura de
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Pruitt-lgoe antes de la voladura en el año 1972.
los edificios elevados de Pruitt-lgoe en el centro de la ciudad de Saint- Louis el 15 de julio de 1972 -una fecha que el historiador de la arquitec turaJencks evaluó como la hora cero del posmodernismo- hay que com prenderla, en primer término, como declaración inmunológica de bancarrota del modernismo vulgar en la arquitectura.
Que la adición masiva de unidades celulares tenga por sí misma am plias implicaciones sociológicas o, mejor, sociomorfológicas, es una obser vación que alcanza retrospectivamente hasta el siglo XIX. Karl Marx, en un conocido pasaje de su estudio El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, de 1852, muestra los fundamentos político-económicos de la dominación na poleónica, subrayando que, con su dictadura popular, Bonaparte repre sentaba a una clase y sus necesidades aún no suficientemente articuladas: «la clase más numerosa de la sociedad francesa, los labradores de parcelas»500. Lo que Marx pone de relieve en esta «inmensa masa, cuyos miembros vi ven en la misma situación, pero sin entrar en relación diversa unos con otros»501, es, sobre todo, su dispersión y su incapacidad de deducir un in terés común de la semejanza de su situación:
Su modo de producción los aísla unos de otros, en lugar de ponerlos en con tacto recíproco. El aislamiento lo fomentan los malos medios de comunicación
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franceses y la pobreza de los campesinos. Cualquier familia de campesinos aislada se basta casi a sí misma. . .
La parcela, el campesino y la familia; al lado, otra parcela, otro campesino y otra familia. Un gran número de unidades así constituye un pueblo, y un gran nú mero de pueblos constituye un departamento. Así, la gran masa de la nación fran cesa se forma por simple adición de magnitudes homologas, como un saco de pa tatas, por ejemplo, forma un saco de patatas502.
El contexto deja claro que Marx argumenta aquí como fenomenólogo de la espuma ante litteram, en tanto que a las unidades simétricas de las multiplicidades campesino-parcelarias las considera reunidas en un colec tivo configurado aditivamente: las expresiones pueblo, departamento y sa co de patatas deparan metáforas inequívocamente aphrológicas para aglo meraciones estructuralmente débiles de células. Ellas han de ilustrar que una configuración de ese tipo es incapaz tel quel de manifestar toma de pos tura o subjetividad de clase, y por qué; con lo cual, según el punto de vis ta de Marx, sólo una clase «revolucionaria» y llena de voluntad de poder estaría en situación de responder a sus propios intereses políticos e inmu- nitarios. En estas consideraciones se perciben inequívocamente ecos de pensamientos estructurales de Hegel, por mucho que el autor de las Líneas
fundamentales de la filosofía del derecho se hubiera mofado de la idea de que un «simple montón atomista de individuos» (§ 273) pudiera lograr por sus propios medios una existencia ordenada jurídicamente o incluso una constitución. Un «montón» penetrado de conciencia de clase, sin embar go, habría recorrido ya la mitad del camino, al menos, hacia una constitu ción razonable. Sobre la longitud del camino no se hace apenas ilusiones el autor de El dieciocho brumario; echa una dura mirada a las condiciones que en el interior de cualquier unidad aislada del universo de parcelas procuran obnubilación y aislamiento:
La propiedad parcelaria [. . . ] ha transformado en trogloditas a la masa de la na ción francesa. Dieciséis millones de campesinos (incluidos mujeres y niños) habi tan en cuevas, una gran parte de las cuales sólo tiene una abertura, la otra sólo dos, y la privilegiada sólo tres aberturas. Las ventanas son en una casa lo que son los cin co sentidos para la cabezaTM.
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Si había un motivo para constatar la «idiocia de la vida del campo», és te era, materialiter, el escaso número (condicionado también por los im puestos franceses por las ventanas) de aberturas en los cobertizos de los campesinos; formaliter, los aislamientos, que impiden que los habitantes de las parcelas lleven a cabo el tránsito del modo de ser de una clase en sí al de una clase para sí.
Ausencia de ventanas representa escasez de comuni cación, ilustración y solidaridad. Desde este punto de vista, los campesinos parcelarios constituyen un para-proletariado; como el proletariado indus trial, se enfrentan a la tarea de pasar de un modo de existencia aislado y apolítico a uno organizado, políticamente virulento. Esto equivale al pro grama de transformar el «saco de patatas» en el partido, o, por hablar ur banistamente, a la exigencia de transformar la aglomeración de las cuevas encerradas en sí mismas en una colonia nacional de trabajadores, comu nicativamente insuflada, sí, incluso en una vivienda comunal internacio nal, extensiva a la clase. Donde antes había cuevas aisladas han de surgir ahora movimientos políticos, sindicatos militantes, alianzas para la lucha de clases, conscientes de sus intereses: espumas solidarias, diríamos noso tros, y con el fin, además, de expresar que, en sentido sistémico, los muy citados trabajadores no son ni un sujeto histórico ni una «masa», sino una alianza inmunitaria. El discurso marxiano se funda en el supuesto de que con la expresión «clase» se describe el auténtico formato colectivo del campesinado parcelario y que, por eso, con el surgimiento de la «con ciencia de clase» y de una correspondiente política de intereses agresiva o «revolucionaria», podía conseguirse la ventaja decisiva de inmunidad para los pertenecientes a esa «clase».
Aquí se muestra cómo la teoría socialista del siglo XIX descubrió el te ma epocal (que no consiguió precisar, sin embargo, a causa de falsas de cisiones conceptuales previas): aquel ensamblaje de inmunidad y comuni dad, en el que desde siempre se lleva a cabo la «dialéctica» o la interacción causal circular entre lo propio y lo extraño, lo común y lo no-común. En el concepto contaminado e irrecuperable de conciencia de clase se sigue ocultando una referencia, no pensada hasta el final, a que, precisamente en la era de creciente individualización, parcelación y oportunidades de aislamiento, lo que puede importar a las células individuales es solidari zarse con una unidad mayor de gentes situadas al mismo nivel, con el fin de optimizar su representación de intereses. Observemos que en la expre sión «comunidad del pueblo» se oculta una problemática análoga: una ex
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presión también adulterada y excluida de uso afirmativo futuro. ¿No podía ser que el concepto interés como tal (sobre todo en combinaciones como interés nacional, interés de clase, interés de empresa, interés de habitan te) fuera ya desde siempre una metáfora encubierta para ventajas de in munidad sólo alcanzables comunitariamente?
2 Autoemparejamientos en el hábitat
. . . contengo multitudes. Walt Whitman, Hojas de hierba
Como forma elemental egosférica, el apartamento es el lugar en el que la simbiosis de los miembros de la familia, que desde tiempos inmemoria les constituyen las comunidades habitacionales primarias, se supera en favor de la simbiosis del individuo que vive solo consigo mismo y con su entorno. Está fuera de duda que con el tránsito al habitar monádico con temporáneo se produce una cesura profunda en los modos y maneras de coexistencia de personas con sus semejantes y lo demás. Se podría hablar de la crisis de las segundas personas, que ahora se instalan en las primeras. Esto se refleja en las teorías éticas más recientes: efectivamente, el «otro» sólo puede ser descubierto como un otro real -motivo central de la filo sofía moral contemporánea- en una época en la que se han vuelto epidé micos el autodesdoblamiento del uno en sí mismo y la multiplicidad de los otros interiores virtuales. Sólo ahora se hace patente, de modo general y público, el abismo que hay entre el otro narcisista de la reflexión en sí mis mo y el otro transcendente del encuentro o desencuentro real. Todo el «conglomerado de mecanismos vitales» -por recordar la formulación de Hermann Broch, que evoca situaciones globales esféricas de coexistencia familiar, desarrolladas tradicionalmente, y totalidades indistintas en esta do de asociación sonambúlica y seminarcosis simbiótica504- cae durante el siglo XX dentro de una fuerza centrífuga que dispersa a los individuos, se parándolos en células de mundo propias y micrototalidades activo-pasivas. Desde este punto de vista, el socioanálisis por disgregación y aislamiento corre paralelo al psicoanálisis por autoexploración en una situación diádi- ca artificial.
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Tomaso Minardi, Autorretrato en una buhardilla, ca. 1813.
Se puede hablar de la existencia de una egosfera cuando su habitan te ha desarrollado costumbres elaboradas de autoemparejamiento y se mueve en un proceso constante de diferenciación de sí mismo (es decir, en un proceso de «vivencias»). Se malentendería una forma de vida así si sólo se la quisiera asimilar a la característica «vivir solo», en el sentido de falta de compañero y falta de complementación humana. Conside rando las cosas con mayor detenimiento, la no-simbiosis con otros, que practica quien vive solo en el apartamento, hay que interpretarla como autosimbiosis. En ésta, la forma de la pareja la cumple el individuo, que, en un proceso continuo de diferenciación de sí, se remite incesantemen
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te a sí mismo, como si se tratara del otro interior o de una pluralidad de sub-yoes. En estos casos, la convivencia se desplaza al cambio constante de las situaciones en las que el individuo se experimenta a sí mismo. Pa ra la realización del autoemparejamiento hay que presuponer los medios que hemos designado como egotécnicas: éstas son los soportes media dores usuales de la autocomplementación, que permiten a sus usuarios un regreso permanente a sí mismo y eo ipso la formación de la pareja con sigo mismo como sorprendente compañero interior. No es casual que los singles programáticos insistan a menudo en que el vivir solo sea la forma de existencia más entretenida que conocen. De hecho, el individuo libe rado, en virtud de su dotación de mediaciones, tiene siempre la posibili dad de actuar como autoacompañante. «Un hombre solo está siempre en mala compañía»: podría pensarse que la cultura de solteros y singles del siglo XX ha sido un experimento para contradecir esa broma de Paul Valéry505.
Como ilustramos en el primer volumen, la ilusión individualista, que en la Modernidad había de solidificarse en una ontología de la separación, sólo pudo volverse sugestiva en el curso de la evolución moderna de los medios. A ello han contribuido los medios egotécnicos, que han perfilado en los individuos nuevas rutinas de regreso a sí mismo: en primer término, las técnicas de escritura y lectura, con cuya ayuda fueron ejercitados pro cedimientos históricamente innovadores de diálogo interior, de autoexa- men y autodocumentación. Esto tuvo como consecuencia que el homo alpha- beticus no sólo desarrolló ejercicios particulares de auto-objetivación, sino también otros de reunificación consigo mismo mediante la apropiación de lo objetivado. El diario es una de esas formas egotécnicas, el examen de conciencia otra. En nuestras reflexiones sobre la historia de la facialidad humana, en general, y de las relaciones de interfacialidad de la antigua Eu ropa, en particular, nos hemos referido a la tan tardía como decisiva in troducción del espejo en las autorrelaciones ópticas de los seres humanos europeos, subrayando, al hacerlo, la contribución de este paradigmático utensilio egotécnico a la transformación de la reflexión sensible en otro en la llamada autorreflexiónTM. En la vida cotidiana del habitante moderno de un apartamento, como en la de la mayoría del resto de los contemporá neos, la mirada al espejo se ha convertido en un ejercicio regular, que sir ve al autoajuste ininterrumpido.
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M. C. Escher, Mano con esfera reflectante, 1935.
Los particulares en el régimen individualista se convierten en sujetos puntua les que han caído en manos del poder del espejo, es decir, de la función reflecü- va, autocomplementante. Cada vez más organizan suvida bajo la ilusión de que po drían realizar, sin un otro real, el papel de las dos partes en el juego de relación
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en la esfera bipolar; esa ilusión se va concretando en el curso de la historia euro pea de los medios y mentalidades hasta llegar a un punto en el que los individuos mismos se consideran definidvamente como lo primero substancial, y sus relacio nes con otros, como lo segundo accidental. Un espejo en cada habitación de cada individuo es la patente vitai-práctica en ese punto*'7.
La expresión autosimbiosis ha de manifestar que la estructura diádica de la esfera primitiva puede ser re-ejercitada formalmente por los indivi duos bajo circunstancias determinadas: a saber, cuando, y sólo cuando, éstos dispongan de los accesorios mediadores necesarios para adaptarse plenamente a situaciones orientadas a la autocomplementación. De lo que en la metafísica de la vida diaria se trata bajo el concepto de indepen dencia, desde el punto de vista esferológico se revela como una virtuali- zación de la diada mediante autoemparejamiento, autocuidado, autocom plementación, automodelación. Desde esa perspectiva, el apartamento se puede comprender como taller de autorrelaciones; o como asilo para in determinaciones. En él no se desarrolla -como en las celdas de monjes o monjas tardomedievales- la dúplice unicidad (bi-unidad) entre Dios y al ma, más bien apoya el emparejamiento del individuo consigo mismo (uni-binidad). Esto significa una operación psíquica que se nutre de la di ferencia experimentada entre el estado actual del individuo y la plétora de sus estados potenciales. Que sólo puede plantearse a la larga cuando un continuo relativamente compacto de momentos de autoobservación y autoajuste se ha hecho determinante para la forma de vida en su totali dad. Esto corresponde al estado, anticipado por Elias Canetti, de una «so ciedad en la que todo ser humano es pintado y reza ante su imagen»508; sólo que aquí los individuos, con ayuda de numerosos medios, se hacen imágenes equívocas de sí mismos. ¿Fue una casualidad que el joven Le Corbusier, tras la visita a Certosa d’Ema, cerca de Florencia, se sintiera atraído por la forma de vida de los monjes cristianos? «Me gustaría habi tar toda mi vida lo que ellos llaman sus celdas»50, anotó en su viaje a Ita lia en el año 1907. La unidades habitacionales monacales, que habían em belesado al arquitecto en ciernes, estaban dispuestas como celdas dobles, con una habitación exterior y otra interior: desde el punto de vista del
joven visitante, un modelo ideal para viviendas de trabajadores de ma yores pretensiones o para acomodos de estudiantes, acompasados a los tiempos.
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Yayoi Kusania, Infinity Mirror Room, 1965.
Colocada en una perspectiva histórico cultural, la fascinación de Le Corbusier por las construcciones monásticas parece bien motivada; pues es verdad que en las celdas monásticas altomedievales habían aparecido los primeros gérmenes de la forma moderna de sujeto. En esos habitácu los para el autorrecogimiento se llevó a cabo la acumulación originaria de la atención alerta, desde la que -tras la inversión de la orientación funda mental metafísica de la trascendencia a la inmanencia- había de desarro llarse el individualismo moderno de estilo occidental. Atención o estado
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de alerta es la moneda psíquica con la que se paga la presencia de dife rencias relevantes, tanto en el caso del monje como en el del consumidor cualificado. Así como en la celda monacal se materializó el individualismo ascético extramundano, la cultura contemporánea del apartamento, junto con sus aparatos egotécnicos, apoya el individualismo hedonista intra- mundano. Este presupone la autoobservación incesante del individuo en su proceso de asimilación metabólica tanto de substancia nutritiva como de situaciones en todos sus aspectos. El individualismo es un culto de la di gestión, que celebra el paso de alimentos, vivencias e informaciones a través del sujeto510. Donde todo es inmanencia el apartamento se convier te en un retrete integral: desde cualquier punto de vista, lo que sucede aquí está bajo el signo del consumo final. Comer/digerir; leer/escribir; ver la televisión/opinar; reponerse/comprometerse; excitarse/relajarse. Como microteatro de la autosimbiosis, el apartamento envuelve la exis tencia de individuos que aspiran a experiencias e importancias.
Dado que es a la vez escenario y caverna, aloja tanto la salida a escena del individuo como la vuelta a la insignificancia. Esto se puede explicar fá cilmente por las típicas etapas del ciclo de autocuidado que recorre el su
jeto-apartamento en su guión del día: comenzando con una unidad de toi- lette matutina, que consiste en evacuaciones, lavados (con más pretensiones: toda una secuencia de autocuidado balneológico), atenciones cosméticas y
vestimentas (con más pretensiones de nuevo: actos discretos de inversión vestimentaria). La autopraxis cosmética ofrece, incluso a un nivel relativa mente simple, un universo de diferenciaciones, que gozan de un elevado valor propio en la conciencia de los usuarios y usuarias; por su causa, la ima gen facial propia puede aproximarse al polo de la obra de arte. (Baudelai- re previo esto en su éloge du maquillage, cuando decía de la mujer bella que, como imagen de los dioses, tenía que dorarse para ser adorada: elle doit se dorerpour etre adorée. ) Algo análogo sucede con elección del vestido, que en globa muchos microuniversos de matices y gestos; aquí la combinación se convierte en tarea de diseño, la elección en autoproyecto. Efectivamente, en la sociedad de vivencias desarrollada el individuo se cualifica como crea dor que reclama los derechos de autor por su propia imagen. El individuo comprueba en los éxitos directos e indirectos de su apariencia las ganancias psicosociales que provienen de su estrategia indumentaria.
Con el desayuno -o como quiera llamarse el primer gesto nutritivo (con pretensión: la inauguración del ciclo alimenticio diario)- la actividad
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Edward Hopper, Room in Neto York, 1932.
de autocuidado aborda las necesidades metabólicas, lo que, por regla ge neral, no sucede sin maniobras en el ámbito del fogón y la cocina. La co cina del apartamento es la miniatura de un quirotopo, en el que, gracias a la presencia del utillaje correspondiente, se ejecutan rutinariamente las protoprácticas de encender el fuego, cortar, trocear, transvasar, poner en la mesa, etc. En los gestos del prepararse-algo resulta especialmente evi dente la calidad de autoemparejamiento de la vida a solas: quien se abas tece de la propia cocina desempeña eo ipso el doble papel de anfitrión e in vitado, o bien, de cocinero y comedor, y manifiesta de ese modo que en ciertos actos del souci de soi va incluido también un don de soi, un don del yo al yo, en el que se revelan las intenciones del donante con el receptor. Gracias a la explicación progresiva del metabolismo dada por la biología moderna, se pone en manos del autosustentador la posibilidad de desa rrollar el cuidado de sí mismo en perspectiva crítico-alimentaria. Aquí, junto con la calidad gastronómica se tiene en cuenta cada vez más la dieté tica; a los medios alimentarios se añaden los medios de complemento ali menticio, la suave droga Jitness gana su puesto en el hogar de autocuida-
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do; los medios de vida [alimentos] se convierten en medios de acrecenta miento de la vida; la autoalimentación se aproxima a la automedicación. Con el obligado equipamiento de fogón, fregadero y nevera, los soportes técnicos de la función autónoma de la cocina, incluso el mínimo aparta mento representa hoy una unidad termosférica eficiente. Junto con los estándares sanitarios, son esas magnitudes gastrosféricas elementales las que definen el concepto de confort en una moderna unidad de vivienda.
En muchos casos, con los primeros gestos alimentarios inicia el indivi duo de apartamento la entrada en el fonotopo, el universo de ruidos del colectivo. El ayuno de ruidos se rompe con un desayuno acústico, sea con una música temprana autoelegida o con un programa de radio o de tele visión. Este anti-silencio muestra cómo quien vive solo toma él mismo en sus manos su mundanización y resocialización diaria, codecidiendo, por la elección de medios, sobre contenidos y dosificación de la entrada de rea lidad. Algo semejante tenía ante los ojos el Hegel deJena cuando constató que la lectura del periódico por la mañana temprano era «una especie de bendición matutina realista»51; con el matiz, en este caso, de que la reco nexión al ruido grupal del sujeto privado, desocializado por la noche, se lleva a cabo aún mediante la técnica cultural de la lectura, es decir, de ad misión de voces exteriores en el monólogo y polílogo interior. Gracias a los medios-audio, la célula del que vive solo puede convertirse en algo que desde el punto de vista histórico parecía imposible, que constituía una contradicción en sí mismo incluso: en un fonotopo individual. Esta carac terística consiste en que queda deshecha la captura del individuo por el so nido del grupo y se sustituye por la discreta admisión de determinados rui dos, sonidos y textos hablados. Desde la completa sintonización originaria del grupo por el grupo se alzan ahora innumerables burbujas de sonido individualizadas: microsferas auditivas, en las que se ha hecho realidad una relativa libertad de escucha512. (Esta tendencia se agudiza por la unión de reproductores de CD o casetes portátiles con auriculares: una técnica de aislamiento que equivale a la introducción del microapartamento acús tico en el espacio público; se podría hablar también de una escafandra acústica. ) La sociedad moderna vibra en espumas sonoras en millones de células; en lo que se refiere al innumerable colectivo de audición, que ri valiza entre sí, se ha hablado con razón de una guerre des ambiancesk,s. Y la coexistencia, devenida normal, de medio centenar de programas de TV apenas puede disimular el hecho de que, según su modo fonotópico de ac-
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Kurt Weinhold, Hombre con radio, 1929.
ción, la televisión no es otra cosa que una radio visualmente ampliada; con la diferencia de que en ella la libertad de elección de programa está téc nicamente mejor apoyada que en los sistemas de búsqueda de la radio.
Se afirma con buen motivo que la posmodernidad es un subproducto del mando a distancia. El telemando representa la técnica clave de control de admisión de sonido e imagen, y eo ipso de admisión de realidad, en la
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egosfera. Si se considera que un ser del tipo homo sapiens deviene lo que oye, el tránsito a la autosintonización opcional de los individuos significa una cesura antropológica: tanto la presión auditiva exterior como la inte riorizada, de la que el psicoanálisis había ofrecido una perífrasis parcial con el concepto de superyó (concerniente al aspecto moral de la super-sin- tonización del individuo por su colectivo), se disuelve en la tendencia a la propia elección del entorno auditivo. Es verdad que siempre habrá tam bién en el individuo constituido individual-fonotópicamente niveles de au dición interior y exterior, en los que lo escuchado involuntariamente se adelanta a la escucha elegida.
La ampliación del apartamento como fonotopo individual representa, junto con los enlaces telecomunicativos, la contribución más importante a la compleción mediadora de la unidad de vivienda. Asegura que la célula,
aunque cumpla satisfactoriamente sus funciones defensivas como aislante, como sistema inmunitario, como dispensador de confort y distanciados si gue siendo un espacio de mundo. Abierta al mundo, aunque lejos de él, la egosfera auditiva permite la entrada a partículas de realidad, ruidos, sen saciones, compras, hallazgos e invitados escogidos. Su implantación prác tica viene garantizada por la radio y la televisión, frente a las cuales los me dios de presión han pasado a segunda fila.
Para la modelación informática y atmosférica de la egosfera, a los me- dios-audio sólo los iguala en importancia el teléfono, que, a causa de su ca lidad como medio de dos direcciones, representa uno de los instrumentos más eficientes para la ligazón al mundo desde la reserva. Frente a los me dios más utilizados de una sola dirección (radio, televisión, periódico, li bro), el teléfono posee un doble privilegio ontológico: no sólo transmite
(la mayoría de las veces) llamadas provenientes de lo real, sino que coloca también al que es llamado, si coge el aparato él mismo, en una simulta neidad (experimentada como real) con el que llama: le coloca a la misma altura-de-ser con el actor de la llamada desde la lejanía. A causa de este efecto de inmediatez fue legítimo describir el teléfono como biófono514: no puede llamar nadie menos que una vida. Alguien al aparato: eso es siem pre una vida lejana que se hace presente, una voz con un mensaje, quizá incluso con una invitación. Puesto que puede ser accesible por llamadas, al apartamento se le priva de la «unidad del lugar» y, a la inversa, se le en laza a una red de vecindades virtuales. Por eso, la vecindad efectiva no es la espacial, sino la telefónica. Bajo el punto de vista inmunológico, el telé
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fono representa una nueva adquisición ambivalente, porque introduce en la célula-vivienda un canal para infecciones peligrosas provenientes del ex terior, pero amplía explosivamente, a la inversa, el radio del habitante en el sentido de oportunidades de acción y alianzas acrecentadas. (En este contexto no tiene por qué hablarse de internet, puesto que, en principio, sólo supone la continuación del teléfono con medios visuales. ) Después de que la escritura ha deshecho la simultaneidad de emisión y recepción de la comunicación, el teléfono permite superar la coincidencia de lugar.
Las llamadas a distancia se infiltran en el principio llamada local (más exactamente: en el efecto, generador de mundo, del acoplamiento-boca- oído); con la consecuencia de que, por fin, el secreto de la resonancia esfé rica, preformulada en algunos discursos religiosos515, consigue una articu lación técnica. Retrospectivamente podemos explicar hasta qué punto toda formación de esferas implica desde el principio el «factor surreal»: que los comunicantes en un lugar humano siempre superan ya lo mera mente espacial. Por utilizar unjuego de lenguaje filosófico de 1900: la téc nica telecomunicativa acelera la pérdida de espíritu en la vida. Estimula la inflación de los efectos telepáticos, si entendemos por ellos los efectos psí quicos colaterales de la accesibilidad desde la lejanía. Los procedimientos de autoemparejamiento de los individuos en el individualismo tienen pre cisamente como presupuesto que en el decurso de sus vidas los mecanis mos telecomunicativos se convierten en rutinas sólidas: sólo entonces el aislamiento no se experimenta como soledad; posibilita el enlace del alma individual con otros relevantes ausentes y sus señales de vida lejana, más o menos atractivas.
La premodemidad estuvo dominada por la evidencia de que los men sajes más interesantes provenían de un gran ausente llamado Dios; sus por tadores eran los santos, sacerdotes y profetas. La Modernidad apuesta por remitentes lejanos, como el genio y el reportero de bolsa. Quizá fue esto lo que constituía la gran característica de la existencia en las civilizaciones metafísicamente ambiciosas: la inteligencia se desliga del primado de las comunicaciones locales y participa en el traslado del flujo semántico de la vida próxima a la vida lejana. Por eso ser-ahí significa ahora nadar-en-sig- nos que vienen de lejos: signos que son respaldados por grandes remiten tes. Bajo este efecto, las grandes culturas clásicas pudieron florecer como culturas de escritura: las voces de los clásicos se imponen sobre soportes escritos a las generaciones siguientes de alfabetizados. La metafísica co-
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Eric Fischl, Still IAfe (Bananas with Knife), 1981, cortesía de Mary Boone Gallery, Nueva York.
mienza como telesimbiosis; en ella, gracias a lecturas disciplinadas, la in teligencia tardía puede acoplarse cointeligentemente con la temprana. Soy ac<i sible por vida lejana remitente; vida alejada y pasada sigue siendo legible por nosotros.
El moderno estilo de vida de apartamento, apoyado por el teléfono, in troduce la fase de trivialización de esos logros. Si la cosecha de la vida ac cesible desde la lejanía fue recolectada durante mucho tiempo todavía ba
jo la supremacía total del individualismo extramundano, cuando se cultivaba el emparejamiento de las almas individuales con Dios o con el ab soluto, el actual individualismo secular se propone, como se ha dicho, el empan ¡amiento del individuo consigo mismo; con lo que al individuo, co mo el otro-de-sí-mismo que siempre permanece desconocido, le compete el papel de un absoluto residual. (Obviamente, esta posición puede ads cribirse también al otro real516. ) Todo yo que se vuelve hacia dentro podría encontrarse suficientemente transcendente a sí mismo. Le basta pensarse como c imposición de individualidad manifiesta y latente para saber que la investigación de la latencia propia constituye un contenido de vida pro vechoso Mientras siga interesándose por sí mismo, el individuo descu bierto sigue- la pista del individuum absconditum. (Observemos hasta qué
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punto la cultura de masas se basa en la premisa de que la mayoría de los individuos no tienen motivo alguno para interesarse por ellos mismos, por lo que resulta un buen consejo que se atengan a la vida de las estrellas. De finiciones de una estrella: a) interesante amplificación de la falta de in terés de los demás; b) agente del desvío de la atención del admirador de sí mismo. )
En ninguna dimensión de la vida aparece esto con mayor claridad que en la sexualidad, que en el régimen individualista se organiza a menudo como sexualidad-vivencia basada en el apartamento, es decir, como inves tigación en el espacio de posibilidad interior erótico. Está claro que el tránsito a la así llamada sexualidad libre en la segunda mitad del siglo XX va unido indisolublemente a la ganancia en discreción de la cultura de apartamento o, al menos, a las seguridades que depara la habitación pro pia. El fenómeno super-discutido de los anticonceptivos químicos, que desde los años sesenta del siglo XX están a disposición de las mujeres, tam bién de las solteras, apoya sólo la tendencia, manifiesta desde los años vein te, hacia una erótica afirmativa de quienes viven solos. El apartamento constituye un erototopo en miniatura, en el que los individuos pueden se guir los impulsos de su deseo, en el sentido de querer-experimentar-tam- bién-lo-que-otros-ya-han-experimentado. Representa un escenario ejem plar del existir, porque en él puede ensayarse la relación de consumidor con el potencial sexual propio. Pero si el amante (erástes) y el amado (eró- menos) coinciden en una y la misma persona, tampoco a ese centauro se le ahorra la experiencia elemental de los amantes, que el objeto de amor só lo en pocas ocasiones responde en la misma onda.
En el autoerotismo, como en el bipersonal, se manifiesta la ley de que en el trance de la elección de compañero la mayoría están condenados a equivocarse: dado que por regla general no se consigue lo que se quiere, se coge a cualquiera en su lugar, y, llegado el caso, a sí mismo. Por este mo tivo el apartamento es también un estudio para la reelaboración de frus traciones; más exactamente, una celda de ensayo en la que el deseo de un enfrente real o imaginario se transforma en deseo de sí mismo, como re presentante más plausible del otro ambicionado. En este círculo paradóji co surge una autosatisfacción con tendencias ofensivas. El onanismo de apartamento, quizá prefigurado ya en las celdas monacales, pone en esce na la relación triple completa entre el sujeto, el genital y el fantasma; de donde resulta, por lo demás, que la sexualidad masturbatoria logra, efec-
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Charles Ray, Oh Charley, Charley, Charley, documenta X, 1997.
tivamente, un acortamiento pragmático del procedimiento, pero no una simplificación estructural de la operación bigenital interpersonal. En con secuencia, las características erototópicas del apartamento como mejor pueden explicarse es por analogía con el burdel: así como los pretendien tes dan vueltas por él buscando un compañero sexual disponible para, tras lograr un acuerdo, retirarse con el objeto de su pre-amor a una celda es condida, el habitante del apartamento se elige a sí mismo como el otro cercan» >y utiliza la soledad de su unidad habitacional para hacerlo consi go mismo. El autoemparejamiento se consuma aquí con el matiz de que el individuo, como autopretendiente, se aborda a sí mismo sin ceremonias. Como muestra un ejemplo conocido, esto puede llegar hasta la promo ción de favores propios. La feminista estadounidense, activista de la mas turbación, Betty Dodson, pensaba, en su best sellerde comienzos de los años setenta. Sexo para uno, que podía reclamar honores académicos por su fir me compromiso con la causa del onanismo, declarando, tras convencerse de la irrealizabilidad de su deseo: «[. . . ] después de catorce años de estu dios únicos en su género en este campo me he concedido a mí misma el doctorado en masturbación»517.
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I
Así como en toda relación que se ha hecho demasiado fácil hay que contar con una tendencia a la depauperación por la rudna, el autocom- pañerismo masturbatorio aprende a conocer el tedio de la monotonía. No siempre pueden congratularse los individuos por sus excitaciones auto- provocadas. La forma de vida autocomplaciente encuentra su límite en el tedio onanísmico. La bibliografía reciente sobre existencias-síngfe deja cla ro que la sexualidad de quienes viven solos está marcada por la necesidad de eludir la automonogamia. Incluso Betty Dodson, que se preciaba de sus sesiones de horas con el vibrador, declaró que de vez en cuando se busca ba penes. Pero las encuestas entre singles no dejan duda alguna de que mu chos no están dispuestos, sólo por ese apuro, a soportar la perturbación de la paz de su celda por un compañero permanente.
Junto con sus caracterísdcas quiro, termo y erotópicas, la moderna cé lula-hábitat adopta también los rasgos de un ergotopo, en cuanto que su habitante la convierte en escenario de su autocuidado deportivo. Esa transformación de los apartamentos en gimnasios privados viene fomen tada por la tendencia de la sociedad moderna a estilos de vida orientados al Jitness, que reclaman de sus partidarios la preocupación constante por su forma. Desde este punto de vista, la estructura del autoemparejamien- to se modifica de tal modo que el individuo que hace ejercicio se disocia en entrenador y entrenado, para reunir a ambos en un decurso de acción coordinado. En esto, los aparatos de entrenamiento (fijos o desmontables) pueden adoptar el papel del tercero manifiesto en la organización objeti va de la autorrelación; en otros casos se trata de ejercicios sin aparatos, so bre el suelo, con los que los que se ejercitan entablan su monólogo gim nástico. El existencialismo se ha explicado somáticamente: de la fórmula filosófica, que ser-ahí es la relación que se relaciona consigo misma, ha lle gado al mercado una versión, comprensible para todos, según la cual ser- ahí significa mantenerse-en-forma.
Finalmente, hay que describir los apartamentos como emplazamientos exteriores del alethotopo: en toda vida individual, por muy apartada que es té de lo general, hay un interés residual por la verdad, aunque sólo sea por la demanda de vocablos que ayudan a los individuos a estar conectados con los signos del tiempo. Quien exhibe un consumo moderado de medios al canza, por regla general, el mínimo existencial cognitivo, habitual en nues tra forma de mundo, que implica la licencia para elegir y para participar en el debate público. Quien pretende más se esfuerza por conseguir un saber
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orientativo, que valga para navegaciones más amplias en circunstancias de poca claridad. En la autorrelación alethotópica los individuos actúan infor malmente como autoenseñantes, a quienes lo que importa es mantener un cierto acompasamiento a la situación cognitiva y cientificista de la «socie dad»; como autodidactas mínimos se procuran una participación idio sincrásica en los recursos públicamente accesibles del souci de soi cognitivo. Puede que sea verdad que bajo las condiciones teórico-cognitivas actuales el aprender sólo puede interpretarse ya como un management ilustrado de la ignorancia, pero en la llamada sociedad del saber los contemporáneos más o menos exigentes tienen que ocuparse de la actualización constante de sus déficit. Desde entonces, las informaciones positivas tienen, sobre to do, el sentido de calibrar más realistamente las proporciones de lo no-sabi- do y no-claro. De paso, la información adquiere progresivamente una fun ción que se corresponde con la de las marcas y artículos de moda: se llevan partículas aisladas de saber, como se llevan gafas de sol, relojes caros y go rras de béisbol. En la culturajaponesa de lajuventud ha surgido desde los años ochenta una amplia escena, que rinde culto a un saber especializado sin sentido518. Esosjóvenes han comprendido que el saber no prepara para la vida, pero sí para concursos radiofónicos o televisivos.
A los que viven solos les sirven como fuentes, normalmente, las revistas del mundo de la escena o de la moda, también los libros de consulta que de cuando en cuando se incorporan a la colección doméstica. Para mu chos sigue siendo todavía un acontecimiento la incorporación de un nue vo libro a la comunidad de objetos que pueblan la vivienda. Al encanto de la vida de apartamento pertenece la circunstancia de que en él uno se pue de dedicar sin testigos a la contabilidad no falseada de las ignorancias in confundiblemente propias.
C. Foam City
Macrointeriores y edificios urbanos de congresos
explicitan las situaciones simbióticas de la multitud
Si la proposición «Cada uno es una isla» casi se ha hecho verdadera en las metrópolis modernas para la mayoría de la población, ¿cómo es posi ble, entonces, seguir pensando en la «sociedad»? Mientras que las agencias del análisis de lo real trabajan en una mera exposición de los individuos
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en sus propios domicilios, las agencias de la síntesis social se dedican a la tarea de articular las formas generales bajo las que los insulados son auna- bles en unidades interactivas. Por eso la expresión «comunicación» posee un tono evangélico en todos los discursos contemporáneos: es la palabra redentora de quienes buscan la salvación en la vinculación, más exacta mente: en el intercambio simbólico y en compromisos transaccionales, mientras que en otro tiempo, durante el largo siglo marxiano, se la espe raba del «trabajo», de su distribución y su recombinación.
Cada uno es una isla: esto les parece una mala noticia a los conserva dores, a quienes todavía sigue dando alas la idea de superar a los indivi duos en colectivos precedentes o constituidos intencionadamente; una buena noticia, por el contrario, a aquellos que pretenden ver en ella la ga rantía de que no pueda llegarse otra vez al arrebato compartido en entu siasmos malignos por el llamado todo: porque, por regla general, los is leños son menos utilizables por la totalidad. Sin embargo, sea cual sea en cada caso el género de insularidad de los individuos instalados consigo mis mos, se trata siempre de islas co-aisladas y conectadas a redes, que han de estar unidas a islas contiguas, momentánea o crónicamente, en estructuras medianas o más grandes: en una convención nacional, una loveparade,un club, una logia masónica, un colectivo de empresa, una reunión de accio nistas, un público de una sala de conciertos, un vecindario suburbano, una clase escolar, una comunidad religiosa, una multitud de automovilistas en caravana, una asamblea deliberante de contribuyentes. Si, tanto en sus concentraciones episódicas como en sus simbiosis duraderas, describimos esos conjuntos como espumas, es para formular un enunciado sobre la re lativa compacidad de conglomerados de vida co-aislados o alianzas: una compacidad que siempre será mayor que la de los archipiélagos (que, por lo demás, ofrecen una metáfora concluyente de multiplicidades insula- das), pero menor que la de las masas (en las que entran enjuego las aso ciaciones engañosas de agrupaciones de unidades que se rozan físicamen te, com o pasta, arena y sacos de patatas).
Que imágenes falsas puedan hacer historia lo muestra el moderno con cepto político de masa, cuyo origen metafórico, la idea de «masa» confor- mable y efervescente, en latín: massa, pasta, montón, materia informe, ha posibilitado durante dos siglos las sugerencias más perniciosas. Al hacer la revisión del vocabulario del siglo XXno sólo habrá que retirar de la circu lación la expresión revolución, sino también el concepto de masa519.
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Jean-Luc Parant, Les Angles, Villencuve-les-Avignon, 1985.
Las espumas co-aisladas de la sociedad individualistamente condicio nada no son meras aglomeraciones de cuerpos vecinos (que comparten se- p. u ;u i<>i<s), pesados y macizos, sino multiplicidades de células mundano vitales que se rozan unas a otras sin apreturas, a cada una de las cuales, por
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su propia amplitud, corresponde la dignidad de un universo. Precavida mente, la metáfora de la espuma hace observar que no hay propiedad pri vada total de los medios de aislamiento: al menos una pared de separación es posesión común con una célula-mundo colindante. La pared común, vista siempre por el lado propio, constituye el mínimum inter-autista. Todo lo que va más allá de esto, puede valer ya como fenómeno simbiótico.
1 Asamblea nacional
Cuando uno se ha convencido de que el modus vivendi, es decir, el rit mo de desarrollo, de la «sociedad» moderna se basa en un acto doble -la descomposición de los conglomerados sociales en unidades complejas in dividuadas y su recombinación en conjuntos cooperativos-, salta a los ojos hasta qué punto en la fórmula «entrada de las masas en la historia» se ar ticula también una problemática arquitectónica. En correspondencia con el estado de agregado, sin apreturas, de sus simbiontes, los colectivos mo dernos han de plantearse la tarea de producir las condiciones espaciales que apoyen el aislamiento de los individuos, aquí, y su reunión en con
juntos de cooperación y contemplación multicéfalos, allí. Esto exige nue vos planteamientos en arquitectura.
Ya durante la Revolución Francesa se había puesto de manifiesto que los activistas de la revuelta sólo podían recurrir para sus reuniones a edificios del Anden régime o al espacio público de las ciudades, especialmente a las plazas situadas ante grandes inmuebles. Lo que un día habría de ilustrarse con el equívoco término de «arquitectura de la revolución»520ya había sido proyectado antes de 1789 en sus partes más sugestivas: piénsese en la con trovertida Casa de los guardas agrícolas (Maison des gardes agrícoles) de Claude Nicolás Ledoux, fechada entre 1768 y 1773, en el Cenotafio de Newton de Etienne-Louis Boullée, del año 1784, o en la Casa de un cosmopolita de Vau- doyer, de 1785. Que esos proyectos, sin excepción, quedaran en el papel no fue achacable tanto a circunstancias adversas como a su propia lógica es peculativa: todavía no estaban maduros los tiempos para la emancipación de la concepción escultural del espacio y los formalismos geométricos521.
Los procesos revolucionarios de los Grandes Días se desarrollaron, pues, en edificios y plazas públicas que no tenían relación alguna con los acontecimientos que albergaban. El ejemplo más conocido: las asambleas
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de los Estamentos Generales, convocados por Luis XVI en Versalles, don de a comienzos de mayo de 1789 se redispusieron en las alas del palacio al gunas salas para las sesiones -en principio por separado- de los Estamen tos reunidos enjunta. Cuando el 20dejunio los casi seiscientos diputados del Tercer Estamento, que, mientras tanto, se habían asignado el título, claramente insurgente, de «Asamblea Nacional» (reclamando para ella la prerrogativa de la votación de los impuestos), encontraron cerrada (pre sumiblemente a causa de los preparativos para la gran sesión conjunta de los Estamentos bajo la presidencia del rey, prevista para el 23 de ese mes) la Salle Menus-Plaisirs, asignada a ellos, trasladaron sin más sus deliberacio nes, siguiendo una indicación del diputado Guillotin, al cercano Jeu de Paume, un edificio que, como su predecesor, había estado dedicado ple namente hasta entonces a su destino dentro del ámbito de los plaisirs re gios. Allí hicieron el famosojuramento de no dispersarse antes de que la constitución del reino no estuviera elaborada y descansara sobre funda mentos firmes. Resulta notable en esa promesa solemne, el primer acto de habla de la toma de poder burguesa, que tuviera como objeto el juramen to de los reunidos sobre la asamblea misma como tal; no podía dejar nin guna duda respecto a la supremacía del contenido político (cuyo concep to estaba formándose precisamente entonces) sobre la forma local y arquitectónica (que quedaba por determinar o construir, caso por caso): «La Asamblea Nacional. . . decide no dispersarse nunca y reunirse en cual quier parte donde lo permitan las circunstancias. . . »52. A la soberanía de la primera Assemblée, que continuó su trabajo hasta el 30 de septiembre de 1791 (para ser suplida por la Asamblea Legislativa, que, por su parte, el 20 de septiembre de 1792 habría de ceder ante la Convención Nacional), per tenece desde el principio la libertad de la determinación ad-hoc del local de reunión: un proceder que en la terminología de los subversivos del si glo XX se llamará cambio de función o finalidad.
