Todas las formas de la cultura del recuerdo -núcleo del viejo concepto de
civilización
euro peo- viven de la utilización de tiempos de vigilia excedentes para el ador no de imágenes interiores y exteriores del pasado.
Sloterdijk - Esferas - v3
Constituye un paisaje compuesto de invernaderos culturales, cúpulas neu máticas, en los que, por medio de \emas-insider efectivos y sugestiones mo- tivadoras, se reproducen innumerables microclimas subculturalmente di ferenciados.
La oscilación entre espacios-clima dentro de la instalación se organiza por regla general como turismo, ocasionalmente también como terapia, vivencia artística o intervención humanitaria.
Para esto se puede pensar, sin más, en instalaciones-invernaderos, en las que pabellones tem perados y humidificados de modo diferente limitan unos con otros.
En las cúpulas-milieu interconectadas actúan fuerzas de impulso ascendente del tipo más variado, fuerzas que esperan un análisis más exacto.
Un et nólogo que apareciera en el archipiélago de los milieus interiores, de los equipos y asociaciones en el gran invernadero tendría que describir un agregado compacto; compuesto por miles de fuentes emisoras de hipno sis de felicidad y focos de excitación de inducciones maníacas.
Constitu ye una espuma caótica, constantemente batiéndose a sí misma de nuevo, compuesta de ejercicios espirituales contrafóbicos, evangelios empresa riales, proyectos de desarrollo impulsores de futuro y sueños de revancha que requieren mucho tiempo.
Estas disposiciones y prácticas generan una urdimbre incesantemente intensivada y reacondicionada por una ex tensa industria de la mentalidad (o como se quiera llamar a las religiones del éxito, psicotécnicamente reformuladas).
Todas ellas pertenecen al va riopinto arsenal de la manía en la era de su reproductibilidad técnica.
Las autodescripciones hasta ahora más plausibles, aunque demasiado formalistas, de la gran instalación como todo, se presentan en conceptos como «sociedad de consumo» o «sociedad de vivencia». Junto a ellas, con cepciones devenidas populares como «sociedad de riesgo», «sociedad de oportunidades», «sociedad del saber», pueden reclamar también una fuer za descriptiva moderada; incluso a unjuego de palabras venido a más co mo «McWorld»*79no se le puede denegar completamente todo sentido, ya
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que alude al carácter multilocal, despreocupado y corrupto de la supe- rinstalación. Deja claro que las marcas globales representan los universa les en el universo del dinero; y en el caso dado, un universal de la vulgari dad culinaria.
En un proyecto agudizado de teoría de medios contemporánea, como el Manifiesto consumista de Norbert Bolz, la gran instalación se describe co mo zona-comfort, cuyo vecindario transnacional se compone del colectivo de quienes poseen capacidad adquisitiva. Ellos realizan la naturaleza hu mana explicitada, mediante el consumo de objetos, signos y tiempos de vi da; el consumismo es el humanismo pensado hasta el final. Sólo él, según parece, tiene la llave del reino de la paz, porque impide por la pax oecono- mica interacciones bélicas entre los Estados abiertos al comercio. El zvay of life consumista tiene, ciertamente, la desventaja de que la paz del mercado exige pocos nervios de los seres humanos: les falta la sensación de caso crí tico, que promete la liberación del aburrimiento. El arte de moverse sin hastío en el laberinto universal de pasajes comerciales, centros de anima ción y portales exige de los individuos, por tanto, interrumpir la banalidad del confort mediante nuevos inventos incesantes de irritaciones680.
En el reino del capital toda posible oposición es una criatura de las pro pias situaciones contra las que se dirige. Desde esta intelección Antonio Negri y Michael Hardt, en su ensayo sobre el nuevo orden del mundo, han propuesto la expresión empire para la super-instalación global681. Este «im perio» sólo puede pensarse en singular y tiene estricto carácter ecuméni co. Por eso, supuestamente, ya no se le enfrenta ningún enemigo externo: en todo caso podría volverse contra sí mismo y ser derrumbado por la re belión de sus componentes. Se entiende: el discurso sobre el empire está motivado religiosamente; y el éxito universal del libro sólo puede enten derse a la luz de este diagnóstico. Efectivamente, recoge, más bien suges tiva que argumentativamente, las tradiciones en suspenso de la teología cristiana de la historia y hace sonar materialistamente sus motivos apo calípticos. Dado que para los spinozistas y deleuzianos no hay a disposición ninguna meta más allá del devenir, en ellos el imperio del capital, que es completamente de este mundo, se enfrenta al contra-imperio, mundano también pero distinto, de las pluralidades disidentes o de los expresionis mos alternativos. La diferencia más grande es también la más ambigua: formula una disparidad de la que todo depende, pero que, considerada a la luz, no puede consumarse: la parálisis está programada. A pesar del dis
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curso agitado sobre oposición y contradicción radical, el empire y su multi tud# disidente son una y la misma cosa.
Quien tiene al alcance de la vista la historia de reservas religiosas fren te a configuraciones imperiales terrenas reconoce inmediatamente que con empire se presenta una parodia panteísta de la contraposición agusti- niana entre civitas terrena y civitas Dei. Las analogías son amplias: así como a menudo la Iglesia apenas se podía distinguir empíricamente del mundo al que pretendía oponerse, tampoco la multitud# se puede diferenciar cla ramente del mundo del capital del que quiere despegarse: excepto por la íntima certeza que convence al adversario de las circunstancias de su mili- tancia ardiente. Sólo una decisión mística permite a los miembros de la af-
fluent left saber que todavía son siquiera de izquierdas; del mismo modo que a quienes no tienen éxito sólo una decisión terminológica permite afirmar, a menudo, que son explotados y marginados. Como punto de apoyo les sirve la observación introspectiva de que sienten en sí mismos un puro estar-en-contra: dado que el enemigo contra el que uno se rebela (the enemy against which to rebel) ya no tiene perfiles, el afecto «en-contra» tiene que satisfacerse a sí mismo: this being against becomes the essential key to every active position in the world. . . 682De Jacto, los against-men, junto a su pertenen cia a la iglesia opositora, son clientes ambivalentes de lo dado, como todos los demás contemporáneos. La enemistad intensamente declarada al em pire se dirige contra una instancia incapaz de manifestar hostilidad, porque el imperio, en sus aspectos positivos, no es ni quiere otra cosa que la mul titud opositora, mientras que la multitud, en sus impulsos y apremios, en cama a la vez el lado oscuro del imperio. Después de que los tiempos de abierto sabotaje han pasado (también la lucha de clases, por sus métodos, es hija del tiempo), habría llegado el momento de la deserción para los di sidentes; pero, dado que, como se escucha, ya no hay exterior alguno al que fuera posible retirarse, la deserción fuera del sistema conduce a nin guna parte (desertion does not have a place68S). En tanto que quiere ser com pletamente diferente, lo otro es lo mismo; en tanto quiere estar en otra parte totalmente distinta, sigue donde está.
El ensayo de Negri y Hardt sobre el sistema de mundo capitalista y la rebelión de la vida contra él señala el final lógico de la evasión hacia la iz quierda, que había sido puesta en marcha por parte de los perdedores de la revolución de 1789. En una mirada retrospectiva a una escalada de dos cientos años, llevada hasta el extremo, la ley del sobrepujamiento del 14 de
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julio se vuelve transparente a través de sus frustrados amantes: cuando la revolución burguesa fracasa o no basta, surge el radicalismo de izquierdas; cuando el radicalismo de izquierdas fracasa o no basta, surge la gnosis de la militancia84. Una gnosis así ya no puede fracasar, se vuelve implausible85.
Es probable que la imperceptible hiper-plástica encuentre su formula ción más ambiciosa en la idea abismalmente plana de Luhmann de «so ciedad universal» [Weltgesellschaft] . A pesar de su pertenencia a un discur so extremadamente formalista, la expresión está penetrada de una vibración utópica, ya que -por motivos metódicos, no morales- toma a su cargo la empresa aventurada de extender una cubierta conceptual unita ria sobre los mundos interiores del sistema global del bienestar y sus peri ferias dominadas por la miseria. En tanto que habla enigmáticamente de sociedad universal (y se niega a poner en plural la palabra «sociedad»), el sociólogo atento quiere dar la impresión de que también en la teoría de sistemas dene que haber, al menos, un único gesto verbal que remita al to do. Esto puede interpretarse como si el maestro de Bielefeld no hubiera querido negar a los innumerables excluidos de la Tierra el derecho de ciu dadanía semántico en la «sociedad» única, a pesar de que nadie supiera mejor que él que bajo ninguna circunstancia imaginable puede llegarse a una unidad universal efectiva.
Lo que describimos aquí como abandono del modelo de realidad de la ontología de la carencia, desde el punto de vista histórico-social va unido a dos cortes históricos en las estructuras sociales y mentales de Europa y del Nuevo Mundo. De ambos no se exagera si se los designa como las frac turas más profundas en la historia de la humanidad posneolítica: la rebe lión contra la carencia va acompañada, por una parte, del final del modo de vida agrícola tradicional, tras imponerse masivamente el estilo de vida ciudadano-industrial, determinado por la economía financiera; por otra, del final de la era de la hiper-fertilidad femenina y de la fuerte caída de las cotas de nacimientos en todos los Estados desagrarizados; así, Japón, Ale mania, Italia, con una cifra de natalidad del 0,9 por ciento, como Austria y España, cada una de ellas con un 1,0 por ciento, pertenecen a las naciones con las cuotas más bajas del mundo8*’. Del grupo de naciones con bienes tar sólo Estados Unidos puede contar con crecimiento debido a los efec tos unidos de la inmigración y de las elevadas cuotas de natalidad en los segmentos latino-asiáticos de población: al precio de la marginalización de
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los descendientes de europeos. Es verdad que la liaison, que fundamenta la Modernidad, entre bienestar y descenso de nacimientos aparece en múl tiples modulaciones que alcanzan ocasionalmente hasta una inversión de la tendencia, pero no se puede negar del todo687. Mientras que la escasez de niños en algunas naciones europeas, no en último término en Alema nia, se interpreta en ocasiones como expresión de «pesimismo vivido» -se habla de negativa biológica a la inversión-, habrá de considerarse, en ge neral, ante todo, como una oportunidad de dedicación más intensa de los educadores a cada uno de los descendientes.
Es obvio que tanto una como otra de estas cesuras manifiesta una co nexión inmediata con cambios en el campo-madre-hijo y, con ello, en el trasfondo existencial de las fuerzas de impulso hacia arriba; que en ellas se oculta la oportunidad de un despliegue radical de potenciales abstractos de alomadre y auto-prohijamiento hay que mostrarlo expresamente. Sobre la primera cesura ha observado Eric Hobsbawm:
El cambio social más dramático y más amplio en la segunda mitad de este si glo (del xx), que nos separa para siempre del mundo del pasado, ha sido la de cadencia del campesinado. [. . . ]. En los primeros años ochenta sólo tres de cada cien británicos o belgas trabajaban ya en la agricultura. [. . . ] Tampoco en Estados Unidos era mayor el cupo de población agraria. Pero, visto a largo plazo, ese re troceso fue menos sorprendente que el hecho de que esa diminuta fracción del mercado de trabajo siguiera estando en condiciones de inundar Estados Unidos y el resto del mundo con cantidades inauditas de alimentos. [. . . ] EnJapón [. . . ] el cupo de los campesinos se redujo del 52,4 por ciento de la población en 1947, al 9 por ciento en 1985. [. . . ] En Finlandia, una mujer que hubiera nacido como hija de campesinos y fuera campesina en su primer matrimonio, podía convertirse aún durante su fase media de vida en una intelectual cosmopolita y en una personali dad política. Cuando su padre muriera en 1940 en la guerra de invierno contra Rusia, dejando sólo a la madre con la hija pequeña en la posesión familiar, todavía el 57 por ciento de los finlandeses serían campesinos y trabajadores forestales. En el cuadragésimo quinto cumpleaños de esa mujer apenas lo era ya el 10 por cien to68.
Es obvio que discursos de este tipo remiten al tópico de la revolución cultural; de todos modos, en un examen más próximo, resulta evidente que tampoco aquí se trata de una «revolución», ni en el sentido político ni
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en el cinético de la palabra, sino de consecuencias de explicaciones. En el caso dado se trata de una explicación de la fertilidad vegetal y animal que incide de la manera más espectacular en las prácticas habidas hasta ahora; producida por la moderna agroquímica en alianza con la biología mole cular y el explosivo aumento de la productividad agrícola por medio de maquinaria y métodos económico-empresariales de racionalización, así co mo por el paso, todo lo problemático que se quiera, a la explotación ani mal masiva en el sistema desarrollado del capitalismo de la carne. De he cho, a través de esas explicaciones de la fertilidad -que constituyen el trasfondo técnico de la llamada biopolídca- se produjeron las condiciones actuales, en las que entre el 2 y el 3 por ciento de una población trabaja dora no sólo alimenta al resto de la nación, sino que consigue todavía un excedente para la exportación. La consecuencia no prevista de ello fue que la mayor parte de la población pudo ser liberada del contexto vital de la agricultura para pasar a disponibilidad del mundo del trabajo industrial asalariado, un proceso que usualmente se transcribe con la expresión «ur banización». La historiografía social ha hecho gran hincapié en que ese tránsito significó para muchos, inicialmente, el cambio de la penuria agro- proletaria a la miseria industrial-proletaria; desde el punto de vista de hoy también esos diagnósticos se han vuelto históricos.
Para el desarrollo actual de las multiplicidades de deseo, la liberación de la atadura al campo señala la cesura decisiva, dado que para la mayoría va acompañada del cambio de la economía de subsistencia a la economía financiera; efectúa el salto de una forma de vida, estancada en necesidades frugales, a un modus vivendi dirigido por el deseo, orientado a objetos de lujo y comodidades de aún mayor calidad. Con la liberación del campo
(y su redescubrimiento como paisaje de vacaciones) comienza una era, en la que el deseo es la primera obligación del ciudadano. Desde entonces sólo el ser humano con deseos sin límites y capaz de opciones precisas cumple su vocación de desarrollo de la subjetividad de consumidor. En el invernadero del lujo no es en modo alguno la «vida desnuda» la que de termina la forma del sujeto, sino la posesión de capacidad adquisitiva en conexión con apetitos movilizados.
A la imagen de lo nuevo pertenece una fuerte movilidad social hacia arriba, fundada en un considerable incremento de oportunidades en las biografías profesionales de los individuos. La «sociedad» multifocal ofre ce mil milieus para arrimarse a ellos, diez mil escenarios para aparecer en
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ellos, cien mil escaleras para ascender por ellas. Todo milieu, todo esce nario, toda escalera constituye un microuniverso de impulso ascensional. La movilidad hacia delante y hacia arriba se apoya en la disposición tra dicional de las clases bajas a orientarse a las formas de vida de los acomo dados. Del impulso hacia arriba social no es en último término responsa ble la convicción, ampliamente extendida desde siempre entre los pobres, de que también ellos, con seguridad, harían una buena figura co mo gente rica: unjuicio equivocado, que parte del supuesto de que ser ri co representa la prosecución de la vida normal, determinada por la ne cesidad, a una escala más alta; pero antes de la ascensión efectiva al estado de bienestar no se puede hacer uno una idea realista de una forma de vi da dirigida por preferencias en ámbitos de opción pluridimensionales. Y, viceversa, los pudientes, a causa del efecto adictivo de estilos mimados de vida, tienen siempre motivos plausibles para temer que habrían de fraca sar lastimosamente como pobres; de ahí surge el motivo principal de su enconada decisión de defender los estados de posesión. Que los bien ins talados sientan a menudo miedo a la aniquilación ante la idea de empo brecimiento demuestra lo poco que creen, en asuntos propios, en las ben diciones del Estado de beneficencia, del que afirman, con respecto a otros, que ha desmochado los riesgos de la pobreza**9. La preocupación de los mimados cobra fuerza en la pesadilla, que un día podría acabar el incesante reabastecimiento de medios de mimo. En esa imagen angustio sa se oculta un concepto confuso de la fragilidad del invernadero de lujo, en el que, como en una espuma madura, se desarrollan los juegos de vi da de las democracias acomodadas.
10 Rosa de los Vientos del lujo La vigilancia, el humor* liberado, la sexualidad ligera
No estoypropiamente afavor delsufrimiento, pero tampoco delafelicidad. Estoy. . . afa vor de mi humory afavor de que siempre lo pueda tener.
Fedor Dostoievski, Apuntes del subsuelo
' Recuérdese lo dicho al comienzo del capítulo, Laune. humor, disposición, estado de áni mo, capricho, antojo, etc. (N. del T. )
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El individualismo -se podría decir también el rechazo moderno de los individuos a interiorizar su estatus social-, necesariamente dominante en la superinstalación, anuncia una transformación psico-histórica que se puede comparar con el nuevo troquelaje de una forma de alma por una gran religión: su importancia reside en que produce, a gran escala, la li beración de atención no-específica. Como probablemente mejor se en tienda la ola individualista sea considerándola como una forma de lujo del ser-en-el-mundo. Individuo es quien reclama el acceso privilegiado a sí mismo como poseedor de vivencias. De aquí se sigue la misión del consu mo final de sí mismo. La ética del individualismo da a sus clientes el con sejo de considerar su existencia como una oferta única e irrepetible. Mien tras que alrededor todo está lleno de no-yoes, con forma de ello o con forma de tú, el yo sabe inmediatamente que es singular. Lo que sólo exis te una vez aparece inmediatamente como digno de culto. Que cada uno de los individuos en el invernadero del bienestar se pueda comportar con sigo mismo como singularidad se sigue de la mutua potenciación de tres tendencias generales que son responsables del clima de individuación de la Modernidad.
En primer lugar, la fuerte caída de las cuotas de natalidad en las na ciones industriales y postindustriales produce condiciones bajo las cuales desaparece la competencia, antes para casi todos sangrienta, de los hijos en número excesivo de las familias tradicionales de campesinos y artesanos por los escasos recursos de amor de madre. Dado que, tras una superofer- ta maligna de diez mil años, los hijos se han convertido en escaseces rea les, no podía dejar de suceder que se volviera a convertir en caso normal una alta inversión de energías maternales y alomaternales en cada uno de los descendientes. A pesar de que la elevada cuota de actividad profesional femenina absorbe una parte de las nuevas oportunidades de dedicación más intensa a cada hijo, las alofunciones estatales sociales y escolares del gran invernadero contrarrestan ampliamente esas pérdidas. Llama la aten ción, por lo demás, que la psicología contemporánea -como también la ciencia de la religión- apenas haya reaccionado hasta ahora ante este es tado de cosas psicohistóricamente singular: la gran mayoría de los nacidos hoy en la superinstalación son hijos expresamente aceptados y bienveni dos. En su caso pueden ahorrarse las compensaciones tradicionales de la inoportunidad: sobre todo ya no se les plantea el problema que se discutía antes bajo el concepto de redención (aceptación posterior de la vida re-
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Martin Kippenberger,
METRO-Net World Conneclion Lüftungsschacht (pozo de ventilación). Pabellón alemán, Bienal de Y'enecia 2003.
chazada). Lo que esto haya de significar para el tono sociopsicológico ac tual de una «sociedad» está tan poco analizado como las consecuencias culturales a largo plazo del nuevo fenómeno*10. Las circunstancias sugieren la conclusión de que se ha convertido en estándar general un lujo de ma- ternización y educación no conocido históricamente y extensible a toda la civilización (más allá de la mayor parte del espectro de estratos sociales, in cluidas desigualdades entre milieus y naciones).
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Como de costumbre, lo casi imposible se percibe como obviedad en el clima de la isla antropógena y sirve de nivel de partida para exigencias ma yores. En la superinstalación ya no son excepciones fases de formación hasta los treinta años, y los sujetos de tales inversiones formativas apenas tienen conciencia de privilegiados por su prolongado tiempo de madura ción. De un modo que no conocieron épocas pasadas, la «sociedad», po bre en niños, rodea a sus retoños, permanentemente adolescentes, con una guirnalda de solicitud, esperanza y admiración, en la que muy a me nudo se entrelazan hebras de mala conciencia y miedo al futuro, sobre to do en las subculturas hipermorales azotadas por la culpa de la reproduc ción. En todas las capas sociales el hijo bienvenido brilla a los ojos de sus progenitores tan precioso como una bola dorada soplada a boca que se co loca como coronación del árbol de Navidad.
La segunda gran tendencia, responsable del giro individualista, es el aumento de la productividad del trabajo, que en el curso de los últimos 150 años ha llevado a un descenso espectacular del tiempo de trabajo se manal, mensual y vital de la gran mayoría de seres humanos que ejercen una profesión. Si en tomo a 1850 la prestación laboral de trabajadores, em pleados y oficinistas era todavía de cerca de 4. 000 horas -casi la mitad de las horas que tiene un año-, en Alemania y países comparables las horas de trabajo al año de asalariados descendió en torno a 1900 a 1. 700, y me nos, por término medio; incluyendo tiempos de formación ampliados yju bilaciones anticipadas, todo esto significa el retroceso de las fases labora les en el budget del tiempo de vida de los individuos hasta un tercio de lo que cinco generaciones antes todavía parecía ser el destino humano fuera de la leisure class. En relación con estos cambios se habla convencional mente de aumento del tiempo libre. En realidad, bajo este cliché del tiem po libre se oculta un estado de cosas no fácil de percibir y de grandes con secuencias antropológicas: se lo podría parafrasear llamándolo explosión de autoatención. Su consecuencia inmediata es la sumisión general de la vida a la alternativa de aburrimiento o diversión.
La actualización de los potenciales de lujo humanos va más estrecha mente unida a la emancipación masiva de los individuos en su propio tiempo de vida que a ningún otro movimiento de enriquecimiento del si glo XX. Dicho francamente: el acontecimiento de la época pasada, que de cidió en último término sobre todos los cambios de moral y formas de vi da, fue el incremento radical de la propiedad personal media de tiempo
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de vigilia fuera de los períodos dedicados al trabajo y a los quehaceres ho gareños. El tiempo de vigilia libre es el cruce en la Rosa de los Vientos de las tendencias del lujo. Lo que se llama tiempo libre significa de hecho la explicación de tiempos de vigilia mediante actividades y no-actividades, que, a causa de su carácter arbitrario, reflexivo y orientado a la vivencia, son apropiadas para dirigir hacia «dentro» la atención de los actores. Bajo «sociedad de vivencias» hay que entender un sistema que libera a los indi viduos para meditar tanto en presencias sensibles discrecionales como en resultados concretos de la existencia aquí y ahora. Las nubes pasan, los li bros guardan silencio en las estanterías, a mí me va así y asá. Lo vegetativo pasa a primer plano, los estados interiores se rodean de atención, lo evi dente evasivo destella en el tema interior. «Ahora, ocasionalmente, te sien tes y respiras bien a la luz del cansancio. »691
También numéricamente es impresionante la ampliación más reciente de las fases liberadas para la autoatención (y para su aniquilación masiva por la diversión). Si de 8. 760 horas que tiene un año deducimos diaria mente 8 horas de sueño, así como un tiempo de trabajo anual de 1. 700 ho ras, queda para el habitante de la superinstalación un saldo medio anual de 4. 140 horas de vigilia disponibles. Contando con que una buena parte de éstas se las llevan actos rutinarios de atención cotidiana a uno mismo y a la familia y desplazamientos al lugar de trabajo, queda aún para la ma yoría de los contemporáneos un salto residual de tiempo autorreferente mucho mayor que en todas las circunstancias históricas conocidas.
De él se alimentan múltiples dimensiones de lujo, que pertenecen fir memente, entretanto, a la imagen de la existencia en la superinstalación. En el way of life contemporáneo llama la atención, en primer lugar, un enorme grado de lujo de movilidad. Casi toda vida contemporánea parti cipa en una medida desconocida en la potencia-transporte. Los cuerpos modernos se definen -junto a su constitución auto-operable- por su capa cidad de superar distancias y realizar movimientos arbitrarios. Esto va tan lejos que hoy el concepto de libertad ya no puede ser definido sin refe rencia al derecho al derroche cinético y al antojo turístico. La envergadu ra del lujo cinético se infiere de la constatación sociológico-circulatoria de que dos de cada tres movimientos de tráfico motorizados van ligados a fi nes no-económicos y no-profesionales; je bouge, doneje suis. Queda por es cribir una crítica de la evasión pura. La cuenta de millas por vida de un tra bajador o empleado medio en las naciones más activas automovilista y
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turísticamente del sistema de bienestar supera en torno al año 2000 cuatro veces la palanza de la leisure class del siglo XVIII y XIX, a pesar de que ésta se dedi( ara al exquisito deporte* del trotamundos. Si se añaden las prácti cas ergotópicas acostumbradas, que se ejercitan en forma de innumerables tipos de deporte, ejercicios físicos y gimnasias, bailes, desfiles y terapias de movimiento, el panorama ofrece una civilización que vibra en un lujo ciné tico sentido sin par.
En el imperio del no-trabajo en vigilia se ha diferenciado, además, un sistema del lujo de la morbilidad de envergadura inaudita. Muy cerca del puro movimiento autorreferente, el estar enfermo se ha convertido en la interpretación más corriente de las oportunidades de tiempo libre""'2. A es
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te diagnóstico contribuyen las enfermedades civilizatorias no menos que las psicopatologías manifestadas, los padecimientos por toxicomanía y los accidentes deportivos, que siguen muy de cerca la diversificación del de porte en cientos de subculturas (razón por la cual, los servicios trauma- tológicos o de cirugía de accidentes de los hospitales son hoy los auténti cos seminarios sociológicos). El fenómeno multimorbilidad muestra la expansión del estar-enfermo hacia un universo de lujo de derecho propio. Demuestra que las dolencias son cultivables como un entrenamiento en decatlón. Incluso cuando la enfermedad no define el modus vivendi por an tonomasia, permanece omnipresente en el trasfondo como posibilidad permanentemente abordable: sin ella no serían pensables los escenarios de Jitness, las culturas de dieta y wellness, los mundos vueltos hacia el inte rior y bien organizados de las ciudades de descanso, los refugios balne- ológicos y los castillos de tos situados en lo alto. (Cien años antes de que Thomas Mann dejara explicar al consejero áulico Behrens en la montaña mágica que era un viejo empleado de la muerte, Balzac describió el tipo de la hospedera ancha de pecho de lugares de cura de Auvemia, que sabía es perar, maternal y hábil negociante, al deceso de sus huéspedes69*. )
A la gran entrada en la morbilidad le acompañan innumerables espe- cializaciones de los servicios médicos y terapéuticos. En el extremo superior de la escala del producto se encuentran refinadas hermenéuticas de la en fermedad que aleccionan a sus pacientes a asumir sus achaques como opor tunidad; el accidente muestra una segunda cara en cuanto se lo interpreta como un acto de cuidado de sí694; el diálogo sobre las neurosis y las hostili dades frente a la vida produce en innumerable gente la recompensa de ser- problemático. En el archipiélago clínico (sólo en Alemania hay 4,2 millo nes de empleados en el «sistema de salud») se acoplan amplios circuitos reguladores de lujo de autodaño, lujo de terapia, lujo de atención, lujo de seguro y lujo de descontento, cada uno con su propio e imprescindible la mento-bajo, diatónicamente ascendente de lo malo a lo peor; integrado por la necesidad sistémica de ocultar el carácter de mimo del management contemporáneo de la morbilidad tras un tupido velo de patrocinio hu manístico y mínimas exigencias fundadas científico-naturalmente. A causa de sus implicaciones patógenas, se puede hacer referencia también, en es te punto, al lujo de la crueldad, transmitido por imágenes, de la cultura del presente, cuyas fuentes y patrones de hábito es verdad que se retrotraen re lativamente mucho tiempo atrás a la historia de la pintura europea695.
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Finalmente, en el ámbito moral de la affluent society se ha desarrollado un lujo victimológico de nuevo cuño. A cuya imposición y ramificación contribuyen lo necesario una alianza de medios compuesta de asociacio nes corporativas, despachos de abogados, ciencias de la cultura y folleti- nistas morales. Las victimologías de lujo se basan en el descubrimiento de que la sensibilidad moral de la opinión pública en la superinstalación es un recurso simbólico que se puede administrar materialmente. Dado que después de la Ilustración los héroes ya sólo son posibles como víctimas, la ambición tiene que tomar el rodeo del victimismo. Esto sirve tanto para individuos como para corporaciones y Estados. Son innumerables los que porfían con medios de aficionados y de profesionales por el privilegio de poder presentarse como víctimas en diversos escenarios: mejor aún como super-víctimas, como el atacado de los atacados, como el judío de los ju díos, como el paria de los parias, como maldito entre los malditos de esta tierra. También los prominentes participan intensamente en estos meca nismos, como la difunta princesa de Gales, cuya gran popularidad en la prensa femenina se basó fundamentalmente en su calidad, cuidadosa mente cultivada, de «víctima dominante». Incluso potencias internacio nales no se arredran ante el hecho de recurrir a premios victimológicos: el comportamiento político de la administración Bush en los Estados Uni dos de América desde el 11 de septiembre de 2001 testimonia el novum his tórico, que una superpotencia se decidiera, dada la ocasión, a presentarse como supervíctima: una postura que encierra riesgos políticos incalcula bles, por no hablar ya de las desproporciones morales. En lo relativo a gra tificaciones esperables, en la atmósfera de la sensibilidad a la ofensiva se ha generado una función hiperbólica con el fin de presentar óptimamen te la propia existencia a la luz de peijuicios sufridos. Este hábito puede compararse con la costumbre de los muscadins antijacobinos de 1794 de afeitarse el cogote á la victime, para manifestar su solidaridad con los no tables decapitados durante la fase del Terror; pero se trata de algo más que de una corta moda vengativa: partiendo de Estados Unidos, donde el victimspeak se ha convertido en lenguaje corriente desde los años setenta, el sensibilismo agresivo de las culturas de estatus victimista se hace notar en el clima de todo el invernadero del bienestar**’. Es evidente que una cultura de los resentimientos a largo plazo adopta aquí formas con res pecto a las que todavía no se puede juzgar cómo han de compatibilizarse con el resto de los ecosistemas del sentimiento moral en el invernadero
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del mimo. No sabemos aún de todo lo que son capaces los cuerpos en el resentimiento.
Pero se entiende que esos fenómenos, además de motivos psicológicos, tienen sólidos motivos económicos. Junto a impuestos para el fisco y con tribuciones a la seguridad social, el proceso de indemnización victimista se convierte en la tercera columna de la redistribución; se acrecienta en tan to intensifica el impulso a la abogado-médico-cracia. Fama mundial bien ganada ha conseguido una demandante norteamericana que introdujo en el microondas a su perro mojado, para secarlo, y después reclamó a la fir ma que había construido el aparato una indemnización astronómica por su animal casero recocido, con el memorable argumento de que el cons tructor no la había advertido de los riesgos que implica la estancia de mamíferos en microondas encendidos. Se puede considerar este hecho como el paradigma de una nueva inteligencia del diseño de los asuntos de- mandables. El incesante invento de nuevos síndromes de enfermedad y peijuicio, delimitados con seudo-precisión, viene estimulado por la nece sidad de fijación de circunstancias victimistas demandables. Una flores cencia muy prometedora del victimismo es, por ejemplo, el síndrome-^co- nomy-class, aparecido hace poco, que ha de proporcionar los requisitos
jurídico-médico-cráticos para reclamaciones de daños y peijuicios a las compañías aéreas, caso de que aparezcan trombosis en las extremidades inferiores de pasajeros en grandes trayectos. Desde los años noventa, otros síntomas acreditados de variada aplicabilidad, junto al trastorno disociati vo (en el que se esconden restos de la antigua histeria), son el del cansan cio crónico y de la personalidad múltiple: ambos encarnan la forma mé dica de la despedida posmodema de la ilusión del culpable.
Cuando el estado de ánimo fundamental victimista se une al alarmista se abre un amplio campo para una bibliografía admonitora que coloca al portador de la alarma en la bolsa de temas en caso de que alcance el éxi to de atención deseado: ante el depósito pernicioso de metales pesados en el cerebro y la decadencia inevitable de la inteligencia de la humanidad; ante la globalización microbiana, por la que se propagan agentes patóge nos de agresividad desconocida; ante las consecuencias anímicas tardías del abuso de jóvenes por madres superprotectoras, que fuerzan a sus re toños a lavativas antes de irse a acostar; y ante meteoros gigantescos que mantienen curso directo a la Tierra. En el ámbito del entertainment alar mista se han diferenciado, componiendo una especie de gótica de libro de
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consulta, numerosas subespecies que alimentan el apetito de horror del público con un menú selecto de causas de muerte*'7. Gracias a tales pres taciones, en la culture offear la falsa alarma ininterrumpida se ha converti do en un estilo de vida no sólo estadounidense.
Los excedentes de vigilancia significan para las subjetividades lo que carburantes fósiles y energía solar son para los sistemas de máquinas del invernadero del lujo. Los tiempos de vigilia libres son el fermento para abovedar y ampliar los espacios micro-maníacos aglomerados. De sus re servónos pueden sacarse cuantos desplazables de energía subjetiva para la ampliación de campos cultivables, comenzando por los placeres más sen cillos. A causa de su naturaleza de excedente, hay innumerables activida des, a las que falta todo carácter de trabajo y producción, que pueden en trenarse como esfuerzos razonables; cuando sucede esto, es aconsejable su paso a la forma de competición; todo divertimento se hace objeto de cam peonato poco después de su introducción. Cuando se ha organizado lo su ficiente, libera también sus patologías específicas que, a su vez, son aten dibles por entrenadores y terapeutas correspondientes. Las altas cuotas de dispendio en todos los campos manifiestan que en el caso de la vigilancia se trata de un lujo real. El privilegio significante de los poseedores es em prender poco con su riqueza. En esto, los poseedores posmodernos de un tiempo libre de vigilia extensivo se comportan no pocas veces como los señores de antaño, para quienes nada quedaba tan lejos como la idea de construir algo sobre las bases de sus privilegios heredados.
Pero incluso lo poco que fluye en el activismo de los humores y capri chos produce ya una diversidad inabarcable e irresumible. Para lograr una visión de conjunto de los efectos desde un punto abstracto hay que co menzar con el enunciado de que la riqueza sólo es riqueza para una vigi lancia, o un estado de vigilia y atención, que la valora. Dado que el lujo de la vigilancia representa la función clave de todo lujo, conforma el sistema nervioso central del consumismo y de las industrias del tiempo libre. Más aún: esconde en sí mismo la criptoespiritualidad de una época aparente mente desespiritualizada, ya que proporciona la matriz de todas las activi dades matizadas. Sólo las subculturas meditativas se dan cuenta de la ironía de la búsqueda del tesoro: que en la conciencia despierta del buscador ya está el tesoro que se supone en los objetos. Hay pocos individuos que ten gan claro que el lujo de la reflexión y meditación -el devenir atento al pro pio estar atento- supone la forma fundamental de las vivencias culminantes.
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La corriente fundamental de la vigilancia fluye hacia los objetos cuya presencia se experimenta como satisfacción al percatarse de ellos. La vida del mundo vigilante depara los excedentes de atención y capacidad dejui cio entrenable, sin los que no existe ningún cuidado refinado de sí mismo, ningún metabolismo superior de la experiencia; sí, mientras la vida labo ral era ante todo artesana, se aprovechaba también ella de la plusvalía del refinamiento, inherente a los acoplamientos en reacción libidinosos de ejecuciones vigilantes de gran maestría. Esto puede observarse hoy en nu merosos campos de inversión ampliada de vigilancia.
Todas las formas de la cultura del recuerdo -núcleo del viejo concepto de civilización euro peo- viven de la utilización de tiempos de vigilia excedentes para el ador no de imágenes interiores y exteriores del pasado. Lo que desde el siglo XIX se conoce como historicismo es un efecto adicional, percibible en to da la cultura, de la canalización de enormes cuantos de tiempo libre en el ornato de pasados atractivos; la satisfacción por el hecho de que siquiera se sepa algo de otras épocas redondea la subcultura de los recordadores en sí misma. Junto a los partidarios de la religión del arte, los historicistas fueron los primeros que se dedicaron a la tarea de reformular su humor o disposición de ánimo en una necesidad universal, mejor, en un alimento básico espiritual para los muchos.
Las culturas de la decadencia son posibles porque el lujo de la vigilia se articula preferentemente como lujo de la morbilidad698. Cuando se medita en la morbilidad, la debilidad se manifiesta como estado entrenable. A altos grados de liberación colectiva para ejercicios de pérdida-de-forma, pronto pueden observarse resultados impresionantes en una población suficiente mente mimada: gracias a un refuerzo circular aparece, junto al rápido ago tamiento de losjóvenes, un vago tedio epidémico por todo en los mayores.
Las culturas del negativismo son posibles porque en los medios de los fracasados puede invertirse más tiempo libre en la descripción de objetos discrecionales bajo el filtro de la envidia. Hace tiempo que una gran par te de lo que en los feuilletones aparece como crítica y comentario podría es pecificarse mejor bajo las rúbricas de lujo de malignidad y lujo de deni gración, cuyo valor de uso psíquico consiste en que satisface la demanda de gestos de un vacío estar-por-encima (antes un monopolio del Spiegel, hoy casi estándar general).
Las culturas del resentimiento son posibles, y prosperan como nunca, porque por el encuentro de frustración y tiempo libre hay mucha atención
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que se puede especializar en guardar rencor por las humillaciones; los ce los siempre en vela de los intelectuales producen inquisiciones incesante mente cambiantes contra las herejías del éxito. Quede indeciso si esas for mas del lujo redundan en provecho de la cultura total, sea eso lo que sea. Desde el punto de vista optimista, puede observarse cómo el resentimien to estimula el metabolismo de la agresión mediante fantasías de humilla ción ricas en material de lastre.
La decisión de interpretar el fenómeno del lujo desde el excedente de vigilancia libre conlleva la ventaja de no tener que detenerse en anécdotas y enumeraciones en la presentación de las diversas acuñaciones del diseño lujoso de vida; como se percibe aún en los logros más significativos de la antigua historiografía: en las clásicas historias costumbristas del lujo desfi lan vestidos, alhajas, composiciones florales, edificios, muebles, manjares,
maitresses y servidumbre, sin que se derive de ahí ningún punto de vista su perior (excluido el del bienestar, con sus caprichosas exacerbaciones). Se aprende, no sin interés, que un sibarita francés del siglo XVIII, de nombre Verdelet, se preparaba fuentes de lenguas de carpa, cada una de las cuales costaba 1. 200 libras y suponía la muerte de 2. 000 a 3. 000 de esos animales; su modelo parece que era el romano Vitelius, cuyas composiciones de ce rebros de faisanes y pavos reales, lenguas de flamenco, hígados de caballa y leche de morena se convirtieron en leyenda,iW.
Partiendo de la irrupción de la vigilancia poseemos un criterio que ilu mina más adecuadamente las cualidades existenciales de lo superfluo de lo que lo conseguiría cualquier concepto objetivo de riqueza y despilfarro. Se pone de relieve, a la vez, que la inversión de «tiempo y dinero» en un sector de preferencia de acción y disfrute representa un caso de libre an tojo. La victoria sobre la necesidad puede anclarse en el concepto de lujo mismo; y esto significa, según lo dicho: en el punto de intersección entre bienestar y vigilancia. Cuando el capricho o el humor se elabora en ejer cicios y se explaya en ramificaciones, series y mechones individuados ge nera una gravitación de tipo propio. Se podría decir que la virtuosidad no es otra cosa que un dispendio superfluo, retenido por la fuerza de grave dad cultivadora de la repetición.
La referencia a su fuente en la vigilancia acerca el lujo, además, a la «es tética de la vida cotidiana», de la que recientemente se ha podido mostrar que pertenece a un «lujo de segundo orden», ejemplarmente encarnado en la demanda de tranquilidad, vacío, simplificación y sentimientos au
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ténticos70. Dado que el fenómeno vigilancia se antepone a la bifurcación de atención y distracción, abarca las dos caracterizaciones de teorías esté ticas que se adscriben a uno de los dos polos701. Más aún, dado que ante cede también a la contraposición atender-cuidadosamente (religere) y desa tender (necligere)702, la vela o vigilancia puede confluir en cultos estables; pero también en improvisaciones. Como matriz tanto de las religiones co mo de las distracciones profanas, la vela libre se alía tanto con las regula ridades como con lo irrepetible.
La estética ampliada a los objetos de la vida diaria es -como fenómeno cultural de masas- un invento del siglo XX (sus formas originarias en la mística holandesa de la vida casera se retrotraen, como hemos insinuado, al menos hasta el siglo XVII) ; no puede negar su procedencia de la descar ga o distensión realmente aconteciente. No sería imaginable sin el dis pendio masivo de tiempo disponible en la percepción y refinamiento de objetos y contextos en un ambiente. Lo que se llama gusto, más allá de lo malo y lo bueno, es la ampliación de la vigilancia oral a los ámbitos más di ferentes de juicio sobre presencias sensibles.
Sin lujo de vigilancia libremente disponible y su inversión duradera en campos cultivados no habría nada de todo lo que se observa desde hace al gunos decenios en el ámbito de la «cultura de la vivienda» y su desarrollo sin pausa a todos los niveles del diseño popular y elitista: no habría cultura de los baños, de las cocinas, de los revestimientos del suelo, de los materiales y colores. No habría air design, ninguna expedición al reino de los aromas703; ningún refinamiento del sentido para los omamentos704 (los ornamentos son destacados absorbedores de tiempo de vida), ningún gusto especial pa ra mobiliario y decorado, ningún extravío agradable en el universo de las an tigüedades. Sin excedentes de vela libre no habría sentimiento de la forma de caros bolígrafos y carrocerías, sentido para el espacio-clima, para la ar monía entre lo viejo y lo nuevo, para las compatibilidades entre accesorios y contraste en el arrangement del entorno. Y, sobre todo, no habría miradas más allá del marco de la empresa, sensación o sentimiento del cambio de paisaje y horizontes resbaladizos, del cambio de clima y cromatismo at mosférico; no habría meta-necesidad alguna de acabar con las frivolidades del necesitar, no habría giro alguno hacia los valores del puro «ser», no habría añoranza alguna de desierto, evasión, ayuno de vivencias.
Es innecesario decir que toda la cultura literaria y musical depende de la oportunidad de utilizar momentos de vigilia (vigilancia, vela) para leer,
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escuchar, ensayar y comparar. Hay que hacer notar: frente a la crítica de la cultura y a la teoría de la decadencia al uso, en la historia de todas las civilizaciones nunca se han invertido tantas unidades de tiempo como en la actualidad en la lectura de libros, revistas y periódicos, en la escucha de música de toda clase, en la contemplación de programas de televisión, pe lículas, tertulias, obras de teatro, cabarets, discusiones de estrado, etcetera; nunca han ejercido tanto número de cantantes e instrumentalistas del más alto rango; la cantidad de novelistas, poetas, actores, directores y artistas de todos los niveles y categorías se encuentra hoy a un nivel histórico má ximo (sólo los oradores profesionales han desaparecido prácticamente); la absoluta mayoría de las orquestas, óperas, coros, grupos de baile, de teatro están activos hoy día. Todos ellos presuponen segmentos de público que están dispuestos a intercambiar diversión, arte e información por atención.
La tercera dimensión en el complejo individualista de tendencias se al canza por la transformación de la «sociedad» seria en un agregado excita ble de clientes, compradores y consumidores, que se cuidan y miman a sí mismos. Cuenta entre los lugares comunes de la psicohistoria el hecho de que el siglo XX pusiera en marcha una redisposición de las formas de su
jeto, pasando de las demandas del capitalismo temprano al respecto a las del capitalismo desarrollado, antes capitalismo tardío: del sentido purita no del trabajo a la orientación liberal del tiempo libre, del ahorro serio al crédito alegre, de la renuncia al consumo al apetito de vivencias, de la he- roización de las virtudes empresariales a la glorificación de las prominen cias del deporte y el entretenimiento. En las variantes últimas de la crítica de la cultura se habla de que al sujeto posmoderno se le desentrena de -o se le entrena para eliminar- características elementales del cultivo clá sico de la personalidad, como la orientación a normas estables, el conven cimiento de que uno no es comprable, el sentimiento de autoestima por aptitudes acreditadas, el sentido de continuidad biográfica y cosas seme
jantes, con el fin de crear el ser humano totalmente compatible con el ca pital. Del que se dice, en parte afligida, en parte descriptivamente, que os cila entre el trabajo y la diversión, desnucleado moralmente, hábil como una serpiente705, capaz en alto grado de servicio en el exterior, sin prejui cios como un traficante de armas, posnacional como un dueño de burdel. El poder analítico de la situación financiera, constatado por Marx y En- gels, que «todo lo corporativo y estable se evapora»70, habría alcanzado, así, el último baluarte de las reservas de orden premodernas: el estrato per-
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Eric Fischl, Nacimiento del amor (segunda versión), 1987, cortesía de Mary Boone Gallery, Nueva York.
sonal. Con el descubrimiento de la diversión (Spass, probablemente del italiano spasso: expansión, distensión) como fuente de creación de valores, el factor subjetivo se habría integrado definitivamente en la esfera del ca pital; por fin, también la vida erótica se habría abierto al mercado, como para rebatir el mito de la «revolución sexual» lanzado por Wilhelm Reich, después de que los asalariados, por el disfrute de su sexualidad, se hubie ran convertido en rebeldes fálicos, y, consecuentemente, en refractarios a cualquier tipo de alienación.
En realidad, la integración de la sexualidad en la cultura de la diversión -dicho sea sin tono polémico- ha llevado a cabo una amplia subjetivación de la conciencia de la riqueza y provocado, de ese modo, un efecto de ver dad a tomar en serio. Efectivamente, la imposibilidad de ser pobre, inhe rente al ser humano, no puede ilustrarse con tanta evidencia en ninguna
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Niki de Saint Phalle, The Figure Hon (- she), 1966, Estocolmo.
otra dotación biológica -exceptuando la capacidad de vigilancia- como en la sexualidad. Ella constituye el talento natural para experiencias de dicha en el sentido más literal de la palabra: en tanto se elija como pauta el ori gen de la expresión talento (del griego tálanton, lo que se ha pesado), ex tendida desde el Renacimiento, en el término neotestamentario para «bien confiado» o «libra» capaz de brindar réditos. Donde con mayor cla ridad se muestra en el siglo XX la ruptura con las tradiciones del dogma tismo de la pobreza es en la liberación de una sexualidad desdemonizada, naturalizada, o positivamente minimizada, a la vez que intensivada técni camente. Si hemos afirmado más arriba que falta hasta ahora una auténti ca teoría de la descarga y desempobrecimiento, ahora habría que hacer una restricción: que las ciencias de la sexualidad, catapultadas hacia arri ba en la segunda mitad del siglo XX, sobre bases del siglo XIX tardío, lle nan una parte del vacío, porque, vistas a la luz, proporcionan la teoría in directa más potente de la era del presente. Tratan de los individuos como ricos -y con posibilidades de mayor enriquecimiento- propietarios de un capital sexual. La ciencia de la sexualidad posee -Thomas Bemhard diríá también en este caso: de modo natural- la forma de una asesoría de in versiones. Parte de la intuición de que muchos propietarios administran con poca habilidad su capital, sea por inhibiciones (presumiblemente de origen miserabilista), sea por desconocimiento de las opciones y márgenes de beneficio.
La sexología contemporánea debe su existencia al giro a lo explícito, que coloca a los hechos de la conciencia en la Modernidad la etiqueta mis tificante de «revolución». La explicación sexual, que dio su impronta al si glo XX desde el punto de vista cultural, ha puesto a la luz del día publicís- tica, científica, estética, psicológica y económicamente, de una manera históricamente desconocida, los modos y presupuestos de la vida sexuada; ha roto el monopolio normativo de la sexualidad de pareja regulada con yugalmente, y ha dado a conocer y a elegir una lista alternativa de opcio nes: desde la asexualidad, pasando por la autosexualidad, hasta llegar a la homosexualidad y heterosexualidad en todas sus variedades corrientes y desviadas, mientras sean practicables en formas no-criminales; ha focaliza do la mirada en los hechos genitales y ofertado la contemplación visual en medida desconocida; hasta el punto de que la palabra «explícito» designa precisamente la apertura de intimidades707; por contraste con la sexualidad ligera liberada, ha mostrado la estructura de las perversiones, en las que
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}urgen Klauke, Dr. Miiller's Sex Shop or Here's How I Imagine Love%1977.
normalmente se trata de codificar la acción sexual con apetencias de dra ma, dureza o pesantez: por una parte, para forzar intuitivamente el enlace entre las prácticas de placer del nivel sexual y las de las recciones-endorfi- na; por otra, para impedir la disolución de la sexualidad sublime en la agradable (una vez más la huida de la libertad a la necesidad, es decir: la revolución conservadora del deseo); ha impulsado hasta la ruptura abier
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ta la escisión latente, existente desde siempre, entre sexualidad y procrea ción, llevada a cabo formalmente con la introducción de los anticoncepti vos orales esteroidales, cuya primera síntesis con éxito fue fechada por Cari Djerassi el 15 de octubre de 1951 en México City, y cuyo uso popular apoya desde los años sesenta el giro a formas levitádas de tráfico heterose xual708 (Djerassi ha hecho observar, con razón, que «la mayoría de estos cambios en el comportamiento sexual habrían aparecido de todos mo dos»709) ; por la posibilidad de un control prácticamente seguro de los na cimientos, ha puesto de relieve con la máxima claridad el carácter de lujo de los actos sexuales, tanto dentro como fuera del matrimonio. Nunca an tes -prescindiendo de formas locales de erótica aristocrática- fue tan evi dente que el «sexo» -por asumir ahora el término americano-estadouni dense pertinente- representa una ocupación de lujo de absoluto valor propio. Como teatro natural del impulso hacia arriba, ofrece a todos los activos una oportunidad de explorar su potencial antigrave. Por su situa ción en la encrucijada entre pasión, encuentro, diversión y deporte ofrece accesos desde todas las direcciones. En su forma descodificada, es el hu mor puro mismo, si por capriche entendemos el deseo cuya finalidad es él mismo, que lleva su objetivo en sí mismo. Su realización incluye la auto- rrecompensa. (Quien pregunta aún qué saca de'ello plantea una pregun ta de más. definición de la estupidez. )
Por eso, el sexo descodificado, explicitado, desacoplable fácilmente de significaciones emocionales y reproductivas, constituye el centro de la cul tura de la diversión, es decir, del sistema de los caprichos emancipados. Só lo una minoría en desaparición de acciones íntimas guarda todavía, actual o potencialmente, alguna relación con la procreación de descendientes, trátese de una posibilidad que hay que saludar o de una que hay que evi tar, mientras que el mayor número dejuegos amorosos se agotan en el ho rizonte de la consecución de placer, de la performance o de la distensión. (Nadie tendría que admirarse de que los representantes actuales del capi talismo autoritario del Este -por no hablar ya de la reacción islámica- estén de acuerdo en el rechazo de la sexualidad ligera. ) En los mercados de prostitución, incrementados en número grotescamente, lo que cuenta desde el principio es la pura preferencia por tal o cual forma de juego. Mientras más explícita se vuelve la sexualidad, más se acerca al polo del pu ro derroche, del puro lujo. Por lo demás, esa experiencia, que hoy está al alcance de innumerables individuos eróticamente nómadas, tradicional
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mente estaba bien resguardada en los escasos matrimonios felices durante mucho tiempo; que gozaban del privilegio de balancearse sobre la para doja económica de su relación. Cuando de mil abrazos, de felicidad mo nocroma, salía un puñado de hijos, o uno solo incluso, esta desproporción entre lo mucho y lo poco ofrecía el rostro menos problemático de la feli cidad.
La sexualidad, ordenada a sí misma, tal como domina entretanto en las «sociedades» con pocos hijos de Occidente, explícita una dimensión na tural, evolutivamente bien establecida, de derroche o despilfarro. Está im plantada en todos los mamíferos, se intensifica en los homínidos y llega a su culmen en la línea-sapiens. El paso al sexo permanente se perfila en al gunos primates: la actividad sexual ya adquiere aquí valores propios de lu
jo, ocasionalmente desemboca incluso en management de grupo, como muestra el conocido ejemplo de los bonobos. Entre millones de huevos in maduros, que están disponibles en los ovarios de todo inámáuo-sapiens fe menino, sólo poco más de 400 llegan a madurar en el curso de un ciclo vi tal; de ellos, menos del 3 por ciento son fecundados en caso de relaciones intensas; y menos de un 0,5 por ciento se desarrollan en descendientes. Mucho más extremas aún se presentan las proporciones de excedentes en el caso de los miembros masculinos de la especie. Con un número de 40 millones de espermatozoides por eyaculación y una frecuencia de dos dis pendios a la semana, un hombre, durante un espacio de tiempo de 40 años, llega a emitir más de 150. 000 millones de espermas, de los que los biólogos suponen que más o menos la mitad son normalmente móviles, bien formados, capaces de generación.
Tras la explicación fisiológica de la sexualidad se hace posible una de finición de la existencia masculina: el «hombre» descodificado es un canal por el que descienden cascadas de esperma. En comparación con esto, ca si todo lo demás aparece como superestructura. A la vista de la cuota de despilfarro pueden desdeñarse los éxitos generativos reales, de padres co rrientes, de vagabundos, de pachás. También resulta bastante fútil la acti tud subjetiva de los hombres con respecto a sus dispendios, la corriente de esperma no pregunta si la persona lee a san Pablo o a Bataille.
La explicación sexual se convierte directamente en la explicación del impulso hacia arriba. Se puede afirmar que en estas explicaciones se ma nifiestan rasgos esenciales de la naturaleza del ser humano -nótese la au sencia de comillas- más adecuadamente que en todos los antiguos siste
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mas determinados por la ascesis y la carencia. En éstos sólo se llegaba a ac ceder a la sobreabundancia indirectamente, a través de una retención in terior o de una frustración organizada; mientras que en el liberalismo eró tico, uno de los sustratos de la riqueza humana, el uso libre de placeres excesivos, se muestra claramente sin inhibiciones debidas a la prohibición y la neurosis. Consideradas desde la distancia de un siglo, la «enmascara da religión del tráfico sexual» de Frank Wedekind y la oscurísima «religión de la vagina» de Otto Weininger710apenas son más que complicaciones ini ciales en la descodificación de la sexualidad. En ellas llegó a su forma de finitiva la larga tradición de la miseria. Mientras tanto se ha convertido en un asunto de formación poder desarrollar simpatía en relación con neu rosis fenecidas de ese tipo. ¿Habría que añadir que en tales posibilidades culmina una de las formas más sutiles del lujo: la de preocuparse de cosas que ya no se necesitan?
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Retrospectiva
De un diálogo sobre el oxímoron
El macrohistoriador. Mientras esperamos al autor, que pronto completará nuestra tertulia, podríamos intentar, quizá, ordenar un poco nuestras im presiones. Confieso, por mi parte, que mi materia me ayudó en lo funda mental a arrostrar la marea de proposiciones que me pasó por encima du rante la lectura. Mientras el autor me arrastraba por las longitudes y latitudes de sus observaciones -¿o he de hacerme un cumplido a mí mis mo, subrayando que fui yo, por mi propia fuerza, quien se aventuró en ellas? -, se iba reforzando la impresión de que, por lo que respecta a la construcción histórica de un marco, se trataba de un modelo narrativo con mucha capacidad de carga, análogo al que utilizamos en nuestros estudios macrohistóricos; de un modelo con el que la historia de la humanidad -y no se trata de menos aquí- se lleva a un denominador común triádico: la cesura neolítica separa la era paleolítica de cazadores y recolectores de la era de las civilizaciones agroculturales siguientes, junto con sus soberanías regias y administraciones imperativas; la cesura industrial, a su vez, separa desde hace más o menos doscientos a trescientos años la era de las sobe ranías locales indolentes de la época de las formas de vida aceleradas de la Modernidad. Si esta teoría de los tres imperios, si se me permite decirlo así, recuerda una cierta teoría procesual idealista, tañí pis para Hegel y los suyos. Definitivamente, nosotros ya no somos idealistas. En nuestros análi sis de la acumulación de invenciones casuales en grandes tendencias no perseguimos la huella del espíritu del mundo en su andadura por el tiem po, tampoco percibimos la voz de la historia del ser. Tanto peor para aque llos que, a causa de semejanzas superficiales entre los recientes modelos macrohistóricos y las ficciones de la filosofía de la historia, se dejan llevar a la conclusión de que uno se mueve en terreno conocido.
Con el fin de no despertar falsas esperanzas: no juraría que he enten dido lo que significan en definitiva las así llamadas esferas. Dudo que tra- bsye en el futuro con tales expresiones. No me ha quedado suficiente mente claro qué son diadas o espacios surreales multipolares, por no
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hablar ya de que supiera reproducir cómo viven los pueblos bajo sus así lla mados baldaquinos imaginarios, las culturas ciudadanas tras sus muros in munizantes y las poblaciones liberales en sus invernaderos del mimo. Bue no, los historiadores son conocidos por estar en pie de guerra con ideas más abstractas. De todos modos, estoy convencido de que esas vagas y en cumbradas especulaciones, en cuya solidez, a decir verdad, no puedo creer del todo, estén religadas de algún modo a la mencionada construcción en fases, que, tras una larga comprobación, nunca desmentida, considero bien asentada en la tierra.
Los macrohistoriadores nos consideramos descendientes escépticos de los historiadores universales progresivos, y creemos firmemente, por lo demás, que realizamos un trabajo útil, incluso imprescindible, puesto que proporcionamos orientaciones empíricas en el proceso de la civilización, convencidos, como estamos, de que ese proceso existe efectivamente y de que hasta ciertos límites es reproducible racionalmente. Nos precavemos, sin embargo, de exageraciones o, lo que es lo mismo, de enunciados nor mativos sobre finalidades últimas de la historia. Como todos los contem poráneos que han pasado por la escuela de la duda, nos hacemos partíci pes de la recomendación de que los muertos han de enterrar a sus muertos y los ideólogos a los ideólogos. Ante todo, son los servidores de los ídolos de la historia quienes han de poner bajo tierra a sus compañe ros de servidumbre idolátrica, allí donde reposan ya sus desventurados prosélitos: lo que produce, en correspondencia con las circunstancias del tiempo, un campo sepulcral gigantesco, un cementerio de héroes de la fal sa obediencia, en el que, en lugar de superficies monótonas llenas de cru ces, se elevan desde el suelo manos y dedos índices estirados: no se sabe si pertenecen a víctimas que señalan a sus seductores, o son los seductores mismos, que siguen sentando cátedra desde el más aliá
is/ crítico literaria Perdone que le interrumpa. Me parece que con esas imágenes se ha acercado bastante al núcleo retórico del proyecto-Es/mw, en caso de que fuera apropiada al caso una metáfora centrista como la del núcleo. ¿En qué consiste, según la forma lingüística, el experimento in tentado con estos libros? Yo diría que se trata de hacer que el impulso poé tico se ponga en cooperación con el escepticismo. O de otro modo: se po ne en marcha un tipo de crítica de la prosa que se extiende a la crítica del siglo XX. ¿No prepararon los heresiarcas del siglo, con sus prosaicos dis cursos sobre las masas, las luchas definitivas y los objetivos finales de la his-
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Piotr Kowalski, Sculpture flottante, Orléans-la-Source, 1974.
tona aquel exterminismo real-político que fue la característica fundamen tal de la época? Que nosotros, tras ese trayecto histérico, prefiramos el es tilo frío, tiene también motivos externos. A cada gran palabra de la prosa política corresponden millones de asesinados, a cada exageración llegada al poder, un holocausto de gran estilo, a cada fallo de lógica dirigente, un pueblo extinguido. Si se busca una caracterización mínima para el siglo XX habría que comenzar, quizá, con la constatación: no fue una época com placiente con los fallos.
El macrohistoriador. Estoy de acuerdo, presuponiendo que no nos aban donemos ante el terror a una moderación dictada por el resentimiento. Cuando, tras 1945, nos encontramos con un espíritu del tiempo que su gería que no se había de tratar ningún tema mayor porque antes de noso tros ya lo habían intentado los ideólogos, con nuestro raquítico y suave comportamiento correcto desperdiciamos decenios de un tiempo precio so, que hubiera podido utilizarse en impulsar investigaciones reales sobre las estructuras de la historia de la civilización. ¿No ha dicho el gran etnó logo Marcel Mauss que todo día que pasa sin que vayamos reuniendo los fragmentos de humanidad es un día perdido para la ciencia y para la his toria del ser humano?
El teóloga. ¡Vaya, el pathos nos posee otra vez! ¡Un poco de cuidado, por favor, querido colega! Sería igualmente falso afirmar sumariamente que la era de posguerra sólo significa tiempo perdido. No es ninguna bagatela dejar tras de sí un paso en falso como el nacionalsocialismo en Alemania
junto con sus primos y cuñados en las naciones europeas. Si los alemanes y muchos otros europeos han dedicado mucho tiempo desde 1945 a medi tar ese extravío, como lo que fue, hasta asegurar su irrepetibilidad -ase gurada, sin duda, desde hace mucho tiempo-, no habría que ver en ello dispendios innecesarios. Perdone que le importune con trivialidades.
Desde el punto de vista de la historia del espíritu, la situación postotali taria se puede determinar desde la hybris como retomo del espíritu moder no. Este es un acontecimiento que tiene su propia importancia. Entiendan, por lo demás, señores míos, que cuando utilizo una palabra como historia del espíritu o una como acontecimiento, debido a mi especialidad tengo también algo más en la cabeza que los colegas de la facultad de Filosofía.
Desde ese trasfondo, leo la teoría de las Esferas como una empresa es trictamente fechada. A mis ojos, constituye un ensayo criptoteológico, co mo sólo era posible hacerlo tras el desplome de los modernos sistemas de
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Louise Bourgeois, Celda (bolas de cristal y manos), 1993.
mistificación. Sé que el autor protestaría contra esta interpretación: se considera un antropólogo no identificado como tal, más exactamente, co mo un antropo-monstruólogo, llega hasta considerar la teología misma co mo una especialidad monstruológica. Lo menos que se puede decir es, ciertamente, que con el giro a la ciencia de las atmósferas como Ciencia Primera se saca la consecuencia del desenmascaramiento de los realismos extremos. La fecha de ese intento está fijada: desptiés de la hybris de la Mo dernidad.
El crítico literario: No estoy seguro. ¿No es una forma híbrida, a su vez, una macroteoría de ese formato? ¿No contiene, además, una defensa exa cerbada del modernismo, por cuanto se contempla, con el autor, que el criterio de modernidad consiste en que lo implícito se transforma en explícito y el trasfondo pasa a primer plano? Yo diría qtie el autor se reco noce partidario de una hybris especial, de una hybris metódica, digamos; y bajo dos aspectos: por un lado, porque la obra posee una nota estilística, y, como usted sabe, no se puede negar: el estilo no es algo colegial; por otro, porque un proyecto como éste surge del espíritu del mercadillo de
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libros (ésta es, con su permiso, la expresión teórico-específica para la in- terdisciplinariedad). Con ella se convierte en programa la hibridación del saber. No habría que olvidar que, por el momento, tal saber sólo encuen tra un lugar plausible en el mundo: el autor. Un autor es el único colo quio, en el que diferentes voces penetran unas en otras y crean nuevos efectos de resonancia; los llamados coloquios de los especialistas sólo pro ducen discursos paralelos que no se cruzan en ninguna parte.
Por lo que respecta a la situación postotalitaria, estimado colega, pue de que tenga usted razón. Sólo que creo que esa prueba, porque es de masiado general, tiene escaso valor explicativo para esta empresa; en el mejor de los casos, proporciona la idea de incorporar a toda teoría con ambiciones un cierto número de dispositivos de seguridad frente al abuso, como corresponde al texto postideológico. No hay por qué demostrar de talladamente que éste es el caso: ya en su superficie terminológica la esfe- rología es una medida de intimidación frente a todo lo que se oriente a la seriedad, poder y cuota. Las personas poderosas de cualquier rama se guardarán bien de hablar de espumas, no digamos ya de burbujas: los ma cabros sondeos del primer volumen en el ámbito íntimo ya están excluidos en principio de lo citable, con ginecología negativa no se puede hacer pro paganda. En los textos va instalada una barrera contra la imitación, barre ra que funciona con fiabilidad bajo las condiciones sociopsicológicas da das. Ya el citar es un riesgo para el citador, y así habría de seguir. En el caso del tratado sobre los sistemas actuales de mimo, con los que acaba aviesa mente el tercer libro, es de prever algo semejante. No captará a las masas, e incluso los académicos sentirían un cierto malestar, los jóvenes serios apretarían los labios, los sindicalistas propondrían objeciones, si se ente raran de algo.
Para entrar en materia hay que analizar las figuras retóricas en las que se muestra la hybris-me quedo por ahora con esa expresión- inmanente a , la obra. Usted podría considerarla una hybris modesta, en caso de que le sa tisfaga el oxímoron. Me parece que la clave de su modo de trabajo la es condió el autor en la introducción al volumen Globos, donde deduce la me tafísica europea clásica de la utilización sistemática del superlativo: dado que el mundo, a causa de su supuesta procedencia del intelecto divino, po see una forma redonda, se puede decir de él que se encuentra en el opti- mum morfológico. Con el principio de lo óptimo comienza el pensar. Que ha de intentar a continuación mantener el nivel; lo que significa que en to
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dos sus pasos sigue obligado al superlativo. Decir qué hay significa siempre en este régimen: expresar en el lenguaje lo que representa lo supremo, lo mejor, lo perfecto, al menos mientras se trate de los dos super-objetos, Dios y mundo, junto con sus apéndices políticos, la ciudad organizada óptima mente y la buena vida en ella (como es sabido, esto es lo que más les gusta a los filósofos clásicos). Juzgada desde su parte media, la obra de las Esferas no es otra cosa que un ensayo sobre el superlativo: describe sus comienzos íntimos, su triunfo monológico, su transformación pluralista y por eso. . .
El macrohistoriador. Si puedo interrumpirle, a mi vez, querido colega, esa perspectiva me parece demasiado rebuscada. También resulta demasiado formalista. ¿No me toma a mal que exprese con tanta franqueza mis repa ros a sus consideraciones? Puede ser que me juegue una mala pasada mi falta de comprensión para la esencia de lo esférico, pero afirmo que esto no tiene aquí nada que ver con el asunto. Hago constatar: la trilogía tiene un tema objetivo que se extiende por las tres partes, suponiendo que se la lea como lo que sí es incontestablemente, a saber, como un libro de his toria, una gran narración de los modos de ser-en-el-mundo en los tres es tadios o estructuras de la civilización: en la era de los cazadores y recolec tores, en la era de los agroimperios y en la era técnica. Respecto a estas modalizaciones del ser-en-el-mundo se muestra que, y por qué, se diferen cian radicalmente. Puesto que si los seres humanos se reúnen en su cam pana lingüística autogenerada en torno a un hogar paleolítico, o si du rante la época agrícola se ponen bajo la protección de murallas comunes, de un protector principesco, con dominio sobre la escritura, y de su clero, con dominio sobre el sentido, o si habitan en el Estado social y massme- diático moderno, en el que el aseguramiento de la existencia fue desdo blado en servicios públicos y opciones privadas de creencia, todo eso arro
ja en cada caso diagnósticos totalmente peculiares de la conditio humana. Cada una de esas situaciones posee perfiles de riesgo propios y genera construcciones de seguridad correspondientes, de las que nos podemos hacer una idea gracias a la historia de la religión y a lajurisprudencia histó rica. Lo que quiero decir es que todo esto entra inequívocamente en el ámbito de cuestiones sustanciales; que pertenecen a la especialidad histo ria de las imágenes del mundo o, si usted quiere, a la ontología empírica. Espero que se me disculpe si afirmo una vez más que reconozco aquí in cesantemente el esquema de la macrohistoria, a pesar de que el autor ha ga uso de él desplazando acentos.
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Me parecen fructíferas las metáforas de la espuma, sobre todo porque presentan los estadios civilizatorios interpretándolos analítico-espacialmen- te: su carácter suelto y evasivo aparece con mayor fuerza que hasta ahora en las formas originarias de las pequeñas sociedades segmentarias; precisa mente como si en la época temprana de la humanidad no hubiera habido otra cosa que rogue States diminutos, grupos autónomos, narcodzados por sí mismos, que intentaban evitar en lo posible el encuentro con extraños. A esa época sigue la de las tribus, pueblos e imperios, cuyo distintivo, aparte de los ordenamientos estrictamentejerárquicos, consiste en su compacidad media: es posible que la guerra, como forma histórica de colisión perse, sea la señal caracterísdca de relaciones interétnicas semicompactas. Finalmen te, con el tránsito a la Modernidad, comienza un experimento con las con glomeraciones altamente compactas, del que hasta hoy sólo podemos decir que pone de relieve rasgos de la matrix antropológica completamente dife rentes de los de todas las formaciones anteriores. Por hablar con el autor, la Modernidad es la era de la cofragilidad creciente, que podría significar á la longueel tránsito al posbelicismo. En sistemas cofrágiles ya no puede ha cerse mucho con ideas como independencia y autonomía. Cuando se esta biliza una compacidad alta, toda la razón hasta ahora soberana, junto con sus conceptos estratégicos, podría reducirse a folclore. No es de excluir que se aproxime una era de la cooperación que disuelva la lógica imperial y de sencante los colectivos políticos tradicionales, los pueblos excitados. Dado que esto son fenómenos que se desarrollan durante largos períodos de dempo, habremos de esperar aljuicio de generaciones futuras. Se verá en tonces cómo les sientan los próximos doscientos años al Estado nacional y a la ficción del pueblo. Quiero dejar como una cuestión abierta la de si re sulta legítimo postular una ley macrohistórica de compacidades crecientes hasta llegar a un supercontexto que encame una espuma final estable; si esa ley se consolidara, sería una prueba de que entre la morfología y la cien cia de la historia están surgiendo relaciones heterodoxas. Piénsese de lejos en la definición de Newton, según la cual los cuerpos son más compactos mientras más intensa sea su inercia. Según ella, la civilización universal sería un estado de inercia altamente integrado, hiperactivo. Quizá haya que afirmar un día que la compacidad es el destino.
Si quisiera reconocer en la obra una cierta energía innovadora, la en contraría, sobre todo, en la circunstancia de que los estadios macrohistó- ricos se conciben bajo puntos de vista inusuales que trascienden las fases.
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Por mucha hondura que alcancen los dos grandes cortes, tanto el neolíti co como el técnico-industrial, a través de todas las metamorfosis siempre queda, como hemos visto expuesto aquí, una perplejidad incesantemente creciente del ser humano a la vista de su nacimiento prematuro, sujuve- nilización, su mimamiento, su necesidad crónica de ilusión. Permanente mente se hace ostensible esa inmadurez privilegiada, que en los círculos filosóficos se llama apertura del mundo o apertura al mundo (he de su poner que con ello se quiere significar ese desplazamiento de canalizacio nes a priori a canalizaciones a posteriori). Según ello, el ser humano sería un monstruo que se educa, es un engendro que aprende. En este contex to tiene sentido para mí la indicación de que el homo sapiens depende no sólo de sistemas de inmunidad biológicos, sino más aún de sistemas de in munidad culturales. Admito que es un desplazamiento sugestivo que en cuentre redefinidas como sistemas de inmunidad civilizatorios las viejas y buenas instituciones con las que nos las hemos de ver diariamente los teó ricos de la cultura. Ya veremos lo que hacen con ello los gremios.
El teólogo: Puedo constatar, efectivamente, que hemos vuelto a llegar a la monstruodicea, tal como la sugerí fugazmente al comienzo. En cuanto se habla de ser humano se introduce lo extrahumano. Hay que añadir que esto corresponde cum grano salís al estado actual de las cosas en mi espe cialidad. En el siglo XX hemos reorientado nuestro conocimiento sobre Dios. Creemos saber que ya sólo puede haber teoría indirecta y modesta de él; ya no se puede hablar de defenderlo del mal del mundo en un pro ceso pomposo. Lo que hacemos, más bien, es exculpar los sistemas ner viosos frente a la no-cerrazón del mundo. Esto no da lugar ni a teología po sitiva ni negativa, sino a una teología desalojada, desaposentada, si usted permite la expresión. Si queremos ser contemporáneos, estamos conde nados al anonimato. Lo que tenemos que decir se ha ocultado en el exilio neurológico, o en el ético-comunicativo e inmunológico. No me extraña ría que un día unjoven autor de nuestra facultad recogiera la pelota que aquí se ha lanzado: esa referencia a la relación entre inmunidad y comu nidad. Vistas las cosas en conjunto, admito que me siento bien con el libro, me provoca de un modo que no me resulta ingrato debido a mi especiali dad. Creo saber por qué: un lector de observancia cristiana-poscristiana no puede hacer otra cosa que sentirse interpelado por la reintroducción del espacio, puesto que el espacio -se había olvidado un tiempo- es la resi dencia de los dioses.
Las autodescripciones hasta ahora más plausibles, aunque demasiado formalistas, de la gran instalación como todo, se presentan en conceptos como «sociedad de consumo» o «sociedad de vivencia». Junto a ellas, con cepciones devenidas populares como «sociedad de riesgo», «sociedad de oportunidades», «sociedad del saber», pueden reclamar también una fuer za descriptiva moderada; incluso a unjuego de palabras venido a más co mo «McWorld»*79no se le puede denegar completamente todo sentido, ya
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que alude al carácter multilocal, despreocupado y corrupto de la supe- rinstalación. Deja claro que las marcas globales representan los universa les en el universo del dinero; y en el caso dado, un universal de la vulgari dad culinaria.
En un proyecto agudizado de teoría de medios contemporánea, como el Manifiesto consumista de Norbert Bolz, la gran instalación se describe co mo zona-comfort, cuyo vecindario transnacional se compone del colectivo de quienes poseen capacidad adquisitiva. Ellos realizan la naturaleza hu mana explicitada, mediante el consumo de objetos, signos y tiempos de vi da; el consumismo es el humanismo pensado hasta el final. Sólo él, según parece, tiene la llave del reino de la paz, porque impide por la pax oecono- mica interacciones bélicas entre los Estados abiertos al comercio. El zvay of life consumista tiene, ciertamente, la desventaja de que la paz del mercado exige pocos nervios de los seres humanos: les falta la sensación de caso crí tico, que promete la liberación del aburrimiento. El arte de moverse sin hastío en el laberinto universal de pasajes comerciales, centros de anima ción y portales exige de los individuos, por tanto, interrumpir la banalidad del confort mediante nuevos inventos incesantes de irritaciones680.
En el reino del capital toda posible oposición es una criatura de las pro pias situaciones contra las que se dirige. Desde esta intelección Antonio Negri y Michael Hardt, en su ensayo sobre el nuevo orden del mundo, han propuesto la expresión empire para la super-instalación global681. Este «im perio» sólo puede pensarse en singular y tiene estricto carácter ecuméni co. Por eso, supuestamente, ya no se le enfrenta ningún enemigo externo: en todo caso podría volverse contra sí mismo y ser derrumbado por la re belión de sus componentes. Se entiende: el discurso sobre el empire está motivado religiosamente; y el éxito universal del libro sólo puede enten derse a la luz de este diagnóstico. Efectivamente, recoge, más bien suges tiva que argumentativamente, las tradiciones en suspenso de la teología cristiana de la historia y hace sonar materialistamente sus motivos apo calípticos. Dado que para los spinozistas y deleuzianos no hay a disposición ninguna meta más allá del devenir, en ellos el imperio del capital, que es completamente de este mundo, se enfrenta al contra-imperio, mundano también pero distinto, de las pluralidades disidentes o de los expresionis mos alternativos. La diferencia más grande es también la más ambigua: formula una disparidad de la que todo depende, pero que, considerada a la luz, no puede consumarse: la parálisis está programada. A pesar del dis
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curso agitado sobre oposición y contradicción radical, el empire y su multi tud# disidente son una y la misma cosa.
Quien tiene al alcance de la vista la historia de reservas religiosas fren te a configuraciones imperiales terrenas reconoce inmediatamente que con empire se presenta una parodia panteísta de la contraposición agusti- niana entre civitas terrena y civitas Dei. Las analogías son amplias: así como a menudo la Iglesia apenas se podía distinguir empíricamente del mundo al que pretendía oponerse, tampoco la multitud# se puede diferenciar cla ramente del mundo del capital del que quiere despegarse: excepto por la íntima certeza que convence al adversario de las circunstancias de su mili- tancia ardiente. Sólo una decisión mística permite a los miembros de la af-
fluent left saber que todavía son siquiera de izquierdas; del mismo modo que a quienes no tienen éxito sólo una decisión terminológica permite afirmar, a menudo, que son explotados y marginados. Como punto de apoyo les sirve la observación introspectiva de que sienten en sí mismos un puro estar-en-contra: dado que el enemigo contra el que uno se rebela (the enemy against which to rebel) ya no tiene perfiles, el afecto «en-contra» tiene que satisfacerse a sí mismo: this being against becomes the essential key to every active position in the world. . . 682De Jacto, los against-men, junto a su pertenen cia a la iglesia opositora, son clientes ambivalentes de lo dado, como todos los demás contemporáneos. La enemistad intensamente declarada al em pire se dirige contra una instancia incapaz de manifestar hostilidad, porque el imperio, en sus aspectos positivos, no es ni quiere otra cosa que la mul titud opositora, mientras que la multitud, en sus impulsos y apremios, en cama a la vez el lado oscuro del imperio. Después de que los tiempos de abierto sabotaje han pasado (también la lucha de clases, por sus métodos, es hija del tiempo), habría llegado el momento de la deserción para los di sidentes; pero, dado que, como se escucha, ya no hay exterior alguno al que fuera posible retirarse, la deserción fuera del sistema conduce a nin guna parte (desertion does not have a place68S). En tanto que quiere ser com pletamente diferente, lo otro es lo mismo; en tanto quiere estar en otra parte totalmente distinta, sigue donde está.
El ensayo de Negri y Hardt sobre el sistema de mundo capitalista y la rebelión de la vida contra él señala el final lógico de la evasión hacia la iz quierda, que había sido puesta en marcha por parte de los perdedores de la revolución de 1789. En una mirada retrospectiva a una escalada de dos cientos años, llevada hasta el extremo, la ley del sobrepujamiento del 14 de
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julio se vuelve transparente a través de sus frustrados amantes: cuando la revolución burguesa fracasa o no basta, surge el radicalismo de izquierdas; cuando el radicalismo de izquierdas fracasa o no basta, surge la gnosis de la militancia84. Una gnosis así ya no puede fracasar, se vuelve implausible85.
Es probable que la imperceptible hiper-plástica encuentre su formula ción más ambiciosa en la idea abismalmente plana de Luhmann de «so ciedad universal» [Weltgesellschaft] . A pesar de su pertenencia a un discur so extremadamente formalista, la expresión está penetrada de una vibración utópica, ya que -por motivos metódicos, no morales- toma a su cargo la empresa aventurada de extender una cubierta conceptual unita ria sobre los mundos interiores del sistema global del bienestar y sus peri ferias dominadas por la miseria. En tanto que habla enigmáticamente de sociedad universal (y se niega a poner en plural la palabra «sociedad»), el sociólogo atento quiere dar la impresión de que también en la teoría de sistemas dene que haber, al menos, un único gesto verbal que remita al to do. Esto puede interpretarse como si el maestro de Bielefeld no hubiera querido negar a los innumerables excluidos de la Tierra el derecho de ciu dadanía semántico en la «sociedad» única, a pesar de que nadie supiera mejor que él que bajo ninguna circunstancia imaginable puede llegarse a una unidad universal efectiva.
Lo que describimos aquí como abandono del modelo de realidad de la ontología de la carencia, desde el punto de vista histórico-social va unido a dos cortes históricos en las estructuras sociales y mentales de Europa y del Nuevo Mundo. De ambos no se exagera si se los designa como las frac turas más profundas en la historia de la humanidad posneolítica: la rebe lión contra la carencia va acompañada, por una parte, del final del modo de vida agrícola tradicional, tras imponerse masivamente el estilo de vida ciudadano-industrial, determinado por la economía financiera; por otra, del final de la era de la hiper-fertilidad femenina y de la fuerte caída de las cotas de nacimientos en todos los Estados desagrarizados; así, Japón, Ale mania, Italia, con una cifra de natalidad del 0,9 por ciento, como Austria y España, cada una de ellas con un 1,0 por ciento, pertenecen a las naciones con las cuotas más bajas del mundo8*’. Del grupo de naciones con bienes tar sólo Estados Unidos puede contar con crecimiento debido a los efec tos unidos de la inmigración y de las elevadas cuotas de natalidad en los segmentos latino-asiáticos de población: al precio de la marginalización de
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los descendientes de europeos. Es verdad que la liaison, que fundamenta la Modernidad, entre bienestar y descenso de nacimientos aparece en múl tiples modulaciones que alcanzan ocasionalmente hasta una inversión de la tendencia, pero no se puede negar del todo687. Mientras que la escasez de niños en algunas naciones europeas, no en último término en Alema nia, se interpreta en ocasiones como expresión de «pesimismo vivido» -se habla de negativa biológica a la inversión-, habrá de considerarse, en ge neral, ante todo, como una oportunidad de dedicación más intensa de los educadores a cada uno de los descendientes.
Es obvio que tanto una como otra de estas cesuras manifiesta una co nexión inmediata con cambios en el campo-madre-hijo y, con ello, en el trasfondo existencial de las fuerzas de impulso hacia arriba; que en ellas se oculta la oportunidad de un despliegue radical de potenciales abstractos de alomadre y auto-prohijamiento hay que mostrarlo expresamente. Sobre la primera cesura ha observado Eric Hobsbawm:
El cambio social más dramático y más amplio en la segunda mitad de este si glo (del xx), que nos separa para siempre del mundo del pasado, ha sido la de cadencia del campesinado. [. . . ]. En los primeros años ochenta sólo tres de cada cien británicos o belgas trabajaban ya en la agricultura. [. . . ] Tampoco en Estados Unidos era mayor el cupo de población agraria. Pero, visto a largo plazo, ese re troceso fue menos sorprendente que el hecho de que esa diminuta fracción del mercado de trabajo siguiera estando en condiciones de inundar Estados Unidos y el resto del mundo con cantidades inauditas de alimentos. [. . . ] EnJapón [. . . ] el cupo de los campesinos se redujo del 52,4 por ciento de la población en 1947, al 9 por ciento en 1985. [. . . ] En Finlandia, una mujer que hubiera nacido como hija de campesinos y fuera campesina en su primer matrimonio, podía convertirse aún durante su fase media de vida en una intelectual cosmopolita y en una personali dad política. Cuando su padre muriera en 1940 en la guerra de invierno contra Rusia, dejando sólo a la madre con la hija pequeña en la posesión familiar, todavía el 57 por ciento de los finlandeses serían campesinos y trabajadores forestales. En el cuadragésimo quinto cumpleaños de esa mujer apenas lo era ya el 10 por cien to68.
Es obvio que discursos de este tipo remiten al tópico de la revolución cultural; de todos modos, en un examen más próximo, resulta evidente que tampoco aquí se trata de una «revolución», ni en el sentido político ni
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en el cinético de la palabra, sino de consecuencias de explicaciones. En el caso dado se trata de una explicación de la fertilidad vegetal y animal que incide de la manera más espectacular en las prácticas habidas hasta ahora; producida por la moderna agroquímica en alianza con la biología mole cular y el explosivo aumento de la productividad agrícola por medio de maquinaria y métodos económico-empresariales de racionalización, así co mo por el paso, todo lo problemático que se quiera, a la explotación ani mal masiva en el sistema desarrollado del capitalismo de la carne. De he cho, a través de esas explicaciones de la fertilidad -que constituyen el trasfondo técnico de la llamada biopolídca- se produjeron las condiciones actuales, en las que entre el 2 y el 3 por ciento de una población trabaja dora no sólo alimenta al resto de la nación, sino que consigue todavía un excedente para la exportación. La consecuencia no prevista de ello fue que la mayor parte de la población pudo ser liberada del contexto vital de la agricultura para pasar a disponibilidad del mundo del trabajo industrial asalariado, un proceso que usualmente se transcribe con la expresión «ur banización». La historiografía social ha hecho gran hincapié en que ese tránsito significó para muchos, inicialmente, el cambio de la penuria agro- proletaria a la miseria industrial-proletaria; desde el punto de vista de hoy también esos diagnósticos se han vuelto históricos.
Para el desarrollo actual de las multiplicidades de deseo, la liberación de la atadura al campo señala la cesura decisiva, dado que para la mayoría va acompañada del cambio de la economía de subsistencia a la economía financiera; efectúa el salto de una forma de vida, estancada en necesidades frugales, a un modus vivendi dirigido por el deseo, orientado a objetos de lujo y comodidades de aún mayor calidad. Con la liberación del campo
(y su redescubrimiento como paisaje de vacaciones) comienza una era, en la que el deseo es la primera obligación del ciudadano. Desde entonces sólo el ser humano con deseos sin límites y capaz de opciones precisas cumple su vocación de desarrollo de la subjetividad de consumidor. En el invernadero del lujo no es en modo alguno la «vida desnuda» la que de termina la forma del sujeto, sino la posesión de capacidad adquisitiva en conexión con apetitos movilizados.
A la imagen de lo nuevo pertenece una fuerte movilidad social hacia arriba, fundada en un considerable incremento de oportunidades en las biografías profesionales de los individuos. La «sociedad» multifocal ofre ce mil milieus para arrimarse a ellos, diez mil escenarios para aparecer en
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ellos, cien mil escaleras para ascender por ellas. Todo milieu, todo esce nario, toda escalera constituye un microuniverso de impulso ascensional. La movilidad hacia delante y hacia arriba se apoya en la disposición tra dicional de las clases bajas a orientarse a las formas de vida de los acomo dados. Del impulso hacia arriba social no es en último término responsa ble la convicción, ampliamente extendida desde siempre entre los pobres, de que también ellos, con seguridad, harían una buena figura co mo gente rica: unjuicio equivocado, que parte del supuesto de que ser ri co representa la prosecución de la vida normal, determinada por la ne cesidad, a una escala más alta; pero antes de la ascensión efectiva al estado de bienestar no se puede hacer uno una idea realista de una forma de vi da dirigida por preferencias en ámbitos de opción pluridimensionales. Y, viceversa, los pudientes, a causa del efecto adictivo de estilos mimados de vida, tienen siempre motivos plausibles para temer que habrían de fraca sar lastimosamente como pobres; de ahí surge el motivo principal de su enconada decisión de defender los estados de posesión. Que los bien ins talados sientan a menudo miedo a la aniquilación ante la idea de empo brecimiento demuestra lo poco que creen, en asuntos propios, en las ben diciones del Estado de beneficencia, del que afirman, con respecto a otros, que ha desmochado los riesgos de la pobreza**9. La preocupación de los mimados cobra fuerza en la pesadilla, que un día podría acabar el incesante reabastecimiento de medios de mimo. En esa imagen angustio sa se oculta un concepto confuso de la fragilidad del invernadero de lujo, en el que, como en una espuma madura, se desarrollan los juegos de vi da de las democracias acomodadas.
10 Rosa de los Vientos del lujo La vigilancia, el humor* liberado, la sexualidad ligera
No estoypropiamente afavor delsufrimiento, pero tampoco delafelicidad. Estoy. . . afa vor de mi humory afavor de que siempre lo pueda tener.
Fedor Dostoievski, Apuntes del subsuelo
' Recuérdese lo dicho al comienzo del capítulo, Laune. humor, disposición, estado de áni mo, capricho, antojo, etc. (N. del T. )
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El individualismo -se podría decir también el rechazo moderno de los individuos a interiorizar su estatus social-, necesariamente dominante en la superinstalación, anuncia una transformación psico-histórica que se puede comparar con el nuevo troquelaje de una forma de alma por una gran religión: su importancia reside en que produce, a gran escala, la li beración de atención no-específica. Como probablemente mejor se en tienda la ola individualista sea considerándola como una forma de lujo del ser-en-el-mundo. Individuo es quien reclama el acceso privilegiado a sí mismo como poseedor de vivencias. De aquí se sigue la misión del consu mo final de sí mismo. La ética del individualismo da a sus clientes el con sejo de considerar su existencia como una oferta única e irrepetible. Mien tras que alrededor todo está lleno de no-yoes, con forma de ello o con forma de tú, el yo sabe inmediatamente que es singular. Lo que sólo exis te una vez aparece inmediatamente como digno de culto. Que cada uno de los individuos en el invernadero del bienestar se pueda comportar con sigo mismo como singularidad se sigue de la mutua potenciación de tres tendencias generales que son responsables del clima de individuación de la Modernidad.
En primer lugar, la fuerte caída de las cuotas de natalidad en las na ciones industriales y postindustriales produce condiciones bajo las cuales desaparece la competencia, antes para casi todos sangrienta, de los hijos en número excesivo de las familias tradicionales de campesinos y artesanos por los escasos recursos de amor de madre. Dado que, tras una superofer- ta maligna de diez mil años, los hijos se han convertido en escaseces rea les, no podía dejar de suceder que se volviera a convertir en caso normal una alta inversión de energías maternales y alomaternales en cada uno de los descendientes. A pesar de que la elevada cuota de actividad profesional femenina absorbe una parte de las nuevas oportunidades de dedicación más intensa a cada hijo, las alofunciones estatales sociales y escolares del gran invernadero contrarrestan ampliamente esas pérdidas. Llama la aten ción, por lo demás, que la psicología contemporánea -como también la ciencia de la religión- apenas haya reaccionado hasta ahora ante este es tado de cosas psicohistóricamente singular: la gran mayoría de los nacidos hoy en la superinstalación son hijos expresamente aceptados y bienveni dos. En su caso pueden ahorrarse las compensaciones tradicionales de la inoportunidad: sobre todo ya no se les plantea el problema que se discutía antes bajo el concepto de redención (aceptación posterior de la vida re-
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Martin Kippenberger,
METRO-Net World Conneclion Lüftungsschacht (pozo de ventilación). Pabellón alemán, Bienal de Y'enecia 2003.
chazada). Lo que esto haya de significar para el tono sociopsicológico ac tual de una «sociedad» está tan poco analizado como las consecuencias culturales a largo plazo del nuevo fenómeno*10. Las circunstancias sugieren la conclusión de que se ha convertido en estándar general un lujo de ma- ternización y educación no conocido históricamente y extensible a toda la civilización (más allá de la mayor parte del espectro de estratos sociales, in cluidas desigualdades entre milieus y naciones).
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Como de costumbre, lo casi imposible se percibe como obviedad en el clima de la isla antropógena y sirve de nivel de partida para exigencias ma yores. En la superinstalación ya no son excepciones fases de formación hasta los treinta años, y los sujetos de tales inversiones formativas apenas tienen conciencia de privilegiados por su prolongado tiempo de madura ción. De un modo que no conocieron épocas pasadas, la «sociedad», po bre en niños, rodea a sus retoños, permanentemente adolescentes, con una guirnalda de solicitud, esperanza y admiración, en la que muy a me nudo se entrelazan hebras de mala conciencia y miedo al futuro, sobre to do en las subculturas hipermorales azotadas por la culpa de la reproduc ción. En todas las capas sociales el hijo bienvenido brilla a los ojos de sus progenitores tan precioso como una bola dorada soplada a boca que se co loca como coronación del árbol de Navidad.
La segunda gran tendencia, responsable del giro individualista, es el aumento de la productividad del trabajo, que en el curso de los últimos 150 años ha llevado a un descenso espectacular del tiempo de trabajo se manal, mensual y vital de la gran mayoría de seres humanos que ejercen una profesión. Si en tomo a 1850 la prestación laboral de trabajadores, em pleados y oficinistas era todavía de cerca de 4. 000 horas -casi la mitad de las horas que tiene un año-, en Alemania y países comparables las horas de trabajo al año de asalariados descendió en torno a 1900 a 1. 700, y me nos, por término medio; incluyendo tiempos de formación ampliados yju bilaciones anticipadas, todo esto significa el retroceso de las fases labora les en el budget del tiempo de vida de los individuos hasta un tercio de lo que cinco generaciones antes todavía parecía ser el destino humano fuera de la leisure class. En relación con estos cambios se habla convencional mente de aumento del tiempo libre. En realidad, bajo este cliché del tiem po libre se oculta un estado de cosas no fácil de percibir y de grandes con secuencias antropológicas: se lo podría parafrasear llamándolo explosión de autoatención. Su consecuencia inmediata es la sumisión general de la vida a la alternativa de aburrimiento o diversión.
La actualización de los potenciales de lujo humanos va más estrecha mente unida a la emancipación masiva de los individuos en su propio tiempo de vida que a ningún otro movimiento de enriquecimiento del si glo XX. Dicho francamente: el acontecimiento de la época pasada, que de cidió en último término sobre todos los cambios de moral y formas de vi da, fue el incremento radical de la propiedad personal media de tiempo
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de vigilia fuera de los períodos dedicados al trabajo y a los quehaceres ho gareños. El tiempo de vigilia libre es el cruce en la Rosa de los Vientos de las tendencias del lujo. Lo que se llama tiempo libre significa de hecho la explicación de tiempos de vigilia mediante actividades y no-actividades, que, a causa de su carácter arbitrario, reflexivo y orientado a la vivencia, son apropiadas para dirigir hacia «dentro» la atención de los actores. Bajo «sociedad de vivencias» hay que entender un sistema que libera a los indi viduos para meditar tanto en presencias sensibles discrecionales como en resultados concretos de la existencia aquí y ahora. Las nubes pasan, los li bros guardan silencio en las estanterías, a mí me va así y asá. Lo vegetativo pasa a primer plano, los estados interiores se rodean de atención, lo evi dente evasivo destella en el tema interior. «Ahora, ocasionalmente, te sien tes y respiras bien a la luz del cansancio. »691
También numéricamente es impresionante la ampliación más reciente de las fases liberadas para la autoatención (y para su aniquilación masiva por la diversión). Si de 8. 760 horas que tiene un año deducimos diaria mente 8 horas de sueño, así como un tiempo de trabajo anual de 1. 700 ho ras, queda para el habitante de la superinstalación un saldo medio anual de 4. 140 horas de vigilia disponibles. Contando con que una buena parte de éstas se las llevan actos rutinarios de atención cotidiana a uno mismo y a la familia y desplazamientos al lugar de trabajo, queda aún para la ma yoría de los contemporáneos un salto residual de tiempo autorreferente mucho mayor que en todas las circunstancias históricas conocidas.
De él se alimentan múltiples dimensiones de lujo, que pertenecen fir memente, entretanto, a la imagen de la existencia en la superinstalación. En el way of life contemporáneo llama la atención, en primer lugar, un enorme grado de lujo de movilidad. Casi toda vida contemporánea parti cipa en una medida desconocida en la potencia-transporte. Los cuerpos modernos se definen -junto a su constitución auto-operable- por su capa cidad de superar distancias y realizar movimientos arbitrarios. Esto va tan lejos que hoy el concepto de libertad ya no puede ser definido sin refe rencia al derecho al derroche cinético y al antojo turístico. La envergadu ra del lujo cinético se infiere de la constatación sociológico-circulatoria de que dos de cada tres movimientos de tráfico motorizados van ligados a fi nes no-económicos y no-profesionales; je bouge, doneje suis. Queda por es cribir una crítica de la evasión pura. La cuenta de millas por vida de un tra bajador o empleado medio en las naciones más activas automovilista y
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turísticamente del sistema de bienestar supera en torno al año 2000 cuatro veces la palanza de la leisure class del siglo XVIII y XIX, a pesar de que ésta se dedi( ara al exquisito deporte* del trotamundos. Si se añaden las prácti cas ergotópicas acostumbradas, que se ejercitan en forma de innumerables tipos de deporte, ejercicios físicos y gimnasias, bailes, desfiles y terapias de movimiento, el panorama ofrece una civilización que vibra en un lujo ciné tico sentido sin par.
En el imperio del no-trabajo en vigilia se ha diferenciado, además, un sistema del lujo de la morbilidad de envergadura inaudita. Muy cerca del puro movimiento autorreferente, el estar enfermo se ha convertido en la interpretación más corriente de las oportunidades de tiempo libre""'2. A es
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te diagnóstico contribuyen las enfermedades civilizatorias no menos que las psicopatologías manifestadas, los padecimientos por toxicomanía y los accidentes deportivos, que siguen muy de cerca la diversificación del de porte en cientos de subculturas (razón por la cual, los servicios trauma- tológicos o de cirugía de accidentes de los hospitales son hoy los auténti cos seminarios sociológicos). El fenómeno multimorbilidad muestra la expansión del estar-enfermo hacia un universo de lujo de derecho propio. Demuestra que las dolencias son cultivables como un entrenamiento en decatlón. Incluso cuando la enfermedad no define el modus vivendi por an tonomasia, permanece omnipresente en el trasfondo como posibilidad permanentemente abordable: sin ella no serían pensables los escenarios de Jitness, las culturas de dieta y wellness, los mundos vueltos hacia el inte rior y bien organizados de las ciudades de descanso, los refugios balne- ológicos y los castillos de tos situados en lo alto. (Cien años antes de que Thomas Mann dejara explicar al consejero áulico Behrens en la montaña mágica que era un viejo empleado de la muerte, Balzac describió el tipo de la hospedera ancha de pecho de lugares de cura de Auvemia, que sabía es perar, maternal y hábil negociante, al deceso de sus huéspedes69*. )
A la gran entrada en la morbilidad le acompañan innumerables espe- cializaciones de los servicios médicos y terapéuticos. En el extremo superior de la escala del producto se encuentran refinadas hermenéuticas de la en fermedad que aleccionan a sus pacientes a asumir sus achaques como opor tunidad; el accidente muestra una segunda cara en cuanto se lo interpreta como un acto de cuidado de sí694; el diálogo sobre las neurosis y las hostili dades frente a la vida produce en innumerable gente la recompensa de ser- problemático. En el archipiélago clínico (sólo en Alemania hay 4,2 millo nes de empleados en el «sistema de salud») se acoplan amplios circuitos reguladores de lujo de autodaño, lujo de terapia, lujo de atención, lujo de seguro y lujo de descontento, cada uno con su propio e imprescindible la mento-bajo, diatónicamente ascendente de lo malo a lo peor; integrado por la necesidad sistémica de ocultar el carácter de mimo del management contemporáneo de la morbilidad tras un tupido velo de patrocinio hu manístico y mínimas exigencias fundadas científico-naturalmente. A causa de sus implicaciones patógenas, se puede hacer referencia también, en es te punto, al lujo de la crueldad, transmitido por imágenes, de la cultura del presente, cuyas fuentes y patrones de hábito es verdad que se retrotraen re lativamente mucho tiempo atrás a la historia de la pintura europea695.
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Finalmente, en el ámbito moral de la affluent society se ha desarrollado un lujo victimológico de nuevo cuño. A cuya imposición y ramificación contribuyen lo necesario una alianza de medios compuesta de asociacio nes corporativas, despachos de abogados, ciencias de la cultura y folleti- nistas morales. Las victimologías de lujo se basan en el descubrimiento de que la sensibilidad moral de la opinión pública en la superinstalación es un recurso simbólico que se puede administrar materialmente. Dado que después de la Ilustración los héroes ya sólo son posibles como víctimas, la ambición tiene que tomar el rodeo del victimismo. Esto sirve tanto para individuos como para corporaciones y Estados. Son innumerables los que porfían con medios de aficionados y de profesionales por el privilegio de poder presentarse como víctimas en diversos escenarios: mejor aún como super-víctimas, como el atacado de los atacados, como el judío de los ju díos, como el paria de los parias, como maldito entre los malditos de esta tierra. También los prominentes participan intensamente en estos meca nismos, como la difunta princesa de Gales, cuya gran popularidad en la prensa femenina se basó fundamentalmente en su calidad, cuidadosa mente cultivada, de «víctima dominante». Incluso potencias internacio nales no se arredran ante el hecho de recurrir a premios victimológicos: el comportamiento político de la administración Bush en los Estados Uni dos de América desde el 11 de septiembre de 2001 testimonia el novum his tórico, que una superpotencia se decidiera, dada la ocasión, a presentarse como supervíctima: una postura que encierra riesgos políticos incalcula bles, por no hablar ya de las desproporciones morales. En lo relativo a gra tificaciones esperables, en la atmósfera de la sensibilidad a la ofensiva se ha generado una función hiperbólica con el fin de presentar óptimamen te la propia existencia a la luz de peijuicios sufridos. Este hábito puede compararse con la costumbre de los muscadins antijacobinos de 1794 de afeitarse el cogote á la victime, para manifestar su solidaridad con los no tables decapitados durante la fase del Terror; pero se trata de algo más que de una corta moda vengativa: partiendo de Estados Unidos, donde el victimspeak se ha convertido en lenguaje corriente desde los años setenta, el sensibilismo agresivo de las culturas de estatus victimista se hace notar en el clima de todo el invernadero del bienestar**’. Es evidente que una cultura de los resentimientos a largo plazo adopta aquí formas con res pecto a las que todavía no se puede juzgar cómo han de compatibilizarse con el resto de los ecosistemas del sentimiento moral en el invernadero
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del mimo. No sabemos aún de todo lo que son capaces los cuerpos en el resentimiento.
Pero se entiende que esos fenómenos, además de motivos psicológicos, tienen sólidos motivos económicos. Junto a impuestos para el fisco y con tribuciones a la seguridad social, el proceso de indemnización victimista se convierte en la tercera columna de la redistribución; se acrecienta en tan to intensifica el impulso a la abogado-médico-cracia. Fama mundial bien ganada ha conseguido una demandante norteamericana que introdujo en el microondas a su perro mojado, para secarlo, y después reclamó a la fir ma que había construido el aparato una indemnización astronómica por su animal casero recocido, con el memorable argumento de que el cons tructor no la había advertido de los riesgos que implica la estancia de mamíferos en microondas encendidos. Se puede considerar este hecho como el paradigma de una nueva inteligencia del diseño de los asuntos de- mandables. El incesante invento de nuevos síndromes de enfermedad y peijuicio, delimitados con seudo-precisión, viene estimulado por la nece sidad de fijación de circunstancias victimistas demandables. Una flores cencia muy prometedora del victimismo es, por ejemplo, el síndrome-^co- nomy-class, aparecido hace poco, que ha de proporcionar los requisitos
jurídico-médico-cráticos para reclamaciones de daños y peijuicios a las compañías aéreas, caso de que aparezcan trombosis en las extremidades inferiores de pasajeros en grandes trayectos. Desde los años noventa, otros síntomas acreditados de variada aplicabilidad, junto al trastorno disociati vo (en el que se esconden restos de la antigua histeria), son el del cansan cio crónico y de la personalidad múltiple: ambos encarnan la forma mé dica de la despedida posmodema de la ilusión del culpable.
Cuando el estado de ánimo fundamental victimista se une al alarmista se abre un amplio campo para una bibliografía admonitora que coloca al portador de la alarma en la bolsa de temas en caso de que alcance el éxi to de atención deseado: ante el depósito pernicioso de metales pesados en el cerebro y la decadencia inevitable de la inteligencia de la humanidad; ante la globalización microbiana, por la que se propagan agentes patóge nos de agresividad desconocida; ante las consecuencias anímicas tardías del abuso de jóvenes por madres superprotectoras, que fuerzan a sus re toños a lavativas antes de irse a acostar; y ante meteoros gigantescos que mantienen curso directo a la Tierra. En el ámbito del entertainment alar mista se han diferenciado, componiendo una especie de gótica de libro de
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consulta, numerosas subespecies que alimentan el apetito de horror del público con un menú selecto de causas de muerte*'7. Gracias a tales pres taciones, en la culture offear la falsa alarma ininterrumpida se ha converti do en un estilo de vida no sólo estadounidense.
Los excedentes de vigilancia significan para las subjetividades lo que carburantes fósiles y energía solar son para los sistemas de máquinas del invernadero del lujo. Los tiempos de vigilia libres son el fermento para abovedar y ampliar los espacios micro-maníacos aglomerados. De sus re servónos pueden sacarse cuantos desplazables de energía subjetiva para la ampliación de campos cultivables, comenzando por los placeres más sen cillos. A causa de su naturaleza de excedente, hay innumerables activida des, a las que falta todo carácter de trabajo y producción, que pueden en trenarse como esfuerzos razonables; cuando sucede esto, es aconsejable su paso a la forma de competición; todo divertimento se hace objeto de cam peonato poco después de su introducción. Cuando se ha organizado lo su ficiente, libera también sus patologías específicas que, a su vez, son aten dibles por entrenadores y terapeutas correspondientes. Las altas cuotas de dispendio en todos los campos manifiestan que en el caso de la vigilancia se trata de un lujo real. El privilegio significante de los poseedores es em prender poco con su riqueza. En esto, los poseedores posmodernos de un tiempo libre de vigilia extensivo se comportan no pocas veces como los señores de antaño, para quienes nada quedaba tan lejos como la idea de construir algo sobre las bases de sus privilegios heredados.
Pero incluso lo poco que fluye en el activismo de los humores y capri chos produce ya una diversidad inabarcable e irresumible. Para lograr una visión de conjunto de los efectos desde un punto abstracto hay que co menzar con el enunciado de que la riqueza sólo es riqueza para una vigi lancia, o un estado de vigilia y atención, que la valora. Dado que el lujo de la vigilancia representa la función clave de todo lujo, conforma el sistema nervioso central del consumismo y de las industrias del tiempo libre. Más aún: esconde en sí mismo la criptoespiritualidad de una época aparente mente desespiritualizada, ya que proporciona la matriz de todas las activi dades matizadas. Sólo las subculturas meditativas se dan cuenta de la ironía de la búsqueda del tesoro: que en la conciencia despierta del buscador ya está el tesoro que se supone en los objetos. Hay pocos individuos que ten gan claro que el lujo de la reflexión y meditación -el devenir atento al pro pio estar atento- supone la forma fundamental de las vivencias culminantes.
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La corriente fundamental de la vigilancia fluye hacia los objetos cuya presencia se experimenta como satisfacción al percatarse de ellos. La vida del mundo vigilante depara los excedentes de atención y capacidad dejui cio entrenable, sin los que no existe ningún cuidado refinado de sí mismo, ningún metabolismo superior de la experiencia; sí, mientras la vida labo ral era ante todo artesana, se aprovechaba también ella de la plusvalía del refinamiento, inherente a los acoplamientos en reacción libidinosos de ejecuciones vigilantes de gran maestría. Esto puede observarse hoy en nu merosos campos de inversión ampliada de vigilancia.
Todas las formas de la cultura del recuerdo -núcleo del viejo concepto de civilización euro peo- viven de la utilización de tiempos de vigilia excedentes para el ador no de imágenes interiores y exteriores del pasado. Lo que desde el siglo XIX se conoce como historicismo es un efecto adicional, percibible en to da la cultura, de la canalización de enormes cuantos de tiempo libre en el ornato de pasados atractivos; la satisfacción por el hecho de que siquiera se sepa algo de otras épocas redondea la subcultura de los recordadores en sí misma. Junto a los partidarios de la religión del arte, los historicistas fueron los primeros que se dedicaron a la tarea de reformular su humor o disposición de ánimo en una necesidad universal, mejor, en un alimento básico espiritual para los muchos.
Las culturas de la decadencia son posibles porque el lujo de la vigilia se articula preferentemente como lujo de la morbilidad698. Cuando se medita en la morbilidad, la debilidad se manifiesta como estado entrenable. A altos grados de liberación colectiva para ejercicios de pérdida-de-forma, pronto pueden observarse resultados impresionantes en una población suficiente mente mimada: gracias a un refuerzo circular aparece, junto al rápido ago tamiento de losjóvenes, un vago tedio epidémico por todo en los mayores.
Las culturas del negativismo son posibles porque en los medios de los fracasados puede invertirse más tiempo libre en la descripción de objetos discrecionales bajo el filtro de la envidia. Hace tiempo que una gran par te de lo que en los feuilletones aparece como crítica y comentario podría es pecificarse mejor bajo las rúbricas de lujo de malignidad y lujo de deni gración, cuyo valor de uso psíquico consiste en que satisface la demanda de gestos de un vacío estar-por-encima (antes un monopolio del Spiegel, hoy casi estándar general).
Las culturas del resentimiento son posibles, y prosperan como nunca, porque por el encuentro de frustración y tiempo libre hay mucha atención
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que se puede especializar en guardar rencor por las humillaciones; los ce los siempre en vela de los intelectuales producen inquisiciones incesante mente cambiantes contra las herejías del éxito. Quede indeciso si esas for mas del lujo redundan en provecho de la cultura total, sea eso lo que sea. Desde el punto de vista optimista, puede observarse cómo el resentimien to estimula el metabolismo de la agresión mediante fantasías de humilla ción ricas en material de lastre.
La decisión de interpretar el fenómeno del lujo desde el excedente de vigilancia libre conlleva la ventaja de no tener que detenerse en anécdotas y enumeraciones en la presentación de las diversas acuñaciones del diseño lujoso de vida; como se percibe aún en los logros más significativos de la antigua historiografía: en las clásicas historias costumbristas del lujo desfi lan vestidos, alhajas, composiciones florales, edificios, muebles, manjares,
maitresses y servidumbre, sin que se derive de ahí ningún punto de vista su perior (excluido el del bienestar, con sus caprichosas exacerbaciones). Se aprende, no sin interés, que un sibarita francés del siglo XVIII, de nombre Verdelet, se preparaba fuentes de lenguas de carpa, cada una de las cuales costaba 1. 200 libras y suponía la muerte de 2. 000 a 3. 000 de esos animales; su modelo parece que era el romano Vitelius, cuyas composiciones de ce rebros de faisanes y pavos reales, lenguas de flamenco, hígados de caballa y leche de morena se convirtieron en leyenda,iW.
Partiendo de la irrupción de la vigilancia poseemos un criterio que ilu mina más adecuadamente las cualidades existenciales de lo superfluo de lo que lo conseguiría cualquier concepto objetivo de riqueza y despilfarro. Se pone de relieve, a la vez, que la inversión de «tiempo y dinero» en un sector de preferencia de acción y disfrute representa un caso de libre an tojo. La victoria sobre la necesidad puede anclarse en el concepto de lujo mismo; y esto significa, según lo dicho: en el punto de intersección entre bienestar y vigilancia. Cuando el capricho o el humor se elabora en ejer cicios y se explaya en ramificaciones, series y mechones individuados ge nera una gravitación de tipo propio. Se podría decir que la virtuosidad no es otra cosa que un dispendio superfluo, retenido por la fuerza de grave dad cultivadora de la repetición.
La referencia a su fuente en la vigilancia acerca el lujo, además, a la «es tética de la vida cotidiana», de la que recientemente se ha podido mostrar que pertenece a un «lujo de segundo orden», ejemplarmente encarnado en la demanda de tranquilidad, vacío, simplificación y sentimientos au
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ténticos70. Dado que el fenómeno vigilancia se antepone a la bifurcación de atención y distracción, abarca las dos caracterizaciones de teorías esté ticas que se adscriben a uno de los dos polos701. Más aún, dado que ante cede también a la contraposición atender-cuidadosamente (religere) y desa tender (necligere)702, la vela o vigilancia puede confluir en cultos estables; pero también en improvisaciones. Como matriz tanto de las religiones co mo de las distracciones profanas, la vela libre se alía tanto con las regula ridades como con lo irrepetible.
La estética ampliada a los objetos de la vida diaria es -como fenómeno cultural de masas- un invento del siglo XX (sus formas originarias en la mística holandesa de la vida casera se retrotraen, como hemos insinuado, al menos hasta el siglo XVII) ; no puede negar su procedencia de la descar ga o distensión realmente aconteciente. No sería imaginable sin el dis pendio masivo de tiempo disponible en la percepción y refinamiento de objetos y contextos en un ambiente. Lo que se llama gusto, más allá de lo malo y lo bueno, es la ampliación de la vigilancia oral a los ámbitos más di ferentes de juicio sobre presencias sensibles.
Sin lujo de vigilancia libremente disponible y su inversión duradera en campos cultivados no habría nada de todo lo que se observa desde hace al gunos decenios en el ámbito de la «cultura de la vivienda» y su desarrollo sin pausa a todos los niveles del diseño popular y elitista: no habría cultura de los baños, de las cocinas, de los revestimientos del suelo, de los materiales y colores. No habría air design, ninguna expedición al reino de los aromas703; ningún refinamiento del sentido para los omamentos704 (los ornamentos son destacados absorbedores de tiempo de vida), ningún gusto especial pa ra mobiliario y decorado, ningún extravío agradable en el universo de las an tigüedades. Sin excedentes de vela libre no habría sentimiento de la forma de caros bolígrafos y carrocerías, sentido para el espacio-clima, para la ar monía entre lo viejo y lo nuevo, para las compatibilidades entre accesorios y contraste en el arrangement del entorno. Y, sobre todo, no habría miradas más allá del marco de la empresa, sensación o sentimiento del cambio de paisaje y horizontes resbaladizos, del cambio de clima y cromatismo at mosférico; no habría meta-necesidad alguna de acabar con las frivolidades del necesitar, no habría giro alguno hacia los valores del puro «ser», no habría añoranza alguna de desierto, evasión, ayuno de vivencias.
Es innecesario decir que toda la cultura literaria y musical depende de la oportunidad de utilizar momentos de vigilia (vigilancia, vela) para leer,
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escuchar, ensayar y comparar. Hay que hacer notar: frente a la crítica de la cultura y a la teoría de la decadencia al uso, en la historia de todas las civilizaciones nunca se han invertido tantas unidades de tiempo como en la actualidad en la lectura de libros, revistas y periódicos, en la escucha de música de toda clase, en la contemplación de programas de televisión, pe lículas, tertulias, obras de teatro, cabarets, discusiones de estrado, etcetera; nunca han ejercido tanto número de cantantes e instrumentalistas del más alto rango; la cantidad de novelistas, poetas, actores, directores y artistas de todos los niveles y categorías se encuentra hoy a un nivel histórico má ximo (sólo los oradores profesionales han desaparecido prácticamente); la absoluta mayoría de las orquestas, óperas, coros, grupos de baile, de teatro están activos hoy día. Todos ellos presuponen segmentos de público que están dispuestos a intercambiar diversión, arte e información por atención.
La tercera dimensión en el complejo individualista de tendencias se al canza por la transformación de la «sociedad» seria en un agregado excita ble de clientes, compradores y consumidores, que se cuidan y miman a sí mismos. Cuenta entre los lugares comunes de la psicohistoria el hecho de que el siglo XX pusiera en marcha una redisposición de las formas de su
jeto, pasando de las demandas del capitalismo temprano al respecto a las del capitalismo desarrollado, antes capitalismo tardío: del sentido purita no del trabajo a la orientación liberal del tiempo libre, del ahorro serio al crédito alegre, de la renuncia al consumo al apetito de vivencias, de la he- roización de las virtudes empresariales a la glorificación de las prominen cias del deporte y el entretenimiento. En las variantes últimas de la crítica de la cultura se habla de que al sujeto posmoderno se le desentrena de -o se le entrena para eliminar- características elementales del cultivo clá sico de la personalidad, como la orientación a normas estables, el conven cimiento de que uno no es comprable, el sentimiento de autoestima por aptitudes acreditadas, el sentido de continuidad biográfica y cosas seme
jantes, con el fin de crear el ser humano totalmente compatible con el ca pital. Del que se dice, en parte afligida, en parte descriptivamente, que os cila entre el trabajo y la diversión, desnucleado moralmente, hábil como una serpiente705, capaz en alto grado de servicio en el exterior, sin prejui cios como un traficante de armas, posnacional como un dueño de burdel. El poder analítico de la situación financiera, constatado por Marx y En- gels, que «todo lo corporativo y estable se evapora»70, habría alcanzado, así, el último baluarte de las reservas de orden premodernas: el estrato per-
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Eric Fischl, Nacimiento del amor (segunda versión), 1987, cortesía de Mary Boone Gallery, Nueva York.
sonal. Con el descubrimiento de la diversión (Spass, probablemente del italiano spasso: expansión, distensión) como fuente de creación de valores, el factor subjetivo se habría integrado definitivamente en la esfera del ca pital; por fin, también la vida erótica se habría abierto al mercado, como para rebatir el mito de la «revolución sexual» lanzado por Wilhelm Reich, después de que los asalariados, por el disfrute de su sexualidad, se hubie ran convertido en rebeldes fálicos, y, consecuentemente, en refractarios a cualquier tipo de alienación.
En realidad, la integración de la sexualidad en la cultura de la diversión -dicho sea sin tono polémico- ha llevado a cabo una amplia subjetivación de la conciencia de la riqueza y provocado, de ese modo, un efecto de ver dad a tomar en serio. Efectivamente, la imposibilidad de ser pobre, inhe rente al ser humano, no puede ilustrarse con tanta evidencia en ninguna
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Niki de Saint Phalle, The Figure Hon (- she), 1966, Estocolmo.
otra dotación biológica -exceptuando la capacidad de vigilancia- como en la sexualidad. Ella constituye el talento natural para experiencias de dicha en el sentido más literal de la palabra: en tanto se elija como pauta el ori gen de la expresión talento (del griego tálanton, lo que se ha pesado), ex tendida desde el Renacimiento, en el término neotestamentario para «bien confiado» o «libra» capaz de brindar réditos. Donde con mayor cla ridad se muestra en el siglo XX la ruptura con las tradiciones del dogma tismo de la pobreza es en la liberación de una sexualidad desdemonizada, naturalizada, o positivamente minimizada, a la vez que intensivada técni camente. Si hemos afirmado más arriba que falta hasta ahora una auténti ca teoría de la descarga y desempobrecimiento, ahora habría que hacer una restricción: que las ciencias de la sexualidad, catapultadas hacia arri ba en la segunda mitad del siglo XX, sobre bases del siglo XIX tardío, lle nan una parte del vacío, porque, vistas a la luz, proporcionan la teoría in directa más potente de la era del presente. Tratan de los individuos como ricos -y con posibilidades de mayor enriquecimiento- propietarios de un capital sexual. La ciencia de la sexualidad posee -Thomas Bemhard diríá también en este caso: de modo natural- la forma de una asesoría de in versiones. Parte de la intuición de que muchos propietarios administran con poca habilidad su capital, sea por inhibiciones (presumiblemente de origen miserabilista), sea por desconocimiento de las opciones y márgenes de beneficio.
La sexología contemporánea debe su existencia al giro a lo explícito, que coloca a los hechos de la conciencia en la Modernidad la etiqueta mis tificante de «revolución». La explicación sexual, que dio su impronta al si glo XX desde el punto de vista cultural, ha puesto a la luz del día publicís- tica, científica, estética, psicológica y económicamente, de una manera históricamente desconocida, los modos y presupuestos de la vida sexuada; ha roto el monopolio normativo de la sexualidad de pareja regulada con yugalmente, y ha dado a conocer y a elegir una lista alternativa de opcio nes: desde la asexualidad, pasando por la autosexualidad, hasta llegar a la homosexualidad y heterosexualidad en todas sus variedades corrientes y desviadas, mientras sean practicables en formas no-criminales; ha focaliza do la mirada en los hechos genitales y ofertado la contemplación visual en medida desconocida; hasta el punto de que la palabra «explícito» designa precisamente la apertura de intimidades707; por contraste con la sexualidad ligera liberada, ha mostrado la estructura de las perversiones, en las que
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}urgen Klauke, Dr. Miiller's Sex Shop or Here's How I Imagine Love%1977.
normalmente se trata de codificar la acción sexual con apetencias de dra ma, dureza o pesantez: por una parte, para forzar intuitivamente el enlace entre las prácticas de placer del nivel sexual y las de las recciones-endorfi- na; por otra, para impedir la disolución de la sexualidad sublime en la agradable (una vez más la huida de la libertad a la necesidad, es decir: la revolución conservadora del deseo); ha impulsado hasta la ruptura abier
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ta la escisión latente, existente desde siempre, entre sexualidad y procrea ción, llevada a cabo formalmente con la introducción de los anticoncepti vos orales esteroidales, cuya primera síntesis con éxito fue fechada por Cari Djerassi el 15 de octubre de 1951 en México City, y cuyo uso popular apoya desde los años sesenta el giro a formas levitádas de tráfico heterose xual708 (Djerassi ha hecho observar, con razón, que «la mayoría de estos cambios en el comportamiento sexual habrían aparecido de todos mo dos»709) ; por la posibilidad de un control prácticamente seguro de los na cimientos, ha puesto de relieve con la máxima claridad el carácter de lujo de los actos sexuales, tanto dentro como fuera del matrimonio. Nunca an tes -prescindiendo de formas locales de erótica aristocrática- fue tan evi dente que el «sexo» -por asumir ahora el término americano-estadouni dense pertinente- representa una ocupación de lujo de absoluto valor propio. Como teatro natural del impulso hacia arriba, ofrece a todos los activos una oportunidad de explorar su potencial antigrave. Por su situa ción en la encrucijada entre pasión, encuentro, diversión y deporte ofrece accesos desde todas las direcciones. En su forma descodificada, es el hu mor puro mismo, si por capriche entendemos el deseo cuya finalidad es él mismo, que lleva su objetivo en sí mismo. Su realización incluye la auto- rrecompensa. (Quien pregunta aún qué saca de'ello plantea una pregun ta de más. definición de la estupidez. )
Por eso, el sexo descodificado, explicitado, desacoplable fácilmente de significaciones emocionales y reproductivas, constituye el centro de la cul tura de la diversión, es decir, del sistema de los caprichos emancipados. Só lo una minoría en desaparición de acciones íntimas guarda todavía, actual o potencialmente, alguna relación con la procreación de descendientes, trátese de una posibilidad que hay que saludar o de una que hay que evi tar, mientras que el mayor número dejuegos amorosos se agotan en el ho rizonte de la consecución de placer, de la performance o de la distensión. (Nadie tendría que admirarse de que los representantes actuales del capi talismo autoritario del Este -por no hablar ya de la reacción islámica- estén de acuerdo en el rechazo de la sexualidad ligera. ) En los mercados de prostitución, incrementados en número grotescamente, lo que cuenta desde el principio es la pura preferencia por tal o cual forma de juego. Mientras más explícita se vuelve la sexualidad, más se acerca al polo del pu ro derroche, del puro lujo. Por lo demás, esa experiencia, que hoy está al alcance de innumerables individuos eróticamente nómadas, tradicional
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mente estaba bien resguardada en los escasos matrimonios felices durante mucho tiempo; que gozaban del privilegio de balancearse sobre la para doja económica de su relación. Cuando de mil abrazos, de felicidad mo nocroma, salía un puñado de hijos, o uno solo incluso, esta desproporción entre lo mucho y lo poco ofrecía el rostro menos problemático de la feli cidad.
La sexualidad, ordenada a sí misma, tal como domina entretanto en las «sociedades» con pocos hijos de Occidente, explícita una dimensión na tural, evolutivamente bien establecida, de derroche o despilfarro. Está im plantada en todos los mamíferos, se intensifica en los homínidos y llega a su culmen en la línea-sapiens. El paso al sexo permanente se perfila en al gunos primates: la actividad sexual ya adquiere aquí valores propios de lu
jo, ocasionalmente desemboca incluso en management de grupo, como muestra el conocido ejemplo de los bonobos. Entre millones de huevos in maduros, que están disponibles en los ovarios de todo inámáuo-sapiens fe menino, sólo poco más de 400 llegan a madurar en el curso de un ciclo vi tal; de ellos, menos del 3 por ciento son fecundados en caso de relaciones intensas; y menos de un 0,5 por ciento se desarrollan en descendientes. Mucho más extremas aún se presentan las proporciones de excedentes en el caso de los miembros masculinos de la especie. Con un número de 40 millones de espermatozoides por eyaculación y una frecuencia de dos dis pendios a la semana, un hombre, durante un espacio de tiempo de 40 años, llega a emitir más de 150. 000 millones de espermas, de los que los biólogos suponen que más o menos la mitad son normalmente móviles, bien formados, capaces de generación.
Tras la explicación fisiológica de la sexualidad se hace posible una de finición de la existencia masculina: el «hombre» descodificado es un canal por el que descienden cascadas de esperma. En comparación con esto, ca si todo lo demás aparece como superestructura. A la vista de la cuota de despilfarro pueden desdeñarse los éxitos generativos reales, de padres co rrientes, de vagabundos, de pachás. También resulta bastante fútil la acti tud subjetiva de los hombres con respecto a sus dispendios, la corriente de esperma no pregunta si la persona lee a san Pablo o a Bataille.
La explicación sexual se convierte directamente en la explicación del impulso hacia arriba. Se puede afirmar que en estas explicaciones se ma nifiestan rasgos esenciales de la naturaleza del ser humano -nótese la au sencia de comillas- más adecuadamente que en todos los antiguos siste
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mas determinados por la ascesis y la carencia. En éstos sólo se llegaba a ac ceder a la sobreabundancia indirectamente, a través de una retención in terior o de una frustración organizada; mientras que en el liberalismo eró tico, uno de los sustratos de la riqueza humana, el uso libre de placeres excesivos, se muestra claramente sin inhibiciones debidas a la prohibición y la neurosis. Consideradas desde la distancia de un siglo, la «enmascara da religión del tráfico sexual» de Frank Wedekind y la oscurísima «religión de la vagina» de Otto Weininger710apenas son más que complicaciones ini ciales en la descodificación de la sexualidad. En ellas llegó a su forma de finitiva la larga tradición de la miseria. Mientras tanto se ha convertido en un asunto de formación poder desarrollar simpatía en relación con neu rosis fenecidas de ese tipo. ¿Habría que añadir que en tales posibilidades culmina una de las formas más sutiles del lujo: la de preocuparse de cosas que ya no se necesitan?
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Retrospectiva
De un diálogo sobre el oxímoron
El macrohistoriador. Mientras esperamos al autor, que pronto completará nuestra tertulia, podríamos intentar, quizá, ordenar un poco nuestras im presiones. Confieso, por mi parte, que mi materia me ayudó en lo funda mental a arrostrar la marea de proposiciones que me pasó por encima du rante la lectura. Mientras el autor me arrastraba por las longitudes y latitudes de sus observaciones -¿o he de hacerme un cumplido a mí mis mo, subrayando que fui yo, por mi propia fuerza, quien se aventuró en ellas? -, se iba reforzando la impresión de que, por lo que respecta a la construcción histórica de un marco, se trataba de un modelo narrativo con mucha capacidad de carga, análogo al que utilizamos en nuestros estudios macrohistóricos; de un modelo con el que la historia de la humanidad -y no se trata de menos aquí- se lleva a un denominador común triádico: la cesura neolítica separa la era paleolítica de cazadores y recolectores de la era de las civilizaciones agroculturales siguientes, junto con sus soberanías regias y administraciones imperativas; la cesura industrial, a su vez, separa desde hace más o menos doscientos a trescientos años la era de las sobe ranías locales indolentes de la época de las formas de vida aceleradas de la Modernidad. Si esta teoría de los tres imperios, si se me permite decirlo así, recuerda una cierta teoría procesual idealista, tañí pis para Hegel y los suyos. Definitivamente, nosotros ya no somos idealistas. En nuestros análi sis de la acumulación de invenciones casuales en grandes tendencias no perseguimos la huella del espíritu del mundo en su andadura por el tiem po, tampoco percibimos la voz de la historia del ser. Tanto peor para aque llos que, a causa de semejanzas superficiales entre los recientes modelos macrohistóricos y las ficciones de la filosofía de la historia, se dejan llevar a la conclusión de que uno se mueve en terreno conocido.
Con el fin de no despertar falsas esperanzas: no juraría que he enten dido lo que significan en definitiva las así llamadas esferas. Dudo que tra- bsye en el futuro con tales expresiones. No me ha quedado suficiente mente claro qué son diadas o espacios surreales multipolares, por no
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hablar ya de que supiera reproducir cómo viven los pueblos bajo sus así lla mados baldaquinos imaginarios, las culturas ciudadanas tras sus muros in munizantes y las poblaciones liberales en sus invernaderos del mimo. Bue no, los historiadores son conocidos por estar en pie de guerra con ideas más abstractas. De todos modos, estoy convencido de que esas vagas y en cumbradas especulaciones, en cuya solidez, a decir verdad, no puedo creer del todo, estén religadas de algún modo a la mencionada construcción en fases, que, tras una larga comprobación, nunca desmentida, considero bien asentada en la tierra.
Los macrohistoriadores nos consideramos descendientes escépticos de los historiadores universales progresivos, y creemos firmemente, por lo demás, que realizamos un trabajo útil, incluso imprescindible, puesto que proporcionamos orientaciones empíricas en el proceso de la civilización, convencidos, como estamos, de que ese proceso existe efectivamente y de que hasta ciertos límites es reproducible racionalmente. Nos precavemos, sin embargo, de exageraciones o, lo que es lo mismo, de enunciados nor mativos sobre finalidades últimas de la historia. Como todos los contem poráneos que han pasado por la escuela de la duda, nos hacemos partíci pes de la recomendación de que los muertos han de enterrar a sus muertos y los ideólogos a los ideólogos. Ante todo, son los servidores de los ídolos de la historia quienes han de poner bajo tierra a sus compañe ros de servidumbre idolátrica, allí donde reposan ya sus desventurados prosélitos: lo que produce, en correspondencia con las circunstancias del tiempo, un campo sepulcral gigantesco, un cementerio de héroes de la fal sa obediencia, en el que, en lugar de superficies monótonas llenas de cru ces, se elevan desde el suelo manos y dedos índices estirados: no se sabe si pertenecen a víctimas que señalan a sus seductores, o son los seductores mismos, que siguen sentando cátedra desde el más aliá
is/ crítico literaria Perdone que le interrumpa. Me parece que con esas imágenes se ha acercado bastante al núcleo retórico del proyecto-Es/mw, en caso de que fuera apropiada al caso una metáfora centrista como la del núcleo. ¿En qué consiste, según la forma lingüística, el experimento in tentado con estos libros? Yo diría que se trata de hacer que el impulso poé tico se ponga en cooperación con el escepticismo. O de otro modo: se po ne en marcha un tipo de crítica de la prosa que se extiende a la crítica del siglo XX. ¿No prepararon los heresiarcas del siglo, con sus prosaicos dis cursos sobre las masas, las luchas definitivas y los objetivos finales de la his-
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Piotr Kowalski, Sculpture flottante, Orléans-la-Source, 1974.
tona aquel exterminismo real-político que fue la característica fundamen tal de la época? Que nosotros, tras ese trayecto histérico, prefiramos el es tilo frío, tiene también motivos externos. A cada gran palabra de la prosa política corresponden millones de asesinados, a cada exageración llegada al poder, un holocausto de gran estilo, a cada fallo de lógica dirigente, un pueblo extinguido. Si se busca una caracterización mínima para el siglo XX habría que comenzar, quizá, con la constatación: no fue una época com placiente con los fallos.
El macrohistoriador. Estoy de acuerdo, presuponiendo que no nos aban donemos ante el terror a una moderación dictada por el resentimiento. Cuando, tras 1945, nos encontramos con un espíritu del tiempo que su gería que no se había de tratar ningún tema mayor porque antes de noso tros ya lo habían intentado los ideólogos, con nuestro raquítico y suave comportamiento correcto desperdiciamos decenios de un tiempo precio so, que hubiera podido utilizarse en impulsar investigaciones reales sobre las estructuras de la historia de la civilización. ¿No ha dicho el gran etnó logo Marcel Mauss que todo día que pasa sin que vayamos reuniendo los fragmentos de humanidad es un día perdido para la ciencia y para la his toria del ser humano?
El teóloga. ¡Vaya, el pathos nos posee otra vez! ¡Un poco de cuidado, por favor, querido colega! Sería igualmente falso afirmar sumariamente que la era de posguerra sólo significa tiempo perdido. No es ninguna bagatela dejar tras de sí un paso en falso como el nacionalsocialismo en Alemania
junto con sus primos y cuñados en las naciones europeas. Si los alemanes y muchos otros europeos han dedicado mucho tiempo desde 1945 a medi tar ese extravío, como lo que fue, hasta asegurar su irrepetibilidad -ase gurada, sin duda, desde hace mucho tiempo-, no habría que ver en ello dispendios innecesarios. Perdone que le importune con trivialidades.
Desde el punto de vista de la historia del espíritu, la situación postotali taria se puede determinar desde la hybris como retomo del espíritu moder no. Este es un acontecimiento que tiene su propia importancia. Entiendan, por lo demás, señores míos, que cuando utilizo una palabra como historia del espíritu o una como acontecimiento, debido a mi especialidad tengo también algo más en la cabeza que los colegas de la facultad de Filosofía.
Desde ese trasfondo, leo la teoría de las Esferas como una empresa es trictamente fechada. A mis ojos, constituye un ensayo criptoteológico, co mo sólo era posible hacerlo tras el desplome de los modernos sistemas de
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Louise Bourgeois, Celda (bolas de cristal y manos), 1993.
mistificación. Sé que el autor protestaría contra esta interpretación: se considera un antropólogo no identificado como tal, más exactamente, co mo un antropo-monstruólogo, llega hasta considerar la teología misma co mo una especialidad monstruológica. Lo menos que se puede decir es, ciertamente, que con el giro a la ciencia de las atmósferas como Ciencia Primera se saca la consecuencia del desenmascaramiento de los realismos extremos. La fecha de ese intento está fijada: desptiés de la hybris de la Mo dernidad.
El crítico literario: No estoy seguro. ¿No es una forma híbrida, a su vez, una macroteoría de ese formato? ¿No contiene, además, una defensa exa cerbada del modernismo, por cuanto se contempla, con el autor, que el criterio de modernidad consiste en que lo implícito se transforma en explícito y el trasfondo pasa a primer plano? Yo diría qtie el autor se reco noce partidario de una hybris especial, de una hybris metódica, digamos; y bajo dos aspectos: por un lado, porque la obra posee una nota estilística, y, como usted sabe, no se puede negar: el estilo no es algo colegial; por otro, porque un proyecto como éste surge del espíritu del mercadillo de
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libros (ésta es, con su permiso, la expresión teórico-específica para la in- terdisciplinariedad). Con ella se convierte en programa la hibridación del saber. No habría que olvidar que, por el momento, tal saber sólo encuen tra un lugar plausible en el mundo: el autor. Un autor es el único colo quio, en el que diferentes voces penetran unas en otras y crean nuevos efectos de resonancia; los llamados coloquios de los especialistas sólo pro ducen discursos paralelos que no se cruzan en ninguna parte.
Por lo que respecta a la situación postotalitaria, estimado colega, pue de que tenga usted razón. Sólo que creo que esa prueba, porque es de masiado general, tiene escaso valor explicativo para esta empresa; en el mejor de los casos, proporciona la idea de incorporar a toda teoría con ambiciones un cierto número de dispositivos de seguridad frente al abuso, como corresponde al texto postideológico. No hay por qué demostrar de talladamente que éste es el caso: ya en su superficie terminológica la esfe- rología es una medida de intimidación frente a todo lo que se oriente a la seriedad, poder y cuota. Las personas poderosas de cualquier rama se guardarán bien de hablar de espumas, no digamos ya de burbujas: los ma cabros sondeos del primer volumen en el ámbito íntimo ya están excluidos en principio de lo citable, con ginecología negativa no se puede hacer pro paganda. En los textos va instalada una barrera contra la imitación, barre ra que funciona con fiabilidad bajo las condiciones sociopsicológicas da das. Ya el citar es un riesgo para el citador, y así habría de seguir. En el caso del tratado sobre los sistemas actuales de mimo, con los que acaba aviesa mente el tercer libro, es de prever algo semejante. No captará a las masas, e incluso los académicos sentirían un cierto malestar, los jóvenes serios apretarían los labios, los sindicalistas propondrían objeciones, si se ente raran de algo.
Para entrar en materia hay que analizar las figuras retóricas en las que se muestra la hybris-me quedo por ahora con esa expresión- inmanente a , la obra. Usted podría considerarla una hybris modesta, en caso de que le sa tisfaga el oxímoron. Me parece que la clave de su modo de trabajo la es condió el autor en la introducción al volumen Globos, donde deduce la me tafísica europea clásica de la utilización sistemática del superlativo: dado que el mundo, a causa de su supuesta procedencia del intelecto divino, po see una forma redonda, se puede decir de él que se encuentra en el opti- mum morfológico. Con el principio de lo óptimo comienza el pensar. Que ha de intentar a continuación mantener el nivel; lo que significa que en to
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dos sus pasos sigue obligado al superlativo. Decir qué hay significa siempre en este régimen: expresar en el lenguaje lo que representa lo supremo, lo mejor, lo perfecto, al menos mientras se trate de los dos super-objetos, Dios y mundo, junto con sus apéndices políticos, la ciudad organizada óptima mente y la buena vida en ella (como es sabido, esto es lo que más les gusta a los filósofos clásicos). Juzgada desde su parte media, la obra de las Esferas no es otra cosa que un ensayo sobre el superlativo: describe sus comienzos íntimos, su triunfo monológico, su transformación pluralista y por eso. . .
El macrohistoriador. Si puedo interrumpirle, a mi vez, querido colega, esa perspectiva me parece demasiado rebuscada. También resulta demasiado formalista. ¿No me toma a mal que exprese con tanta franqueza mis repa ros a sus consideraciones? Puede ser que me juegue una mala pasada mi falta de comprensión para la esencia de lo esférico, pero afirmo que esto no tiene aquí nada que ver con el asunto. Hago constatar: la trilogía tiene un tema objetivo que se extiende por las tres partes, suponiendo que se la lea como lo que sí es incontestablemente, a saber, como un libro de his toria, una gran narración de los modos de ser-en-el-mundo en los tres es tadios o estructuras de la civilización: en la era de los cazadores y recolec tores, en la era de los agroimperios y en la era técnica. Respecto a estas modalizaciones del ser-en-el-mundo se muestra que, y por qué, se diferen cian radicalmente. Puesto que si los seres humanos se reúnen en su cam pana lingüística autogenerada en torno a un hogar paleolítico, o si du rante la época agrícola se ponen bajo la protección de murallas comunes, de un protector principesco, con dominio sobre la escritura, y de su clero, con dominio sobre el sentido, o si habitan en el Estado social y massme- diático moderno, en el que el aseguramiento de la existencia fue desdo blado en servicios públicos y opciones privadas de creencia, todo eso arro
ja en cada caso diagnósticos totalmente peculiares de la conditio humana. Cada una de esas situaciones posee perfiles de riesgo propios y genera construcciones de seguridad correspondientes, de las que nos podemos hacer una idea gracias a la historia de la religión y a lajurisprudencia histó rica. Lo que quiero decir es que todo esto entra inequívocamente en el ámbito de cuestiones sustanciales; que pertenecen a la especialidad histo ria de las imágenes del mundo o, si usted quiere, a la ontología empírica. Espero que se me disculpe si afirmo una vez más que reconozco aquí in cesantemente el esquema de la macrohistoria, a pesar de que el autor ha ga uso de él desplazando acentos.
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Me parecen fructíferas las metáforas de la espuma, sobre todo porque presentan los estadios civilizatorios interpretándolos analítico-espacialmen- te: su carácter suelto y evasivo aparece con mayor fuerza que hasta ahora en las formas originarias de las pequeñas sociedades segmentarias; precisa mente como si en la época temprana de la humanidad no hubiera habido otra cosa que rogue States diminutos, grupos autónomos, narcodzados por sí mismos, que intentaban evitar en lo posible el encuentro con extraños. A esa época sigue la de las tribus, pueblos e imperios, cuyo distintivo, aparte de los ordenamientos estrictamentejerárquicos, consiste en su compacidad media: es posible que la guerra, como forma histórica de colisión perse, sea la señal caracterísdca de relaciones interétnicas semicompactas. Finalmen te, con el tránsito a la Modernidad, comienza un experimento con las con glomeraciones altamente compactas, del que hasta hoy sólo podemos decir que pone de relieve rasgos de la matrix antropológica completamente dife rentes de los de todas las formaciones anteriores. Por hablar con el autor, la Modernidad es la era de la cofragilidad creciente, que podría significar á la longueel tránsito al posbelicismo. En sistemas cofrágiles ya no puede ha cerse mucho con ideas como independencia y autonomía. Cuando se esta biliza una compacidad alta, toda la razón hasta ahora soberana, junto con sus conceptos estratégicos, podría reducirse a folclore. No es de excluir que se aproxime una era de la cooperación que disuelva la lógica imperial y de sencante los colectivos políticos tradicionales, los pueblos excitados. Dado que esto son fenómenos que se desarrollan durante largos períodos de dempo, habremos de esperar aljuicio de generaciones futuras. Se verá en tonces cómo les sientan los próximos doscientos años al Estado nacional y a la ficción del pueblo. Quiero dejar como una cuestión abierta la de si re sulta legítimo postular una ley macrohistórica de compacidades crecientes hasta llegar a un supercontexto que encame una espuma final estable; si esa ley se consolidara, sería una prueba de que entre la morfología y la cien cia de la historia están surgiendo relaciones heterodoxas. Piénsese de lejos en la definición de Newton, según la cual los cuerpos son más compactos mientras más intensa sea su inercia. Según ella, la civilización universal sería un estado de inercia altamente integrado, hiperactivo. Quizá haya que afirmar un día que la compacidad es el destino.
Si quisiera reconocer en la obra una cierta energía innovadora, la en contraría, sobre todo, en la circunstancia de que los estadios macrohistó- ricos se conciben bajo puntos de vista inusuales que trascienden las fases.
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Por mucha hondura que alcancen los dos grandes cortes, tanto el neolíti co como el técnico-industrial, a través de todas las metamorfosis siempre queda, como hemos visto expuesto aquí, una perplejidad incesantemente creciente del ser humano a la vista de su nacimiento prematuro, sujuve- nilización, su mimamiento, su necesidad crónica de ilusión. Permanente mente se hace ostensible esa inmadurez privilegiada, que en los círculos filosóficos se llama apertura del mundo o apertura al mundo (he de su poner que con ello se quiere significar ese desplazamiento de canalizacio nes a priori a canalizaciones a posteriori). Según ello, el ser humano sería un monstruo que se educa, es un engendro que aprende. En este contex to tiene sentido para mí la indicación de que el homo sapiens depende no sólo de sistemas de inmunidad biológicos, sino más aún de sistemas de in munidad culturales. Admito que es un desplazamiento sugestivo que en cuentre redefinidas como sistemas de inmunidad civilizatorios las viejas y buenas instituciones con las que nos las hemos de ver diariamente los teó ricos de la cultura. Ya veremos lo que hacen con ello los gremios.
El teólogo: Puedo constatar, efectivamente, que hemos vuelto a llegar a la monstruodicea, tal como la sugerí fugazmente al comienzo. En cuanto se habla de ser humano se introduce lo extrahumano. Hay que añadir que esto corresponde cum grano salís al estado actual de las cosas en mi espe cialidad. En el siglo XX hemos reorientado nuestro conocimiento sobre Dios. Creemos saber que ya sólo puede haber teoría indirecta y modesta de él; ya no se puede hablar de defenderlo del mal del mundo en un pro ceso pomposo. Lo que hacemos, más bien, es exculpar los sistemas ner viosos frente a la no-cerrazón del mundo. Esto no da lugar ni a teología po sitiva ni negativa, sino a una teología desalojada, desaposentada, si usted permite la expresión. Si queremos ser contemporáneos, estamos conde nados al anonimato. Lo que tenemos que decir se ha ocultado en el exilio neurológico, o en el ético-comunicativo e inmunológico. No me extraña ría que un día unjoven autor de nuestra facultad recogiera la pelota que aquí se ha lanzado: esa referencia a la relación entre inmunidad y comu nidad. Vistas las cosas en conjunto, admito que me siento bien con el libro, me provoca de un modo que no me resulta ingrato debido a mi especiali dad. Creo saber por qué: un lector de observancia cristiana-poscristiana no puede hacer otra cosa que sentirse interpelado por la reintroducción del espacio, puesto que el espacio -se había olvidado un tiempo- es la resi dencia de los dioses.
