Las primas más altas las poseen unidades de
vivienda
que unen todas las ventajas-privacy con todas las opciones-arc^ss.
Sloterdijk - Esferas - v3
.
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como ampliación cultual de su cuerpo»444, porque ya no co-utiliza du
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rante más tiempo como sistema de inmunidad personal el universo, su fundamento divino y su supuesta legaliformidad universal. Por eso tampo co tiene ya que equiparar la casa al cosmos; el orden del mundo y el esti lo de vida se separan. Quien, apoyado por los medios, habita en una casa en la Modernidad, ha sustituido los vagos sistemas de inmunidad psico- semánticos de la metafísica religiosa por sus propias células-habitáculo, al tamente aisladas desde el punto de vistajurídico y climático (así como por los sistemas de solidaridad anónimos). La vivienda moderna es un lugar al que prácticamente no acceden nunca huéspedes no invitados. Aquí han de quedar fuera el toxic people, y, si es posible, también las malas noticias. La vivienda se va consolidando como máquina de ignorancia o como me canismo integral de defensa. En ella encuentra su apoyo arquitectónico el derecho fundamental a no-prestar-atención al mundo exterior45.
La vivienda del moderno es la extensión del cuerpo por la que se exhi ben expresamente su preocupación por sí mismo, convertida en hábito, y su posición a la defensiva, transferida al trasfondo. Ella hace explícito que los organismos vivos no subsisten sin procurarse encierro en sí mismos. Con ello la vivienda pasa a formar parte del proceso nuclear de la moder nización: articula la emergencia -o el volverse explícitos- de los sistemas de inmunidad, así como las experiencias de las unidades autorreferentes con asociaciones más grandes (de las que incluso la mayor será mucho más pe queña que el todo). Materializa el hecho de que a la apertura humana al mundo corresponde siempre un apartarse de él complementario.
A la casa inmunitaria por la noche le llega la hora de cumplir su tarea como guardiana del sueño. En tanto conforma el entorno protector del sueño, la casa se convierte en cómplice de las necesidades acósmicas de sus habitantes. Constituye un enclave de ausencia de mundo en el mundo: un integrum nocturno, asegurado por techo y pared, puerta y cerradura. La ca sa, que es una envoltura del sueño, proporciona la prueba más pura de la conexión entre inmunidad y sellamiento de espacio. Encama la unidad de geometría y vida, la utopía tópicamente realizada: como proyección in temporal del interior como ser-todavía-dentro46. Guarda la noche, huma namente conformadora y regeneradora, en la que no se foijan planes pa ra el mundo diurno.
La trascendencia natural de la noche se articula, en primer lugar, en las formas arquitectónicas de los dormitorios, que se ofrecen como entor nos de tranquilidad diseñados. Aquí, el yo-piel se amplía a un yo-cama; ro-
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Japonesa durmiendo en una estera de tatami con aventador, reposacabezas y hibachi (punto de fuego), ca. 1870.
deado por un yo-habitación en un yocasa. El sueño más claro se produce en una ( ( bolla acósmica. En la casa de noche se aloja la falta de casa; tam bién «nosotros, los desapegados», encontramos aún aquí un paraguas so bre nuestras cabezas: un paraguas para el que no hemos de desear, por ahora, que esté lleno de agujeros y abierto hacia el exterior"7. Dado que las nidifit aciones en las cuatro paredes, que se llaman propias, no sirven para el M i n i o de la muerte ni postulan la ascensión al cielo, la casa, que garantiza la inmunidad nocturna, no presenta exigencia alguna de tama ño. No Üemanda ni la construcción faraónica de pirámides ni la edifica ción de catedrales. Quizá la «casa pequeña», por la que se esfuerzan algu nos arquitectos contemporáneos"1', sea ante todo la forma explicativa del t stai-coiisigo nocturno; y, con ello, una respuesta de la arquitectura, para seres humanos históricos, a la cabaña ahistórica. En el centro de la casa pe queña, cósmica, inmunitaria, está la cama: esa simple ayuda técnica del sueño, que ha contribuido más que todo lo demás a la humanización de
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Una caja de cartón como dormitorio: sin techo en los años ochenta.
las noches. Asi, hay mucho que hablar en favor de interpretar «en última instancia» el habitar como prototipo de la posibilitación del sueño cabe sí mismo. En este sentido, la cama es el centro del mundo450. El dormitorio de seres humanos reales no es, «como dice Hegel. . . (un) cristal donde se aloja un muerto»451; tampoco es un árbol de vida gótico, que se eleva has ta el «excelsior orgánico»452; es la envoltura del acosmismo con formato hu mano. En los sin techo puede observarse cómo la necesidad de espacio pa ra dormir se acerca al mínimo; una caja de cartón sobre la cabeza puede valer para señalar la demanda de espacio del durmiente. Del más famoso de los sin techo se ha transmitido este dicho: «Los zorros tienen cuevas y los pájaros bajo el cielo tienen nidos; pero el hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza»451. ¿Qué significa eso? Quien es sostenido por una hiperinmunidad esférica (et non sum solus, quia Pater mecum estM), a la hora de dormir puede renunciar incluso al confort mínimo de los hijos de este mundo; no exige un lecho propio, pero sí un cobertor paradisíaco.
Cuando la casa funciona como donador de techo para la noche se con suma la escena primordial del integrum. Entonces se hace evidente que la falta de mundo es un atributo local. Todo sueño es el sueño de cualquie ra; toda ausencia de conciencia es la ausencia de una conciencia limitada
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a un fragmento de mundo. No hay sueño del mundo porque el mundo no tiene ojos que pudiera cerrar como todo; igual que no hay una casa del mundo en la que todo estuviera consigo45’. La hipérbole directriz de la me tafísica clásica, la presunción de que el cosmos sea una casa, acabó con el paso al habitar explícito. Se reconoce que el reflejo metafísico de buscar inmunidad en lo omnienvolvente fue un lujo que sólo se lo pudieron per mitir los más pobres, los sin hogar y sin seguro de la Antigüedad y de la Edad Media. Los impotentes viven en hipérboles, los fuertes ocupan terri torios y los vuelven a abandonar. Toda vivienda, como punto de apoyo de un poder-vivir finito, genera exclusividad; toda autoafírmación puntual produce interrupciones de comunicación y negación del entorno. Esta es su virtud afirmativa, su egoísmo (su «ego-manía»456), y su diagnóstico nor mal, a la vez. La crisis del alma del mundo pasa a través de las viviendas. Incluso Dios, si es toma de partido por la vida y no una vacía máscara de totalidad457, no puede recoger todo en sí. Estas palabras son duras para el romántico de lo ilimitado. ¿Quién es capaz de escucharlas?
5 La máquina para habitar o: El sí-mismo-espacio movilizado
De lo dicho se sigue el paso al quinto peldaño de explicación de la es tancia por la técnica moderna de la construcción: la definición de inge niero de la vivienda como máquina para habitar. Esta infausta expresión, que Le Corbusier introdujo a comienzos de los años veinte en la discusión sobre la reforma de la arquitectura, depara el concepto clave para una ex- plicitación acomodada a los tiempos de la actividad doméstica de gentes que viven solas en la ciudad y de familias pequeñas movilizadas. En eso no puede cambiar nada la difamación que la crítica sentimental de la arqui tectura ha hecho de esa expresión. Expresión que compendia los modelos técnicos que corresponden al stand del arte en asuntos como estar-consi- go, administración del tiempo, configuración del hábito, diseño del clima, inmunización, gestión de la ignorancia, autocomplementación y co-aisla- miento. En ella se condensa el ataque del siglo XX a las formas tradiciona les de la apatía sedentaria. La demanda programática de 1922 de Le Cor busier perfila el nuevo camino: «La primera obligación de la arquitectura en un tiempo de renovación [. . . ] es [. . . ] la revisión de los elementos esen
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ciales de la casa»458. Creía que el paso más importante en el camino al nue vo espíritu consistía en despertar la «disposición espiritual para la serie»459. La formulación epocal se encuentra en un escrito de comienzos de los años veinte, en el que se dice: «Hay que considerar la casa como una má quina o un instrumento para vivir [. . . ] una casa concebida como un auto y acomodada como un auto o una cabina de barco»460.
La rebelión de los tradicionalistas contra la concepción analídcamente avanzada de arquitectura como preparación de containers móviles para la estancia de seres humanos no se hizo esperar: en 1927, con ocasión de la aportación de Le Corbusier a la exposición arquitectónica en la colonia Weissenhof de Stuttgart, el crítico Edgar Wedepohl encontraba que la vi da en una «denda de nómadas de acero y hormigón» así quizá fuera atrac- dva para intelectuales, pero que no habría que permitir a ese tipo de seres humanos que impusieran sus gustos a la sociedad entera. Ésta seguiría también en el futuro con sus miras puestas en un habitar con derecho a expectativas más sólidas. Las casas del tipo de la máquina para habitar no estarían «trabadas fírme y consistentemente con la tierra. . . arraigadas en el suelo. . . »461.
Si se buscara una prueba de que las aversiones convergen a veces con las penetraciones intelectuales, aquí habría una concreta. A la idea de máqui na para habitar le es inherente el programa de diluir la alianza, aparente mente inmemorial, entre casa y sedentarismo y liberar del entorno el espa cio habitado. A veces este programa enlaza conscientemente con la forma prehistórica de la tienda nómada, que sólo iba acoplada ligeramente a su ambiente. (El recelo de lo doméstico tradicionalista frente a la casa-tienda sólo es sobrepasado por la aversión de estetas conservadores a las preten siones artísticas de la arquitectura moderna, en cuanto que barruntan la transformación del edificio en una gran escultura. ) Lo que Rudolf Am- heim ha descrito como la «dignidad de lo inmóvil»462en la arquitectura tra dicional es víctima ahora del imperativo de la mudanza aligerada. En el cur so de la explicación se ha alcanzado el momento en el que la casa no sólo sigue siendo el lugar de parada en el que los mortales esperan la sazón del producto o la puesta en marcha del proyecto: ha de convertirse ella misma en el vehículo, que, por hablar con Bloch, esté ahí «dispuesto a partir»463. El principio reversibilidad se introduce en la construcción de viviendas.
La máquina para habitar es inequívocamente una concesión del sím bolo de persistencia casa al «carácter absoluto de movimiento del mundo»
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Colonia de nómadas yurtas en Mongolia, 1997.
Steven Brower, U-lown, 1998.
en la época del dinero. Asi como, según Simmel, el significado del dinero reside en el hecho de «que pasa de mano en mano», el de la máquina pa ra habitar, en el hecho de que facilite el traslado, la circulación del mora dor. En tanto que le depara alojamiento aquí, le recuerda ya la salida in minente a otro lugar de emplazamiento, a otro aparcamiento, a otra opción climática. Como el dinero, la máquina para habitar es «actus purus, por así decirlo», continua «autoenajenación fuera de cualquier punto de terminado, y constituye, así, el polo opuesto y la negación directa de todo ser-para-sí»464. La divisa posmoderna, estabilidad por liquidez, ya viene ar ticulada plenamente en la idea de machine á habiter.
Con la casa-vehículo la simetría entre edificar y desmontar se eleva a un ideal pragmático. El edificio se presenta ahora como una hipótesis. Cuan do se edifica con calidad artística articula la pretensión de alcanzar una forma perfecta de provisionalidad; aunque la forma parezca definitiva, la localización sigue siendo revocable. En tales espacios el habitante puede convertirse en un autoestopista de sí mismo; el propietario es un pasajero que hace elegante el compartimiento. La decoración no es nada (porque se orienta a lo sedentario y cómodo), el diseño lo es todo. La objeción de que no esté trabado firmemente con la tierra demuestra adecuadamente la novedad del híbrido casa-vehículo: su estar-ahí no significa matrimonio o enlace alguno con la tierra, sino un simple aparcar en un área sellada. El Lissitzky ha articulado programáticamente en sus escritos de teoría ar quitectónica la tendencia antigrave del nuevo modo de construcción:
Una de nuestras ideas de futuro es la superación del fundamento, de la suje ción a la tierra. . . (esto) requiere la superación de la fuerza de la gravedad misma. Requiere el cuerpo flotante, la arquitectura físico-dinámica465.
Para la ilustración de estas tesis remitía a su proyecto El planchacielos [Der Wolkenbügel], 1924, así como al de Leonidow para un Instituto Lenin en Moscú, cuyo núcleo, junto a un rascacielos-biblioteca para 15 millones de libros, había de consistir en una gran esfera-auditorio para 4. 000 perso nas, flotante en el aire46. El nuevo ser humano surge de la suma de poder soviético más levitación. Las frecuentes alusiones de Le Corbusier al auto móvil y al transatlántico -incluyendo la afirmación futurista de la equiva lencia entre el templo del Partenón y una carrocería perfecta- no son sólo testimonios del amor a la geometría y de la fascinación por abstracciones
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El Lissitzky, El planchacielos, 1925.
platónicas, como podían encontrarse a menudo en los pioneros de la nue va arquitectura; implican la comprensión correcta de la definición de las nuevas casas como vehículos. En consecuencia, hay que entender, en pri mer término, los solares edificados como aparcamientos; o como muelles (una concepción que más tarde se habría de manifestar sobre todo en el caso de grandes complejos residenciales, donde los apartamentos se cons truyeron dispuestos como unidades de containercolocadas unas encima de otras en garajes verticales o cabinas de barco apiladas, no siempre en con sonancia con las necesidades predominantemente sedentarias de una ve cindad que no conseguía reconocerse en la ecuación de aparcar y habitar. Si se quisiera formar un supraconcepto común para las viviendas de nue vo tipo y sus correspondientes vehículos se llegaría a la expresión so- ciomóvil' : coche del pueblo y contenedor de grupo al mismo tiempo.
Para la nueva forma de explicación del habitar el enlace con la idea de vehículo y de container transportable también es de trascendencia porque de ambos análogos se produce la reversión a habitáculos de un solo piso: si no inevitablemente, sí por motivos pragmáticos. Los vehículos no tienen cimientos ni almacén, los contenedores no tienen bodega. Con ello, la ma
chine á habiter rechaza la imposición de entender el habitar desde el residir en una casa, es decir, en una estructura de varios pisos. La unidad autó-
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Carsten Hóller, Casa-comuna, 2001.
noma, analíticamente preparada, de vivienda aparece -casi dogmática mente- como una especie de bungalow apilable, en el que los movimientos de la vida de los moradores han de producirse exclusivamente en hori zontal (excluyendo algunos proyectos más ambiciosos de viviendas de una sola habitación de techo alto con una galería arriba). Por eso es com prensible por qué un amante de la casa, como Gastón Bachelard, se que
jaba de la vivienda moderna de un solo piso, considerándola un desvarío con amplias consecuencias psicológicas. Si la vivienda del ser humano ha de traducir efectivamente su «forma» anímica, su alojamiento en unidades de un solo piso significa el comienzo del final del alma verticalmente com pleja. ¿Puede el alma «expandirse» («no sé nada de ello») mientras haya de contentarse con apartamentos de alquiler? Puede que las ideas de Ba chelard se consideren expresión de nostalgias burguesas; de todos modos, en esto le acompaña Sigmund Freud, para quien, desde el punto de vista topológico, la psique era una configuración de tres pisos. ¿Qué va a suce der con las criptas interiores cuando los contemporáneos de la Bauhaus y de la cultura del bungalow ya no sepan en absoluto qué es un armario en la bodega, en el que se podría tener un cadáver? 468Quizá no carezca de in terés para los desarrollos futuros del psicoanálisis el modo en que se las
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arreglen los seres humanos con la idea de inconsciente cuando ya no ten gan presente la experiencia de una casa con bodega y almacén.
Por el desarrollo posterior del motivo «máquina para habitar» en el si glo XX pudo reconocerse pronto cómo la fórmula, que en el caso de Le Corbusier se quedó más bien en retórica, llevó a materializaciones preci sas en numerosos focos de praxis contemporánea de alojamiento469. Su forma máxima temprana, desde el punto de vista de la técnica ingeniera, aparece en los bocetos de 1927 del joven Buckminster Fuller para su Dy- maxion-House, que, efectivamente, fue la primera auténtica máquina para habitar en el espacio plano que se concibió. En la legendaria conferencia de Fuller ante la Architectural League de Nueva York, enjunio de 1929, su presidente, Harvey W. Corbett, presentó la maqueta de la novedosa casa como el resultado de una reflexión sin prejuicios «sobre ese tipo esmera do de máquina, que responde perfectamente a los propósitos de una vi vienda»470. Permitiría vislumbrar la posibilidad de que «lleguemos a cono cer viviendas como automóviles para viajar», como «una máquina con el valor de reutilización, que puede ser montada en cualquier parte». «Si us ted ha vivido algunos años en una casa así y quiere emprender una gira por Europa, mande una nota a una lavandería; le llamarán, recogerán la casa, la lavarán y limpiarán, la plancharán y volverán a montar, y cuando usted regrese estará en una nueva casa. »471
La casa del ingeniero está sujeta al principio montaje: ya no la cons truirán albañiles, la instalarán montadores. En ella ya no se habita tampo co en el sentido europeo; la casa se rellena con una opción de estancia. Como máquina para habitar es, a la vez, máquina para mudanzas; y de muestra la independencia del contexto. Con esto pierde su validez la tesis neo-ontológica de que una casa constituye un punto medio artificial entre ser humano y naturaleza, que, por su esencia, habría de actuar concilia doramente472. La casa movilizada piensa tan poco en la reconciliación de su habitante con el entorno como un automóvil en la reconciliación del conductor con la carretera. Donde antes había naturaleza, ahora es preci so que haya infraestructura.
La conferencia de Fuller comienza crítico-temporalmente («[. . . ] lle gué a la conclusión de que la construcción es responsable de casi todos nuestros males»473; «En el modo de habitar hoy día. . . las mujeres están mu cho más esclavizadas que en su dempo las tripulaciones de las galeras ro manas»474) y acaba con la alabanza de la estandarización y del pensar en se-
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R. Buckminster Fuller ante la segunda maqueta de la Dymaxion House, 1929.
ríe, incluso con la apoteosis de la movilidad: ahora se trata de levantar con secuentemente la casa del suelo. El nuevo edificio, que sirve a la improvi sación plausible de un espacio de vida para seres humanos móviles, ha de ser colgado de un mástil central, descartando, con ello, la estática tradi cional y despidiendo las tradiciones cúbicas, junto con el dogma de los án gulos rectos en paredes, ventanas y puertas. La casa flotante sólo perma necería en contacto con la tierra por el anclaje del mástil, sin que, por ello, a pesar de su ligereza de peso, hubiera de renunciar a la estabilidad fren te a tormentas y seguridad ante terremotos. (Recordemos que cuatro me ses después, en octubre de 1929, en sus conferencias de Buenos Aires, Le Corbusier encomiaba expressis verbis la casa levantada de la tierra y coloca da sobre pilotes [pilotis], la boite en l yair»TM\ un decenio antes, el poeta ruso Velimir Chlebnikow, muerto en 1922, en sus propuestas radicalmente cons- tructivistas había demandado: «Construir casas en forma de enrejado, en las que puedan encajarse casitas de cristal transportables»4TM. )
La casa proyectada por Fuller había de agradecer su estabilidad a un entramado novedoso, integrado preponderantemente por esfuerzos de tracción: una referencia temprana al concepto de tensegridad, con el que
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Dymaxion Deployment Unit (DDU), 1940, Cocina-Modelo de un alojamiento de emergencia a la espera del bombardeo de ciudades británicas.
Fuller se convirtiría en el fundador de una estática trans-clásica; para el amarre de las cargas se utiliza alambre de cuerda de piano, extremamen te resistente; además, de los apuntalamientos adicionales se ocuparían tu bos de metal y de goma bajo presión de aire («[. . . ] Casi podrían dejar que un avión volara dentro sin que la ventana se rompa»47) . Suelos rellenos de aire amortiguan el sonido y recogen suavemente a niños que caen. Puer tas compuestas de seda de globo, hinchable, se abren y cierran mediante mecanismos neumáticos. Ya no hay trasteros ocultos; ni separaciones de es pacio que transmiten el mensaje: no has de pasar por aquí, caerte. Los mo vimientos-mdoor de los habitantes se tipifican y opriman económicamen te; todos los pasos y maniobras en el entorno, detalladamente calculado, cuentan ya con la necesidad de los sujetos-dymaxion de eficiencia y ahorro de energía.
Además, por el tipo ligero de su estar-ahí y por su ágil agregación de formas análogas, la casa se convierte en un alegato en favor de la disolu ción de la vieja ciudad colectivizante, más aún: en un fanal para la des centralización de la república, para la desescolarización de la sociedad y, no en último término, para la auto-enseñanza de los niños-dymaxion, de aquella primera generación de visitantes provenientes del futuro que «no son niños no-hagas-eso»478. (Imposible no reconocer aquí el influjo de Frank Lloyd Wright. ) Además de esto, la nueva casa se presenta como una máquina para la emancipación del ama de casa. Si la vivienda tradicional significaba para ésta un auténtico banco de galeras y un irremisible entor no de estrés, la nueva se transforma en una amplia ayuda técnica para las tareas domésticas; tanto fuera como dentro está orientada al aligeramien to. La emancipación se ayusta a la levitación; ambas son comprobables con la balanza. «El peso total de la casa asciende aproximadamente a 6. 000 li bras. Los costes de los materiales utilizados comportarían, según estima ciones actuales, unos 50 céntimos por libra. »479
Por su alianza con la movilidad, el nuevo modo de habitar ha de con ducir, según Fuller, a una ruptura saludable con la psicología tradicional de las «masas» ciudadanas. La casarDymaxion ha de convertirse en el medio de transporte de un ser humano que quiere saber que ha dejado tras de sí los últimos vestigios del feudalismo europeo y, con ellos, el dogmatismo de los fundamentos y la creencia en la importancia de los muros que les ca racterizaba. Por eso, el nuevo estilo de habitar se convirtió en un medio de «demanda de movimiento»480. (En On the road, Kerouac formulará una ge
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neración más tarde que la «única función noble de nuestro tiempo» con siste «en estar en movimiento». ) En una época en la que por las carreteras de Estados Unidos apenas circulaban 20 millones de automóviles, Fuller soñaba con guarnecer el país con hasta 100 millones de casas-Dymaxion. Más tarde declaró que nunca había creído en la realización de su proyecto.
La vinculación entre casa y vehículo en la utopía-hábitat de Buckmins- ter Fuller no se limita a virtudes de movilidad. En realidad, el proyecto-Zty- maxion implica ya la tendencia concreta a la sub-urbanización de las ciu dades, sin la que es difícil entender la moderna sociedad de consumo de masas, sobre todo en su variante americano-estadounidense. Desde los años treinta del siglo XX, en la cultura de masas, impulsada por celos y ri validades, los escenarios primarios de consumo o células de comida rápida -para tomar nuevas fuerzas coyunturalmente- son los hogares unifamilia- res en los suburbios, que sólo por motorización podían estar conectados con los centros comerciales. El proyecto de Fuller profetiza exactamente, pues, aunque de forma inteligentemente distanciada, las tendencias de ha bitáculo y estilo de vida, que comenzaron a imponerse, así y todo, a partir de su tiempo: aboga por una casa, toda ella proyectada como máquina de confort y cuya primera virtud consiste en dejar a sus habitantes las manos libres para el consumo. La variante fulleriana del utopismo pertenece a las múltiples manifestaciones de aquella «conjura contra la ciudad» que, según el diagnóstico del urbanista Richard Plunz de la Columbia Univer- sity, Nueva York, caracterizaba el sino de las ciudades desde la crisis econó mica y su disolución en el New Deal481.
La historia de las formas arquitectónicas del siglo XX muestra, ahora, que la interpretación de la casa como vehículo no quiso desarrollarse en la dirección que habían señalado los contenedores colgantes de high tech de Buckminster Fuller. Cuando la vivienda y el automóvil se unieron efec tivamente, surgieron, por un lado, las autocaravanas, como unidades inte gradas por microbuses y containers amueblados, o bien las caravanas remol cadas por automóviles; por otro lado, se formaron (sobre todo en Estados Unidos, partiendo de prototipos de mitad del siglo XIX482) numerosas sub culturas de mobil homes, casas completas, levantadas de sus cimientos, que podían ser llevadas en camiones articulados a nuevos emplazamientos, donde, tras cortos trabajos de instalación de los empalmes de corriente, agua, canalización y telecomunicación, podían volver a funcionar inme diatamente como unidades autónomas de vivienda. La casa móvil se defi
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ne como mónada arquitectónica ambulante, que se ha hecho congenial con su habitante, porque tanto la casa como su dueño remiten a la liber tad de elección del contexto. Representa un container desterritorializado, que no demanda ni aguanta vecindades esenciales. Tampoco la coexisten cia se escapa a la explicación: comuna y entorno pueden separarse una de otro como sexualidad y procreación. El concepto de cercanía se emancipa de su interpretación espacial trivial, mucho tiempo antes de que internet creara un nuevo modo de televecindades483. A veces, cuando un tomado destruye una colonia-mobil home en Florida u Oklahoma, en imágenes tele visivas se ve a los dueños que estánjunto a los restos de sus casas como con ductores de automóviles que se hubieran visto implicados en una colisión masiva en una autopista.
La explicación del habitar por analogías con el vehículo se ha llevado a cabo una segunda vez, por decirlo así, a la sombra de la vanguardia: en un espacio sin teoría y sin arte: la miseria analiza a su modo las estructuras elementales del habitar. En un mundo en el que la huida y la deportación se convirtieron en fenómenos masivos, hubieron de ensayarse en gran es cala y en gran número improvisaciones de habitáculos provisionales. Así apareció el mundo de los campos de concentración, que, en cualquier ba lance que se haga del siglo XX, habrá que contar siempre entre sus sínto mas principales. Ellos constituyen el compromiso maligno entre movilidad no deseada e inmovilización forzosa. Y sin embargo: incluso con el mini malismo de sus barracones, este tipo de alojamiento se somete al impera tivo antropológico del habitar. A pesar de sus diferentes grados de dureza, los mundos de campos pueden compararse unos con otros como lugares de apiñamiento de «seres humanos superfluos», donde se experimentan reducciones de la cultura del habitar a dotaciones elementales y provisio- nalísimas. Aquí queda claro que la reducción del espacio de habitamiento hasta un container casi vacío no tiene por qué ser una finura estética. La chocante anotación de Flusser: «se habitaba en Auschwitz» es una frase descriptiva; articula un valor límite de la estancia en una máquina para ha bitar que sirve de sala de espera de la muerte. Como el tiempo existencial sin cualidad fue explicitado en los años veinte del siglo XX como ser-para la-muerte, así, desde los años cuarenta, la estancia-en-algo sin cualidad, co mo ser-en-el-container.
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6 Management de direcciones, emplazamiento de consumo, regulación del clima
En tanto que el «habitar» en un campo de concentración substrae a los ocupantes la libre elección del lugar y aniquila a la «persona» autónoma, aparece ex negativo una nueva dimensión de la estancia explicitada: por afirmación del ser-ahí a un lugar determinado el habitar se define y des pliega como un residir. Elegir una residencia significa comprometerse con el mantenimiento de una dirección; tiene una dirección quien se afirma como remitente y está a disposición como destinatario. En ambos aspectos el habitante moderno invierte una parte de sus energías en el lugar de re sidencia como lugar de empresa. Con ello, el poseedor actual de una di rección sigue un hábito de la aristocracia de la antigua Europa, que esta ba dispuesta a pagar casi cualquier precio por un privilegio de residencia. Educados en la atención celosa a denominaciones de origen y auras de nombres, era inmediatamente evidente para los nobles que la dirección es el mensaje. También bajo premisas capitalistas la afirmación del lugar y del rango por la exhibición de una dirección sigue siendo un objetivo empre sarial provechoso, puesto que juega con el comodín entre los valores de la sociedad movilizada, la accesibilidad, tanto en forma activa como pasiva484.
La vivienda moderna se define como dirección cuando hace accesibles a sus habitantes para servicios, entregas, ofertas en red y cuando les pone a mano los medios para actuar como remitente de encargos y mensajes. El domicilio es una inversión primaria, por la que los actores del mundo de negocios demuestran su capacidad para ellos y su pretensión social. Como inversión en un lugar social, la dirección es una parte del capital fijo. Mientras con mayor claridad se perfila el valor de residencia del habitar, mayor motivo tienen quienes ofrecen housingfacilities para recomendar sus objetos desde el punto de vista de su capacidad de tráfico.
Las primas más altas las poseen unidades de vivienda que unen todas las ventajas-privacy con todas las opciones-arc^ss. Donde se ofrece esto, la residencia es a la vez una egosfera perfectamente aislada y un punto fácilmente accesible en la red de múltiples on-line-communities. Es un punto de conexión para oscu recimiento del mundo exterior y admisión de realidad on demand. A la vis ta de tales disposiciones el refinado giro de «casa inteligente» significa al go más que una frase de propaganda. El habitar explicitado en dirección a la inteligencia hace de la vivienda una agencia: emplazamiento y encru
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cijada para agentes, programas artificiales negociadores, que interaccio nan con consumidores finales humanos485.
Bill Gates llamó a su proyecto habitacional Cyberhome, en las cercanías de Seattle, una «casa (casi)omnisciente»486. Construida de cristal, madera y silicio, ha de servirles a él y a su mujer, en primer término, de máquina de relajación, dotando a su ambiente común de un máximo de «posibilidades de entretenimiento». Intelligent toys hacen de la casa un entorno de expe riencias. Quien anda por la villa de Gates se mueve en una envoltura electrónica que en cada momento le posiciona y le introduce en un aura personalizada de luz, música y opciones operativas. La casa sabe continua mente todo lo que ha de saber sobre el visitante para estar disponible pa ra él. Como un submarino digital, está dispuesta día y noche a reproducir, a satisfacer deseos del habitante, todas las canciones en las que aparezca la palabra yellow. En las paredes hay incrustados monitores que ponen a disposición del observador cualquier imagen del archivo de la historia uni versal del arte. «Habitar significa. . . tener acceso. »487
Notemos que las condiciones habitacionales post-agrarias y ya no arte- sano-gremiales se distinguen casi generalmente porque están construidas (al menos para la parte asalariada del hogar) sobre la separación de lugar de trabajo y vivienda. Aquí aparece un nuevo aspecto del habitar explici- tado, por el que se le determina expresamente como no-trabajar. En la ter minología de la economía política las actividades de ese ámbito se habían transcrito como «reproducción de la mercancía fuerza de trabajo». La so ciología de la sociedad de sensaciones pone el acento, por el contrario, en el habitar contemporáneo como medio para la representación y regene ración de identidad; así como en el papel de la vivienda como campa mento base para incursiones en la escena de las sensaciones. La vivienda se cualifica cada vez más inequívocamente como el lugar en el que los in dividuos se entregan a su vocación de autorrealización en la inmanencia pura. Autorrealización es una expresión camuflada para autoconsumo. El acontecimiento más relevante de la vida se determina aquí como flujo in centivado de sensaciones o vivencias; es decir, como acumulación y derro che de diferencias disfrutables en el fluir del tiempo. Viviendas son em plazamientos para empresarios de sensaciones, es decir, «máquinas de
deseo, que maximizan sensaciones por unidad de tiempo»48.
Finalmente, la cultura moderna de la construcción ha conseguido que el contenido físico casi inobjetivo de todos los edificios, el aire encerrado,
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Shigeru Ban, Curtain Wall House, 1995.
haya podido convertirse en un tema suigeneris. El aire constituye, en la pre sentación que hacemos, el último aspecto de la cultura habitacional expli- citada de la Modernidad. Puede aventurarse la tesis -sobre el trasfondo de las explicaciones que hicimos con respecto a los invernaderos4*'- que todas las viviendas contemporáneas no sólo tienen instalaciones climáticas (en nuestro grado de latitud en forma de calefacciones, en zonas más al sur en forma de sistemas de refrigeración del aire, además), sino que son instala ciones climáticas. Llama la atención que el fenómeno air <onditioning no haya despertado el interés de los historiadores de la cultura y sociólogos
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hasta ahora. Sólo esporádicamente aparecen referencias al significado so bresaliente de la refrigeración del espacio de vivienda y trabajo para la apertura a la civilización de las zonas más cálidas y tórridas de la Tierra. El historiador David S. Landes deduce enfáticamente los desplazamientos de población en Estados Unidos hacia el sur y el establecimiento de industria en esas latitudes del uso extensivo del air conditioning490. Aquí se impone la aguda observación de Hegel sobre la inutilidad del aire natural para fines humanos491. Por lo que respecta a los arquitectos de la Modernidad, no só lo se hicieron conscientes de su responsabilidad por el confort psicosocial de una unidad de vivienda -recuérdese el concepto de «ventilación psí quica» de Le Corbusier-, comprenden también cada vez más que su pro ducto posee,junto con la estructura arquitectónica visible, una realidad at mosférica de valor propio. El auténtico espacio habitable es una escultura de aire que sus habitantes atraviesan como una instalación respirable. No pocos entre los grandes arquitectos del siglo XX aprovecharon, en este sen tido, el giro de su arte hacia el modo de pensar macroescultural492. En la medida en que los cuerpos de construcción se vuelven a entender como magnitudes plásticas espaciales, se acrecienta la percepción de los espacios huecos (les creux) como realidades con valor propio, que demandan tam bién configuración. E igual que desde el siglo XIX se construyen los inver naderos sólo a causa del clima que ha de reinar en ellos, algunos de los maestros más importantes de la creación de espacio en el siglo XX se de cantan por un arte explícito del aire y el clima.
A la vista de las prácticas de habitamiento del siglo pasado salta a la vis ta el hecho de que la definición práctica de la máquina para habitar -ya a causa de las relaciones numéricas- había de convertirse más bien en asun to de bricoladores que de arquitectos. La implantación masiva de machines
á habiter se lleva a cabo -si se prescinde, por el momento, de la construc ción de colonias dirigida centralistamente en el socialismo- en los barrios miserables inflacionarios, situados al borde de las grandes ciudades del -así llamado después de 1950- Tercer Mundo, donde surgieron gigantes cos pueblos de superficie amorfo-aditivos, cercanos al punto cero arqui tectónico, improvisaciones con materiales casuales como hojalata, cartón, paja, barro y madera, a menudo sin acceso a mínimos servicios urbanos de apertura como electricidad y canalización, receptáculos construidos por uno mismo para el dominio del estado de excepción permanente, testi monios tanto de la indestructibilidad de la necesidad humana de habi-
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Guillaume Bijl, Heating stand, 1990.
táculo i orno de la creatividad arquetípica, con la que, aun bajo las condi ciones más precarias, se manifiesta el anhelo de la cabaña, de esa primera articulación arquitectónica de la exigencia de interior. En tales formas se muestra que la asociación moderna de hogar y movimiento no sólo se efectúa bajo el signo del viaje. Más bien es la huida la que obliga a los se res humanos a inventar incesantemente nuevos compromisos entre mora da y meívilidad. La huida detenida de innumerables desarraigados crea cir cunstancias en las que la ecuación neolítica entre habitar y esperar vuelve a entrar en vigor de modo inesperado. Si en alguna parte tiene sentido empírico la expresión especulativamente superforzada de final de la his toria, en ninguna como a la vista de estos fenómenos. Quien ha aterrizado
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en ciudades de chabolas, favelas, bidonvilles, vive en la casi-imposibilidad de tener un proyecto, o un pasado que promocionara un futuro. En esos lu gares de parada para seres humanos desorientados y desheredados sí se ha roto el viejo balance campesino entre paciencia y expectativa; aquí sólo do mina ya la esperanza difusa de la llegada de ayuda extraña, sin la perspec tiva de un producto que va madurando por sí mismo, que libera y permi te llevar una existencia en tiempo propio.
B. Construcción celular, egosferas, autocontainer
Para la explicación de la existencia co-aislada
por medio del apartamento
He aquí que llega la hora, y ya es llegada, en que os dispersaréis cada uno en lo suyo. . . Evangelio según sanJuan 16, 32
Quien estudia la historia de la arquitectura reciente en su conexión con las formas de vida de la sociedad mediatizada reconoce inmediata mente que las dos innovaciones arquitectónicas con mayor éxito del siglo XX, el apartamento y el estadio deportivo, están en relación directa con las dos tendencias sociopsicológicas más amplias de la época: la liberación de individuos, que viven solos, mediante técnicas habitacionales y mediáticas individualizantes, y la aglomeración de masas, igualmente excitadas, me diante acontecimientos organizados en grandes construcciones fascinóge- nas. No hacemos hincapié, por el momento, en que la síntesis afectiva e imaginaria de la «sociedad» moderna se produce más bien por medios de masas, es decir, por integración telecomunicativa de no-reunidos, que por reunión física, mientras que la síntesis operativa se regula por relaciones de mercado.
1 Célula y burbuja de mundo
El apartamento moderno -del que se habla en la bibliografía también como vivienda de una habitación o, con mayores pretensiones, como vi vienda de un espacio49*- materializa la tendencia a la formación de células,
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en la que se puede reconocer el análogo arquitectónico y topológico del individualismo de la sociedad moderna. Para la interpretación de las aspi raciones individualistas conformémonos en este lugar con una constata ción que ya anotó Gabriel Tarde en los años ochenta del siglo XIX: «El ser humano civilizado de hoy aspira propiamente a la posibilidad de renun ciar al apoyo humano»494. En el desarrollo de la construcción de aparta mentos puede comprobarse que nada requiere más condiciones que la ex pectativa aparentemente natural de que a una persona le corresponda al menos una habitación o a una cabeza una unidad de vivienda. Así como el modernismo soviético se condensó en el mito de la vivienda comunal, que había de actuar como cuño del Nuevo Ser Humano, apto para lo colecti vo, así se concentra el modernismo occidental en el mito del apartamen to, donde el individuo liberado, flexibilizado en el flujo del capital, se de dica al cuidado de las relaciones consigo mismo.
Definimos el apartamento como forma egosférica atómica o elemental, y, en consecuencia, como burbuja celular del mundo, de cuya repetición masiva surgen las espumas individualistas. A esa determinación no va uni da valoración moral alguna; no contiene concesión alguna a la crítica cató lica y neoconservadora del tiempo, que sobre la tendencia contemporánea a la cultura-single no tiene nada que decir que fuera más allá de los estere otipos del reproche agustiniano de indiferencia y egoísmo; nueva es sólo la mordaz sugerencia de que el egoísta moderno, la egoísta moderna, es tarían abonados al Daily Me. También nos mantenemos aparte del hecho de que se introduzcan conceptos como el de un «mínimo espacial de exis tencia»; hablar de un mínimo resulta, prácticamente en todas partes don de se hace, una descripción fallida de la idea de célula-hábitat o de átomo- «mundo de la vida», en torno a cuya definición da vueltas la pasión de la reflexión moderna sobre el habitar.
Para acercarse al fenómeno apartamento hay que percibir su estrecha conexión con el principio de la serie, sin el que no puede pensarse el trán sito del construir (y del producir) a la era de la fabricación y prefabrica ción masivas495. Así como, según El Lissitzky, el constructivismo represen taba el punto de trasbordo de la pintura a la arquitectura496, así el serialismo, el punto de trasbordo entre elementarismo y utopismo social. En el serialismo, que regula la relación entre la parte y el todo mediante una estandarización exacta, de modo que se hacen posibles la fabricación descentralizada y el montaje centralizado, está la clave de la relación, ca
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racterística de la Modernidad, entre célula y unión de células. Así como el desarrollo de la célula tiene en cuenta el espíritu del análisis, en cuanto que consuma el retroceso al nivel elemental, la construcción de casas so bre la base de tales elementos significa una combinatoria o, mejor, una forma de «construcción orgánica», con la finalidad de crear, a base de mó dulos, conjuntos sostenibles arquitectónica, urbanística y económicamen te. El hecho de que el apilamiento de numerosas unidades celulares en un complejo arquitectónico intentara, desde un principio, algo más que una adición casual o mecánica de unidades elementales, muestra la gran va riedad de formas constructivas, con las que los arquitectos de la Moderni dad han respondido a la provocación de la construcción modular. De los planos de 1922 de Le Corbusier para una casa-villa, inundada de luz por to das partes, así como de sus proyectos de rascacielos en forma de cruz (1925), en forma de estrella (1933) y en forma de rombo (1938), sale un ca mino lleno de bifurcaciones que conduce a los apilamientos esculturales de células en estructuras semejantes a cajas de construcciones, como por ejemplo la Nakagin Capsule Toxveren Tokio, de 1972, del japonés Kisho Ku- rokawa. La aglomeración vertical de unidades-cápsulas se convierte aquí en un fenómeno estético con valor propio. Otros arquitectos han apilado los módulos-vivienda en formas semejantes a una seta o a un árbol. Sobre plantas en forma de flor se elevan sesenta pisos, las dos torres de aparta mentos de Marina City, en Chicago, con sus característicos balcones abom bados. Aunque los complejos mayores se forman necesariamente por la adición de unidades elementales y ocasionalmente se presentan como si fueran meros apilamientos, siempre poseen ciertos valores idiosincrásicos macroesculturales; de todos modos, la sintaxis de una casa de apartamen tos prohíbe la mera apilación de unidades, porque éstas no funcionarían ni serían accesibles sin comunicaciones a través de pasillos, escaleras, as censores y sistemas de conducción.
El apartamento como célula de vivienda representa el plano atómico en el campo de las condiciones de hábitat: así como la célula viva en el or ganismo constituye el átomo biológico y, a la vez, el principio generativo
(Swammerdam en el siglo XVII: Omne vivum e vivo; Virchow en el XIX: Om- nis cellula e cellula), la construcción moderna de apartamentos desarrolla el átomo-hábitat: la vivienda de un espacio, con el habitante que vive solo, co mo núcleo celular de su burbuja privada de mundo. Por el regreso a la uni dad celular se lleva el espacio habitable mismo a su forma elemental. Mo-
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Kisho Kurokawa, Nakagin Capsule Tower, Tokio, 1972.
dificando una expresión de Gottfried Semper, se podía llamar a ésta «in dividuo espacial»497. No es casualidad que la arquitectura de apartamentos se desai rollara en simultaneidad histórica con las fenomenologías de Hus- serl y Heidegger: tanto aquí como allí se trataba del anclaje del individuo reflexivo en un medio de mundo radicalmente explicitado. La existencia en una vivienda unipersonal no es otra cosa que el ser-en-el-mundo en un caso particular o la re-sumersión del sujeto, antes aislado a propósito, en su llamado «mundo de la vida» bajo una dirección o domicilio espacio-
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Marina City, Chicago.
temporalmente concretos. La nueva conciencia de la vivienda de los ar quitectos y el descubrimiento preciso por parte de los filósofos de las pre misas mundanas del ser-ahí sumergido son antídotos simultáneos y actua les contra la ceguera frente a la situación, inveterada en la cultura de la racionalidad de la antigua Europa.
La re-aproximación moderna del concepto arquitectónico de célula al de la microbiología no sucedió, por lo demás, sin cierta legitimidad histó rica: cuando el físico británico Robert Hooke, en su obra Micrographia, 1665,
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Lavadoras colgantes.
introdujo el concepto biológico de célula para describir la disposición com pacta, descubierta al microscopio, de espacios vacíos delimitados en un tro zo de corcho, se dejó inspirar por la analogía con las filas de celdas mona cales de un convento. Con el acceso de la arquitectura moderna a la idea de una unidad de vivienda, reducida ideal y arquetípicamente, el concepto de célula [o celda], tras su exilio productivo en la microbiología, regresa a su punto de partida; cargado con una plusvalía de precisión analítica y mo vilidad constructiva. La célula-vivienda emancipada formula todo un pro-
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Robert Hooke, Micrographia, Londres 1665.
Un trozo de corcho visto a través de un microscopio.
grama de condiciones arquitectónicas y sanitarias mínimas de autonomía, que tienen que cumplirse para que pueda valer como formalmente satis fecho el estado de cosas que requiere el poder-vivir-solo. En consecuen cia, en un apartamento completo tienen que estar a disposición los me dios para un ciclo circadiano de cuidado de sí mismo: sitio para dormir, baño, WC, sitio para cocinar, mesa para comer, depósito de ropa, aire acondicionado o calefacción, toma de corriente, buzón para el correo, teléfono, cable para los medios o antenas; por ello, como muestra el baño como célula húmeda, la célula-hábitat está compuesta, a su vez, por uni dades celulares.
La burbuja individual en la espuma habitacional constituye un container para las relaciones consigo mismo del habitante, que se instala en su unidad
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de vivienda como consumidor de un confort primario: a él le vale la cápsu la vital de la vivienda como escenario de su autoemparejamiento, como sa la de operación de su autocuidado y como sistema de inmunidad en un campo, contaminado, de connected isolations, alias vecindades498. Desde estos puntos de vista, el apartamento es una copia material de aquella función su- rreal de recipiente que hemos descrito como receptáculo autógeno49.
El carácter aphrógeno de los apartamentos surge (en el plano de la ar quitectura construida) del hecho de que la «vivienda de un espacio» se en cuentra habitualmente en casas dispuestas según un plan general como agregados de unidades habitacionales tipificadas. La casa de apartamentos
(o la unité d ’habitatiori) representa un cristal-espacio social o un cuerpo de espuma rígido, en el que están apiladas o amontonadas unas sobre yjun to a otras una multiplicidad de unidades; y esas formas comparten con las espumas lábiles el principio del co-aislamiento, es decir, de la separación de espacio por paredes comunes. De ahí surge un problema de vecindad, característico de casas de apartamentos de tipo más antiguo: el insuficien te aislamiento acústico, por el que se desmiente, de modo no grato, la ilu sión de autonomía de la célula habitacional. Como co-aislador, la pared común es responsable de que los recíprocamente aislados no alcancen a menudo suficiente inmunidad acústica. En la espuma social, el efecto-isla, que toda célula individual reclama para sí, se pierde por la compacidad de la acumulación de células. La consecuencia son comunicaciones no gratas. Partiendo de esta constatación, la reciente arquitectura de casas de apar tamentos ha reconocido la necesidad de su tarea de limitar en lo posible el estrés de coexistencia de las unidades-connected isolation. Cuando esto no se soluciona, las casas de apartamentos se manifiestan a menudo como in cubadoras de patologías sociales, para las que Le Corbusier proporcionó ex negativo la fórmula, cuando hizo notar que lo que importa en una edifi cación es la «ventilación psíquica». Una unidad de vivienda arquitectóni camente lograda no sólo representa un trozo de aire cercado, sino más bien un sistema psicosocial de inmunidad, que es capaz de regular, según convenga, el grado de su impermeabilización hacia fuera. «Ventilación psíquica» implica que en las unidades inmunes aisladas se infiltra un háli to de animaciones comunitarias. Cuánto puede llegar a faltar esto lo mues tran las tristemente célebres ciudades-satélite de la época posterior a la Se gunda Guerra Mundial, que tendían a dejar indefensos a sus habitantes y a ahogarlos psicosocialmente a la vez. La tristemente célebre voladura de
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Pruitt-lgoe antes de la voladura en el año 1972.
los edificios elevados de Pruitt-lgoe en el centro de la ciudad de Saint- Louis el 15 de julio de 1972 -una fecha que el historiador de la arquitec turaJencks evaluó como la hora cero del posmodernismo- hay que com prenderla, en primer término, como declaración inmunológica de bancarrota del modernismo vulgar en la arquitectura.
Que la adición masiva de unidades celulares tenga por sí misma am plias implicaciones sociológicas o, mejor, sociomorfológicas, es una obser vación que alcanza retrospectivamente hasta el siglo XIX. Karl Marx, en un conocido pasaje de su estudio El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, de 1852, muestra los fundamentos político-económicos de la dominación na poleónica, subrayando que, con su dictadura popular, Bonaparte repre sentaba a una clase y sus necesidades aún no suficientemente articuladas: «la clase más numerosa de la sociedad francesa, los labradores de parcelas»500. Lo que Marx pone de relieve en esta «inmensa masa, cuyos miembros vi ven en la misma situación, pero sin entrar en relación diversa unos con otros»501, es, sobre todo, su dispersión y su incapacidad de deducir un in terés común de la semejanza de su situación:
Su modo de producción los aísla unos de otros, en lugar de ponerlos en con tacto recíproco. El aislamiento lo fomentan los malos medios de comunicación
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franceses y la pobreza de los campesinos. Cualquier familia de campesinos aislada se basta casi a sí misma. . .
La parcela, el campesino y la familia; al lado, otra parcela, otro campesino y otra familia. Un gran número de unidades así constituye un pueblo, y un gran nú mero de pueblos constituye un departamento. Así, la gran masa de la nación fran cesa se forma por simple adición de magnitudes homologas, como un saco de pa tatas, por ejemplo, forma un saco de patatas502.
El contexto deja claro que Marx argumenta aquí como fenomenólogo de la espuma ante litteram, en tanto que a las unidades simétricas de las multiplicidades campesino-parcelarias las considera reunidas en un colec tivo configurado aditivamente: las expresiones pueblo, departamento y sa co de patatas deparan metáforas inequívocamente aphrológicas para aglo meraciones estructuralmente débiles de células. Ellas han de ilustrar que una configuración de ese tipo es incapaz tel quel de manifestar toma de pos tura o subjetividad de clase, y por qué; con lo cual, según el punto de vis ta de Marx, sólo una clase «revolucionaria» y llena de voluntad de poder estaría en situación de responder a sus propios intereses políticos e inmu- nitarios. En estas consideraciones se perciben inequívocamente ecos de pensamientos estructurales de Hegel, por mucho que el autor de las Líneas
fundamentales de la filosofía del derecho se hubiera mofado de la idea de que un «simple montón atomista de individuos» (§ 273) pudiera lograr por sus propios medios una existencia ordenada jurídicamente o incluso una constitución. Un «montón» penetrado de conciencia de clase, sin embar go, habría recorrido ya la mitad del camino, al menos, hacia una constitu ción razonable. Sobre la longitud del camino no se hace apenas ilusiones el autor de El dieciocho brumario; echa una dura mirada a las condiciones que en el interior de cualquier unidad aislada del universo de parcelas procuran obnubilación y aislamiento:
La propiedad parcelaria [. . . ] ha transformado en trogloditas a la masa de la na ción francesa. Dieciséis millones de campesinos (incluidos mujeres y niños) habi tan en cuevas, una gran parte de las cuales sólo tiene una abertura, la otra sólo dos, y la privilegiada sólo tres aberturas. Las ventanas son en una casa lo que son los cin co sentidos para la cabezaTM.
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Si había un motivo para constatar la «idiocia de la vida del campo», és te era, materialiter, el escaso número (condicionado también por los im puestos franceses por las ventanas) de aberturas en los cobertizos de los campesinos; formaliter, los aislamientos, que impiden que los habitantes de las parcelas lleven a cabo el tránsito del modo de ser de una clase en sí al de una clase para sí. Ausencia de ventanas representa escasez de comuni cación, ilustración y solidaridad. Desde este punto de vista, los campesinos parcelarios constituyen un para-proletariado; como el proletariado indus trial, se enfrentan a la tarea de pasar de un modo de existencia aislado y apolítico a uno organizado, políticamente virulento. Esto equivale al pro grama de transformar el «saco de patatas» en el partido, o, por hablar ur banistamente, a la exigencia de transformar la aglomeración de las cuevas encerradas en sí mismas en una colonia nacional de trabajadores, comu nicativamente insuflada, sí, incluso en una vivienda comunal internacio nal, extensiva a la clase. Donde antes había cuevas aisladas han de surgir ahora movimientos políticos, sindicatos militantes, alianzas para la lucha de clases, conscientes de sus intereses: espumas solidarias, diríamos noso tros, y con el fin, además, de expresar que, en sentido sistémico, los muy citados trabajadores no son ni un sujeto histórico ni una «masa», sino una alianza inmunitaria. El discurso marxiano se funda en el supuesto de que con la expresión «clase» se describe el auténtico formato colectivo del campesinado parcelario y que, por eso, con el surgimiento de la «con ciencia de clase» y de una correspondiente política de intereses agresiva o «revolucionaria», podía conseguirse la ventaja decisiva de inmunidad para los pertenecientes a esa «clase».
Aquí se muestra cómo la teoría socialista del siglo XIX descubrió el te ma epocal (que no consiguió precisar, sin embargo, a causa de falsas de cisiones conceptuales previas): aquel ensamblaje de inmunidad y comuni dad, en el que desde siempre se lleva a cabo la «dialéctica» o la interacción causal circular entre lo propio y lo extraño, lo común y lo no-común. En el concepto contaminado e irrecuperable de conciencia de clase se sigue ocultando una referencia, no pensada hasta el final, a que, precisamente en la era de creciente individualización, parcelación y oportunidades de aislamiento, lo que puede importar a las células individuales es solidari zarse con una unidad mayor de gentes situadas al mismo nivel, con el fin de optimizar su representación de intereses. Observemos que en la expre sión «comunidad del pueblo» se oculta una problemática análoga: una ex
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presión también adulterada y excluida de uso afirmativo futuro. ¿No podía ser que el concepto interés como tal (sobre todo en combinaciones como interés nacional, interés de clase, interés de empresa, interés de habitan te) fuera ya desde siempre una metáfora encubierta para ventajas de in munidad sólo alcanzables comunitariamente?
2 Autoemparejamientos en el hábitat
. . . contengo multitudes. Walt Whitman, Hojas de hierba
Como forma elemental egosférica, el apartamento es el lugar en el que la simbiosis de los miembros de la familia, que desde tiempos inmemoria les constituyen las comunidades habitacionales primarias, se supera en favor de la simbiosis del individuo que vive solo consigo mismo y con su entorno. Está fuera de duda que con el tránsito al habitar monádico con temporáneo se produce una cesura profunda en los modos y maneras de coexistencia de personas con sus semejantes y lo demás. Se podría hablar de la crisis de las segundas personas, que ahora se instalan en las primeras. Esto se refleja en las teorías éticas más recientes: efectivamente, el «otro» sólo puede ser descubierto como un otro real -motivo central de la filo sofía moral contemporánea- en una época en la que se han vuelto epidé micos el autodesdoblamiento del uno en sí mismo y la multiplicidad de los otros interiores virtuales. Sólo ahora se hace patente, de modo general y público, el abismo que hay entre el otro narcisista de la reflexión en sí mis mo y el otro transcendente del encuentro o desencuentro real. Todo el «conglomerado de mecanismos vitales» -por recordar la formulación de Hermann Broch, que evoca situaciones globales esféricas de coexistencia familiar, desarrolladas tradicionalmente, y totalidades indistintas en esta do de asociación sonambúlica y seminarcosis simbiótica504- cae durante el siglo XX dentro de una fuerza centrífuga que dispersa a los individuos, se parándolos en células de mundo propias y micrototalidades activo-pasivas. Desde este punto de vista, el socioanálisis por disgregación y aislamiento corre paralelo al psicoanálisis por autoexploración en una situación diádi- ca artificial.
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Tomaso Minardi, Autorretrato en una buhardilla, ca. 1813.
Se puede hablar de la existencia de una egosfera cuando su habitan te ha desarrollado costumbres elaboradas de autoemparejamiento y se mueve en un proceso constante de diferenciación de sí mismo (es decir, en un proceso de «vivencias»). Se malentendería una forma de vida así si sólo se la quisiera asimilar a la característica «vivir solo», en el sentido de falta de compañero y falta de complementación humana. Conside rando las cosas con mayor detenimiento, la no-simbiosis con otros, que practica quien vive solo en el apartamento, hay que interpretarla como autosimbiosis. En ésta, la forma de la pareja la cumple el individuo, que, en un proceso continuo de diferenciación de sí, se remite incesantemen
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te a sí mismo, como si se tratara del otro interior o de una pluralidad de sub-yoes. En estos casos, la convivencia se desplaza al cambio constante de las situaciones en las que el individuo se experimenta a sí mismo. Pa ra la realización del autoemparejamiento hay que presuponer los medios que hemos designado como egotécnicas: éstas son los soportes media dores usuales de la autocomplementación, que permiten a sus usuarios un regreso permanente a sí mismo y eo ipso la formación de la pareja con sigo mismo como sorprendente compañero interior. No es casual que los singles programáticos insistan a menudo en que el vivir solo sea la forma de existencia más entretenida que conocen. De hecho, el individuo libe rado, en virtud de su dotación de mediaciones, tiene siempre la posibili dad de actuar como autoacompañante. «Un hombre solo está siempre en mala compañía»: podría pensarse que la cultura de solteros y singles del siglo XX ha sido un experimento para contradecir esa broma de Paul Valéry505.
Como ilustramos en el primer volumen, la ilusión individualista, que en la Modernidad había de solidificarse en una ontología de la separación, sólo pudo volverse sugestiva en el curso de la evolución moderna de los medios. A ello han contribuido los medios egotécnicos, que han perfilado en los individuos nuevas rutinas de regreso a sí mismo: en primer término, las técnicas de escritura y lectura, con cuya ayuda fueron ejercitados pro cedimientos históricamente innovadores de diálogo interior, de autoexa- men y autodocumentación. Esto tuvo como consecuencia que el homo alpha- beticus no sólo desarrolló ejercicios particulares de auto-objetivación, sino también otros de reunificación consigo mismo mediante la apropiación de lo objetivado. El diario es una de esas formas egotécnicas, el examen de conciencia otra. En nuestras reflexiones sobre la historia de la facialidad humana, en general, y de las relaciones de interfacialidad de la antigua Eu ropa, en particular, nos hemos referido a la tan tardía como decisiva in troducción del espejo en las autorrelaciones ópticas de los seres humanos europeos, subrayando, al hacerlo, la contribución de este paradigmático utensilio egotécnico a la transformación de la reflexión sensible en otro en la llamada autorreflexiónTM. En la vida cotidiana del habitante moderno de un apartamento, como en la de la mayoría del resto de los contemporá neos, la mirada al espejo se ha convertido en un ejercicio regular, que sir ve al autoajuste ininterrumpido.
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M. C. Escher, Mano con esfera reflectante, 1935.
Los particulares en el régimen individualista se convierten en sujetos puntua les que han caído en manos del poder del espejo, es decir, de la función reflecü- va, autocomplementante. Cada vez más organizan suvida bajo la ilusión de que po drían realizar, sin un otro real, el papel de las dos partes en el juego de relación
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en la esfera bipolar; esa ilusión se va concretando en el curso de la historia euro pea de los medios y mentalidades hasta llegar a un punto en el que los individuos mismos se consideran definidvamente como lo primero substancial, y sus relacio nes con otros, como lo segundo accidental. Un espejo en cada habitación de cada individuo es la patente vitai-práctica en ese punto*'7.
La expresión autosimbiosis ha de manifestar que la estructura diádica de la esfera primitiva puede ser re-ejercitada formalmente por los indivi duos bajo circunstancias determinadas: a saber, cuando, y sólo cuando, éstos dispongan de los accesorios mediadores necesarios para adaptarse plenamente a situaciones orientadas a la autocomplementación. De lo que en la metafísica de la vida diaria se trata bajo el concepto de indepen dencia, desde el punto de vista esferológico se revela como una virtuali- zación de la diada mediante autoemparejamiento, autocuidado, autocom plementación, automodelación. Desde esa perspectiva, el apartamento se puede comprender como taller de autorrelaciones; o como asilo para in determinaciones. En él no se desarrolla -como en las celdas de monjes o monjas tardomedievales- la dúplice unicidad (bi-unidad) entre Dios y al ma, más bien apoya el emparejamiento del individuo consigo mismo (uni-binidad). Esto significa una operación psíquica que se nutre de la di ferencia experimentada entre el estado actual del individuo y la plétora de sus estados potenciales. Que sólo puede plantearse a la larga cuando un continuo relativamente compacto de momentos de autoobservación y autoajuste se ha hecho determinante para la forma de vida en su totali dad. Esto corresponde al estado, anticipado por Elias Canetti, de una «so ciedad en la que todo ser humano es pintado y reza ante su imagen»508; sólo que aquí los individuos, con ayuda de numerosos medios, se hacen imágenes equívocas de sí mismos. ¿Fue una casualidad que el joven Le Corbusier, tras la visita a Certosa d’Ema, cerca de Florencia, se sintiera atraído por la forma de vida de los monjes cristianos? «Me gustaría habi tar toda mi vida lo que ellos llaman sus celdas»50, anotó en su viaje a Ita lia en el año 1907. La unidades habitacionales monacales, que habían em belesado al arquitecto en ciernes, estaban dispuestas como celdas dobles, con una habitación exterior y otra interior: desde el punto de vista del
joven visitante, un modelo ideal para viviendas de trabajadores de ma yores pretensiones o para acomodos de estudiantes, acompasados a los tiempos.
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Yayoi Kusania, Infinity Mirror Room, 1965.
Colocada en una perspectiva histórico cultural, la fascinación de Le Corbusier por las construcciones monásticas parece bien motivada; pues es verdad que en las celdas monásticas altomedievales habían aparecido los primeros gérmenes de la forma moderna de sujeto. En esos habitácu los para el autorrecogimiento se llevó a cabo la acumulación originaria de la atención alerta, desde la que -tras la inversión de la orientación funda mental metafísica de la trascendencia a la inmanencia- había de desarro llarse el individualismo moderno de estilo occidental. Atención o estado
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de alerta es la moneda psíquica con la que se paga la presencia de dife rencias relevantes, tanto en el caso del monje como en el del consumidor cualificado. Así como en la celda monacal se materializó el individualismo ascético extramundano, la cultura contemporánea del apartamento, junto con sus aparatos egotécnicos, apoya el individualismo hedonista intra- mundano. Este presupone la autoobservación incesante del individuo en su proceso de asimilación metabólica tanto de substancia nutritiva como de situaciones en todos sus aspectos. El individualismo es un culto de la di gestión, que celebra el paso de alimentos, vivencias e informaciones a través del sujeto510. Donde todo es inmanencia el apartamento se convier te en un retrete integral: desde cualquier punto de vista, lo que sucede aquí está bajo el signo del consumo final. Comer/digerir; leer/escribir; ver la televisión/opinar; reponerse/comprometerse; excitarse/relajarse. Como microteatro de la autosimbiosis, el apartamento envuelve la exis tencia de individuos que aspiran a experiencias e importancias.
Dado que es a la vez escenario y caverna, aloja tanto la salida a escena del individuo como la vuelta a la insignificancia. Esto se puede explicar fá cilmente por las típicas etapas del ciclo de autocuidado que recorre el su
jeto-apartamento en su guión del día: comenzando con una unidad de toi- lette matutina, que consiste en evacuaciones, lavados (con más pretensiones: toda una secuencia de autocuidado balneológico), atenciones cosméticas y
vestimentas (con más pretensiones de nuevo: actos discretos de inversión vestimentaria). La autopraxis cosmética ofrece, incluso a un nivel relativa mente simple, un universo de diferenciaciones, que gozan de un elevado valor propio en la conciencia de los usuarios y usuarias; por su causa, la ima gen facial propia puede aproximarse al polo de la obra de arte. (Baudelai- re previo esto en su éloge du maquillage, cuando decía de la mujer bella que, como imagen de los dioses, tenía que dorarse para ser adorada: elle doit se dorerpour etre adorée. ) Algo análogo sucede con elección del vestido, que en globa muchos microuniversos de matices y gestos; aquí la combinación se convierte en tarea de diseño, la elección en autoproyecto. Efectivamente, en la sociedad de vivencias desarrollada el individuo se cualifica como crea dor que reclama los derechos de autor por su propia imagen. El individuo comprueba en los éxitos directos e indirectos de su apariencia las ganancias psicosociales que provienen de su estrategia indumentaria.
Con el desayuno -o como quiera llamarse el primer gesto nutritivo (con pretensión: la inauguración del ciclo alimenticio diario)- la actividad
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Edward Hopper, Room in Neto York, 1932.
de autocuidado aborda las necesidades metabólicas, lo que, por regla ge neral, no sucede sin maniobras en el ámbito del fogón y la cocina. La co cina del apartamento es la miniatura de un quirotopo, en el que, gracias a la presencia del utillaje correspondiente, se ejecutan rutinariamente las protoprácticas de encender el fuego, cortar, trocear, transvasar, poner en la mesa, etc. En los gestos del prepararse-algo resulta especialmente evi dente la calidad de autoemparejamiento de la vida a solas: quien se abas tece de la propia cocina desempeña eo ipso el doble papel de anfitrión e in vitado, o bien, de cocinero y comedor, y manifiesta de ese modo que en ciertos actos del souci de soi va incluido también un don de soi, un don del yo al yo, en el que se revelan las intenciones del donante con el receptor. Gracias a la explicación progresiva del metabolismo dada por la biología moderna, se pone en manos del autosustentador la posibilidad de desa rrollar el cuidado de sí mismo en perspectiva crítico-alimentaria. Aquí, junto con la calidad gastronómica se tiene en cuenta cada vez más la dieté tica; a los medios alimentarios se añaden los medios de complemento ali menticio, la suave droga Jitness gana su puesto en el hogar de autocuida-
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do; los medios de vida [alimentos] se convierten en medios de acrecenta miento de la vida; la autoalimentación se aproxima a la automedicación. Con el obligado equipamiento de fogón, fregadero y nevera, los soportes técnicos de la función autónoma de la cocina, incluso el mínimo aparta mento representa hoy una unidad termosférica eficiente. Junto con los estándares sanitarios, son esas magnitudes gastrosféricas elementales las que definen el concepto de confort en una moderna unidad de vivienda.
En muchos casos, con los primeros gestos alimentarios inicia el indivi duo de apartamento la entrada en el fonotopo, el universo de ruidos del colectivo. El ayuno de ruidos se rompe con un desayuno acústico, sea con una música temprana autoelegida o con un programa de radio o de tele visión.
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rante más tiempo como sistema de inmunidad personal el universo, su fundamento divino y su supuesta legaliformidad universal. Por eso tampo co tiene ya que equiparar la casa al cosmos; el orden del mundo y el esti lo de vida se separan. Quien, apoyado por los medios, habita en una casa en la Modernidad, ha sustituido los vagos sistemas de inmunidad psico- semánticos de la metafísica religiosa por sus propias células-habitáculo, al tamente aisladas desde el punto de vistajurídico y climático (así como por los sistemas de solidaridad anónimos). La vivienda moderna es un lugar al que prácticamente no acceden nunca huéspedes no invitados. Aquí han de quedar fuera el toxic people, y, si es posible, también las malas noticias. La vivienda se va consolidando como máquina de ignorancia o como me canismo integral de defensa. En ella encuentra su apoyo arquitectónico el derecho fundamental a no-prestar-atención al mundo exterior45.
La vivienda del moderno es la extensión del cuerpo por la que se exhi ben expresamente su preocupación por sí mismo, convertida en hábito, y su posición a la defensiva, transferida al trasfondo. Ella hace explícito que los organismos vivos no subsisten sin procurarse encierro en sí mismos. Con ello la vivienda pasa a formar parte del proceso nuclear de la moder nización: articula la emergencia -o el volverse explícitos- de los sistemas de inmunidad, así como las experiencias de las unidades autorreferentes con asociaciones más grandes (de las que incluso la mayor será mucho más pe queña que el todo). Materializa el hecho de que a la apertura humana al mundo corresponde siempre un apartarse de él complementario.
A la casa inmunitaria por la noche le llega la hora de cumplir su tarea como guardiana del sueño. En tanto conforma el entorno protector del sueño, la casa se convierte en cómplice de las necesidades acósmicas de sus habitantes. Constituye un enclave de ausencia de mundo en el mundo: un integrum nocturno, asegurado por techo y pared, puerta y cerradura. La ca sa, que es una envoltura del sueño, proporciona la prueba más pura de la conexión entre inmunidad y sellamiento de espacio. Encama la unidad de geometría y vida, la utopía tópicamente realizada: como proyección in temporal del interior como ser-todavía-dentro46. Guarda la noche, huma namente conformadora y regeneradora, en la que no se foijan planes pa ra el mundo diurno.
La trascendencia natural de la noche se articula, en primer lugar, en las formas arquitectónicas de los dormitorios, que se ofrecen como entor nos de tranquilidad diseñados. Aquí, el yo-piel se amplía a un yo-cama; ro-
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Japonesa durmiendo en una estera de tatami con aventador, reposacabezas y hibachi (punto de fuego), ca. 1870.
deado por un yo-habitación en un yocasa. El sueño más claro se produce en una ( ( bolla acósmica. En la casa de noche se aloja la falta de casa; tam bién «nosotros, los desapegados», encontramos aún aquí un paraguas so bre nuestras cabezas: un paraguas para el que no hemos de desear, por ahora, que esté lleno de agujeros y abierto hacia el exterior"7. Dado que las nidifit aciones en las cuatro paredes, que se llaman propias, no sirven para el M i n i o de la muerte ni postulan la ascensión al cielo, la casa, que garantiza la inmunidad nocturna, no presenta exigencia alguna de tama ño. No Üemanda ni la construcción faraónica de pirámides ni la edifica ción de catedrales. Quizá la «casa pequeña», por la que se esfuerzan algu nos arquitectos contemporáneos"1', sea ante todo la forma explicativa del t stai-coiisigo nocturno; y, con ello, una respuesta de la arquitectura, para seres humanos históricos, a la cabaña ahistórica. En el centro de la casa pe queña, cósmica, inmunitaria, está la cama: esa simple ayuda técnica del sueño, que ha contribuido más que todo lo demás a la humanización de
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Una caja de cartón como dormitorio: sin techo en los años ochenta.
las noches. Asi, hay mucho que hablar en favor de interpretar «en última instancia» el habitar como prototipo de la posibilitación del sueño cabe sí mismo. En este sentido, la cama es el centro del mundo450. El dormitorio de seres humanos reales no es, «como dice Hegel. . . (un) cristal donde se aloja un muerto»451; tampoco es un árbol de vida gótico, que se eleva has ta el «excelsior orgánico»452; es la envoltura del acosmismo con formato hu mano. En los sin techo puede observarse cómo la necesidad de espacio pa ra dormir se acerca al mínimo; una caja de cartón sobre la cabeza puede valer para señalar la demanda de espacio del durmiente. Del más famoso de los sin techo se ha transmitido este dicho: «Los zorros tienen cuevas y los pájaros bajo el cielo tienen nidos; pero el hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza»451. ¿Qué significa eso? Quien es sostenido por una hiperinmunidad esférica (et non sum solus, quia Pater mecum estM), a la hora de dormir puede renunciar incluso al confort mínimo de los hijos de este mundo; no exige un lecho propio, pero sí un cobertor paradisíaco.
Cuando la casa funciona como donador de techo para la noche se con suma la escena primordial del integrum. Entonces se hace evidente que la falta de mundo es un atributo local. Todo sueño es el sueño de cualquie ra; toda ausencia de conciencia es la ausencia de una conciencia limitada
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a un fragmento de mundo. No hay sueño del mundo porque el mundo no tiene ojos que pudiera cerrar como todo; igual que no hay una casa del mundo en la que todo estuviera consigo45’. La hipérbole directriz de la me tafísica clásica, la presunción de que el cosmos sea una casa, acabó con el paso al habitar explícito. Se reconoce que el reflejo metafísico de buscar inmunidad en lo omnienvolvente fue un lujo que sólo se lo pudieron per mitir los más pobres, los sin hogar y sin seguro de la Antigüedad y de la Edad Media. Los impotentes viven en hipérboles, los fuertes ocupan terri torios y los vuelven a abandonar. Toda vivienda, como punto de apoyo de un poder-vivir finito, genera exclusividad; toda autoafírmación puntual produce interrupciones de comunicación y negación del entorno. Esta es su virtud afirmativa, su egoísmo (su «ego-manía»456), y su diagnóstico nor mal, a la vez. La crisis del alma del mundo pasa a través de las viviendas. Incluso Dios, si es toma de partido por la vida y no una vacía máscara de totalidad457, no puede recoger todo en sí. Estas palabras son duras para el romántico de lo ilimitado. ¿Quién es capaz de escucharlas?
5 La máquina para habitar o: El sí-mismo-espacio movilizado
De lo dicho se sigue el paso al quinto peldaño de explicación de la es tancia por la técnica moderna de la construcción: la definición de inge niero de la vivienda como máquina para habitar. Esta infausta expresión, que Le Corbusier introdujo a comienzos de los años veinte en la discusión sobre la reforma de la arquitectura, depara el concepto clave para una ex- plicitación acomodada a los tiempos de la actividad doméstica de gentes que viven solas en la ciudad y de familias pequeñas movilizadas. En eso no puede cambiar nada la difamación que la crítica sentimental de la arqui tectura ha hecho de esa expresión. Expresión que compendia los modelos técnicos que corresponden al stand del arte en asuntos como estar-consi- go, administración del tiempo, configuración del hábito, diseño del clima, inmunización, gestión de la ignorancia, autocomplementación y co-aisla- miento. En ella se condensa el ataque del siglo XX a las formas tradiciona les de la apatía sedentaria. La demanda programática de 1922 de Le Cor busier perfila el nuevo camino: «La primera obligación de la arquitectura en un tiempo de renovación [. . . ] es [. . . ] la revisión de los elementos esen
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ciales de la casa»458. Creía que el paso más importante en el camino al nue vo espíritu consistía en despertar la «disposición espiritual para la serie»459. La formulación epocal se encuentra en un escrito de comienzos de los años veinte, en el que se dice: «Hay que considerar la casa como una má quina o un instrumento para vivir [. . . ] una casa concebida como un auto y acomodada como un auto o una cabina de barco»460.
La rebelión de los tradicionalistas contra la concepción analídcamente avanzada de arquitectura como preparación de containers móviles para la estancia de seres humanos no se hizo esperar: en 1927, con ocasión de la aportación de Le Corbusier a la exposición arquitectónica en la colonia Weissenhof de Stuttgart, el crítico Edgar Wedepohl encontraba que la vi da en una «denda de nómadas de acero y hormigón» así quizá fuera atrac- dva para intelectuales, pero que no habría que permitir a ese tipo de seres humanos que impusieran sus gustos a la sociedad entera. Ésta seguiría también en el futuro con sus miras puestas en un habitar con derecho a expectativas más sólidas. Las casas del tipo de la máquina para habitar no estarían «trabadas fírme y consistentemente con la tierra. . . arraigadas en el suelo. . . »461.
Si se buscara una prueba de que las aversiones convergen a veces con las penetraciones intelectuales, aquí habría una concreta. A la idea de máqui na para habitar le es inherente el programa de diluir la alianza, aparente mente inmemorial, entre casa y sedentarismo y liberar del entorno el espa cio habitado. A veces este programa enlaza conscientemente con la forma prehistórica de la tienda nómada, que sólo iba acoplada ligeramente a su ambiente. (El recelo de lo doméstico tradicionalista frente a la casa-tienda sólo es sobrepasado por la aversión de estetas conservadores a las preten siones artísticas de la arquitectura moderna, en cuanto que barruntan la transformación del edificio en una gran escultura. ) Lo que Rudolf Am- heim ha descrito como la «dignidad de lo inmóvil»462en la arquitectura tra dicional es víctima ahora del imperativo de la mudanza aligerada. En el cur so de la explicación se ha alcanzado el momento en el que la casa no sólo sigue siendo el lugar de parada en el que los mortales esperan la sazón del producto o la puesta en marcha del proyecto: ha de convertirse ella misma en el vehículo, que, por hablar con Bloch, esté ahí «dispuesto a partir»463. El principio reversibilidad se introduce en la construcción de viviendas.
La máquina para habitar es inequívocamente una concesión del sím bolo de persistencia casa al «carácter absoluto de movimiento del mundo»
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Colonia de nómadas yurtas en Mongolia, 1997.
Steven Brower, U-lown, 1998.
en la época del dinero. Asi como, según Simmel, el significado del dinero reside en el hecho de «que pasa de mano en mano», el de la máquina pa ra habitar, en el hecho de que facilite el traslado, la circulación del mora dor. En tanto que le depara alojamiento aquí, le recuerda ya la salida in minente a otro lugar de emplazamiento, a otro aparcamiento, a otra opción climática. Como el dinero, la máquina para habitar es «actus purus, por así decirlo», continua «autoenajenación fuera de cualquier punto de terminado, y constituye, así, el polo opuesto y la negación directa de todo ser-para-sí»464. La divisa posmoderna, estabilidad por liquidez, ya viene ar ticulada plenamente en la idea de machine á habiter.
Con la casa-vehículo la simetría entre edificar y desmontar se eleva a un ideal pragmático. El edificio se presenta ahora como una hipótesis. Cuan do se edifica con calidad artística articula la pretensión de alcanzar una forma perfecta de provisionalidad; aunque la forma parezca definitiva, la localización sigue siendo revocable. En tales espacios el habitante puede convertirse en un autoestopista de sí mismo; el propietario es un pasajero que hace elegante el compartimiento. La decoración no es nada (porque se orienta a lo sedentario y cómodo), el diseño lo es todo. La objeción de que no esté trabado firmemente con la tierra demuestra adecuadamente la novedad del híbrido casa-vehículo: su estar-ahí no significa matrimonio o enlace alguno con la tierra, sino un simple aparcar en un área sellada. El Lissitzky ha articulado programáticamente en sus escritos de teoría ar quitectónica la tendencia antigrave del nuevo modo de construcción:
Una de nuestras ideas de futuro es la superación del fundamento, de la suje ción a la tierra. . . (esto) requiere la superación de la fuerza de la gravedad misma. Requiere el cuerpo flotante, la arquitectura físico-dinámica465.
Para la ilustración de estas tesis remitía a su proyecto El planchacielos [Der Wolkenbügel], 1924, así como al de Leonidow para un Instituto Lenin en Moscú, cuyo núcleo, junto a un rascacielos-biblioteca para 15 millones de libros, había de consistir en una gran esfera-auditorio para 4. 000 perso nas, flotante en el aire46. El nuevo ser humano surge de la suma de poder soviético más levitación. Las frecuentes alusiones de Le Corbusier al auto móvil y al transatlántico -incluyendo la afirmación futurista de la equiva lencia entre el templo del Partenón y una carrocería perfecta- no son sólo testimonios del amor a la geometría y de la fascinación por abstracciones
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El Lissitzky, El planchacielos, 1925.
platónicas, como podían encontrarse a menudo en los pioneros de la nue va arquitectura; implican la comprensión correcta de la definición de las nuevas casas como vehículos. En consecuencia, hay que entender, en pri mer término, los solares edificados como aparcamientos; o como muelles (una concepción que más tarde se habría de manifestar sobre todo en el caso de grandes complejos residenciales, donde los apartamentos se cons truyeron dispuestos como unidades de containercolocadas unas encima de otras en garajes verticales o cabinas de barco apiladas, no siempre en con sonancia con las necesidades predominantemente sedentarias de una ve cindad que no conseguía reconocerse en la ecuación de aparcar y habitar. Si se quisiera formar un supraconcepto común para las viviendas de nue vo tipo y sus correspondientes vehículos se llegaría a la expresión so- ciomóvil' : coche del pueblo y contenedor de grupo al mismo tiempo.
Para la nueva forma de explicación del habitar el enlace con la idea de vehículo y de container transportable también es de trascendencia porque de ambos análogos se produce la reversión a habitáculos de un solo piso: si no inevitablemente, sí por motivos pragmáticos. Los vehículos no tienen cimientos ni almacén, los contenedores no tienen bodega. Con ello, la ma
chine á habiter rechaza la imposición de entender el habitar desde el residir en una casa, es decir, en una estructura de varios pisos. La unidad autó-
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Carsten Hóller, Casa-comuna, 2001.
noma, analíticamente preparada, de vivienda aparece -casi dogmática mente- como una especie de bungalow apilable, en el que los movimientos de la vida de los moradores han de producirse exclusivamente en hori zontal (excluyendo algunos proyectos más ambiciosos de viviendas de una sola habitación de techo alto con una galería arriba). Por eso es com prensible por qué un amante de la casa, como Gastón Bachelard, se que
jaba de la vivienda moderna de un solo piso, considerándola un desvarío con amplias consecuencias psicológicas. Si la vivienda del ser humano ha de traducir efectivamente su «forma» anímica, su alojamiento en unidades de un solo piso significa el comienzo del final del alma verticalmente com pleja. ¿Puede el alma «expandirse» («no sé nada de ello») mientras haya de contentarse con apartamentos de alquiler? Puede que las ideas de Ba chelard se consideren expresión de nostalgias burguesas; de todos modos, en esto le acompaña Sigmund Freud, para quien, desde el punto de vista topológico, la psique era una configuración de tres pisos. ¿Qué va a suce der con las criptas interiores cuando los contemporáneos de la Bauhaus y de la cultura del bungalow ya no sepan en absoluto qué es un armario en la bodega, en el que se podría tener un cadáver? 468Quizá no carezca de in terés para los desarrollos futuros del psicoanálisis el modo en que se las
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arreglen los seres humanos con la idea de inconsciente cuando ya no ten gan presente la experiencia de una casa con bodega y almacén.
Por el desarrollo posterior del motivo «máquina para habitar» en el si glo XX pudo reconocerse pronto cómo la fórmula, que en el caso de Le Corbusier se quedó más bien en retórica, llevó a materializaciones preci sas en numerosos focos de praxis contemporánea de alojamiento469. Su forma máxima temprana, desde el punto de vista de la técnica ingeniera, aparece en los bocetos de 1927 del joven Buckminster Fuller para su Dy- maxion-House, que, efectivamente, fue la primera auténtica máquina para habitar en el espacio plano que se concibió. En la legendaria conferencia de Fuller ante la Architectural League de Nueva York, enjunio de 1929, su presidente, Harvey W. Corbett, presentó la maqueta de la novedosa casa como el resultado de una reflexión sin prejuicios «sobre ese tipo esmera do de máquina, que responde perfectamente a los propósitos de una vi vienda»470. Permitiría vislumbrar la posibilidad de que «lleguemos a cono cer viviendas como automóviles para viajar», como «una máquina con el valor de reutilización, que puede ser montada en cualquier parte». «Si us ted ha vivido algunos años en una casa así y quiere emprender una gira por Europa, mande una nota a una lavandería; le llamarán, recogerán la casa, la lavarán y limpiarán, la plancharán y volverán a montar, y cuando usted regrese estará en una nueva casa. »471
La casa del ingeniero está sujeta al principio montaje: ya no la cons truirán albañiles, la instalarán montadores. En ella ya no se habita tampo co en el sentido europeo; la casa se rellena con una opción de estancia. Como máquina para habitar es, a la vez, máquina para mudanzas; y de muestra la independencia del contexto. Con esto pierde su validez la tesis neo-ontológica de que una casa constituye un punto medio artificial entre ser humano y naturaleza, que, por su esencia, habría de actuar concilia doramente472. La casa movilizada piensa tan poco en la reconciliación de su habitante con el entorno como un automóvil en la reconciliación del conductor con la carretera. Donde antes había naturaleza, ahora es preci so que haya infraestructura.
La conferencia de Fuller comienza crítico-temporalmente («[. . . ] lle gué a la conclusión de que la construcción es responsable de casi todos nuestros males»473; «En el modo de habitar hoy día. . . las mujeres están mu cho más esclavizadas que en su dempo las tripulaciones de las galeras ro manas»474) y acaba con la alabanza de la estandarización y del pensar en se-
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R. Buckminster Fuller ante la segunda maqueta de la Dymaxion House, 1929.
ríe, incluso con la apoteosis de la movilidad: ahora se trata de levantar con secuentemente la casa del suelo. El nuevo edificio, que sirve a la improvi sación plausible de un espacio de vida para seres humanos móviles, ha de ser colgado de un mástil central, descartando, con ello, la estática tradi cional y despidiendo las tradiciones cúbicas, junto con el dogma de los án gulos rectos en paredes, ventanas y puertas. La casa flotante sólo perma necería en contacto con la tierra por el anclaje del mástil, sin que, por ello, a pesar de su ligereza de peso, hubiera de renunciar a la estabilidad fren te a tormentas y seguridad ante terremotos. (Recordemos que cuatro me ses después, en octubre de 1929, en sus conferencias de Buenos Aires, Le Corbusier encomiaba expressis verbis la casa levantada de la tierra y coloca da sobre pilotes [pilotis], la boite en l yair»TM\ un decenio antes, el poeta ruso Velimir Chlebnikow, muerto en 1922, en sus propuestas radicalmente cons- tructivistas había demandado: «Construir casas en forma de enrejado, en las que puedan encajarse casitas de cristal transportables»4TM. )
La casa proyectada por Fuller había de agradecer su estabilidad a un entramado novedoso, integrado preponderantemente por esfuerzos de tracción: una referencia temprana al concepto de tensegridad, con el que
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Dymaxion Deployment Unit (DDU), 1940, Cocina-Modelo de un alojamiento de emergencia a la espera del bombardeo de ciudades británicas.
Fuller se convirtiría en el fundador de una estática trans-clásica; para el amarre de las cargas se utiliza alambre de cuerda de piano, extremamen te resistente; además, de los apuntalamientos adicionales se ocuparían tu bos de metal y de goma bajo presión de aire («[. . . ] Casi podrían dejar que un avión volara dentro sin que la ventana se rompa»47) . Suelos rellenos de aire amortiguan el sonido y recogen suavemente a niños que caen. Puer tas compuestas de seda de globo, hinchable, se abren y cierran mediante mecanismos neumáticos. Ya no hay trasteros ocultos; ni separaciones de es pacio que transmiten el mensaje: no has de pasar por aquí, caerte. Los mo vimientos-mdoor de los habitantes se tipifican y opriman económicamen te; todos los pasos y maniobras en el entorno, detalladamente calculado, cuentan ya con la necesidad de los sujetos-dymaxion de eficiencia y ahorro de energía.
Además, por el tipo ligero de su estar-ahí y por su ágil agregación de formas análogas, la casa se convierte en un alegato en favor de la disolu ción de la vieja ciudad colectivizante, más aún: en un fanal para la des centralización de la república, para la desescolarización de la sociedad y, no en último término, para la auto-enseñanza de los niños-dymaxion, de aquella primera generación de visitantes provenientes del futuro que «no son niños no-hagas-eso»478. (Imposible no reconocer aquí el influjo de Frank Lloyd Wright. ) Además de esto, la nueva casa se presenta como una máquina para la emancipación del ama de casa. Si la vivienda tradicional significaba para ésta un auténtico banco de galeras y un irremisible entor no de estrés, la nueva se transforma en una amplia ayuda técnica para las tareas domésticas; tanto fuera como dentro está orientada al aligeramien to. La emancipación se ayusta a la levitación; ambas son comprobables con la balanza. «El peso total de la casa asciende aproximadamente a 6. 000 li bras. Los costes de los materiales utilizados comportarían, según estima ciones actuales, unos 50 céntimos por libra. »479
Por su alianza con la movilidad, el nuevo modo de habitar ha de con ducir, según Fuller, a una ruptura saludable con la psicología tradicional de las «masas» ciudadanas. La casarDymaxion ha de convertirse en el medio de transporte de un ser humano que quiere saber que ha dejado tras de sí los últimos vestigios del feudalismo europeo y, con ellos, el dogmatismo de los fundamentos y la creencia en la importancia de los muros que les ca racterizaba. Por eso, el nuevo estilo de habitar se convirtió en un medio de «demanda de movimiento»480. (En On the road, Kerouac formulará una ge
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neración más tarde que la «única función noble de nuestro tiempo» con siste «en estar en movimiento». ) En una época en la que por las carreteras de Estados Unidos apenas circulaban 20 millones de automóviles, Fuller soñaba con guarnecer el país con hasta 100 millones de casas-Dymaxion. Más tarde declaró que nunca había creído en la realización de su proyecto.
La vinculación entre casa y vehículo en la utopía-hábitat de Buckmins- ter Fuller no se limita a virtudes de movilidad. En realidad, el proyecto-Zty- maxion implica ya la tendencia concreta a la sub-urbanización de las ciu dades, sin la que es difícil entender la moderna sociedad de consumo de masas, sobre todo en su variante americano-estadounidense. Desde los años treinta del siglo XX, en la cultura de masas, impulsada por celos y ri validades, los escenarios primarios de consumo o células de comida rápida -para tomar nuevas fuerzas coyunturalmente- son los hogares unifamilia- res en los suburbios, que sólo por motorización podían estar conectados con los centros comerciales. El proyecto de Fuller profetiza exactamente, pues, aunque de forma inteligentemente distanciada, las tendencias de ha bitáculo y estilo de vida, que comenzaron a imponerse, así y todo, a partir de su tiempo: aboga por una casa, toda ella proyectada como máquina de confort y cuya primera virtud consiste en dejar a sus habitantes las manos libres para el consumo. La variante fulleriana del utopismo pertenece a las múltiples manifestaciones de aquella «conjura contra la ciudad» que, según el diagnóstico del urbanista Richard Plunz de la Columbia Univer- sity, Nueva York, caracterizaba el sino de las ciudades desde la crisis econó mica y su disolución en el New Deal481.
La historia de las formas arquitectónicas del siglo XX muestra, ahora, que la interpretación de la casa como vehículo no quiso desarrollarse en la dirección que habían señalado los contenedores colgantes de high tech de Buckminster Fuller. Cuando la vivienda y el automóvil se unieron efec tivamente, surgieron, por un lado, las autocaravanas, como unidades inte gradas por microbuses y containers amueblados, o bien las caravanas remol cadas por automóviles; por otro lado, se formaron (sobre todo en Estados Unidos, partiendo de prototipos de mitad del siglo XIX482) numerosas sub culturas de mobil homes, casas completas, levantadas de sus cimientos, que podían ser llevadas en camiones articulados a nuevos emplazamientos, donde, tras cortos trabajos de instalación de los empalmes de corriente, agua, canalización y telecomunicación, podían volver a funcionar inme diatamente como unidades autónomas de vivienda. La casa móvil se defi
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ne como mónada arquitectónica ambulante, que se ha hecho congenial con su habitante, porque tanto la casa como su dueño remiten a la liber tad de elección del contexto. Representa un container desterritorializado, que no demanda ni aguanta vecindades esenciales. Tampoco la coexisten cia se escapa a la explicación: comuna y entorno pueden separarse una de otro como sexualidad y procreación. El concepto de cercanía se emancipa de su interpretación espacial trivial, mucho tiempo antes de que internet creara un nuevo modo de televecindades483. A veces, cuando un tomado destruye una colonia-mobil home en Florida u Oklahoma, en imágenes tele visivas se ve a los dueños que estánjunto a los restos de sus casas como con ductores de automóviles que se hubieran visto implicados en una colisión masiva en una autopista.
La explicación del habitar por analogías con el vehículo se ha llevado a cabo una segunda vez, por decirlo así, a la sombra de la vanguardia: en un espacio sin teoría y sin arte: la miseria analiza a su modo las estructuras elementales del habitar. En un mundo en el que la huida y la deportación se convirtieron en fenómenos masivos, hubieron de ensayarse en gran es cala y en gran número improvisaciones de habitáculos provisionales. Así apareció el mundo de los campos de concentración, que, en cualquier ba lance que se haga del siglo XX, habrá que contar siempre entre sus sínto mas principales. Ellos constituyen el compromiso maligno entre movilidad no deseada e inmovilización forzosa. Y sin embargo: incluso con el mini malismo de sus barracones, este tipo de alojamiento se somete al impera tivo antropológico del habitar. A pesar de sus diferentes grados de dureza, los mundos de campos pueden compararse unos con otros como lugares de apiñamiento de «seres humanos superfluos», donde se experimentan reducciones de la cultura del habitar a dotaciones elementales y provisio- nalísimas. Aquí queda claro que la reducción del espacio de habitamiento hasta un container casi vacío no tiene por qué ser una finura estética. La chocante anotación de Flusser: «se habitaba en Auschwitz» es una frase descriptiva; articula un valor límite de la estancia en una máquina para ha bitar que sirve de sala de espera de la muerte. Como el tiempo existencial sin cualidad fue explicitado en los años veinte del siglo XX como ser-para la-muerte, así, desde los años cuarenta, la estancia-en-algo sin cualidad, co mo ser-en-el-container.
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6 Management de direcciones, emplazamiento de consumo, regulación del clima
En tanto que el «habitar» en un campo de concentración substrae a los ocupantes la libre elección del lugar y aniquila a la «persona» autónoma, aparece ex negativo una nueva dimensión de la estancia explicitada: por afirmación del ser-ahí a un lugar determinado el habitar se define y des pliega como un residir. Elegir una residencia significa comprometerse con el mantenimiento de una dirección; tiene una dirección quien se afirma como remitente y está a disposición como destinatario. En ambos aspectos el habitante moderno invierte una parte de sus energías en el lugar de re sidencia como lugar de empresa. Con ello, el poseedor actual de una di rección sigue un hábito de la aristocracia de la antigua Europa, que esta ba dispuesta a pagar casi cualquier precio por un privilegio de residencia. Educados en la atención celosa a denominaciones de origen y auras de nombres, era inmediatamente evidente para los nobles que la dirección es el mensaje. También bajo premisas capitalistas la afirmación del lugar y del rango por la exhibición de una dirección sigue siendo un objetivo empre sarial provechoso, puesto que juega con el comodín entre los valores de la sociedad movilizada, la accesibilidad, tanto en forma activa como pasiva484.
La vivienda moderna se define como dirección cuando hace accesibles a sus habitantes para servicios, entregas, ofertas en red y cuando les pone a mano los medios para actuar como remitente de encargos y mensajes. El domicilio es una inversión primaria, por la que los actores del mundo de negocios demuestran su capacidad para ellos y su pretensión social. Como inversión en un lugar social, la dirección es una parte del capital fijo. Mientras con mayor claridad se perfila el valor de residencia del habitar, mayor motivo tienen quienes ofrecen housingfacilities para recomendar sus objetos desde el punto de vista de su capacidad de tráfico.
Las primas más altas las poseen unidades de vivienda que unen todas las ventajas-privacy con todas las opciones-arc^ss. Donde se ofrece esto, la residencia es a la vez una egosfera perfectamente aislada y un punto fácilmente accesible en la red de múltiples on-line-communities. Es un punto de conexión para oscu recimiento del mundo exterior y admisión de realidad on demand. A la vis ta de tales disposiciones el refinado giro de «casa inteligente» significa al go más que una frase de propaganda. El habitar explicitado en dirección a la inteligencia hace de la vivienda una agencia: emplazamiento y encru
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cijada para agentes, programas artificiales negociadores, que interaccio nan con consumidores finales humanos485.
Bill Gates llamó a su proyecto habitacional Cyberhome, en las cercanías de Seattle, una «casa (casi)omnisciente»486. Construida de cristal, madera y silicio, ha de servirles a él y a su mujer, en primer término, de máquina de relajación, dotando a su ambiente común de un máximo de «posibilidades de entretenimiento». Intelligent toys hacen de la casa un entorno de expe riencias. Quien anda por la villa de Gates se mueve en una envoltura electrónica que en cada momento le posiciona y le introduce en un aura personalizada de luz, música y opciones operativas. La casa sabe continua mente todo lo que ha de saber sobre el visitante para estar disponible pa ra él. Como un submarino digital, está dispuesta día y noche a reproducir, a satisfacer deseos del habitante, todas las canciones en las que aparezca la palabra yellow. En las paredes hay incrustados monitores que ponen a disposición del observador cualquier imagen del archivo de la historia uni versal del arte. «Habitar significa. . . tener acceso. »487
Notemos que las condiciones habitacionales post-agrarias y ya no arte- sano-gremiales se distinguen casi generalmente porque están construidas (al menos para la parte asalariada del hogar) sobre la separación de lugar de trabajo y vivienda. Aquí aparece un nuevo aspecto del habitar explici- tado, por el que se le determina expresamente como no-trabajar. En la ter minología de la economía política las actividades de ese ámbito se habían transcrito como «reproducción de la mercancía fuerza de trabajo». La so ciología de la sociedad de sensaciones pone el acento, por el contrario, en el habitar contemporáneo como medio para la representación y regene ración de identidad; así como en el papel de la vivienda como campa mento base para incursiones en la escena de las sensaciones. La vivienda se cualifica cada vez más inequívocamente como el lugar en el que los in dividuos se entregan a su vocación de autorrealización en la inmanencia pura. Autorrealización es una expresión camuflada para autoconsumo. El acontecimiento más relevante de la vida se determina aquí como flujo in centivado de sensaciones o vivencias; es decir, como acumulación y derro che de diferencias disfrutables en el fluir del tiempo. Viviendas son em plazamientos para empresarios de sensaciones, es decir, «máquinas de
deseo, que maximizan sensaciones por unidad de tiempo»48.
Finalmente, la cultura moderna de la construcción ha conseguido que el contenido físico casi inobjetivo de todos los edificios, el aire encerrado,
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Shigeru Ban, Curtain Wall House, 1995.
haya podido convertirse en un tema suigeneris. El aire constituye, en la pre sentación que hacemos, el último aspecto de la cultura habitacional expli- citada de la Modernidad. Puede aventurarse la tesis -sobre el trasfondo de las explicaciones que hicimos con respecto a los invernaderos4*'- que todas las viviendas contemporáneas no sólo tienen instalaciones climáticas (en nuestro grado de latitud en forma de calefacciones, en zonas más al sur en forma de sistemas de refrigeración del aire, además), sino que son instala ciones climáticas. Llama la atención que el fenómeno air <onditioning no haya despertado el interés de los historiadores de la cultura y sociólogos
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hasta ahora. Sólo esporádicamente aparecen referencias al significado so bresaliente de la refrigeración del espacio de vivienda y trabajo para la apertura a la civilización de las zonas más cálidas y tórridas de la Tierra. El historiador David S. Landes deduce enfáticamente los desplazamientos de población en Estados Unidos hacia el sur y el establecimiento de industria en esas latitudes del uso extensivo del air conditioning490. Aquí se impone la aguda observación de Hegel sobre la inutilidad del aire natural para fines humanos491. Por lo que respecta a los arquitectos de la Modernidad, no só lo se hicieron conscientes de su responsabilidad por el confort psicosocial de una unidad de vivienda -recuérdese el concepto de «ventilación psí quica» de Le Corbusier-, comprenden también cada vez más que su pro ducto posee,junto con la estructura arquitectónica visible, una realidad at mosférica de valor propio. El auténtico espacio habitable es una escultura de aire que sus habitantes atraviesan como una instalación respirable. No pocos entre los grandes arquitectos del siglo XX aprovecharon, en este sen tido, el giro de su arte hacia el modo de pensar macroescultural492. En la medida en que los cuerpos de construcción se vuelven a entender como magnitudes plásticas espaciales, se acrecienta la percepción de los espacios huecos (les creux) como realidades con valor propio, que demandan tam bién configuración. E igual que desde el siglo XIX se construyen los inver naderos sólo a causa del clima que ha de reinar en ellos, algunos de los maestros más importantes de la creación de espacio en el siglo XX se de cantan por un arte explícito del aire y el clima.
A la vista de las prácticas de habitamiento del siglo pasado salta a la vis ta el hecho de que la definición práctica de la máquina para habitar -ya a causa de las relaciones numéricas- había de convertirse más bien en asun to de bricoladores que de arquitectos. La implantación masiva de machines
á habiter se lleva a cabo -si se prescinde, por el momento, de la construc ción de colonias dirigida centralistamente en el socialismo- en los barrios miserables inflacionarios, situados al borde de las grandes ciudades del -así llamado después de 1950- Tercer Mundo, donde surgieron gigantes cos pueblos de superficie amorfo-aditivos, cercanos al punto cero arqui tectónico, improvisaciones con materiales casuales como hojalata, cartón, paja, barro y madera, a menudo sin acceso a mínimos servicios urbanos de apertura como electricidad y canalización, receptáculos construidos por uno mismo para el dominio del estado de excepción permanente, testi monios tanto de la indestructibilidad de la necesidad humana de habi-
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Guillaume Bijl, Heating stand, 1990.
táculo i orno de la creatividad arquetípica, con la que, aun bajo las condi ciones más precarias, se manifiesta el anhelo de la cabaña, de esa primera articulación arquitectónica de la exigencia de interior. En tales formas se muestra que la asociación moderna de hogar y movimiento no sólo se efectúa bajo el signo del viaje. Más bien es la huida la que obliga a los se res humanos a inventar incesantemente nuevos compromisos entre mora da y meívilidad. La huida detenida de innumerables desarraigados crea cir cunstancias en las que la ecuación neolítica entre habitar y esperar vuelve a entrar en vigor de modo inesperado. Si en alguna parte tiene sentido empírico la expresión especulativamente superforzada de final de la his toria, en ninguna como a la vista de estos fenómenos. Quien ha aterrizado
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en ciudades de chabolas, favelas, bidonvilles, vive en la casi-imposibilidad de tener un proyecto, o un pasado que promocionara un futuro. En esos lu gares de parada para seres humanos desorientados y desheredados sí se ha roto el viejo balance campesino entre paciencia y expectativa; aquí sólo do mina ya la esperanza difusa de la llegada de ayuda extraña, sin la perspec tiva de un producto que va madurando por sí mismo, que libera y permi te llevar una existencia en tiempo propio.
B. Construcción celular, egosferas, autocontainer
Para la explicación de la existencia co-aislada
por medio del apartamento
He aquí que llega la hora, y ya es llegada, en que os dispersaréis cada uno en lo suyo. . . Evangelio según sanJuan 16, 32
Quien estudia la historia de la arquitectura reciente en su conexión con las formas de vida de la sociedad mediatizada reconoce inmediata mente que las dos innovaciones arquitectónicas con mayor éxito del siglo XX, el apartamento y el estadio deportivo, están en relación directa con las dos tendencias sociopsicológicas más amplias de la época: la liberación de individuos, que viven solos, mediante técnicas habitacionales y mediáticas individualizantes, y la aglomeración de masas, igualmente excitadas, me diante acontecimientos organizados en grandes construcciones fascinóge- nas. No hacemos hincapié, por el momento, en que la síntesis afectiva e imaginaria de la «sociedad» moderna se produce más bien por medios de masas, es decir, por integración telecomunicativa de no-reunidos, que por reunión física, mientras que la síntesis operativa se regula por relaciones de mercado.
1 Célula y burbuja de mundo
El apartamento moderno -del que se habla en la bibliografía también como vivienda de una habitación o, con mayores pretensiones, como vi vienda de un espacio49*- materializa la tendencia a la formación de células,
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en la que se puede reconocer el análogo arquitectónico y topológico del individualismo de la sociedad moderna. Para la interpretación de las aspi raciones individualistas conformémonos en este lugar con una constata ción que ya anotó Gabriel Tarde en los años ochenta del siglo XIX: «El ser humano civilizado de hoy aspira propiamente a la posibilidad de renun ciar al apoyo humano»494. En el desarrollo de la construcción de aparta mentos puede comprobarse que nada requiere más condiciones que la ex pectativa aparentemente natural de que a una persona le corresponda al menos una habitación o a una cabeza una unidad de vivienda. Así como el modernismo soviético se condensó en el mito de la vivienda comunal, que había de actuar como cuño del Nuevo Ser Humano, apto para lo colecti vo, así se concentra el modernismo occidental en el mito del apartamen to, donde el individuo liberado, flexibilizado en el flujo del capital, se de dica al cuidado de las relaciones consigo mismo.
Definimos el apartamento como forma egosférica atómica o elemental, y, en consecuencia, como burbuja celular del mundo, de cuya repetición masiva surgen las espumas individualistas. A esa determinación no va uni da valoración moral alguna; no contiene concesión alguna a la crítica cató lica y neoconservadora del tiempo, que sobre la tendencia contemporánea a la cultura-single no tiene nada que decir que fuera más allá de los estere otipos del reproche agustiniano de indiferencia y egoísmo; nueva es sólo la mordaz sugerencia de que el egoísta moderno, la egoísta moderna, es tarían abonados al Daily Me. También nos mantenemos aparte del hecho de que se introduzcan conceptos como el de un «mínimo espacial de exis tencia»; hablar de un mínimo resulta, prácticamente en todas partes don de se hace, una descripción fallida de la idea de célula-hábitat o de átomo- «mundo de la vida», en torno a cuya definición da vueltas la pasión de la reflexión moderna sobre el habitar.
Para acercarse al fenómeno apartamento hay que percibir su estrecha conexión con el principio de la serie, sin el que no puede pensarse el trán sito del construir (y del producir) a la era de la fabricación y prefabrica ción masivas495. Así como, según El Lissitzky, el constructivismo represen taba el punto de trasbordo de la pintura a la arquitectura496, así el serialismo, el punto de trasbordo entre elementarismo y utopismo social. En el serialismo, que regula la relación entre la parte y el todo mediante una estandarización exacta, de modo que se hacen posibles la fabricación descentralizada y el montaje centralizado, está la clave de la relación, ca
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racterística de la Modernidad, entre célula y unión de células. Así como el desarrollo de la célula tiene en cuenta el espíritu del análisis, en cuanto que consuma el retroceso al nivel elemental, la construcción de casas so bre la base de tales elementos significa una combinatoria o, mejor, una forma de «construcción orgánica», con la finalidad de crear, a base de mó dulos, conjuntos sostenibles arquitectónica, urbanística y económicamen te. El hecho de que el apilamiento de numerosas unidades celulares en un complejo arquitectónico intentara, desde un principio, algo más que una adición casual o mecánica de unidades elementales, muestra la gran va riedad de formas constructivas, con las que los arquitectos de la Moderni dad han respondido a la provocación de la construcción modular. De los planos de 1922 de Le Corbusier para una casa-villa, inundada de luz por to das partes, así como de sus proyectos de rascacielos en forma de cruz (1925), en forma de estrella (1933) y en forma de rombo (1938), sale un ca mino lleno de bifurcaciones que conduce a los apilamientos esculturales de células en estructuras semejantes a cajas de construcciones, como por ejemplo la Nakagin Capsule Toxveren Tokio, de 1972, del japonés Kisho Ku- rokawa. La aglomeración vertical de unidades-cápsulas se convierte aquí en un fenómeno estético con valor propio. Otros arquitectos han apilado los módulos-vivienda en formas semejantes a una seta o a un árbol. Sobre plantas en forma de flor se elevan sesenta pisos, las dos torres de aparta mentos de Marina City, en Chicago, con sus característicos balcones abom bados. Aunque los complejos mayores se forman necesariamente por la adición de unidades elementales y ocasionalmente se presentan como si fueran meros apilamientos, siempre poseen ciertos valores idiosincrásicos macroesculturales; de todos modos, la sintaxis de una casa de apartamen tos prohíbe la mera apilación de unidades, porque éstas no funcionarían ni serían accesibles sin comunicaciones a través de pasillos, escaleras, as censores y sistemas de conducción.
El apartamento como célula de vivienda representa el plano atómico en el campo de las condiciones de hábitat: así como la célula viva en el or ganismo constituye el átomo biológico y, a la vez, el principio generativo
(Swammerdam en el siglo XVII: Omne vivum e vivo; Virchow en el XIX: Om- nis cellula e cellula), la construcción moderna de apartamentos desarrolla el átomo-hábitat: la vivienda de un espacio, con el habitante que vive solo, co mo núcleo celular de su burbuja privada de mundo. Por el regreso a la uni dad celular se lleva el espacio habitable mismo a su forma elemental. Mo-
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Kisho Kurokawa, Nakagin Capsule Tower, Tokio, 1972.
dificando una expresión de Gottfried Semper, se podía llamar a ésta «in dividuo espacial»497. No es casualidad que la arquitectura de apartamentos se desai rollara en simultaneidad histórica con las fenomenologías de Hus- serl y Heidegger: tanto aquí como allí se trataba del anclaje del individuo reflexivo en un medio de mundo radicalmente explicitado. La existencia en una vivienda unipersonal no es otra cosa que el ser-en-el-mundo en un caso particular o la re-sumersión del sujeto, antes aislado a propósito, en su llamado «mundo de la vida» bajo una dirección o domicilio espacio-
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Marina City, Chicago.
temporalmente concretos. La nueva conciencia de la vivienda de los ar quitectos y el descubrimiento preciso por parte de los filósofos de las pre misas mundanas del ser-ahí sumergido son antídotos simultáneos y actua les contra la ceguera frente a la situación, inveterada en la cultura de la racionalidad de la antigua Europa.
La re-aproximación moderna del concepto arquitectónico de célula al de la microbiología no sucedió, por lo demás, sin cierta legitimidad histó rica: cuando el físico británico Robert Hooke, en su obra Micrographia, 1665,
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Lavadoras colgantes.
introdujo el concepto biológico de célula para describir la disposición com pacta, descubierta al microscopio, de espacios vacíos delimitados en un tro zo de corcho, se dejó inspirar por la analogía con las filas de celdas mona cales de un convento. Con el acceso de la arquitectura moderna a la idea de una unidad de vivienda, reducida ideal y arquetípicamente, el concepto de célula [o celda], tras su exilio productivo en la microbiología, regresa a su punto de partida; cargado con una plusvalía de precisión analítica y mo vilidad constructiva. La célula-vivienda emancipada formula todo un pro-
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Robert Hooke, Micrographia, Londres 1665.
Un trozo de corcho visto a través de un microscopio.
grama de condiciones arquitectónicas y sanitarias mínimas de autonomía, que tienen que cumplirse para que pueda valer como formalmente satis fecho el estado de cosas que requiere el poder-vivir-solo. En consecuen cia, en un apartamento completo tienen que estar a disposición los me dios para un ciclo circadiano de cuidado de sí mismo: sitio para dormir, baño, WC, sitio para cocinar, mesa para comer, depósito de ropa, aire acondicionado o calefacción, toma de corriente, buzón para el correo, teléfono, cable para los medios o antenas; por ello, como muestra el baño como célula húmeda, la célula-hábitat está compuesta, a su vez, por uni dades celulares.
La burbuja individual en la espuma habitacional constituye un container para las relaciones consigo mismo del habitante, que se instala en su unidad
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de vivienda como consumidor de un confort primario: a él le vale la cápsu la vital de la vivienda como escenario de su autoemparejamiento, como sa la de operación de su autocuidado y como sistema de inmunidad en un campo, contaminado, de connected isolations, alias vecindades498. Desde estos puntos de vista, el apartamento es una copia material de aquella función su- rreal de recipiente que hemos descrito como receptáculo autógeno49.
El carácter aphrógeno de los apartamentos surge (en el plano de la ar quitectura construida) del hecho de que la «vivienda de un espacio» se en cuentra habitualmente en casas dispuestas según un plan general como agregados de unidades habitacionales tipificadas. La casa de apartamentos
(o la unité d ’habitatiori) representa un cristal-espacio social o un cuerpo de espuma rígido, en el que están apiladas o amontonadas unas sobre yjun to a otras una multiplicidad de unidades; y esas formas comparten con las espumas lábiles el principio del co-aislamiento, es decir, de la separación de espacio por paredes comunes. De ahí surge un problema de vecindad, característico de casas de apartamentos de tipo más antiguo: el insuficien te aislamiento acústico, por el que se desmiente, de modo no grato, la ilu sión de autonomía de la célula habitacional. Como co-aislador, la pared común es responsable de que los recíprocamente aislados no alcancen a menudo suficiente inmunidad acústica. En la espuma social, el efecto-isla, que toda célula individual reclama para sí, se pierde por la compacidad de la acumulación de células. La consecuencia son comunicaciones no gratas. Partiendo de esta constatación, la reciente arquitectura de casas de apar tamentos ha reconocido la necesidad de su tarea de limitar en lo posible el estrés de coexistencia de las unidades-connected isolation. Cuando esto no se soluciona, las casas de apartamentos se manifiestan a menudo como in cubadoras de patologías sociales, para las que Le Corbusier proporcionó ex negativo la fórmula, cuando hizo notar que lo que importa en una edifi cación es la «ventilación psíquica». Una unidad de vivienda arquitectóni camente lograda no sólo representa un trozo de aire cercado, sino más bien un sistema psicosocial de inmunidad, que es capaz de regular, según convenga, el grado de su impermeabilización hacia fuera. «Ventilación psíquica» implica que en las unidades inmunes aisladas se infiltra un háli to de animaciones comunitarias. Cuánto puede llegar a faltar esto lo mues tran las tristemente célebres ciudades-satélite de la época posterior a la Se gunda Guerra Mundial, que tendían a dejar indefensos a sus habitantes y a ahogarlos psicosocialmente a la vez. La tristemente célebre voladura de
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Pruitt-lgoe antes de la voladura en el año 1972.
los edificios elevados de Pruitt-lgoe en el centro de la ciudad de Saint- Louis el 15 de julio de 1972 -una fecha que el historiador de la arquitec turaJencks evaluó como la hora cero del posmodernismo- hay que com prenderla, en primer término, como declaración inmunológica de bancarrota del modernismo vulgar en la arquitectura.
Que la adición masiva de unidades celulares tenga por sí misma am plias implicaciones sociológicas o, mejor, sociomorfológicas, es una obser vación que alcanza retrospectivamente hasta el siglo XIX. Karl Marx, en un conocido pasaje de su estudio El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, de 1852, muestra los fundamentos político-económicos de la dominación na poleónica, subrayando que, con su dictadura popular, Bonaparte repre sentaba a una clase y sus necesidades aún no suficientemente articuladas: «la clase más numerosa de la sociedad francesa, los labradores de parcelas»500. Lo que Marx pone de relieve en esta «inmensa masa, cuyos miembros vi ven en la misma situación, pero sin entrar en relación diversa unos con otros»501, es, sobre todo, su dispersión y su incapacidad de deducir un in terés común de la semejanza de su situación:
Su modo de producción los aísla unos de otros, en lugar de ponerlos en con tacto recíproco. El aislamiento lo fomentan los malos medios de comunicación
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franceses y la pobreza de los campesinos. Cualquier familia de campesinos aislada se basta casi a sí misma. . .
La parcela, el campesino y la familia; al lado, otra parcela, otro campesino y otra familia. Un gran número de unidades así constituye un pueblo, y un gran nú mero de pueblos constituye un departamento. Así, la gran masa de la nación fran cesa se forma por simple adición de magnitudes homologas, como un saco de pa tatas, por ejemplo, forma un saco de patatas502.
El contexto deja claro que Marx argumenta aquí como fenomenólogo de la espuma ante litteram, en tanto que a las unidades simétricas de las multiplicidades campesino-parcelarias las considera reunidas en un colec tivo configurado aditivamente: las expresiones pueblo, departamento y sa co de patatas deparan metáforas inequívocamente aphrológicas para aglo meraciones estructuralmente débiles de células. Ellas han de ilustrar que una configuración de ese tipo es incapaz tel quel de manifestar toma de pos tura o subjetividad de clase, y por qué; con lo cual, según el punto de vis ta de Marx, sólo una clase «revolucionaria» y llena de voluntad de poder estaría en situación de responder a sus propios intereses políticos e inmu- nitarios. En estas consideraciones se perciben inequívocamente ecos de pensamientos estructurales de Hegel, por mucho que el autor de las Líneas
fundamentales de la filosofía del derecho se hubiera mofado de la idea de que un «simple montón atomista de individuos» (§ 273) pudiera lograr por sus propios medios una existencia ordenada jurídicamente o incluso una constitución. Un «montón» penetrado de conciencia de clase, sin embar go, habría recorrido ya la mitad del camino, al menos, hacia una constitu ción razonable. Sobre la longitud del camino no se hace apenas ilusiones el autor de El dieciocho brumario; echa una dura mirada a las condiciones que en el interior de cualquier unidad aislada del universo de parcelas procuran obnubilación y aislamiento:
La propiedad parcelaria [. . . ] ha transformado en trogloditas a la masa de la na ción francesa. Dieciséis millones de campesinos (incluidos mujeres y niños) habi tan en cuevas, una gran parte de las cuales sólo tiene una abertura, la otra sólo dos, y la privilegiada sólo tres aberturas. Las ventanas son en una casa lo que son los cin co sentidos para la cabezaTM.
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Si había un motivo para constatar la «idiocia de la vida del campo», és te era, materialiter, el escaso número (condicionado también por los im puestos franceses por las ventanas) de aberturas en los cobertizos de los campesinos; formaliter, los aislamientos, que impiden que los habitantes de las parcelas lleven a cabo el tránsito del modo de ser de una clase en sí al de una clase para sí. Ausencia de ventanas representa escasez de comuni cación, ilustración y solidaridad. Desde este punto de vista, los campesinos parcelarios constituyen un para-proletariado; como el proletariado indus trial, se enfrentan a la tarea de pasar de un modo de existencia aislado y apolítico a uno organizado, políticamente virulento. Esto equivale al pro grama de transformar el «saco de patatas» en el partido, o, por hablar ur banistamente, a la exigencia de transformar la aglomeración de las cuevas encerradas en sí mismas en una colonia nacional de trabajadores, comu nicativamente insuflada, sí, incluso en una vivienda comunal internacio nal, extensiva a la clase. Donde antes había cuevas aisladas han de surgir ahora movimientos políticos, sindicatos militantes, alianzas para la lucha de clases, conscientes de sus intereses: espumas solidarias, diríamos noso tros, y con el fin, además, de expresar que, en sentido sistémico, los muy citados trabajadores no son ni un sujeto histórico ni una «masa», sino una alianza inmunitaria. El discurso marxiano se funda en el supuesto de que con la expresión «clase» se describe el auténtico formato colectivo del campesinado parcelario y que, por eso, con el surgimiento de la «con ciencia de clase» y de una correspondiente política de intereses agresiva o «revolucionaria», podía conseguirse la ventaja decisiva de inmunidad para los pertenecientes a esa «clase».
Aquí se muestra cómo la teoría socialista del siglo XIX descubrió el te ma epocal (que no consiguió precisar, sin embargo, a causa de falsas de cisiones conceptuales previas): aquel ensamblaje de inmunidad y comuni dad, en el que desde siempre se lleva a cabo la «dialéctica» o la interacción causal circular entre lo propio y lo extraño, lo común y lo no-común. En el concepto contaminado e irrecuperable de conciencia de clase se sigue ocultando una referencia, no pensada hasta el final, a que, precisamente en la era de creciente individualización, parcelación y oportunidades de aislamiento, lo que puede importar a las células individuales es solidari zarse con una unidad mayor de gentes situadas al mismo nivel, con el fin de optimizar su representación de intereses. Observemos que en la expre sión «comunidad del pueblo» se oculta una problemática análoga: una ex
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presión también adulterada y excluida de uso afirmativo futuro. ¿No podía ser que el concepto interés como tal (sobre todo en combinaciones como interés nacional, interés de clase, interés de empresa, interés de habitan te) fuera ya desde siempre una metáfora encubierta para ventajas de in munidad sólo alcanzables comunitariamente?
2 Autoemparejamientos en el hábitat
. . . contengo multitudes. Walt Whitman, Hojas de hierba
Como forma elemental egosférica, el apartamento es el lugar en el que la simbiosis de los miembros de la familia, que desde tiempos inmemoria les constituyen las comunidades habitacionales primarias, se supera en favor de la simbiosis del individuo que vive solo consigo mismo y con su entorno. Está fuera de duda que con el tránsito al habitar monádico con temporáneo se produce una cesura profunda en los modos y maneras de coexistencia de personas con sus semejantes y lo demás. Se podría hablar de la crisis de las segundas personas, que ahora se instalan en las primeras. Esto se refleja en las teorías éticas más recientes: efectivamente, el «otro» sólo puede ser descubierto como un otro real -motivo central de la filo sofía moral contemporánea- en una época en la que se han vuelto epidé micos el autodesdoblamiento del uno en sí mismo y la multiplicidad de los otros interiores virtuales. Sólo ahora se hace patente, de modo general y público, el abismo que hay entre el otro narcisista de la reflexión en sí mis mo y el otro transcendente del encuentro o desencuentro real. Todo el «conglomerado de mecanismos vitales» -por recordar la formulación de Hermann Broch, que evoca situaciones globales esféricas de coexistencia familiar, desarrolladas tradicionalmente, y totalidades indistintas en esta do de asociación sonambúlica y seminarcosis simbiótica504- cae durante el siglo XX dentro de una fuerza centrífuga que dispersa a los individuos, se parándolos en células de mundo propias y micrototalidades activo-pasivas. Desde este punto de vista, el socioanálisis por disgregación y aislamiento corre paralelo al psicoanálisis por autoexploración en una situación diádi- ca artificial.
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Tomaso Minardi, Autorretrato en una buhardilla, ca. 1813.
Se puede hablar de la existencia de una egosfera cuando su habitan te ha desarrollado costumbres elaboradas de autoemparejamiento y se mueve en un proceso constante de diferenciación de sí mismo (es decir, en un proceso de «vivencias»). Se malentendería una forma de vida así si sólo se la quisiera asimilar a la característica «vivir solo», en el sentido de falta de compañero y falta de complementación humana. Conside rando las cosas con mayor detenimiento, la no-simbiosis con otros, que practica quien vive solo en el apartamento, hay que interpretarla como autosimbiosis. En ésta, la forma de la pareja la cumple el individuo, que, en un proceso continuo de diferenciación de sí, se remite incesantemen
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te a sí mismo, como si se tratara del otro interior o de una pluralidad de sub-yoes. En estos casos, la convivencia se desplaza al cambio constante de las situaciones en las que el individuo se experimenta a sí mismo. Pa ra la realización del autoemparejamiento hay que presuponer los medios que hemos designado como egotécnicas: éstas son los soportes media dores usuales de la autocomplementación, que permiten a sus usuarios un regreso permanente a sí mismo y eo ipso la formación de la pareja con sigo mismo como sorprendente compañero interior. No es casual que los singles programáticos insistan a menudo en que el vivir solo sea la forma de existencia más entretenida que conocen. De hecho, el individuo libe rado, en virtud de su dotación de mediaciones, tiene siempre la posibili dad de actuar como autoacompañante. «Un hombre solo está siempre en mala compañía»: podría pensarse que la cultura de solteros y singles del siglo XX ha sido un experimento para contradecir esa broma de Paul Valéry505.
Como ilustramos en el primer volumen, la ilusión individualista, que en la Modernidad había de solidificarse en una ontología de la separación, sólo pudo volverse sugestiva en el curso de la evolución moderna de los medios. A ello han contribuido los medios egotécnicos, que han perfilado en los individuos nuevas rutinas de regreso a sí mismo: en primer término, las técnicas de escritura y lectura, con cuya ayuda fueron ejercitados pro cedimientos históricamente innovadores de diálogo interior, de autoexa- men y autodocumentación. Esto tuvo como consecuencia que el homo alpha- beticus no sólo desarrolló ejercicios particulares de auto-objetivación, sino también otros de reunificación consigo mismo mediante la apropiación de lo objetivado. El diario es una de esas formas egotécnicas, el examen de conciencia otra. En nuestras reflexiones sobre la historia de la facialidad humana, en general, y de las relaciones de interfacialidad de la antigua Eu ropa, en particular, nos hemos referido a la tan tardía como decisiva in troducción del espejo en las autorrelaciones ópticas de los seres humanos europeos, subrayando, al hacerlo, la contribución de este paradigmático utensilio egotécnico a la transformación de la reflexión sensible en otro en la llamada autorreflexiónTM. En la vida cotidiana del habitante moderno de un apartamento, como en la de la mayoría del resto de los contemporá neos, la mirada al espejo se ha convertido en un ejercicio regular, que sir ve al autoajuste ininterrumpido.
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M. C. Escher, Mano con esfera reflectante, 1935.
Los particulares en el régimen individualista se convierten en sujetos puntua les que han caído en manos del poder del espejo, es decir, de la función reflecü- va, autocomplementante. Cada vez más organizan suvida bajo la ilusión de que po drían realizar, sin un otro real, el papel de las dos partes en el juego de relación
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en la esfera bipolar; esa ilusión se va concretando en el curso de la historia euro pea de los medios y mentalidades hasta llegar a un punto en el que los individuos mismos se consideran definidvamente como lo primero substancial, y sus relacio nes con otros, como lo segundo accidental. Un espejo en cada habitación de cada individuo es la patente vitai-práctica en ese punto*'7.
La expresión autosimbiosis ha de manifestar que la estructura diádica de la esfera primitiva puede ser re-ejercitada formalmente por los indivi duos bajo circunstancias determinadas: a saber, cuando, y sólo cuando, éstos dispongan de los accesorios mediadores necesarios para adaptarse plenamente a situaciones orientadas a la autocomplementación. De lo que en la metafísica de la vida diaria se trata bajo el concepto de indepen dencia, desde el punto de vista esferológico se revela como una virtuali- zación de la diada mediante autoemparejamiento, autocuidado, autocom plementación, automodelación. Desde esa perspectiva, el apartamento se puede comprender como taller de autorrelaciones; o como asilo para in determinaciones. En él no se desarrolla -como en las celdas de monjes o monjas tardomedievales- la dúplice unicidad (bi-unidad) entre Dios y al ma, más bien apoya el emparejamiento del individuo consigo mismo (uni-binidad). Esto significa una operación psíquica que se nutre de la di ferencia experimentada entre el estado actual del individuo y la plétora de sus estados potenciales. Que sólo puede plantearse a la larga cuando un continuo relativamente compacto de momentos de autoobservación y autoajuste se ha hecho determinante para la forma de vida en su totali dad. Esto corresponde al estado, anticipado por Elias Canetti, de una «so ciedad en la que todo ser humano es pintado y reza ante su imagen»508; sólo que aquí los individuos, con ayuda de numerosos medios, se hacen imágenes equívocas de sí mismos. ¿Fue una casualidad que el joven Le Corbusier, tras la visita a Certosa d’Ema, cerca de Florencia, se sintiera atraído por la forma de vida de los monjes cristianos? «Me gustaría habi tar toda mi vida lo que ellos llaman sus celdas»50, anotó en su viaje a Ita lia en el año 1907. La unidades habitacionales monacales, que habían em belesado al arquitecto en ciernes, estaban dispuestas como celdas dobles, con una habitación exterior y otra interior: desde el punto de vista del
joven visitante, un modelo ideal para viviendas de trabajadores de ma yores pretensiones o para acomodos de estudiantes, acompasados a los tiempos.
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Yayoi Kusania, Infinity Mirror Room, 1965.
Colocada en una perspectiva histórico cultural, la fascinación de Le Corbusier por las construcciones monásticas parece bien motivada; pues es verdad que en las celdas monásticas altomedievales habían aparecido los primeros gérmenes de la forma moderna de sujeto. En esos habitácu los para el autorrecogimiento se llevó a cabo la acumulación originaria de la atención alerta, desde la que -tras la inversión de la orientación funda mental metafísica de la trascendencia a la inmanencia- había de desarro llarse el individualismo moderno de estilo occidental. Atención o estado
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de alerta es la moneda psíquica con la que se paga la presencia de dife rencias relevantes, tanto en el caso del monje como en el del consumidor cualificado. Así como en la celda monacal se materializó el individualismo ascético extramundano, la cultura contemporánea del apartamento, junto con sus aparatos egotécnicos, apoya el individualismo hedonista intra- mundano. Este presupone la autoobservación incesante del individuo en su proceso de asimilación metabólica tanto de substancia nutritiva como de situaciones en todos sus aspectos. El individualismo es un culto de la di gestión, que celebra el paso de alimentos, vivencias e informaciones a través del sujeto510. Donde todo es inmanencia el apartamento se convier te en un retrete integral: desde cualquier punto de vista, lo que sucede aquí está bajo el signo del consumo final. Comer/digerir; leer/escribir; ver la televisión/opinar; reponerse/comprometerse; excitarse/relajarse. Como microteatro de la autosimbiosis, el apartamento envuelve la exis tencia de individuos que aspiran a experiencias e importancias.
Dado que es a la vez escenario y caverna, aloja tanto la salida a escena del individuo como la vuelta a la insignificancia. Esto se puede explicar fá cilmente por las típicas etapas del ciclo de autocuidado que recorre el su
jeto-apartamento en su guión del día: comenzando con una unidad de toi- lette matutina, que consiste en evacuaciones, lavados (con más pretensiones: toda una secuencia de autocuidado balneológico), atenciones cosméticas y
vestimentas (con más pretensiones de nuevo: actos discretos de inversión vestimentaria). La autopraxis cosmética ofrece, incluso a un nivel relativa mente simple, un universo de diferenciaciones, que gozan de un elevado valor propio en la conciencia de los usuarios y usuarias; por su causa, la ima gen facial propia puede aproximarse al polo de la obra de arte. (Baudelai- re previo esto en su éloge du maquillage, cuando decía de la mujer bella que, como imagen de los dioses, tenía que dorarse para ser adorada: elle doit se dorerpour etre adorée. ) Algo análogo sucede con elección del vestido, que en globa muchos microuniversos de matices y gestos; aquí la combinación se convierte en tarea de diseño, la elección en autoproyecto. Efectivamente, en la sociedad de vivencias desarrollada el individuo se cualifica como crea dor que reclama los derechos de autor por su propia imagen. El individuo comprueba en los éxitos directos e indirectos de su apariencia las ganancias psicosociales que provienen de su estrategia indumentaria.
Con el desayuno -o como quiera llamarse el primer gesto nutritivo (con pretensión: la inauguración del ciclo alimenticio diario)- la actividad
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Edward Hopper, Room in Neto York, 1932.
de autocuidado aborda las necesidades metabólicas, lo que, por regla ge neral, no sucede sin maniobras en el ámbito del fogón y la cocina. La co cina del apartamento es la miniatura de un quirotopo, en el que, gracias a la presencia del utillaje correspondiente, se ejecutan rutinariamente las protoprácticas de encender el fuego, cortar, trocear, transvasar, poner en la mesa, etc. En los gestos del prepararse-algo resulta especialmente evi dente la calidad de autoemparejamiento de la vida a solas: quien se abas tece de la propia cocina desempeña eo ipso el doble papel de anfitrión e in vitado, o bien, de cocinero y comedor, y manifiesta de ese modo que en ciertos actos del souci de soi va incluido también un don de soi, un don del yo al yo, en el que se revelan las intenciones del donante con el receptor. Gracias a la explicación progresiva del metabolismo dada por la biología moderna, se pone en manos del autosustentador la posibilidad de desa rrollar el cuidado de sí mismo en perspectiva crítico-alimentaria. Aquí, junto con la calidad gastronómica se tiene en cuenta cada vez más la dieté tica; a los medios alimentarios se añaden los medios de complemento ali menticio, la suave droga Jitness gana su puesto en el hogar de autocuida-
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do; los medios de vida [alimentos] se convierten en medios de acrecenta miento de la vida; la autoalimentación se aproxima a la automedicación. Con el obligado equipamiento de fogón, fregadero y nevera, los soportes técnicos de la función autónoma de la cocina, incluso el mínimo aparta mento representa hoy una unidad termosférica eficiente. Junto con los estándares sanitarios, son esas magnitudes gastrosféricas elementales las que definen el concepto de confort en una moderna unidad de vivienda.
En muchos casos, con los primeros gestos alimentarios inicia el indivi duo de apartamento la entrada en el fonotopo, el universo de ruidos del colectivo. El ayuno de ruidos se rompe con un desayuno acústico, sea con una música temprana autoelegida o con un programa de radio o de tele visión.
