n, el yo como
organizador
da tanto de si?
Adorno-Theodor-Minima-Moralia
osa pretensio?
n de las calidades de seguir existiendo como tales mientras se gui?
an por fines de apropiacio?
n y, ma?
s au?
n, a ellos les deben u?
ltimamente su existencia.
El desencanto del mundo visual es la reaccio?
n del sensori?
um a la determinaci o?
n objetiva de aque?
l como <<mundo de la mercanci?
a>>.
So?
lo las cosas purificadas de la apropiacio?
n tendri?
an
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? ? ? color y seri? an a la vez u? tiles: bajo la universal coaccio? n ambas cosas son irreconciliables. Pero los nin? os no esta? n, como opina Hcbbel, tan sumidos en las ilusiones de la <<estimulante variedad>> como para que su percepcio? n esponta? nea no capte la contradiccio? n entre el feno? meno y su fungibilidad, que la percepcio? n resignada de los adultos ya no alcanza a registrar, ni busque escapar de ella. El juego es su defensa. Al nin? o no corrompido le causa extran? eza la <<peculiaridad de la forma equivalente>>: <<El valor de uso se con- vierte en la forma fenome? n ica de su contrario, del valor >> (Marx , Capital, I, Viena, 1932, p. 61). En su actividad sin finalidad toma partido, mediante una artiman? a, por el valor de uso contra el valor de cambio. Al despojar a las cosas con las que se entretiene de su utilidad mediada, busca salvar en el trato con ellas aquello que
las hace buenas para los hombres y no para la relacio? n de inrercam- bio, que deforma por igual a hombres y cosas. El carrito no va a ninguna parte, y los mi? nimos toneles que transporta esta? n vaci? os: pero son fieles a su determinacio? n en la medida en que no la ponen en pra? ctica, en que no participan de aquel proceso de abstraccio? n que nivela aquella determinacio? n con tal abstraccio? n, sino que pero manccen suspensos cual alegori? as de aquello para lo que especi? fica- mente esta? n. Dispersos, ciertamente, pero no implicados, esperan a que un di? a la sociedad borre de ellos el estigma social, a que un di? a el proceso vital entre el hombre y la cosa, la praxis, deje de ser pra? ctica. La irrealidad de los juegos denuncia que lo real no lo es au? n. Son ejercicios inconscientes de la vida justa. La compara- cio? n de los nin? os ron los animales se basa por entero en que la utopi? a late embozada en aquellos a los que Marx ni siquiera con- cede que puedan, romo trabajadores, generar plusvali? a. Los anima- les, al existir sin realizar ninguna tarea que el hombre les reconoz- ca, son algo asi? como la expresio? n de su propio nombre, de lo por esencia no intercambiable. Ello hace que los nin? os los amen y que su contemplacio? n sea dichosa. Yo soy un rinoceronte, significa la figura del rinoceronte. Los cuentos y las operetas conocen estas figuras, y la co? mica pregunta de la mujer acerca de co? mo sabe- mos que Orio? n se llama en realidad Orio? n se eleva a las estrellas.
que ha producido al trabajador mismo. En te? rminos generales el individuo no es so? lo el sustrato biolo? gico, sino a la vez la forma refleja del proceso social, y su consciencia de si mismo como indi- viduo existente en si? aquella apariencia de la que dicho proceso necesita para aumentar la capacidad de rendimiento, mientras que el individualizado tiene en la economi? a moderna la funcio? n de mere agente de la ley del valor. De aqui? puede deducirse la composicio? n interna del individuo en si? , y no meramente de su papel social. Lo decisivo en la fase actual es la categori? a de la composicio? n orga? nica del capital. La teori? a de la acumulacio? n entendi? a por ral <<el crecimiento en la masa de los medios de produccio? n comparado con la masa, que les da vida, de la fuerza de trabajo>> (Marx, Ca- pital, 1, Viena, 1932, p. 655). Si la integracio? n de la sociedad, sobre todo en los estados totalitarios, determina a los sujetos de forma cada vez ma? s exclusiva como momentos parciales en el con-
texto de la produccio? n material, entonces <<el cambio en la com- posicio? n te? cnica del capital>> se continu? a en los sujetos absorbidos por las exigencias tecnolo? gicas del proceso de la produccio? n - y propiamente so? lo asi? constituidos. La composicio? n orga? nica del hombre se ampli? a. Lo que hace que los sujetos este? n determinados en si? mismos como medios de produccio? n y no como fines vivien- tes, aumenta del modo como lo hace la participacio? n de las ma? - quinas con respecto al capital variable. Las comunes consideracio- nes sobre la <<mecanizacio? n>> del hombre son engan? osas, porque conciben al hombre como algo esta? tico que, por efecto de un <<In- flujo>> exterior, se ve sometido, en su adaptacio? n a las condiciones de la produccio? n externas a e? l, a ciertas deformaciones. Pero no hay sustrato alguno de tales <<deformaciones", nada o? nticamente interior sobre lo que exteriormente actu? en los mecanismos socia- les: la deformacio? n no es ninguna enfermedad que padezcan los hombres, sino la de la sociedad, la cual engendra sus hijos con algo que el biologismo proyecta en la naturaleza: con <<taras bere- ditarias>>. So? lo en tanto que el proceso que se implanta con la conversio? n de la fuerza de trabajo en mercanci? a se impone a todos los hombres sin excepcio? n y obieti? viaa y hace a la vez conmen- surables a priori cada uno de sus movimientos en un juego de rela- ciones de intercambio, es posible que la vida se reproduzca bajo las relaciones de produccio? n dominantes . Su perfecta organizacio? n exige la unio? n de todos los mucrros. La voluntad de vivir se ve remitida a la negacio? n de la voluntad de vivir: la eutoconservaci? o? n anula la vida en la subjetividad. Frente a ello, todos los efectos de la adaptacio? n, todos los actos de conformismo que describen la
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Hacc tiempo que esta? demostrado que
Novissimum Organum. -
el trabajo asalariado ha conformado a las masas modernas, es ma? s,
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? ? ? ? psicologi? a social y la antropologi? a cultural son meros epifeno? me- nos. La composicio? n orga? nica del hombre en modo alguno se re- fiere solamente a las especiales capacidades te? cnicas, sino por igual - lo que a toda costa se empen? a en contradecir la critica cultural al uso-- a lo opuesto a ellas, a los momentos de lo natural, que indudablemente se originaron ya en la diale? ctica social y que ahora quedan a merced de ella. Incluso lo que en el hombre difiere de la te? cnica es incorporado como una especie de lubricante de la te? cnica. La diferenciacio? n psicolo? gica, que originariamente era un resultado de la divisio? n del trabajo y del fraccionamiento del hom. bre en sectores del proceso de la produccio? n}' de la libertad, al final queda ella misma al servicio de la produccio? n. <<El especia- lista 'virtuoso'>>, escribi? a hace treinta an? os un diale? ctico, <<el ven- dedor de sus objetivadas y cosificadas capacidades intelectuales. . . adopta asimismo una acrirud contemplativa respecto al funciona- miento de sus propias capacidades objetivadas y cosificadas. Esta estructura se pone de manifiesto del modo ma? s grotesco en el pe- riodismo, precisamente donde la subjetividad misma, el saber, el temperamento y la capacidad de expresio? n se convierten en un mecanismo abstracto que entra en funcionamiento obedeciendo a leyes propias e independiente tanto de la personalidad del 'propie- rario' como del ser rnarerial-concrero de los objetos tratados. La 'carencia de principios' de los periodistas, la prostitucio? n de sus vivencias y convicciones, so? lo se pueden concebir como culmina- cio? n de la cosificacio? n capitalisra. >> * Lo que aqui? se puede obser- var de los <<feno? menos degenerativos>> de la burguesi? a, que ella misma denuncio? , con el tiempo ha llegado a presentarse como la norma social, como el cara? cter de la existencia perfecta, bajo el industrialismo tardi? o. Hace tiempo que ya no se trata del mero venderse de lo vivo. Bajo el a priori de lo mercantil, 10 vivo en cuanto vivo se ha conven ido a si? mismo en cosa, en equipamiento. El yo pone conscientemente al hombre entero a su servicio como un aparato. En esta reorganizacio?
n, el yo como organizador da tanto de si? mismo al yo como medio de explotacio? n que se toma enteramente abstracto, mero punto de referencia: la autoconserva- cie? n pierde su prefijo. Las cualidades, desde la aute? ntica amabili- dad hasta el histe? rico acceso de ira, son utilizables hasta el punto de acabar desapareciendo por completo en su uso conformado a la situacio? n. Ellas mismas van cambiando con su movilizacio? n.
* G. LUKA? CS, Historia y consciencia de clase (La cosificacio? n y la cont- cienciadel proletariado). [N. del r. ]
Quedan atra? s cual ligeras, ri? gidas y vaci? as envolturas de los actos, como material transportable a voluntad y desprovistas de todo rasgo personal. Ya no constituyen al sujeto, sino que el sujeto se conforma a ellas como a un objeto interno suyo. En su ilimi. tada amoldabilidad al yo aparecen a la vez enajenadas de e? ste: como cualidades absolutamente pasivas dejan ya de nutrirlo. Tal es la patoge? nesis social de la esquizofrenia. La separacio? n de las cualidades tanto del fondo instintivo como del yo que las comanda donde antes las manteni? a unidas, hace pagar al hombre su cre- ciente organizacio? n interna con una creciente desintegracio? n. La divisio? n del trabajo efectuada en el individuo, su radical objetiva- cio? n, termina produciendo una escisio? n patolo? gica. De ahi? el <<ca. ra? cter psico? tico>>, presupuesto antropolo? gico de todos los movi- mientos totalitarios de masas. Precisamente el tra? nsito de las cua- lidades fijas 11 las formas inestables de conducta -c-aparentemenre un incremento de la vitalidad- es la expresio? n de la creciente composicio? n orga? nica. La reaccio? n su? bita, con ausencia de toda mediacio? n del modo de ser, no restaura la espontaneidad, sino que fija a la persona como instrumento de medida disponible y regula-
ble para las centrales. Cuanto ma? s inmediatamente toma sus reso- luciones, ma? s profundamente esta? en verdad penetrada por la me- diacio? n: en los reflejos de ma? s pronto efecto y menor resistencia, el sujeto esta? completamente borrado. Es lo que sucede con los reflejos biolo? gicos, modelo de los reflejos sociales actuales, que, medidos desde la subjetividad, parecen algo objetivo, ajeno: no en vano se los califica a menudo de <<meca? nicos>>. Cuanto ma? s pro? ximos a la muerte se hallan los organismos, ma? s tienden a involucionar hacia los movimientos espasmo? dicos. Segu? n esto, las tendencias destructivas de las masas, que estallan en los estados totalitarios de ambas modalidades, no son tanto deseos de muerte
como manifestaciones de lo que e? stas han llegado a ser. Asesinan a fin de que lo que encuentran vivo se les asemeje.
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Matadero. -Las categori? as metafi? sicas no constituyen simple- mente la ideologi? a encubridora del sistema social, sino que en cada caso expresan a la vez la esencia de e? ste, la verdad sobre e? l, y en sus variaciones quedan plasmadas las de las experiencias ma? s sustanciales. Tal acontece con la muerte en la historia; y, a
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? ? la inversa, e? sta se deja comprender por aque? lla. La dignidad de la muerte equivali? a a la del individuo. Cuya autonomi? a, econo? mica- mente originada, se consumo? en la representacio? n de su cara? cter absoluto tan pronto como la esperanza teolo? gica en su inmortali- dad, que lo relativizaba empi? ricamente, empezo? a palidecer. Ello estaba en relacio? n con la imagen enfa? tica de la muerte, que borra por completo al individuo, al sustrato de todo el comportamiento y el pensar burgueses. Era el precio absoluto del valor absoluto. Ahora entra en declive con el individuo socialmente disuelto. Don- de aparece revestida de la antigua dignidad, su efecto es chirriante, como la mentira que siempre ha estado contenida en su concepto, la mentira que supone dar un nombre a 10 inescrutable, un predi- cado a 10 carente de sujeto y recomponer 10 ausente. Peto en la conciencia prevaleciente, la verdad y la falsedad de su dignidad han desaparecido, y no por el vigor de la esperanza en el ma? s alla? , sino por la desesperanzada falta de vigor del ma? s aca? . <<Le monde modeme - apunt aba ya en 1907 el cato? lico radical Charles Pe? guy- a re? ussi ti aoilir ce qu' il y a peut -e? tre de plus d ifficile ti avilir au monde, paree que c'est quelque cbose qui a en soi, commc dans sa texture, une sorte porticalie? rc de dignite? , comme une incapacite? singulle? re d'e? tre aoili: il avilit la mort>> (Men and Saints, Nueva York, 1944, p. 98). Si el individuo al que la muerte ha aniquilado es algo nulo, despojado de todo dominio sobre si? y del propio ser, entonces sera? tambie? n nulo el poder aniquilador, diri? amos como haciendo broma de la fo? rmula heideggeriana de que la nada anihila. La radical sustituibilidad del individuo hace de su muerte, con un desprecio total de la misma, algo anulable, tal como antan? o la concibio? el cristianismo con un patbos parado? jico. Pero la muerte aparece perfectamente integrada como quantite? ne? gligeahle. Para cada bombre la sociedad tiene dispuesto, con to- das sus funciones, un siguiente a la espera, para el que el primero es desde el principio un molesto ocupante del puesto de trabajo, un candidato a la muerte. De ese modo la experiencia de la muerte se transmuta en un recambio de funcionarios, y todo cuanto de la relacio? n natural que es la muerte no pasa a formar parte por en- tero de la relacio? n social, es relegado a la higiene. Al no concebirse la muerte ma? s que como la exclusio? n de un ser natural de la trama de la sociedad, e? sta ha terminado domestica? ndola: el morir mera- mente confirma la absoluta irrelevancia del ser natural frente a lo absoluto social. Si bay algu? n modo en que la industria cultural deja testimonio de los cambios en la composicio? n orga? nica de la sociedad, es mediante la confesio? n apenas velada de este estado
de cosas. Bajo su lupa, la muerte empieza a parecer algo co? mico. Mas la risa con que la saluda cierto ge? nero de producciones ('S ambigua. Denuncia todavi? a el miedo a lo amorfo que hay bajo la red con que la sociedad ha cubierto a la naturaleza entera. Pero la cubierta es ya tan amplia y espesa, que la memoria de lo des- nudo tiene un aspecto ridi? culo y sentimental. Desde que la novela polici? aca decayo? en los libros de Edgar Wal1ace, que con su mi? - nima construccio? n racional, sus enigmas no resueltos y su burda exageracio? n pareci? an burlarse de los lectores y que, sin embargo, tan grandiosamente anticipaban la imago colectiva del horror tota- litario, ha ido constituye? ndose un tipo de comedia criminal. Mien- tras e? sta pretende todavi? a hacer broma del falso horror, demuele las ima? genes de la muerte. Presenta el cada? ver como aquello en lo que se ha convertido , como requisi to . Au? n tiene la apariencia de un hombre, pero so? lo es una cosa, como en la peli? cula A slight case 01 morder, donde los cada? veres son continuamente transpor- tados de un sitio a otro como alegori? as de lo que ya antes eran. Lo co? mico saborea la falsa eliminacio? n de la muerte, que ya Kefke habi? a descrito con pa? nico en la historia del cazador Gracchus: por esa misma eliminacio? n, la mu? sica empieza tambie? n a resultar comi? - ca. Lo que los nacionalsocialistas hicieron con millones de hom- bres, la catalogacio? n de los vivos como muertos, y lo que despue? s
han hecho la produccio? n en masa y el abaratamiento de la muerte, proyecta su sombra sobre los que para hacer rei? r se inspiran en los cada? veres. Es fundamental introducir la descomposicio? n biolo? - gica entre las representaciones sociales conscientes. So? lo una huma- nidad a la que la muerte le resulta tan indiferente como sus miembros, una humanidad que ha muerto, puede sentenciar a muerte po r vi? a admin istra tiva a incont ables seres . La oracio? n de Ri1ke por una muerte propia representa el lamentable engan? o de creer que los hombres simplemente fallecen.
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Medias tintas. - A la cri? tica de las tendencias de la sociedad actual se le replica automa? ticamente, aun antes de haber dicho su u? ltima palabra, que las cosas siempre han sido asi? .
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? ? ? color y seri? an a la vez u? tiles: bajo la universal coaccio? n ambas cosas son irreconciliables. Pero los nin? os no esta? n, como opina Hcbbel, tan sumidos en las ilusiones de la <<estimulante variedad>> como para que su percepcio? n esponta? nea no capte la contradiccio? n entre el feno? meno y su fungibilidad, que la percepcio? n resignada de los adultos ya no alcanza a registrar, ni busque escapar de ella. El juego es su defensa. Al nin? o no corrompido le causa extran? eza la <<peculiaridad de la forma equivalente>>: <<El valor de uso se con- vierte en la forma fenome? n ica de su contrario, del valor >> (Marx , Capital, I, Viena, 1932, p. 61). En su actividad sin finalidad toma partido, mediante una artiman? a, por el valor de uso contra el valor de cambio. Al despojar a las cosas con las que se entretiene de su utilidad mediada, busca salvar en el trato con ellas aquello que
las hace buenas para los hombres y no para la relacio? n de inrercam- bio, que deforma por igual a hombres y cosas. El carrito no va a ninguna parte, y los mi? nimos toneles que transporta esta? n vaci? os: pero son fieles a su determinacio? n en la medida en que no la ponen en pra? ctica, en que no participan de aquel proceso de abstraccio? n que nivela aquella determinacio? n con tal abstraccio? n, sino que pero manccen suspensos cual alegori? as de aquello para lo que especi? fica- mente esta? n. Dispersos, ciertamente, pero no implicados, esperan a que un di? a la sociedad borre de ellos el estigma social, a que un di? a el proceso vital entre el hombre y la cosa, la praxis, deje de ser pra? ctica. La irrealidad de los juegos denuncia que lo real no lo es au? n. Son ejercicios inconscientes de la vida justa. La compara- cio? n de los nin? os ron los animales se basa por entero en que la utopi? a late embozada en aquellos a los que Marx ni siquiera con- cede que puedan, romo trabajadores, generar plusvali? a. Los anima- les, al existir sin realizar ninguna tarea que el hombre les reconoz- ca, son algo asi? como la expresio? n de su propio nombre, de lo por esencia no intercambiable. Ello hace que los nin? os los amen y que su contemplacio? n sea dichosa. Yo soy un rinoceronte, significa la figura del rinoceronte. Los cuentos y las operetas conocen estas figuras, y la co? mica pregunta de la mujer acerca de co? mo sabe- mos que Orio? n se llama en realidad Orio? n se eleva a las estrellas.
que ha producido al trabajador mismo. En te? rminos generales el individuo no es so? lo el sustrato biolo? gico, sino a la vez la forma refleja del proceso social, y su consciencia de si mismo como indi- viduo existente en si? aquella apariencia de la que dicho proceso necesita para aumentar la capacidad de rendimiento, mientras que el individualizado tiene en la economi? a moderna la funcio? n de mere agente de la ley del valor. De aqui? puede deducirse la composicio? n interna del individuo en si? , y no meramente de su papel social. Lo decisivo en la fase actual es la categori? a de la composicio? n orga? nica del capital. La teori? a de la acumulacio? n entendi? a por ral <<el crecimiento en la masa de los medios de produccio? n comparado con la masa, que les da vida, de la fuerza de trabajo>> (Marx, Ca- pital, 1, Viena, 1932, p. 655). Si la integracio? n de la sociedad, sobre todo en los estados totalitarios, determina a los sujetos de forma cada vez ma? s exclusiva como momentos parciales en el con-
texto de la produccio? n material, entonces <<el cambio en la com- posicio? n te? cnica del capital>> se continu? a en los sujetos absorbidos por las exigencias tecnolo? gicas del proceso de la produccio? n - y propiamente so? lo asi? constituidos. La composicio? n orga? nica del hombre se ampli? a. Lo que hace que los sujetos este? n determinados en si? mismos como medios de produccio? n y no como fines vivien- tes, aumenta del modo como lo hace la participacio? n de las ma? - quinas con respecto al capital variable. Las comunes consideracio- nes sobre la <<mecanizacio? n>> del hombre son engan? osas, porque conciben al hombre como algo esta? tico que, por efecto de un <<In- flujo>> exterior, se ve sometido, en su adaptacio? n a las condiciones de la produccio? n externas a e? l, a ciertas deformaciones. Pero no hay sustrato alguno de tales <<deformaciones", nada o? nticamente interior sobre lo que exteriormente actu? en los mecanismos socia- les: la deformacio? n no es ninguna enfermedad que padezcan los hombres, sino la de la sociedad, la cual engendra sus hijos con algo que el biologismo proyecta en la naturaleza: con <<taras bere- ditarias>>. So? lo en tanto que el proceso que se implanta con la conversio? n de la fuerza de trabajo en mercanci? a se impone a todos los hombres sin excepcio? n y obieti? viaa y hace a la vez conmen- surables a priori cada uno de sus movimientos en un juego de rela- ciones de intercambio, es posible que la vida se reproduzca bajo las relaciones de produccio? n dominantes . Su perfecta organizacio? n exige la unio? n de todos los mucrros. La voluntad de vivir se ve remitida a la negacio? n de la voluntad de vivir: la eutoconservaci? o? n anula la vida en la subjetividad. Frente a ello, todos los efectos de la adaptacio? n, todos los actos de conformismo que describen la
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Hacc tiempo que esta? demostrado que
Novissimum Organum. -
el trabajo asalariado ha conformado a las masas modernas, es ma? s,
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? ? ? ? psicologi? a social y la antropologi? a cultural son meros epifeno? me- nos. La composicio? n orga? nica del hombre en modo alguno se re- fiere solamente a las especiales capacidades te? cnicas, sino por igual - lo que a toda costa se empen? a en contradecir la critica cultural al uso-- a lo opuesto a ellas, a los momentos de lo natural, que indudablemente se originaron ya en la diale? ctica social y que ahora quedan a merced de ella. Incluso lo que en el hombre difiere de la te? cnica es incorporado como una especie de lubricante de la te? cnica. La diferenciacio? n psicolo? gica, que originariamente era un resultado de la divisio? n del trabajo y del fraccionamiento del hom. bre en sectores del proceso de la produccio? n}' de la libertad, al final queda ella misma al servicio de la produccio? n. <<El especia- lista 'virtuoso'>>, escribi? a hace treinta an? os un diale? ctico, <<el ven- dedor de sus objetivadas y cosificadas capacidades intelectuales. . . adopta asimismo una acrirud contemplativa respecto al funciona- miento de sus propias capacidades objetivadas y cosificadas. Esta estructura se pone de manifiesto del modo ma? s grotesco en el pe- riodismo, precisamente donde la subjetividad misma, el saber, el temperamento y la capacidad de expresio? n se convierten en un mecanismo abstracto que entra en funcionamiento obedeciendo a leyes propias e independiente tanto de la personalidad del 'propie- rario' como del ser rnarerial-concrero de los objetos tratados. La 'carencia de principios' de los periodistas, la prostitucio? n de sus vivencias y convicciones, so? lo se pueden concebir como culmina- cio? n de la cosificacio? n capitalisra. >> * Lo que aqui? se puede obser- var de los <<feno? menos degenerativos>> de la burguesi? a, que ella misma denuncio? , con el tiempo ha llegado a presentarse como la norma social, como el cara? cter de la existencia perfecta, bajo el industrialismo tardi? o. Hace tiempo que ya no se trata del mero venderse de lo vivo. Bajo el a priori de lo mercantil, 10 vivo en cuanto vivo se ha conven ido a si? mismo en cosa, en equipamiento. El yo pone conscientemente al hombre entero a su servicio como un aparato. En esta reorganizacio?
n, el yo como organizador da tanto de si? mismo al yo como medio de explotacio? n que se toma enteramente abstracto, mero punto de referencia: la autoconserva- cie? n pierde su prefijo. Las cualidades, desde la aute? ntica amabili- dad hasta el histe? rico acceso de ira, son utilizables hasta el punto de acabar desapareciendo por completo en su uso conformado a la situacio? n. Ellas mismas van cambiando con su movilizacio? n.
* G. LUKA? CS, Historia y consciencia de clase (La cosificacio? n y la cont- cienciadel proletariado). [N. del r. ]
Quedan atra? s cual ligeras, ri? gidas y vaci? as envolturas de los actos, como material transportable a voluntad y desprovistas de todo rasgo personal. Ya no constituyen al sujeto, sino que el sujeto se conforma a ellas como a un objeto interno suyo. En su ilimi. tada amoldabilidad al yo aparecen a la vez enajenadas de e? ste: como cualidades absolutamente pasivas dejan ya de nutrirlo. Tal es la patoge? nesis social de la esquizofrenia. La separacio? n de las cualidades tanto del fondo instintivo como del yo que las comanda donde antes las manteni? a unidas, hace pagar al hombre su cre- ciente organizacio? n interna con una creciente desintegracio? n. La divisio? n del trabajo efectuada en el individuo, su radical objetiva- cio? n, termina produciendo una escisio? n patolo? gica. De ahi? el <<ca. ra? cter psico? tico>>, presupuesto antropolo? gico de todos los movi- mientos totalitarios de masas. Precisamente el tra? nsito de las cua- lidades fijas 11 las formas inestables de conducta -c-aparentemenre un incremento de la vitalidad- es la expresio? n de la creciente composicio? n orga? nica. La reaccio? n su? bita, con ausencia de toda mediacio? n del modo de ser, no restaura la espontaneidad, sino que fija a la persona como instrumento de medida disponible y regula-
ble para las centrales. Cuanto ma? s inmediatamente toma sus reso- luciones, ma? s profundamente esta? en verdad penetrada por la me- diacio? n: en los reflejos de ma? s pronto efecto y menor resistencia, el sujeto esta? completamente borrado. Es lo que sucede con los reflejos biolo? gicos, modelo de los reflejos sociales actuales, que, medidos desde la subjetividad, parecen algo objetivo, ajeno: no en vano se los califica a menudo de <<meca? nicos>>. Cuanto ma? s pro? ximos a la muerte se hallan los organismos, ma? s tienden a involucionar hacia los movimientos espasmo? dicos. Segu? n esto, las tendencias destructivas de las masas, que estallan en los estados totalitarios de ambas modalidades, no son tanto deseos de muerte
como manifestaciones de lo que e? stas han llegado a ser. Asesinan a fin de que lo que encuentran vivo se les asemeje.
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Matadero. -Las categori? as metafi? sicas no constituyen simple- mente la ideologi? a encubridora del sistema social, sino que en cada caso expresan a la vez la esencia de e? ste, la verdad sobre e? l, y en sus variaciones quedan plasmadas las de las experiencias ma? s sustanciales. Tal acontece con la muerte en la historia; y, a
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? ? la inversa, e? sta se deja comprender por aque? lla. La dignidad de la muerte equivali? a a la del individuo. Cuya autonomi? a, econo? mica- mente originada, se consumo? en la representacio? n de su cara? cter absoluto tan pronto como la esperanza teolo? gica en su inmortali- dad, que lo relativizaba empi? ricamente, empezo? a palidecer. Ello estaba en relacio? n con la imagen enfa? tica de la muerte, que borra por completo al individuo, al sustrato de todo el comportamiento y el pensar burgueses. Era el precio absoluto del valor absoluto. Ahora entra en declive con el individuo socialmente disuelto. Don- de aparece revestida de la antigua dignidad, su efecto es chirriante, como la mentira que siempre ha estado contenida en su concepto, la mentira que supone dar un nombre a 10 inescrutable, un predi- cado a 10 carente de sujeto y recomponer 10 ausente. Peto en la conciencia prevaleciente, la verdad y la falsedad de su dignidad han desaparecido, y no por el vigor de la esperanza en el ma? s alla? , sino por la desesperanzada falta de vigor del ma? s aca? . <<Le monde modeme - apunt aba ya en 1907 el cato? lico radical Charles Pe? guy- a re? ussi ti aoilir ce qu' il y a peut -e? tre de plus d ifficile ti avilir au monde, paree que c'est quelque cbose qui a en soi, commc dans sa texture, une sorte porticalie? rc de dignite? , comme une incapacite? singulle? re d'e? tre aoili: il avilit la mort>> (Men and Saints, Nueva York, 1944, p. 98). Si el individuo al que la muerte ha aniquilado es algo nulo, despojado de todo dominio sobre si? y del propio ser, entonces sera? tambie? n nulo el poder aniquilador, diri? amos como haciendo broma de la fo? rmula heideggeriana de que la nada anihila. La radical sustituibilidad del individuo hace de su muerte, con un desprecio total de la misma, algo anulable, tal como antan? o la concibio? el cristianismo con un patbos parado? jico. Pero la muerte aparece perfectamente integrada como quantite? ne? gligeahle. Para cada bombre la sociedad tiene dispuesto, con to- das sus funciones, un siguiente a la espera, para el que el primero es desde el principio un molesto ocupante del puesto de trabajo, un candidato a la muerte. De ese modo la experiencia de la muerte se transmuta en un recambio de funcionarios, y todo cuanto de la relacio? n natural que es la muerte no pasa a formar parte por en- tero de la relacio? n social, es relegado a la higiene. Al no concebirse la muerte ma? s que como la exclusio? n de un ser natural de la trama de la sociedad, e? sta ha terminado domestica? ndola: el morir mera- mente confirma la absoluta irrelevancia del ser natural frente a lo absoluto social. Si bay algu? n modo en que la industria cultural deja testimonio de los cambios en la composicio? n orga? nica de la sociedad, es mediante la confesio? n apenas velada de este estado
de cosas. Bajo su lupa, la muerte empieza a parecer algo co? mico. Mas la risa con que la saluda cierto ge? nero de producciones ('S ambigua. Denuncia todavi? a el miedo a lo amorfo que hay bajo la red con que la sociedad ha cubierto a la naturaleza entera. Pero la cubierta es ya tan amplia y espesa, que la memoria de lo des- nudo tiene un aspecto ridi? culo y sentimental. Desde que la novela polici? aca decayo? en los libros de Edgar Wal1ace, que con su mi? - nima construccio? n racional, sus enigmas no resueltos y su burda exageracio? n pareci? an burlarse de los lectores y que, sin embargo, tan grandiosamente anticipaban la imago colectiva del horror tota- litario, ha ido constituye? ndose un tipo de comedia criminal. Mien- tras e? sta pretende todavi? a hacer broma del falso horror, demuele las ima? genes de la muerte. Presenta el cada? ver como aquello en lo que se ha convertido , como requisi to . Au? n tiene la apariencia de un hombre, pero so? lo es una cosa, como en la peli? cula A slight case 01 morder, donde los cada? veres son continuamente transpor- tados de un sitio a otro como alegori? as de lo que ya antes eran. Lo co? mico saborea la falsa eliminacio? n de la muerte, que ya Kefke habi? a descrito con pa? nico en la historia del cazador Gracchus: por esa misma eliminacio? n, la mu? sica empieza tambie? n a resultar comi? - ca. Lo que los nacionalsocialistas hicieron con millones de hom- bres, la catalogacio? n de los vivos como muertos, y lo que despue? s
han hecho la produccio? n en masa y el abaratamiento de la muerte, proyecta su sombra sobre los que para hacer rei? r se inspiran en los cada? veres. Es fundamental introducir la descomposicio? n biolo? - gica entre las representaciones sociales conscientes. So? lo una huma- nidad a la que la muerte le resulta tan indiferente como sus miembros, una humanidad que ha muerto, puede sentenciar a muerte po r vi? a admin istra tiva a incont ables seres . La oracio? n de Ri1ke por una muerte propia representa el lamentable engan? o de creer que los hombres simplemente fallecen.
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Medias tintas. - A la cri? tica de las tendencias de la sociedad actual se le replica automa? ticamente, aun antes de haber dicho su u? ltima palabra, que las cosas siempre han sido asi? .
