En lo que sigue queremos esbozar, más allá
de lo dicho, cómo podría abordar su tema una teoría filosófica de
la globalización que comenzara por reflexionar sobre los descubri
mientos, y con qué problemas se topa una teoría de la comuna an-
750 tropológlca condicionada por los descubrimientos, alias humanidad.
de lo dicho, cómo podría abordar su tema una teoría filosófica de
la globalización que comenzara por reflexionar sobre los descubri
mientos, y con qué problemas se topa una teoría de la comuna an-
750 tropológlca condicionada por los descubrimientos, alias humanidad.
Sloterdijk - Esferas - v2
Detrás de ello no se oculta nada más
que una noticia de prensa que decía que, por la apertura del último
tramo del Great Indian Peninsular Railway entre Rothal y Alláhá-
bád, el subcontinente indio podía ahora atravesarse sólo en tres
días. Con ella construyó un periodista de un periódico londinense
el provocador artículo que habría de suscitar la apuesta de Phileas
Fogg con sus amigos y compañeros de whist del Reform-Club. En lo
que consistía la apuesta de Fogg con sus compañeros de club no era
en el fondo otra cosa que la cuestión de si la praxis turística estaba
en condiciones de verificar las promesas de la teoría turística. El de
cisivo artículo del Moming Chronicle no contenía más que una expo
sición de los lapsos de tiempo que había de estimar un viajero para
llegar de Londres a Londres dando mientras tanto la vuelta al mun
725
do. Que ese cálculo se basara en la hipótesis de un viaje hacia el es
te correspondía,junto con la gran añnidad británica con la parte in
dia de la Commonwealth, a una temática actual de la época: la aper
tura del canal de Suez el año 1869 había sensibilizado a toda Europa
con el tema de la aceleración del tráfico mundial y creado incenti
vos irreprimibles para elegir la ruta oriental, acortada dramática
mente. Como testimonia el desarrollo del viaje de Fogg, aquí ya se
trata de un este completamente occidentalizado hace mucho tiem
po, que con todos sus brahmanes y elefantes ya no significa más que
un trozo cualquiera de arco en la curvatura del planeta, represen
tado espacio-situacionalmente y hecho disponible técnico-circulato
riamente.
«Aquí está el cálculo publicado en el Moming Chronicle:
Londres-Suez por Mont-Cenis y Brindisi, en tren y vapor, 7 días;
Suez-Bombay, vapor, 13 días;
Bombay-Calcuta, tren, 3 días;
Calcuta-Hong Kong (China), vapor, 13 días;
Hong Kong-Yokohama (Japón), vapor, 6 días;
Yokohama-San Francisco, vapor, 22 días;
San Franciso-Nueva York, ferrocarril, 7 días;
Nueva York-Londres, vapor y ferrocarril, 9 días.
Total: 80 días. »
«¡Efectivamente, sólo ochenta días! », exclamó Andrew Stuart, «pero
también hay que contar con el mal tiempo, los vientos en contra, un posi
ble naufragio, descarrilamientos. . . ».
«Todo incluido», respondió Phileas Fogg.
«¿Aunque hindúes o indios arranquen los carriles, detengan los trenes,
asalten los vagones correo y arranquen la piel de la cabeza a los viajeros?
¿Incluso así? » decía, acalorado, Andrew Stuart.
«Todo incluido», repitió Phileas Fogg1”.
El mensaje de Julio Verne es que en una civilización técnica
mente saturada ya no existe aventura alguna, sino sólo retrasos. Por
eso el autor atribuye importancia a la observación de que su héroe
no tiene experiencia. La flema imperial del señor Fogg no puede
726
dejarse alterar por turbulencia alguna, porque, como viajero global,
no debe ya respeto alguno a lo local. Después de que asegurara la
posibilidad de darle la vuelta, la tierra, incluso en los escenarios más
lejanos, no es ya para el turista consumado sino un conjunto de si
tuaciones e imágenes, de las que los diarios, los escritores de viajes
y las enciclopedias han ofrecido ya un cuadro más completo. Se en
tiende, pues, por qué la llamada lejanía apenas es digna de una mi
rada para este indiferente señor. Suceda lo que suceda, sea una que
ma de viudas en la India o un ataque de los indios en el oeste
americano, en principio nunca puede tratarse más que de inciden
tes sobre los que se está mejor informado como miembro del Re-
form-Club londinense que como turista involucrado en ellos sobre
el terreno mismo. Quien viaja bajo estas condiciones no lo hace por
placer ni por razones de negocios, sino por gusto por el movimien
to mismo; ars gratia artis; motio gratia motionis.
Desde los días de Giovanni Francesco Gemelli Careri (1651-1725),
de Calabria, que, disgustado por disputas familiares, emprendió una
vuelta al mundo entre los años 1693 y 1697, el tipo del viajero uni
versal sin negocio, es decir, el turista, es una magnitud establecida en
el programa de la Modernidad; su Giro del Mondo pertenece a los do
cumentos fundacionales de una literatura de la globalización a gus
to privado. También Gemelli Careri se adhirió espontáneamente al
hábito del descubridor que creía poseer un mandato del espíritu de
informar en casa sobre sus experiencias de fuera; sus observaciones
mexicanas y su relato de la travesía del Pacífico se consideraban to
davía generaciones después como aportaciones etnogeográficamen-
te respetables. Aunque generaciones posteriores se aficionaran a un
estilo informativo más bien marcado subjetivamente, la liaison de via
je y escritura perm aneció intangida hasta el siglo XIX. Todavía en
1855 el Conversationslexicon de Brockhaus podía constatar que turista
se llama a «un viajero, al que no le une ningún objetivo determina
do, por ejemplo científico, con su vteye, sino que sólo viaja por hacer
el viaje y poder contarlo después».
En el caso de Julio Veme, en cambio, el viajero universal renun
cia a su profesión documentalista y se convierte en un puro pasaje
ro, es decir, en un cliente de servicios de transporte que paga para
727
que su viaje no se convierta en experiencia alguna, de la que además
tuviera que hablar después. La vuelta al mundo es un deporte y no
una lección filosófica, sí, ni siquiera parte ya de un programa edu
cativo. Incluso por lo que se refería al aspecto tecnológico, Julio
Verne no era un visionario en el horizonte del año 1874; teniendo
en cuenta los medios de transporte más importantes, ferrocarril y
vapor de hélice, los motores principales de la revolución del trans
porte en el siglo XIX medio y tardío, el viaje de su héroe correspon
día exactamente al estado de entonces del arte de llevar a ingleses
apáticos de A hasta B y vuelta. No obstante, la figura de Phileas Fogg
presenta rasgos proféticos, en tanto aparece como prototipo del pa
sajero literalmente clandestino, cuya única relación con los paisajes
que van pasando consiste en su interés de atravesarlos. El estoico tu
rista prefiere viajar con las ventanas cerradas; como gentleman, per
siste en su derecho de no tener que considerar nada como digno de
verse; como apático, rechaza hacer descubrimientos. Estas actitudes
anuncian un fenómeno de masas del siglo XX, el hermético viajero
a destajo, que transborda por doquier, sin haberse fijado en ningu
na parte en algo que no coincidiera con las imágenes de los folletos.
Fogg es el reverso perfecto de sus predecesores tipológicos, los geó
grafos y circunnavegadores del mundo de los siglos XVI, XVII y XVIII,
para quienes toda partida iba unida a la esperanza de descubri
mientos, conquistas y enriquecimientos. A estos viajeros experi
mentales siguieron desde el siglo XIX los turistas románticos, que
viajaban lejos para enriquecerse por medio de impresiones.
Entre los viajeros impresionistas de nuestro siglo ha conseguido
cierta fama por sus notas de viaje el filósofo de la cultura y conde
Hermánn Keyserling; realizó su gran ronda por las culturas del
mundo en trece meses como una especie de experimento hegelia-
no: iluminación por regreso demorado a la provincia alemana*74.
Phileas Fogg está en clara ventaja sobre Keyserling, porque ya no tie
ne que hacer como si de lo que se tratara en su viaje en torno al to
do fuera de aprender todavía algo esencial. Julio Verne es el mejor
hegeliano, puesto que había comprendido que en el mundo orga
nizado y amueblado ya no son posibles héroes substanciales, sino só
lo héroes de lo secundario: lo que le queda a Fogg es un heroísmo
728
de la puntualidad. Sólo con su ocurrencia de quemar las estructuras de madera del propio barco a falta de carbón durante la travesía del Atlántico, entre Nueva York e Inglaterra, rozó una vez más el estoi co inglés por un momento la heroicidad original y dio un giro a la idea de autoinmolación por un orden futuro, giro que correspon día al espíritu de la era industrial. Por lo demás, sport y spleen des criben el último horizonte en el mundo arreglado y adecentado. Keyserling, por el contrario, roza el ridículo cuando, como una tar día personificación del espíritu del mundo, da la vuelta a la tierra con el fin de volver «a sí»; su motto reza, correspondientemente, có mico: «El camino más corto hacia sí mismo conduce alrededor del mundo». Pero, como muestra su libro, no puede hacer experiencia necesaria alguna, sólo puede recoger impresiones.
6 Mundo de agua
Sobre el cambio del elemento rector de la edad moderna
En el punto decisivo, el itinerario de Julio Veme refleja perfec tamente la aventura originaria de la globalización terrestre: en él se manifiesta inequívocamente la gran preponderancia de los viajes por agua. En ello se percibe todavía, en una época en la que la cir cunvolución terrestre se había convertido hacía tiempo en un de porte de elite (globe trotting, algo así como: patearlo todo), la huella de la revolución magallánica de la imagen de mundo, a consecuen cia de la cual la imagen del planeta preponderantemente térrea fue sustituida por la del planeta oceánico. Haciendo campaña en favor de su proyecto, Colón pudo explicar todavía, ante Sus Majestades católicas de España, que la tierra era «pequeña» y preponderante- mente seca y que el elemento húmedo sólo constituía una séptima parte de ella. También los marinos de finales de la Edad Media creían en la preponderancia del espacio térreo, y por un motivo comprensible, dado que el mar es un elemento que por lo general no gusta a quien lo conoce más de cerca. No sin profundas razones de experiencia, el odio de los habitantes de la costa al mar abierto se había traducido en esta visión del Apocalipsis de sanJuan (21,1):
729
que tras la venida del Mesías el mar ya no existirá (una frase que, en
Titanic, de James Cameron, cita muy a propósito el clérigo de a bor
do, mientras la popa del barco se pone en vertical antes del hundi
miento. )
A los europeos del temprano siglo XVI se les exigía de repente
que comprendieran que, en vistas de la preponderancia en él de las
superficies acuosas, el planeta Tierra llevaba, en el fondo, un nom
bre injusto. Lo que se llamaba Tierra aparecía ahora como un wa-
terworld; tres cuartos de su superficie pertenecen al elemento hú
medo: ésta es la información fundamental globográfica de la edad
moderna, de la que nunca parece que quedara claro si se trata de
un evangelio o de un disangelio. No fue fácil despedirse de los pre
juicios térreos inmemoriales. El más antiguo de los globos posco
lombinos que se conservan, que ya contempla -en bosquejo- los
continentes americanos y el mundo de islas de las Indias occidenta
les, el pequeño y metálico globo Lenox, construido en 1510, hace
aparecer todavía -como muchos mapas y globos tras él- la legenda
ria isla de Cipango o Japón, mencionada por primera vez por Mar
co Polo, cerquísima de la costa noroccidental de América. En él se
refleja la dramática y persistente minusvaloración de las aguas al oc
cidente del Nuevo Mundo, como si el error maestro de Colón -la es
peranza de un camino corto occidental a un Asia supuestamente
cercana- hubiera de repetirse ahora desde la base de América. Algo
más de un decenio después, una carabela dibujada en el océano Pa
cífico, en el mar del sur; sobre el globo terráqueo de Brixen, de 1523
o 1524, alude a la vuelta al mundo de Magallanes; ya en el otoño de
1522, octavillas, que llegaron hasta la Europa del Este, habían infor
mado del regreso de la nave Victoria, y, sin embargo, el autor de es
te primer globo posmagallánico no pudo reproducir la revolución
oceánica. Pero ello no supone una limitación culpable: ningún eu
ropeo estaba en condiciones en esos días de calibrar realmente lo
que tenían que comunicar el capitán vascoJuan Sebastián Elcano y
el autor italiano del cuaderno de bitácora magallánico, Antonio Pi-
gafetta, cuando informaban de que después de dejar la punta su-
roccidental de Sudamérica hubieron de navegar hacia el oeste, «du
rante tres meses y veinte días» -desde el 28 de noviembre de 1520
730
Estelas de barcos en el mar del Japón,
fotografiadas desde el transbordador espacial Discovery.
hasta el 16 de marzo de 1521, con vientos favorables constantes-, a
través de un mar inconmensurable, desconocido, que llamaron ma-
repacifico «porque no sufrimos ninguna tempestad durante todo el
viaje»375. En esta corta anotación se esconde la revolución océano-
gráfica con la que la Antigüedad geográfica, la creencia tolemaica
en la preponderancia de las masas continentales, habría de llegar a
un final sensacional.
En qué medida estaba determinada terracéntricamente la ima
gen de mundo tolemaico-premagallánica lo muestra una descrip
ción del mundo, aparecida apenas algo más de la edad de un ser hu
mano antes del viaje de Colón, la más artística y grande entre las
tardomedievales: el monumental disco del mundo del monje ca-
maldulense veneciano Fra Mauro, del año 1459 (ver infra la página
798). En su tiempo no sólo pasaba por ser la representación de la
tierra más amplia, sino también la más detallada; presenta todavía
la tierra tardomedieval-antiguo-europea, contenida en el círculo in
munizante y en la que el elemento húmedo desempeña un papel
marginal, literalmente hablando. Aquí no se le concede al agua -ex
cepto a la mancha del Mediterráneo, algo apartada del centro, y a
los ríos- sino los márgenes más extremos. Lo empírico y lo fantásti
co se presentan en la imagen de Fra Mauro en un compromiso ex
traño, y, a pesar de la representación rica en conocimientos, consis
tente, acomodada al estado histórico del arte, de las condiciones
terrestres, la imagen, en su totalidad, se subordina, obediente, al im
perativo iluso antiguo-europeo de imaginarse un mundo redondo
con pocas superficies marinas.
Sin la traducción de las nuevas verdades magallánicas a los gra-
fismos de la siguiente y subsiguiente generación de globos, ningún
europeo habría podido conseguir una imagen apropiada de la in
flación revolucionaria de las superficies acuosas. En ella se basa el
cambio histórico-universal del pensar continental al pensar oceáni
co: un acontecimiento cuyo alcance será tan inmenso como el trán
sito colombino-magallánico de la imagen antigua de los tres conti
nentes (que aparece en los mapas como orbis tripartitus) al esquema
moderno de los cuatro continentes, ampliado con las dos Américas;
por lo que atañe al quinto continente, la mítica térra australis, con la
732
El cartel de la White Star Line
muestra el Olimpic, el buque gemelo del Titanic,
botado en 1910; litografía de 1911.
que comenzó a soñar el siglo XVI como el más grande y rico de los
espacios terrestres, la historia de su descubrimiento supone -si se
compara con las expectativas primeras- una larga historia de de
cepción y encogimiento. Los británicos fueron consecuentes con
ello al hacer del decepcionante Reino del Sur su colonia peniten
ciaria; en ella puede «deponerse», más o menos definitivamente, y
733
I
Kr
ti Great tastern, 1858.
a una distancia óptima de la madre patria, el «excedente incorregi
ble e indeseable de malhechores» que Inglaterra producía en abun
dancia’7".
Resulta especialmente extraño que a las masas de tierra com
pactas de la superficie terrestre se les dé pronto el nombre de aque
llo envolvente o continente, continens, que hasta los días de Copér-
nico yde Bruno había designado la envoltura-todo o la bóveda de
los límites últimos del mundo. Que el planeta húmedo, poblado por
seres humanos, se siga llamando obstinadamente Terra, y que las
masas de tierra firme sobre él se adornen con el absurdo título de
continente, delata cómo respondieron los europeos modernos a la
revolución húmeda: tras el shock de la circunvolución terrestre se re
fugian en falsas designaciones, que simulan lo conocido yfamiliar
de siempre en lo nuevo insólito ydesacostumbrado. Pues lo mismo
que el planeta circundado no merece ser denominado ya según la
escasa tierra firme que sobresale en él sobre los océanos, tampoco
734
tienen derecho los «continentes» de tierra a llevar ese nombre, pues
to que precisamente no son ellos los que contienen, sino los conte
nidos -por el mar-. Si se hicieran correctamente las cosas desde el
punto de vista lingüístico, sólo el océano podría llamarse continente,
Pero no sólo desde un punto de vista léxico o semántico la historia
de la edad moderna fue, por parte de la consideración térrea del es
pacio y de la substancia, un dilatado bordear y esquivar el mar y las
corrientes de mercancías que pasaban por encima. El titubeo fren
te a las verdades oceánicas marca toda la edad moderna por su lado
estatal y estático.
La arista agresiva del temprano saber de la globalización se mos
tró en las perspectivas magallánicas de la extensión real de los océa
nos y en su reconocimiento como los auténticos medios universales.
Que los océanos, los mares del mundo (Weltmeere), son los soportes de
los asuntos globales y, con ello, los medios naturales de los flujos sin
límites de capital: ése es el mensaje de todos los mensajes en la era
entre Colón, el héroe del medio marítimo, y Lindbergh, el pionero
de la era del medio aéreo; un mensaje contra el que, durante siglos,
los viejos europeos, apegados a la tierra, enfocaron su voluntad de
provincia. Era como si la vieja tierra fuera a anegarse de nuevo en
las aguas diluviánicas, pero en unas que no venían del cielo, sino
que fluían de extraños libros de viaje. En el siglo XIX, el gran poeta del mundo marítimo, Melville, pudo hacer exclamar a una de sus fi guras: «Sí, extravagantes hijos de la tierra, la avalancha de agua de Noé no ha pasado todavía»377. Tanto la unidad como la repartición del planeta Tierra se había convertido en un asunto del elemento marítimo y de las potencias marítimas, y la navegación europea, ci vil, militar, corsaria, había de acreditarse como el agente operativo de la globalización hasta el auge de la aeronáutica. Era más allá de los océanos donde querían erigirse los seabome empires de las nacio nes europeas mundialmente poderosas. Quien pretendiera enten der el mundo en ese tiempo tenía que pensar hidrográficamente. Incluso el itinerario de mofa del Moming Chronicle rendía tributo a esa verdad, en tanto para la vuelta al mundo calculaba,junto a sólo doce días de viaje en ferrocarril, sesenta y ocho en total en barco. Sólo el mar proporcionaba base y fundamento a los pensamientos
735
universales; sólo el océano podía conferir el birrete de doctor en
modernidad auténtica. Con razón pudo Melville hacer que la mis
ma figura de la novela explicara: «Un barco ballenero era mi Yale
College y mi Harvard»378.
Entre los primeros que supieron extraer consecuencias prácticas
de los conocimientos magallánico-elcánicos está el joven monarca
Carlos V, desde 1516 rey de España, desde 1519 emperador del Sa
cro Imperio Romano. A él hizo entrega Pigafetta, todavía en el oto
ño de 1522, en Valladolid, de su diario de navegación: el documen
to testimonial más secreto de la nueva situación del mundo379. Carlos
interpretó la información sobre el Pacífico y sobre los esfuerzos so
brehumanos de la circunnavegación por la ruta del oeste, con toda
justeza, como una novedad tan maravillosa como espantosa, tan lle
na de encantos como intimidadora. Tras sólo unos pocos intentos
vanos de repetir el viaje de Magallanes, le pareció aconsejable olvi
dar la idea de nuevos viajes por la ruta del oeste a las islas de las Es
pecias (Molucas). Así, por el Tratado de Zaragoza de 1529, vendió
los derechos adelantados españoles sobre las Molucas a la corona
portuguesa por un precio de 350. 000 ducados: lo que había de reve
larse como un negocio excelente, después de que, pocos años más
tarde, mediciones de longitud, perfeccionadas, al otro lado del glo
bo, probaran que, según el Tratado de Tordesillas del año 1494, por
el que España y Portugal se repartieron la tierra, las codiciadas islas
Molucas ya pertenecían, sin más, al hemisferio portugués. Carlos se
divertía todavía años después con los informes sobre los ataques de
rabia de su regio colega burlado.
En esta venta interdinástica de territorios extranjeros, de los que,
obviamente, ni sus vendedores ni sus compradores sabían con exac
titud dónde estaban, se refleja, posiblemente, con mayor claridad
que en ningún otro documento de aquel tiempo la naturaleza es
peculativa de los primeros procesos de globalización. Resulta ridí
culo que el periodismo de hoy pretenda identificar en los movi
mientos más recientes del capital especulativo el motivo real del
shock de la forma del mundo llamada globalización. El sistema uni
versal del capitalismo se estableció desde el primer momento bajo
los auspicios, mutuamente implicados, de globo y especulación380. El
736
Estereorama «Poesía del mar», Exposición Universal
de París de 1900, mecanismo para la simulación de olas.
imperio de ultramar de Carlos V se construyó con préstamos de
bancos de Flandes y de Augsburgo, después también de Génova, cu
yos dueños giraban los globos para hacerse una imagen de los ca
minos de ida de sus créditos y de los caminos de vuelta de sus inte
reses. La aventura oceánica implicó desde el comienzo a sus actores
en una carrera por oportunidades ocultas en lejanos mercados opa
cos. Ya para ellos era válida la sospechosa expresión de Cecil Rho-
de: «La expansión lo es todo»TM1. Ciertamente, como nuestro ejem
plo insinúa, lo que los ecónomos, siguiendo a Marx, han llamado la
acumulación originaria era más bien, a menudo, un acopio de títu
los de propiedad, opciones y derechos de explotación que una em
presa de instalaciones de producción sobre un capital base. El descu
brimiento y toma de posesión formal de territorios lejanos permitía
a los patrocinadores principescos y burgueses de la navegación ul
tramarina esperar ingresos futuros, fuera en forma de botín o tri
buto, fuera mediante transacciones comerciales regulares, respecto
a las que nunca estaba prohibido soñar con márgenes de beneficio
fabulosos.
La globalización de la tierra por los primeros marinos-comer
ciantes y cosmógrafos estuvo lejos, obviamente, de subordinarse a
intereses teóricos; desde su desencadenamiento por los portugue
ses, obedecía a un programa de conocimiento resueltamente anti
contemplativo y enemigo de la deducción. El experimentum maris
proporcionaba el criterio para el nuevo concepto de experiencia
del mundo. Sobre los mares se hizo claro por primera vez cómo la
edad moderna había de representarse eljuego conjunto de teoría y
praxis. Cien años antes de Francis Bacon, los patronos y actores de
la circunvolución del mundo sabían que el conocimiento de la su
perficie terrestre era poder, y, ciertamente, poder en su forma más
palpable y más productiva. La imagen de la tierra, que estaba cons
tantemente precisándose, adquiere ahora, de inmediato, la calidad
de saber de registro e intervención; nuevos conocimientos oceáni
cos son suministros de armas para la lucha con competidores en el
espacio abierto. Por eso las novedades geográficas e hidrográficas se
protegían como secretos de Estado o patentes industriales. La Co
rona portuguesa prohibió bajo pena de muerte la proliferación de
cartas marinas en las que se consignaran los descubrimientos y des
cripciones de costas de los capitanes lusos, razón por la cual apenas
se conserva ninguno de sus famosos portulanos, que servían como
itinerarios para viajes a lo largo de las costas navegables.
Podría decirse que el cálculo con las cifras arábigas encontró un
par en un cálculo con los mapas europeos. Después de que la intro
ducción del cero indoarábigo en el siglo XII hubiera permitido una
matemática elegante, el globo terráqueo de los europeos deparaba
una panorámica de los asuntos geopolíticos y de comercio interna
cional con la que se podía operar. Pero, así como -según una obser
vación de Alfred N. Whitehead- nadie sale de casa para comprar ce
ro peces, nadie navega desde Portugal hasta Calcuta o Malaca para
regresar con cero especias en las bodegas. Un grupo de islas de las
Especias en el mar del Sur, ambicionado y ocupado por deseos eu
ropeos, no es, desde ese punto de vista, una mera mancha sobre un
vago mapamundi, sino, ante todo, un símbolo de beneficios que se
738
Kart Haushofer, Weltmeere und Weltmáchte, 1937,
campo de tiro de la marina británica en Gibraltar.
esperan de la extraña lejanía. En manos de quienes saben utilizarlo,
el globo no sólo es el nuevo icono auténtico del cuerpo terrestre cir-
cunvolucionable, sino más bien una imagen de fuentes de dinero
que fluyen desde el futuro hacia el presente. Se podría entender, in
cluso, como un reloj oculto que, bajo las imágenes de mares, islas y
continentes en el espacio lejano, marca las horas del beneficio. El
globo moderno hizo su fortuna como reloj de oportunidades para
una nueva sociedad de empresarios a distancia y corredores de ries
gos que ya hoy divisaban en las costas de otros mundos su riqueza de
mañana. En ese reloj, que marcaba las horas de lo no-sucedido-to-
davía, los agentes con más presencia de ánimo de los nuevos tiem
pos, los conquistadores, los comerciantes de especias, los buscadores
de oro y tempranos políticos realistas, percibieron aquello para lo
que había llegado la hora en sus empresas y naciones.
Es fácil comprender por qué los mismos globógrafos servían
739
«Máquina del mundo de Gotha», 1780, Ph. M.
y Georg David Hahn; la maquinaria del reloj gestiona lo telúrico,
a la izquierda; el sistema copernicano del mundo, a la derecha,
y un globo de estrellas más el zodíaco, sobre el centro.
igual a los príncipes que a los grandes empresarios burgueses. Ante
lo nuevo, emperador y tendero son iguales, y la fortuna, que en el
futuro se cernirá menos sobre su vieja esfera del cosmos que sobre
el moderno globo del mundo, apenas diferencia entre favoritos
principescos y burgueses. Advertido por su canciller Maximilian
Transsylvanus sobre estos sabios, los más provechosos de todos, Car
los V gustaba de mantener trato amigable con Gerhard Mercator y
Philipp Apian, los más sobresalientes globógrafos del mundo, que
trabajaban a la vez para la elite entera de la empresa y de la ciencia;
Raymund Fugger, después de todo más que un tendero, encargó en
1535 a Furtenbach la construcción de un globo terráqueo para uso
propio, que se colocó en el palacio Fugger de Kirchbach; como el
740
globo Welser de Christoff Schiepp, una pizca más antiguo, el globo Fugger era también una pieza única de acabado artístico. Pero el fu turo pertenecía a los globos impresos, que llegaban al mercado en ediciones más grandes. Ellos proporcionaron a la globalización te rrestre la primera base massmediática. Pero, pieza única o produc to en serie, cualquier globo hablaba a sus observadores del placer y de la necesidad de conseguir beneficios en el espacio terrestre des limitado.
Después de volver la espalda al Portugal desagradecido, el 22 de
marzo de 1518 el héroe marino Magallanes y un representante de la
Corona española echaron juntos una ojeada a un globo alentador
así, sobre el que en algún lugar de las antípodas tenían que quedar
las islas de las Especias, las Molucas, y cerraron mutuamente un con
trato sobre el descubrimiento precisamente de esas islas (Capitula
ción sobre el descubrimiento de las Islas de la Especería); contrato en el
que también fue regulado minuciosamente el reparto de las virtua
les riquezas que hubieran de provenir de esas fuentes lejanas en el
espacio y el tiempo. Ello muestra, con una explicitud poco habitual,
que incluso el concepto de descubrimiento -la palabra rectora, tan
to epistemológica como políticamente, de la Modernidad- no de
signaba una magnitud teórica autónoma, sino sólo un caso especial
del fenómeno inversión. Invertir, a su vez, es un caso de negocio
arriesgado. Cuando los esquemas del negociar con riesgo se extien
den de modo general -invertir, planificar, ingeniárselas, apostar,
cubrirse las espaldas, repartir riesgos, hacer reservas-, entra en liza
una casta de seres humanos que quiere procurarse por sí misma su
felicidad y su futuro jugando con las oportunidades, y que no desea
ya ser conducida tan sólo por la mano de Dios. Se trata de un tipo
que en la nueva economía de la propiedad y del dinero se ha dado
cuenta de que si es verdad que las pérdidas espabilan, las deudas es
pabilan aún más. La figura clave de la nueva era es el «productor-
deudor» -más conocido por el nombre de empresario-, que flexi-
biliza permanentemente su modo de hacer negocios, sus opiniones
y a sí mismo, para, por todos los medios permitidos y no permitidos,
experimentados y no experimentados, hacer ganancias que le per
mitan amortizar a tiempo sus créditos. Estos productores-deudores
741
aportan un significado revolucionario, moderno, a la idea de deuda
culpable. Una falta moral se convierte en un estímulo económico
inteligente. Sin la positivización de las deudas, ningún capitalismo.
Los productores-deudores son quienes comienzan a girar la rueda
de la permanente revolución monetaria en la «época de la burgue
sía»382. El asunto primordial de la edad moderna no es que la tierra
gire en tomo al sol, sino que el dinero lo haga en tomo a la tierra.
7 Fortuna o: La metafísica de la suerte
En esta coyuntura económica y psicopolítica la diosa romana de
la Fortuna apareció de nuevo en el horizonte de intereses europeos
de entonces, dado que consiguió pactar con la nueva religiosidad
empresarial como ninguna otra figura del antiguo cielo de dioses.
El regreso de la Fortuna correspondía al sentimiento del mundo
que poseía la moderna ontología de la suerte, sentimiento que se
materializó clásicamente en el oportunismo de Maquiavelo, en el en
sayismo de Montaigne y en el empirismo-experimental de Bacon.
También el neofatalismo del Shakespeare tardío pertenece a los auto-
enunciados característicos de una época que, en sus momentos más
sombríos, percibe al ser humano como un corredor de riesgos in
fectado por la competencia, obcecado por la envidia, señalado por
el fracaso; aquí, los actores sobre el escenario del mundo aparecen
como pelotas con las que disponen sujuego las fuerzas de la ilusión.
La Fortuna aparece por doquier como la diosa de la globalización
par excellence. No sólo se presenta como la equilibrista eternamente
irónica balanceándose sobre su globo, sino que enseña a ver la vida
en su totalidad como un juego de azar en el que los vencedores no
tienen por qué enorgullecerse, ni los perdedores por qué quejarse.
Ya en el siglo VI Boecio, que en su libro Sobre los remediosfrente a la
buenay mala suerte había puesto las bases de las especulaciones me
dievales sobre la fortuna y que siguió siendo una fuente de inspira
ción para las filosofías de la suerte del Renacimiento, había coloca
do en boca de su diosa las premisas para la existencia en la rueda:
742
Fortunatus y la doncella de la suerte,
ilustración de un libro popular de 1509.
Ésta es mi virtud, este juego lo juego sin cesar: hago girar la rueda en
círculos cambiantes, y mi alegría consiste en volver lo superior abajo del to
do y lo inferior arriba del todo. Si tú quieres, súbete, pero bajo la condición
de que cuando, según las reglas de mi juego, vuelvas a hundirte, no debes
considerarlo como una injusticia cometida contigoTM.
La Edad Media, fanática de la estabilidad, lee esto, sobre todo,
como advertencia frente a la vanitas; ve, por ello, en la diosa del ca
pricho una diablesa de la volubilidad perversa, mientras que la edad
moderna naciente barrunta en la imagen de la rueda del destino,
dando vueltas, una metafísica de la suerte que se ajusta a sus más
propias y peculiares razones de movimiento. En las cuatro posicio
nes fundamentales de la rueda de la suerte: subir-ocupar el trono-
bajar-quedar tirado, el nuevo tiempo no sólo reconoce los riesgos
fundamentales de la vita activa, sino los emblemas específicos de la
743
La rueda de la fortuna del Hortus deliciarum
de Herrad von Landsberg, ca. 1190.
suerte del empresario. Pero a la Fortuna no sólo se la representa
con su rueda, sino también con emblemas marinos como la vela
hinchada y, sobre todo, con aquel timón quejunto con el globo fue
su atributo más antiguo. Ya la Antigüedad había asociado la suerte
con la navegación, y la edad moderna no puede hacer otra cosa que
reforzar esa conexión. En todo caso, al signo marítimo le añade el
de los dados, cuya caída -cadentiar- genera el concepto del negocio
de riesgo: la suerte. Se puede llegar a reconocer en las ideas sobre
la fortuna más renovadas o refrescadas en el Renacimiento, entre
una multiplicidad de significados y contextos385, la pujante filosofía
744
del éxito de un protoliberalismo para el que las posiciones de la rue
da de la suerte corresponderán, sin ambages, aljuicio de Dios que
supone el éxito en el mercado. En el éxito, antes de toda subjetivi
dad de control y métodos, es el azar predestinador el que llega al
poder. ¿Qué es liberalismo, desde el punto de vista filosófico, sino
la emancipación de lo accidental? , ¿y qué el nuevo empresariado, si
no una praxis para corregir eficazmente el azar y la fortuna?
Pertenece a las ideas profundas del siglo XVI la de promover,jun
to a la nobleza de nacimiento, apreciada desde tiempos míticos, y la
nobleza del cargo, que había comenzado recientemente a hacerse
imprescindible en los servicios del Estado, también la nobleza anár
quica del futuro, la nobleza de la suerte, que es la única que aban
dona el seno de la fortuna como hija legítima de la edad moderna.
Entre esta nobleza del azar se reclutarán los prominentes de la era
de la globalización: un círculo compuesto por gentes que se han he
cho ricas noctámbulamente, por famosos y protegidos que nunca
comprenderán bien qué es lo que les ha llevado arriba. Los hijos va
porosos de Wotan, desde Fortunatus hasta Félix Krull,junto con los
empresarios y los artistas, son los engendros específicos de la edad
moderna, grávida de fortuna. Esa no es sólo la era en la que, con éxi
to cambiante, los desdichados se esfuerzan por salir de la miseria; es
también la época de las naturalezas felices, que, ligeras de cabeza y
de manos, se sientan al lado de las Sibilas, de las reinas, y se entre
gan al consumo integral. ¿Yqué otra cosa habrían de hacer ellos, los
ganadores sin esfuerzo, que comer en la «table d ’hótedel azar»? 3*6. Se
rá Nietzsche quien acuñe la fórmula para esta liberación de lo acci
dental: «Por casualidad: ésa es la nobleza más vieja del mundo». Atri
buirse esa nobleza y poner el dado en el escudo: de ese gesto nace
una nuevajustificación de lavida, que Nietzsche, en su escrito sobre
la tragedia, denominó teodicea estética. En la edad moderna, la for
tuna emancipada mira hacia arriba, a un cielo del que no sabía na
da la antigua miseria. «Sobre todas las cosas está el cielo Azar»387: un
ilustrado público-elite posmetafísico ha de escuchar esto como una
buena nueva auténtica. Se habla de un cielo que cubre con su bó
veda una inmanencia liberada del veredicto divino y de otras ficcio
nes nacidas del resentimiento. Quizá no le hubiera gustado a Nietz-
745
«A uno la Fortuna se le muestra como buena madre,
a otro como madrastra injusta», en Teodoro de Bry,
Emblemata nobilitatis, Frankfurt 1593.
sche que se le recordara que en la Roma imperial la Fortuna fue so
bre todo la diosa de los esclavos y de la plebe sin trabajo, gentes que
dependían completamente del azar de la limosna.
8 Comerciar con riesgo
En el horizonte de la inseguridad, asumir riesgos calculados en
un ámbito de juego global: esto expresa con suficiente claridad el
fundamento pragmático de la moderna cultura agresiva e incursiva.
La agresividad estructural de las prácticas modernas de expansión
no hunde sus raíces en una disposición psicodinámica regional; no
746
La Fortuna sobre un asiento redondo,
la Virtud sobre uno cuadrado.
es en absoluto un sadismo específico de los europeos el que impul
sa su extraversión en el espacio terrestre global. Sólo en un aspecto
marginal el zarpazo lanzado hacia los puntos más lejanos sobre el
globo cubierto de agua es algo así como el desarrollo de una fanta
sía masculina de omnipotencia gracias a una fuerza de penetración
telefálica. Vistas las cosas en su conjunto, es la transformación de las
mentalidades y prácticas europeas en un negociar generalizado con
riesgo de donde surge la sorprendente, casi misteriosamente exito
sa, fuerza agresiva de las primeras generaciones de descubridores.
La disposición al riesgo de los nuevos actores globales es propulsa
da ultima ratione por el imperativo de conseguir ganancias para sal
dar deudas de créditos de inversión. Los europeos de 1500 no son
747
más avaros, crueles o fálicos que cualquier otro pueblo anterior, si
no más dispuestos al riesgo: es decir, más dispuestos al crédito, por
lo que se refiere al acreedor, y más dependientes de él, en lo relativo
al deudor, tal como corresponde al cambio de paradigma econó
mico, de la explotación antigua y medieval de recursos a las eco
nomías inversoras modernas. Debido a este proceder administrati
vo, el recuerdo de los intereses a pagar a plazos se traduce en
hazañas prácticas e inventos científicos. La empresa es la poesía del
dinero*88. Así como la miseria vuelve inventivo, el crédito hace de
uno empresario.
Sólo porque el exterior es a la vez el futuro y porque el futuro
post mundum novum inventum puede ser representado como lugar de
procedencia de botín y gloria, desencadenan los primeros marinos
y los comerciantes-empresarios excéntricos la tormenta duradera de
inversiones en el exterior, de la que habría de derivarse en el trans
curso de medio milenio la ecúmene informático-capitalista actual.
Desde los tiempos de Colón, globalización quiere decir futurización
general del comercio estatal, empresarial y epistémico. La globali
zación es la sumisión del globo a la forma del rédito: es decir, del di
nero, que, tras dar una gran curva por los mares del mundo, vuelve,
acrecentado, a su cuenta inicial. Desde este punto de vista, la glo
balización terrestre se manifiesta como el sello característico del
empresariado en sentido específicamente moderno. El hecho de
que éste, en sus primeros momentos aventureros, no siempre pu
diera distinguirse con suficiente claridad del seriamente mistificado
afán emprendedor y proyectista (Defoe -él mismo un agente sin
suerte de vino, tabaco y géneros de punto- escribió su manifies
to*89),delacharlataneríaterapéuticaypolíticaydeldelitotantooca
sional como organizado, proporciona a las prácticas globalizatorias
esa ambigüedad que las caracteriza hasta hoy.
El corazón pragmático de la edad moderna late en la nueva cien
cia de la asunción de riesgos. El globo es el monitor en el que se
puede apreciar en conjunto el campo de juego del negocio genera
lizado de inversión. Es el panel en el que los inversores consignan
sus apuestas, y sobre el que se desplazan sus pérdidas y ganancias.
Con su aparición, su rápida imposición y su crónica actualización
748
CMlm
VLTRUl
Plus ultra: Carlos V entre las columnas de Hércules.
comienza la era de los global players, en cuyo mundo es verdad que
zozobran muchos barcos, pero nunca se pone el sol. Se trata deju
gadores que cogen un globo en la mano para superar a sus compe
tidores en tele-ver, tele-especular y tele-ganar. La divisa imperial
Plus ultra, bajo la que la flota de Carlos V cruzaba los océanos, esti
mulaba un pensar que no solamente exigía mirar a la lejanía como
tal, sino mirar siempre más allá, fundamentalmente. Por eso el prin
cipio televisión no pertenece sólo a la era de las imágenes que se
mueven; por lo que importa a la cosa misma, ya estaba dado desde
que previsión y visión a lo lejos se sirvieron del médium globo: un
medio que desde sí mismo impelía a un perfeccionamiento conti
nuo. A las imágenes móviles del siglo XX preceden las imágenes en
mendables de la gran época de los globos y mapas. El vendedor de
las Molucas, Carlos V, y su comprador, Juan III, son actores ejem
plares de esa cultura neoeuropea del riesgo, de miras amplias. Su
transacción de 1529 permite reconocer que los príncipes, desde en
tonces, son menos los primeros servidores regionales de Dios sobre
la tierra que los primeros empresarios del Estado dependiente del
dinero. Bajo su presidencia, los antiguos pueblos europeos se desa
rrollan en modernos colectivos de inversión, que, a más tardar des
de el siglo XVIII, bajo el nombre de naciones se perfilan como enti
dadesdenegociosdeporsíyantesí390. Ysiapartirdelarevolución
americana las naciones economizadas se van reestructurando demo-
749
créticamente de forma progresiva, es bsyo la impresión del recono
cimiento de que los reyes se han convertido en factores improduc
tivos en los consejos de administración de esos colectivos políticos
de inversión. La historia más reciente viene caracterizada por el pa
ro estructural y de larga duración de los reyes.
9 Ilusión y tiempo
Sobre capitalismo, telepatía y mundos de asesores
La historia de los descubrimientos ha sido escrita innumerables
veces como novela de aventuras náuticas, como historia de los éxi
tos e historia criminal de los conquistadores, como historia de los
celos de las grandes potencias imperiales y como historia neoapos-
tólica de la Iglesia (que, dicho sea de paso, fue en muchos períodos
una historia de celos entre órdenes misioneras y entre confesiones).
«La expansión europea» ha sido objeto de todo tipo de glorifica
ción y condena; se ha convertido hoy, sobre todo en el Viejo Mun
do, en un campo en el que la autoincertidumbre europea recoge
una segunda cosecha391. Por el contrario, hasta donde alcanza nues
tro saber, nunca se ha considerado la posibilidad de una historia filo
sóficamente meditada de los descubrimientos, tanto de los terrestres
como de los marítimos, por no decir ya intentado o llevado a cabo; y,
ciertamente, no en primera línea, desde luego, porque los irrenun-
ciables conceptos rectores de un resumen filosófico de los procesos
de globalización -exterioridad, conversión en imagen, descubrimien
to, delegabilidad, registro, inversión, ecúmene, riesgo, deudas, ano
nimato, interconexión, sistema de ilusión- sólo ocupen lugares des-
clasados, en cualquier caso marginales, en el léxico filosófico. Incluso
una expresión tan eminente como la de descubrimiento ni siquiera se
menciona en el Diccionario histórico de la filosofía, editado por Joa-
chim Ritter y Karlfried Gründer, supremo patrón intercultural de
terminología gremial.
En lo que sigue queremos esbozar, más allá
de lo dicho, cómo podría abordar su tema una teoría filosófica de
la globalización que comenzara por reflexionar sobre los descubri
mientos, y con qué problemas se topa una teoría de la comuna an-
750 tropológlca condicionada por los descubrimientos, alias humanidad.
Parece una trivialidad que la praxis de los descubrimientos geo
gráficos fuera unida a una salida muy arriesgada a la exterioridad
inhóspita. Si se contemplan las cosas más de cerca se vislumbra có
mo en este hecho han confluido impulsos en alto grado no triviales.
Sin sistemas de ilusión motivadores, que hicieran aparecer tales sal
tos a lo impreciso y desconocido como pasos racionales que prome
tían razonablemente éxito, los viajes de los portugueses y españoles
nunca podrían haberse emprendido. Pertenece a la esencia de la
ilusión bien sistematizada el que se sepa comunicar a los otros co
mo un proyecto plausible; una ilusión que no contagie no se en
tiende bien ni siquiera ella misma. El propio Colón ya no estaba sa
tisfecho en sus últimos años con ver en sí mismo sólo al marino, al
cartógrafo y al conquistador de un nuevo mundo; más bien se le ha
bía convertido en certeza que era un apóstol llamado por voluntad
divina a transportar la salvación sobre las aguas. Estimulado por su
éxito incomparable hizo de su nombre propio Cristóbal (Cristófo-
ro), portador del Mesías, su religión, y de su apellido paterno espa
ñolizado Colón, colonizador, su divisa existencial: un brillante fe
nómeno psicológico de estilización que sigue siendo característico
del mundo moderno de empresarios y de sus religiones autógenas
en general. En su Libro de las profecías, de 1502, se consideraba a sí
mismo como un mesías náutico, cuya venida estaba vaticinada des
de antiguo392. Sin ilusión y ansias de éxito no hay proyecto alguno; y
sin proyecto, ninguna oportunidad de contagiar a otros. Colón se
manifiesta, en ello, como representante de una agresiva tendencia
a la ilusión maníaca; tendencia difundida por toda Europa, perfec
cionada psicotécnicamente en el siglo XX por los americanos-USA
(reimportada a Europa por la industria de la consulta o asesora-
miento) y que fue operativizada en todo el mundo mediante la má
xima: «Buscar la propia salvación llevándosela a otros».
Esa síntesis ideal de olvido de sí y servicio a sí es lo que concep-
tualiza la figura psicotécnica de «autoentusiasmo» o «manía autó
gena» que posibilitó la Modernidad. Pero, dado que la mayoría de
los empresarios y príncipes no consiguieron llegar a esa automoti-
vación más que imperfectamente, se hicieron dependientes de con
751
sejeros que les secundaran en su intento de creer en su misión y en
su buena fortuna. Con el tráfico ultramarino de capitales comienza
la época dorada de los sugeridores de proyectos y astrólogos, época
que no ha acabado en modo alguno ahora, en el umbral del siglo XXI. Con su imperativo a comerciar en la lejanía, la era moderna se con vierte en el paraíso de videntes y asesores. La preocupación por los capitales que han de explotarse dando vueltas a la tierra hace su- persensible. Resultaría, asimismo, sorprendente que gentes para las que los flujos de dinero y géneros significan la realidad no creyeran
a la vez en flujos e influjos de otra naturaleza. El moderno pensar
telepático, magnético y monetario del flujo acaba con la hegemonía
de la escolástica de la substancia (aunque hubieran de pasar al me
nos cuatro siglos hasta que la vida cotidiana euroamericana asimila
ra plenamente, tanto desde el punto de vista ético como lógico, el
cambio y adoptara el nuevo imperativo categórico: ¡Haz que fluya
todo! ).
Antón Fugger, que, como financiero de la colonización españo
la-imperial de Sudamérica, se convirtió en uno de los secretos seño
res del mundo, cayó en los últimos años de su vida en las redes de
una atractiva sanadora y concubina de sacerdote, Anna Mergeler,
que en 1564 hubo de rendir cuentas por brujería ante losjueces del
tribunal de Augsburgo (de donde salió, por cierto, con una senten
cia absolutoria, debido a que el nombre del gran señor actuó en su
favor como talismán jurídico, incluso después de muerto). Fugger
mismo, que tenía ambiciones parapsicológicas, habría conseguido,
según su propio testimonio, el don de ver en una bola de cristal a
sus agentes comerciales que operaban en la lejanía; para su disgusto,
su bola-televisión le mostró algunos colaboradores mejor vestidos
que él (mis servidores van mucho más elegantes que yo mismo), un descu
brimiento que, en una época en que las vestimentas señalaban rango
y posición, exigía irremisiblemente sanciones393. En los años ante
riores a su asesinato por terroristas de la Rote-Armee-Fraktion, Alfred
Herrhausen, presidente del consejo de administración del Deuts
che Bank, había introducido, por influjo de la asesora empresarial
Gertrud Hóhler, ejercicios dinámico-grupales de autoconocimiento
para los trabajadores de la casa; su brillante consultora había reco-
752
El oráculo-imán de Athanasius Kircher.
En los globos de cristal se encuentran figuras de cera
con núcleos magnéticos, que pueden ser movidas mediante
el gran imán girable que está en la base del obelisco.
Las figuras remiten a las letras de sus globos y pueden, así,
responder preguntas, en A. K. , Magues sive de arte magnética, 1642.
Max Ernst, Les malheurs des immortels,
con Paul Eluard,1922.
nocido antes que muchos otros los signos del tiempo, que exigen
personal flexible, autoestimulado, emocional-inteligente, capaz de
trabajar en grupo (se podría decir también: más protestante394). En
tre ambas fechas se extiende un continuum que imprime carácter de
modernidad: el de la búsqueda de caminos para la transferencia de
conocimientos saludables a praxis no saludables. Caracteriza a una
parte de la industria consultiva actual el hecho de que ponga tradi
ciones espirituales al servicio de su contrario.
Así pues, lo que se ha llamado expansión europea -y nunca se
puede recalcar esto bastante- no hunde sus raíces originariamente
en la idea cristiana de misión; más bien resulta que es por la ex
pansión y por el negocio de riesgo sistematizado, colonial y mer
cantil, a través de grandes distancias, por lo que se libera el misio
nar, transmitir y transportar como un tipo autónomo de actividad
{transfer general de salvación y prosperidad, exportación de gran
cultura, técnica de transmisión de éxito y beneficio). Los misione
ros cristianos sólo reconocieron a tiempo su oportunidad histórica
porque subieron al tren en marcha o -mucho más oportuno- al
754
Tiziano, Alegoría de Avalos
(La vidente de la bola de crístal)y 1532, detalle.
barco que zarpaba395. El grupo de los aportadores de beneficios
comprende en la edad moderna a conquistadores, descubridores,
exploradores, sacerdotes, empresarios, políticos, maestros, diseñado
res, periodistas: todos ellos con sus específicos consejeros y equipa-
dores. Sin excepción, cada uno de esos grupos reviste sus prácticas
con encargos de transporte maníacos, es decir, con misiones secu
lares. Intentan continuamente cerrar sus vacíos depresivos y dese
char sus dudas, asegurándose los servicios de motivadores pagados.
Ytodos ellos se reconocen al final del siglo XXen las flojas monser
gas de la sociedad de la innovación. Pues ¿qué es el discurso de la
innovación sino la forma más abstracta de una promesa de prospe
ridad y ganancia? Los asesores ponen en contacto -casi nunca en
peijuicio propio- nuevas ventajas técnicas con ventajistas en ascen
so. Son los primeros que mercantilizan consecuentemente las ven
tajas informales del conocimiento. De ellos arranca una ciencia de
la cognición que acabará por hundir incluso las creaciones más
grandiosas de la ecología europea de la inteligencia, las universida
des, convirtiéndolas en sórdidas agencias de un mercado moneta
rio globalizado de las ideas396.
10 Éxtasis náuticos
Por su lado subjetivo, la temprana navegación transatlántica pue
de describirse como una técnica informal de éxtasis por medio de
la cual los descubridores, como chamanes de una religión no esta
blecida, conseguían informaciones de un más allá significante. Este
ya no era representable ahora como un arriba celeste, sino como un
más allá marítimo. Pero, como cualquier trascendencia o cuasi-tras-
cendencia, el moderno más allá de riesgos no podía conseguirse sin
más. Por regla general, los viajeros de ultramar tenían que pagarse
el acceso a puertos lejanos mediante ascesis amargas: mediante pe
ríodos de ayuno involuntario a lo largo de travesías retardadas por
un tiempo adverso y mediante el suplicio del aburrimiento en caso
de ausencia de vientos y de navegación demasiado lenta; también la
falta de sueño, debida al calor, frío, mal olor, estrechez, ruido, mie
756
do y marejada alta, iba haciendo mella incesantemente en las tripu laciones excitables y propensas al delirio. Todo barco en alta mar ponía a los viajeros en contacto constante con lo que aquí con más derecho que en ninguna otra parte pueden llamarse postrimerías. La alternativa puerto o muerte era la fórmula válida para meditar en el mar la finitud y precaria finalidad de los anhelos humanos. Co mo meditaciones sobre el fin, los ejercicios ignacianos no podían ser más explícitos que una travesía por el Atlántico. Ningún grupo de ascetas marinos experimentó con más crudeza la ley del mar, «puerto o muerte», que los buscadores de los pasos más difíciles de la tierra, el paso nororiental, entre el mar del Norte europeo y la Si- beria oriental, y el paso noroccidental, entre Groenlandia y Alaska. Ante esas rutas casi imposibles fracasaron hasta el umbral del siglo XX los sistemas de ilusión maníaca y los fantasmas de gloria de nu merosos exploradores y comerciantes-aventureros. En ambos pasos del norte la expedición moderna contra el concepto de imposible reclamó sus víctimas ejemplares.
El salto a los océanos señala una cesura profunda en la historia de la mentalidad de los europeos. La caracterización del mundo burgués actual, en vistas a sus condiciones de mentalidad y a su es tado de inmunidad desde el siglo XVIII, como una sociedad de tera pia y aseguramiento -una formación que se distingue claramente de la sociedad religiosa precedente-, pasa por alto, la mayoría de las veces, que entre el régimen religioso y terapéutico de salvación ha bía aparecido un mundo intermedio que participaba de ambos ór denes y que se fundaba, sin embargo, en mitos y rutinas de derecho propio. Hasta el siglo XIX incluido, la navegación fue el tercero au tónomo entre religión y terapéutica. Una infinidad de gente buscó en los mares la curación de sus frustraciones de tierra firme. Quizá fue el Nautilus del capitán Nemo el último barco de locos europeo, en el que un gran misántropo solitario pudo mostrar de modo so berano su rechazo de la humanidad de tierra. Pero también a Her mán Melville le parecía aún una simple evidencia que el mar abier to proporciona la ayuda más fiable en caso de desazones, tanto melancólicas como maníacas; por eso pudo hacer que el narrador de Moby Dick -el libro apareció en 1851, apenas veinticinco años an
757
tes que los ensayos narrativos de Julio Veme sobre la globalización
terránea, subterránea, marina y submarina- comenzara su historia
con estas palabras:
Me llaman Ismael. Hace algunos años -no importa exactamente cuán
tos- no tenía prácticamente ya dinero en el bolsillo y nada que me atara es
pecialmente a tierra. Entonces me vino la idea de ir un poco al mar y echar
un vistazo a la parte húmeda de la tierra. Ese es mi modo de ahuyentar los
grillos (spleen) de la cabeza y regular la circulación de la sangre. Siempre
que noto que un gesto sañudo comienza a dibujarse en torno a mis labios
y que mi alma está llena de un noviembre húmedo, lloviznante, cuando me
descubro parándome involuntariamente ante las funerarias o trotando tras
cada entierro que encuentro, pero, sobre todo, cuando me asalta la melan
colía de tal modo que se necesitan fuertes principios éticos para preservar
me de salir a la calle a propósito e ir quitando a la gente, por orden, el som
brero de la cabeza, entonces es, en mi opinión, el momento crítico de ir al
mar tan rápido como pueda. Ésta es mi alternativa a la pistola y la bala. Con
gesto filosófico, Catón se arrojó a su espada. Yo, simplemente, me subo a
bordo (Iquietlytaketotheship)v'7.
La navegación moderna se acreditó como el tercer camino,jun
to con el convento y el suicidio, de renuncia a una vida devenida in-
vivible. En la globalización náutica confluirían durante toda una era
todas las empresas y afanes de los europeos inquietos por despren
derse de sus viejos amarres esféricos y limitaciones locales. Lo que
aquí se llama inquietud o agitación (restlessness, palabra clave del an
tiguo estudio de la emigración) reúne, todavía sin distinción, espí
ritu empresarial, frustración y desarraigo criminal. Como otro pur
gatorio, el mar,junto al cielo yal infierno, ofrecía un «tercer lugar»
de escape de las decepcionantes tierras patrias y tierras firmes. El
nuevo más allá náutico-empresarial se concebía, sin embargo, como
un más allá de experiencias, que sólo estaba abierto a aquellos que
se atrevían a adentrarse en él con pleno compromiso físico. No se
puede ir al mar a medias, como no se puede acceder a Dios a me
dias. Da igual si los nuevos inquietos suben ellos mismos a los bar
cos, o sólo se imaginan en los mundos lejanos desde el emplaza
758
miento fijo de empresario: al anhelo de los europeos atentos le ron
dará en el futuro una trascendencia transatlántica fantástica. El sue
ño europeo de una vida buena, mejor, óptima, entra en la resaca o
aspiración de un absolutamente-otro ultramarino. El más allá ya no
es el borde de una cubierta cósmica, sino otra costa; la travesía co
mienza a sustituir la subida.
Ese traslado a la horizontal de la trascendencia ha hecho posible
la utopía como forma de pensar, como modo de escribir y como
molde de plasmas de deseos y religiones inmanentizadas. El género
literario utopía, que aparece súbitamente, organiza una cultura del
deseo revolucionaria (como también, después, una política corres
pondiente) , en la que pueden construirse mundos alternativos casi
sin contexto: siempre apoyándose en el hecho primordial de la
edad moderna, el descubrimiento real del Nuevo Mundo en toda
la multiplicidad inagotable de sus formas fenoménicas insulares y
continentales (sobre todo, en las innumerables islas del Pacífico, en
las que pretendidamente podía comenzarse otra vez, desde el prin
cipio, el experimentum mundi). Pero, como muestra cualquier ojeada
a los textos, lo empírico y lo fantástico se mezclan inextricablemen
te en la primera época de los descubrimientos. En sus nuevos y efi
cientes medios -libro popular, libro de viaje, novela, utopía, hoja vo
lante, globo y mapamundi-, la memoria del Nuevo Mundo real y de
sus posibles variantes genera un régimen posmetafísico de deseo,
que ve su cumplimiento, si no en la proximidad más próxima, sí en
una lejanía accesible. Con él se pone en marcha una especie de self-
fulfiüingwishfulthinking,queenseñaaponerrumbo,fantásticayreal
mente a la vez, a mundos remotos y a sus riquezas, como si su pre
sencia barruntada en la lejanía fuera ya una promesa de su alcance.
11 Corporate Identity en alta mar
División de espíritus
Fuera, sólo conseguirían éxito, ciertamente, quienes supieran
navegar y sentir como un team conjurado. Los equipos de los barcos
de los descubridores fueron los primeros objetivos de ingenuos y
759
efectivos procesos de modelación de grupos, que en la actualidad se
describirían como técmcas-corporate-identity. Los pioneros avanzados
aprendieron en los barcos a desear lo imposible dentro de un equi
po con los mismos sueños. Desde el punto de vista psicohistórico,
las ideas rectoras neoeuropeas de progreso constante y enriqueci
miento general son siempre, y también, en un horizonte nacional y
social, retroproyecciones de visiones de ensueño de equipo, proce
dentes de los primeros tiempos de la globalización náutica. Repre
sentan ensayos para retransferir el ¡adelante! categórico de la nave
gación a las condiciones de la vida sedentaria. Los escritos de Emst
Bloch, por citar un ejemplo eminente de progresismo sistemática
mente generalizado, pueden leerse como si su autor hubiera refor
mulado el socialismo desde el lado del mar y lo hubiera recomenda
do como un sueño, filtrado racionalmente, de emigración a nuevos
mundos: progreso es emigración en el tiempo (como si fuera sabi
duría hacer creer a alguien que, con ayuda de las fuerzas producti
vas, liberadas de la codicia de los propietarios, sería posible establecer
por doquier las condiciones de los mares del Sur). Por eso: siempre
tiene razón el partido de los deseos objetivamente realizables**.
De todos modos, el sueño del premio gordo que nos espera ahí
fuera ayudará a los globonautas a afrontar los horrores de la exte
rioridad. Por eso, los marinos y sus equipos no sólo son simples psi-
cóticos que, perdidos en casa a causa de su contacto con la realidad,
valgan para abrir nuevos espacios en el extranjero. A menudo tie
nen realmente ya un pie en el suelo de los hechos jamás hollados,
y, sin duda, en alta mar, no pocas veces se manifiesta como acom
pasada a la realidad la postulación de un milagro inminente. Los ca
pitanes más grandes son aquellos que comprometen con mayor
efectividad a sus tripulaciones con el puro ¡adelante! , sobre todo
cuando parece una locura no volver atrás. Sin un estricto y cons
tante embrujo optimista a bordo, la mayoría de las primeras expe
diciones habrían ido a pique por desaliento. Losjefes de expedición
mantuvieron psíquicamente a sus equipos con visiones de riquezas
y de gloria de descubridor. Al repertorio de sus técnicas de éxito en
el espacio no hollado pertenecían también castigos draconianos; si,
después del motín de sus capitanes ante San Julián, en la costa pa
760
tagónica de Sudamérica, el 1 de abril de 1520, el portugués Maga
llanes no hubiera ejecutado también a nobles españoles, cabecillas
de la rebelión, sin consideración alguna a los reparos de sus subofi
ciales, no le habría quedado claro a su tripulación, sin remisión al
guna, lo que significa estar en un viaje de ida absoluto; y si, como in
forma Pigafetta, no hubiera prohibido bajo pena de muerte hablar
de regreso y de escasez de víveres, el viaje occidental a las islas de las
Especias, del que resultaría la primera circunnavegación terrestre,
habría fracasado ya en el primer tramo del camino399. En su prime
ra travesía, Colón, como anota él mismo en el libro de a bordo de
la Santa María, falsea sus datos sobre el camino andado, «para que
la tripulación no se amotine a causa de la largura del viaje». A la vis
ta de un motín incipiente durante una tormenta frente a la costa
africana oriental, Vasco de Gama hace arrojar al mar las brújulas,
mapas e instrumentos de medición de sus capitanes y oficiales, con
el fin de extirpar en su gente futuras ideas de regreso. De experi
mentos de esa índole va brotando a bordo de aquellos barcos te
merarios toda una psicología expedicionaria, propulsada por la im
parable tendencia, constantemente agudizada, a la división entre
los espíritus optimistas y los desalentados.
Cuando estos saberes de barco retornen a la gente de tierra se
hará posible lo que tiempos posteriores llaman ánimo progresivo:
compromiso con un ¡adelante! imperturbable. Todavía a comienzos
del siglo XIX, en La balsa de la Medusa de Géricault -la clásica pieza
marina de catástrofes del Empire-, sale a la luz abiertamente el ori
gen marino de la diferencia entre psicología del progreso y del re
traso. El grupo depresivo de la parte izquierda de la balsa puede di
ferenciarse claramente del grupo esperanzado de la derecha.
Frente a lo extremo, esos náufragos dirimen la disputa, constitutiva
de toda la edad moderna, entre esperanzas y desalientos400. Desde el
motín de los capitanes de Vasco de Gama y su astuto sofoque, la
campaña de globalización es una guerra constante de estados de
ánimo y una lucha por los medios hipnótico-grupales de orienta
ción (últimamente, en consecuencia, también: por el poder pro
gramático en los medios de masas y por el poder consultivo en las
empresas). No pocas veces, incluso, del lado progresivo estaba sólo
761
ThomasStruth,MuséeduLouvreIV, 1989. Visitantes ante La balsa de la Medusa de Géricault.
el coraje de la desesperanza -en alianza con un optimismo fisioló
gico inextirpable-, que fue el que mantuvo en pie la revolución
mundial de los que no dan marcha atrás. Los pesimistas de a bordo:
ésos serán después los amotinadores, potenciales y actuales, contra
el proyecto de la Modernidad y, entre ellos, los redescubridores de
la conciencia trágica. Bajo pretextos muy razonables, tienden a
abandonar empresas en las que ni ellos ni los suyos pueden imagi
narse ya como triunfadores. Está por escribir la historia de estos
abandonistas. Manifiesta o latentemente, su consigna es aquel «stop
history/», que alfa a apocalípticos, trágicos, derrotistas y receptores
de rentas401. Pero la fuerza de gravedad conjunta de los inmóviles,
de los perdedores y de sus tribunas literarias ya no pudo demasiado
contra la energía visionaria desencadenada de los hacedores de
proyectos y de los empresarios-charlatanes, que viven de errores
productivos y que siempre consiguen de nuevo levantar imperios en
tomo a sí a partir de autoilusiones o autoengaños.
Dado que las prácticas de los capitanes no sólo se basan en el
delirio y en una fascinación motivacional, sino también en compe
tencias geográficas irrecusables y en rutinas náuticas realmente tra
bajadas, los locos proyectos ideales neoeuropeos tuvieron una
oportunidad de verificarse ocasionalmente a sí mismos. Sólo así,
del miedo pudo surgir el éxtasis en los océanos. Sólo así, protoco
los de éxtasis se convierten en libros de vi¿ye; y sólo así, las bodegas
se llenan con tesoros procedentes del Nuevo Mundo. Todo barco
en mar abierto encama una psicosis que ha puesto velas; pero ca
da uno de ellos es también un capital flotante, y, como tal, parte de
la permanente revolución del flujo.
12 El movimiento fundamental:
el dinero que regresa
Con todo barco que se lanza al agua los capitales inician el mo
vimiento característico de la revolución espacial de la edad moder
na: vuelta a la tierra por medio del dinero invertido y regreso con
éxito de éste a su cuenta de origen. Retum ofinvestment, ése es el mo
763
vimiento de los movimientos, al que obedecen todas las actas del co
mercio de riesgo. Proporciona un rasgo náutico a todas las opera
ciones de capitales -también a aquellas que no cruzan el mar abier
to- en tanto toda cantidad invertida sólo se explota por una
metamorfosis de la forma de dinero a la forma de mercancía y vice
versa; en forma de mercancía el dinero se expone al mar abierto de
los mercados y ha de esperar -como sólo los barcos, por lo demás-
el feliz regreso a los puertos patrios; en la metamorfosis a mercan
cía va incluida ya, latentemente, la idea de circunvolución terrestre;
se vuelve manifiesta, como tal, cuando los géneros que se cambian
por dinero únicamente se encuentran en mercados lejanos. Por el
regreso del capital flotante del viaje lejano el delirio de la expansión
se convierte en la razón del beneficio. La flota de Colón y sus suce
sores se compone de barcos de locos reconvertidos en barcos racio
nales. El más razonable es el barco que vuelve con mayor seguridad,
ahorrándose para el futuro una nueva fortuna redux para regresos fe
lices regulares402. Yprecisamente porque del dinero invertido en ne
gocios arriesgados se espera que vuelva con un fuerte plus a manos
del inversor, el verdadero nombre de tales rendimientos es revenus:
retornos de dineros ambulantes, cuyo incremento representa el
premio de los inversores por la propiedad cargada de riesgos, rela
tivos al cambio de forma y a la navegación403.
Por lo que se refiere a los locos-razonables comerciantes ultrama
rinos en las ciudades portuarias -todos esos nuevos nacionalistas del
riesgo, los portugueses, los italianos, los españoles, los ingleses, los
holandeses, los franceses, los alemanes, que mostraban sus banderas
por los mares del mundo-, a más tardar en torno al año 1600 sabían
ya calcular sus riesgos, diversificándolos. Aparecen entonces nuevas
tecnologías del riesgo para vencer económicamente al mar y sus es
collos. Seres humanos y propietarios pueden moverse dentro de lo
que se llama un peligro; «una mercancía en el mar» (Condorcet), en
cambio, está expuesta a un riesgo, esto es, a una probabilidad de fra
caso, matemáticamente describible; y frente a esa probabilidad pue
den constituirse comunidades de solidaridad calculadoras: la socie
dad del riesgo como alianza de los codiciosos bien asegurados y de
los locos respetables.
764
Curso del sol en el polo sur,
fotografía tomada en la Scott-Amundsen-Station,
tiempo de exposición ca. 18 horas.
Pues de otro modo que en la Filosofía Eterna, en los negocios só
loesunjugadoryunchifladoquienapuestaporloUno. Elhombre
listo piensa con mucha anticipación y, como todo buen burgués que
calcula correctamente, apuesta por la diferenciación y la diversifi
cación. Se entiende muy bien cómo Antonio, el mercader de Vene-
cia de Shakespeare, podía explicar tan convincentemente por qué
su tristeza no provenía de sus negocios:
My ventures are not in one bottom trusted,
Ñor to one place; ñor is my whole estáte
Upon thefortune of this present year;
Therefore, my merchandise makes me not sad404.
La vista para los negocios de Antonio refleja la sabiduría media
765
de una época en la que el capital flotante había meditado ya du
rante un tiempo sobre el arte de reducir riesgos. No es casual que
los comienzos de los seguros europeos -y de su fundamentación
matemática- se retrotraigan precisamente a ese siglo XVII tempra
no405. El despertar de la idea de seguro en medio del primer perío
do de aventuras de la navegación globalizada testimonia que los
grandes tomadores de riesgos de la sociedad capitalista-burguesa en
alza no querían ahorrar gastos para pasar por sujetos racionales se
rios; lo único que les importaba era abrir una zanja insuperablemente
profunda entre ellos mismos y los locos desordenados. Del impera
tivo de separar razón y locura, una de otra, claramente y para siem
pre, es de donde sacan su legitimación tanto las aseguradoras como
la filosofía moderna. Ambas tienen que ver con técnicas de seguri
dad y de certeza; dado que están interesadas en el control de capi
tales fluctuantes (flujos de mercancías y de dinero, estados de con
ciencia, corrientes de signos), ambas están emparentadas por el
sentido con los modernos sistemas disciplinares, que Michel Fou-
cault ha investigado en sus estudios de ordenación histórica.
13 Entre fundamentaciones y aseguramientos
Sobre pensamiento terrestre y marítimo
El temprano negocio del aseguramiento pertenece a los precur
sores de la Modernidad, en tanto que modernización se define co
mo sustitución adelantada de estructuras simbólicas de inmunidad,
del tipo de las «últimas interpretaciones» religiosas de los riesgos de
la vida humana, por prestaciones técnicas de seguridad. En la pro
fesión de los negocios el seguro sustituye a Dios: promete previsión
frente a las consecuencias de los cambios del destino. Rezar es bue
no, asegurarse es mejor: de esta intuición surge la primera tecnolo
gía de inmunidad, pragmáticamente implantada, de la Modernidad;
a ella seguirán en el siglo XIXlos seguros sociales y las instituciones
médico-higiénicas del Estado del bienestar. (El precio inmaterial
que los modernos pagan por su asegurabilidad es realmente alto,
incluso metafísicamente ruinoso, pues renuncian a tener un desti-
766
Jürgen Klauke, Prosecuritas, Kunstmuseum
de Berna, 1987, durante la instalación.
no, es decir, una relación directa con el absoluto como peligro irre
ductible, y se eligen a sí mismos como casos de una medianía esta
dística que se atavía individualistamente; el sentido de ser[sujeto] se
reduce para ellos a un derecho de indemnización en caso de sinies
tro, regulado por normas. )
Por otra parte, la filosofía moderna sólo produce, en principio,
una reorganización de la inmunidad simbólica bajo el signo de «cer
teza», es decir, una modernización de la evidencia. Quizá el ciclo de
las modernas filosofías civiles, no-monacales, se base en la creciente
demanda de pruebas de no estar loco. Sus clientes ya no son las se
des clericales, los obispados, monasterios y facultades de teología,
sino los hacedores de proyectos en las antecámaras de los príncipes
mundanos y las cabezas emprendedoras en el público —en aumen
to- de gente culta privada, y, finalmente, también lo que con legiti
midad creciente puede llamarse publicidad científica. Quizá la co
rriente racionalista de la filosofía continental que enlaza con el
emigrante Descartes fue sólo, en lo esencial, este intento: el de po
ner bajo los pies una tierra firme, lógica e inquebrantable, a una
nueva especie de ciudadanos-riesgo que piden créditos, especulan
con capitales flotantes y tienen a la vista plazos de amortización.
767
La Karlskirche vienesa, construida
porj. B. yj. E. Fischer von Erlach,
por encargo de Carlos VI, 1716-1739.
Una oferta a la que los británicos, más asentados en el mar, se mos
traron a largo plazo menos receptivos que los europeos continenta
les, que disimularon su hidrofobia menos veces y, además de ello,
tenían que contar, también en sus negocios intelectuales, con una
cuota estatal abusiva406.
768
Francis Bacon, grabado de la portada
de la Instauratio magna, Londres 1620.
La tierra en el círculo de los vientos
que soplan; frontispicio del Mundus subterraneus
de Athanasius Kircher, Amsterdam 1664.
Es significativo de aquella época que en el grabado de la porta
da del Novum organum (1620) de Bacon se vean barcos que regresan,
con la leyenda: «Muchos irán de acá para allá, y la ciencia se desa
rrollará»407. Aquí es como si se desposara el nuevo pensamiento ex
perimental bajo signos pragmáticos con la próspera flota atlándca,
igual que en el ámbito místico el dogo de Venecia, como señor de
la navegación mediterránea, acostumbraba a casarse todos los años
con el mar Adriático. El mismo Bacon compuso, como un Plinio del
capitalismo naciente, una «Historia de los vientos», que comienza di
ciendo que ojalá los vientos hubieran dado a los seres humanos alas
con las que poder volar: si no por los aires, sí sobre los mares408. La
770
totalidad de esos vientos compone lo que más tarde se llamará at
mósfera terrestre. Los marineros del viaje de Magallanes fueron los
primeros en convencerse de la unidad de las superficies terrestre y
marítima dentro de una cobertura de aire respirable por doquier
por los seres humanos. El aliento del hombre de mar consigue el
primer acceso a la globalidad atmosférica real: conduce a los euro
peos al otro lado, a la edad moderna auténtica, en la que se hace va
ler la conexión entre atmósfera terrestre y conditio humana como
idea maestra de un corte epocal profundo, todavía no asimilado
completamente.
Aunque los nuevos centros del saber no podían situarse inme
diatamente en los barcos, sí que habían de mostrar en el futuro cua
lidades de ciudad portuaria. Nueva experiencia sólo llega por im
portación, su posterior elaboración en concepto será asunto de
filósofos: la Ilustración comienza en los diques. El suelo auténtico
de la experiencia moderna es el suelo de los barcos; y ya no aquella
«Tierra» que todavía en el siglo XX el viejo Edmund Husserl, en un
giro desesperadamente conservador, ha calificado de «proto-arché»
o «patria primordial» (se puede hablar aquí de una recaída en la
concepción fisiocrática, según la cual todos los valores y valías pro
ceden de la agricultura y apego al suelo). El intento de Husserl de
colocar en último término todos los conocimientos sobre un suelo-
tierra universal, a saber, el «suelo de la creencia pasiva y universal
en el ser», sigue siendo un terrenismo de índole premodema que
no consigue todavía liberarse de buscar la razón de fondo de tener
un fondo, o fundamento409; y esto en una época en la que ya hacía
mucho tiempo que del marinismo provenían, si no las mejores res
puestas en absoluto, sí desde luego las pragmáticamente más sensa
tas; pues la razón del mar sabe que ha de navegar sobre lasuperfi
cie y que ha de cuidarse de no ir al fondo. El espíritu náutico no
necesita fundamentos sino lugares de intercambio comercial, metas
lejanas, relaciones inspiradoras con los puertos.
Según la forma, una filosofía que hubiera obedecido a su llama
da a formular el concepto de mundo de la edad moderna estaría
destinada a establecerse como Facultad flotante o al menos como
autoridad portuaria de Europa. La miseria de la filosofía europeo-
771
continental, y muy especialmente la de la alemana, ha sido que la
mayoría de las veces permaneció ligada a las atmósferas y morales
de pequeñas ciudades y cortes de provincia, en las que los estudios
filosóficos no podían ser apenas otra cosa que la prosecución, con
otros medios, de la formación del bjyo clero. Incluso los sueños tu-
bingueses con el Egeo, que fueron lo mejor, ciertamente, quejamás
rozó inteligencias alemanas, no pudieron forzar en el pensamiento
idealista su acceso al mar.
Johann Gottfried Herder expresó con precisión el hechizo-mal
dición provinciano alemán: «En la tierra está uno sujeto a un pun
to muerto y encerrado en el pequeño círculo de una situación»; y
opuso a esta claustrosofía, que en muchas partes se presentaba co
mo filosofía, el salto a un elemento completamente diferente: «Oh,
alma, ¿qué será de ti si sales de este mundo? Ha desaparecido el
punto medio estrecho, fijo, limitado, vuelas en el aire o flotas en el
mar: el mundo desaparece para ti. . . Qué nuevo modo de pensar»410.
Podría uno estar tentado de leer esto como si el ánimo alemán vie
ra en la muerte su única oportunidad de globalización.
Desde la mayoría de las capitales de corte y metrópolis conti
nentales, sea Viena, Berlín, Dresden o Weimar, se minusvaloró no
toriamente la dimensión marítima del formato moderno de mun
do. Por lo que se refiere a las filosofías continentales, se colocan
precipitadamente al servicio de una contrarrevolución terrestre que
rechaza instintivamente la nueva situación del mundo; se quiere se
guir abarcando o trascendiendo el todo desde el seguro territorio
nacional, y hacer avanzar el suelo firme frente a las pretensiones de
movilidad náutica. Esto vale tanto para los príncipes nacionales co
mo para los filósofos nacionales. Incluso Immanuel Kant, que afir
maba haber realizado un giro copemicano del espíritu al hacer del
sujeto el emplazamiento de todas las representaciones, nunca tuvo
del todo claro que la que importaba era más la revolución magallá-
nica que la copemicana. ¿De qué vale hacer que los fenómenos ro
ten en tomo al intelecto si éste no persiste en el lugar? Con su in
sistencia en la obligación de residencia del poseedor del cogito, Kant
hubo de errar el rasgo fundamental de un mundo de fluctuaciones.
El famoso pasaje lírico en la Crítica de la razón pura de la isla del en
772
tendimiento puro, el «territorio de la verdad», que se opone deci
didamente al océano, «la verdadera patria de la ilusión», «donde al
gunas nieblas. . . producen la apariencia de nuevas tierras», delata so
bre los motivos -a la defensiva- del negocio crítico del pensamiento
más de lo que el autor estaba dispuesto a confesar: expresa, ante la
Facultad reunida, por decirlo así, eljuramento antimarítimo por el
que la ratio académica se asimila a los puntos de vista de la autoafir-
mación terrestre-regional enraizada; sólo una vez, con toda repug
nancia -se puede decir también: con intención crítica-, atraviesa
ese océano, con el fin de cerciorarse de que el interés de la razón
no tiene allí nada en absoluto que esperar411. Sobre todo, la defensa
de la provincia de Heidegger (que quería decir algo así como: Ber
lín no es para alguien a través del cual, como si fuera a través de un
oráculo grutesco, hable la verdad), cuatrocientos cincuenta años
después de Colón, ciento cincuenta después de Kant, no pudo me
jorar las cosas en este aspecto, desde luego; también él entiende la
verdad como una función ctónica -como una procesión revocable
de tierra, monte y caverna- y sólo concede a lo que llega de lejos un
sentido temporal, no espacial. El pensamiento del todo fue el últi
mo que llegó al barco.
Ya puede anotar Goethe el 3 de abril de 1787, en Palermo, en su
diario del Viaje a Italia:
Si uno no se ha visto rodeado por el mar, no tiene concepto alguno de
mundo, ni de su relación con el mundo412,
que los doctos europeos, casi todos ellos mantenidos y sometidos
por Estados territoriales y príncipes nacionales, preferían, en su
gran mayoría, verse rodeados de muros escolares, paredes de bi
bliotecas y, en todo caso, prospectos ciudadanos. Incluso el aparen
temente muy meditado encomio del mar, como elemento natural de
la industria comunicadora de pueblos, en el famoso parágrafo 247
de la Filosofía del derecho de Hegel -«este supremo médium», «el ma
yor medio de cultura»-, objetivamente no es más que una nota ad
ministrativa, y no adquiere importancia alguna ni para la cultura del
concepto ni para el modo de escritura del filósofo, habitualmente
773
IN * 0 ^
N
sentado en su trono y sin andar vagabundeando por ahí413. Decir la
verdad seguirá siendo, hasta nuevo aviso, una actividad sedente so
bre fundamentos de tierra firme. Romanus sedendo vincit (Varrón)414.
Sólo el gran solitario Schopenhauer, al margen de universidades
e iglesias, consiguió dar el salto, que ya se hacia esperar demasiado,
a un pensamiento que colocaba al comienzo un fundamento fluidi
ficado: su voluntad es la primera manifestación de un océano de los
filósofos, por el que navega el sujeto sobre la cáscara de nuez del
principium individuationis, cobijado en las ilusiones salvadoras de es
pacio, tiempo y yoidad. Con este descubrimiento enlaza Nietzsche y
aquellos vitalistas que declararon la refluidificación de los sujetos
endurecidos como la tarea propia de una filosofía correctamente
entendida. Pero ningún filósofo consiguió formular el auténtico
concepto del sujeto en la era de la movilización, sino un novelista:
Julio Veme, que en el lema de su capitán Nemo, MOBIUS IN MO
BIL! , encontró la fórmula de la época; su divisa, móvil en lo móvil,
expresa con claridad y generalidad insuperable lo que la subjetivi
dad modernizada quiere y debe. El sentido de la gran flexibilización
es el poder de navegar en la totalidad de los lugares accesibles, sin
ser uno mismo fijable, determinable, por los medios de registro y
clasificación de los otros. Realizarse en el elemento fluido como su
jeto: absoluta libertad emprendedora, completa an-arquia415.
Fue un contemporáneo de Schopenhauer, Ralph Waldo Emer
son, quien, con la primera serie de sus Essays de 1841, condujo a la
filosofía a su «evasión americana» y a su reformulación náutica (ra
zón por la cual Nietzsche, ya en la época de sus lecturas de juven
tud, pudo reconocer en él un alma emparentada)416. En él vuelven
a aparecer las tonalidades agresivas del temprano período europeo
774
Fetografía, foto de Lennart Nilsson,
mediados de los años sesenta.
de la liberación de límites en traducción transatlántica. Mucho an
tes, Giordano Bruno, también él un gran autoagitado en su época,
en su escrito Del infinito: el universo y los mundos, aparecido en Vene-
cia en 1583, celebra la emancipación del espíritu humano de la mi
seria de una «naturaleza poco parturienta y madrastra» y de un Dios
mezquino, limitado a un único y pequeño mundo:
No hay bordes ni límites, barreras ni muros, que nos engañaran sobre
la riqueza infinita de las cosas [. . . ]. Eternamente fértil es la tierra y su océa
no.
que una noticia de prensa que decía que, por la apertura del último
tramo del Great Indian Peninsular Railway entre Rothal y Alláhá-
bád, el subcontinente indio podía ahora atravesarse sólo en tres
días. Con ella construyó un periodista de un periódico londinense
el provocador artículo que habría de suscitar la apuesta de Phileas
Fogg con sus amigos y compañeros de whist del Reform-Club. En lo
que consistía la apuesta de Fogg con sus compañeros de club no era
en el fondo otra cosa que la cuestión de si la praxis turística estaba
en condiciones de verificar las promesas de la teoría turística. El de
cisivo artículo del Moming Chronicle no contenía más que una expo
sición de los lapsos de tiempo que había de estimar un viajero para
llegar de Londres a Londres dando mientras tanto la vuelta al mun
725
do. Que ese cálculo se basara en la hipótesis de un viaje hacia el es
te correspondía,junto con la gran añnidad británica con la parte in
dia de la Commonwealth, a una temática actual de la época: la aper
tura del canal de Suez el año 1869 había sensibilizado a toda Europa
con el tema de la aceleración del tráfico mundial y creado incenti
vos irreprimibles para elegir la ruta oriental, acortada dramática
mente. Como testimonia el desarrollo del viaje de Fogg, aquí ya se
trata de un este completamente occidentalizado hace mucho tiem
po, que con todos sus brahmanes y elefantes ya no significa más que
un trozo cualquiera de arco en la curvatura del planeta, represen
tado espacio-situacionalmente y hecho disponible técnico-circulato
riamente.
«Aquí está el cálculo publicado en el Moming Chronicle:
Londres-Suez por Mont-Cenis y Brindisi, en tren y vapor, 7 días;
Suez-Bombay, vapor, 13 días;
Bombay-Calcuta, tren, 3 días;
Calcuta-Hong Kong (China), vapor, 13 días;
Hong Kong-Yokohama (Japón), vapor, 6 días;
Yokohama-San Francisco, vapor, 22 días;
San Franciso-Nueva York, ferrocarril, 7 días;
Nueva York-Londres, vapor y ferrocarril, 9 días.
Total: 80 días. »
«¡Efectivamente, sólo ochenta días! », exclamó Andrew Stuart, «pero
también hay que contar con el mal tiempo, los vientos en contra, un posi
ble naufragio, descarrilamientos. . . ».
«Todo incluido», respondió Phileas Fogg.
«¿Aunque hindúes o indios arranquen los carriles, detengan los trenes,
asalten los vagones correo y arranquen la piel de la cabeza a los viajeros?
¿Incluso así? » decía, acalorado, Andrew Stuart.
«Todo incluido», repitió Phileas Fogg1”.
El mensaje de Julio Verne es que en una civilización técnica
mente saturada ya no existe aventura alguna, sino sólo retrasos. Por
eso el autor atribuye importancia a la observación de que su héroe
no tiene experiencia. La flema imperial del señor Fogg no puede
726
dejarse alterar por turbulencia alguna, porque, como viajero global,
no debe ya respeto alguno a lo local. Después de que asegurara la
posibilidad de darle la vuelta, la tierra, incluso en los escenarios más
lejanos, no es ya para el turista consumado sino un conjunto de si
tuaciones e imágenes, de las que los diarios, los escritores de viajes
y las enciclopedias han ofrecido ya un cuadro más completo. Se en
tiende, pues, por qué la llamada lejanía apenas es digna de una mi
rada para este indiferente señor. Suceda lo que suceda, sea una que
ma de viudas en la India o un ataque de los indios en el oeste
americano, en principio nunca puede tratarse más que de inciden
tes sobre los que se está mejor informado como miembro del Re-
form-Club londinense que como turista involucrado en ellos sobre
el terreno mismo. Quien viaja bajo estas condiciones no lo hace por
placer ni por razones de negocios, sino por gusto por el movimien
to mismo; ars gratia artis; motio gratia motionis.
Desde los días de Giovanni Francesco Gemelli Careri (1651-1725),
de Calabria, que, disgustado por disputas familiares, emprendió una
vuelta al mundo entre los años 1693 y 1697, el tipo del viajero uni
versal sin negocio, es decir, el turista, es una magnitud establecida en
el programa de la Modernidad; su Giro del Mondo pertenece a los do
cumentos fundacionales de una literatura de la globalización a gus
to privado. También Gemelli Careri se adhirió espontáneamente al
hábito del descubridor que creía poseer un mandato del espíritu de
informar en casa sobre sus experiencias de fuera; sus observaciones
mexicanas y su relato de la travesía del Pacífico se consideraban to
davía generaciones después como aportaciones etnogeográficamen-
te respetables. Aunque generaciones posteriores se aficionaran a un
estilo informativo más bien marcado subjetivamente, la liaison de via
je y escritura perm aneció intangida hasta el siglo XIX. Todavía en
1855 el Conversationslexicon de Brockhaus podía constatar que turista
se llama a «un viajero, al que no le une ningún objetivo determina
do, por ejemplo científico, con su vteye, sino que sólo viaja por hacer
el viaje y poder contarlo después».
En el caso de Julio Veme, en cambio, el viajero universal renun
cia a su profesión documentalista y se convierte en un puro pasaje
ro, es decir, en un cliente de servicios de transporte que paga para
727
que su viaje no se convierta en experiencia alguna, de la que además
tuviera que hablar después. La vuelta al mundo es un deporte y no
una lección filosófica, sí, ni siquiera parte ya de un programa edu
cativo. Incluso por lo que se refería al aspecto tecnológico, Julio
Verne no era un visionario en el horizonte del año 1874; teniendo
en cuenta los medios de transporte más importantes, ferrocarril y
vapor de hélice, los motores principales de la revolución del trans
porte en el siglo XIX medio y tardío, el viaje de su héroe correspon
día exactamente al estado de entonces del arte de llevar a ingleses
apáticos de A hasta B y vuelta. No obstante, la figura de Phileas Fogg
presenta rasgos proféticos, en tanto aparece como prototipo del pa
sajero literalmente clandestino, cuya única relación con los paisajes
que van pasando consiste en su interés de atravesarlos. El estoico tu
rista prefiere viajar con las ventanas cerradas; como gentleman, per
siste en su derecho de no tener que considerar nada como digno de
verse; como apático, rechaza hacer descubrimientos. Estas actitudes
anuncian un fenómeno de masas del siglo XX, el hermético viajero
a destajo, que transborda por doquier, sin haberse fijado en ningu
na parte en algo que no coincidiera con las imágenes de los folletos.
Fogg es el reverso perfecto de sus predecesores tipológicos, los geó
grafos y circunnavegadores del mundo de los siglos XVI, XVII y XVIII,
para quienes toda partida iba unida a la esperanza de descubri
mientos, conquistas y enriquecimientos. A estos viajeros experi
mentales siguieron desde el siglo XIX los turistas románticos, que
viajaban lejos para enriquecerse por medio de impresiones.
Entre los viajeros impresionistas de nuestro siglo ha conseguido
cierta fama por sus notas de viaje el filósofo de la cultura y conde
Hermánn Keyserling; realizó su gran ronda por las culturas del
mundo en trece meses como una especie de experimento hegelia-
no: iluminación por regreso demorado a la provincia alemana*74.
Phileas Fogg está en clara ventaja sobre Keyserling, porque ya no tie
ne que hacer como si de lo que se tratara en su viaje en torno al to
do fuera de aprender todavía algo esencial. Julio Verne es el mejor
hegeliano, puesto que había comprendido que en el mundo orga
nizado y amueblado ya no son posibles héroes substanciales, sino só
lo héroes de lo secundario: lo que le queda a Fogg es un heroísmo
728
de la puntualidad. Sólo con su ocurrencia de quemar las estructuras de madera del propio barco a falta de carbón durante la travesía del Atlántico, entre Nueva York e Inglaterra, rozó una vez más el estoi co inglés por un momento la heroicidad original y dio un giro a la idea de autoinmolación por un orden futuro, giro que correspon día al espíritu de la era industrial. Por lo demás, sport y spleen des criben el último horizonte en el mundo arreglado y adecentado. Keyserling, por el contrario, roza el ridículo cuando, como una tar día personificación del espíritu del mundo, da la vuelta a la tierra con el fin de volver «a sí»; su motto reza, correspondientemente, có mico: «El camino más corto hacia sí mismo conduce alrededor del mundo». Pero, como muestra su libro, no puede hacer experiencia necesaria alguna, sólo puede recoger impresiones.
6 Mundo de agua
Sobre el cambio del elemento rector de la edad moderna
En el punto decisivo, el itinerario de Julio Veme refleja perfec tamente la aventura originaria de la globalización terrestre: en él se manifiesta inequívocamente la gran preponderancia de los viajes por agua. En ello se percibe todavía, en una época en la que la cir cunvolución terrestre se había convertido hacía tiempo en un de porte de elite (globe trotting, algo así como: patearlo todo), la huella de la revolución magallánica de la imagen de mundo, a consecuen cia de la cual la imagen del planeta preponderantemente térrea fue sustituida por la del planeta oceánico. Haciendo campaña en favor de su proyecto, Colón pudo explicar todavía, ante Sus Majestades católicas de España, que la tierra era «pequeña» y preponderante- mente seca y que el elemento húmedo sólo constituía una séptima parte de ella. También los marinos de finales de la Edad Media creían en la preponderancia del espacio térreo, y por un motivo comprensible, dado que el mar es un elemento que por lo general no gusta a quien lo conoce más de cerca. No sin profundas razones de experiencia, el odio de los habitantes de la costa al mar abierto se había traducido en esta visión del Apocalipsis de sanJuan (21,1):
729
que tras la venida del Mesías el mar ya no existirá (una frase que, en
Titanic, de James Cameron, cita muy a propósito el clérigo de a bor
do, mientras la popa del barco se pone en vertical antes del hundi
miento. )
A los europeos del temprano siglo XVI se les exigía de repente
que comprendieran que, en vistas de la preponderancia en él de las
superficies acuosas, el planeta Tierra llevaba, en el fondo, un nom
bre injusto. Lo que se llamaba Tierra aparecía ahora como un wa-
terworld; tres cuartos de su superficie pertenecen al elemento hú
medo: ésta es la información fundamental globográfica de la edad
moderna, de la que nunca parece que quedara claro si se trata de
un evangelio o de un disangelio. No fue fácil despedirse de los pre
juicios térreos inmemoriales. El más antiguo de los globos posco
lombinos que se conservan, que ya contempla -en bosquejo- los
continentes americanos y el mundo de islas de las Indias occidenta
les, el pequeño y metálico globo Lenox, construido en 1510, hace
aparecer todavía -como muchos mapas y globos tras él- la legenda
ria isla de Cipango o Japón, mencionada por primera vez por Mar
co Polo, cerquísima de la costa noroccidental de América. En él se
refleja la dramática y persistente minusvaloración de las aguas al oc
cidente del Nuevo Mundo, como si el error maestro de Colón -la es
peranza de un camino corto occidental a un Asia supuestamente
cercana- hubiera de repetirse ahora desde la base de América. Algo
más de un decenio después, una carabela dibujada en el océano Pa
cífico, en el mar del sur; sobre el globo terráqueo de Brixen, de 1523
o 1524, alude a la vuelta al mundo de Magallanes; ya en el otoño de
1522, octavillas, que llegaron hasta la Europa del Este, habían infor
mado del regreso de la nave Victoria, y, sin embargo, el autor de es
te primer globo posmagallánico no pudo reproducir la revolución
oceánica. Pero ello no supone una limitación culpable: ningún eu
ropeo estaba en condiciones en esos días de calibrar realmente lo
que tenían que comunicar el capitán vascoJuan Sebastián Elcano y
el autor italiano del cuaderno de bitácora magallánico, Antonio Pi-
gafetta, cuando informaban de que después de dejar la punta su-
roccidental de Sudamérica hubieron de navegar hacia el oeste, «du
rante tres meses y veinte días» -desde el 28 de noviembre de 1520
730
Estelas de barcos en el mar del Japón,
fotografiadas desde el transbordador espacial Discovery.
hasta el 16 de marzo de 1521, con vientos favorables constantes-, a
través de un mar inconmensurable, desconocido, que llamaron ma-
repacifico «porque no sufrimos ninguna tempestad durante todo el
viaje»375. En esta corta anotación se esconde la revolución océano-
gráfica con la que la Antigüedad geográfica, la creencia tolemaica
en la preponderancia de las masas continentales, habría de llegar a
un final sensacional.
En qué medida estaba determinada terracéntricamente la ima
gen de mundo tolemaico-premagallánica lo muestra una descrip
ción del mundo, aparecida apenas algo más de la edad de un ser hu
mano antes del viaje de Colón, la más artística y grande entre las
tardomedievales: el monumental disco del mundo del monje ca-
maldulense veneciano Fra Mauro, del año 1459 (ver infra la página
798). En su tiempo no sólo pasaba por ser la representación de la
tierra más amplia, sino también la más detallada; presenta todavía
la tierra tardomedieval-antiguo-europea, contenida en el círculo in
munizante y en la que el elemento húmedo desempeña un papel
marginal, literalmente hablando. Aquí no se le concede al agua -ex
cepto a la mancha del Mediterráneo, algo apartada del centro, y a
los ríos- sino los márgenes más extremos. Lo empírico y lo fantásti
co se presentan en la imagen de Fra Mauro en un compromiso ex
traño, y, a pesar de la representación rica en conocimientos, consis
tente, acomodada al estado histórico del arte, de las condiciones
terrestres, la imagen, en su totalidad, se subordina, obediente, al im
perativo iluso antiguo-europeo de imaginarse un mundo redondo
con pocas superficies marinas.
Sin la traducción de las nuevas verdades magallánicas a los gra-
fismos de la siguiente y subsiguiente generación de globos, ningún
europeo habría podido conseguir una imagen apropiada de la in
flación revolucionaria de las superficies acuosas. En ella se basa el
cambio histórico-universal del pensar continental al pensar oceáni
co: un acontecimiento cuyo alcance será tan inmenso como el trán
sito colombino-magallánico de la imagen antigua de los tres conti
nentes (que aparece en los mapas como orbis tripartitus) al esquema
moderno de los cuatro continentes, ampliado con las dos Américas;
por lo que atañe al quinto continente, la mítica térra australis, con la
732
El cartel de la White Star Line
muestra el Olimpic, el buque gemelo del Titanic,
botado en 1910; litografía de 1911.
que comenzó a soñar el siglo XVI como el más grande y rico de los
espacios terrestres, la historia de su descubrimiento supone -si se
compara con las expectativas primeras- una larga historia de de
cepción y encogimiento. Los británicos fueron consecuentes con
ello al hacer del decepcionante Reino del Sur su colonia peniten
ciaria; en ella puede «deponerse», más o menos definitivamente, y
733
I
Kr
ti Great tastern, 1858.
a una distancia óptima de la madre patria, el «excedente incorregi
ble e indeseable de malhechores» que Inglaterra producía en abun
dancia’7".
Resulta especialmente extraño que a las masas de tierra com
pactas de la superficie terrestre se les dé pronto el nombre de aque
llo envolvente o continente, continens, que hasta los días de Copér-
nico yde Bruno había designado la envoltura-todo o la bóveda de
los límites últimos del mundo. Que el planeta húmedo, poblado por
seres humanos, se siga llamando obstinadamente Terra, y que las
masas de tierra firme sobre él se adornen con el absurdo título de
continente, delata cómo respondieron los europeos modernos a la
revolución húmeda: tras el shock de la circunvolución terrestre se re
fugian en falsas designaciones, que simulan lo conocido yfamiliar
de siempre en lo nuevo insólito ydesacostumbrado. Pues lo mismo
que el planeta circundado no merece ser denominado ya según la
escasa tierra firme que sobresale en él sobre los océanos, tampoco
734
tienen derecho los «continentes» de tierra a llevar ese nombre, pues
to que precisamente no son ellos los que contienen, sino los conte
nidos -por el mar-. Si se hicieran correctamente las cosas desde el
punto de vista lingüístico, sólo el océano podría llamarse continente,
Pero no sólo desde un punto de vista léxico o semántico la historia
de la edad moderna fue, por parte de la consideración térrea del es
pacio y de la substancia, un dilatado bordear y esquivar el mar y las
corrientes de mercancías que pasaban por encima. El titubeo fren
te a las verdades oceánicas marca toda la edad moderna por su lado
estatal y estático.
La arista agresiva del temprano saber de la globalización se mos
tró en las perspectivas magallánicas de la extensión real de los océa
nos y en su reconocimiento como los auténticos medios universales.
Que los océanos, los mares del mundo (Weltmeere), son los soportes de
los asuntos globales y, con ello, los medios naturales de los flujos sin
límites de capital: ése es el mensaje de todos los mensajes en la era
entre Colón, el héroe del medio marítimo, y Lindbergh, el pionero
de la era del medio aéreo; un mensaje contra el que, durante siglos,
los viejos europeos, apegados a la tierra, enfocaron su voluntad de
provincia. Era como si la vieja tierra fuera a anegarse de nuevo en
las aguas diluviánicas, pero en unas que no venían del cielo, sino
que fluían de extraños libros de viaje. En el siglo XIX, el gran poeta del mundo marítimo, Melville, pudo hacer exclamar a una de sus fi guras: «Sí, extravagantes hijos de la tierra, la avalancha de agua de Noé no ha pasado todavía»377. Tanto la unidad como la repartición del planeta Tierra se había convertido en un asunto del elemento marítimo y de las potencias marítimas, y la navegación europea, ci vil, militar, corsaria, había de acreditarse como el agente operativo de la globalización hasta el auge de la aeronáutica. Era más allá de los océanos donde querían erigirse los seabome empires de las nacio nes europeas mundialmente poderosas. Quien pretendiera enten der el mundo en ese tiempo tenía que pensar hidrográficamente. Incluso el itinerario de mofa del Moming Chronicle rendía tributo a esa verdad, en tanto para la vuelta al mundo calculaba,junto a sólo doce días de viaje en ferrocarril, sesenta y ocho en total en barco. Sólo el mar proporcionaba base y fundamento a los pensamientos
735
universales; sólo el océano podía conferir el birrete de doctor en
modernidad auténtica. Con razón pudo Melville hacer que la mis
ma figura de la novela explicara: «Un barco ballenero era mi Yale
College y mi Harvard»378.
Entre los primeros que supieron extraer consecuencias prácticas
de los conocimientos magallánico-elcánicos está el joven monarca
Carlos V, desde 1516 rey de España, desde 1519 emperador del Sa
cro Imperio Romano. A él hizo entrega Pigafetta, todavía en el oto
ño de 1522, en Valladolid, de su diario de navegación: el documen
to testimonial más secreto de la nueva situación del mundo379. Carlos
interpretó la información sobre el Pacífico y sobre los esfuerzos so
brehumanos de la circunnavegación por la ruta del oeste, con toda
justeza, como una novedad tan maravillosa como espantosa, tan lle
na de encantos como intimidadora. Tras sólo unos pocos intentos
vanos de repetir el viaje de Magallanes, le pareció aconsejable olvi
dar la idea de nuevos viajes por la ruta del oeste a las islas de las Es
pecias (Molucas). Así, por el Tratado de Zaragoza de 1529, vendió
los derechos adelantados españoles sobre las Molucas a la corona
portuguesa por un precio de 350. 000 ducados: lo que había de reve
larse como un negocio excelente, después de que, pocos años más
tarde, mediciones de longitud, perfeccionadas, al otro lado del glo
bo, probaran que, según el Tratado de Tordesillas del año 1494, por
el que España y Portugal se repartieron la tierra, las codiciadas islas
Molucas ya pertenecían, sin más, al hemisferio portugués. Carlos se
divertía todavía años después con los informes sobre los ataques de
rabia de su regio colega burlado.
En esta venta interdinástica de territorios extranjeros, de los que,
obviamente, ni sus vendedores ni sus compradores sabían con exac
titud dónde estaban, se refleja, posiblemente, con mayor claridad
que en ningún otro documento de aquel tiempo la naturaleza es
peculativa de los primeros procesos de globalización. Resulta ridí
culo que el periodismo de hoy pretenda identificar en los movi
mientos más recientes del capital especulativo el motivo real del
shock de la forma del mundo llamada globalización. El sistema uni
versal del capitalismo se estableció desde el primer momento bajo
los auspicios, mutuamente implicados, de globo y especulación380. El
736
Estereorama «Poesía del mar», Exposición Universal
de París de 1900, mecanismo para la simulación de olas.
imperio de ultramar de Carlos V se construyó con préstamos de
bancos de Flandes y de Augsburgo, después también de Génova, cu
yos dueños giraban los globos para hacerse una imagen de los ca
minos de ida de sus créditos y de los caminos de vuelta de sus inte
reses. La aventura oceánica implicó desde el comienzo a sus actores
en una carrera por oportunidades ocultas en lejanos mercados opa
cos. Ya para ellos era válida la sospechosa expresión de Cecil Rho-
de: «La expansión lo es todo»TM1. Ciertamente, como nuestro ejem
plo insinúa, lo que los ecónomos, siguiendo a Marx, han llamado la
acumulación originaria era más bien, a menudo, un acopio de títu
los de propiedad, opciones y derechos de explotación que una em
presa de instalaciones de producción sobre un capital base. El descu
brimiento y toma de posesión formal de territorios lejanos permitía
a los patrocinadores principescos y burgueses de la navegación ul
tramarina esperar ingresos futuros, fuera en forma de botín o tri
buto, fuera mediante transacciones comerciales regulares, respecto
a las que nunca estaba prohibido soñar con márgenes de beneficio
fabulosos.
La globalización de la tierra por los primeros marinos-comer
ciantes y cosmógrafos estuvo lejos, obviamente, de subordinarse a
intereses teóricos; desde su desencadenamiento por los portugue
ses, obedecía a un programa de conocimiento resueltamente anti
contemplativo y enemigo de la deducción. El experimentum maris
proporcionaba el criterio para el nuevo concepto de experiencia
del mundo. Sobre los mares se hizo claro por primera vez cómo la
edad moderna había de representarse eljuego conjunto de teoría y
praxis. Cien años antes de Francis Bacon, los patronos y actores de
la circunvolución del mundo sabían que el conocimiento de la su
perficie terrestre era poder, y, ciertamente, poder en su forma más
palpable y más productiva. La imagen de la tierra, que estaba cons
tantemente precisándose, adquiere ahora, de inmediato, la calidad
de saber de registro e intervención; nuevos conocimientos oceáni
cos son suministros de armas para la lucha con competidores en el
espacio abierto. Por eso las novedades geográficas e hidrográficas se
protegían como secretos de Estado o patentes industriales. La Co
rona portuguesa prohibió bajo pena de muerte la proliferación de
cartas marinas en las que se consignaran los descubrimientos y des
cripciones de costas de los capitanes lusos, razón por la cual apenas
se conserva ninguno de sus famosos portulanos, que servían como
itinerarios para viajes a lo largo de las costas navegables.
Podría decirse que el cálculo con las cifras arábigas encontró un
par en un cálculo con los mapas europeos. Después de que la intro
ducción del cero indoarábigo en el siglo XII hubiera permitido una
matemática elegante, el globo terráqueo de los europeos deparaba
una panorámica de los asuntos geopolíticos y de comercio interna
cional con la que se podía operar. Pero, así como -según una obser
vación de Alfred N. Whitehead- nadie sale de casa para comprar ce
ro peces, nadie navega desde Portugal hasta Calcuta o Malaca para
regresar con cero especias en las bodegas. Un grupo de islas de las
Especias en el mar del Sur, ambicionado y ocupado por deseos eu
ropeos, no es, desde ese punto de vista, una mera mancha sobre un
vago mapamundi, sino, ante todo, un símbolo de beneficios que se
738
Kart Haushofer, Weltmeere und Weltmáchte, 1937,
campo de tiro de la marina británica en Gibraltar.
esperan de la extraña lejanía. En manos de quienes saben utilizarlo,
el globo no sólo es el nuevo icono auténtico del cuerpo terrestre cir-
cunvolucionable, sino más bien una imagen de fuentes de dinero
que fluyen desde el futuro hacia el presente. Se podría entender, in
cluso, como un reloj oculto que, bajo las imágenes de mares, islas y
continentes en el espacio lejano, marca las horas del beneficio. El
globo moderno hizo su fortuna como reloj de oportunidades para
una nueva sociedad de empresarios a distancia y corredores de ries
gos que ya hoy divisaban en las costas de otros mundos su riqueza de
mañana. En ese reloj, que marcaba las horas de lo no-sucedido-to-
davía, los agentes con más presencia de ánimo de los nuevos tiem
pos, los conquistadores, los comerciantes de especias, los buscadores
de oro y tempranos políticos realistas, percibieron aquello para lo
que había llegado la hora en sus empresas y naciones.
Es fácil comprender por qué los mismos globógrafos servían
739
«Máquina del mundo de Gotha», 1780, Ph. M.
y Georg David Hahn; la maquinaria del reloj gestiona lo telúrico,
a la izquierda; el sistema copernicano del mundo, a la derecha,
y un globo de estrellas más el zodíaco, sobre el centro.
igual a los príncipes que a los grandes empresarios burgueses. Ante
lo nuevo, emperador y tendero son iguales, y la fortuna, que en el
futuro se cernirá menos sobre su vieja esfera del cosmos que sobre
el moderno globo del mundo, apenas diferencia entre favoritos
principescos y burgueses. Advertido por su canciller Maximilian
Transsylvanus sobre estos sabios, los más provechosos de todos, Car
los V gustaba de mantener trato amigable con Gerhard Mercator y
Philipp Apian, los más sobresalientes globógrafos del mundo, que
trabajaban a la vez para la elite entera de la empresa y de la ciencia;
Raymund Fugger, después de todo más que un tendero, encargó en
1535 a Furtenbach la construcción de un globo terráqueo para uso
propio, que se colocó en el palacio Fugger de Kirchbach; como el
740
globo Welser de Christoff Schiepp, una pizca más antiguo, el globo Fugger era también una pieza única de acabado artístico. Pero el fu turo pertenecía a los globos impresos, que llegaban al mercado en ediciones más grandes. Ellos proporcionaron a la globalización te rrestre la primera base massmediática. Pero, pieza única o produc to en serie, cualquier globo hablaba a sus observadores del placer y de la necesidad de conseguir beneficios en el espacio terrestre des limitado.
Después de volver la espalda al Portugal desagradecido, el 22 de
marzo de 1518 el héroe marino Magallanes y un representante de la
Corona española echaron juntos una ojeada a un globo alentador
así, sobre el que en algún lugar de las antípodas tenían que quedar
las islas de las Especias, las Molucas, y cerraron mutuamente un con
trato sobre el descubrimiento precisamente de esas islas (Capitula
ción sobre el descubrimiento de las Islas de la Especería); contrato en el
que también fue regulado minuciosamente el reparto de las virtua
les riquezas que hubieran de provenir de esas fuentes lejanas en el
espacio y el tiempo. Ello muestra, con una explicitud poco habitual,
que incluso el concepto de descubrimiento -la palabra rectora, tan
to epistemológica como políticamente, de la Modernidad- no de
signaba una magnitud teórica autónoma, sino sólo un caso especial
del fenómeno inversión. Invertir, a su vez, es un caso de negocio
arriesgado. Cuando los esquemas del negociar con riesgo se extien
den de modo general -invertir, planificar, ingeniárselas, apostar,
cubrirse las espaldas, repartir riesgos, hacer reservas-, entra en liza
una casta de seres humanos que quiere procurarse por sí misma su
felicidad y su futuro jugando con las oportunidades, y que no desea
ya ser conducida tan sólo por la mano de Dios. Se trata de un tipo
que en la nueva economía de la propiedad y del dinero se ha dado
cuenta de que si es verdad que las pérdidas espabilan, las deudas es
pabilan aún más. La figura clave de la nueva era es el «productor-
deudor» -más conocido por el nombre de empresario-, que flexi-
biliza permanentemente su modo de hacer negocios, sus opiniones
y a sí mismo, para, por todos los medios permitidos y no permitidos,
experimentados y no experimentados, hacer ganancias que le per
mitan amortizar a tiempo sus créditos. Estos productores-deudores
741
aportan un significado revolucionario, moderno, a la idea de deuda
culpable. Una falta moral se convierte en un estímulo económico
inteligente. Sin la positivización de las deudas, ningún capitalismo.
Los productores-deudores son quienes comienzan a girar la rueda
de la permanente revolución monetaria en la «época de la burgue
sía»382. El asunto primordial de la edad moderna no es que la tierra
gire en tomo al sol, sino que el dinero lo haga en tomo a la tierra.
7 Fortuna o: La metafísica de la suerte
En esta coyuntura económica y psicopolítica la diosa romana de
la Fortuna apareció de nuevo en el horizonte de intereses europeos
de entonces, dado que consiguió pactar con la nueva religiosidad
empresarial como ninguna otra figura del antiguo cielo de dioses.
El regreso de la Fortuna correspondía al sentimiento del mundo
que poseía la moderna ontología de la suerte, sentimiento que se
materializó clásicamente en el oportunismo de Maquiavelo, en el en
sayismo de Montaigne y en el empirismo-experimental de Bacon.
También el neofatalismo del Shakespeare tardío pertenece a los auto-
enunciados característicos de una época que, en sus momentos más
sombríos, percibe al ser humano como un corredor de riesgos in
fectado por la competencia, obcecado por la envidia, señalado por
el fracaso; aquí, los actores sobre el escenario del mundo aparecen
como pelotas con las que disponen sujuego las fuerzas de la ilusión.
La Fortuna aparece por doquier como la diosa de la globalización
par excellence. No sólo se presenta como la equilibrista eternamente
irónica balanceándose sobre su globo, sino que enseña a ver la vida
en su totalidad como un juego de azar en el que los vencedores no
tienen por qué enorgullecerse, ni los perdedores por qué quejarse.
Ya en el siglo VI Boecio, que en su libro Sobre los remediosfrente a la
buenay mala suerte había puesto las bases de las especulaciones me
dievales sobre la fortuna y que siguió siendo una fuente de inspira
ción para las filosofías de la suerte del Renacimiento, había coloca
do en boca de su diosa las premisas para la existencia en la rueda:
742
Fortunatus y la doncella de la suerte,
ilustración de un libro popular de 1509.
Ésta es mi virtud, este juego lo juego sin cesar: hago girar la rueda en
círculos cambiantes, y mi alegría consiste en volver lo superior abajo del to
do y lo inferior arriba del todo. Si tú quieres, súbete, pero bajo la condición
de que cuando, según las reglas de mi juego, vuelvas a hundirte, no debes
considerarlo como una injusticia cometida contigoTM.
La Edad Media, fanática de la estabilidad, lee esto, sobre todo,
como advertencia frente a la vanitas; ve, por ello, en la diosa del ca
pricho una diablesa de la volubilidad perversa, mientras que la edad
moderna naciente barrunta en la imagen de la rueda del destino,
dando vueltas, una metafísica de la suerte que se ajusta a sus más
propias y peculiares razones de movimiento. En las cuatro posicio
nes fundamentales de la rueda de la suerte: subir-ocupar el trono-
bajar-quedar tirado, el nuevo tiempo no sólo reconoce los riesgos
fundamentales de la vita activa, sino los emblemas específicos de la
743
La rueda de la fortuna del Hortus deliciarum
de Herrad von Landsberg, ca. 1190.
suerte del empresario. Pero a la Fortuna no sólo se la representa
con su rueda, sino también con emblemas marinos como la vela
hinchada y, sobre todo, con aquel timón quejunto con el globo fue
su atributo más antiguo. Ya la Antigüedad había asociado la suerte
con la navegación, y la edad moderna no puede hacer otra cosa que
reforzar esa conexión. En todo caso, al signo marítimo le añade el
de los dados, cuya caída -cadentiar- genera el concepto del negocio
de riesgo: la suerte. Se puede llegar a reconocer en las ideas sobre
la fortuna más renovadas o refrescadas en el Renacimiento, entre
una multiplicidad de significados y contextos385, la pujante filosofía
744
del éxito de un protoliberalismo para el que las posiciones de la rue
da de la suerte corresponderán, sin ambages, aljuicio de Dios que
supone el éxito en el mercado. En el éxito, antes de toda subjetivi
dad de control y métodos, es el azar predestinador el que llega al
poder. ¿Qué es liberalismo, desde el punto de vista filosófico, sino
la emancipación de lo accidental? , ¿y qué el nuevo empresariado, si
no una praxis para corregir eficazmente el azar y la fortuna?
Pertenece a las ideas profundas del siglo XVI la de promover,jun
to a la nobleza de nacimiento, apreciada desde tiempos míticos, y la
nobleza del cargo, que había comenzado recientemente a hacerse
imprescindible en los servicios del Estado, también la nobleza anár
quica del futuro, la nobleza de la suerte, que es la única que aban
dona el seno de la fortuna como hija legítima de la edad moderna.
Entre esta nobleza del azar se reclutarán los prominentes de la era
de la globalización: un círculo compuesto por gentes que se han he
cho ricas noctámbulamente, por famosos y protegidos que nunca
comprenderán bien qué es lo que les ha llevado arriba. Los hijos va
porosos de Wotan, desde Fortunatus hasta Félix Krull,junto con los
empresarios y los artistas, son los engendros específicos de la edad
moderna, grávida de fortuna. Esa no es sólo la era en la que, con éxi
to cambiante, los desdichados se esfuerzan por salir de la miseria; es
también la época de las naturalezas felices, que, ligeras de cabeza y
de manos, se sientan al lado de las Sibilas, de las reinas, y se entre
gan al consumo integral. ¿Yqué otra cosa habrían de hacer ellos, los
ganadores sin esfuerzo, que comer en la «table d ’hótedel azar»? 3*6. Se
rá Nietzsche quien acuñe la fórmula para esta liberación de lo acci
dental: «Por casualidad: ésa es la nobleza más vieja del mundo». Atri
buirse esa nobleza y poner el dado en el escudo: de ese gesto nace
una nuevajustificación de lavida, que Nietzsche, en su escrito sobre
la tragedia, denominó teodicea estética. En la edad moderna, la for
tuna emancipada mira hacia arriba, a un cielo del que no sabía na
da la antigua miseria. «Sobre todas las cosas está el cielo Azar»387: un
ilustrado público-elite posmetafísico ha de escuchar esto como una
buena nueva auténtica. Se habla de un cielo que cubre con su bó
veda una inmanencia liberada del veredicto divino y de otras ficcio
nes nacidas del resentimiento. Quizá no le hubiera gustado a Nietz-
745
«A uno la Fortuna se le muestra como buena madre,
a otro como madrastra injusta», en Teodoro de Bry,
Emblemata nobilitatis, Frankfurt 1593.
sche que se le recordara que en la Roma imperial la Fortuna fue so
bre todo la diosa de los esclavos y de la plebe sin trabajo, gentes que
dependían completamente del azar de la limosna.
8 Comerciar con riesgo
En el horizonte de la inseguridad, asumir riesgos calculados en
un ámbito de juego global: esto expresa con suficiente claridad el
fundamento pragmático de la moderna cultura agresiva e incursiva.
La agresividad estructural de las prácticas modernas de expansión
no hunde sus raíces en una disposición psicodinámica regional; no
746
La Fortuna sobre un asiento redondo,
la Virtud sobre uno cuadrado.
es en absoluto un sadismo específico de los europeos el que impul
sa su extraversión en el espacio terrestre global. Sólo en un aspecto
marginal el zarpazo lanzado hacia los puntos más lejanos sobre el
globo cubierto de agua es algo así como el desarrollo de una fanta
sía masculina de omnipotencia gracias a una fuerza de penetración
telefálica. Vistas las cosas en su conjunto, es la transformación de las
mentalidades y prácticas europeas en un negociar generalizado con
riesgo de donde surge la sorprendente, casi misteriosamente exito
sa, fuerza agresiva de las primeras generaciones de descubridores.
La disposición al riesgo de los nuevos actores globales es propulsa
da ultima ratione por el imperativo de conseguir ganancias para sal
dar deudas de créditos de inversión. Los europeos de 1500 no son
747
más avaros, crueles o fálicos que cualquier otro pueblo anterior, si
no más dispuestos al riesgo: es decir, más dispuestos al crédito, por
lo que se refiere al acreedor, y más dependientes de él, en lo relativo
al deudor, tal como corresponde al cambio de paradigma econó
mico, de la explotación antigua y medieval de recursos a las eco
nomías inversoras modernas. Debido a este proceder administrati
vo, el recuerdo de los intereses a pagar a plazos se traduce en
hazañas prácticas e inventos científicos. La empresa es la poesía del
dinero*88. Así como la miseria vuelve inventivo, el crédito hace de
uno empresario.
Sólo porque el exterior es a la vez el futuro y porque el futuro
post mundum novum inventum puede ser representado como lugar de
procedencia de botín y gloria, desencadenan los primeros marinos
y los comerciantes-empresarios excéntricos la tormenta duradera de
inversiones en el exterior, de la que habría de derivarse en el trans
curso de medio milenio la ecúmene informático-capitalista actual.
Desde los tiempos de Colón, globalización quiere decir futurización
general del comercio estatal, empresarial y epistémico. La globali
zación es la sumisión del globo a la forma del rédito: es decir, del di
nero, que, tras dar una gran curva por los mares del mundo, vuelve,
acrecentado, a su cuenta inicial. Desde este punto de vista, la glo
balización terrestre se manifiesta como el sello característico del
empresariado en sentido específicamente moderno. El hecho de
que éste, en sus primeros momentos aventureros, no siempre pu
diera distinguirse con suficiente claridad del seriamente mistificado
afán emprendedor y proyectista (Defoe -él mismo un agente sin
suerte de vino, tabaco y géneros de punto- escribió su manifies
to*89),delacharlataneríaterapéuticaypolíticaydeldelitotantooca
sional como organizado, proporciona a las prácticas globalizatorias
esa ambigüedad que las caracteriza hasta hoy.
El corazón pragmático de la edad moderna late en la nueva cien
cia de la asunción de riesgos. El globo es el monitor en el que se
puede apreciar en conjunto el campo de juego del negocio genera
lizado de inversión. Es el panel en el que los inversores consignan
sus apuestas, y sobre el que se desplazan sus pérdidas y ganancias.
Con su aparición, su rápida imposición y su crónica actualización
748
CMlm
VLTRUl
Plus ultra: Carlos V entre las columnas de Hércules.
comienza la era de los global players, en cuyo mundo es verdad que
zozobran muchos barcos, pero nunca se pone el sol. Se trata deju
gadores que cogen un globo en la mano para superar a sus compe
tidores en tele-ver, tele-especular y tele-ganar. La divisa imperial
Plus ultra, bajo la que la flota de Carlos V cruzaba los océanos, esti
mulaba un pensar que no solamente exigía mirar a la lejanía como
tal, sino mirar siempre más allá, fundamentalmente. Por eso el prin
cipio televisión no pertenece sólo a la era de las imágenes que se
mueven; por lo que importa a la cosa misma, ya estaba dado desde
que previsión y visión a lo lejos se sirvieron del médium globo: un
medio que desde sí mismo impelía a un perfeccionamiento conti
nuo. A las imágenes móviles del siglo XX preceden las imágenes en
mendables de la gran época de los globos y mapas. El vendedor de
las Molucas, Carlos V, y su comprador, Juan III, son actores ejem
plares de esa cultura neoeuropea del riesgo, de miras amplias. Su
transacción de 1529 permite reconocer que los príncipes, desde en
tonces, son menos los primeros servidores regionales de Dios sobre
la tierra que los primeros empresarios del Estado dependiente del
dinero. Bajo su presidencia, los antiguos pueblos europeos se desa
rrollan en modernos colectivos de inversión, que, a más tardar des
de el siglo XVIII, bajo el nombre de naciones se perfilan como enti
dadesdenegociosdeporsíyantesí390. Ysiapartirdelarevolución
americana las naciones economizadas se van reestructurando demo-
749
créticamente de forma progresiva, es bsyo la impresión del recono
cimiento de que los reyes se han convertido en factores improduc
tivos en los consejos de administración de esos colectivos políticos
de inversión. La historia más reciente viene caracterizada por el pa
ro estructural y de larga duración de los reyes.
9 Ilusión y tiempo
Sobre capitalismo, telepatía y mundos de asesores
La historia de los descubrimientos ha sido escrita innumerables
veces como novela de aventuras náuticas, como historia de los éxi
tos e historia criminal de los conquistadores, como historia de los
celos de las grandes potencias imperiales y como historia neoapos-
tólica de la Iglesia (que, dicho sea de paso, fue en muchos períodos
una historia de celos entre órdenes misioneras y entre confesiones).
«La expansión europea» ha sido objeto de todo tipo de glorifica
ción y condena; se ha convertido hoy, sobre todo en el Viejo Mun
do, en un campo en el que la autoincertidumbre europea recoge
una segunda cosecha391. Por el contrario, hasta donde alcanza nues
tro saber, nunca se ha considerado la posibilidad de una historia filo
sóficamente meditada de los descubrimientos, tanto de los terrestres
como de los marítimos, por no decir ya intentado o llevado a cabo; y,
ciertamente, no en primera línea, desde luego, porque los irrenun-
ciables conceptos rectores de un resumen filosófico de los procesos
de globalización -exterioridad, conversión en imagen, descubrimien
to, delegabilidad, registro, inversión, ecúmene, riesgo, deudas, ano
nimato, interconexión, sistema de ilusión- sólo ocupen lugares des-
clasados, en cualquier caso marginales, en el léxico filosófico. Incluso
una expresión tan eminente como la de descubrimiento ni siquiera se
menciona en el Diccionario histórico de la filosofía, editado por Joa-
chim Ritter y Karlfried Gründer, supremo patrón intercultural de
terminología gremial.
En lo que sigue queremos esbozar, más allá
de lo dicho, cómo podría abordar su tema una teoría filosófica de
la globalización que comenzara por reflexionar sobre los descubri
mientos, y con qué problemas se topa una teoría de la comuna an-
750 tropológlca condicionada por los descubrimientos, alias humanidad.
Parece una trivialidad que la praxis de los descubrimientos geo
gráficos fuera unida a una salida muy arriesgada a la exterioridad
inhóspita. Si se contemplan las cosas más de cerca se vislumbra có
mo en este hecho han confluido impulsos en alto grado no triviales.
Sin sistemas de ilusión motivadores, que hicieran aparecer tales sal
tos a lo impreciso y desconocido como pasos racionales que prome
tían razonablemente éxito, los viajes de los portugueses y españoles
nunca podrían haberse emprendido. Pertenece a la esencia de la
ilusión bien sistematizada el que se sepa comunicar a los otros co
mo un proyecto plausible; una ilusión que no contagie no se en
tiende bien ni siquiera ella misma. El propio Colón ya no estaba sa
tisfecho en sus últimos años con ver en sí mismo sólo al marino, al
cartógrafo y al conquistador de un nuevo mundo; más bien se le ha
bía convertido en certeza que era un apóstol llamado por voluntad
divina a transportar la salvación sobre las aguas. Estimulado por su
éxito incomparable hizo de su nombre propio Cristóbal (Cristófo-
ro), portador del Mesías, su religión, y de su apellido paterno espa
ñolizado Colón, colonizador, su divisa existencial: un brillante fe
nómeno psicológico de estilización que sigue siendo característico
del mundo moderno de empresarios y de sus religiones autógenas
en general. En su Libro de las profecías, de 1502, se consideraba a sí
mismo como un mesías náutico, cuya venida estaba vaticinada des
de antiguo392. Sin ilusión y ansias de éxito no hay proyecto alguno; y
sin proyecto, ninguna oportunidad de contagiar a otros. Colón se
manifiesta, en ello, como representante de una agresiva tendencia
a la ilusión maníaca; tendencia difundida por toda Europa, perfec
cionada psicotécnicamente en el siglo XX por los americanos-USA
(reimportada a Europa por la industria de la consulta o asesora-
miento) y que fue operativizada en todo el mundo mediante la má
xima: «Buscar la propia salvación llevándosela a otros».
Esa síntesis ideal de olvido de sí y servicio a sí es lo que concep-
tualiza la figura psicotécnica de «autoentusiasmo» o «manía autó
gena» que posibilitó la Modernidad. Pero, dado que la mayoría de
los empresarios y príncipes no consiguieron llegar a esa automoti-
vación más que imperfectamente, se hicieron dependientes de con
751
sejeros que les secundaran en su intento de creer en su misión y en
su buena fortuna. Con el tráfico ultramarino de capitales comienza
la época dorada de los sugeridores de proyectos y astrólogos, época
que no ha acabado en modo alguno ahora, en el umbral del siglo XXI. Con su imperativo a comerciar en la lejanía, la era moderna se con vierte en el paraíso de videntes y asesores. La preocupación por los capitales que han de explotarse dando vueltas a la tierra hace su- persensible. Resultaría, asimismo, sorprendente que gentes para las que los flujos de dinero y géneros significan la realidad no creyeran
a la vez en flujos e influjos de otra naturaleza. El moderno pensar
telepático, magnético y monetario del flujo acaba con la hegemonía
de la escolástica de la substancia (aunque hubieran de pasar al me
nos cuatro siglos hasta que la vida cotidiana euroamericana asimila
ra plenamente, tanto desde el punto de vista ético como lógico, el
cambio y adoptara el nuevo imperativo categórico: ¡Haz que fluya
todo! ).
Antón Fugger, que, como financiero de la colonización españo
la-imperial de Sudamérica, se convirtió en uno de los secretos seño
res del mundo, cayó en los últimos años de su vida en las redes de
una atractiva sanadora y concubina de sacerdote, Anna Mergeler,
que en 1564 hubo de rendir cuentas por brujería ante losjueces del
tribunal de Augsburgo (de donde salió, por cierto, con una senten
cia absolutoria, debido a que el nombre del gran señor actuó en su
favor como talismán jurídico, incluso después de muerto). Fugger
mismo, que tenía ambiciones parapsicológicas, habría conseguido,
según su propio testimonio, el don de ver en una bola de cristal a
sus agentes comerciales que operaban en la lejanía; para su disgusto,
su bola-televisión le mostró algunos colaboradores mejor vestidos
que él (mis servidores van mucho más elegantes que yo mismo), un descu
brimiento que, en una época en que las vestimentas señalaban rango
y posición, exigía irremisiblemente sanciones393. En los años ante
riores a su asesinato por terroristas de la Rote-Armee-Fraktion, Alfred
Herrhausen, presidente del consejo de administración del Deuts
che Bank, había introducido, por influjo de la asesora empresarial
Gertrud Hóhler, ejercicios dinámico-grupales de autoconocimiento
para los trabajadores de la casa; su brillante consultora había reco-
752
El oráculo-imán de Athanasius Kircher.
En los globos de cristal se encuentran figuras de cera
con núcleos magnéticos, que pueden ser movidas mediante
el gran imán girable que está en la base del obelisco.
Las figuras remiten a las letras de sus globos y pueden, así,
responder preguntas, en A. K. , Magues sive de arte magnética, 1642.
Max Ernst, Les malheurs des immortels,
con Paul Eluard,1922.
nocido antes que muchos otros los signos del tiempo, que exigen
personal flexible, autoestimulado, emocional-inteligente, capaz de
trabajar en grupo (se podría decir también: más protestante394). En
tre ambas fechas se extiende un continuum que imprime carácter de
modernidad: el de la búsqueda de caminos para la transferencia de
conocimientos saludables a praxis no saludables. Caracteriza a una
parte de la industria consultiva actual el hecho de que ponga tradi
ciones espirituales al servicio de su contrario.
Así pues, lo que se ha llamado expansión europea -y nunca se
puede recalcar esto bastante- no hunde sus raíces originariamente
en la idea cristiana de misión; más bien resulta que es por la ex
pansión y por el negocio de riesgo sistematizado, colonial y mer
cantil, a través de grandes distancias, por lo que se libera el misio
nar, transmitir y transportar como un tipo autónomo de actividad
{transfer general de salvación y prosperidad, exportación de gran
cultura, técnica de transmisión de éxito y beneficio). Los misione
ros cristianos sólo reconocieron a tiempo su oportunidad histórica
porque subieron al tren en marcha o -mucho más oportuno- al
754
Tiziano, Alegoría de Avalos
(La vidente de la bola de crístal)y 1532, detalle.
barco que zarpaba395. El grupo de los aportadores de beneficios
comprende en la edad moderna a conquistadores, descubridores,
exploradores, sacerdotes, empresarios, políticos, maestros, diseñado
res, periodistas: todos ellos con sus específicos consejeros y equipa-
dores. Sin excepción, cada uno de esos grupos reviste sus prácticas
con encargos de transporte maníacos, es decir, con misiones secu
lares. Intentan continuamente cerrar sus vacíos depresivos y dese
char sus dudas, asegurándose los servicios de motivadores pagados.
Ytodos ellos se reconocen al final del siglo XXen las flojas monser
gas de la sociedad de la innovación. Pues ¿qué es el discurso de la
innovación sino la forma más abstracta de una promesa de prospe
ridad y ganancia? Los asesores ponen en contacto -casi nunca en
peijuicio propio- nuevas ventajas técnicas con ventajistas en ascen
so. Son los primeros que mercantilizan consecuentemente las ven
tajas informales del conocimiento. De ellos arranca una ciencia de
la cognición que acabará por hundir incluso las creaciones más
grandiosas de la ecología europea de la inteligencia, las universida
des, convirtiéndolas en sórdidas agencias de un mercado moneta
rio globalizado de las ideas396.
10 Éxtasis náuticos
Por su lado subjetivo, la temprana navegación transatlántica pue
de describirse como una técnica informal de éxtasis por medio de
la cual los descubridores, como chamanes de una religión no esta
blecida, conseguían informaciones de un más allá significante. Este
ya no era representable ahora como un arriba celeste, sino como un
más allá marítimo. Pero, como cualquier trascendencia o cuasi-tras-
cendencia, el moderno más allá de riesgos no podía conseguirse sin
más. Por regla general, los viajeros de ultramar tenían que pagarse
el acceso a puertos lejanos mediante ascesis amargas: mediante pe
ríodos de ayuno involuntario a lo largo de travesías retardadas por
un tiempo adverso y mediante el suplicio del aburrimiento en caso
de ausencia de vientos y de navegación demasiado lenta; también la
falta de sueño, debida al calor, frío, mal olor, estrechez, ruido, mie
756
do y marejada alta, iba haciendo mella incesantemente en las tripu laciones excitables y propensas al delirio. Todo barco en alta mar ponía a los viajeros en contacto constante con lo que aquí con más derecho que en ninguna otra parte pueden llamarse postrimerías. La alternativa puerto o muerte era la fórmula válida para meditar en el mar la finitud y precaria finalidad de los anhelos humanos. Co mo meditaciones sobre el fin, los ejercicios ignacianos no podían ser más explícitos que una travesía por el Atlántico. Ningún grupo de ascetas marinos experimentó con más crudeza la ley del mar, «puerto o muerte», que los buscadores de los pasos más difíciles de la tierra, el paso nororiental, entre el mar del Norte europeo y la Si- beria oriental, y el paso noroccidental, entre Groenlandia y Alaska. Ante esas rutas casi imposibles fracasaron hasta el umbral del siglo XX los sistemas de ilusión maníaca y los fantasmas de gloria de nu merosos exploradores y comerciantes-aventureros. En ambos pasos del norte la expedición moderna contra el concepto de imposible reclamó sus víctimas ejemplares.
El salto a los océanos señala una cesura profunda en la historia de la mentalidad de los europeos. La caracterización del mundo burgués actual, en vistas a sus condiciones de mentalidad y a su es tado de inmunidad desde el siglo XVIII, como una sociedad de tera pia y aseguramiento -una formación que se distingue claramente de la sociedad religiosa precedente-, pasa por alto, la mayoría de las veces, que entre el régimen religioso y terapéutico de salvación ha bía aparecido un mundo intermedio que participaba de ambos ór denes y que se fundaba, sin embargo, en mitos y rutinas de derecho propio. Hasta el siglo XIX incluido, la navegación fue el tercero au tónomo entre religión y terapéutica. Una infinidad de gente buscó en los mares la curación de sus frustraciones de tierra firme. Quizá fue el Nautilus del capitán Nemo el último barco de locos europeo, en el que un gran misántropo solitario pudo mostrar de modo so berano su rechazo de la humanidad de tierra. Pero también a Her mán Melville le parecía aún una simple evidencia que el mar abier to proporciona la ayuda más fiable en caso de desazones, tanto melancólicas como maníacas; por eso pudo hacer que el narrador de Moby Dick -el libro apareció en 1851, apenas veinticinco años an
757
tes que los ensayos narrativos de Julio Veme sobre la globalización
terránea, subterránea, marina y submarina- comenzara su historia
con estas palabras:
Me llaman Ismael. Hace algunos años -no importa exactamente cuán
tos- no tenía prácticamente ya dinero en el bolsillo y nada que me atara es
pecialmente a tierra. Entonces me vino la idea de ir un poco al mar y echar
un vistazo a la parte húmeda de la tierra. Ese es mi modo de ahuyentar los
grillos (spleen) de la cabeza y regular la circulación de la sangre. Siempre
que noto que un gesto sañudo comienza a dibujarse en torno a mis labios
y que mi alma está llena de un noviembre húmedo, lloviznante, cuando me
descubro parándome involuntariamente ante las funerarias o trotando tras
cada entierro que encuentro, pero, sobre todo, cuando me asalta la melan
colía de tal modo que se necesitan fuertes principios éticos para preservar
me de salir a la calle a propósito e ir quitando a la gente, por orden, el som
brero de la cabeza, entonces es, en mi opinión, el momento crítico de ir al
mar tan rápido como pueda. Ésta es mi alternativa a la pistola y la bala. Con
gesto filosófico, Catón se arrojó a su espada. Yo, simplemente, me subo a
bordo (Iquietlytaketotheship)v'7.
La navegación moderna se acreditó como el tercer camino,jun
to con el convento y el suicidio, de renuncia a una vida devenida in-
vivible. En la globalización náutica confluirían durante toda una era
todas las empresas y afanes de los europeos inquietos por despren
derse de sus viejos amarres esféricos y limitaciones locales. Lo que
aquí se llama inquietud o agitación (restlessness, palabra clave del an
tiguo estudio de la emigración) reúne, todavía sin distinción, espí
ritu empresarial, frustración y desarraigo criminal. Como otro pur
gatorio, el mar,junto al cielo yal infierno, ofrecía un «tercer lugar»
de escape de las decepcionantes tierras patrias y tierras firmes. El
nuevo más allá náutico-empresarial se concebía, sin embargo, como
un más allá de experiencias, que sólo estaba abierto a aquellos que
se atrevían a adentrarse en él con pleno compromiso físico. No se
puede ir al mar a medias, como no se puede acceder a Dios a me
dias. Da igual si los nuevos inquietos suben ellos mismos a los bar
cos, o sólo se imaginan en los mundos lejanos desde el emplaza
758
miento fijo de empresario: al anhelo de los europeos atentos le ron
dará en el futuro una trascendencia transatlántica fantástica. El sue
ño europeo de una vida buena, mejor, óptima, entra en la resaca o
aspiración de un absolutamente-otro ultramarino. El más allá ya no
es el borde de una cubierta cósmica, sino otra costa; la travesía co
mienza a sustituir la subida.
Ese traslado a la horizontal de la trascendencia ha hecho posible
la utopía como forma de pensar, como modo de escribir y como
molde de plasmas de deseos y religiones inmanentizadas. El género
literario utopía, que aparece súbitamente, organiza una cultura del
deseo revolucionaria (como también, después, una política corres
pondiente) , en la que pueden construirse mundos alternativos casi
sin contexto: siempre apoyándose en el hecho primordial de la
edad moderna, el descubrimiento real del Nuevo Mundo en toda
la multiplicidad inagotable de sus formas fenoménicas insulares y
continentales (sobre todo, en las innumerables islas del Pacífico, en
las que pretendidamente podía comenzarse otra vez, desde el prin
cipio, el experimentum mundi). Pero, como muestra cualquier ojeada
a los textos, lo empírico y lo fantástico se mezclan inextricablemen
te en la primera época de los descubrimientos. En sus nuevos y efi
cientes medios -libro popular, libro de viaje, novela, utopía, hoja vo
lante, globo y mapamundi-, la memoria del Nuevo Mundo real y de
sus posibles variantes genera un régimen posmetafísico de deseo,
que ve su cumplimiento, si no en la proximidad más próxima, sí en
una lejanía accesible. Con él se pone en marcha una especie de self-
fulfiüingwishfulthinking,queenseñaaponerrumbo,fantásticayreal
mente a la vez, a mundos remotos y a sus riquezas, como si su pre
sencia barruntada en la lejanía fuera ya una promesa de su alcance.
11 Corporate Identity en alta mar
División de espíritus
Fuera, sólo conseguirían éxito, ciertamente, quienes supieran
navegar y sentir como un team conjurado. Los equipos de los barcos
de los descubridores fueron los primeros objetivos de ingenuos y
759
efectivos procesos de modelación de grupos, que en la actualidad se
describirían como técmcas-corporate-identity. Los pioneros avanzados
aprendieron en los barcos a desear lo imposible dentro de un equi
po con los mismos sueños. Desde el punto de vista psicohistórico,
las ideas rectoras neoeuropeas de progreso constante y enriqueci
miento general son siempre, y también, en un horizonte nacional y
social, retroproyecciones de visiones de ensueño de equipo, proce
dentes de los primeros tiempos de la globalización náutica. Repre
sentan ensayos para retransferir el ¡adelante! categórico de la nave
gación a las condiciones de la vida sedentaria. Los escritos de Emst
Bloch, por citar un ejemplo eminente de progresismo sistemática
mente generalizado, pueden leerse como si su autor hubiera refor
mulado el socialismo desde el lado del mar y lo hubiera recomenda
do como un sueño, filtrado racionalmente, de emigración a nuevos
mundos: progreso es emigración en el tiempo (como si fuera sabi
duría hacer creer a alguien que, con ayuda de las fuerzas producti
vas, liberadas de la codicia de los propietarios, sería posible establecer
por doquier las condiciones de los mares del Sur). Por eso: siempre
tiene razón el partido de los deseos objetivamente realizables**.
De todos modos, el sueño del premio gordo que nos espera ahí
fuera ayudará a los globonautas a afrontar los horrores de la exte
rioridad. Por eso, los marinos y sus equipos no sólo son simples psi-
cóticos que, perdidos en casa a causa de su contacto con la realidad,
valgan para abrir nuevos espacios en el extranjero. A menudo tie
nen realmente ya un pie en el suelo de los hechos jamás hollados,
y, sin duda, en alta mar, no pocas veces se manifiesta como acom
pasada a la realidad la postulación de un milagro inminente. Los ca
pitanes más grandes son aquellos que comprometen con mayor
efectividad a sus tripulaciones con el puro ¡adelante! , sobre todo
cuando parece una locura no volver atrás. Sin un estricto y cons
tante embrujo optimista a bordo, la mayoría de las primeras expe
diciones habrían ido a pique por desaliento. Losjefes de expedición
mantuvieron psíquicamente a sus equipos con visiones de riquezas
y de gloria de descubridor. Al repertorio de sus técnicas de éxito en
el espacio no hollado pertenecían también castigos draconianos; si,
después del motín de sus capitanes ante San Julián, en la costa pa
760
tagónica de Sudamérica, el 1 de abril de 1520, el portugués Maga
llanes no hubiera ejecutado también a nobles españoles, cabecillas
de la rebelión, sin consideración alguna a los reparos de sus subofi
ciales, no le habría quedado claro a su tripulación, sin remisión al
guna, lo que significa estar en un viaje de ida absoluto; y si, como in
forma Pigafetta, no hubiera prohibido bajo pena de muerte hablar
de regreso y de escasez de víveres, el viaje occidental a las islas de las
Especias, del que resultaría la primera circunnavegación terrestre,
habría fracasado ya en el primer tramo del camino399. En su prime
ra travesía, Colón, como anota él mismo en el libro de a bordo de
la Santa María, falsea sus datos sobre el camino andado, «para que
la tripulación no se amotine a causa de la largura del viaje». A la vis
ta de un motín incipiente durante una tormenta frente a la costa
africana oriental, Vasco de Gama hace arrojar al mar las brújulas,
mapas e instrumentos de medición de sus capitanes y oficiales, con
el fin de extirpar en su gente futuras ideas de regreso. De experi
mentos de esa índole va brotando a bordo de aquellos barcos te
merarios toda una psicología expedicionaria, propulsada por la im
parable tendencia, constantemente agudizada, a la división entre
los espíritus optimistas y los desalentados.
Cuando estos saberes de barco retornen a la gente de tierra se
hará posible lo que tiempos posteriores llaman ánimo progresivo:
compromiso con un ¡adelante! imperturbable. Todavía a comienzos
del siglo XIX, en La balsa de la Medusa de Géricault -la clásica pieza
marina de catástrofes del Empire-, sale a la luz abiertamente el ori
gen marino de la diferencia entre psicología del progreso y del re
traso. El grupo depresivo de la parte izquierda de la balsa puede di
ferenciarse claramente del grupo esperanzado de la derecha.
Frente a lo extremo, esos náufragos dirimen la disputa, constitutiva
de toda la edad moderna, entre esperanzas y desalientos400. Desde el
motín de los capitanes de Vasco de Gama y su astuto sofoque, la
campaña de globalización es una guerra constante de estados de
ánimo y una lucha por los medios hipnótico-grupales de orienta
ción (últimamente, en consecuencia, también: por el poder pro
gramático en los medios de masas y por el poder consultivo en las
empresas). No pocas veces, incluso, del lado progresivo estaba sólo
761
ThomasStruth,MuséeduLouvreIV, 1989. Visitantes ante La balsa de la Medusa de Géricault.
el coraje de la desesperanza -en alianza con un optimismo fisioló
gico inextirpable-, que fue el que mantuvo en pie la revolución
mundial de los que no dan marcha atrás. Los pesimistas de a bordo:
ésos serán después los amotinadores, potenciales y actuales, contra
el proyecto de la Modernidad y, entre ellos, los redescubridores de
la conciencia trágica. Bajo pretextos muy razonables, tienden a
abandonar empresas en las que ni ellos ni los suyos pueden imagi
narse ya como triunfadores. Está por escribir la historia de estos
abandonistas. Manifiesta o latentemente, su consigna es aquel «stop
history/», que alfa a apocalípticos, trágicos, derrotistas y receptores
de rentas401. Pero la fuerza de gravedad conjunta de los inmóviles,
de los perdedores y de sus tribunas literarias ya no pudo demasiado
contra la energía visionaria desencadenada de los hacedores de
proyectos y de los empresarios-charlatanes, que viven de errores
productivos y que siempre consiguen de nuevo levantar imperios en
tomo a sí a partir de autoilusiones o autoengaños.
Dado que las prácticas de los capitanes no sólo se basan en el
delirio y en una fascinación motivacional, sino también en compe
tencias geográficas irrecusables y en rutinas náuticas realmente tra
bajadas, los locos proyectos ideales neoeuropeos tuvieron una
oportunidad de verificarse ocasionalmente a sí mismos. Sólo así,
del miedo pudo surgir el éxtasis en los océanos. Sólo así, protoco
los de éxtasis se convierten en libros de vi¿ye; y sólo así, las bodegas
se llenan con tesoros procedentes del Nuevo Mundo. Todo barco
en mar abierto encama una psicosis que ha puesto velas; pero ca
da uno de ellos es también un capital flotante, y, como tal, parte de
la permanente revolución del flujo.
12 El movimiento fundamental:
el dinero que regresa
Con todo barco que se lanza al agua los capitales inician el mo
vimiento característico de la revolución espacial de la edad moder
na: vuelta a la tierra por medio del dinero invertido y regreso con
éxito de éste a su cuenta de origen. Retum ofinvestment, ése es el mo
763
vimiento de los movimientos, al que obedecen todas las actas del co
mercio de riesgo. Proporciona un rasgo náutico a todas las opera
ciones de capitales -también a aquellas que no cruzan el mar abier
to- en tanto toda cantidad invertida sólo se explota por una
metamorfosis de la forma de dinero a la forma de mercancía y vice
versa; en forma de mercancía el dinero se expone al mar abierto de
los mercados y ha de esperar -como sólo los barcos, por lo demás-
el feliz regreso a los puertos patrios; en la metamorfosis a mercan
cía va incluida ya, latentemente, la idea de circunvolución terrestre;
se vuelve manifiesta, como tal, cuando los géneros que se cambian
por dinero únicamente se encuentran en mercados lejanos. Por el
regreso del capital flotante del viaje lejano el delirio de la expansión
se convierte en la razón del beneficio. La flota de Colón y sus suce
sores se compone de barcos de locos reconvertidos en barcos racio
nales. El más razonable es el barco que vuelve con mayor seguridad,
ahorrándose para el futuro una nueva fortuna redux para regresos fe
lices regulares402. Yprecisamente porque del dinero invertido en ne
gocios arriesgados se espera que vuelva con un fuerte plus a manos
del inversor, el verdadero nombre de tales rendimientos es revenus:
retornos de dineros ambulantes, cuyo incremento representa el
premio de los inversores por la propiedad cargada de riesgos, rela
tivos al cambio de forma y a la navegación403.
Por lo que se refiere a los locos-razonables comerciantes ultrama
rinos en las ciudades portuarias -todos esos nuevos nacionalistas del
riesgo, los portugueses, los italianos, los españoles, los ingleses, los
holandeses, los franceses, los alemanes, que mostraban sus banderas
por los mares del mundo-, a más tardar en torno al año 1600 sabían
ya calcular sus riesgos, diversificándolos. Aparecen entonces nuevas
tecnologías del riesgo para vencer económicamente al mar y sus es
collos. Seres humanos y propietarios pueden moverse dentro de lo
que se llama un peligro; «una mercancía en el mar» (Condorcet), en
cambio, está expuesta a un riesgo, esto es, a una probabilidad de fra
caso, matemáticamente describible; y frente a esa probabilidad pue
den constituirse comunidades de solidaridad calculadoras: la socie
dad del riesgo como alianza de los codiciosos bien asegurados y de
los locos respetables.
764
Curso del sol en el polo sur,
fotografía tomada en la Scott-Amundsen-Station,
tiempo de exposición ca. 18 horas.
Pues de otro modo que en la Filosofía Eterna, en los negocios só
loesunjugadoryunchifladoquienapuestaporloUno. Elhombre
listo piensa con mucha anticipación y, como todo buen burgués que
calcula correctamente, apuesta por la diferenciación y la diversifi
cación. Se entiende muy bien cómo Antonio, el mercader de Vene-
cia de Shakespeare, podía explicar tan convincentemente por qué
su tristeza no provenía de sus negocios:
My ventures are not in one bottom trusted,
Ñor to one place; ñor is my whole estáte
Upon thefortune of this present year;
Therefore, my merchandise makes me not sad404.
La vista para los negocios de Antonio refleja la sabiduría media
765
de una época en la que el capital flotante había meditado ya du
rante un tiempo sobre el arte de reducir riesgos. No es casual que
los comienzos de los seguros europeos -y de su fundamentación
matemática- se retrotraigan precisamente a ese siglo XVII tempra
no405. El despertar de la idea de seguro en medio del primer perío
do de aventuras de la navegación globalizada testimonia que los
grandes tomadores de riesgos de la sociedad capitalista-burguesa en
alza no querían ahorrar gastos para pasar por sujetos racionales se
rios; lo único que les importaba era abrir una zanja insuperablemente
profunda entre ellos mismos y los locos desordenados. Del impera
tivo de separar razón y locura, una de otra, claramente y para siem
pre, es de donde sacan su legitimación tanto las aseguradoras como
la filosofía moderna. Ambas tienen que ver con técnicas de seguri
dad y de certeza; dado que están interesadas en el control de capi
tales fluctuantes (flujos de mercancías y de dinero, estados de con
ciencia, corrientes de signos), ambas están emparentadas por el
sentido con los modernos sistemas disciplinares, que Michel Fou-
cault ha investigado en sus estudios de ordenación histórica.
13 Entre fundamentaciones y aseguramientos
Sobre pensamiento terrestre y marítimo
El temprano negocio del aseguramiento pertenece a los precur
sores de la Modernidad, en tanto que modernización se define co
mo sustitución adelantada de estructuras simbólicas de inmunidad,
del tipo de las «últimas interpretaciones» religiosas de los riesgos de
la vida humana, por prestaciones técnicas de seguridad. En la pro
fesión de los negocios el seguro sustituye a Dios: promete previsión
frente a las consecuencias de los cambios del destino. Rezar es bue
no, asegurarse es mejor: de esta intuición surge la primera tecnolo
gía de inmunidad, pragmáticamente implantada, de la Modernidad;
a ella seguirán en el siglo XIXlos seguros sociales y las instituciones
médico-higiénicas del Estado del bienestar. (El precio inmaterial
que los modernos pagan por su asegurabilidad es realmente alto,
incluso metafísicamente ruinoso, pues renuncian a tener un desti-
766
Jürgen Klauke, Prosecuritas, Kunstmuseum
de Berna, 1987, durante la instalación.
no, es decir, una relación directa con el absoluto como peligro irre
ductible, y se eligen a sí mismos como casos de una medianía esta
dística que se atavía individualistamente; el sentido de ser[sujeto] se
reduce para ellos a un derecho de indemnización en caso de sinies
tro, regulado por normas. )
Por otra parte, la filosofía moderna sólo produce, en principio,
una reorganización de la inmunidad simbólica bajo el signo de «cer
teza», es decir, una modernización de la evidencia. Quizá el ciclo de
las modernas filosofías civiles, no-monacales, se base en la creciente
demanda de pruebas de no estar loco. Sus clientes ya no son las se
des clericales, los obispados, monasterios y facultades de teología,
sino los hacedores de proyectos en las antecámaras de los príncipes
mundanos y las cabezas emprendedoras en el público —en aumen
to- de gente culta privada, y, finalmente, también lo que con legiti
midad creciente puede llamarse publicidad científica. Quizá la co
rriente racionalista de la filosofía continental que enlaza con el
emigrante Descartes fue sólo, en lo esencial, este intento: el de po
ner bajo los pies una tierra firme, lógica e inquebrantable, a una
nueva especie de ciudadanos-riesgo que piden créditos, especulan
con capitales flotantes y tienen a la vista plazos de amortización.
767
La Karlskirche vienesa, construida
porj. B. yj. E. Fischer von Erlach,
por encargo de Carlos VI, 1716-1739.
Una oferta a la que los británicos, más asentados en el mar, se mos
traron a largo plazo menos receptivos que los europeos continenta
les, que disimularon su hidrofobia menos veces y, además de ello,
tenían que contar, también en sus negocios intelectuales, con una
cuota estatal abusiva406.
768
Francis Bacon, grabado de la portada
de la Instauratio magna, Londres 1620.
La tierra en el círculo de los vientos
que soplan; frontispicio del Mundus subterraneus
de Athanasius Kircher, Amsterdam 1664.
Es significativo de aquella época que en el grabado de la porta
da del Novum organum (1620) de Bacon se vean barcos que regresan,
con la leyenda: «Muchos irán de acá para allá, y la ciencia se desa
rrollará»407. Aquí es como si se desposara el nuevo pensamiento ex
perimental bajo signos pragmáticos con la próspera flota atlándca,
igual que en el ámbito místico el dogo de Venecia, como señor de
la navegación mediterránea, acostumbraba a casarse todos los años
con el mar Adriático. El mismo Bacon compuso, como un Plinio del
capitalismo naciente, una «Historia de los vientos», que comienza di
ciendo que ojalá los vientos hubieran dado a los seres humanos alas
con las que poder volar: si no por los aires, sí sobre los mares408. La
770
totalidad de esos vientos compone lo que más tarde se llamará at
mósfera terrestre. Los marineros del viaje de Magallanes fueron los
primeros en convencerse de la unidad de las superficies terrestre y
marítima dentro de una cobertura de aire respirable por doquier
por los seres humanos. El aliento del hombre de mar consigue el
primer acceso a la globalidad atmosférica real: conduce a los euro
peos al otro lado, a la edad moderna auténtica, en la que se hace va
ler la conexión entre atmósfera terrestre y conditio humana como
idea maestra de un corte epocal profundo, todavía no asimilado
completamente.
Aunque los nuevos centros del saber no podían situarse inme
diatamente en los barcos, sí que habían de mostrar en el futuro cua
lidades de ciudad portuaria. Nueva experiencia sólo llega por im
portación, su posterior elaboración en concepto será asunto de
filósofos: la Ilustración comienza en los diques. El suelo auténtico
de la experiencia moderna es el suelo de los barcos; y ya no aquella
«Tierra» que todavía en el siglo XX el viejo Edmund Husserl, en un
giro desesperadamente conservador, ha calificado de «proto-arché»
o «patria primordial» (se puede hablar aquí de una recaída en la
concepción fisiocrática, según la cual todos los valores y valías pro
ceden de la agricultura y apego al suelo). El intento de Husserl de
colocar en último término todos los conocimientos sobre un suelo-
tierra universal, a saber, el «suelo de la creencia pasiva y universal
en el ser», sigue siendo un terrenismo de índole premodema que
no consigue todavía liberarse de buscar la razón de fondo de tener
un fondo, o fundamento409; y esto en una época en la que ya hacía
mucho tiempo que del marinismo provenían, si no las mejores res
puestas en absoluto, sí desde luego las pragmáticamente más sensa
tas; pues la razón del mar sabe que ha de navegar sobre lasuperfi
cie y que ha de cuidarse de no ir al fondo. El espíritu náutico no
necesita fundamentos sino lugares de intercambio comercial, metas
lejanas, relaciones inspiradoras con los puertos.
Según la forma, una filosofía que hubiera obedecido a su llama
da a formular el concepto de mundo de la edad moderna estaría
destinada a establecerse como Facultad flotante o al menos como
autoridad portuaria de Europa. La miseria de la filosofía europeo-
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continental, y muy especialmente la de la alemana, ha sido que la
mayoría de las veces permaneció ligada a las atmósferas y morales
de pequeñas ciudades y cortes de provincia, en las que los estudios
filosóficos no podían ser apenas otra cosa que la prosecución, con
otros medios, de la formación del bjyo clero. Incluso los sueños tu-
bingueses con el Egeo, que fueron lo mejor, ciertamente, quejamás
rozó inteligencias alemanas, no pudieron forzar en el pensamiento
idealista su acceso al mar.
Johann Gottfried Herder expresó con precisión el hechizo-mal
dición provinciano alemán: «En la tierra está uno sujeto a un pun
to muerto y encerrado en el pequeño círculo de una situación»; y
opuso a esta claustrosofía, que en muchas partes se presentaba co
mo filosofía, el salto a un elemento completamente diferente: «Oh,
alma, ¿qué será de ti si sales de este mundo? Ha desaparecido el
punto medio estrecho, fijo, limitado, vuelas en el aire o flotas en el
mar: el mundo desaparece para ti. . . Qué nuevo modo de pensar»410.
Podría uno estar tentado de leer esto como si el ánimo alemán vie
ra en la muerte su única oportunidad de globalización.
Desde la mayoría de las capitales de corte y metrópolis conti
nentales, sea Viena, Berlín, Dresden o Weimar, se minusvaloró no
toriamente la dimensión marítima del formato moderno de mun
do. Por lo que se refiere a las filosofías continentales, se colocan
precipitadamente al servicio de una contrarrevolución terrestre que
rechaza instintivamente la nueva situación del mundo; se quiere se
guir abarcando o trascendiendo el todo desde el seguro territorio
nacional, y hacer avanzar el suelo firme frente a las pretensiones de
movilidad náutica. Esto vale tanto para los príncipes nacionales co
mo para los filósofos nacionales. Incluso Immanuel Kant, que afir
maba haber realizado un giro copemicano del espíritu al hacer del
sujeto el emplazamiento de todas las representaciones, nunca tuvo
del todo claro que la que importaba era más la revolución magallá-
nica que la copemicana. ¿De qué vale hacer que los fenómenos ro
ten en tomo al intelecto si éste no persiste en el lugar? Con su in
sistencia en la obligación de residencia del poseedor del cogito, Kant
hubo de errar el rasgo fundamental de un mundo de fluctuaciones.
El famoso pasaje lírico en la Crítica de la razón pura de la isla del en
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tendimiento puro, el «territorio de la verdad», que se opone deci
didamente al océano, «la verdadera patria de la ilusión», «donde al
gunas nieblas. . . producen la apariencia de nuevas tierras», delata so
bre los motivos -a la defensiva- del negocio crítico del pensamiento
más de lo que el autor estaba dispuesto a confesar: expresa, ante la
Facultad reunida, por decirlo así, eljuramento antimarítimo por el
que la ratio académica se asimila a los puntos de vista de la autoafir-
mación terrestre-regional enraizada; sólo una vez, con toda repug
nancia -se puede decir también: con intención crítica-, atraviesa
ese océano, con el fin de cerciorarse de que el interés de la razón
no tiene allí nada en absoluto que esperar411. Sobre todo, la defensa
de la provincia de Heidegger (que quería decir algo así como: Ber
lín no es para alguien a través del cual, como si fuera a través de un
oráculo grutesco, hable la verdad), cuatrocientos cincuenta años
después de Colón, ciento cincuenta después de Kant, no pudo me
jorar las cosas en este aspecto, desde luego; también él entiende la
verdad como una función ctónica -como una procesión revocable
de tierra, monte y caverna- y sólo concede a lo que llega de lejos un
sentido temporal, no espacial. El pensamiento del todo fue el últi
mo que llegó al barco.
Ya puede anotar Goethe el 3 de abril de 1787, en Palermo, en su
diario del Viaje a Italia:
Si uno no se ha visto rodeado por el mar, no tiene concepto alguno de
mundo, ni de su relación con el mundo412,
que los doctos europeos, casi todos ellos mantenidos y sometidos
por Estados territoriales y príncipes nacionales, preferían, en su
gran mayoría, verse rodeados de muros escolares, paredes de bi
bliotecas y, en todo caso, prospectos ciudadanos. Incluso el aparen
temente muy meditado encomio del mar, como elemento natural de
la industria comunicadora de pueblos, en el famoso parágrafo 247
de la Filosofía del derecho de Hegel -«este supremo médium», «el ma
yor medio de cultura»-, objetivamente no es más que una nota ad
ministrativa, y no adquiere importancia alguna ni para la cultura del
concepto ni para el modo de escritura del filósofo, habitualmente
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N
sentado en su trono y sin andar vagabundeando por ahí413. Decir la
verdad seguirá siendo, hasta nuevo aviso, una actividad sedente so
bre fundamentos de tierra firme. Romanus sedendo vincit (Varrón)414.
Sólo el gran solitario Schopenhauer, al margen de universidades
e iglesias, consiguió dar el salto, que ya se hacia esperar demasiado,
a un pensamiento que colocaba al comienzo un fundamento fluidi
ficado: su voluntad es la primera manifestación de un océano de los
filósofos, por el que navega el sujeto sobre la cáscara de nuez del
principium individuationis, cobijado en las ilusiones salvadoras de es
pacio, tiempo y yoidad. Con este descubrimiento enlaza Nietzsche y
aquellos vitalistas que declararon la refluidificación de los sujetos
endurecidos como la tarea propia de una filosofía correctamente
entendida. Pero ningún filósofo consiguió formular el auténtico
concepto del sujeto en la era de la movilización, sino un novelista:
Julio Veme, que en el lema de su capitán Nemo, MOBIUS IN MO
BIL! , encontró la fórmula de la época; su divisa, móvil en lo móvil,
expresa con claridad y generalidad insuperable lo que la subjetivi
dad modernizada quiere y debe. El sentido de la gran flexibilización
es el poder de navegar en la totalidad de los lugares accesibles, sin
ser uno mismo fijable, determinable, por los medios de registro y
clasificación de los otros. Realizarse en el elemento fluido como su
jeto: absoluta libertad emprendedora, completa an-arquia415.
Fue un contemporáneo de Schopenhauer, Ralph Waldo Emer
son, quien, con la primera serie de sus Essays de 1841, condujo a la
filosofía a su «evasión americana» y a su reformulación náutica (ra
zón por la cual Nietzsche, ya en la época de sus lecturas de juven
tud, pudo reconocer en él un alma emparentada)416. En él vuelven
a aparecer las tonalidades agresivas del temprano período europeo
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Fetografía, foto de Lennart Nilsson,
mediados de los años sesenta.
de la liberación de límites en traducción transatlántica. Mucho an
tes, Giordano Bruno, también él un gran autoagitado en su época,
en su escrito Del infinito: el universo y los mundos, aparecido en Vene-
cia en 1583, celebra la emancipación del espíritu humano de la mi
seria de una «naturaleza poco parturienta y madrastra» y de un Dios
mezquino, limitado a un único y pequeño mundo:
No hay bordes ni límites, barreras ni muros, que nos engañaran sobre
la riqueza infinita de las cosas [. . . ]. Eternamente fértil es la tierra y su océa
no.
