»
Dijo: y, como acosado
Por invisible golpe,
Saltó el caballo fiero
Con repentino bote,
Por medio de las sombras
Lanzándose á galope:
Y el rey arrebatado
Á su pesar sintióse.
Dijo: y, como acosado
Por invisible golpe,
Saltó el caballo fiero
Con repentino bote,
Por medio de las sombras
Lanzándose á galope:
Y el rey arrebatado
Á su pesar sintióse.
Jose Zorrilla
»Imaginé que origen
Más puro y soberano
Me pudo dar la mano
Del Hacedor tal vez:
Mas ¡ay! los que su mente
Por su altivez dirigen,
Verán cuán torpemente
Soñó su insensatez.
»Apenas un momento
Tan orgullosa idea
Brotó en mi pensamiento
Y en él lugar la di,
Tiniebla inesperada
Cegó mi mente rea,
Y ante la faz airada
Del Criador me vi.
»Desnudo ante la vista
Del Dios que le llamaba,
Como arrancada arista
Mi sér se estremeció;
La luz de su presencia
Mi nada iluminaba:
Juzgóme, y su sentencia
Así me fulminó:
«Tres siglos es preciso
»Que llores por tu yerro:
»Sal, pues, del Paraíso:
»El globo terrenal
»Te doy para destierro:
»Tus nobles atributos
»Te dejo: nobles frutos
»De tu hálito inmortal.
»Que broten de tus lágrimas
»En el lugar que mores
»El germen de las flores
»Y el manantial del bien.
»Sé allí su luz vivífica,
»Sé tú su astro benigno,
»Y vuelve al Cielo digno
»Del celestial Edén. »
»Dijo: y tendí mi vuelo
Llorando hacia la tierra:
Caí sobre este suelo,
Y en este manantial
Do tengo mi retiro
Mi espíritu se encierra;
Yo soy el que suspiro
De noche en su raudal.
»Yo soy el que velando
En esta margen bella
Pródigo vierto en ella
La vida y la salud.
Tú en ella sin respiro
Me vienes estrechando,
Y yo la fe te inspiro,
La ciencia y la virtud.
»Tú luchas por la gloria
De tu falaz creencia,
Y espléndida existencia
Preparas á tu grey:
Y yo que sé tu historia,
Tu origen y tu sino,
Arreglo tu destino
Por misteriosa ley.
»Sí, tú eres una espada
Que blande ajena mano:
Tú á impulso soberano
Obedeciendo vas:
Tú siembras la simiente
Que encuentras apilada:
Mas siembras diligente
Para quien va detrás.
»De aquí me desalojas
Cuando estos sitios pueblas,
De aquí conmigo arrojas
La gracia y el pudor:
Mas yo vi en las tinieblas
Resplandecer tus ojos,
Te conocí, y de hinojos
Di gracias al Señor.
»Su vista rutilante,
Que el universo abarca,
Posada en tu semblante
Desde tu cuna está:
Y el dedo omnipotente
Sobre tu noble frente
Grabó la regia marca
Que á conocer te da.
»Naciste favorito
Del genio y de la gloria;
Tu nombre es la victoria,
Tu voluntad ley es.
Tu tiempo es infinito,
Tus huellas indelebles;
Los montes son endebles
Debajo de tus pies.
»¿Tú anhelas un tesoro?
Mis lágrimas son perlas:
El Darro te trae oro:
Plata te da el Genil:
Cien minas en tu suelo
Posees: despierta á verlas,
Y haz de este valle un cielo
Para tu grey gentil.
»Encumbra este hemisferio
Con el poder de Oriente. . . . .
Yo en él haré á otra gente
Plantar su pabellón.
Yo te daré un imperio,
Mas tú para pagarme
Tendrás al fin que darme
Tu fe y tu corazón.
»Adiós ¡oh Nazarita!
Mi aparición recuerda
Cuando el pesar te muerda
Con aguijón de hiel:
No olvides en tu cuita
Que abrió sobre este suelo
La fuente del consuelo
El ángel Azäel. »
Tal dijo: y el divino
Sér misterioso alzando
La mano que posando
Tenía en Al-hamar,
Al fondo cristalino
Volvióse de la fuente,
Que su cristal bullente
Sobre él volvió á cerrar.
El ámbar que exhalaba
Su aliento de ambrosía,
La luz que derramaba
Su forma, la armonía
De que su voz llenaba
La selva, y el encanto
Con que su influjo santo
Divinizó el vergel,
Como neblina leve
Que desvanece el aura
Al punto que se mueve,
Se disipó con él:
Dudar pudiendo en suma
La mente deslumbrada
Si fué visión soñada
El ángel Azäel.
Tornó á la antigua calma
Y soledad primera
El bosque y la pradera:
Y el príncipe Al-hamar,
Sintiendo libre el alma
Del fatigoso ensueño,
De su tenaz beleño
Se comenzó á librar.
Su mente obscurecida
Se iluminó: la historia
Del sueño en su memoria
Se comenzó á aclarar;
Y al fin, el cuerpo suelto
De su sopor y vuelto
Á la razón y vida,
Se despertó Al-hamar.
La vista echando en torno
Del sitio solitario,
Reconoció el contorno;
Mas como al ángel no,
Sonrisa de desdeño
Mostrando el juicio vario
Que forma de su sueño,
En la ciudad pensó.
Pensó que de ella ausente
Pasó la noche entera:
Pensó en su inquieta gente
Y se aprestó á partir,
Mirando tras el monte
Rayar la luz primera
Del sol, que al horizonte
Comienza ya á subir.
Compuso en la cintura
La faja tunecina;
La suelta capellina
Sobre la espalda echó,
Y el aura respirando
Del bosque y la frescura
Del alba, el césped blando
Con leve planta holló.
Dió un paso en la pradera,
Y alzando repentina
La brisa matutina
Su vuelo en el verjel,
Como una mies ligera
Dobló el ramaje umbrío,
Y sacudió el rocío
Depositado en él.
Surcaron desprendidas
Sus gotas el ambiente,
Cual lluvia transparente,
Espesa, universal:
El aire deshacerlas
No pudo, y esparcidas
Quedaron como perlas
Sobre la hierba igual.
Ráfaga, empero, errante
La brisa fué: su impulso,
Durante un solo instante,
Sin fuerzas espiró.
Irguióse la arboleda
Con rápido repulso,
Y todo al punto á leda
Tranquilidad volvió.
Vertió desde la cumbre
Del monte al hora misma
El sol su nueva lumbre:
Deshizo su arrebol
La atmósfera en su prisma
De múltiples colores,
Y abriéronse las flores
Á recibir al sol.
Debajo de la tienda
De sus plegadas hojas,
Las clavellinas rojas,
Los rojos alhelís
Mostráronle con franca
Exposición su ofrenda
En otra perla blanca
Cercada de rubís.
Detuvo la indecisa
Planta Al-hamar: su labio
Bañó dulce sonrisa
Su sueño al recordar,
É incrédulo, si sabio,
Juzgándolo quimera,
Tornó por la ladera
El paso á enderezar.
Y por mostrar desprecio
De sueños infundados,
Los céspedes mojados
Pisaba sin temor,
Con indignado y recio
Paso, truncando altivo
El tallo inofensivo
De una y otra flor.
Mas pronto perturbado
Su corazón de nuevo
Latió desconcertado,
Y comenzó á creer
La aparición soñada
Del celestial mancebo
Inspiración enviada
Por celestial poder.
De cada flor que rota
Derriba, ve que intacta
La desprendida gota
Resbala, y sin perder
Su redondez compacta,
En la mullida hierba
Entera se conserva,
Maciza al parecer.
Tendió la regia mano
Á la que más vecina
Halló; mas al cogerla
Reconoció Al-hamar
Su sino sobrehumano:
La gota cristalina
Era una gruesa perla,
Cual nunca las dió el mar.
Su limpia transparencia,
Su peso, su tamaño,
Su origen, tan extraño
Á cuanto oído fué,
Aclaman infinita
En número, inaudita
En precio la opulencia
Del rey que las posee.
No tiene en las ignotas
Minas que avara encierra
Tesoro igual la tierra
Ni en piedra, ni en metal:
Cada una de las gotas
Del celestial rocío
De plata vale un río
En precio á un reino igual.
¡Bendito el que tesoro
Tal poseer le cabe!
¡Bendito el que le sabe
Empleo digno dar!
¡Dichoso el Nazarita
Amir del pueblo moro,
En quien está bendita
La estirpe de Nazar!
Cayó Al-hamar de hinojos,
Y alzando al firmamento
Las manos y los ojos,
Con exaltada fe,
«Señor, dijo, yo admito
Un dón tan opulento,
Y á dón tan infinito
Corresponder sabré. »
Y así Al-hamar diciendo,
Y el dón agradeciendo
Que liberal le envía
La mano del Señor,
Las perlas recogía. . . . .
Y acaba al recogerlas
EL LIBRO DE LAS PERLAS.
¡De Aláh sea en loor!
Libro de los Alcázares.
¡Granada! Ciudad bendita
Reclinada sobre flores,
Quien no ha visto tus primores
Ni vió luz, ni gozó bien.
Quien ha orado en tu mezquita
Y habitado tus palacios,
Visitado ha los espacios
Encantados del Edén.
Paraíso de la tierra,
Cuyos mágicos jardines
Con sus manos de jazmines
Cultivó celeste hurí,
La salud en ti se encierra,
En ti mora la alegría,
En tus sierras nace el día,
Y arde el sol de amor por ti.
Tus fructíferas colinas,
Que son nidos de palomas,
Embalsaman los aromas
De un florido eterno Abril:
De tus fuentes cristalinas
Surcan cisnes los raudales:
Bajan águilas rëales
Á bañarse en tu Genil.
Gayas aves entretienen
Con sus trinos y sus quejas
El afán de las abejas
Que en tus troncos labran miel:
Y en tus sauces se detienen
Las cansadas golondrinas
Á las playas argelinas
Cuando emigran en tropel.
En ti como en un espejo
Se mira el profeta santo:
La luna envidia el encanto
Que hay en tu dormida faz:
Y al mirarte á su reflejo
El arcángel que la guía,
Un casto beso te envía
Diciéndote:--«Duerme en paz. »
El albor de la mañana
Se esclarece en tu sonrisa,
Y en tus valles va la brisa
De la aurora á reposar.
¡Oh Granada, la sultana
Del deleite y la ventura!
Quien no ha visto tu hermosura
Al nacer debió cegar.
¡Aláh salve al Nazarita,
Que derrama sus tesoros
Para hacerte de los Moros
El alcázar imperial!
¡Aláh salve al rey que habita
Los palacios que en ti eleva!
¡Aláh salve al rey que lleva
Tu destino á gloria tal!
Las entrañas de tu sierra
Se socavan noche y día;
Dan su mármol á porfía
Geb-Elvira y Macaël;
Ensordécese la tierra
Con el són de los martillos,
Y aparecen tus castillos,
Maravillas del cincel.
Ni un momento de reposo
Se concede: palmo á palmo,
Como á impulso de un ensalmo,
Se levanta por doquier
El alcázar portentoso
Que, mofándose del viento,
Será eterno monumento
De tu ciencia y tu poder.
Reverbera su techumbre
Por las noches, á lo lejos.
De las teas á la lumbre
Que iluminan sin cesar
Los trabajos misteriosos,
Y á sus cárdenos reflejos
Van los Genios sus preciosos
Aposentos á labrar.
¿De quién es ese palacio
Sostenido en mil pilares,
Cuyas torres y alminares
De inmortales obras son?
¿Quién habita el regio espacio
De sus cámaras abiertas?
¿Quién grabó sobre sus puertas
Atrevido su blasón?
¿De quién es aquella corte
De galanes Africanos
Que le cruzan tan ufanos
De su noble Amir en pos?
En su alcázar y en su porte
Bien se lee su nombre escrito:
_Al-hamar_. --¡Aláh bendito,
Es la ALHAMBRA! --¡Gloria á Dios!
ALHAMBRA
¡Salud, favorita bella
Del Amir más poderoso!
¡Salud, tienda de reposo
De la gloria y el placer!
¡Vele Dios tu buena estrella,
Dichosísima señora!
¿Quién de ti no se enamora
Si una vez te llega á ver?
Al-hamar vertió en tu seno
De sus perlas los tesoros,
Te hizo perla de los Moros,
Puso reinos á tus pies.
Noble Reina, de labores
Tu real manto arrastras lleno,
Y cada una de sus flores
Un soberbio alcázar es.
Hermosísima Africana,
Ríe y danza voluptuosa:
Tu albo seno es una rosa
En lo fresco y lo gentil.
Regocíjate, Sultana,
Ríe y danza sin pesares,
Que el compás de tus danzares
Llevarán Darro y Genil.
Ríe y danza: ¿quién descuella
Como tú en poder y gala?
¿Quién compite, quién iguala
Tu opulenta majestad?
Donde tú sientas la huella
Van sembrando los amores
La semilla de las flores
Que perfuman tu beldad.
¿Dónde está la altiva reina
Que á la par de ti se ostente?
¿Dónde está la que su frente
Se corone como tú?
Son jardines tus cabellos,
Que aromado el viento peina
Cuando Mayo prende en ellos
Tocas de verde tisú.
Diadema con que se ciñe
Tu Granada, son tus brillos
Del color en que se tiñe
Roja el alba al purpurar;
Tus diamantes son palacios
Engastados en cintillos
De murallas de topacios,
Que deslumbran el mirar.
Y esas bóvedas ligeras
Cual prendidos cortinajes,
Y esos muros como encajes,
Delicados en labor,
De las manos hechiceras
De los Genios han salido,
Que en secreto ha sometido
Á su dueño el Criador.
¡Regia Alhambra! ¡Áureo pebete,
Perfumero de Sultanas!
Tus arábigas ventanas
Son las puertas de la luz.
El Oriente se somete
Á tus pies como un cautivo,
Y hace bien de estar altivo
De tenerte el Andaluz.
GENERALIFE
Y GRANADA Á VISTA DE PÁJARO
Entre lirios mal velado
El galán Generalife
Da al ambiente enamorado
Dulces besos para ti;
Como Ondina que ligera
Huyendo desde su esquife,
Vuelto el rostro á la ribera,
Se los da á quien queda allí.
¿Que Sultán su alcázar tiene
De jardines enramado,
De una peña así colgado
En mitad del aire azul?
Con los siervos que mantiene
El del Bósforo sonoro
No hará nunca á fuerza de oro
Otro igual en Estambul.
Del peñón en la alta loma
Semejando está que vuela,
Como rápida paloma
Que se lanza de un ciprés:
Mas si el ojo se asegura
De que inmoble está en la altura,
Le parece una gacela
Recostada entre una mies.
Sus calados peristilos,
Sus dorados camarines,
Sus balsámicos jardines
De salubre aire vital,
De los Silfos son asilos,
Que, meciéndose en sus flores,
Cantan libres sus amores
En su lengua celestial.
Y en las noches azuladas
Del verano, oculta cita
Trae amantes á las Hadas
Sus caricias á gozar:
Y al rayar el alba hermosa
Que interrumpe su visita,
En sus alas de oro y rosa
Tornan vuelo á levantar.
Atalaya de Granada,
Alminar de excelsa altura
De la atmósfera más pura
Colocado en la región:
¿Qué no ven de cuanto agrada
Tus ventanas por sus ojos?
¿Qué se niega á los antojos
Del que asoma á tu balcón?
Junto á ti los Alijares
Ataviados á lo moro
En el río de aguas de oro
Ven su gala y brillantez;
Más allá, sobre pilares
De alabastro, _Darlaroca_
Con su frente al cielo toca,
Que la sufre su altivez.
Á su par los frescos baños
De las Reinas granadinas,
Cuyas aguas cristalinas
Se perfuman con azahar
Y se entoldan con las plumas
De mil pájaros extraños,
Que se van con grandes sumas
Á las Indias á comprar.
Á tu izquierda el montecillo
Cuyo pie Genil evita,
Reflejando en sí la Ermita
De los siervos de la Cruz:
Á tu diestra el real castillo
Sobre el cual voltea inquieta
La simbólica veleta
Del bizarro Aben-Abuz.
Más allá los cerros altos
(Cuyo nombre y cuya historia
Dejarán dulce memoria)
Del Padul y de Alhendín:
Y allá más los grandes saltos
De las aguas de la sierra,
Cuya eterna nieve cierra
De tus reinos el confín.
Á tus pies Torres-Bermejas
Con sus cubos pintorescos,
Que avanzadas y parejas
Aseguran tu quietud:
Y bajo ellas, el espacio
Respetando del palacio
De su rey, los valles frescos
Donde habita la salud.
¡Oh pensil de los hechizos,
Bien amado de la luna!
¿Qué echa menos tu fortuna
En la gloria en que te ves?
Abre, avaro, antojadizos
Tus moriscos ajimeces,
Y ve qué es lo que apeteces
Con Granada ante tus pies.
De tu vista caprichosa
¿Qué no alcanzan los deseos?
Sus mezquitas, sus paseos,
Su opulento Zacatín,
Su bib-rambla bulliciosa
Con sus cañas y sus toros:
De valor y amor tesoros
Albunést y el Albaicín:
Sus colmados alhoriles,
Sus alhóndigas rëales,
Sus sagrados hospitales,
Regias obras de Al-hamar,
Todo está bajo tu sombra
¡Oh florón de los pensiles!
De tus plantas siendo alfombra
Y encantándote el mirar.
¡Oh palacio de la zambra,
Camarín de los festines,
Alto rey de los jardines,
De aguas vivas saltador,
Real hermano de la Alhambra,
Pabellón de auras süaves,
Favorito de las aves,
Y del alba mirador:
De los pájaros el trino,
De las auras el arrullo,
De las fiestas el murmullo
Y del agua el manso són,
Dan al ámbito divino
De tu alcázar noche y día
Una incógnita armonía
Que embelesa el corazón!
Encantado laberinto
Consagrado á los placeres,
Tú escalón del cielo eres,
Tú portada del Edén.
En tu mágico recinto
Escribió el amor su historia,
Y á los justos en la gloria
Las huríes se la leen.
AL-HAMAR EN SUS ALCÁZARES
Liberal de sus erarios,
Protector del desvalido,
Fiel, lëal para el vencido
Y del sabio amparador:
Por amigos y contrarios
Estimado en paz y en guerra,
Es la egida de su tierra
Al-hamar el vencedor.
En la paz, rey justiciero,
Oye atento en sus audiencias
Y da recto sus sentencias
Por las leyes del Korán.
En la guerra, compañero
Del soldado, buen guerrero,
Por valiente va el primero
Como va por capitán.
Ostentosa en aparato,
Costosísima en su porte,
Á los ojos de su corte
Muestra su alta dignidad:
Pero al dar con tal boato
Real decoro á la corona,
Niega sobrio á su persona
Lo que da á su majestad.
No dejado, mas modesto
En su gala y vestidura,
Da á su cuerpo limpia holgura
Y elegante sencillez:
Y recibe á su presencia,
Dondequiera al bien dispuesto,
Con cordial benevolencia
Al dolor y á la honradez.
Franco, afable, igual, sencillo
En su vida y ley privada,
En su pecho está hospedada
La leal cordialidad;
Y depuesto el regio brillo,
Los amigos de su infancia
En el fondo de su estancia
Hallan siempre su amistad.
Sus más fieros enemigos
Los Amires castellanos
Le visitan cortesanos
Y le piden protección:
Y él les trata como á amigos,
Con sus nobles les iguala,
Les festeja y les regala
Sin doblez de corazón.
Moderado en sus placeres
Cual frugal en sus festines,
Da opulento á sus mujeres
Mesa opípara en su harén;
Pero no entra en sus jardines
Tierno amante ó fiel esposo
Hasta la hora del reposo,
Como á un Príncipe está bien.
El Korán cuatro sultanas
Le permite, y como tales
En sus Cámaras rëales
Alojadas cuatro están.
Á las cuatro tiene vanas
El amor del Nazarita,
Mas ninguna es favorita
En el alma del Sultán.
Las almées y los juglares
De más gracia y más destreza
Tiene á sueldo, con largueza
Atendiendo á su placer:
Y en sus fiestas familiares
Las prodiga el noble Moro
Cuanto pueden amor y oro
Por espléndido ofrecer.
Es su harén del gozo fuente
Y de fiestas laberinto:
Estremece su recinto
Siempre alegre conmoción,
Y resuena eternamente
Por los bosques de la Alhambra
El compás de libre zambra,
De las músicas el són.
Al-hamar en tanto, á solas
Con sus íntimos cuidados,
En el bien de sus estados
Piensa inquieto sin cesar;
Y sobre las mansas olas
De aquel mar de dicha y calma
Brilla el faro de su alma,
Vela el ojo de Al-hamar.
Afanoso, inquieto, activo
Mientras dura el día claro,
De los débiles amparo,
Peso fiel de la igualdad,
Sin quitar pie del estribo,
Sin dejar puerta, ni torre,
Ni mercado, ve y recorre
Por sí mismo la ciudad.
Por doquier con recta mano
La justicia distribuye,
Por doquier sagaz se instruye
De las faltas de su ley,
Y la enmienda soberano
Del bien de su pueblo amigo,
Porque sirva de castigo
Y de amparo de su grey.
Así el noble Nazarita,
Rey y luz del huerto ameno
De Granada, Edén terreno
Modelado en el Korán,
Sus alcázares habita
De virtud siendo rocío,
Siendo rayo del impío
Y decoro del Islam.
Vencedor, nunca vencido,
Rey piadoso, juez severo,
En la lid buen caballero
Y en la paz sol de su fe:
De sus pueblos bendecido,
De enemigos respetado,
Y de fieles rodeado,
El excelso Amir se ve.
Y así mora el Nazarita
Sus alcázares dorados,
Misteriosamente alzados
Del placer para mansión.
Mas ¿quién sabe si él habita
Su morada encantadora,
Y el pesar oculto mora
En su regio corazón?
Triste, insomne, solitario,
Como sombra taciturna
Que á su nicho funerario
Un conjuro hace asomar,
Á las brechas angulares
De su torre de Comares
En la lobreguez nocturna
Tal vez asoma Al-hamar.
Apoyado en una almena
De la gigantesca torre,
Del río que á sus pies corre
Oye distraído el són,
Y contempla en los espacios,
Que la espesa sombra llena,
De su corte y sus palacios
El fantástico montón.
Pertinaz á veces mira
Del fresco valle á la hondura,
Sombra, espacio y espesura
Anhelando penetrar:
Muévese allí el aura mansa
No más: de mirar se cansa,
Y el rostro vuelve y suspira
Melancólico Al-hamar.
¡Cuántas veces en la almena
Le sorprende la mañana,
Y al afán que le enajena
Treguas da su resplandor:
Y sin dar un hora al sueño,
De Granada vuelve el dueño
De sí á echar lo que le afana,
De sí mismo vencedor!
Mas ¿quién lee sobre su frente
El oculto pensamiento
Que tras ella turbulento
Lleva el alma de él en pos?
Sólo Aquél que da igualmente
Las venturas y los males,
Y las dichas terrenales
Con el duelo acota. --Dios.
Dios, que tierra y mar divide,
La eternidad sonda y mide,
Del espacio sabe el límite
Y del mundo ve el confín.
Dios, cuya grandeza canto,
Y con cuyo nombre santo
Al LIBRO DE LOS ALCÁZARES
Reverente pongo fin.
Libro de los espíritus.
RECUERDOS
¿Qué flor no se marchita?
¿Cuál es el fuerte roble
Que el huracán no troncha
Ó el tiempo no carcome?
¿Qué dicha no se acaba?
¿Qué hora veloz no corre?
¿Qué estrella no se eclipsa?
¿Qué sol nunca se pone?
¿Adónde está el alcázar
En cuyas altas torres
La tempestad no ruge
Cuando el nublado rompe?
¿Quién es el que ha cruzado
El piélago salobre
Sin que su nave un punto
La tempestad azote?
¿Quién fué por el desierto
Pisando siempre flores?
¿Ni quién pasó la vida
Sin duelos ni pasiones?
¿Ni quién es el que en calma
Durmió todas las noches
Sin que el pesar un punto
Tenido le haya insomne?
Ninguno. El rey altivo,
Como el esclavo pobre,
Al reclinar cansados
Su frente por la noche.
Ya en mendigada paja,
Ya en ricos almohadones,
Perciben que un gusano
El corazón les röe.
Es el afán secreto
Que agita eterno, indócil
Al corazón, y gira
Con la veleta móvil
Del pensamiento vano.
¡Dichoso el que conoce
Que Dios tan sólo llena
El corazón del hombre!
Por eso el Nazarita,
Que aunque de Dios favores
Sin tregua ha recibido,
Á humanas condiciones
Sujeto está, va presa
De afanes interiores
Rumiando pensamientos
Que su atención absorben.
Va solo, atravesando
El enramado bosque
Que cubre el fresco valle,
Donde al mullido borde
De fuente cristalina
Que mana entre las flores,
Un sueño misterioso
Le embelesó una noche.
Va solo, meditando
Los agrios sinsabores,
Que danle de su reino
Civiles disensiones.
De Dios pesa la mano
Sobre su pueblo y torpe
Tal vez contra sí mismo
Va á dirigir sus golpes.
¿Qué han hecho al fin sus sabios
Proyectos creadores?
¿Qué al fin han producido
Tesoros tan enormes
Como él ha dispendiado
Para elevar el nombre
De su gentil Granada
Sobre el de cien naciones?
Cubrió los verdes cerros
De gigantescas moles:
Tornó en frondosos cármenes
Sus valles y sus montes:
Mas la soñada dicha
De sus intentos nobles
¿Do está si á los humanos
No pudo hacer mejores?
Riqueza dió á los Moros,
Con la riqueza dióles
Poder, victoria, fama. . . . .
Mas dió á sus corazones
Con ella más deseos
Y orgullo y vicio dobles:
Y al fin ¿qué es lo que logra?
Doblar sus ambiciones.
Con ellas la discordia
Germina al par: mayores
Triunfos tal vez alcancen
Sus armas: tal vez logren
Á empresas más gloriosas
Dar cima, y sus pendones
Clavar sobre los muros
Que á los contrarios tomen.
Mas ¡ay cuando su fuerza
Contra ellos mismos tomen!
Mas ¡ay cuando su ciencia
Se emplee en invenciones
De pérfida política,
De códigos traidores
Que, leyes pregonando,
Su destrucción pregonen:
Y el reino que él fundara
De tanto afán á coste,
Por él seguro acaso
De extrañas invasiones,
Tal vez consigo mismo
Luchando se destroce,
Y abra á un sangriento circo
Su alcázar sus balcones!
Tal vez un rey cristiano,
Sagaz y fuerte entonces,
Desde Castilla viendo
Los árabes discordes,
La hoguera de sus iras
Certeramente sople
Y al frente de Granada
Presente sus legiones.
Así Al-hamar discurre,
Con cálculos precoces
Llorando por Granada,
La flor de sus amores;
Así Al-hamar se aflige,
Y á solas por el bosque
Se mete, absorto y triste
Con sus cavilaciones.
Era una hermosa tarde
De Abril: los resplandores
Del sol, que á ocaso baja
Manchando el horizonte
Con tintas de oro y púrpura,
Los pardos torreones
Alumbra de la Alhambra
Con rayos tembladores.
Ya la última montaña
Á largo andar transpone
El sol: ya dora sólo
Los altos miradores
De los palacios árabes:
Cayendo al fin se esconde
Tras la montaña entero,
Y allá la mar le sorbe.
El pálido crepúsculo,
Que va tras él, recoge
La luz que al día resta;
Da un paso más, y el orbe
Con cuanto bello abarca
En lúgubres crespones
Emboza poco á poco
La silenciosa noche.
Nubló su espesa sombra
Los ojos brilladores
Del distraído príncipe,
Y al mundo real volvióle:
Volver quiso él las bridas
De su caballo, dócil
Á su llamada siempre,
Pero rebelde hallóle.
Era el caballo de árabe
Raza, leal y noble;
Mas por la vez mi primera
Su origen desmintióse.
La voz de su jinete
Desconoció: aplicóle
La espuela; y, al sentirla,
Feroz encabritóse.
Mira Al-hamar en torno
Si hay algo que le asombre,
Y al extender la vista
El sitio reconoce;
Junto á la fuente se halla
Á cuyo són durmióse
Años atrás soñando
Con célicas visiones.
La idea más recóndita
De su cerebro entonces
Se levantó espantando
Su corazón. Las dotes
Divinas del espíritu
Que allí le habló: los dones
Que recibió del Cielo
Desque á él aparecióse:
Su celestial historia,
Sus celestiales órdenes
Que obedeció arrastrado
De impulsos superiores:
De gloria y de opulencia
Las altas predicciones,
En todo con sus místicos
Oráculos conformes,
Todo fué cierto; todo
Cual lo soñó cumplióse.
¿No será, pues, su raza
Quien sus afanes logre?
¿No es, pues, el Dios que adora
El Dios de sus mayores,
Y él hizo una diadema
Con que otro se corone?
Su mente obscurecieron
Densísimos vapores:
Dudó: tembló dudando:
El corazón turbósele,
Y así exclamó en la sombra
Con temerosas voces,
Que ahogó el murmullo manso
Del manantial y el bosque:
«Espíritu, que el fondo
»De ese raudal esconde:
»Yo obedecí sumiso
»Tus misteriosas órdenes,
»Y soy la sola víctima
»De tu presencia; tórname,
»Pues, á la fe primera,
»Ó con tu ley abóname.
»
Dijo: y, como acosado
Por invisible golpe,
Saltó el caballo fiero
Con repentino bote,
Por medio de las sombras
Lanzándose á galope:
Y el rey arrebatado
Á su pesar sintióse.
LA CARRERA
I
Lanzóse el fiero bruto con ímpetu salvaje
Ganando á saltos locos la tierra desigual,
Salvando de los brezos el áspero ramaje,
Á riesgo de la vida de su jinete real.
Él con entrambas manos le recogió el rendaje
Hasta que el rudo belfo tocó con el pretal:
Mas todo en vano: ciego, gimiendo de coraje,
Indómito al escape tendióse el animal.
Las matas, los vallados, las peñas, los arroyos.
Las zarzas y los troncos que el viento descuajó.
Los calvos pedregales, los cenagosos hoyos
Que el paso de las aguas del temporal formó.
Sin aflojar un punto ni tropezar incierto,
Cual si escapara en circo á la carrera abierto,
Cual hoja que arrebatan los vientos del desierto.
El desbocado potro veloz atravesó.
Y matas y peñas, vallados y troncos
En rápida, loca, confusa ilusión
Del viento á los silbos, ya agudos, ya roncos,
Pasaban al lado del suelto bridón.
Pasaban huyendo cual vagas quimeras
Que forja el delirio, febriles, ligeras,
Risueñas ó torvas, mohinas ó fieras,
Girando, bullendo, rodando en montón.
Del álamo blanco las ramas tendidas,
Las copas ligeras de palmas y pinos,
Las varas revueltas de zarzas y espinos,
Las yedras colgadas del brusco peñón,
Medrosas fingiendo visiones perdidas,
Gigantes y monstruos de colas torcidas,
De crespas melenas al viento tendidas,
Pasaban en larga fatal procesión.
Pasaban, sueños pálidos, antojos
De la ilusión: fantásticos é informes
Abortos del pavor: mudas y enormes
Masas de sombra sin color ni faz.
Pasaban de Al-hamar ante los ojos,
Pasaban aturdiendo su cabeza
Con diabólico impulso y ligereza,
En fatigosa hilera pertinaz.
Pasaban y Al-hamar las percibía
Pasar, sin concebir su rapidez,
En más vertiginosa fantasía,
En más confusa y tumultuosa orgía,
Más juntas, más veloces cada vez:
Y atronado su espíritu cedía
Á la impresión fatídica, y corría
Frío sudor por su morena tez.
Y en su faz estrellándose el viento,
La ponía en nerviosa tensión,
Y cortaba el camino al aliento,
Y prensaba el cansado pulmón;
Y, golpeando en sus sienes sin tiento
De su sangre el latido violento,
Sus oídos zumbaban con lento
Y profundo y monótono són.
Ya creía que, huyendo el camino
Del corcel bajo el cóncavo callo,
Galopaba sobre un torbellino,
Mantenido en su impulso no más;
Ya creía que el negro caballo,
Por la ardiente nariz y los ojos
Despidiendo metéoros rojos,
Rastro impuro dejaba detrás.
Ya sorbido por denso nublado,
Con la lluvia, el granizo y centellas
De que lleva su vientre preñado,
Cree que va fermentando á la par;
Nubes cruza tras nubes, y en ellas,
Del turbión al impulso sujetos,
Mira mil nunca vistos objetos
Remolinos eternos formar.
De este vértigo horrible transido
Caminaba á las riendas asido,
En los corvos estribos seguro
Y entre el uno y el otro borrén
Empotrado, dejando abatido
Por el bruto llevarse en lo obscuro:
Y empezaba á perder el sentido
Del escape mareado al vaivén.
Rendido y las fuerzas perdiendo
Al vértigo intenso cedió;
Y loco el cerebro sintiendo,
Los ojos cerrar no pudiendo
La ciega mirada fijó,
Tenaz contracción manteniendo
No más su equilibrio, y corriendo
Cual otro fantasma siguió.
Y espacios inmensos cruzando,
Y atrás á la tierra dejando,
Las vallas de sombra saltando
Que cercan el mundo mortal,
Creyóse su mente perdida
En tierra jamás conocida,
Región de otra luz y otra vida,
De atmósfera limpia é igual.
Y vió que un alba serena
Con blanquísimos reflejos
Amanecía á lo lejos
En esta nueva región:
Y el alma, exenta de pena
Cruzando el éter tranquilo,
Volaba á un eterno asilo
En otra inmortal mansión.
Suavísimo arrobamiento,
Deliquio dulce invadióle,
Y encima del firmamento
En el Edén se creyó.
Luz vaga alumbró su mente
Y ante los ojos pasóle
El Paraíso esplendente
Que Mahomad visitó.
El místico y nocturno
Viaje del Profeta
Juzgó que iba á su turno
Sobre el Borak á hacer:
Y la ilusión sujeta
Á lo que de él relata
La bóveda de plata
De un cielo empezó á ver.
Los astros vió suspensos
De auríferas cadenas
Y sus lumbreras llenas
De espíritus de luz:
Espíritus inmensos
En formas de caballos,
De corzos y de gallos
De enorme magnitud.
Vió islas encantadas
Flotando en los espacios,
Con templos de topacios
Y muros de marfil:
Y casas fabricadas
De nácar, cuyas puertas
De ébano dan abiertas
Sobre jardines mil.
Allí sobre alhamíes
De cedro y palo-rosa,
Bajo la sombra undosa
Del tilo y del moral,
Yacer vió á las huríes
Que, á mil amores tiernas,
Conservarán eternas
Su gracia virginal.
Y atravesó campiñas
Fresquísimas y amenas
De bosques de ámbar llenas
Y cerros de cristal,
Y prodigiosas viñas,
Que en frutos dan opimos
Las perlas en racimos
En tallos de coral.
Vió grutas pintorescas
Por Sílfides moradas,
Cubiertas sus portadas
Bajo el flotante tul
De mil cascadas frescas
Que, atravesando prados
De hermoso añil sembrados,
Van tintas en su azul.
Caer las vió en riberas
Donde reposan mansos
Los monstruos y las fieras
De tierra, viento y mar:
Y en plácidos remansos,
El sueño entreteniéndolas,
Vió cisnes y oropéndolas
Bañarse y juguetear.
Y vió dorados peces
En tumultuoso bando
Á flor de el agua á veces
Pacíficos nadar,
Y á veces, elevando
Por cima de las olas
Los lomos y las colas,
La orilla salpicar.
Vió luego estos ríos
Crecer sin vallares,
Perdiéndose en mares
De leche y de miel:
Y en ellos navíos
Do van los amores
Meciéndose en flores
De uno á otro bajel.
Murmullo tras ellos
Levantan sonoro
Mil góndolas de oro
De concha y marfil,
Do van Silfos bellos
Vogando con velas
De chales y telas
De seda sutil.
Espuma levantan
Inquietos remando
Los mil gondoleros
Que van tripulando
Los barcos veleros;
Y danzan ligeros
Y armónicos cantan
Alegre canción:
Y mil gayas aves,
Que siguen las naves,
Al sol esponjando
Sus plumas distintas
De mil varias tintas
De azul, gualda y oro,
Imitan en coro
Del cántico el són.
Al lejos el viento
Responde á su acento
Allá en la arboleda
Moviendo rumor:
Y el eco, que atento
En lo alto se queda,
Burlón le remeda
Cual sabe mejor:
El cuadro divino,
La paz, la ventura,
Perfume, frescura,
Y luz celestial
De aquel peregrino
País, torna pura
Al rey granadino
La calma vital.
Y en rápido vuelo
Pacífico y blando
Los aires surcando
Se siente llevar:
Y ve que, sin suelo
Do fije el caballo
El áspero callo,
Cruzando va el mar.
Del líquido el fondo
Contempla pasando,
Y alcanza mirando
Del agua al trasluz
El álveo redondo,
Que puebla radiante
Cohorte flotante
De peces de luz.
Sutiles vapores
Le impelen süaves
Y costas y naves
Se deja detrás:
Y espacios mayores
Cruzando en su vuelo
Aborda del cielo
Las costas quizás.
Avanza y niebla
Pálida ve
Que el aire puebla,
Según pie á pie
Ganando va
Aquel extenso
Espacio inmenso
Do errando está:
Y le parece
Que se ennegrece
Mar, niebla y viento
En torno de él,
Y que se acrece
Cada momento
El movimiento
De su corcel.
Anochece,
Y obscurece
Más apriesa
Cada vez
El ambiente,
Que se espesa
Con creciente
Lobreguez.
El camino
Desparece:
Y, sin tino
Ni destino
Que comprenda,
Sobre senda
Audazmente
Carrilada
Por un puente
De movible
Tirantez,
Tan delgada
Como el hilo
En que se echa
Descolgada
Una oruga,
Como arruga
Que en tranquilo
Lago tiende
Cuando hiende
Su agua el pez,
Tan estrecha
Como el filo
De una espada,
Como flecha
Disparada,
Cual centella
Desatada,
Va sin huella
Perceptible
El perdido
Nazarita,
Con horrible
É infinita
Rapidez.
Es el puente
De la vida,
Que la gente
Á luz venida
Ha por fuerza
De pasar.
El que intente
Y haga entera
Su carrera,
Y de frente
Sin caída
La salida
Logre hallar,
Por las puertas
Celestiales
Á las huertas
Inmortales
Como un ángel
Ha de entrar,
Las delicias
Eternales
Y los gustos
Perenales
De los justos
Á gozar.
Á este paso
Tan estrecho,
(Cuyo escaso
Corto trecho
Es camino
Tan dudoso
De cruzar,
Pero fallo
Riguroso
Del destino
Y ley santa
Que acatar),
Se adelanta
Vigoroso
El caballo
Misterioso
De Al-hamar.
Temeroso
De mirar,
Espumoso,
Siempre hirviente,
Rebramando
Eternamente
Y azotando
Siempre el puente
Con horrísono
Bramar,
Bajo de él
Hierve el mar.
ISRAFEL
Allí está
Para ver
El que va
Sin caer,
Y pasar
No dejar
Al infiel:
Y he aquí
Que por él
Va á pasar
El corcel
De Al-hamar:
Llega, avanza:
Ya se lanza,
Ya en él entra.
Ya se encuentra
Suspendido
Sobre el puente
Sacudido
Por el piélago
Bullente,
Cuyo cóncavo
Rugido
Se levanta
Sin cesar.
Aturdido,
Sin mirar
Á la indómita
Corriente
Que le espanta,
Sin osar
Aspirar
El ambiente
Que le anuda
La garganta,
Sin que acuda
Tierra ó cielo
En su ayuda,
Vuela y pasa,
Justiciero
Rey prudente,
Juez severo
Y valiente
Caballero,
El primero
De la casa
De Nazar.
El puente
Vacila
El Príncipe
Oscila,
Perdido
El sentido,
Demente,
Transido
De horror.
Ya toca
La opuesta
Ribera:
Ya poca
Carrera
Le cuesta.
¡Valor!
Ya llega:
Le ciega
El pavor.
¡Ah! ¡Dadle
Favor!
¡Salvadle,
Señor!
Saltó.
Pasó
Con bien
Y allá
Cayó
De pie.
Salvo
Fué,
¡Oh!
Ya
¿Quién
Ve
Do
Va?
Libro de las Nieves.
INSPIRACIÓN
No hay más que un solo Dios. ÉL solo es grande,
Solo infinito, omnipotente solo.
Nada hay que para ser no le demande
Licencia: ÉL pesa la virtud y el dolo,
Y el premio envía ó el azote blande.
Todo lo oye y lo ve de uno á otro polo,
Y cosa no hay por elevada ú honda
Que á su mirada universal se esconda.
No hay más que un solo Dios, cuya crëencia
Luz es y salvación: doquier la marca
Brilla de su poder y de su ciencia.
Dios solo es triunfador; solo monarca
Del universo es ÉL: su omnipotencia
Con ley universal todo lo abarca:
Su presencia inmortal todo lo inunda,
Todo lo vivifica y lo fecunda.
ÉL los mundos arregla ó desordena
Según su excelsa voluntad divina:
ÉL al tiempo dirige: ÉL encadena
Los elementos á sus pies: domina
El huracán: tras el nublado truena:
Luce á través del alba purpurina:
Entapiza con nieve las montañas,
Y abrasa con volcanes sus entrañas.
El murmullo del agua, el són del viento,
El susurro del bosque estremecido
Por sus inquietas ráfagas, el lento
Arrullo de la tórtola, el graznido
Del cuervo vagabundo, todo acento
Por ave, fiera ó eco producido,
El nombre santo de su Dios pronuncia,
Su gloria canta, su poder anuncia.
ÉL los errantes astros encamina:
ÉL azula la atmósfera serena:
ÉL crea y ÉL destruye, alza y arruina:
ÉL, infalible juez, salva y condena:
ÉL solo ni envejece, ni declina:
ÉL solo el hueco de los mundos llena:
El orbe encima de su palma cabe:
Solo ÉL no yerra nunca: solo ÉL sabe.
No hay más que un solo Dios. Los que le niegan
Con altivez blasfema, palidecen
Cuando al umbral de su sepulcro llegan:
Los que en su ciencia ruin se ensoberbecen
Y de ÉL se mofan, al morir le ruegan.
Por ÉL existen y por ÉL perecen
Todos. No hay más que un Dios. Ante su nombre
¿Qué es el orgullo y el saber del hombre?
Siglo, que audaz el de la luz te llamas
Y por miles de plumas y de bocas
El manantial de tu saber derramas:
Siglo de ciencia, que el error derrocas,
La virtud premias y el ingenio inflamas:
Siglo, que dices que á la cumbre tocas
De la dicha, que el mundo civilizas
Y tu raza de sabios divinizas:
Siglo de prensas y de bolsa y agio,
Que, en carros de vapor, hasta la luna
Intentas difundir el gran contagio
De la ciencia, y parar á la fortuna
Con tus empresas mil. . . . . ¡siglo de plagio
Que, en solos nueve lustros, en sí aduna
Más _maestros_, _artistas_ y _doctores_
Que hubo en ciento estudiantes y lectores! . . . .
¿De dónde vienen los que nacen? ¿Dónde
Van los que mueren? ¿Dónde, en qué lejano
Lugar se acuesta el sol? ¿En cuál se esconde
La luna de su luz? ¿Cuál es la mano
Que les guía á los dos? Habla, responde,
Orgullo necio del saber humano,
Hojea el libro de tu ciencia osada:
¿Qué es lo que sabes de tu origen? --NADA.
No hay más que un solo Dios, que nada ignora:
ÉL conoce las puertas de la tierra;
Abre las de la cuna y de la aurora:
Las de la noche y de la tumba cierra.
Más allá de las dos ÉL solo mora,
ÉL solo sabe lo que allá se encierra;
De allá viene, allá va quien nace y muere.
¿Por qué? Su voluntad así lo quiere.
Mas detente ¡oh Espíritu divino!
¡Oh Arcángel de la Fe! Tú, cuyo paso
Buscando un día al corazón camino
Ahogó á las Musas y aplanó el Parnaso:
Único fuego que del cielo vino,
Calma tu inspiración en que me abraso:
No ensayes en el arpa del poeta
Los cantos del salterio del Profeta.
Mi limitada comprensión humana,
Mi ruda voz y tosca poesía
Eleve, sí, tu inspiración cristiana
Y dignas sean de la patria mía.
Enaltece mi ingenio, porque ufana
Pueda hijo suyo apellidarme un día,
Y de mi nombre, si al olvido vence,
La tierra en que nací no se avergüence.
Mas dejemos al siglo ir desbocado
De los pasados siglos tras la herencia,
En el carro del oro arrellanado,
Ó suspendido en alas de la ciencia.
Dejémosle seguir la ley del hado
Según su voluntad ó su conciencia,
Sin que perturbe su insensata orgía
El himno audaz de la creencia mía.
Tiéndeme, pues, tu alas de zafiros,
Y lejos de él transpórteme tu vuelo
Donde sus carcajadas y suspiros
No desgarren del aire el puro velo.
De él á través con luminosos giros
Álzame adonde, con eterno hielo
Cubriendo su cerviz, Sierra Nevada
Salutíferas auras da á Granada.
Llévame á los recónditos asilos
De aquellas misteriosas soledades,
Cuyos monstruos de nieve ven tranquilos
Nacer y perecer razas y edades.
Muéstrame las cavernas y los silos
Donde van á dormir las tempestades,
Por cima del peñón desconocido
En que suspende el águila su nido.
Del Supremo Hacedor la sabia mano
No creó sin destino esos lugares
Inaccesibles al orgullo humano:
Ni envueltos en sus mantos seculares
De nieve espían sin cesar en vano
Esos gigantes blancos tierra y mares.
Subamos, pues, sobre las auras leves
Al misterioso alcázar de las nieves.
LA CARRERA
II
En las desiertas cumbres que la sierra
Á las legiones de la luz levanta,
Paso al cielo tal vez desde la tierra:
Allí, donde árbol, animal, ni planta,
Ni vegeta, ni vaga, ni se encierra
Bajo la eterna nieve, y se quebranta
Cuanto vida ó calor toma del suelo
Al peso de una atmósfera de hielo,
Se abre por las montañas un camino,
Más bien un tajo, que sus breñas parte
Como una faja de planchado lino,
El cual dirige al colosal baluarte
De la nieve. Jamás tan peregrino
Sendero supo fabricar el arte,
Ni inspirarle á la mente más risueño
Maga oriental en hechizado sueño.
Á ambas orillas de su senda blanca
Labra caprichos mil el aire helado,
Que el ampo trae que el remolino arranca,
Dejándole doquier cristalizado.
La agua congela y el vapor estanca
Y cincela sutil filigranado
Del hielo en el cristal, cuyas labores
Descomponen la luz en mil colores.
Mas como sus espléndidos reflejos
De la nieve se estrellan en la alfombra,
Y en el mate cristal de sus espejos
Mata al color la blanquecina sombra,
Todo es blanco doquiera, cerca y lejos:
Todo el país descolorido asombra
Con su igualdad la vista: blanco el suelo,
Blanco el espacio puro, blanco el cielo.
Y allá del peñascal en la estrechura,
Por el lugar do empieza este sendero
Á blanquear en el fin de la llanura,
Comienza á negrear bulto ligero.
Crece. . . . . se aclara como va la altura
Ganando. Es un mortal: un caballero
Moro: y, conforme lo veloz que sube,
Parto fué su corcel de alguna nube.
El ampo de la nieve no desflora
Con el herrado casco en su carrera,
Y, al ver la forma aérea y voladora
De jinete y corcel, se les tuviera
Mejor por ilusión fascinadora
Que por seres de vida verdadera:
Pues ¿quién sino fantásticas visiones
Osaran arribar á estas regiones?
Mas ¿quién bajo los pliegues ve espumosos
Del mullido tapiz de copos leves?
¿Quién conoce los seres vaporosos
Que la región habitan de las nieves?
¿Quién sabe qué destinos misteriosos
Les dió Aquél que, con dos palabras breves
Cuando hizo el orbe, al hielo cristalino
Del sol su destructor puso vecino?
ÉL solo, Dios. Recóndito misterio
Envuelve los contornos liminares
De aquel helado y silencioso imperio
Escondido entre rocas seculares.
Solo ÉL ve lo que encierra este hemisferio,
Por entre cuyos blancos valladares
La ardua ascensión al último acomete,
Cual suelta nube, el Árabe jinete.
De peñón en peñón, de risco en risco,
El tortuoso camino va siguiendo
Sobre su negro potro berberisco,
Y á los nublados bajo sí va viendo
Fermentar en sus vientres el pedrisco
De invisibles torrentes al estruendo,
Y según sube hacia la azul esfera
Va aflojando el caballo su carrera.
¿Quién es? --Vuela perdido en la distancia:
Su forma es vaga sombra todavía.
¿Do va? --¿Y quién su poder ó su arrogancia
Sabe? Tal vez á la mansión del día.
Genio, tal vez allí tiene su estancia:
Mortal, de un filtro acaso se valdría;
Mas ya trepa al confín: ya poco á poco
Modera su corcel su ímpetu loco.
Ya
Se
Ve
Que
Dando
Se va,
Más blando
Al freno.
Ya no bota
De ira lleno,
Ni va ajeno
De derrota
Desbocado,
Como mata
Que arrebata
Desbordado
Rapidísimo
Turbión.
Ya se dilata
Su fauce henchida
De comprimida
Respiración,
Y, vïolento,
Danza el aliento
Que le sofoca
De su pulmón,
Con resoplido
De dolorido
Cóncavo són.
Doble columna gruesa
De fatigoso aliento,
Que hace vapor el viento
Sutil de esta región,
Cual humareda espesa,
Por la nariz opresa
Vierte tras sí en la atmósfera
El árabe bridón.
Ya deja la boca herida
Más libre al bocado obrar,
Y más siente ya la brida
Que pudo el señor cobrar.
Ya el vértigo loco cediendo
Que ciego siguió á su pesar,
Va su ímpetu fiero perdiendo
Y empieza cansancio á mostrar.
Ya su rápido escape acortando
Detenerse pretende quizá:
Ya se templa, é igual galopando
Va en un aire pacífico ya.
Y aunque de espuma y de sudor blanquea,
Relincha audaz é inquieto cabecea;
Y aunque jadeando de fatiga está,
Aun piafa y se encabrita y escarcea,
Y los ijares con la cola airea,
Y corvos saltos de costado da.
Ya cambia: ya el trote medido levanta,
Y, el cuello engallado, segura la planta,
Altivo en la sombra mirándose va.
Ya lenta y suavemente su dueño le refrena:
Se acorta: ya en el paso su marcha va serena:
Recógele: obedece: paró. ¡Loado Aláh!
¡Vertiginoso vuelo! ¡Fantástica carrera!
Más rápido su impulso que el de las nubes era:
Caballo y caballero volaban á la par
En alas de un nublado. La alondra más ligera,
Ni el águila más rauda, pujante y altanera,
Pudieron un instante su rapidez tomar.
Al fin cesó. --Las bridas en el arzón dejando,
Los miembros extendiendo, con ansia respirando,
Repúsose el jinete sobre la silla al fin:
Y absorto, las miradas en derredor tendiendo,
Se halló de extensas nieves en un desierto horrendo,
Océano de hielo, sin costa ni confín.
¡Ni flor, ni fiera, ni ave por la región extraña
Do se contempla aislado! --Sólo hay una montaña
Que gruta cristalina taladra por el pie.
¿Y un mar y un paraíso, que ha visto el caballero,
De espíritus y genios poblados? ¿Y el sendero
Por do hasta allí ha subido? --Delirio, sueño fué.
Sobre la nieve intacta ni rastro ve ni huella,
Ni marca de camino en rededor sobre ella;
Todo es una esplanada inmensa, sola, igual.
No hay más que nieve. Es blanca la claridad del cielo:
Blanco el espacio: blanca la inmensidad del suelo:
Los horizontes blancos. ¿Qué busca allí un mortal?
¿Adónde esta comarca estéril y desierta
Da paso? ¿De qué silos recónditos es puerta
Su misteriosa gruta? ¿Qué mano la labró?
Tal vez en ella moran espíritus dañinos
Que á los mortales odian, y los fatales sinos
En dirigir se ocupan del que mortal nació.
Tal vez es la risueña y espléndida morada
De alguna dolorida y encantadora fada,
Que el vano amor lamenta que puso en un mortal.
Tal vez es la bajada del reino del olvido,
Adonde caen las almas después de haber salido
De la penosa cárcel del cuerpo terrenal.
¿Quién sabe? El caballero al pie de la montaña
Ante esta gruta, que ornan de arquitectura extraña
Labores y arabescos de nácar y cristal,
Permanecía inmóvil: cuando he aquí que el eco,
Hendiendo sonoroso su embovedado hueco,
Le trajo estas palabras en canto celestial:
«Ilustre y venturoso
Caudillo Nazarita,
La gloria y el reposo
Te aguardan á la par.
Tu mente, que no alcanza
Misterio tal, se agita
Dudosa en vano. --Avanza,
Avanza, ¡oh Al-hamar! »
Es Al-hamar: el noble monarca granadino.
Es él, que arrebatado sobre las auras vino
Á dar en esta helada é incógnita región.
Es Al-hamar: su nombre retumba por el hondo
Cóncavo de la gruta, cuyo vacío fondo
Repite de su canto el fugitivo són.
Á este eco, en la sonora profundidad perdido,
Cual de invisible fuerza magnética impelido
El árabe caballo feroz se encabritó.
Asir quiso el jinete las bridas, mas fué tarde:
Piafando y relinchando con orgulloso alarde
Por la sonora gruta el palafrén entró.
ALCÁZAR DE AZAEL
Lanzóse el bruto indómito,
Con arrogante empeño
Luchando con su dueño,
Que cede á su vigor,
Por bajo de una bóveda
De fábrica divina,
Tan pura y cristalina,
De tan sutil labor,
Que su techumbre cóncava
De transparente hielo
La claridad del cielo
Deja á través gozar,
Y, en un inmenso pórtico
De regia arquitectura,
Más diáfana y más pura
La viene á derramar.
Mas ¿qué mirada humana
Á penetrar se atreve
En esta soberana
Morada celestial?
¿Qué mano alza profana
El pabellón de nieve,
Que los misterios debe
Velar de un inmortal?
El techo, almohadillado
Con planchas de diamantes,
La lumbre en mil cambiantes
Del sol vierte á trasluz.
Y el suelo, trabajado
Sobre cristal de roca,
Su brillantez provoca
Volviéndole su luz.
Los límpidos pilares,
Do asienta la segura
Soberbia arquitectura
Su peso colosal,
En torno, transparentes,
Reflejan á millares
Los círculos lucientes
Del Iris celestial.
Y de este centelleante
Alcázar encantado,
Que en hielo está labrado
Y entre la nieve está,
Al interior radiante,
Do alguna maga habita,
El noble Nazarita
Adelantando va.
Del luminoso pórtico
Del diáfano edificio
Apena el frontispicio
Magnífico pasó,
Entró bajo una espléndida
Colgada galería,
Que á un patio conducía
Que á su remate vió.
El firme pavimento
Retiembla estremecido
Bajo el galope unido
De su veloz corcel,
Su paso y movimiento
El eco prolongado
Del hueco artesonado
Marcando detrás de él.
De aquella galería
Cruzó la luenga arcada:
Pasó de otra portada
Por bajo el arco: entró
Al patio, que veía
De lejos, y el ardiente
Caballo de repente
Plantóse y relinchó.
Cual la espiral flotante
Del humo que despide
Pebete en que fragante
Perfume ardiendo está,
Y ráfaga perdida
Por bajo la divide,
Y la mitad partida
Leve á la altura va:
Poder así invisible
En paso imperceptible
Caballo y caballero,
Sin fuerza separó;
Y el bruto, cual ligero
Vapor desvanecido,
De él libre y dividido
El príncipe se vió.
Miró Al-hamar en torno
Y, al contemplar de cerca
La fábrica y adorno
Del patio de cristal
Hecho, ó tallado en hielo,
Halló que era un modelo
Del patio de la alberca
De su Palacio real.
Aquel es el arranque
De su alta torre: aquellos
Los ajimeces bellos
Que sobre el patio dan:
Aquel es el estanque:
Los arrayanes éstos
Que, por su mano puestos,
En su redor están.
Aquellos los pilares
Del corredor: aquellas
Las bóvedas de estrellas
De cedro y de marfil;
La estancia de Comares
Aquella, do su magia
Dejó la _comarajia_
En su labor sutil.
Los ricos tiene enfrente
Calados pabellones
Del patio de leones,
Con su oriental jardín:
Y allí está el mar bullente,
Que al Hierosolimita
De Salomón imita;
Es otra Alhambra en fin.
Es otra Alhambra, pero
Más que la Granadina
Hermosa; una divina
Alhambra celestial.
Alcázar hechicero,
Labrado con vivientes
Materias transparentes
De germen inmortal.
Los muros trabajados
Con ricos arabescos
Y flores y estucados
Prodigios del cincel,
Los gabinetes frescos
Que adornan escrituras
Divinas, miniaturas
Del oriental pincel,
Son obra misteriosa
De soberano artista,
Que ni en humana vista
Cabrá, ni en comprensión:
Y aquellos tan macizos
Muros, y quebradizos
Calados de su hermosa
Y aérea mansión,
En su materia mística
Encierran una esencia,
Que infunde una existencia
Á su insondable sér:
Y toda aquella fábrica
Tan pura y transparente
Es creación viviente
De incógnito poder.
Mirábala embebido
El Nazarita príncipe,
Cuando llegó á su oído
La deliciosa voz
Que oyó de la caverna
En la extensión interna
Sonar, cuando detúvose
Su palafrén veloz.
Y la escondida música
Que en torno de él resuena
De júbilo le llena,
Le embriaga el corazón,
Y la palabra mística
De aquel cantar de gloria
Le trae á la memoria
Antigua aparición.
Dibújase en su mente
Un valle de Granada
Con una fresca fuente
De lánguido rumor,
En una perfumada
Noche, sin nube alguna
El Cielo, de la luna
Plateada al resplandor.
Y cuanto más escucha
Su armónico concierto,
Un rumbo va más cierto
Tomando el corazón.
Triunfante de la lucha
Con la ilusión pasada
Del valle de Granada,
Al comprender su són.
--«Salud ¡oh Nazarita!
Bien llegues á las nieblas
Cuya región habita
Tu genio protector.
