Pero es la subjetividad pensante lo que no puede
integrarse
en el ci?
Adorno-Theodor-Minima-Moralia
El hecho de que propiamente ya no sea posible ver, lleva al sacrificio del intelecto.
Como bajo el re- suelto primado del proceso de la produccio?
n desaparece el para que?
de la razo?
n al punto de rebajarse e?
sta al fetichismo de si?
misma y del poder externo a ella, a la vez ella misma se degrada como instrumento parecie?
ndose a sus funcionarios, cuyo aparato mental solo sirve al objetivo de impedir pensar.
Una vez borrada la u?
ltima huella emocional, so?
lo resta de!
pensar la tautologi?
a absoluta.
La razo?
n pura de aquellos que se han desembarazado por completo de la capacidad de <<representarse un objeto sin su
presencia>>, convergira? con la pura inconsciencia, con la imbecili- dad en el sentido literal de la palabra, porque medido por el peregrino ideal realista del dato exento de categori? as, todo cono- cimiento resulta falso, y cierto so? lo aquello a 10 que ni siquiera tiene ya aplicacio? n la pregunta de si es cierto o falso. Que aqui? se trata de tendencias de amplia penetracio? n, se muestra a cada paso en la actividad cienti? fica, cuya intencio? n es sojuzgar tam- bie? n a los restos que como ruinas indefensas quedan del mundo.
en la armoni? a preestablecida entre las instituciones y los que lns sirven. Silenciosamente ha ido madurando una humanidad que ape- tece la coaccio? n y la limitacio? n que la absurda persistencia del do- minio le impone. Mas estos hombres, favorecidos por la organi- zacio? n objetiva, poco a poco han ido usurpando aquellas funciones que propiamente son las que debi? an introducir la disonancia en el seno de la armoni? a preestablecida. Entre todos los dichos re- gistrados se encuentra tambie? n el de que <<roda presio? n produce una contraprcsio? ns-: si aque? lla es 10 suficientemente grande, e? sta desaparece, y la sociedad da la impresio? n de querer prevenir la entropi? a de forma masiva mediante un mortal equilibrio de las tensiones. La actividad cienti? fica tiene su exacta correspondencia en el tipo de espi? ritu que pone en tensio? n: los cienti? ficos ya no necesitan ejercer violencia alguna sobre si? para acreditarse como voluntarios y celosos controladores de si? mismos. Hasta cuando se encuentran fuera de su actividad como seres totalmente huma- nos y racionales, en el momento en que piensan por obligacio? n profesional se anquilosan en una pa? tica estupidez. Pero lejos de ver en la prohibicio? n de pensar algo hostil, lo que los aspirantes al cargo - y todos los cienti? ficos lo son- sienten es alivio. Como pensar les carga una responsabilidad subjetiva que les impide co- rresponder a su posicio? n objetiva en el proceso de produccio? n, renuncian a hacerlo, se encogen de hombros y se pasan al adver- sario. De la desgana de pensar resulta automa? ticamente la incapa- cidad de pensar: gentes que sin esfuerzo encuentran las ma? s refi- nadas objeciones estadi? sticas cuando se trata de sabotear algu? n conocimiento, se muestran incapaces de hacer ex catbcdra las ma? s sencillas predicciones. Fustigan la especulacio? n y matan en ella el sano sentido comu? n. Los ma? s inteligentes advierten el en- fermamiento de su capacidad de pensar, puesto que e? sta no entra en actividad universalmente, sino so? lo en los o? rganos cuyos servi? - cios ellos venden. Algunos incluso esperan con temor y vergu? enza que les hagan admitir su defecto. Pero todos lo encuentran pu? - blicamente elevado a me? rito moral y ven co? mo se les reconoce por un ascetismo cienti? fico que para ellos no es tal, sino el se- creto perfil de su debilidad. Su resentimiento aparece socialmente racionalizado bajo esta fo? rmula: pensar es acienti? fico. De este modo el mecanismo de control incremento? ciertas dimensiones de su fuerza intelectiva hasta li? mites extremos. La estupidez colee- tiva de los te? cnicos investigadores no es simplemente ausencia o regresio? n de sus capacidades intelectuales, sino una tumefaccio? n en la propia capacidad de pensar que corroe a e? sta usando de su
80 tiempo el
Diagno? stico. - Que
en el sistema que los nacionelsociali? stas ? injustificadamente vitu- peraban en la laxa repu? blica de Weimar, se pone de manifiesto
con el
mundo se ha
convertido
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12)
? ? ? ? propia fuerza. El mal del masoquismo en los jo? venes intelectuales deriva del cara? cter maligno de su enfermedad.
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Grande y pequen? o. -Entre las fatales transferencias del terre- no de la planificacio? n econo? mica a la teori? a, que ya no se dife- rencia en nada de las li? neas generales del todo, se cuenta la creencia en la administrabiJidad del trabajo intelectual en funcio? n de aquello de lo que es necesario o racional ocuparse. Se juzga sobre el orden de las prioridades. Pero al despojar al pensamiento del momento de la espontaneidad, su necesidad queda cancelada. El pensamiento se reduce asi? a disposiciones sueltas y cambiantes. Igual que en la economi? a de guerra se decide sobre las priorida- des en la distribucio? n de las materias primas y en la fabricacio? n de este o aquel tipo de armamento, se infiltra en las teori? as una jerarqui? a de cosas importantes con ventaja para las cuestiones de especial actualidad o de especial relevancia y con aplazamiento o indulgente tolerancia de lo no principal, que so? lo puede pasar como ornamento de los hechos fundamentales, como iinesse. La
nocio? n de lo relevante se establece desde puntos de vista organi- zatlvos, y la de lo actual se mide por la tendencia objetiva ma? s poderosa del momento. La esquematizacio? n de lo importante y lo accesorio suscribe en la forma el orden de valores de la praxis dominante aunque e? sta lo contradiga en su contenido. En los ori? - genes de la filoson? a progresista, en Bacon y Descartes, se encuen- tra ya establecido el culto de lo importante, pero un culto que al final mostrara? su lado contrario a la libertad, su lado regresivo. La importancia puede ilustrarla el perro que durante el paseo se esta? minutos enteros olfateando todos los sitios de manera atenta, obstinada y enojosamente seria para, por fin, hacer sus necesida- des, escarbar con sus patas y seguir su camino como si nada hu- biese pasado. En tiempos primitivos, la vida y la muerte pudieron haber dependido de este acto; despue? s de milenios de domestica- cio? n, se ha convertido en un vano ritual. Quie? n no pensara? en
esto cuando ve a una entidad seria discutir sobre la urgencia de ciertos problemas antes de disponerse el equipo de colaboradores a ejecutar las tareas cuidadosamente disen? adas y emplazadas. En todo lo importante hay algo de esta anacro? nica testarudez, y su
fijacio? n fascinada, la renuncia a la autognosis, llega a valer como criterio del pensamiento. Pero los grandes remas no son otra cosa que los olores primitivos que hacen detenerse al animal y, dado el caso. volverlos e? l a producir. Esto no significa que haya que ignorar la jerarqui? a de las cosas importantes. Como su trivialidad refleja la del sistema, esta? saturada de toda la violencia y estrin- genda del mismo. Pero el pensamiento no debe repetirla, sino proceder a su disolucio? n al reproducirla. La divisio? n del mundo en cosas principales y accesarias, que desde siempre ha servido pata neutralizar los feno? menos clave de la ma? s extrema injusticia social como meras excepciones, hay que secundarla hasta conseguir
c~nvencerla de su propia falsedad. Ella misma, que todo lo con- vierte en objeto, tiene que convertirse en objeto del pensamiento, en lugar de ser la que dirige a e? ste. Los grandes temas podra? n seguir presenta? ndose. pero apenas de manera <<tema? tica>> en el sen- tido tradicional, sino de forma fragmentaria y exce? ntrica. La bar- barie de la magnitud en el sentido inmediato le quedo? a la filoso- fia romo una parte de la herencia de su temprana alianza con administradores y matema? ticos: lo que no lleva el sello del hin- chado proceso de la historia universal se confi? a a los procedimien- tos de las ciencias positivas. A la filosofi? a le ocurre entonces lo que a la mala pintura, que imagina que la dignidad de una obra y la celebridad que adquiere depende de la dignidad de los objetos representados; un cuadro de la batalla de Leipaig valdri? a ma? s que
una silla en perspectiva caballeta. La diferencia del terreno con- ceptual con el arti? stico en nada altera la mala ingenuidad. Cuando el proceso de abstraccio? n carga a toda conceptuacio? n con la ilusio? n de la magnitud, al propio tiempo se acumula en e? l, por efecto de la reflexio? n y la visio? n dara, su anti? doto: la autocri? tica de la razo? n es su ma? s aute? ntica moral. Lo contrario de ella, lo que se ve en la fase u? ltima de un pensamiento a disposicio? n de si? mismo, no es otra cosa que la eliminacio? n del sujeto. El gesto caracteri? s- tico del trabajo teo? rico, que dispone de los temas segu? n su impor- tand a, es el de prescindir del que trabaja. El desarrollo de un nu? mero cada vez menor de capacidades te? cnicas puede bastar para equiparle suficientemente en la realizacio? n de las rareas que
tiene asignadas.
Pero es la subjetividad pensante lo que no puede integrarse en el ci? rculo de tareas hetero? nomamente impuesto des- de arriba: aquella supera n e? ste en la medida en que no forma parte del mismo, lo que hace de su existencia el supuesto de cada verdad objetivamente vinculante. El pragmatismo soberano, que
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? ? ? ? ? ? para encontrar la verdad sacrifica al sujeto, al mismo tiempo esta? desechando la verdad y la objetividad mismas.
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A dos pasos. -El positivismo reduce todavi? a ma? s la distancia del pensamiento a la realidad, una distancia que la propia realidad ya no tolera. Al no pretender ser ma? s que algo provisional, meras abreviaturas de 10 fa? ctico que ellos subsumen, los ti? midos pensamientos ven desvanecerse, junto con su autonomi? a respecto a la realidad, su fuerza para penetra rla. So? lo en el distanciamiento de la vida cobra vida el pensamiento y queda e? sta verdaderamente enraizada en la vida empi? rica. Si el pensamiento se refiere a los
hechos y se mueve en la cri? tica de los mismos, no menos se mueve por la diferencia que establece. Este es su modo de expresar que lo que es no es del todo como e? l lo expresa. Le es esencial un momento de exageracio? n, de desbordamiento de las cosas, de descargarse el peso de lo fa? ctico en virtud del cual, en lugar de proceder a la mera reproduccio? n del ser, lo determina de forma a la vez estricta y libre. En esto, todo pensamiento se parece al juego con que Hegel, no menos que Nietzsche, comparaba la obra del espi? ritu. El lado no ba? rbaro de la filosofi? a radica en la ta? cita conciencia de ese elemento de irresponsabilidad, de bienaventuran- za, que deriva de la fugacidad del pensamiento y que siempre es- capa a aquello que enjuicia. Este exceso es lo que censura el espi? - ritu positivista atribuye? ndolo a un desvarfo. Su diferencia con los hechos la convierte en simple falsedad, y el momento de juego en lujo en un mundo ante el cual las funciones intelectuales han de dar cuenta de cada minuto en su reloj registrador. Pero en cuanto el pensamiento niega su insuprimible distancia buscando
excusa con mil argumentos sutiles en la exactitud literal, pierde entidad. Y si se sale del plano de lo virtual, de una anticipacio? n a la que ningu? n dato particular puede plenamente corresponder, si lo que pretende es, en suma, ser en lugar de una interpreta. cio? n un simple enunciado, todo cuanto enuncia se vuelve de hecho falso. Su apologe? tica, inspirada por la inseguridad y la mala con- ciencia, puede refurarse en todos sus pasos probando la no iden- tidad que e? l repele y que, sin embargo, 10 constituye como pensa? miento. Si, por el contrario, buscase excusa en la distancia como un privilegio, no ganari? a nada, puesto que tendri? a que proclamar
dos clases de verdad, la de los hechos y la de los conceptos. Ello disolverla la verdad y denu nciari? a au? n ma? s al pensamiento . La di? s- rancia no es una zona de seguridad, sino un campo de tensiones. Esto no se manifiesta tanto en la mengua de la pretensio? n de verdad de los conceptos como en la delicadeza y fragilidad del pensar. Contra el positivismo no es conveniente ni el ergotismo ni la presuncio? n, sino la prueba, mediante la cri? tica del conoci- miento, de la imposibilidad de una coincidencia entre el concepto y lo que lo llena. La busca de unificacio? n de los contrarios no es un esfuerzo siempre insatisfecho que al final halla su compensa- cien, sino una posicio? n ingenua e inexperta. Lo que el positivismo reprocha al pensamiento es algo que el pensamiento mil veces ha conocido y olvidado, y so? lo en este saber y olvidar ha podido constituirse como tal pensamiento. Esa distancia de! pensamiento a la realidad no es otra cosa que el precipitado de la historia en los conceptos. Operar con e? stos sin distanciamiento es, con todo lo que de resignacio? n pueda haber ahl --o tal vez precisamente por causa de ella-c-, cosa de nin? os. Pues el pensamiento tiene que apuntar ma? s alla? de su objeto precisamente porque nunca llega a alcanzarlo, y el positivismo se torna acri? tico en tanto que confi? a en llegar a hacerlo y se imagina que sus vacilaciones se deben simplemente a su escrupulosidad. El pensamiento que trasciende tiene ma? s radicalmente en cuenta su propia insuficiencia que el pensamiento dirigido por e! aparato cienti? fico de control. Hace una extrapolacio? n a fin de superar, casi siempre sin esperanzas, el demasiado poco mediante el desproporcionado esfuerzo del de- masiado. Lo que se le reprocha a la filosofi? a como un absolu- tismo ilegi? timo, su sello pretendidamenre definitivo, surge precio semente del abismo de la relatividad. Las exageraciones de la me- tafi? sica especulativa son cicatrices del entendimiento que reflexio- na, y u? nicamente lo indemosrrado desenmascara la demostracio? n como tautologi? a. Por el contrario, la preservacio? n inmediata de la relatividad, lo limitativo, lo que se mantiene en un a? mbito con- ceptual acotado, justo por esa cautela se sustrae a la experiencia del li? mite, pensar el cual y sobrepasarlo significa lo mismo segu? n la grandiosa visio? n de Hegel. En consecuencia, los relativistas se- ri? an los verdaderos, los malos absolutistas , a ma? s de los burgueses, que quieren asegurar su conocimiento como si fuese una propie- dad para luego ma? s completamente perderla. So? lo la exigencia de lo incondicionado, el salto de la propia sombra, puede hacer justicia a lo relativo. Y asumiendo de esta manera la falsedad
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? llega al umbral de la verdad con la consciencia concreta de 10 condicionado del conocimiento humano.
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ViupreJiJente. ---Consejo al intelectual: no permitas que te sustituyan. La fungibilidad de las obras y las personas y la creen- cia de ella derivada de que todos tienen que poder hacerlo todo obran dentro del estado vigente como una cadena. El ? deal iguali- tario de la susriruibilidad es un fraude si no esta? sustentado por el principio de la revocabilidad y la responsabilidad del rank erui jile. Es precisamente el ma? s poderoso, el que menos hace, el que ma? s puede cargar con el otro del que se preocupa y busca su beneficio. Lo cual parece colectivismo y so? lo se queda en la sobre- estima y la exclusio? n del trabajo merced a la disposicio? n del tra- bajo ajeno. En la produccio? n material esta? so? lidamente asentada la sustituibilldad . La cuantificacio? n de los procesos labora les dis- minuye de forma tendencial la diferencia entre lo que constituye la ocupacio? n del director general y lo que constituye la del em- pleado de la gasolinera. Es una pobre ideologi? a pensar que para la administracio? n de un trust en las actuales condiciones se requie- re ma? s inteligencia, experiencia y preparacio? n que para leer un ma- no? metro. Pero mientras en la produccio? n material hay un tenaz eferramiemo a esta ideologi? a, el espi? ritu de su opues ta cae en el vasaUazgo. Tal es la cada vez ma? s ruinosa doctrina de la uni? ver- sitas literarum, de la igualdad de todos en la repu? blica de las le- tras, la cual no solamente coloca a cada uno de controlador del otro, sino que adema? s debe capacitarle para hacer igual de bien lo que el airo hace. La sustituibilidad somete las ideas al mismo procedimiento que el intercambio a las cosas. Lo inconmensurable queda apartado. Pero como el pensamiento ante todo tiene que criticar la omni? moda conmensurabilidad procedente de la relacio? n de intercambio, se vuelve, en tanto relacio? n espiritual de produc- cio? n, contra la fuerza productiva. En el plano material, la susti- tuibilidad es ya algo posible, y la insustituibilidad el pretexto que 10 impide; en la teori? a a la que corresponde comprender este quid pro quo, la sustituibilidad sirve al aparato para prolongarse aun alla? donde encuentra su oposicio? n objetiva. So? lo la insusti- tuibilidad podri? a contrarrestar la integracio? n del espi? ritu en el a? rea del empleo. La exigencia, admitida como cosa lo? gica, de que
,
toda actividad espiritual tenga que ser algo dominable por cual. quier miembro cualificado de la organizacio? n, conviene al ma? s obtuso te? cnico cienti? fico en medida del espi? ritu: ? de do? nde ha. bri? a de adquirir e? ste la capacidad para la critica de su propia ux- nificacio? n? Deeste modo, la economi? a produce esa nivelacio? n de la que luego se indigna con el gesto del <<alto. al ladro? n>>. La pre- gunta por la individualidad tiene que plantearse de forma nueva en la e? poca de su liquidacio? n. Cuando el individuo, como todos los procedimientos individualistas de produccio? n, aparece histo? - ricamente anticuado y a la zaga de la te? cnica, le llega de nuevo, en cuanto sentenciado, el momento de decir la verdad frente al vencedor. Pues so? lo e? l conserva, de una manera generalmente dis- torsionada, la vislumbre de lo que concede su derecho a roda tec- niflcecl e? n y de lo que e? sta misma no puede a la vez tener con- ciencia. Como el progreso desalado no se manifiesta inmediata- mente ide? ntico con el de la humanidad, lo que se le opone puede dar amparo al progreso. El la? piz y lu goma de borrar son ma? s u? tiles al pensamiento que un equipo de ayudantes. Quienes no deseen entregarse de lleno al individualismo de la produccio?
presencia>>, convergira? con la pura inconsciencia, con la imbecili- dad en el sentido literal de la palabra, porque medido por el peregrino ideal realista del dato exento de categori? as, todo cono- cimiento resulta falso, y cierto so? lo aquello a 10 que ni siquiera tiene ya aplicacio? n la pregunta de si es cierto o falso. Que aqui? se trata de tendencias de amplia penetracio? n, se muestra a cada paso en la actividad cienti? fica, cuya intencio? n es sojuzgar tam- bie? n a los restos que como ruinas indefensas quedan del mundo.
en la armoni? a preestablecida entre las instituciones y los que lns sirven. Silenciosamente ha ido madurando una humanidad que ape- tece la coaccio? n y la limitacio? n que la absurda persistencia del do- minio le impone. Mas estos hombres, favorecidos por la organi- zacio? n objetiva, poco a poco han ido usurpando aquellas funciones que propiamente son las que debi? an introducir la disonancia en el seno de la armoni? a preestablecida. Entre todos los dichos re- gistrados se encuentra tambie? n el de que <<roda presio? n produce una contraprcsio? ns-: si aque? lla es 10 suficientemente grande, e? sta desaparece, y la sociedad da la impresio? n de querer prevenir la entropi? a de forma masiva mediante un mortal equilibrio de las tensiones. La actividad cienti? fica tiene su exacta correspondencia en el tipo de espi? ritu que pone en tensio? n: los cienti? ficos ya no necesitan ejercer violencia alguna sobre si? para acreditarse como voluntarios y celosos controladores de si? mismos. Hasta cuando se encuentran fuera de su actividad como seres totalmente huma- nos y racionales, en el momento en que piensan por obligacio? n profesional se anquilosan en una pa? tica estupidez. Pero lejos de ver en la prohibicio? n de pensar algo hostil, lo que los aspirantes al cargo - y todos los cienti? ficos lo son- sienten es alivio. Como pensar les carga una responsabilidad subjetiva que les impide co- rresponder a su posicio? n objetiva en el proceso de produccio? n, renuncian a hacerlo, se encogen de hombros y se pasan al adver- sario. De la desgana de pensar resulta automa? ticamente la incapa- cidad de pensar: gentes que sin esfuerzo encuentran las ma? s refi- nadas objeciones estadi? sticas cuando se trata de sabotear algu? n conocimiento, se muestran incapaces de hacer ex catbcdra las ma? s sencillas predicciones. Fustigan la especulacio? n y matan en ella el sano sentido comu? n. Los ma? s inteligentes advierten el en- fermamiento de su capacidad de pensar, puesto que e? sta no entra en actividad universalmente, sino so? lo en los o? rganos cuyos servi? - cios ellos venden. Algunos incluso esperan con temor y vergu? enza que les hagan admitir su defecto. Pero todos lo encuentran pu? - blicamente elevado a me? rito moral y ven co? mo se les reconoce por un ascetismo cienti? fico que para ellos no es tal, sino el se- creto perfil de su debilidad. Su resentimiento aparece socialmente racionalizado bajo esta fo? rmula: pensar es acienti? fico. De este modo el mecanismo de control incremento? ciertas dimensiones de su fuerza intelectiva hasta li? mites extremos. La estupidez colee- tiva de los te? cnicos investigadores no es simplemente ausencia o regresio? n de sus capacidades intelectuales, sino una tumefaccio? n en la propia capacidad de pensar que corroe a e? sta usando de su
80 tiempo el
Diagno? stico. - Que
en el sistema que los nacionelsociali? stas ? injustificadamente vitu- peraban en la laxa repu? blica de Weimar, se pone de manifiesto
con el
mundo se ha
convertido
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? ? ? ? propia fuerza. El mal del masoquismo en los jo? venes intelectuales deriva del cara? cter maligno de su enfermedad.
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Grande y pequen? o. -Entre las fatales transferencias del terre- no de la planificacio? n econo? mica a la teori? a, que ya no se dife- rencia en nada de las li? neas generales del todo, se cuenta la creencia en la administrabiJidad del trabajo intelectual en funcio? n de aquello de lo que es necesario o racional ocuparse. Se juzga sobre el orden de las prioridades. Pero al despojar al pensamiento del momento de la espontaneidad, su necesidad queda cancelada. El pensamiento se reduce asi? a disposiciones sueltas y cambiantes. Igual que en la economi? a de guerra se decide sobre las priorida- des en la distribucio? n de las materias primas y en la fabricacio? n de este o aquel tipo de armamento, se infiltra en las teori? as una jerarqui? a de cosas importantes con ventaja para las cuestiones de especial actualidad o de especial relevancia y con aplazamiento o indulgente tolerancia de lo no principal, que so? lo puede pasar como ornamento de los hechos fundamentales, como iinesse. La
nocio? n de lo relevante se establece desde puntos de vista organi- zatlvos, y la de lo actual se mide por la tendencia objetiva ma? s poderosa del momento. La esquematizacio? n de lo importante y lo accesorio suscribe en la forma el orden de valores de la praxis dominante aunque e? sta lo contradiga en su contenido. En los ori? - genes de la filoson? a progresista, en Bacon y Descartes, se encuen- tra ya establecido el culto de lo importante, pero un culto que al final mostrara? su lado contrario a la libertad, su lado regresivo. La importancia puede ilustrarla el perro que durante el paseo se esta? minutos enteros olfateando todos los sitios de manera atenta, obstinada y enojosamente seria para, por fin, hacer sus necesida- des, escarbar con sus patas y seguir su camino como si nada hu- biese pasado. En tiempos primitivos, la vida y la muerte pudieron haber dependido de este acto; despue? s de milenios de domestica- cio? n, se ha convertido en un vano ritual. Quie? n no pensara? en
esto cuando ve a una entidad seria discutir sobre la urgencia de ciertos problemas antes de disponerse el equipo de colaboradores a ejecutar las tareas cuidadosamente disen? adas y emplazadas. En todo lo importante hay algo de esta anacro? nica testarudez, y su
fijacio? n fascinada, la renuncia a la autognosis, llega a valer como criterio del pensamiento. Pero los grandes remas no son otra cosa que los olores primitivos que hacen detenerse al animal y, dado el caso. volverlos e? l a producir. Esto no significa que haya que ignorar la jerarqui? a de las cosas importantes. Como su trivialidad refleja la del sistema, esta? saturada de toda la violencia y estrin- genda del mismo. Pero el pensamiento no debe repetirla, sino proceder a su disolucio? n al reproducirla. La divisio? n del mundo en cosas principales y accesarias, que desde siempre ha servido pata neutralizar los feno? menos clave de la ma? s extrema injusticia social como meras excepciones, hay que secundarla hasta conseguir
c~nvencerla de su propia falsedad. Ella misma, que todo lo con- vierte en objeto, tiene que convertirse en objeto del pensamiento, en lugar de ser la que dirige a e? ste. Los grandes temas podra? n seguir presenta? ndose. pero apenas de manera <<tema? tica>> en el sen- tido tradicional, sino de forma fragmentaria y exce? ntrica. La bar- barie de la magnitud en el sentido inmediato le quedo? a la filoso- fia romo una parte de la herencia de su temprana alianza con administradores y matema? ticos: lo que no lleva el sello del hin- chado proceso de la historia universal se confi? a a los procedimien- tos de las ciencias positivas. A la filosofi? a le ocurre entonces lo que a la mala pintura, que imagina que la dignidad de una obra y la celebridad que adquiere depende de la dignidad de los objetos representados; un cuadro de la batalla de Leipaig valdri? a ma? s que
una silla en perspectiva caballeta. La diferencia del terreno con- ceptual con el arti? stico en nada altera la mala ingenuidad. Cuando el proceso de abstraccio? n carga a toda conceptuacio? n con la ilusio? n de la magnitud, al propio tiempo se acumula en e? l, por efecto de la reflexio? n y la visio? n dara, su anti? doto: la autocri? tica de la razo? n es su ma? s aute? ntica moral. Lo contrario de ella, lo que se ve en la fase u? ltima de un pensamiento a disposicio? n de si? mismo, no es otra cosa que la eliminacio? n del sujeto. El gesto caracteri? s- tico del trabajo teo? rico, que dispone de los temas segu? n su impor- tand a, es el de prescindir del que trabaja. El desarrollo de un nu? mero cada vez menor de capacidades te? cnicas puede bastar para equiparle suficientemente en la realizacio? n de las rareas que
tiene asignadas.
Pero es la subjetividad pensante lo que no puede integrarse en el ci? rculo de tareas hetero? nomamente impuesto des- de arriba: aquella supera n e? ste en la medida en que no forma parte del mismo, lo que hace de su existencia el supuesto de cada verdad objetivamente vinculante. El pragmatismo soberano, que
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? ? ? ? ? ? para encontrar la verdad sacrifica al sujeto, al mismo tiempo esta? desechando la verdad y la objetividad mismas.
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A dos pasos. -El positivismo reduce todavi? a ma? s la distancia del pensamiento a la realidad, una distancia que la propia realidad ya no tolera. Al no pretender ser ma? s que algo provisional, meras abreviaturas de 10 fa? ctico que ellos subsumen, los ti? midos pensamientos ven desvanecerse, junto con su autonomi? a respecto a la realidad, su fuerza para penetra rla. So? lo en el distanciamiento de la vida cobra vida el pensamiento y queda e? sta verdaderamente enraizada en la vida empi? rica. Si el pensamiento se refiere a los
hechos y se mueve en la cri? tica de los mismos, no menos se mueve por la diferencia que establece. Este es su modo de expresar que lo que es no es del todo como e? l lo expresa. Le es esencial un momento de exageracio? n, de desbordamiento de las cosas, de descargarse el peso de lo fa? ctico en virtud del cual, en lugar de proceder a la mera reproduccio? n del ser, lo determina de forma a la vez estricta y libre. En esto, todo pensamiento se parece al juego con que Hegel, no menos que Nietzsche, comparaba la obra del espi? ritu. El lado no ba? rbaro de la filosofi? a radica en la ta? cita conciencia de ese elemento de irresponsabilidad, de bienaventuran- za, que deriva de la fugacidad del pensamiento y que siempre es- capa a aquello que enjuicia. Este exceso es lo que censura el espi? - ritu positivista atribuye? ndolo a un desvarfo. Su diferencia con los hechos la convierte en simple falsedad, y el momento de juego en lujo en un mundo ante el cual las funciones intelectuales han de dar cuenta de cada minuto en su reloj registrador. Pero en cuanto el pensamiento niega su insuprimible distancia buscando
excusa con mil argumentos sutiles en la exactitud literal, pierde entidad. Y si se sale del plano de lo virtual, de una anticipacio? n a la que ningu? n dato particular puede plenamente corresponder, si lo que pretende es, en suma, ser en lugar de una interpreta. cio? n un simple enunciado, todo cuanto enuncia se vuelve de hecho falso. Su apologe? tica, inspirada por la inseguridad y la mala con- ciencia, puede refurarse en todos sus pasos probando la no iden- tidad que e? l repele y que, sin embargo, 10 constituye como pensa? miento. Si, por el contrario, buscase excusa en la distancia como un privilegio, no ganari? a nada, puesto que tendri? a que proclamar
dos clases de verdad, la de los hechos y la de los conceptos. Ello disolverla la verdad y denu nciari? a au? n ma? s al pensamiento . La di? s- rancia no es una zona de seguridad, sino un campo de tensiones. Esto no se manifiesta tanto en la mengua de la pretensio? n de verdad de los conceptos como en la delicadeza y fragilidad del pensar. Contra el positivismo no es conveniente ni el ergotismo ni la presuncio? n, sino la prueba, mediante la cri? tica del conoci- miento, de la imposibilidad de una coincidencia entre el concepto y lo que lo llena. La busca de unificacio? n de los contrarios no es un esfuerzo siempre insatisfecho que al final halla su compensa- cien, sino una posicio? n ingenua e inexperta. Lo que el positivismo reprocha al pensamiento es algo que el pensamiento mil veces ha conocido y olvidado, y so? lo en este saber y olvidar ha podido constituirse como tal pensamiento. Esa distancia de! pensamiento a la realidad no es otra cosa que el precipitado de la historia en los conceptos. Operar con e? stos sin distanciamiento es, con todo lo que de resignacio? n pueda haber ahl --o tal vez precisamente por causa de ella-c-, cosa de nin? os. Pues el pensamiento tiene que apuntar ma? s alla? de su objeto precisamente porque nunca llega a alcanzarlo, y el positivismo se torna acri? tico en tanto que confi? a en llegar a hacerlo y se imagina que sus vacilaciones se deben simplemente a su escrupulosidad. El pensamiento que trasciende tiene ma? s radicalmente en cuenta su propia insuficiencia que el pensamiento dirigido por e! aparato cienti? fico de control. Hace una extrapolacio? n a fin de superar, casi siempre sin esperanzas, el demasiado poco mediante el desproporcionado esfuerzo del de- masiado. Lo que se le reprocha a la filosofi? a como un absolu- tismo ilegi? timo, su sello pretendidamenre definitivo, surge precio semente del abismo de la relatividad. Las exageraciones de la me- tafi? sica especulativa son cicatrices del entendimiento que reflexio- na, y u? nicamente lo indemosrrado desenmascara la demostracio? n como tautologi? a. Por el contrario, la preservacio? n inmediata de la relatividad, lo limitativo, lo que se mantiene en un a? mbito con- ceptual acotado, justo por esa cautela se sustrae a la experiencia del li? mite, pensar el cual y sobrepasarlo significa lo mismo segu? n la grandiosa visio? n de Hegel. En consecuencia, los relativistas se- ri? an los verdaderos, los malos absolutistas , a ma? s de los burgueses, que quieren asegurar su conocimiento como si fuese una propie- dad para luego ma? s completamente perderla. So? lo la exigencia de lo incondicionado, el salto de la propia sombra, puede hacer justicia a lo relativo. Y asumiendo de esta manera la falsedad
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? llega al umbral de la verdad con la consciencia concreta de 10 condicionado del conocimiento humano.
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ViupreJiJente. ---Consejo al intelectual: no permitas que te sustituyan. La fungibilidad de las obras y las personas y la creen- cia de ella derivada de que todos tienen que poder hacerlo todo obran dentro del estado vigente como una cadena. El ? deal iguali- tario de la susriruibilidad es un fraude si no esta? sustentado por el principio de la revocabilidad y la responsabilidad del rank erui jile. Es precisamente el ma? s poderoso, el que menos hace, el que ma? s puede cargar con el otro del que se preocupa y busca su beneficio. Lo cual parece colectivismo y so? lo se queda en la sobre- estima y la exclusio? n del trabajo merced a la disposicio? n del tra- bajo ajeno. En la produccio? n material esta? so? lidamente asentada la sustituibilldad . La cuantificacio? n de los procesos labora les dis- minuye de forma tendencial la diferencia entre lo que constituye la ocupacio? n del director general y lo que constituye la del em- pleado de la gasolinera. Es una pobre ideologi? a pensar que para la administracio? n de un trust en las actuales condiciones se requie- re ma? s inteligencia, experiencia y preparacio? n que para leer un ma- no? metro. Pero mientras en la produccio? n material hay un tenaz eferramiemo a esta ideologi? a, el espi? ritu de su opues ta cae en el vasaUazgo. Tal es la cada vez ma? s ruinosa doctrina de la uni? ver- sitas literarum, de la igualdad de todos en la repu? blica de las le- tras, la cual no solamente coloca a cada uno de controlador del otro, sino que adema? s debe capacitarle para hacer igual de bien lo que el airo hace. La sustituibilidad somete las ideas al mismo procedimiento que el intercambio a las cosas. Lo inconmensurable queda apartado. Pero como el pensamiento ante todo tiene que criticar la omni? moda conmensurabilidad procedente de la relacio? n de intercambio, se vuelve, en tanto relacio? n espiritual de produc- cio? n, contra la fuerza productiva. En el plano material, la susti- tuibilidad es ya algo posible, y la insustituibilidad el pretexto que 10 impide; en la teori? a a la que corresponde comprender este quid pro quo, la sustituibilidad sirve al aparato para prolongarse aun alla? donde encuentra su oposicio? n objetiva. So? lo la insusti- tuibilidad podri? a contrarrestar la integracio? n del espi? ritu en el a? rea del empleo. La exigencia, admitida como cosa lo? gica, de que
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toda actividad espiritual tenga que ser algo dominable por cual. quier miembro cualificado de la organizacio? n, conviene al ma? s obtuso te? cnico cienti? fico en medida del espi? ritu: ? de do? nde ha. bri? a de adquirir e? ste la capacidad para la critica de su propia ux- nificacio? n? Deeste modo, la economi? a produce esa nivelacio? n de la que luego se indigna con el gesto del <<alto. al ladro? n>>. La pre- gunta por la individualidad tiene que plantearse de forma nueva en la e? poca de su liquidacio? n. Cuando el individuo, como todos los procedimientos individualistas de produccio? n, aparece histo? - ricamente anticuado y a la zaga de la te? cnica, le llega de nuevo, en cuanto sentenciado, el momento de decir la verdad frente al vencedor. Pues so? lo e? l conserva, de una manera generalmente dis- torsionada, la vislumbre de lo que concede su derecho a roda tec- niflcecl e? n y de lo que e? sta misma no puede a la vez tener con- ciencia. Como el progreso desalado no se manifiesta inmediata- mente ide? ntico con el de la humanidad, lo que se le opone puede dar amparo al progreso. El la? piz y lu goma de borrar son ma? s u? tiles al pensamiento que un equipo de ayudantes. Quienes no deseen entregarse de lleno al individualismo de la produccio?
