nea que va derecha hasta los
torturadores
encargados de la Gesrepo y los buro?
Adorno-Theodor-Minima-Moralia
En lo moral acontece algo ana?
logo.
Quien comete acciones que, segu?
n las nor- mas reconocidas, son contrarias a la rectitud, como la venganza contra los enemigos o la falta de compasio?
n, apenas es consciente de la culpa, y so?
lo mediante un penoso esfuerzo puede imagina?
r- sela.
La doctrina de la Razo?
n de Estado, la separacio?
n de moral y poli?
tica, no es ajena a este hecho.
Su sentido encama la extrema
anti? tesis de vida pu? blica y existencia individual. El gran atentado se le presenta al individuo en mayor medida como simple falta a la convencio? n no so? lo porque aquellas normas que vulnera mues- tran un aspecto convencional, ri? gido y despreocupado del sujeto viviente, sino porque su objetivacio? n como tal, incluso donde se les puede encontrar cierta sustancia, las coloca fuera de toda iner- vacio? n moral, fuera del recinto de la conciencia. Sin embargo, cuando se piensa en faltas personales de tacto, microorganismos de injusticia que probablemente nadie noto? , como haberse sentado demasiado pronto a la mesa en una reunio? n o haber colocado taro jetas con los nombres de los invitados a tomar el te? cuando so? lo
. . Personaje del drama de H. Ibsen El pato salva;e. [N. del T . ] 180
las faltas de comportamiento, y que un hombre que rompe con su amante para presentarse como un sen? or correcto puede estar seguro de la aprobacio? n social, mientras que otro que besa res- petuosamente la mano de una todavi? a muy joven muchacha de buena familia se expone al ridi? culo. Pero el celo lujuriosamente narcisista presenta au? n un segundo aspecto: el de ser un refugio para la experiencia rebotada del orden objetivado. El sujeto llega a percibir los ma? s pequen? os detalles de lo correcto o lo impropio, y en ellos puede confirmar si su actuacio? n es correcta o incorrecta; su indiferencia hacia la culpa moral, empero, viene matizada por la conciencia de que la impotencia de la propia decisi6n crece con la dimensi6n de su objeto. Cuando posteriormente comprueba que
antes, cuando se separo? de la amante y no volvio? a llamarla, de hecho la habi? a ya rechazado, la representacio? n del hecho tiene en si? algo de co? mico; recuerda a la muda de Portici. <<Murdtr - d ice una novela polici? aca de Ellery Queen- is so. . . NtwJpapery. lt dotsn'l happen lo )? OU. You read about it in a paper, or in 11 detective story, and it makes you wriggle with disgust, or sympl1- thy. But it doem't mean anytbing. >> De ahi? que autores como Thomas Mann hayan descrito grotescamente cata? strofes como para salir en los perio? dicos, desde el accidente ferroviario al crimen pasional, y hasta donde es posible hayan contenido la risa que inevitablemente provocan los acontecimientos solemnes, como un entierro, cuando se hace de ellos tema poe? tico. Las faltas mi? nimas, por el contrario, son tan relevantes debido a que en ellas pode. mas ser buenos o malos sin rei? rnos de ellas, aunque nuestra seriedad sea un tanto mania? tica. En ellas aprendemos a tratar con lo moral, a sentirlo ---como sonrojo- en nuestra piel y a arribu- irlo al sujeto, que mira la gigantesca ley moral dentro de e? l con el
mismo desamparo con que contempla el cielo estrellado al que aque? lla malamente imita. Aunque esos detalles sean en si? amera- les, mientras vayan esponta? neamente acompan? ados de buenos sen- timientos, de simpati? a humana exenta del petbos de la ma? xima, no desvalorizan la devocio? n por lo decoroso. Porque los buenos sentimientos, cuando expresan directamente lo general sin preocu- parse de la propia alienaci6n, fa? cilmente hacen que el sujeto apa?
181
? ? ? rezca como enajenado de si mismo, como mero agente de los mandamientos con los que se identifica. Por el contrario, aquel cuyo impulso moral obedece a 10 completamente exterior~ ~ la convencio? n feti? chizada, puede captar lo general en el sufrimien- to que causa la insuperable divergencia e~t~ lo inteen? y lo. ex- terno, en cuya rigidez halla soste? n, sin sacrificio de. si? ml. smo. DI . d; la verdad de su experiencia. Extremar todas las distancies signifi- ca la reconciliacio? n. En tal sentido, la conducta del monomaniaco
puede encontrar cierta justificacio? n en su objeto. En la esfera del trato, donde fija su capricho, reaparecen todas las aporras de la vida falsa. y su obcecacio? n so? lo tiene relacio? n con el todo en el sentido de que ahi? puede canalizar de forma paradigma? tica. con orden y libertad. su de otro modo incontrolable conflicro. En cam-
bio, aquel cuya manera de reaccionar denota conformidad con la realidad social es el mismo en cuya vida privada se conduce del mismo modo informal con que la estimacio? n de las relaciones de poder le impone su forma. Cuantas veces escapa a la vigilancia del mundo exterior, cuantas veces se siente a sus anchas en el circulo ampliado de su yo, tiene la tendencia a mostrarse deseen-
siderado y brutal. Se venga de toda la disciplina y de toda la re? nuncia a la manifestacio? n directa de la agresio? n, que los lejanos le imponen, en los que tiene m a? s cerca. Hacia afuera se comporta con los enemigos objetivos de manera amistosa y corte? s, pero en pai? s de amigos es fri? o y hostil. Donde la civilizacio? n como auto- conservacio? n no le compromete con la civilizacio? n como humani- dad da rienda suelta a su furor contra e? sta contradiciendo su ideo-
logi? a del hogar, la familia y la comunidad. La moral mi:rolo? gi~a- mente ofuscada arremete contra esa ideologi? a. En el ambiente dis- tendidamente familiar, informal. halla el pretexto para la violen- cia, la ocasio? n para, al ser ahi? buenos unos con otros, poder ser malo a discrecio? n. Somete lo i? ntimo a una exigencia cri? tica lXJrque las intimidades enajenan, mancillan el aura delicada y sutil del otro. que es lo u? nico que puede coronarlo como sujeto. So? lo ~d- mitiendo lo lejano en lo pro? ximo se mitiga la ajenidad; esto es. 10-
corpora? ndola a la conciencia. Pero la pretensio? n de la cercani? a per- fecta y lograda, la negacio? n misma de la ajenided, comete con el otro la ma? xima injusticia. lo niega virtualmente como persona singular, Y. por ende, lo humano en e? l; <<cuenta con e? l>> y lo incor- pora al inventario de la propiedad. Donde lo inmedia. to se afir- ma y parapatea se impone sombri? amente la mala mediatez de la sociedad. So? lo una reflexio? n ma? s precavida puede hacerse cargo
de la inmediatez. Para eso prueba con lo ma? s pequen? o. 182
117
1l u rvo padrone. - De los comportamientos embru tecedores que la cultura sen? orial exige de las clases bajas, e? stas so? lo pueden ser capaces mediante una permanente regresio? n. Lo informe en ellas es justamente producto de la forma social. Pero la produc- cio? n de ba? rbaros por la cultura siempre la aprovecha e? sta para mantener viva su propia esencia ba? rbara. La dominacio? n delega la violencia fi? sica sobre la que descansa en los dominados. Mientras les da la satisfaccio? n de desahogar sus instintos ocultos como algo justo y equitativo. aprenden a hacer aquello que los nobles nece- sitan que hagan para poder seguir siendo nobles. La auroeducacio? n personal de los grupos dominantes a base de todo lo que requiere disciplina, ahogamiento de toda accio? n directa. escepticismo ci? nico y ciego apetito de mando, seri? a inviable si los opresores no ejer- ciesen contra ellos mismos, mediante oprimidos pagados, una parte de la opresio? n que ejercen contra los dema? s. De ah? que las dife- rencias psicolo? gicas entre las clases sean mucho menores que las econo? miro-obje tivas. La armo ni? a de lo inconciliable favorable la perpetuacio? n de la mala totalidad. La bajeza de lo superior se en- tiende con la arrogancia de lo bajo. Desde las sirvientas y las insti- tutrices, que embrollan a los nin? os de familias importantes para imbuirles la seriedad de la vida y los profesores del Westerwald, que nega? ndoles el uso de palabras extranjeras les quitan el intere? s por toda lengua, pasando por los funcionarios y empleados que guardan cola y los suboficiales que se someten a las marchas, hay una li?
nea que va derecha hasta los torturadores encargados de la Gesrepo y los buro? cratas de las ca? maras de gas. Los movimientos de los de arriba pronto responden a la delegacio? n del poder en los de abajo. El que se horroriza de los buenos modales de los padres huye a la cocina buscando el calor de las expresiones fuertes de la cocinera, que secretamente desden? an los principios de la buena educacio? n paterna. A la gente fina le atrae la indelicada. cuya ru- deza engan? osamente le depara la ocasio? n de dar muerte a la propia cultura. Esa gente no sabe que eso indelicado que se le presenta como naturaleza ana? rquica no es otra cosa que el reflejo de la coaccio? n a la que se resiste. Entre la solidaridad de clase de los de arriba y su intimacio? n con los delegados de las clases bajas
media el justo sentimiento de culpa ante los pobres. Pero quien ha aprendido a adaptarse a la tosquedad, quien se ha dejado pene- trar hasta lo ma? s i? ntimo por el <<asi? es como se hace aqui? >>, es
[83
? ? ? ? ? porque e? l mismo ha terminado por volverse tosco. Las observa- ciones de Bettelbci? m sobre la identificacio? n de las vi? ctimas con los verdugos de los campos nazis encierran un juicio acerca de los estimados semilleros de la cultura: la public scbool inglesa y la aca- demia militar alemana. El contrasentido se perpetu? a por medio de si? mismo: la dominacio? n se transmite pasando por los domi- nados.
118
Cada vez ma? s bajo. - -L as relaciones privadas ent re los hom- bres parece que se forman siguiendo el modelo del bottleneck industrial. Aun en la ma? s reducida comunidad, su nivel se pliega al del ma? s subalterno de sus miembros. Asi? , el que en una con- versacio? n habla de cosas fuera del alcance de uno solo, comete una falta de tacto. La conversacio? n se limita, por motivos de hu- manidad, a lo ma? s pro? ximo, chato y banal cuando esta? presente un solo <<inhumano>>. Desde que el mundo le ha cortado al hom- bre el habla, el incapaz de argumentar ostenta la razo? n, No nece- sita ma? s que ser pertinaz en su intere? s y en su condicio? n para prevalecer. Basta con que el otro, en un vano esfuerzo por esta- blecer contacto, adopte un tono argumentativo o divulgatorio para convertirse en la parte ma? s de? bil. Como el bottleneck no conoce ninguna instancia que este? por encima de lo fa? ctico, cuando el pensamiento y el discurso no pueden menos de remitir a una tal instancia, la inteligencia se torna ingenuidad, yeso lo perciben al punto los imbe? ciles. La conjura con lo positivo actu? a como una fuerza gravitatoria que todo 10 atrae hacia abajo. Se muestra su- perior al movimiento que se le opone cuando cesa todo debate con e? l. El diferenciado que no quiere pasar inadvertido mantiene una actitud estricta de consideracio? n a todos los desconsiderados. Estos ya ni necesitan sentir ninguna intranquilidad de conciencia. La debilidad de espi? ritu, confirmada como principio universal, aparece como fuerza para vivir. El expediente formalista-adminis- trativo, la separacio? n en compartimientos de todo cuanto por su sentido es inseparable, la insistencia fana? tica en la opinio? n casual con ausencia de fundamento alguno, la pra? ctica, en suma, de la cosificacio? n de todo rasgo en la frustrada formacio? n del yo, de la desviacio? n del proceso de la experiencia y la afirmacio? n del <<asi? soy yo>> como algo definitivo, es suficiente para conquistar posi-
ciones inexpugnables. Se puede estar seguro JI: In WI1(OI'll1idl1'I . In los dema? s, perejamente deformados, como de la propfu vrllt! ll,l, 1111 la ci? nica reivindicacio? n del propio defecto late la SOSP Cdlll dI" ']! '! ' el espi? ritu objetivo en su estadio actual esta? liquidando al slIl,jt-ll, va. Se vive down to earth, como los antepasados zoolo? gicos anles de que comenzaran a alzarse,
119
Espejo de virtudes. -La correspondencia entre la represton y la moral como renuncia a los impulsos es universalmente cono- cida. Pero las ideas morales no solamente reprimen a los otros, sino que adema? s se derivan directamente de la existencia de los represores. Desde Homero la lengua griega usaba los conceptos de bueno y rico como si fuesen convertibles. La kalokagathi? a, que los humanistas de la sociedad moderna proponi? an como modelo de armoni? a este? tica y moral, siempre ha colocado los acentos sobre la propiedad, y la Poli? tica de Aristo? teles reconoce sin ambages la fusio? n del valor interior con el status en la caracterizacio? n de la nobleza cuando dice que <<la excelencia esta? unida a la riqueza he- redada>>. La concepcio? n de la polis en la e? poca cla? sica, en la que veni? an afirmados tanto 10 interior como 10 exterior, el valor del individuo en la ciudad-estado y su yo como unidad de e? sta, hizo posible la atribucio? n de rango moral a la riqueza sin exponerse a las fa? ciles sospechas que esta doctrina ya entonce s hubier a desper- tado. Si en aquella forma de Estado el efecto visible era la medida del hombre, nada ma? s consecuente que valorar la riqueza mate- rial, que creaba de un modo tangible ese efecto, como una cuali- dad, puesto que su propia sustancia moral debi? a constituirla, no de otro modo como ma? s tarde en la filosofi? a de Hegel, su partici- pacio? n en la social y objetiva. So? lo el cristianismo nego? esa iden- tificacio? n en la sentencia de que es ma? s fa? cil que un camello pase por el ojo de una aguja que no que un rico entre en el reino de los cielos. Pero su singular valoracio? n teolo? gica de la pobreza voluntaria muestra cua? n profundamente estaba marcada por la conciencia universal de la moralidad de la posesio? n. La propiedad fija difiere del desorden no? mada, al que toda norma se enfrenta; ser hueno y tener bienes coinciden desde el principio. El bueno es el que se domina a si? mismo igual que domina su posesio? n: su autonomi? a es un trasunto de su disposicio? n material. De ahi?
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11 I !
que no haya que acusar a los ricos de inmoralidad -cuando tal reproche ha servido desde siempre de escudo a la represio? n polf- tica- tanto como adquirir conciencia de que ellos son los que re- presentan la moral para los dema? s. En ella se refleja la fortuna. La riqueza como bondad es un elemento aglutinante del mundo: el aspecto so? lido de esa identidad obstaculiza la confrontacio? n de las ideas morales con un orden en el que los ricos tienen razo? n al tiempo que otras determinaciones concretas de Jo moral que las derivadas de la riqueza son imposibles de concebir. Conforme posteriormente se vayan separando cada vez ma? s individuo y sa- ciedad en la concurrencia de los intereses y cada vez ma? s el indi- viduo se repliegue en sI mismo, tanto ma? s tenazmente se aferrara? e? ste a la idea de la esencia moral de la riqueza. Esta habra? de ga- rantizar dentro y fuera la reunificacio? n de lo escindido. Tal es el secreto del ascetismo intramundano, del esfuerzo ilimitado, falsa- mente hipostasiado por Max Weber, del negociante ad majorem Dei gloriam. El e? xito material une individuo y sociedad no mera- mente en el co? modo y cada vez ma? s dudoso sentido de que el rico puede escapar de su soledad, sino en otro mucho ma? s radical: cuando el inte re? s pan icular ciego y aislado se lleva suficientemen- te lejos, el poder econo? mico pasa a poder social, manifesta? ndose como encamacio? n del principio unificador del todo. El que es rico u obtiene riquezas se siente como el que <<con sus solas fuerzas. realiza como Yo lo que quiere el espi? ritu objetivo, la verdadera, e irracional, predestinacio? n de una sociedad cuya cohesio? n radica en la brutal desigualdad econo? mica. Asi? puede el rico atribuirse como bondad lo que, sin embargo, no testifica ma? s que su ausencia. SI ve en si? mismo, y los dema? s en e? l, la realizacio? n del principio uni- versal. Y como tal principio es la injusticia, el injusto se torna regularmente justo, mas ya no con ilusio? n, sino llevado por el po- der universal de la ley conforme a la. cual la sociedad se repro- duce. La riqueza del individuo es inseparable del progreso en la sociedad de la <<prehistoria>>. Los ricos disponen de los medios de produccio? n. Los progresos te? cnicos, de los que participa la socie- dad entera, son por eso primariamente <<sus>> progresos, hoy caro gados a la industria, y los Pords necesariamente han de parecer tanto ma? s bienhechores, como en efecto lo son en el marco de las relaciones de produccio? n existentes. Su privilegio preestable- cido crea la apariencia de que dan mucho de lo suyo - lo que no es sino el crecimiento por el lado del valor de uso - , cuando las bendiciones que reparte no consisten sino en hacer que refluya parte del beneficio. Tal es la razo? n del cara?
anti? tesis de vida pu? blica y existencia individual. El gran atentado se le presenta al individuo en mayor medida como simple falta a la convencio? n no so? lo porque aquellas normas que vulnera mues- tran un aspecto convencional, ri? gido y despreocupado del sujeto viviente, sino porque su objetivacio? n como tal, incluso donde se les puede encontrar cierta sustancia, las coloca fuera de toda iner- vacio? n moral, fuera del recinto de la conciencia. Sin embargo, cuando se piensa en faltas personales de tacto, microorganismos de injusticia que probablemente nadie noto? , como haberse sentado demasiado pronto a la mesa en una reunio? n o haber colocado taro jetas con los nombres de los invitados a tomar el te? cuando so? lo
. . Personaje del drama de H. Ibsen El pato salva;e. [N. del T . ] 180
las faltas de comportamiento, y que un hombre que rompe con su amante para presentarse como un sen? or correcto puede estar seguro de la aprobacio? n social, mientras que otro que besa res- petuosamente la mano de una todavi? a muy joven muchacha de buena familia se expone al ridi? culo. Pero el celo lujuriosamente narcisista presenta au? n un segundo aspecto: el de ser un refugio para la experiencia rebotada del orden objetivado. El sujeto llega a percibir los ma? s pequen? os detalles de lo correcto o lo impropio, y en ellos puede confirmar si su actuacio? n es correcta o incorrecta; su indiferencia hacia la culpa moral, empero, viene matizada por la conciencia de que la impotencia de la propia decisi6n crece con la dimensi6n de su objeto. Cuando posteriormente comprueba que
antes, cuando se separo? de la amante y no volvio? a llamarla, de hecho la habi? a ya rechazado, la representacio? n del hecho tiene en si? algo de co? mico; recuerda a la muda de Portici. <<Murdtr - d ice una novela polici? aca de Ellery Queen- is so. . . NtwJpapery. lt dotsn'l happen lo )? OU. You read about it in a paper, or in 11 detective story, and it makes you wriggle with disgust, or sympl1- thy. But it doem't mean anytbing. >> De ahi? que autores como Thomas Mann hayan descrito grotescamente cata? strofes como para salir en los perio? dicos, desde el accidente ferroviario al crimen pasional, y hasta donde es posible hayan contenido la risa que inevitablemente provocan los acontecimientos solemnes, como un entierro, cuando se hace de ellos tema poe? tico. Las faltas mi? nimas, por el contrario, son tan relevantes debido a que en ellas pode. mas ser buenos o malos sin rei? rnos de ellas, aunque nuestra seriedad sea un tanto mania? tica. En ellas aprendemos a tratar con lo moral, a sentirlo ---como sonrojo- en nuestra piel y a arribu- irlo al sujeto, que mira la gigantesca ley moral dentro de e? l con el
mismo desamparo con que contempla el cielo estrellado al que aque? lla malamente imita. Aunque esos detalles sean en si? amera- les, mientras vayan esponta? neamente acompan? ados de buenos sen- timientos, de simpati? a humana exenta del petbos de la ma? xima, no desvalorizan la devocio? n por lo decoroso. Porque los buenos sentimientos, cuando expresan directamente lo general sin preocu- parse de la propia alienaci6n, fa? cilmente hacen que el sujeto apa?
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? ? ? rezca como enajenado de si mismo, como mero agente de los mandamientos con los que se identifica. Por el contrario, aquel cuyo impulso moral obedece a 10 completamente exterior~ ~ la convencio? n feti? chizada, puede captar lo general en el sufrimien- to que causa la insuperable divergencia e~t~ lo inteen? y lo. ex- terno, en cuya rigidez halla soste? n, sin sacrificio de. si? ml. smo. DI . d; la verdad de su experiencia. Extremar todas las distancies signifi- ca la reconciliacio? n. En tal sentido, la conducta del monomaniaco
puede encontrar cierta justificacio? n en su objeto. En la esfera del trato, donde fija su capricho, reaparecen todas las aporras de la vida falsa. y su obcecacio? n so? lo tiene relacio? n con el todo en el sentido de que ahi? puede canalizar de forma paradigma? tica. con orden y libertad. su de otro modo incontrolable conflicro. En cam-
bio, aquel cuya manera de reaccionar denota conformidad con la realidad social es el mismo en cuya vida privada se conduce del mismo modo informal con que la estimacio? n de las relaciones de poder le impone su forma. Cuantas veces escapa a la vigilancia del mundo exterior, cuantas veces se siente a sus anchas en el circulo ampliado de su yo, tiene la tendencia a mostrarse deseen-
siderado y brutal. Se venga de toda la disciplina y de toda la re? nuncia a la manifestacio? n directa de la agresio? n, que los lejanos le imponen, en los que tiene m a? s cerca. Hacia afuera se comporta con los enemigos objetivos de manera amistosa y corte? s, pero en pai? s de amigos es fri? o y hostil. Donde la civilizacio? n como auto- conservacio? n no le compromete con la civilizacio? n como humani- dad da rienda suelta a su furor contra e? sta contradiciendo su ideo-
logi? a del hogar, la familia y la comunidad. La moral mi:rolo? gi~a- mente ofuscada arremete contra esa ideologi? a. En el ambiente dis- tendidamente familiar, informal. halla el pretexto para la violen- cia, la ocasio? n para, al ser ahi? buenos unos con otros, poder ser malo a discrecio? n. Somete lo i? ntimo a una exigencia cri? tica lXJrque las intimidades enajenan, mancillan el aura delicada y sutil del otro. que es lo u? nico que puede coronarlo como sujeto. So? lo ~d- mitiendo lo lejano en lo pro? ximo se mitiga la ajenidad; esto es. 10-
corpora? ndola a la conciencia. Pero la pretensio? n de la cercani? a per- fecta y lograda, la negacio? n misma de la ajenided, comete con el otro la ma? xima injusticia. lo niega virtualmente como persona singular, Y. por ende, lo humano en e? l; <<cuenta con e? l>> y lo incor- pora al inventario de la propiedad. Donde lo inmedia. to se afir- ma y parapatea se impone sombri? amente la mala mediatez de la sociedad. So? lo una reflexio? n ma? s precavida puede hacerse cargo
de la inmediatez. Para eso prueba con lo ma? s pequen? o. 182
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1l u rvo padrone. - De los comportamientos embru tecedores que la cultura sen? orial exige de las clases bajas, e? stas so? lo pueden ser capaces mediante una permanente regresio? n. Lo informe en ellas es justamente producto de la forma social. Pero la produc- cio? n de ba? rbaros por la cultura siempre la aprovecha e? sta para mantener viva su propia esencia ba? rbara. La dominacio? n delega la violencia fi? sica sobre la que descansa en los dominados. Mientras les da la satisfaccio? n de desahogar sus instintos ocultos como algo justo y equitativo. aprenden a hacer aquello que los nobles nece- sitan que hagan para poder seguir siendo nobles. La auroeducacio? n personal de los grupos dominantes a base de todo lo que requiere disciplina, ahogamiento de toda accio? n directa. escepticismo ci? nico y ciego apetito de mando, seri? a inviable si los opresores no ejer- ciesen contra ellos mismos, mediante oprimidos pagados, una parte de la opresio? n que ejercen contra los dema? s. De ah? que las dife- rencias psicolo? gicas entre las clases sean mucho menores que las econo? miro-obje tivas. La armo ni? a de lo inconciliable favorable la perpetuacio? n de la mala totalidad. La bajeza de lo superior se en- tiende con la arrogancia de lo bajo. Desde las sirvientas y las insti- tutrices, que embrollan a los nin? os de familias importantes para imbuirles la seriedad de la vida y los profesores del Westerwald, que nega? ndoles el uso de palabras extranjeras les quitan el intere? s por toda lengua, pasando por los funcionarios y empleados que guardan cola y los suboficiales que se someten a las marchas, hay una li?
nea que va derecha hasta los torturadores encargados de la Gesrepo y los buro? cratas de las ca? maras de gas. Los movimientos de los de arriba pronto responden a la delegacio? n del poder en los de abajo. El que se horroriza de los buenos modales de los padres huye a la cocina buscando el calor de las expresiones fuertes de la cocinera, que secretamente desden? an los principios de la buena educacio? n paterna. A la gente fina le atrae la indelicada. cuya ru- deza engan? osamente le depara la ocasio? n de dar muerte a la propia cultura. Esa gente no sabe que eso indelicado que se le presenta como naturaleza ana? rquica no es otra cosa que el reflejo de la coaccio? n a la que se resiste. Entre la solidaridad de clase de los de arriba y su intimacio? n con los delegados de las clases bajas
media el justo sentimiento de culpa ante los pobres. Pero quien ha aprendido a adaptarse a la tosquedad, quien se ha dejado pene- trar hasta lo ma? s i? ntimo por el <<asi? es como se hace aqui? >>, es
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? ? ? ? ? porque e? l mismo ha terminado por volverse tosco. Las observa- ciones de Bettelbci? m sobre la identificacio? n de las vi? ctimas con los verdugos de los campos nazis encierran un juicio acerca de los estimados semilleros de la cultura: la public scbool inglesa y la aca- demia militar alemana. El contrasentido se perpetu? a por medio de si? mismo: la dominacio? n se transmite pasando por los domi- nados.
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Cada vez ma? s bajo. - -L as relaciones privadas ent re los hom- bres parece que se forman siguiendo el modelo del bottleneck industrial. Aun en la ma? s reducida comunidad, su nivel se pliega al del ma? s subalterno de sus miembros. Asi? , el que en una con- versacio? n habla de cosas fuera del alcance de uno solo, comete una falta de tacto. La conversacio? n se limita, por motivos de hu- manidad, a lo ma? s pro? ximo, chato y banal cuando esta? presente un solo <<inhumano>>. Desde que el mundo le ha cortado al hom- bre el habla, el incapaz de argumentar ostenta la razo? n, No nece- sita ma? s que ser pertinaz en su intere? s y en su condicio? n para prevalecer. Basta con que el otro, en un vano esfuerzo por esta- blecer contacto, adopte un tono argumentativo o divulgatorio para convertirse en la parte ma? s de? bil. Como el bottleneck no conoce ninguna instancia que este? por encima de lo fa? ctico, cuando el pensamiento y el discurso no pueden menos de remitir a una tal instancia, la inteligencia se torna ingenuidad, yeso lo perciben al punto los imbe? ciles. La conjura con lo positivo actu? a como una fuerza gravitatoria que todo 10 atrae hacia abajo. Se muestra su- perior al movimiento que se le opone cuando cesa todo debate con e? l. El diferenciado que no quiere pasar inadvertido mantiene una actitud estricta de consideracio? n a todos los desconsiderados. Estos ya ni necesitan sentir ninguna intranquilidad de conciencia. La debilidad de espi? ritu, confirmada como principio universal, aparece como fuerza para vivir. El expediente formalista-adminis- trativo, la separacio? n en compartimientos de todo cuanto por su sentido es inseparable, la insistencia fana? tica en la opinio? n casual con ausencia de fundamento alguno, la pra? ctica, en suma, de la cosificacio? n de todo rasgo en la frustrada formacio? n del yo, de la desviacio? n del proceso de la experiencia y la afirmacio? n del <<asi? soy yo>> como algo definitivo, es suficiente para conquistar posi-
ciones inexpugnables. Se puede estar seguro JI: In WI1(OI'll1idl1'I . In los dema? s, perejamente deformados, como de la propfu vrllt! ll,l, 1111 la ci? nica reivindicacio? n del propio defecto late la SOSP Cdlll dI" ']! '! ' el espi? ritu objetivo en su estadio actual esta? liquidando al slIl,jt-ll, va. Se vive down to earth, como los antepasados zoolo? gicos anles de que comenzaran a alzarse,
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Espejo de virtudes. -La correspondencia entre la represton y la moral como renuncia a los impulsos es universalmente cono- cida. Pero las ideas morales no solamente reprimen a los otros, sino que adema? s se derivan directamente de la existencia de los represores. Desde Homero la lengua griega usaba los conceptos de bueno y rico como si fuesen convertibles. La kalokagathi? a, que los humanistas de la sociedad moderna proponi? an como modelo de armoni? a este? tica y moral, siempre ha colocado los acentos sobre la propiedad, y la Poli? tica de Aristo? teles reconoce sin ambages la fusio? n del valor interior con el status en la caracterizacio? n de la nobleza cuando dice que <<la excelencia esta? unida a la riqueza he- redada>>. La concepcio? n de la polis en la e? poca cla? sica, en la que veni? an afirmados tanto 10 interior como 10 exterior, el valor del individuo en la ciudad-estado y su yo como unidad de e? sta, hizo posible la atribucio? n de rango moral a la riqueza sin exponerse a las fa? ciles sospechas que esta doctrina ya entonce s hubier a desper- tado. Si en aquella forma de Estado el efecto visible era la medida del hombre, nada ma? s consecuente que valorar la riqueza mate- rial, que creaba de un modo tangible ese efecto, como una cuali- dad, puesto que su propia sustancia moral debi? a constituirla, no de otro modo como ma? s tarde en la filosofi? a de Hegel, su partici- pacio? n en la social y objetiva. So? lo el cristianismo nego? esa iden- tificacio? n en la sentencia de que es ma? s fa? cil que un camello pase por el ojo de una aguja que no que un rico entre en el reino de los cielos. Pero su singular valoracio? n teolo? gica de la pobreza voluntaria muestra cua? n profundamente estaba marcada por la conciencia universal de la moralidad de la posesio? n. La propiedad fija difiere del desorden no? mada, al que toda norma se enfrenta; ser hueno y tener bienes coinciden desde el principio. El bueno es el que se domina a si? mismo igual que domina su posesio? n: su autonomi? a es un trasunto de su disposicio? n material. De ahi?
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que no haya que acusar a los ricos de inmoralidad -cuando tal reproche ha servido desde siempre de escudo a la represio? n polf- tica- tanto como adquirir conciencia de que ellos son los que re- presentan la moral para los dema? s. En ella se refleja la fortuna. La riqueza como bondad es un elemento aglutinante del mundo: el aspecto so? lido de esa identidad obstaculiza la confrontacio? n de las ideas morales con un orden en el que los ricos tienen razo? n al tiempo que otras determinaciones concretas de Jo moral que las derivadas de la riqueza son imposibles de concebir. Conforme posteriormente se vayan separando cada vez ma? s individuo y sa- ciedad en la concurrencia de los intereses y cada vez ma? s el indi- viduo se repliegue en sI mismo, tanto ma? s tenazmente se aferrara? e? ste a la idea de la esencia moral de la riqueza. Esta habra? de ga- rantizar dentro y fuera la reunificacio? n de lo escindido. Tal es el secreto del ascetismo intramundano, del esfuerzo ilimitado, falsa- mente hipostasiado por Max Weber, del negociante ad majorem Dei gloriam. El e? xito material une individuo y sociedad no mera- mente en el co? modo y cada vez ma? s dudoso sentido de que el rico puede escapar de su soledad, sino en otro mucho ma? s radical: cuando el inte re? s pan icular ciego y aislado se lleva suficientemen- te lejos, el poder econo? mico pasa a poder social, manifesta? ndose como encamacio? n del principio unificador del todo. El que es rico u obtiene riquezas se siente como el que <<con sus solas fuerzas. realiza como Yo lo que quiere el espi? ritu objetivo, la verdadera, e irracional, predestinacio? n de una sociedad cuya cohesio? n radica en la brutal desigualdad econo? mica. Asi? puede el rico atribuirse como bondad lo que, sin embargo, no testifica ma? s que su ausencia. SI ve en si? mismo, y los dema? s en e? l, la realizacio? n del principio uni- versal. Y como tal principio es la injusticia, el injusto se torna regularmente justo, mas ya no con ilusio? n, sino llevado por el po- der universal de la ley conforme a la. cual la sociedad se repro- duce. La riqueza del individuo es inseparable del progreso en la sociedad de la <<prehistoria>>. Los ricos disponen de los medios de produccio? n. Los progresos te? cnicos, de los que participa la socie- dad entera, son por eso primariamente <<sus>> progresos, hoy caro gados a la industria, y los Pords necesariamente han de parecer tanto ma? s bienhechores, como en efecto lo son en el marco de las relaciones de produccio? n existentes. Su privilegio preestable- cido crea la apariencia de que dan mucho de lo suyo - lo que no es sino el crecimiento por el lado del valor de uso - , cuando las bendiciones que reparte no consisten sino en hacer que refluya parte del beneficio. Tal es la razo? n del cara?
