El céfiro de aromas
Cargado nos orea
La faz: brotan las lomas
Con juvenil vigor
Mil hierbas, con que el viento
Inquieto juguetea
Con manso movimiento
Y lánguido rumor.
Cargado nos orea
La faz: brotan las lomas
Con juvenil vigor
Mil hierbas, con que el viento
Inquieto juguetea
Con manso movimiento
Y lánguido rumor.
Jose Zorrilla
Y vosotros, bizarros personajes,
Seres faltos de sér, á quien del caos
Para adornar sus fondos y paisajes
Sacó el genio vivífico: animaos.
Á mis cristianos himnos y salvajes
Sonatas africanas despertaos:
La poesía en las pasadas eras
Movió los montes y domó las fieras.
Vivificaos, pues, y en torno mío
Agrupaos ¡oh imágenes hermosas
Del amor, el pesar, la fe y el brío!
Venid ceñidas de fragantes rosas,
Ó devorado el corazón de hastío,
Visiones del desierto pavorosas,
Diana impura, llorosa Magdalena,
Vigorosa Judit, robada Elena.
Alba severo, incógnitos señores
De plegados vuelillos y valonas,
Apáticos flamencos fumadores,
Zagales cuyas cabras juguetonas
Pasto buscan de céspedes mejores:
Del marco desprended vuestras personas,
Formad una callada fantasía
Que auditorio idëal preste á la mía.
Revivid á mi acento, yo os conjuro,
Creaciones que estáis en el dominio
De la imaginación: congreso impuro
De dioses ya sin cielo, del triclinio
Baja á mi voz, y aunque te sea duro
Renunciar del Parnaso al patrocinio,
Ven á adorar en mis severos cantos
La gloria de otros númenes más santos.
Venid lúbrica Venus, rubia Ceres,
Diosas en otros tiempos inmortales,
Otros genios á ver y otras mujeres
Hollando vuestro altar y pedestales.
Nuevas Divinidades, nuevos seres
De prez y de virtud más celestiales,
Dan hoy á una mejor mitología
Con más íntima fe más poesía.
¡Gracias, bellas quimeras! ya os percibo;
Dejad de mis conjuros al acento
La vil materia en que creó cautivo
Vuestro ficticio sér un pensamiento.
Apréstate, Muriel: al soplo vivo
De mi fecundo é inspirado aliento,
Voy á abrir á tu atónita mirada
El recinto de la Árabe GRANADA.
II
Mas la planta ¡oh Muriel! ten un momento
Antes que huelles su frondosa vega,
Porque traidor me asalta un pensamiento.
Mal retenida entre tus labios juega
La sonrisa del que oye y, caballero,
Aunque tenaz no cree, cortés no niega.
Que extrañas ¡ay de mí! por ella infiero,
Que con sincera convicción cristiana,
Hoy en són tan veraz como severo
Mi voz resuene, cuando ayer mundana
Y de la tierra escándalo profano
El vicio y el placer cantó liviana.
¿Quieres saber, Muriel, por qué el mundano
Laüd dejando, en harpa vibradora
Las glorias de la Cruz canto cristiano?
¿Quiéres saber por qué, bebiendo ahora
Mi inspiración en el venero vivo
De nuestra Fe, mi voz consoladora
Levanto en el tumulto revulsivo
De nuestro siglo turbulento, al duelo
Del corazón buscando lenitivo?
Pues voy audaz á descorrer el velo
Que tal misterio encubre, en una historia
Que con orgullo y sin temor revelo.
Reservada y recóndita memoria
Del libro inmaterial del alma mía:
Historia sólo para mí: ilusoria,
Poética y gentil alegoría
Nada más para el mundo, á cuyo oído
Jamás imaginé que llegaría.
Aparta, pues, del límite florido
De Granada, que estás casi pisando,
Tu pie, menos feraz y entretenido
Sendero agreste tras de mí tomando,
Y avancemos, Muriel. . . . . pero medita
Que en la región del alma vas entrando.
LAS DOS LUCES
Es la existencia golfo que se agita
Circundando islas mil, cuyo olëaje
De la _nada_ en las playas se limita.
Naves las almas son en que el pasaje
Hacemos de este golfo, cuyo centro
El punto es de partida en este viaje.
Centro es la cuna: una isla mar adentro
En la mitad del golfo colocada,
Do alma y cuerpo se salen al encuentro.
Al mar cada alma desde allí lanzada
Va de una en otra isla escala haciendo,
Hasta dar en las playas de la _nada_:
Allí en la inmensa eternidad cayendo,
Náufrago el cuerpo en la ribera espira
Al criador su nave devolviendo.
_Amor_, _deleite_, _lujo_, _ambición_, _ira_,
_Gloria_, _amistad_, _honor_, _fama_, _y orgullo_,
Islas son donde reina la mentira.
Desde ellas nos reclama con arrullo
Fascinador: de danzas y canciones
Nos envía al pasar manso murmullo:
Á ellas con falaces ilusiones
Nos atrae, y, viajeros perezosos,
Vamos haciendo escala en las pasiones.
_Fe, ciencia, religión_. . . . . son luminosos
Faros que por las varias latitudes
Nos guían de estos mares procelosos.
«¡Voga! » nos dicen con su luz «no dudes.
¡Voga! » y, pilotos de arte y experiencia,
Vamos haciendo escala en las virtudes.
Por las pasiones va nuestra existencia
Sus riquezas gastando, y adquiriendo
Por las virtudes va nueva opulencia.
Las naves bien lastradas al tremendo
Vaivén resisten y oleaje fuerte:
Las vanas ceden al embate horrendo.
Era yo joven: mi conciencia inerte
Dormía, cuando al mundo audaz y solo
Salí fiado en la voluble suerte.
Lëal, franco, inexperto, extraño al dolo,
Creyendo en cuanto vi con fe sincera,
Mío el mundo juzgué de polo á polo.
Mi alma entonces, góndola ligera
En manos de señor joven y ansioso
De vida mundanal y placentera,
Se dejaba guiar por el undoso
Y turbulento mar de la existencia,
Ya á naufragar vecina, ya en reposo
Vogando de aura mansa á la influencia:
Al sol ardiente y á la tibia luna
Meciéndose en el mar con indolencia
Siguió siempre mi nave y mi fortuna
La dulce poesía, compañera
De mi gozo y mi afán desde la cuna:
Y con voz ora humilde, ora altanera,
Mis placeres canté, mis ilusiones
Hechicé, la ventura pasajera
De la vida fugaz en mis canciones
Celebré; y ora crédulo, ora impío,
Templé mi lira con inciertos sones.
Abordé en mi demente desvarío
Del golfo de la vida las riberas
Todas, sin otra ley que mi albedrío.
Sus islas visité más hechiceras:
_Gloria_, _amistad_, _amor_, _deleite_, oyeron
Mis insensatas cántigas primeras:
Y doquier por el golfo me aplaudieron,
Y de lauros cargáronme la frente,
Y embriagándome al fin, me embrutecieron.
Triunfé, amé, disipé, reñí insolente.
¿Qué saqué de esta vida vergonzosa?
Hastiado el corazón, seca la mente.
Mi alma, nave sin lastre, en peligrosa
Marcha me conducía abandonado
Al olëaje de la mar undosa.
Entonces recordé mi sosegada
Niñez: cuando mi madre me tenía
Sentado en sus rodillas y posada
Su mano en mi cabeza, dirigía
Mi atención al altar donde radiante
Se elevaba una imagen de MARÍA.
Y entonces recordé la voz vibrante
Del monje que en el púlpito exclamaba:
«La existencia más larga es un instante;
»Honor, gloria, poder, todo se acaba
»Con ella: sólo nuestras obras viven,
»Y ¡ay del que con sus obras no se cava
»Su tumba! Todos del Señor reciben
»Para el bien un talento, y Dios ordena
»Que el suyo todos para el bien cultiven. »
Recordé que esto oí en la edad serena
De la cándida fe, cuando la mente
Virgen recibe la impresión ajena
Que conserva indeleble eternamente.
Hasta entonces jamás mirado había
Detrás de mí: tornéme ansiosamente
El rastro á ver de la existencia mía:
¿Qué vi? la inmensidad del ocëano
Que tras de mí desierta se extendía.
La nave de mi alma un solo grano
De lastre no llevaba, ni una sola
Flor de las islas conservó mi mano.
El rumor de una ola y otra ola
No más en torno oía, y el profundo
Són de la mar que el corazón desola
Blando susurre ó muja furibundo.
¿Me comprendes, Muriel? te voy contando
La historia de mi alma: lo que al mundo
Nadie cuenta jamás: lo que llevando
Va cada cual consigo, cuidadoso
En el inquieto corazón guardando.
Lo que el hombre no dice vergonzoso,
Mas lo que á solas piensa en el momento
En que cierra su párpado al reposo.
Iba yo, pues, al olëaje lento
Del golfo de la vida en la barquilla
De mi alma vogando, el pensamiento
Tornado á mi niñez, de toda orilla
Lejos, el corazón triste y vacío
De lo pasado, viendo que la quilla
Del alma no dejaba entre el bravío
Olëaje señal, y nuevo rumbo
Dar meditando al barquichuelo mío:
Y he aquí que de las ondas al balumbo
Avanzando al azar ciego y perdido
De olas en olas y de tumbo en tumbo,
Vi una isla á lo lejos; decidido
Torné á ella mi proa y tomé suelo
En país para mí desconocido;
La _Isla de la Razón_ era, que el Cielo
Puso en mitad del viaje de la vida.
La rica nave, el débil barquichuelo
Que allí aporta sin rumbo, la perdida
Brújula cobra y desde allí dirige
Su viaje á fácil playa. Guarecida
La _Razón_ de esta isla, en ella rige
Como reina, teniendo en su ribera
Dos luces siempre ardiendo, y una elige
De las dos el que arriba, su postrera
Travesía al hacer: cada uno enciende
Su antorcha en una y, breve ó duradera,
Con esta luz su travesía emprende,
Cuerdo ó desatinado, el navegante
Que á sí no más en la elección atiende.
De saltar en su isla en el instante
«De la fe es esta luz, del siglo es esta»
Me dijo la _Razón_: y, vacilante
En la difícil elección funesta
Entre la fe y el siglo, al alma mía
Entre las luces de ambos dejó puesta.
La antorcha de la fe no despedía
Más que un rayo de luz tranquilo y puro,
Que por la limpia atmósfera subía
Recto á perderse en el azul obscuro
De la pura región, que el ojo humano
No contempló jamás fijo y seguro.
Á la _luz de la fe_ nada cercano
Sobre el haz de la tierra se alcanzaba:
Pero en la altura del zenit lejano
Veíase una estrella y se dudaba
Si la luz de la fe de ella venía,
Ó la luz de la fe se la prestaba.
Yo entre la tierra y la región del día
Este rayo común juzgué, y no en vano,
Que comunicación establecía.
Circundaba este rayo soberano
Rico enjambre de abejas luminosas
Con alas de oro, cuanto más cercano
Al resplandor su vuelo más hermosas:
Y en el centro del rayo refulgente
Labraban sus panales oficiosas.
Quemábalas al fin el foco ardiente
Y en lugar de cenizas, convirtiéndolas
En bellísimas aves, de repente
La luz del rayo místico impeliéndolas,
Tomaban vuelo hacia el zenit palomas,
Águilas, cisnes, garzas y oropéndolas;
Y abrasada su miel, suaves aromas
Exhalaba que en la aura derramándose
Embalsamaban mar, valles y lomas.
La _luz del siglo_, móvil elevándose,
Culebreaba con llamas refulgentes
De su foco en redor desparramándose,
Formando con sus llamas transparentes
Un bello árbol de luz que reflejaba
Los colores del iris esplendentes.
Bajo este árbol radiante vegetaba
Innumerable colección de flores,
En la que muchedumbre se criaba
De mariposas, ricas en colores,
Agradables en forma y movimiento,
Y en gala incomparables y en primores.
Susurro vago y apacible y lento
Con sus alas hacían y en contorno
De aquel árbol de luz giros sin cuento:
Mas al fin deslumbradas y al bochorno
Del fuego enloquecidas, acercándose
Al foco abrasador, del rico adorno
De sus puros colores despojándose,
Poco á poco en la luz se iban lanzando
Y unas tras otras en la luz quemándose;
Y un poco de humo fétido exhalando,
Polvo las mariposas se volvían,
Su sitio ante la luz á otras dejando.
_Más bellas las abejas renacían_
_En la luz de la Fe, y las mariposas_
_Polvo en la luz del siglo se volvían. _
¿Quién de aquestas dos luces misteriosas
La alegoría mística no advierte?
La miel de las abejas oficiosas,
Que en aroma á su luz la fe convierte,
Son _las obras_ del hombre, que embalsaman
Su memoria triunfante de la muerte.
El polvo que de sí cuando se inflaman
Las mariposas sueltan, son _las horas_
Que en el siglo sin fruto se derraman.
Estériles así ó germinadoras
Son, sin fe, mariposas nuestras vidas
Y abejas con la fe trabajadoras;
Las almas naves á la mar partidas,
Ricas, seguras, con la fe vogando,
Con el siglo, sin lastre, sumergidas.
Todas de la _Razón_ van arribando
Á la isla: en sus luces toman fuego
Y siguen á las costas navegando.
Yo, que ha ya siete lustros que navego
Por la existencia, á la _Razón_ arribo
Y en su luz tomo de mi antorcha el fuego:
Y el escaso talento que recibo
Del Señor para el bien, constante abeja
Labrando mi panal, con fe cultivo.
Pienso que de mi fe duda no deja
En ningún corazón mi alegoría,
Pues mi alma en sus luces se refleja.
¿Qué es un poeta? Un ave en la sombría
Selva del mundo por su Dios lanzada
Para llenar sus senos de armonía:
Mas no para gorjear desatinada
Día y noche, la selva ensordeciendo,
Malgastando la voz que le fué dada
Para elevarla audaz sobre el estruendo
Mundanal, y con fe consoladora
La gloria de su Dios enalteciendo.
No al poeta se dió la voz sonora
Como engañosa voz á la sirena,
Ni como al cocodrilo voz traidora;
La del poeta el ánimo serena
Del hombre por la tierra peregrino:
Dulce y divina voz que le enajena,
La patria celestial de donde vino
Recordándole siempre y aliviando
La fatiga mortal de su camino.
¡Ay del poeta que, sin fe cantando,
Sólo murmullo efímero levanta
Como el agua y el aire susurrando!
¡Ay del poeta que su fe no canta
Y la gloria del pueblo en que ha nacido,
Enronqueciendo en vano su garganta!
¡Mariposa y no abeja! --Tal ha sido
La causa que, tenaz, de esta obra mía
En el asiduo afán me ha sostenido.
Cambia con mi _razón_ mi poesía,
Y á _la luz de la fe_ recapacito
Que he sido mariposa hasta este día.
Ha siete lustros que la tierra habito,
Ave insensata que en la selva trina
Con inútil gorjear, y necesito
Utilizar la inspiración divina
Que al poeta da Dios, el sacrosanto
Sino cumpliendo á que mi sér destina.
Y he aquí por qué cuando hoy mi voz levanto,
_Cristiano y Español, con fe y sin miedo,_
_Canto mi religión, mi patria canto_.
Con mi destino cumplo como puedo;
Y si sucumbo por llenarle, en suma,
Con Dios en paz y con mi patria quedo.
Ahora, Muriel, en alas de mi pluma
Volvamos al dintel de mi poema;
(Puesto que es fuerza que de tal presuma. )
En tanto, pues, que en la jornada extrema
Tocamos, ven conmigo hacia GRANADA,
Regio florón de la oriental diadema.
Ven de mi narración la no trillada
Senda siguiendo: al arabesco estilo
La encontrarás de flores alfombrada.
No es un camino real tirado al hilo
Derecho y espacioso, mas conduce
Por medio de un vergel al regio asilo
Del alcázar Muslim, y se introduce
Antes por bib-arrambla do las flores
Verás más bellas que el Genil produce.
Fátima la Zegrí, _perla_ de amores,
Cual su nombre lo dice: la Azafía
_Cándida_ como el suyo: la en albores
Extremada Jarifa: _albor del día_,
La dicha así por su beldad, Zoraya:
Zaida, que fuego en el mirar tenía:
La _espejo_ de constantes Almeraya:
Zelinda, la orgullosa Alpujarreña:
Borina, prez de la murciana playa:
Zora, la voluptuosa Malagueña:
Zobeika, la rival de Sarracina:
Lindaraja, la ardiente Zahareña,
Y cuantas tuvo, de beldad divina
Prodigios humanados, nobles moras
La conquistada corte Granadina.
Hallarás en mi libro encantadoras
Leyendas, orientales fantasías,
Que más dulces tal vez te harán las horas,
En rimas pobres, pues al fin son mías,
Pero halagüeñas para aquel que aprecia
La Hispana gloria y los pasados días.
No encontrarás los númenes de Grecia
Invocados en él: genios distintos
Asisten á mis héroes en su recia
Caballeresca lid; bajo sus plintos
Los templos de la Cruz no dan ya paso
Á Venus ni á Plutón, ni en los recintos
De la Alhambra jamás trotó el Pegaso:
Que el rayo vivo de la Fe Cristiana
Cegó á las Musas y quemó el Parnaso.
Hallarás en mi libro, á la Africana
Usanza, algo excesiva galanura,
Pues fiel la lira con la acción se hermana
Y el tono que la da seguir procura:
Mas no el poema juzgues de la vaga
LEYENDA DE AL-HAMAR por la lectura.
Su narración fantástica divaga
Enfática y difusa á cada punto
Por su argumento celestial, que halaga
Tal vez, mas tal vez cansa; su conjunto
Ni en forma, ni en estilo da en efecto
De mi poema idea, aunque su asunto
Se encuentra al del poema tan afecto
Que, á faltar la leyenda, desmembrada
Su acción parecería é imperfecto
Su plan, como palacio sin portada.
Tal es mi obra. --Ahora penetremos,
Muriel, en el recinto de GRANADA.
¡Y ojalá que á sus términos extremos,
Como á risueño fin de alegre viaje,
Al compás de mi cántico lleguemos!
¡Y plegue á Dios que el bárbaro ropaje
De mi cuento Muslim vuelva con pompa
Manto imperial el albornoz salvaje!
¡Y plegué á Dios que, cuando el canto rompa,
Se me torne el laüd que me acompaña
La de homérico són épica trompa,
Que el eco lleve de mi voz á España!
III
INSPIRACIÓN
¡Cristiana inspiración, hija del cielo,
Que diste sér á mi canción primera,
De mi existencia en el placer y el duelo
Guía siempre lëal y compañera!
Tú que, al vestirme mi mortuorio velo,
Dirás conmigo mi oración postrera:
Tú que abrirás con el sepulcro al alma
De la tranquila eternidad la calma:
Tú que, al soplo de un aura perfumada,
Con mi espíritu errante has recorrido
los desiertos del África abrasada,
Pensil de palmas, de serpientes nido:
Y los cármenes frescos de Granada,
Edén para los Árabes perdido:
Y los talleres de Albión obscura:
Y de París la bacanal impura:
Tú que, perenne, con materna mano
Conservaste en mi alma por doquiera
De la Esperanza el incorrupto arcano
Y de la Fe la inextinguible hoguera:
Tú que, al cruzar el arenal mundano,
Has templado mi sed rabiosa y fiera
Aplicando á mis labios la ambrosía
Del cáliz de la dulce poesía;
No me abandones hoy que necesito
Purificar y esclarecer mi idëa,
Al fuego santo del fanal bendito
Do inflamó Dios tu inextinguible tea.
Hoy que anhelo una voz de eco infinito,
Que más que de mortal robusta sea,
Para enviar á la tierra en que vi el día
En alas de un cantar el alma mía.
¡Inspiración católica, más fuerte
Que los tres elementos destructores
De la envidia, del tiempo y de la muerte!
Ciñe mi sien y mi laüd de flores:
Mágico encanto en mis palabras vierte
Y, en brazos de los vientos voladores,
Del turbio Sena al pobre Manzanares
Lleva mi corazón en mis cantares.
Vuela y á España di que todavía
Sin ira y sin pavor mi voz resuena
Sobre el festín de la centuria impía,
Que á sus míseros hijos envenena
Brindándoles las copas de su orgía,
Que la revolución con sangre llena:
Dila que hasta que espire en mi garganta
Celebrará su gloria y su fe santa.
LEYENDA
DE
MUHAMAD AL-HAMAR EL NAZARITA
REY DE GRANADA
DIVIDIDA EN CINCO LIBROS
Libro de los Sueños.
INTRODUCCIÓN
En el nombre de Aláh clemente y sumo
Que da sombra á la noche, luz al día,
Voz á las aves y á las hierbas zumo:
Cuya suprema voluntad podría
Tornar de un soplo el universo en humo,
Y que atesora en mí su poesía,
Escrita os doy para su eterna gloria
Del príncipe Al-hamar la regia historia.
Bálsamo que disipa la amargura,
Luz del pesar sombrío ahuyentadora,
Es su sabrosa y celestial lectura
Risueña como fuente saltadora,
Grata como del campo la verdura,
Bella como la grana de la aurora,
Tierna cual de la tórtola las quejas,
Dulce como el panal de las abejas.
Destila de sus versos ambrosía
Su dulce narración maravillosa:
Exhala su fecunda poesía,
Grato como la esencia de la rosa,
Mágico són de incógnita armonía;
Y cual lluvia de Abril, que lenta posa
Sus gotas en la flor, vierte en el alma
Su amena relación plácida calma.
Encierra sus conceptos peregrinos
Misteriosa virtud y fuerza varia:
Aplacan el rigor de los destinos
Elevados á Aláh como plegaria:
Regalan á quien lee sueños divinos
Leídos en la alcoba solitaria,
Cuya influencia y compañía amiga
Calman del cuerpo la mortal fatiga.
No hay sér bajo el imperio de la luna
Que su lección sagrada no comprenda,
Ni Aláh produjo criatura alguna
Que no sienta placer con su leyenda.
El pez á quien abriga la laguna,
El ave que del árbol hace tienda,
La fiera que entre rocas se sepulta,
El reptil que en los céspedes se oculta:
Y en su colmena el zumbador insecto,
Y en su corteza el röedor gusano,
Y el árbol recio en su vigor perfecto,
Y el aire inquieto en su vagar liviano,
Y el sordo incendio en su humear infecto,
Y en su ciego furor el ocëano,
Prestan oído respetuoso y grato
Al armónico són de su relato.
Esculpido en las hojas de sus flores
Se guarda en el Edén por altos fines:
Y los justos en él habitadores,
Los ángeles que velan sus confines,
Las hurís que alimentan sus amores
Y los genios que pueblan sus jardines,
Gozan en descifrar sus caracteres
En la paz de sus místicos placeres.
Tal es la historia peregrina y bella
Que os doy en estas hojas extendida,
Para que el pasto y el deleite de ella
Os alivien las penas de la vida:
Pues la luz que en sus páginas destella
Despierta el alma á la virtud dormida,
Y eleva el corazón y el pensamiento
Á la pura región del firmamento.
Y aunque en idioma terrenal y humano
Para la humana comprensión la escribo,
De espíritu más alto y soberano
Su luminosa inspiración recibo.
Guía mi corazón, guía mi mano
Sér á quien dentro de mi sér percibo,
Y el genio ardiente que en mi pecho habita
La palabra me da que os doy escrita.
Leedla, pues; y el ámbar que perfuma
Del Paraíso la mansión divina,
Y el resplandor que de la esencia suma
Derramando los mundos ilumina,
Y el rumor que levantan con su pluma
Las alas de Gabriel cuando camina,
Embalsame y alumbre y dé contento
Á cuantos lean el divino cuento.
Nació Al-hamar y sonrió el destino
Contemplándole amigo: la fortuna,
Fijando un punto su inconstancia, vino
Amorosa á mecer su blanda cuna:
Y, el curso de su carro diamantino
Parando en el zenit, la casta luna
Tendió desde él con maternal cariño
Tierna mirada sobre el regio niño.
Del ángel que custodia su persona
Bajo las alas de perfume llenas,
Dió sus primeros pasos en Arjona
Sobre el tapiz fragante de azucenas
Que dan al pueblo natural corona,
Sus vegas en redor ciñendo amenas:
Y sin dolencia corporal alguna
Llegó á la juventud desde la cuna.
Ánimo noble y continente bello,
Porque inspirara afecto y simpatía,
Dióle el Señor. Espléndido destello
Puso en sus ojos de la luz del día:
La gracia de el del cisne dió á su cuello
Dió á su voz de las auras la armonía:
Dió á su talle lo esbelto de la palma,
Y el temple de los genios á su alma.
Dió el carmín de la aurora y de la nieve
La limpieza á su tez; dió á su cintura
La grave majestad con que se mueve
El león, y del corzo la soltura:
Del sabio á su palabra dió lo breve,
La paz del niño á su sonrisa pura,
Y al corazón sin miedo y sin codicia
La fe, la lealtad y la justicia.
Diestro en la lid, en el consejo sabio,
Seguro en la virtud, fuerte en la ciencia,
Modesto en la victoria, en el agravio
Perdonador y sobrio en la opulencia:
En la mano la dádiva, en el labio
El consuelo y la paz, de la violencia
Castigador, y hermoso en la persona,
Nació digno Al-hamar de la corona.
Chispa encendida de la fe en la hoguera
Su estrella fué. Su celestial influjo
En el erial de la vital carrera
Por luminosa senda le condujo.
La ventura tras él fué por doquiera,
Su presencia doquier el bien produjo;
Amigos y enemigos le admiraron
Y la historia y el tiempo le afamaron.
Luchas civiles de la gente mora
Le llamaron urgentes á la guerra,
Y lidió con honor desde la aurora
Hasta que en sombra se sumió la tierra.
Llevó al fin su bandera vencedora
Del verde valle á la nevada sierra:
Y de un día de Abril en la alborada
Aclamado por rey entró en Granada.
Pequeña población recién tendida
En el seno amenísimo de un valle,
Por donde Darro en sonorosa huída
Abre á sus hondas perfumada calle,
Era entonces Granada, y parecida
Á africana gentil de suelto talle,
Que fatigada en calurosa siesta
Á la sombra durmióse en la floresta.
Y cuando digo población pequeña
Á la de hoy la imagino comparada:
Pues no era entonces cual después fué dueña
De dilatados términos Granada.
Bella ciudad de situación risueña
Y de bizarros Árabes poblada,
Era ciudad no grande, no opulenta,
Mas ya por su valor tenida en cuenta.
Á una orilla del Darro que mojaba
De sus labradas puertas los umbrales,
(Por bajo de la _cádima alcazaba_
Ceñida de murallas colosales)
Un barrio se extendía que habitaba
Raza de los egipcios arenales
Oriunda: gente audaz, de miedo ajena,
De negros ojos y de tez morena.
Tribu, como nacida en el desierto,
En sus gustos voluble y pareceres,
De este jardín á su escasez abierto
Doblemente apegada á los placeres.
Sus blancas azoteas eran huerto
Cuidado con afán por sus mujeres,
Y sombreaban sus altos miradores
Toldos fragantes de enredadas flores.
Gozaban de sabrosos alimentos,
Ocio oriental y cómodo vestido;
Cercaban sus alegres aposentos
Blandos cojines de sutil tejido:
Revestía sus limpios pavimentos
Mármol de Macäel blanco y pulido,
Los muros preciosísimo estucado
Y el friso trabajoso alicatado.
Sostenían los ricos arquitrabes
De sus claros moriscos corredores
Columnas ligerísimas. Sus naves
Adornaban arábigas labores,
Sutiles cual la pluma de las aves,
Tan brillantes como ella en sus colores;
Frutales desde el huerto á las ventanas
Alargando limones y manzanas.
Sus patios, que en albercas espaciosas
Reciben unas aguas cristalinas
Al cuerpo gratas y al beber sabrosas,
Pilas eran de baño alabastrinas,
Sembrado el borde de arrayán y rosas,
Donde las bellas moras granadinas
El seco ardor de la mitad del año
Ahuyentaban de sí con fresco baño.
Y en las serenas noches del estío,
Á la luz misteriosa de la luna,
Al són del agua del plateado río,
Y al compás de una cántiga moruna
(Dulce recuerdo del país natío
Que no se olvida en la mejor fortuna),
Sentábanse á danzar en la ribera
La alegre _Zambra_, y la _Jeíz_ ligera.
Tal fué la tribu y las mansiones tales
Que á una margen del Darro se extendían,
Mirándose en sus líquidos cristales
Á cuyo són los dueños se adormían:
Y tan gratas sus casas orientales
Eran, tal el contento en que vivían,
Que con justicia los que en él moraron
El _barrio del deleite_ le llamaron.
La otra ribera del sonante río
Era una verde y desigual colina,
Cuya enramada falda daba umbrío
Y ancho tapiz al agua cristalina,
Y cuyo lomo, seco en el estío,
Fundamento á una torre casi en ruina,
Que sirviendo á dos términos de raya
Era alminar á un tiempo y atalaya.
Domínase en la cumbre de esta altura
La extensión de la vega granadina,
Rica alfombra de flores y verdura
Que tendió ante sus plantas la divina
Mano de Aláh: tesoro de frescura,
Manantial de salud y peregrina
Mansión de toda dicha, cuyas suaves
Auras encantan con su voz las aves.
Ven desde allí los ojos embebidos
Cien alegres y blancos lugarejos,
Que de palomas asemejan nidos
Entre las verdes huertas á lo lejos;
Y montes cien que, por el sol heridos,
Descomponen su luz con mil reflejos
Que lanza el agua y el metal que encierra
Pródiga madre su fecunda tierra.
Allí anidan al par todas las aves
Y se abren á la par todas las flores:
Con la rápida alondra águilas graves,
Con la murta el clavel de cien colores;
Se respiran allí cuantos las naves
De oriente traen balsámicos olores,
Y allí da el cielo deliciosas frutas,
Y encierran minas las silvestres grutas.
Allí, bajo aquel cielo transparente
Donde vieron su Edén los Africanos,
Hállase aún en ideal viviente
La mujer de contornos sobrehumanos,
De ojos de luz y corazón ardiente,
De enano pie y anacaradas manos,
Cuya generación guardarán solas
Las árabes provincias españolas.
Moran allí esas célicas huríes,
Que pintan las muslímicas leyendas
Reclinadas en frescos alhamíes,
Sobre lechos de azahar, bajo albas tiendas;
Cuyos labios de rosas y alelíes
Guardan, de ardiente amor sabrosas prendas,
Palabras que embelesan los oídos
Y besos que adormecen los sentidos.
Aquellas celestiales hermosuras
Que coloca el Korán en su divina
Fantástica mansión de las venturas,
Cuya mirada el iris ilumina,
Cuyo aliento desparce esencias puras,
Cuyo seno y espalda alabastrina,
Velando mal sus mágicos hechizos,
Negros circundan y flotantes rizos.
Vense del cerro aquel gigantes cimas
Que eternas cubren seculares nieves,
Donde por grietas mil sus hondas simas
Ríos destilan en arroyos breves:
Y allí, cosechas para dar opimas,
Refréscanse al pasar las auras leves,
Que bajan luego á fecundar la vega
De las fuentes al par con que se riega.
Vese también por el siniestro lado
El valle de Genil, cuyos raudales
Bañan la verde amenidad de un prado
Cubierto de avellanos y nopales.
Gózase allí de un aire perfumado
Con el subido olor de los frutales,
Del cantueso, tomillo y mejorana,
Que el aura mueve al revolar liviana.
Y entre este barrio de delicias lleno
Y esta florida y desigual colina,
Se extiende el valle cuyo fértil seno
Fecunda el Darro que por él camina:
Y es el lugar más grato y más ameno,
La situación más bella y peregrina
De cuantos ríos fertiliza y baña
En la extensión de nuestra rica España.
Aquí, pues, á la margen de este río,
En la aromada falda de esta altura,
En una noche límpida de estío,
Y al són del agua que á sus pies murmura,
Arrobado en extraño desvarío
La alameda cruzaba á la ventura
Al-hamar, que en paseo misterioso
Olvidaba las horas del reposo.
Único sér con movimiento y vida
En la nocturna soledad errando,
Sin que la tierra por su pie oprimida
Crujir se oyera con el césped blando
De que la tierra inculta está mullida,
Algún insomne le juzgó temblando
Alma que torna á visitar la huesa
Del cuerpo en cuya cárcel vivió presa.
Flotaba suelto el alquicel nevado,
Blanqueaba del turbante el albo lino,
Y relucía en piedras engastado
El puño del alfanje damasquino:
Y este blanquear y relucir callado,
Á intervalos oculto del camino
Entre los troncos que al pasar cruzaba,
Faz de visión á su persona daba.
Y tal avanza silenciosa y lenta
Del solitario valle en la espesura,
Y al verla calla el ruiseñor que cuenta
Sus amores al aura, y á la hondura
Del río se desliza soñolienta
La culebra enroscada en la verdura,
Y el vuelo tiende á la contraria orilla
Espantada la tímida abubilla.
En tanto el noble príncipe, sumido
En el mar de sus propios pensamientos,
Ni atiende al ave que ahuyentó del nido,
Ni al reptil que saltó, ni á los acentos
Que el ruiseñor ahogó: y embebecido
Continúa avanzando á pasos lentos,
Hasta perderse en la arboleda obscura
Que se espesa del valle en la angostura.
Formaba esta recóndita arboleda
Un extendido bosque de avellanos,
Guardador de una espesa moraleda
Donde sus utilísimos gusanos
Daban por fruto delicada seda,
Que labrada después por diestras manos
Iba en preciosas telas y tejidos
Á todos los mercados conocidos.
Brotaba una sonora fuentecilla
En medio de esta fértil enramada,
Vertiendo sus cristales por la orilla
De tilos aromáticos orlada.
Hallábase en redor, con maravilla
De los ojos, la tierra cultivada,
Y (obra admirable de cuidosas manos)
Hechos jardín los céspedes villanos.
Corría allí suavísimo el ambiente
Cargado con la esencia de mil flores,
Y al respirarle huían de la mente
Los pensamientos tristes, sinsabores
Y duelos ahuyentando; y la corriente
Del manantial remedio á los dolores
Era del cuerpo débil, cuyos males
Cedían al beber de sus raudales.
Lugar divino en la región humana
Colocado era aquél: retiro augusto
De algún Genio de estirpe soberana
Que el sacro Edén abandonó por gusto:
Destierro acaso de una hurí que vana
Apreció su beldad más que fué justo:
Cita acaso de un Silfo en sus amores:
Lecho tal vez del Ángel de las flores.
Allí á Al-hamar inspiración secreta
Á hallar condujo solitario asilo,
Y allí, al mirarse en soledad completa,
Irguió la frente y respiró tranquilo:
Y á la sombra y al són que esparce inquieta
La extensa copa de oloroso tilo,
Sentóse alzando la real mirada
Al cielo azul de su gentil Granada.
Y allí á sus hondos sentimientos dando
Pábulo y campo en la mansión del pecho,
Con la influencia del lugar hallando
Á ellos el corazón menos estrecho,
Poco á poco la espalda reclinando
Fué de la hierba en el mullido lecho,
Y poco á poco deleitosa calma
Le aquietó el corazón, le arrobó el alma.
El canto de las aves anidadas
En el ramaje fresco, el campesino
Aroma de las hojas, oreadas
Con manso són por el errante y fino
Aliento de las brisas perfumadas,
Y el suave arrullo del raudal vecino,
Daban al sitio en que Al-hamar yacía
Célica paz y mágica armonía.
Ansiaba el rey grandeza venidera,
Gloria, poder, celebridad futura:
Ansiaba que su corte la primera
Fuése en valor, en lustre y en cultura:
Ansiaba darla fama duradera
Con prodigios de rica arquitectura:
Mas veía al par escaso su tesoro
Para hacer realidad sus sueños de oro.
Gozaba su exaltada fantasía
Con la bella ilusión de sus intentos:
Sus soberbios alcázares veía
Llenar la tierra y dominar los vientos:
Admiraba la gala y simetría
Que daba á sus labrados aposentos,
Y en sus doradas letras africanas
Leía ya las suras musulmanas.
Pensaba en las mil torres de los muros
Que á su noble ciudad dieran confines,
Fuerza rëal y límites seguros:
Pensaba en la extensión de sus jardines,
Asilos del deleite, y en los puros
Baños, y en los ocultos camarines
Del voluptuoso Harén de las mujeres,
Santuario del amor y los placeres.
Y embebecido en pensamientos tales,
Y embriagado tal vez con la esperanza
De hacer un día sus proyectos reales,
Si la fortuna amiga en la balanza
Su ambición y poder ponía iguales
Guiando el porvenir siempre en bonanza,
No percibió el dulcísimo beleño
Que iba en sus miembros derramando el sueño.
Poco á poco sus párpados cedieron
Á lenta pesadez, y sus pupilas
La claridad y la visión perdieron;
De los árboles mil las verdes filas,
De las aves y fuentes se le fueron
Borrando las imágenes tranquilas:
Y su imaginación quedando en calma,
De la vigilia al sueño pasó el alma.
Dos veces intentó los ojos vagos
Echar en rededor y á los sonidos
Atender, para alzarse haciendo amagos;
Pero cedieron otra vez rendidos
Sus párpados y miembros: anchos lagos
De sombra cada vez más extendidos
Envolvieron su inquieta fantasía,
Y un instante después. . . el rey dormía.
En calma universal, en paz completa
Quedó el frondoso valle, y la vecina
Corriente del arroyo y la aura inquieta
Le arrullaron con suave y campesina
Música. --Y en tal cláusula el poeta
Interrumpe su historia peregrina,
De agua y aire los sones halagüeños
Poniendo fin al LIBRO DE LOS SUEÑOS.
Libro de las Perlas.
En el sagrado nombre del que en el orbe impera
Oculto del espacio tras la cortina azul,
Que arregla de los astros la incógnita carrera,
Señor de las tinieblas, origen de la luz,
Del LIBRO DE LAS PERLAS comienzo la escritura
En verso claro y fácil á comprensión común.
Leed; ¡y plegue al cielo que os sea su lectura
Raudal de fe sincera, venero de salud!
¡Oh genios invisibles, que erráis en las tinieblas
En grupos impalpables, sobre alas sin color!
Vosotros, leves hijos del aire y de las nieblas,
Que amigos de las sombras aborrecéis al sol:
Vosotros cuya ciencia comprende los mil ruidos
Que pueblan el espacio con misterioso són,
Y comprendéis los cantos, murmullos y gemidos,
Con que susurra el árbol y canta el ruiseñor:
Vosotros, que asaltando con silencioso vuelo
Los áureos miradores del desvelado rey,
Llenáis de miedos vagos sus horas de desvelo
Con los siniestros ruidos que á su cristal hacéis;
Vosotros, que á la reja del camarín estrecho
Do la cautiva sueña con su perdido bien,
Con vuestro aliento puro enviáis hasta su lecho
Mil bellas ilusiones de amor y de placer:
Vosotros, favoritos del genio y la armonía,
Que á par de las abejas saltáis de flor en flor,
La gota estremeciendo titiladora y fría
Con que el rocío baña su virginal botón:
De vuestra poesía verted en mí el tesoro:
Lo armónico prestadme de vuestra vaga voz,
Porque mi mano pueda sacar del arpa de oro
Las cláusulas que dignas de mi relato son.
Cercadme, sostenedme con vuestro influjo santo
En la divina empresa que audaz acometí.
¡Oh genios de la noche! divinizad mi canto,
Y EL LIBRO DE LAS PERLAS guiad hasta su fin.
Guiad en él mi pluma,
Iluminad mi mente,
Y á la belleza suma
De asunto tan gentil
Haced que el pensamiento
Se eleve noblemente,
Y llegue al firmamento
Mi acento varonil.
Yo trazo aquí el relato
De tan divina historia,
Yo pinto aquí el retrato
De tan divino sér,
Que la palabra humana,
Ni la mortal memoria
Querrán con ansia vana
Contar y comprender.
Mi historia es tanto bella
Cuanto la lumbre vaga
De solitaria estrella
En recio temporal:
Cual la canción doliente
Que caprichosa maga
Murmura de una fuente
Bajo el fugaz cristal.
No hay lengua que la cuente
Ni mano que la trace.
El cuadro en vuestra mente
Fingid más ideal,
El tono que á vuestra alma
Más predilecto place
Dadle, y la luz, la calma
Que falta al mundo real.
Encima figuraos
De secular colina,
Cuando el nocturno caos
Platea el resplandor
De la modesta luna,
Que, amante, sin fortuna,
Eterna peregrina
Del sol tras el amor.
Fingíos una extensa
Riquísima llanura
Cubierta de verdura,
Y de caprichos mil
Llenadla: figuráosla
En la estación viciosa
Que abrir hace á la rosa
Su pétalo gentil.
El céfiro de aromas
Cargado nos orea
La faz: brotan las lomas
Con juvenil vigor
Mil hierbas, con que el viento
Inquieto juguetea
Con manso movimiento
Y lánguido rumor.
Fingíos una vega,
Que parte en cien pedazos
De un río que la riega
El líquido cristal,
Que caprichoso extiende
Los transparentes brazos
Doquier que el cauce tiende
Su lecho desigual:
Fingíos esta vega,
Cuya cubierta verde
Al horizonte llega
Y en su extensión se pierde,
Poblada de castillos,
De caprichosas ruinas,
De alegres lugarcillos,
De chozas campesinas;
De huertos pintorescos,
De arroyos cristalinos,
De bosquecillos frescos,
De móviles molinos,
De blancos palomares,
Rebaños y yeguadas,
Bodegas, colmenares,
Establos y toradas:
Fingid que en ella alcanza
La vista por doquiera
La campesina danza,
Á que en tranquila holganza
Y en amistad sincera,
Tras del trabajo ociosa
Se entrega bulliciosa
La alegre multitud:
Fingid este relato
Oído al són sencillo
(Mas cual ninguno grato)
Del tosco caramillo,
Y al trémulo y quejoso
Balar del cabritillo,
Y al canto trabajoso
Del soterrado grillo:
Fingíos que, lejana,
Del monasterio antiguo
Doblando la campana
Con su clamor despierta
Al perro, que está alerta
En el redil contiguo
Y en demostrar se afana
Ladrando su inquietud:
Y atento el ojo tiende
Al campanario viejo
De donde el són se extiende;
Y ve el móvil reflejo
Del esquilón, que gira,
Y el resplandor le admira
Del bronce que repele
Los rayos de la luz:
Fingíos este suelo
Tan bello coronado
Con un hermoso cielo
De transparente azul,
En cuyo fondo puro,
Quebrando el horizonte,
Sobre el perfil obscuro
Del apartado monte,
Por cima del convento
Mansión de la virtud,
Pomposas, salutíferas, inmarcesibles ramas
Del árbol sacrosanto de la eternal salud,
Destácanse en el campo del limpio firmamento
Los dos abiertos brazos de la cristiana Cruz.
¿Tenéis en la memoria
Tan mágica pintura?
¿Miráis esta llanura
Tan bella cual mi pluma pintárosla intentó?
Pues es más halagüeña,
Más plácida y risueña
La celestial historia
Que en este libro frágil os voy á contar yo.
El LIBRO DE LAS PERLAS
Encierra en sus conceptos
La historia y los secretos
De un Ángel favorito de su inmortal Señor.
Venid á recogerlas:
Que Dios, que el Paraíso
Por cuna darle quiso,
Dió á par á sus palabras de perlas el valor.
De perlas elegidas
En las de más pureza,
Más precio y más belleza:
Las _perlas de la Gracia_, las _perlas de la Fe_:
Las perlas que, vertidas
Por su divina mano,
Harán del sér humano
Que recogerlas sepa un ángel como él fué.
Todo en silencio duerme
En la arboleda umbrosa
Donde Al-hamar reposa:
En calma universal
Yacer parece inerme
Naturaleza entera,
Cual si á sopor cediera
De atmósfera letal.
La cuádriga argentina
Del carro de la luna
Su curso al mar declina:
Y de su carro en pos,
Sombría, taciturna,
Su negro velo tiende
La lobreguez nocturna
Ante la luz de Dios.
La escasa y vacilante
Que radian las estrellas
Da apenas espirante
Su postrimer fulgor:
Reflejo moribundo,
Que cuando espire en ellas
Hará del ciego mundo
Un bulto sin color.
Ya lo es. Doquier se carga
De espesa sombra, y queda
Sumida la arboleda
En densa obscuridad.
Indefinible encanto
Doquier la vida embarga;
Exhala pavor santo
La muda soledad.
Y he aquí que en este punto,
Del fondo de la fuente
Que arrulla mansamente
El sueño de Al-hamar,
La faz resplandeciente
De un Genio, que ilumina
La linfa cristalina,
Se comenzó á elevar.
Tocó en el haz del agua
Su cabellera blonda:
Quebró la frágil onda
Su frente virginal:
Dejó el agua mil hebras
Entre sus rizos rotas,
Y á unirse volvió en gotas
Al limpio manantial.
Como vapor ligero
Del lago se levanta:
Cual de aromosa planta
Exhálase el olor:
Cual del albor primero
Del día que amanece
Fantástico aparece
El vago resplandor.
Del agua cristalina
Así elevó serena
Su aparición divina
El Genio celestial,
Cuyo contorno aéreo
Rodea alba aureola
Que el valle tornasola
Con luz matutinal.
Al fuego repentino
Que en torno á sí derrama,
Soltó su alegre trino
Despierto el ruiseñor:
Su voz de rama en rama
Las auras extendieron,
Y en cánticos rompieron
Mil aves en redor.
Dió un paso en la pradera,
Y al agitar el viento
Su rica cabellera,
El aire se aromó;
Dejó escapar su aliento,
Y cuanto allí vivía
Su aliento de ambrosía
Con ansia respiró.
Y entonces la callada
Blanca visión llegando,
Donde por sueño blando
Vencido está Al-hamar,
Los céspedes por lecho,
La mano perfumada
Le puso sobre el pecho,
Y así le empezó á hablar:
«Ilustre y venturoso
Caudillo Nazarita,
Tu místico reposo
Bendice al despertar.
Tu espíritu, que lucha
Con mi visión, se agita
Medroso en vano: escucha
Mi voz, rey Al-hamar.
»Mi voz es la armonía
Cuando habla á un sér amigo
De Dios, y es lo que digo
Más dulce que la miel:
Mi origen es el cielo,
Mi edad es la del día,
Mi esencia es el consuelo,
Mi nombre es Azäel.
»Yo soy un ángel y era
El ángel más perfecto,
El sér más predilecto
Del sabio Criador.
Moraba yo en la esfera
Más alta y más vecina
Á la mansión divina
De mi inmortal Señor.
»Un día. . . . . ¡día aciago!
Cruzóme fugitivo
La mente loca un vago
Delirio criminal:
Pensé, mirando altivo
Mi esencia y mi hermosura,
Que no era criatura
Á las demás igual.
»Imaginé que origen
Más puro y soberano
Me pudo dar la mano
Del Hacedor tal vez:
Mas ¡ay! los que su mente
Por su altivez dirigen,
Verán cuán torpemente
Soñó su insensatez.
»Apenas un momento
Tan orgullosa idea
Brotó en mi pensamiento
Y en él lugar la di,
Tiniebla inesperada
Cegó mi mente rea,
Y ante la faz airada
Del Criador me vi.
»Desnudo ante la vista
Del Dios que le llamaba,
Como arrancada arista
Mi sér se estremeció;
La luz de su presencia
Mi nada iluminaba:
Juzgóme, y su sentencia
Así me fulminó:
«Tres siglos es preciso
»Que llores por tu yerro:
»Sal, pues, del Paraíso:
»El globo terrenal
»Te doy para destierro:
»Tus nobles atributos
»Te dejo: nobles frutos
»De tu hálito inmortal.
»Que broten de tus lágrimas
»En el lugar que mores
»El germen de las flores
»Y el manantial del bien.
»Sé allí su luz vivífica,
»Sé tú su astro benigno,
»Y vuelve al Cielo digno
»Del celestial Edén. »
»Dijo: y tendí mi vuelo
Llorando hacia la tierra:
Caí sobre este suelo,
Y en este manantial
Do tengo mi retiro
Mi espíritu se encierra;
Yo soy el que suspiro
De noche en su raudal.
»Yo soy el que velando
En esta margen bella
Pródigo vierto en ella
La vida y la salud.
Tú en ella sin respiro
Me vienes estrechando,
Y yo la fe te inspiro,
La ciencia y la virtud.
»Tú luchas por la gloria
De tu falaz creencia,
Y espléndida existencia
Preparas á tu grey:
Y yo que sé tu historia,
Tu origen y tu sino,
Arreglo tu destino
Por misteriosa ley.
»Sí, tú eres una espada
Que blande ajena mano:
Tú á impulso soberano
Obedeciendo vas:
Tú siembras la simiente
Que encuentras apilada:
Mas siembras diligente
Para quien va detrás.
»De aquí me desalojas
Cuando estos sitios pueblas,
De aquí conmigo arrojas
La gracia y el pudor:
Mas yo vi en las tinieblas
Resplandecer tus ojos,
Te conocí, y de hinojos
Di gracias al Señor.
»Su vista rutilante,
Que el universo abarca,
Posada en tu semblante
Desde tu cuna está:
Y el dedo omnipotente
Sobre tu noble frente
Grabó la regia marca
Que á conocer te da.
»Naciste favorito
Del genio y de la gloria;
Tu nombre es la victoria,
Tu voluntad ley es.
Tu tiempo es infinito,
Tus huellas indelebles;
Los montes son endebles
Debajo de tus pies.
»¿Tú anhelas un tesoro?
Mis lágrimas son perlas:
El Darro te trae oro:
Plata te da el Genil:
Cien minas en tu suelo
Posees: despierta á verlas,
Y haz de este valle un cielo
Para tu grey gentil.
»Encumbra este hemisferio
Con el poder de Oriente. . . . .
Yo en él haré á otra gente
Plantar su pabellón.
Yo te daré un imperio,
Mas tú para pagarme
Tendrás al fin que darme
Tu fe y tu corazón.
»Adiós ¡oh Nazarita!
Mi aparición recuerda
Cuando el pesar te muerda
Con aguijón de hiel:
No olvides en tu cuita
Que abrió sobre este suelo
La fuente del consuelo
El ángel Azäel. »
Tal dijo: y el divino
Sér misterioso alzando
La mano que posando
Tenía en Al-hamar,
Al fondo cristalino
Volvióse de la fuente,
Que su cristal bullente
Sobre él volvió á cerrar.
El ámbar que exhalaba
Su aliento de ambrosía,
La luz que derramaba
Su forma, la armonía
De que su voz llenaba
La selva, y el encanto
Con que su influjo santo
Divinizó el vergel,
Como neblina leve
Que desvanece el aura
Al punto que se mueve,
Se disipó con él:
Dudar pudiendo en suma
La mente deslumbrada
Si fué visión soñada
El ángel Azäel.
Tornó á la antigua calma
Y soledad primera
El bosque y la pradera:
Y el príncipe Al-hamar,
Sintiendo libre el alma
Del fatigoso ensueño,
De su tenaz beleño
Se comenzó á librar.
Su mente obscurecida
Se iluminó: la historia
Del sueño en su memoria
Se comenzó á aclarar;
Y al fin, el cuerpo suelto
De su sopor y vuelto
Á la razón y vida,
Se despertó Al-hamar.
La vista echando en torno
Del sitio solitario,
Reconoció el contorno;
Mas como al ángel no,
Sonrisa de desdeño
Mostrando el juicio vario
Que forma de su sueño,
En la ciudad pensó.
Pensó que de ella ausente
Pasó la noche entera:
Pensó en su inquieta gente
Y se aprestó á partir,
Mirando tras el monte
Rayar la luz primera
Del sol, que al horizonte
Comienza ya á subir.
Compuso en la cintura
La faja tunecina;
La suelta capellina
Sobre la espalda echó,
Y el aura respirando
Del bosque y la frescura
Del alba, el césped blando
Con leve planta holló.
Dió un paso en la pradera,
Y alzando repentina
La brisa matutina
Su vuelo en el verjel,
Como una mies ligera
Dobló el ramaje umbrío,
Y sacudió el rocío
Depositado en él.
Surcaron desprendidas
Sus gotas el ambiente,
Cual lluvia transparente,
Espesa, universal:
El aire deshacerlas
No pudo, y esparcidas
Quedaron como perlas
Sobre la hierba igual.
Ráfaga, empero, errante
La brisa fué: su impulso,
Durante un solo instante,
Sin fuerzas espiró.
Irguióse la arboleda
Con rápido repulso,
Y todo al punto á leda
Tranquilidad volvió.
Vertió desde la cumbre
Del monte al hora misma
El sol su nueva lumbre:
Deshizo su arrebol
La atmósfera en su prisma
De múltiples colores,
Y abriéronse las flores
Á recibir al sol.
Debajo de la tienda
De sus plegadas hojas,
Las clavellinas rojas,
Los rojos alhelís
Mostráronle con franca
Exposición su ofrenda
En otra perla blanca
Cercada de rubís.
Detuvo la indecisa
Planta Al-hamar: su labio
Bañó dulce sonrisa
Su sueño al recordar,
É incrédulo, si sabio,
Juzgándolo quimera,
Tornó por la ladera
El paso á enderezar.
Y por mostrar desprecio
De sueños infundados,
Los céspedes mojados
Pisaba sin temor,
Con indignado y recio
Paso, truncando altivo
El tallo inofensivo
De una y otra flor.
Mas pronto perturbado
Su corazón de nuevo
Latió desconcertado,
Y comenzó á creer
La aparición soñada
Del celestial mancebo
Inspiración enviada
Por celestial poder.
De cada flor que rota
Derriba, ve que intacta
La desprendida gota
Resbala, y sin perder
Su redondez compacta,
En la mullida hierba
Entera se conserva,
Maciza al parecer.
Tendió la regia mano
Á la que más vecina
Halló; mas al cogerla
Reconoció Al-hamar
Su sino sobrehumano:
La gota cristalina
Era una gruesa perla,
Cual nunca las dió el mar.
Su limpia transparencia,
Su peso, su tamaño,
Su origen, tan extraño
Á cuanto oído fué,
Aclaman infinita
En número, inaudita
En precio la opulencia
Del rey que las posee.
No tiene en las ignotas
Minas que avara encierra
Tesoro igual la tierra
Ni en piedra, ni en metal:
Cada una de las gotas
Del celestial rocío
De plata vale un río
En precio á un reino igual.
¡Bendito el que tesoro
Tal poseer le cabe!
¡Bendito el que le sabe
Empleo digno dar!
¡Dichoso el Nazarita
Amir del pueblo moro,
En quien está bendita
La estirpe de Nazar!
Cayó Al-hamar de hinojos,
Y alzando al firmamento
Las manos y los ojos,
Con exaltada fe,
«Señor, dijo, yo admito
Un dón tan opulento,
Y á dón tan infinito
Corresponder sabré. »
Y así Al-hamar diciendo,
Y el dón agradeciendo
Que liberal le envía
La mano del Señor,
Las perlas recogía. . . . .
Y acaba al recogerlas
EL LIBRO DE LAS PERLAS.
¡De Aláh sea en loor!
Libro de los Alcázares.
¡Granada! Ciudad bendita
Reclinada sobre flores,
Quien no ha visto tus primores
Ni vió luz, ni gozó bien.
Quien ha orado en tu mezquita
Y habitado tus palacios,
Visitado ha los espacios
Encantados del Edén.
Paraíso de la tierra,
Cuyos mágicos jardines
Con sus manos de jazmines
Cultivó celeste hurí,
La salud en ti se encierra,
En ti mora la alegría,
En tus sierras nace el día,
Y arde el sol de amor por ti.
Tus fructíferas colinas,
Que son nidos de palomas,
Embalsaman los aromas
De un florido eterno Abril:
De tus fuentes cristalinas
Surcan cisnes los raudales:
Bajan águilas rëales
Á bañarse en tu Genil.
Gayas aves entretienen
Con sus trinos y sus quejas
El afán de las abejas
Que en tus troncos labran miel:
Y en tus sauces se detienen
Las cansadas golondrinas
Á las playas argelinas
Cuando emigran en tropel.
En ti como en un espejo
Se mira el profeta santo:
La luna envidia el encanto
Que hay en tu dormida faz:
Y al mirarte á su reflejo
El arcángel que la guía,
Un casto beso te envía
Diciéndote:--«Duerme en paz. »
El albor de la mañana
Se esclarece en tu sonrisa,
Y en tus valles va la brisa
De la aurora á reposar.
¡Oh Granada, la sultana
Del deleite y la ventura!
Quien no ha visto tu hermosura
Al nacer debió cegar.
¡Aláh salve al Nazarita,
Que derrama sus tesoros
Para hacerte de los Moros
El alcázar imperial!
¡Aláh salve al rey que habita
Los palacios que en ti eleva!
¡Aláh salve al rey que lleva
Tu destino á gloria tal!
Las entrañas de tu sierra
Se socavan noche y día;
Dan su mármol á porfía
Geb-Elvira y Macaël;
Ensordécese la tierra
Con el són de los martillos,
Y aparecen tus castillos,
Maravillas del cincel.
Ni un momento de reposo
Se concede: palmo á palmo,
Como á impulso de un ensalmo,
Se levanta por doquier
El alcázar portentoso
Que, mofándose del viento,
Será eterno monumento
De tu ciencia y tu poder.
Reverbera su techumbre
Por las noches, á lo lejos.
De las teas á la lumbre
Que iluminan sin cesar
Los trabajos misteriosos,
Y á sus cárdenos reflejos
Van los Genios sus preciosos
Aposentos á labrar.
¿De quién es ese palacio
Sostenido en mil pilares,
Cuyas torres y alminares
De inmortales obras son?
¿Quién habita el regio espacio
De sus cámaras abiertas?
¿Quién grabó sobre sus puertas
Atrevido su blasón?
¿De quién es aquella corte
De galanes Africanos
Que le cruzan tan ufanos
De su noble Amir en pos?
En su alcázar y en su porte
Bien se lee su nombre escrito:
_Al-hamar_. --¡Aláh bendito,
Es la ALHAMBRA! --¡Gloria á Dios!
ALHAMBRA
¡Salud, favorita bella
Del Amir más poderoso!
¡Salud, tienda de reposo
De la gloria y el placer!
¡Vele Dios tu buena estrella,
Dichosísima señora!
¿Quién de ti no se enamora
Si una vez te llega á ver?
Al-hamar vertió en tu seno
De sus perlas los tesoros,
Te hizo perla de los Moros,
Puso reinos á tus pies.
Noble Reina, de labores
Tu real manto arrastras lleno,
Y cada una de sus flores
Un soberbio alcázar es.
Hermosísima Africana,
Ríe y danza voluptuosa:
Tu albo seno es una rosa
En lo fresco y lo gentil.
Regocíjate, Sultana,
Ríe y danza sin pesares,
Que el compás de tus danzares
Llevarán Darro y Genil.
Ríe y danza: ¿quién descuella
Como tú en poder y gala?
¿Quién compite, quién iguala
Tu opulenta majestad?
Donde tú sientas la huella
Van sembrando los amores
La semilla de las flores
Que perfuman tu beldad.
¿Dónde está la altiva reina
Que á la par de ti se ostente?
¿Dónde está la que su frente
Se corone como tú?
Son jardines tus cabellos,
Que aromado el viento peina
Cuando Mayo prende en ellos
Tocas de verde tisú.
Diadema con que se ciñe
Tu Granada, son tus brillos
Del color en que se tiñe
Roja el alba al purpurar;
Tus diamantes son palacios
Engastados en cintillos
De murallas de topacios,
Que deslumbran el mirar.
Y esas bóvedas ligeras
Cual prendidos cortinajes,
Y esos muros como encajes,
Delicados en labor,
De las manos hechiceras
De los Genios han salido,
Que en secreto ha sometido
Á su dueño el Criador.
¡Regia Alhambra! ¡Áureo pebete,
Perfumero de Sultanas!
Tus arábigas ventanas
Son las puertas de la luz.
El Oriente se somete
Á tus pies como un cautivo,
Y hace bien de estar altivo
De tenerte el Andaluz.
GENERALIFE
Y GRANADA Á VISTA DE PÁJARO
Entre lirios mal velado
El galán Generalife
Da al ambiente enamorado
Dulces besos para ti;
Como Ondina que ligera
Huyendo desde su esquife,
Vuelto el rostro á la ribera,
Se los da á quien queda allí.
¿Que Sultán su alcázar tiene
De jardines enramado,
De una peña así colgado
En mitad del aire azul?
Con los siervos que mantiene
El del Bósforo sonoro
No hará nunca á fuerza de oro
Otro igual en Estambul.
Del peñón en la alta loma
Semejando está que vuela,
Como rápida paloma
Que se lanza de un ciprés:
Mas si el ojo se asegura
De que inmoble está en la altura,
Le parece una gacela
Recostada entre una mies.
Sus calados peristilos,
Sus dorados camarines,
Sus balsámicos jardines
De salubre aire vital,
De los Silfos son asilos,
Que, meciéndose en sus flores,
Cantan libres sus amores
En su lengua celestial.
Y en las noches azuladas
Del verano, oculta cita
Trae amantes á las Hadas
Sus caricias á gozar:
Y al rayar el alba hermosa
Que interrumpe su visita,
En sus alas de oro y rosa
Tornan vuelo á levantar.
Atalaya de Granada,
Alminar de excelsa altura
De la atmósfera más pura
Colocado en la región:
¿Qué no ven de cuanto agrada
Tus ventanas por sus ojos?
¿Qué se niega á los antojos
Del que asoma á tu balcón?
Junto á ti los Alijares
Ataviados á lo moro
En el río de aguas de oro
Ven su gala y brillantez;
Más allá, sobre pilares
De alabastro, _Darlaroca_
Con su frente al cielo toca,
Que la sufre su altivez.
Á su par los frescos baños
De las Reinas granadinas,
Cuyas aguas cristalinas
Se perfuman con azahar
Y se entoldan con las plumas
De mil pájaros extraños,
Que se van con grandes sumas
Á las Indias á comprar.
Á tu izquierda el montecillo
Cuyo pie Genil evita,
Reflejando en sí la Ermita
De los siervos de la Cruz:
Á tu diestra el real castillo
Sobre el cual voltea inquieta
La simbólica veleta
Del bizarro Aben-Abuz.
Más allá los cerros altos
(Cuyo nombre y cuya historia
Dejarán dulce memoria)
Del Padul y de Alhendín:
Y allá más los grandes saltos
De las aguas de la sierra,
Cuya eterna nieve cierra
De tus reinos el confín.
Á tus pies Torres-Bermejas
Con sus cubos pintorescos,
Que avanzadas y parejas
Aseguran tu quietud:
Y bajo ellas, el espacio
Respetando del palacio
De su rey, los valles frescos
Donde habita la salud.
¡Oh pensil de los hechizos,
Bien amado de la luna!
¿Qué echa menos tu fortuna
En la gloria en que te ves?
Abre, avaro, antojadizos
Tus moriscos ajimeces,
Y ve qué es lo que apeteces
Con Granada ante tus pies.
De tu vista caprichosa
¿Qué no alcanzan los deseos?
Sus mezquitas, sus paseos,
Su opulento Zacatín,
Su bib-rambla bulliciosa
Con sus cañas y sus toros:
De valor y amor tesoros
Albunést y el Albaicín:
Sus colmados alhoriles,
Sus alhóndigas rëales,
Sus sagrados hospitales,
Regias obras de Al-hamar,
Todo está bajo tu sombra
¡Oh florón de los pensiles!
De tus plantas siendo alfombra
Y encantándote el mirar.
¡Oh palacio de la zambra,
Camarín de los festines,
Alto rey de los jardines,
De aguas vivas saltador,
Real hermano de la Alhambra,
Pabellón de auras süaves,
Favorito de las aves,
Y del alba mirador:
De los pájaros el trino,
De las auras el arrullo,
De las fiestas el murmullo
Y del agua el manso són,
Dan al ámbito divino
De tu alcázar noche y día
Una incógnita armonía
Que embelesa el corazón!
Encantado laberinto
Consagrado á los placeres,
Tú escalón del cielo eres,
Tú portada del Edén.
En tu mágico recinto
Escribió el amor su historia,
Y á los justos en la gloria
Las huríes se la leen.
AL-HAMAR EN SUS ALCÁZARES
Liberal de sus erarios,
Protector del desvalido,
Fiel, lëal para el vencido
Y del sabio amparador:
Por amigos y contrarios
Estimado en paz y en guerra,
Es la egida de su tierra
Al-hamar el vencedor.
En la paz, rey justiciero,
Oye atento en sus audiencias
Y da recto sus sentencias
Por las leyes del Korán.
En la guerra, compañero
Del soldado, buen guerrero,
Por valiente va el primero
Como va por capitán.
Ostentosa en aparato,
Costosísima en su porte,
Á los ojos de su corte
Muestra su alta dignidad:
Pero al dar con tal boato
Real decoro á la corona,
Niega sobrio á su persona
Lo que da á su majestad.
No dejado, mas modesto
En su gala y vestidura,
Da á su cuerpo limpia holgura
Y elegante sencillez:
Y recibe á su presencia,
Dondequiera al bien dispuesto,
Con cordial benevolencia
Al dolor y á la honradez.
Franco, afable, igual, sencillo
En su vida y ley privada,
En su pecho está hospedada
La leal cordialidad;
Y depuesto el regio brillo,
Los amigos de su infancia
En el fondo de su estancia
Hallan siempre su amistad.
Sus más fieros enemigos
Los Amires castellanos
Le visitan cortesanos
Y le piden protección:
Y él les trata como á amigos,
Con sus nobles les iguala,
Les festeja y les regala
Sin doblez de corazón.
Moderado en sus placeres
Cual frugal en sus festines,
Da opulento á sus mujeres
Mesa opípara en su harén;
Pero no entra en sus jardines
Tierno amante ó fiel esposo
Hasta la hora del reposo,
Como á un Príncipe está bien.
El Korán cuatro sultanas
Le permite, y como tales
En sus Cámaras rëales
Alojadas cuatro están.
Á las cuatro tiene vanas
El amor del Nazarita,
Mas ninguna es favorita
En el alma del Sultán.
Las almées y los juglares
De más gracia y más destreza
Tiene á sueldo, con largueza
Atendiendo á su placer:
Y en sus fiestas familiares
Las prodiga el noble Moro
Cuanto pueden amor y oro
Por espléndido ofrecer.
Es su harén del gozo fuente
Y de fiestas laberinto:
Estremece su recinto
Siempre alegre conmoción,
Y resuena eternamente
Por los bosques de la Alhambra
El compás de libre zambra,
De las músicas el són.
Al-hamar en tanto, á solas
Con sus íntimos cuidados,
En el bien de sus estados
Piensa inquieto sin cesar;
Y sobre las mansas olas
De aquel mar de dicha y calma
Brilla el faro de su alma,
Vela el ojo de Al-hamar.
Afanoso, inquieto, activo
Mientras dura el día claro,
De los débiles amparo,
Peso fiel de la igualdad,
Sin quitar pie del estribo,
Sin dejar puerta, ni torre,
Ni mercado, ve y recorre
Por sí mismo la ciudad.
Por doquier con recta mano
La justicia distribuye,
Por doquier sagaz se instruye
De las faltas de su ley,
Y la enmienda soberano
Del bien de su pueblo amigo,
Porque sirva de castigo
Y de amparo de su grey.
Así el noble Nazarita,
Rey y luz del huerto ameno
De Granada, Edén terreno
Modelado en el Korán,
Sus alcázares habita
De virtud siendo rocío,
Siendo rayo del impío
Y decoro del Islam.
Vencedor, nunca vencido,
Rey piadoso, juez severo,
En la lid buen caballero
Y en la paz sol de su fe:
De sus pueblos bendecido,
De enemigos respetado,
Y de fieles rodeado,
El excelso Amir se ve.
Y así mora el Nazarita
Sus alcázares dorados,
Misteriosamente alzados
Del placer para mansión.
Mas ¿quién sabe si él habita
Su morada encantadora,
Y el pesar oculto mora
En su regio corazón?
Triste, insomne, solitario,
Como sombra taciturna
Que á su nicho funerario
Un conjuro hace asomar,
Á las brechas angulares
De su torre de Comares
En la lobreguez nocturna
Tal vez asoma Al-hamar.
Apoyado en una almena
De la gigantesca torre,
Del río que á sus pies corre
Oye distraído el són,
Y contempla en los espacios,
Que la espesa sombra llena,
De su corte y sus palacios
El fantástico montón.
Pertinaz á veces mira
Del fresco valle á la hondura,
Sombra, espacio y espesura
Anhelando penetrar:
Muévese allí el aura mansa
No más: de mirar se cansa,
Y el rostro vuelve y suspira
Melancólico Al-hamar.
¡Cuántas veces en la almena
Le sorprende la mañana,
Y al afán que le enajena
Treguas da su resplandor:
Y sin dar un hora al sueño,
De Granada vuelve el dueño
De sí á echar lo que le afana,
De sí mismo vencedor!
Mas ¿quién lee sobre su frente
El oculto pensamiento
Que tras ella turbulento
Lleva el alma de él en pos?
Sólo Aquél que da igualmente
Las venturas y los males,
Y las dichas terrenales
Con el duelo acota. --Dios.
Dios, que tierra y mar divide,
La eternidad sonda y mide,
Del espacio sabe el límite
Y del mundo ve el confín.
Dios, cuya grandeza canto,
Y con cuyo nombre santo
Al LIBRO DE LOS ALCÁZARES
Reverente pongo fin.
Libro de los espíritus.
RECUERDOS
¿Qué flor no se marchita?
¿Cuál es el fuerte roble
Que el huracán no troncha
Ó el tiempo no carcome?
¿Qué dicha no se acaba?
¿Qué hora veloz no corre?
¿Qué estrella no se eclipsa?
¿Qué sol nunca se pone?
¿Adónde está el alcázar
En cuyas altas torres
La tempestad no ruge
Cuando el nublado rompe?
¿Quién es el que ha cruzado
El piélago salobre
Sin que su nave un punto
La tempestad azote?
¿Quién fué por el desierto
Pisando siempre flores?
¿Ni quién pasó la vida
Sin duelos ni pasiones?
¿Ni quién es el que en calma
Durmió todas las noches
Sin que el pesar un punto
Tenido le haya insomne?
Ninguno. El rey altivo,
Como el esclavo pobre,
Al reclinar cansados
Su frente por la noche.
Ya en mendigada paja,
Ya en ricos almohadones,
Perciben que un gusano
El corazón les röe.
Es el afán secreto
Que agita eterno, indócil
Al corazón, y gira
Con la veleta móvil
Del pensamiento vano.
¡Dichoso el que conoce
Que Dios tan sólo llena
El corazón del hombre!
