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Así pues, si la tierra, precisamente por estar situada en
el centro mundano, está condenada           a permane­
cer en el lugar ínfimo y más desagradecido -en una favela del cos­
mos, como si dijéramos-, más pronto o más tarde sus habitantes
tienen que darse cuenta del fallo de la construcción inmunológica
de ese modelo de mundo, por más que los teólogos se empeñen en
aducir las promesas de salvación que quieran.