Que, con todo, el propio
derrumbamiento
de esta caricatura del tacto en la camaraderi?
Adorno-Theodor-Minima-Moralia
- E n los regi?
menes fascistas de la pri- mera mitad de!
siglo xx se ha estabilizado absurdamente la forma obsoleta de la economi?
a multiplicando el terror del que necesita IMra mantenerse en pie, y ahora su absurdo queda totalmente al descubierto.
Pero tambie?
n la vida privada esta?
marcada por e?
l.
Con el poder de disposicio?
n se han implantado una vez ma?
s y si- multa?
neamente el asfixiante orden de lo privado, el particularis- mo de los intereses, la hace tiempo superada forma de la familia y el derecho de propiedad con su reflejo sobre el cara?
cter.
Pero con mala conciencia, con la apenas disimulada conciencia de la fal- sed ad .
Lo que en la bu rguesi?
a siempre se considero?
bueno y deco- roso, la independencia, la perseverancia, la previsio?
n y la pruden- ria, esta?
corrompido hasta la me?
dula.
Pues mientras las formas burguesas de existencia son conservadas con obstinacio?
n, su su- puesto econo?
mico se ha derrumbado.
lo privado ha pasado a cons- tituirse en lo privativo que en el fondo siempre fue, y con el terco nferramlenro al propio intere?
s se ha mezclado tal obcecacio?
n que de ningu?
n modo es ya posible concebir que pueda llegar a ser di- ferente y mejor.
Los burgueses han perdido su ingenuidad, lo que les ha vuelto insensibles y malintencionados.
La mano protectora que au?
n cuida y cultiva su jardi?
n como si e?
ste no se hubiera con- vertido desde hace ya tiempo en <<lote>>, pero que, recelosa, man- tiene a distancia al intruso desconocido, es ahora la misma que niega el asilo al refugiado poli?
tico.
Como si estuviesen objetiva- mente amenazados, los que detentan el poder y su se?
quito se vuelo ven subjetivamente inhumanos.
De este modo la clase se repliega sobre si?
misma haciendo suya la voluntad destructiva que anima
3D
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? ? el curso del mundo, Los burgueses sobreviven como fantasmas anunciadores de calamidades.
15
Le nouvel avare,-Existen dos clases de avancra. Una es la arcaica, la pasi6n que nada concede ni a si? mismo ni a los dema? s, cuyos rasgos fiso n o? micos eternizo? Moliere y Freud interpreto? como cara? cter anal. Esta culmina en el miser, en el mendigo que secretamente dispone de millones y que, en cierto modo, es la ma? scara puritana del califa disfrazado del cuento. Este tipo esta? emparentado con el coleccionista, el mania? tico y, en fin, el gran amador como Gobseck lo esta? con Esther. Au? n nos lo encontra- mos, como una curiosidad, en las columnas locales de los diarios. En nuestra e? poca, el avaro es aquel para quien nada es demasiado caro cuando se trata de e? l mismo y sf lo es cuando se trata de los dema? s. Piensa en equivalencias, y su vida privada toda esta? regida por la ley de dar siempre menos de lo que se recibe, pero siempre lo bastante para poder recibir, En toda benevolencia que pueda mostrar se deja notar la consideracio? n: <<? es esto necesario? . . , <<? es preciso hacer esto? . . , Su nota ma? s distintiva es la prisa por corresponder a las atenciones recibidas a fin de no dejar hueco alguno en la cadena de intercambios que determina sus gastos, Como en ellos todo acontece de modo racional y con las cosas en regIa, es imposible, como a Harpagon y a Scrooge, convencer. los y convertirlos. Su amabilidad es una medida de su inflexibi- lidad, Cuando conviene se fundan de un modo irrefutable en lo justo del derecho, con lo que lo justo se funda en lo injusto, mientras que la locura de los avaros de capa carda teni? a la nota conciliadora de que la tendencia a guardar el oro en el arca atrai? a al ladro? n y de que su pasi6n se serenaba con el sacrificio o con la pe? rdida como el deseo de posesio? n ero? tica con la renuncia. Pero los nuevos avaros ya no practican el ascetismo como un vicio, sino como previsio? n. Esta? n asegurados.
16 So/m'/11diale? cticadeltacto,-Goethe,quefueclaramentecons-
t'irlllt' de la imposibilidad de toda relaci6n humana que amenazaba 32
a la incipiente sociedad industrializada, intento? en las novelas de los <<an? os de viaje>> presentar al tacto como la salida salvadora entre los hombres alienados, Tal salida le parecio? inseparable de la resignacio? n, de la renuncia al acercamiento y a la pasio? n no coartados y a la felicidad duradera. Para e? l lo humano consisti? a en una autolimitacie? n que, conjura? ndola, asumfa la inevitable marcha de la historia - la inhumanidad del progreso y la atrofia del sujeto. Pero lo que desde entonces ha acontecido hace que la resignacio? n goethiana parezca un estado de plenitud. Tacto y hu- manidad - p ara e? l la misma cosa- han recorrido mientras tamo
el camino que, segu? n crei? a Goethe, debi? an evitar, El acto tiene su hora precisa en la historia. Es aquella en la que el individuo burgue? s quedo? libre de la opresio? n absolutista. Libre y solitario, se hada responsable de si? mismo, mientras que las formas jerar- quizadas de la consideracio? n y el respeto desarrolladas por el abso- lutismo, privadas de su fundamento econo? mico y de su poder coactivo. resultaban todavi? a suficientes para hacer soportable la convivencia dentro de grupos privilegiados, Tal empate, en cierto modo parado? jico, entre absolutismo y liberalidad se deja percibir, igual que en el W ilhelm Meister, tambie? n en la posicio? n de Bee- tboven respecto a los esquemas tradicionales de la composicio? n y hasta en el seno de la lo? gica misma, en la reconstruccio? n subjetiva por parte de Kant de las ideas objetivamente obligatorias. Las repeticiones regulares de Beethoven despue? s de los pasajes dina? - micos, la deduccio? n de Kant de las categori? as escola? sticas a partir de la unidad de la conciencia son, en un sentido eminente, <<tacto. . . El presupuesto del tacto es la convencio? n en si? ya rota, y sin embargo au? n actual. Esta se halla ahora irremisiblemente en de-
cadencia y sobrevive tan so? lo en la parodia de las formas, en una etiqueta para ignorantes inventada o recordada de modo capricho- so, como la que predican en los perio? dicos los consejeros oficiosos, mientras que el consenso que pudo sostener a aquellas convencio- nes en su hora humana se ha quedado en el ciego conformismo de los automovilistas y oyentes de la radio. El declinar del momento ceremonial parece en principio beneficiar al tacto. Este se ve asi? emancipado de todo lo hetero? nomo y puramente externo, de modo que el obrar con tacto no seri? a otra cosa que regirse so? lo por la naturaleza especi? fica de cada relaci o? n humana . Sin embargo, este tacto emancipado tiene, como todo nominalismo, sus dificultades, El tacto no significaba simplemente lasubordinacio? n alacorroen- ci6n ceremonial - sobre la que todos los nuevos humanistas han
33
? ? ? ironizado sin cesar. La funcio? n del tacto era antes bien tan para- do? jica como el lugar de su ubicacio? n histo? rica. Prerendla la con. ciliacio? n, en si imposible, entre la inspiracio? n paraoficial de la convencio? n y la inspiracio? n rebelde del individuo. El tacto no podi? a adquirir definicio? n de otra forma que en dicha conven- cio? n. Esta representaba, bien que de forma muy atenuada, lo general const ituyente de la sustancia de la propia inspiracio? n in- dividua]. El tacto es lo que determina la diferencia. Se asienta sobre divergencias conscientes. Sin embargo, al oponerse en cuanto emancipado al individuo como algo absoluto y sin una generalidad de la que pudiera diferir, pierde de vista al individuo y acaba perjudica? ndolo. La pregunta por el estado de la persona, que desde no hace mucho exigi? a y esperaba la educacio? n, se convierte en pesquisa o en ofensa; el callar sobre temas delicados, en vada indiferencia tan pronto como deja de haber reglas que establea-
can de que? puede y de que? no puede hablarse. Los individuos comienzan entonces, no sin motivo, a reaccionar hostilmente al tacto: cierta forma de cortesi? a hace no tanto que se sientan con- siderados como hombres como que se despierte en ellos la sos- pecha de la situacio? n inhumana en la que se encuentran, y enton- ces el hombre corte? s corte el riesgo de ser tenido por descorte? s a causa de que hace uso de la cortesi? a como de una prerrogativa superada. Al cabo, el tacto emancipado y puramente individual se convierte en simple mentira. Lo que de e? l queda hoy en el indio viduo es, cosa que diligentemente silencia, el poder fa? ctico, y ma? s au? n el potencial, que cada cual encama. Bajo la exigencia de rra- ter al individuo como tal, y sin prea? mbulos, de forma absoluta- mente digna yace el celoso control de que cada palabra de? cuenta por si misma y de un modo ta? cito de lo que el interlocutor repre- senta en la esclerosada jerarqui? a que a todos abarca y de cua? les son sus perspectivas. El nominalismo del tacto ayuda a lo me? xi- mamente general, al nudo poder de disposicio? n, a lograr su triun- fo aun en las constelaciones ma? s i? ntimas. La cancelacio? n de las convenciones como un ornamento anticuado, inu? til y superficial
no hace sino confirmar la superficialidad ma? xima: la de una vida de dominacio? n directa.
Que, con todo, el propio derrumbamiento de esta caricatura del tacto en la camaraderi? a chabacana haga, como burla de la libertad, au? n ma? s insoportable la existencia, es simplemente una sen? al ma? s de lo imposible que sc ha vuelto la convivencia de los hombres en las actuales circunstancias.
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Propiedad resertlada. -EI signo de la e? poca es que ningu? n hombre sin excepcio? n puede ya determinar e? l mismo su vida con un sentido tan transparente como el que antan? o teni? a la estima-
cio? n de las relaciones de mercado. En principio todos son objetos, incluso los ma? s poderosos. Hasta la profesio? n de general ha dejado ya de ofrecer una proteccio? n suficiente. En la era fascista ninguna convencio? n es lo bastante vinculante como para proteger los cuar- teles generales de los ataques ae? reos, y los comandantes que man- tienen la tradicional precaucio? n son colgados por Hitler o decepi- lados por Chisng-Kai-Sbek. Consecuencia inmediata de ello es que todo el que intenta salir librado - y e n el hecho mismo de seguir viviendo hay un contrasentido ana? logo al de los suen? os en los que se asiste al fin del mundo para despue? s salir a rastras por un res- piradero- debe vivir de forma que estuviese en todo momento dispuesto a terminar con su vida. Es algo que parece provenir, como una triste verdad, de la exaltada doctrina de Zarathustra sobre la muerte libre. La libertad se ha reducido a pura negativi- dad, y lo que en los tiempos del jugendsliJ. . se llamaba morir en la belleza se ha quedado en el deseo de disminuir la degradacio? n sin limites de la existencia y el tormento sin limites del morir en un mundo donde hace mucho que hay cosas peores que temer que la muerte. El fin objetivo de la humanidad es so? lo otra expresio? n para referirse a lo mismo. Y significa que el individuo en cuanto individuo, en cuanto representante de la especie hombre, ha per- dido la autonomi? a con la que poder hacer realidad la especie.
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Asilo para desamparador. - El modo como esta? n las cosas hoy di? a en la vida privada se muestra en sus escenas. Ya no es posible lo que se llama propiamente habitar. Las viviendas tradicionales en las que hemos crecido se han vuelto insoportables: en elles, todo rasgo de bienestar se paga con la traicio? n al conocimiento, y toda forma de recogimiento con la ren? ida comunidad de intere-
lO Estilo <<juventud>>, nombre de una variedad de formas arti? sticas y aro resanalcs surgidas en torno a 1900 en Munich y popularizadas gra? ficamente por la revista ]ugend. [N . del T . ]
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? ? ses de la familia. Las nuevas, que han hecho /abula rasa, son es- tuches disen? ados por peritos para pequen? os burgueses o alojamien- tos obreros descarriados en la esfera del consumo, ambos sin nin- guna relacio? n con el que los habita; ma? s au? n: dan en rostro a la an? oranza ---que, con todo, no existe-e- de una existencia indepen- diente. El hombre moderno desea dormir cerca del suelo como un animal, decretaba con profe? tico masoquismo una revista ale- mana anterior a Hitler, y con la cama eliminaba el umbral entre la vigilia y el suen? o, Los que pernoct an en tales viviendas se hallan en todo tiempo disponibles y preparados para todo sin ninguna resistencia, alertas y aturdidos a la vez, Quien busca refugio en viviendas de estilo aute? nticas c--mas tambie? n acaparadas-,-. lo que hace es ernbalsamarse vivo. Si lo que se quiere es evitar la respon- sabilidad de habitar una casa decidie? ndose por el hotel o el aparta- mento amueblado, se hace de las condiciones que impone el exilio la norma de la vida. Como en todo lugar, la peor parte se la llevan aquellos que no tienen eleccio? n, Son los que habitan, si no en los barrios bajos, en bungelows que man? ana podra? n ser barracas, ca- ravanas, automo? viles, campamentos o asentamientos al aire libre. La casa ha pasado. Las destrucciones de las ciudades europeas, igual que los campos de concentracio? n y de trabajo, continu? an como meros ejecutores lo que hace tiempo decidio? hacer con las casas el desarrollo inmanente de la te? cnica. Estas esta? n para ser desechadas como viejas latas de conserva, La posibilidad de habi- tar es anulada por la de la sociedad socialista, que, en cuanto po- sibilidad relegada, lleva a la sociedad burguesa a una estado de solapada desdicha, Ningu? n individuo puede nada contra e? ste, En el mismo momento en que se ocupa de proyectar el mobiliario o la decoracio? n interior se aproxima al refinamiento artistico-indus- trial del tipo del biblio? filo, aunque este? decididamente en contra del arte industrial en sentido estricto. De lejos ya no parece tan considerable la diferencia entre los talleres vieneses y la Bauhaus_ Mientras tanto, las curvas de la pura forma funcional se han inde- pendizado de su funcio? n pasando a constituirse en ornamento igual que las formas cubistas. La mejor actitud frente a todo esto parece au? n la independencia, la de la suspensio? n: llevar la vida privada al li? mite de lo que permitan el orden social y las propias necesidades, pero no sobrecargarla como si au? n fuese algo social. mente sustancial e individualmente adecuado, <<Por fortuna para mf, no soy propietario de ninguna casa>>, escribi? a ya Nietzsche en la Gaya ciencia, A lo que habri? a que an? adir hoy: es un principio moral no hacer de uno mismo su propia casa. Ello muestra algo
de la difi? cil relacio? n en que se encontrara? el individuo con su pro- piedad mientras siga au? n poseyendo algo, El arte consistida en poner en evidencia y expresar el hecho de 'que la propiedad pri- vada ya no pertenece a nadie en el sentido de que la cantidad de bienes de consumo ha llegado a ser potencialmente tan grande que ningu? n individuo tiene ya derecho a aferarrse al principio de su limitacio? n , pero que, no obstante, debe haber propiedad si no se quiere caer en aquella dependencia y necesidad que beneficia a la ciega perpetuacio? n de la relacio? n de posesio? n. Pero la tesis de esta paradoja conduce a la destruccio? n, a un fri? o desde? n por las cosas que necesariamente se vuelve tambie? n contra las personas; y la anti? tesis es, en el momento mismo en que se enuncia, una ideologi? a para aquellos que, con mala conciencia, quieren con.
servar lo suyo. No cabe la vida justa en la vida falsa.
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No l/amar. -Por ahora, la teenificacio? n hace a los gestos preci- sos y adustos, y, con ellos, a los hombres. Desaloja de los adema- nes toda demora, todo cuidado, toda civilidad para subordinarlos a las exigencias implacables y como ahisto? ricas de las cosas, Asi? es como, pongamos por caso, llega a olvidarse co? mo cerrar una puerta de forma suave, cuidadosa y completa, Las de los automo? - viles y neveras hay que cerrarlas de golpe; otras tienen la tenden- da a cerrarse solas, habituando asi? a los que entran a la indeli- cadeza de no mirar detra? s de si? , de no fijarse en el interior de la casa que los recibe. No se puede juzgar imparcialmente al nuevo tipo humano sin la conciencia del efecto que incesantemente pro- ducen en e? l, hasta en sus ma? s ocultas inervaciones, las cosas de su entorno. ? Que? significa para el sujeto que ya no existan ven- ranas con hojas que puedan abrirse, sino so? lo cristales que sim- plemente se deslizan, que no existan sigilosos picaportes, sino po- mas giratorios, que no exista ningu? n vesti? bulo, ningu? n umbral frente a la calle, ni muros rodeando a los jardines? ? Y a que? con- ductores no les ha llevado la fuerza de su motor a la tentacio? n
de arollar a todo, bicho callejero, transeu? ntes, nin? os o ciclistas? En los movimientos que las ma? quinas exigen de los que las utili- zan esta? ya 10 violento , l o b rutal y el constante atropello de los maltratos fascistas, De la extincio? n de la experiencia no es poco culpable el hecho de que las cosas, bajo la ley de su pura utilidad,
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? ? ? adquieran una forma que limita el trato con ellas al mero manejo sin tolerar el menor margen, ya sea de libertad de accio? n, ya de independencia de la cosa, que pueda subsistir como germen de experiencia porque no pueda ser consumido en el momento de la accio? n.
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para pasar e! fino hilo que los une y so? lo en cuya exterioridad cristaliza lo interior. Reaccionarios como los disci? pulos de C. G. Jung han advertido algo de esto. Asi? dice G. R. Heyer en un arti? culo de Eranos: <<Es costumbre peculiar en las personas no totalmente moldeadas por la civilizacio? n no abordar directamente un tema, es ma? s, ni siquiera aludirlo demasiado pronto; antes bien, la conversacio? n se mueve como por si? sola en espirales hacia su verdadero objeto. >> Ahora, por el contrario, la distancia ma? s corta entre dos personas es la recta, como si e? stas fuesen puntos. De! mismo modo que hoy di? a se construyen paredes coladas en tina sola pieza, tambie? n es sustituido el cemento entre los hombres por la presio? n que los mantiene juntos. Todo cuanto no es esto aparece, si no como una especialidad vienesa rozando la alta co- cina, si? como pueril familiaridad o aproximacio? n excesiva. En la forma del par de frases sobre la salud o el estado de la esposa que preceden durante el almuerzo a la conversacio? n de negocios esta? au? n recogida, asimilada, la oposicio? n al orden mismo de los fines. El tabu? contra la charla sobre asuntos profesionales y la incapacidad de hablar entre si? son en realidad una y la misma cosa. Puesto que todo es negocio, es de rigor no mencionar su nombre, como lo es no mencionar la soga en casa del ahorcado. Tras la pseudcdemocr a? rlca supresio? n de las fo? rmulas del trato, de la anticuada cortesi? a, de la conversacio? n inu? til y ni aun injustifi- cadamente sospechosa de palabreo, tras la aparente claridad y transparencia de las relaciones humanas que no toleran la Indeflnl- cio? n se denuncia su nuda crudeza. La palabra directa que, sin ro- deos, sin demora y sin reflexio? n, se dice al otro en plena cara tiene ya la forma y el tono de la voz de mando que bajo el fas- cismo va de los mudos a los que guardan silencio. El sentido pra? ctico ent re los hombres, que elimina todo ornamento ldeol o? - gico entre ellos, ha terminado por convertirse e?
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? ? el curso del mundo, Los burgueses sobreviven como fantasmas anunciadores de calamidades.
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Le nouvel avare,-Existen dos clases de avancra. Una es la arcaica, la pasi6n que nada concede ni a si? mismo ni a los dema? s, cuyos rasgos fiso n o? micos eternizo? Moliere y Freud interpreto? como cara? cter anal. Esta culmina en el miser, en el mendigo que secretamente dispone de millones y que, en cierto modo, es la ma? scara puritana del califa disfrazado del cuento. Este tipo esta? emparentado con el coleccionista, el mania? tico y, en fin, el gran amador como Gobseck lo esta? con Esther. Au? n nos lo encontra- mos, como una curiosidad, en las columnas locales de los diarios. En nuestra e? poca, el avaro es aquel para quien nada es demasiado caro cuando se trata de e? l mismo y sf lo es cuando se trata de los dema? s. Piensa en equivalencias, y su vida privada toda esta? regida por la ley de dar siempre menos de lo que se recibe, pero siempre lo bastante para poder recibir, En toda benevolencia que pueda mostrar se deja notar la consideracio? n: <<? es esto necesario? . . , <<? es preciso hacer esto? . . , Su nota ma? s distintiva es la prisa por corresponder a las atenciones recibidas a fin de no dejar hueco alguno en la cadena de intercambios que determina sus gastos, Como en ellos todo acontece de modo racional y con las cosas en regIa, es imposible, como a Harpagon y a Scrooge, convencer. los y convertirlos. Su amabilidad es una medida de su inflexibi- lidad, Cuando conviene se fundan de un modo irrefutable en lo justo del derecho, con lo que lo justo se funda en lo injusto, mientras que la locura de los avaros de capa carda teni? a la nota conciliadora de que la tendencia a guardar el oro en el arca atrai? a al ladro? n y de que su pasi6n se serenaba con el sacrificio o con la pe? rdida como el deseo de posesio? n ero? tica con la renuncia. Pero los nuevos avaros ya no practican el ascetismo como un vicio, sino como previsio? n. Esta? n asegurados.
16 So/m'/11diale? cticadeltacto,-Goethe,quefueclaramentecons-
t'irlllt' de la imposibilidad de toda relaci6n humana que amenazaba 32
a la incipiente sociedad industrializada, intento? en las novelas de los <<an? os de viaje>> presentar al tacto como la salida salvadora entre los hombres alienados, Tal salida le parecio? inseparable de la resignacio? n, de la renuncia al acercamiento y a la pasio? n no coartados y a la felicidad duradera. Para e? l lo humano consisti? a en una autolimitacie? n que, conjura? ndola, asumfa la inevitable marcha de la historia - la inhumanidad del progreso y la atrofia del sujeto. Pero lo que desde entonces ha acontecido hace que la resignacio? n goethiana parezca un estado de plenitud. Tacto y hu- manidad - p ara e? l la misma cosa- han recorrido mientras tamo
el camino que, segu? n crei? a Goethe, debi? an evitar, El acto tiene su hora precisa en la historia. Es aquella en la que el individuo burgue? s quedo? libre de la opresio? n absolutista. Libre y solitario, se hada responsable de si? mismo, mientras que las formas jerar- quizadas de la consideracio? n y el respeto desarrolladas por el abso- lutismo, privadas de su fundamento econo? mico y de su poder coactivo. resultaban todavi? a suficientes para hacer soportable la convivencia dentro de grupos privilegiados, Tal empate, en cierto modo parado? jico, entre absolutismo y liberalidad se deja percibir, igual que en el W ilhelm Meister, tambie? n en la posicio? n de Bee- tboven respecto a los esquemas tradicionales de la composicio? n y hasta en el seno de la lo? gica misma, en la reconstruccio? n subjetiva por parte de Kant de las ideas objetivamente obligatorias. Las repeticiones regulares de Beethoven despue? s de los pasajes dina? - micos, la deduccio? n de Kant de las categori? as escola? sticas a partir de la unidad de la conciencia son, en un sentido eminente, <<tacto. . . El presupuesto del tacto es la convencio? n en si? ya rota, y sin embargo au? n actual. Esta se halla ahora irremisiblemente en de-
cadencia y sobrevive tan so? lo en la parodia de las formas, en una etiqueta para ignorantes inventada o recordada de modo capricho- so, como la que predican en los perio? dicos los consejeros oficiosos, mientras que el consenso que pudo sostener a aquellas convencio- nes en su hora humana se ha quedado en el ciego conformismo de los automovilistas y oyentes de la radio. El declinar del momento ceremonial parece en principio beneficiar al tacto. Este se ve asi? emancipado de todo lo hetero? nomo y puramente externo, de modo que el obrar con tacto no seri? a otra cosa que regirse so? lo por la naturaleza especi? fica de cada relaci o? n humana . Sin embargo, este tacto emancipado tiene, como todo nominalismo, sus dificultades, El tacto no significaba simplemente lasubordinacio? n alacorroen- ci6n ceremonial - sobre la que todos los nuevos humanistas han
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? ? ? ironizado sin cesar. La funcio? n del tacto era antes bien tan para- do? jica como el lugar de su ubicacio? n histo? rica. Prerendla la con. ciliacio? n, en si imposible, entre la inspiracio? n paraoficial de la convencio? n y la inspiracio? n rebelde del individuo. El tacto no podi? a adquirir definicio? n de otra forma que en dicha conven- cio? n. Esta representaba, bien que de forma muy atenuada, lo general const ituyente de la sustancia de la propia inspiracio? n in- dividua]. El tacto es lo que determina la diferencia. Se asienta sobre divergencias conscientes. Sin embargo, al oponerse en cuanto emancipado al individuo como algo absoluto y sin una generalidad de la que pudiera diferir, pierde de vista al individuo y acaba perjudica? ndolo. La pregunta por el estado de la persona, que desde no hace mucho exigi? a y esperaba la educacio? n, se convierte en pesquisa o en ofensa; el callar sobre temas delicados, en vada indiferencia tan pronto como deja de haber reglas que establea-
can de que? puede y de que? no puede hablarse. Los individuos comienzan entonces, no sin motivo, a reaccionar hostilmente al tacto: cierta forma de cortesi? a hace no tanto que se sientan con- siderados como hombres como que se despierte en ellos la sos- pecha de la situacio? n inhumana en la que se encuentran, y enton- ces el hombre corte? s corte el riesgo de ser tenido por descorte? s a causa de que hace uso de la cortesi? a como de una prerrogativa superada. Al cabo, el tacto emancipado y puramente individual se convierte en simple mentira. Lo que de e? l queda hoy en el indio viduo es, cosa que diligentemente silencia, el poder fa? ctico, y ma? s au? n el potencial, que cada cual encama. Bajo la exigencia de rra- ter al individuo como tal, y sin prea? mbulos, de forma absoluta- mente digna yace el celoso control de que cada palabra de? cuenta por si misma y de un modo ta? cito de lo que el interlocutor repre- senta en la esclerosada jerarqui? a que a todos abarca y de cua? les son sus perspectivas. El nominalismo del tacto ayuda a lo me? xi- mamente general, al nudo poder de disposicio? n, a lograr su triun- fo aun en las constelaciones ma? s i? ntimas. La cancelacio? n de las convenciones como un ornamento anticuado, inu? til y superficial
no hace sino confirmar la superficialidad ma? xima: la de una vida de dominacio? n directa.
Que, con todo, el propio derrumbamiento de esta caricatura del tacto en la camaraderi? a chabacana haga, como burla de la libertad, au? n ma? s insoportable la existencia, es simplemente una sen? al ma? s de lo imposible que sc ha vuelto la convivencia de los hombres en las actuales circunstancias.
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Propiedad resertlada. -EI signo de la e? poca es que ningu? n hombre sin excepcio? n puede ya determinar e? l mismo su vida con un sentido tan transparente como el que antan? o teni? a la estima-
cio? n de las relaciones de mercado. En principio todos son objetos, incluso los ma? s poderosos. Hasta la profesio? n de general ha dejado ya de ofrecer una proteccio? n suficiente. En la era fascista ninguna convencio? n es lo bastante vinculante como para proteger los cuar- teles generales de los ataques ae? reos, y los comandantes que man- tienen la tradicional precaucio? n son colgados por Hitler o decepi- lados por Chisng-Kai-Sbek. Consecuencia inmediata de ello es que todo el que intenta salir librado - y e n el hecho mismo de seguir viviendo hay un contrasentido ana? logo al de los suen? os en los que se asiste al fin del mundo para despue? s salir a rastras por un res- piradero- debe vivir de forma que estuviese en todo momento dispuesto a terminar con su vida. Es algo que parece provenir, como una triste verdad, de la exaltada doctrina de Zarathustra sobre la muerte libre. La libertad se ha reducido a pura negativi- dad, y lo que en los tiempos del jugendsliJ. . se llamaba morir en la belleza se ha quedado en el deseo de disminuir la degradacio? n sin limites de la existencia y el tormento sin limites del morir en un mundo donde hace mucho que hay cosas peores que temer que la muerte. El fin objetivo de la humanidad es so? lo otra expresio? n para referirse a lo mismo. Y significa que el individuo en cuanto individuo, en cuanto representante de la especie hombre, ha per- dido la autonomi? a con la que poder hacer realidad la especie.
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Asilo para desamparador. - El modo como esta? n las cosas hoy di? a en la vida privada se muestra en sus escenas. Ya no es posible lo que se llama propiamente habitar. Las viviendas tradicionales en las que hemos crecido se han vuelto insoportables: en elles, todo rasgo de bienestar se paga con la traicio? n al conocimiento, y toda forma de recogimiento con la ren? ida comunidad de intere-
lO Estilo <<juventud>>, nombre de una variedad de formas arti? sticas y aro resanalcs surgidas en torno a 1900 en Munich y popularizadas gra? ficamente por la revista ]ugend. [N . del T . ]
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? ? ses de la familia. Las nuevas, que han hecho /abula rasa, son es- tuches disen? ados por peritos para pequen? os burgueses o alojamien- tos obreros descarriados en la esfera del consumo, ambos sin nin- guna relacio? n con el que los habita; ma? s au? n: dan en rostro a la an? oranza ---que, con todo, no existe-e- de una existencia indepen- diente. El hombre moderno desea dormir cerca del suelo como un animal, decretaba con profe? tico masoquismo una revista ale- mana anterior a Hitler, y con la cama eliminaba el umbral entre la vigilia y el suen? o, Los que pernoct an en tales viviendas se hallan en todo tiempo disponibles y preparados para todo sin ninguna resistencia, alertas y aturdidos a la vez, Quien busca refugio en viviendas de estilo aute? nticas c--mas tambie? n acaparadas-,-. lo que hace es ernbalsamarse vivo. Si lo que se quiere es evitar la respon- sabilidad de habitar una casa decidie? ndose por el hotel o el aparta- mento amueblado, se hace de las condiciones que impone el exilio la norma de la vida. Como en todo lugar, la peor parte se la llevan aquellos que no tienen eleccio? n, Son los que habitan, si no en los barrios bajos, en bungelows que man? ana podra? n ser barracas, ca- ravanas, automo? viles, campamentos o asentamientos al aire libre. La casa ha pasado. Las destrucciones de las ciudades europeas, igual que los campos de concentracio? n y de trabajo, continu? an como meros ejecutores lo que hace tiempo decidio? hacer con las casas el desarrollo inmanente de la te? cnica. Estas esta? n para ser desechadas como viejas latas de conserva, La posibilidad de habi- tar es anulada por la de la sociedad socialista, que, en cuanto po- sibilidad relegada, lleva a la sociedad burguesa a una estado de solapada desdicha, Ningu? n individuo puede nada contra e? ste, En el mismo momento en que se ocupa de proyectar el mobiliario o la decoracio? n interior se aproxima al refinamiento artistico-indus- trial del tipo del biblio? filo, aunque este? decididamente en contra del arte industrial en sentido estricto. De lejos ya no parece tan considerable la diferencia entre los talleres vieneses y la Bauhaus_ Mientras tanto, las curvas de la pura forma funcional se han inde- pendizado de su funcio? n pasando a constituirse en ornamento igual que las formas cubistas. La mejor actitud frente a todo esto parece au? n la independencia, la de la suspensio? n: llevar la vida privada al li? mite de lo que permitan el orden social y las propias necesidades, pero no sobrecargarla como si au? n fuese algo social. mente sustancial e individualmente adecuado, <<Por fortuna para mf, no soy propietario de ninguna casa>>, escribi? a ya Nietzsche en la Gaya ciencia, A lo que habri? a que an? adir hoy: es un principio moral no hacer de uno mismo su propia casa. Ello muestra algo
de la difi? cil relacio? n en que se encontrara? el individuo con su pro- piedad mientras siga au? n poseyendo algo, El arte consistida en poner en evidencia y expresar el hecho de 'que la propiedad pri- vada ya no pertenece a nadie en el sentido de que la cantidad de bienes de consumo ha llegado a ser potencialmente tan grande que ningu? n individuo tiene ya derecho a aferarrse al principio de su limitacio? n , pero que, no obstante, debe haber propiedad si no se quiere caer en aquella dependencia y necesidad que beneficia a la ciega perpetuacio? n de la relacio? n de posesio? n. Pero la tesis de esta paradoja conduce a la destruccio? n, a un fri? o desde? n por las cosas que necesariamente se vuelve tambie? n contra las personas; y la anti? tesis es, en el momento mismo en que se enuncia, una ideologi? a para aquellos que, con mala conciencia, quieren con.
servar lo suyo. No cabe la vida justa en la vida falsa.
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No l/amar. -Por ahora, la teenificacio? n hace a los gestos preci- sos y adustos, y, con ellos, a los hombres. Desaloja de los adema- nes toda demora, todo cuidado, toda civilidad para subordinarlos a las exigencias implacables y como ahisto? ricas de las cosas, Asi? es como, pongamos por caso, llega a olvidarse co? mo cerrar una puerta de forma suave, cuidadosa y completa, Las de los automo? - viles y neveras hay que cerrarlas de golpe; otras tienen la tenden- da a cerrarse solas, habituando asi? a los que entran a la indeli- cadeza de no mirar detra? s de si? , de no fijarse en el interior de la casa que los recibe. No se puede juzgar imparcialmente al nuevo tipo humano sin la conciencia del efecto que incesantemente pro- ducen en e? l, hasta en sus ma? s ocultas inervaciones, las cosas de su entorno. ? Que? significa para el sujeto que ya no existan ven- ranas con hojas que puedan abrirse, sino so? lo cristales que sim- plemente se deslizan, que no existan sigilosos picaportes, sino po- mas giratorios, que no exista ningu? n vesti? bulo, ningu? n umbral frente a la calle, ni muros rodeando a los jardines? ? Y a que? con- ductores no les ha llevado la fuerza de su motor a la tentacio? n
de arollar a todo, bicho callejero, transeu? ntes, nin? os o ciclistas? En los movimientos que las ma? quinas exigen de los que las utili- zan esta? ya 10 violento , l o b rutal y el constante atropello de los maltratos fascistas, De la extincio? n de la experiencia no es poco culpable el hecho de que las cosas, bajo la ley de su pura utilidad,
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? ? ? adquieran una forma que limita el trato con ellas al mero manejo sin tolerar el menor margen, ya sea de libertad de accio? n, ya de independencia de la cosa, que pueda subsistir como germen de experiencia porque no pueda ser consumido en el momento de la accio? n.
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para pasar e! fino hilo que los une y so? lo en cuya exterioridad cristaliza lo interior. Reaccionarios como los disci? pulos de C. G. Jung han advertido algo de esto. Asi? dice G. R. Heyer en un arti? culo de Eranos: <<Es costumbre peculiar en las personas no totalmente moldeadas por la civilizacio? n no abordar directamente un tema, es ma? s, ni siquiera aludirlo demasiado pronto; antes bien, la conversacio? n se mueve como por si? sola en espirales hacia su verdadero objeto. >> Ahora, por el contrario, la distancia ma? s corta entre dos personas es la recta, como si e? stas fuesen puntos. De! mismo modo que hoy di? a se construyen paredes coladas en tina sola pieza, tambie? n es sustituido el cemento entre los hombres por la presio? n que los mantiene juntos. Todo cuanto no es esto aparece, si no como una especialidad vienesa rozando la alta co- cina, si? como pueril familiaridad o aproximacio? n excesiva. En la forma del par de frases sobre la salud o el estado de la esposa que preceden durante el almuerzo a la conversacio? n de negocios esta? au? n recogida, asimilada, la oposicio? n al orden mismo de los fines. El tabu? contra la charla sobre asuntos profesionales y la incapacidad de hablar entre si? son en realidad una y la misma cosa. Puesto que todo es negocio, es de rigor no mencionar su nombre, como lo es no mencionar la soga en casa del ahorcado. Tras la pseudcdemocr a? rlca supresio? n de las fo? rmulas del trato, de la anticuada cortesi? a, de la conversacio? n inu? til y ni aun injustifi- cadamente sospechosa de palabreo, tras la aparente claridad y transparencia de las relaciones humanas que no toleran la Indeflnl- cio? n se denuncia su nuda crudeza. La palabra directa que, sin ro- deos, sin demora y sin reflexio? n, se dice al otro en plena cara tiene ya la forma y el tono de la voz de mando que bajo el fas- cismo va de los mudos a los que guardan silencio. El sentido pra? ctico ent re los hombres, que elimina todo ornamento ldeol o? - gico entre ellos, ha terminado por convertirse e?
