Valencia
es un florido pensil modelo,
mansion de los deleites y la alegría,
á quien sirve de cerca, de espejo y velo,
á sus plantas echada, la mar bravía.
mansion de los deleites y la alegría,
á quien sirve de cerca, de espejo y velo,
á sus plantas echada, la mar bravía.
Jose Zorrilla
En el primero forjan sus grandes elucubraciones todos los
grandes locos, que con sus inventos y con sus escritos impulsan hácia
el progreso el movimiento social europeo; y en el segundo pierden su
tiempo, su salud y su dinero, en el turbion de marionetas, charlatanes,
estafadores y mujeres perdidas, que pueblan aquel falso eden á la luz
del gas y al son de las orquestas de Mussard y de Straus, todos los
imbéciles que de las cuatro partes del mundo acuden como mariposas á
quemarse en aquel foco de luz infernal.
De París salen simultáneamente los gérmenes de todo lo bueno y de todo
lo malo, sobre todo para nosotros los españoles; que, sea dicho sin que
nadie se ofenda, ó aunque se amosque conmigo la mitad de la nacion,
solemos tomar casi todo lo malo y poquísimo de lo bueno. Llegué yo á
París miéntras ocupaba el trono francés el rey ciudadano Luis Felipe
de Orleans, de quien sabian trazar la caricatura todos los chicos de
su capital bajo la forma de una pera, cuya régia representacion se
veia por todas las paredes y siempre de un parecido maravilloso. No
era todavía el París ensanchado, dorado y ámpliamente refundido por el
imperio del tercer Napoleon; era todavía su primer teatro la sala de la
rue Lepelletier, y no estaba aún cerrada la plaza del Carroussel por la
calle de Rivoli: existian aún al frente del Palais-Royal una espesa red
de callejuelas, tan conocidas como mal afamadas, y á su espalda los dos
famosos restaurants de Befour y de los tres hermanos Provenzales, y se
alzaban todavía gárrulos y chillones, en los boulevares du Temple y de
Beaumarchais, los cien teatrillos más divertidos del mundo, la Gaité,
Follies-Dramatiques, Delassements-comiques, etc. , etc.
Asomé yo las narices los dos primeros meses al paraiso de los tontos
y, sin dejarme fascinar ni embriagar por sus delicias de contrabando
ni por sus huríes sin corazon, me establecí á la puerta del manicomio,
haciendo con el editor Baudry un trato poco lucrativo; por el cual
fueron mis versos los primeros que de poeta español tuvieron lugar en
su magnífica coleccion. Por un puñado de luises y dos carros de libros,
le dí el derecho de coleccionar todas las obras por mí hasta entónces
escritas, por dos razones que me eran exclusivamente personales;
la primera para que mi padre leyera mi nombre en el catálogo de la
coleccion de los primeros escritores de Europa; y la segunda porque
la extensa venta, el gigantesco anuncio y el renombre universal que
ya tenia la coleccion Baudry, me hicieran conocido como poeta fuera
de mi patria. A pesar de que mi padre, encerrado en nuestro solar de
Castilla, no habia vuelto á darme noticias suyas, esperaba yo que esta
prueba honrosa de aprecio de la librería editorial francesa para su
hijo, le convenceria, por fin, de que no era menester que me doctorara
en Toledo y de que ya no habia razon de cerrarme la casa y los brazos
paternos. En esta esperanza viví en París desde Julio a Noviembre,
estudiando y trabajando en mi _Granada_ y dividiendo mi tiempo entre
las bibliotecas y los teatros, esquivo como en España, á la sociedad
banal de las visitas y la chismografía, y un poco en contacto con la
sociedad del arte y de las letras.
La redaccion de _La Revista de Ambos Mundos_ me acogió con simpáticos
obsequios, y sus redactores Charles Mazzade, Paulino de Lymerac y
Xavier Durrieux fueron mis amigos y comensales; y por mi influencia
y la de Juan Donoso, que fué despues nuestro embajador, empezaron á
publicarse en aquella importante _Revista_ artículos sobre España,
en los cuales comenzaba á probarse á los franceses que el Africa no
empieza en los Pirineos. Pitre Chevalier, director del _Museo de las
Familias_, se empeñó en publicar en él mi retrato y mi biografía, y lo
hizo, como francés, sin atender á mis justas y modestas observaciones.
Convirtió mis breves notas biográficas en una fantástica novelilla, y
Mr. Pauquet, el primer dibujante de aquel tiempo, recibió su órden de
retratarme embozado en mi capa española y mirando de perfil al cielo,
como un D. Juan Jerezano que espera que se le aparezca su Dulcinea en
el balcon para decirla: «por ahí te pudras». No era posible que mi
retrato indicara que era de un poeta español, si no tenia capa y si no
buscaba con la vista la inspiracion del Espíritu Santo; y aún le quedé
agradecido á que no me pusiera una guitarra en la mano, de lo que creo
que me libró solo su afan de embozarme.
En aquel retrato, correcta y francamente dibujado, y por aquella
biografía, _bizarramente detallada_ á la parisienne, no me conoce la
madre que me parió; pero no por eso quedó ménos agradecido el español
á la buena intencion del francés.
Trás estos necesarios precedentes, pasemos una rápida ojeada por los
últimos y sombríos cuadros de estos mis tristes recuerdos del tiempo
viejo.
Entre los conocimientos que hice y renové por entónces en París entre
Dumas padre, Jorge Sand (Mme. du Devant), Alfred de Musset y Teophile
Gautier; entre embajadores, editores, escritores, emigrados, cómicos
y bailarinas; entre Fernando de la Vera, la Rachel, la Rose Chery,
Frederik Lemaitre, Giusseppe Multedo, Zariategui y otros emigrados
liberales y carlistas, italianos y españoles, se me vino á los brazos
uno de estos, el más honrado y divertido andaluz que la tierra de
María Santísima y la tenacidad carlista echaron á Francia. Era este
D. Fernando Freyre, pariente próximo del general del mismo apellido,
adherido no sé muy bien cómo á la corte de Fernando VII, de quien
elegia los caballos y para quien iba á buscar los toros; amigo de los
ganaderos, amparador de los _diestros_, y el primer inspector de la
escuela taurómaca sevillana, institucion de aquel Sr. Rey, que santa
gloria haya.
Fernando Freyre no habia sido nada importante ni influyente, ni en
la corte huraña y recelosa de las camarillas y apostasías políticas
del difunto Rey, ni en la trashumante de D. Cárlos María Isidro de
Borbon, segundo Cárlos V en Oñate; pero en ambas habia sido recibido
y estimado por todos, incluso por mi padre, porque tenia uno de los
mejores corazones y uno de los caractéres más alegres y más iguales del
mundo. Realista por conviccion, no transigió nunca con las modernas
ideas liberales, ni quiso jamás acogerse á amnistía ni indulto alguno;
pero jamás odió, ni esquivó siquiera el saludo, á ningun liberal
emigrado ó viajero con quien en tierra extranjera se topara, siendo de
todos los españoles sinceramente apreciado y noblemente acogido por los
legitimistas franceses. Con apoyo de éstos, no temió ni le avergonzó
establecer un pequeño y privado depósito de vinos, pasas, caldos y
frutos de Andalucía, que aquellos le compraban; y con los setenta á
noventa duros que este oscuro comercio le producia, vivia modesta y
honradamente en la mejor sociedad de la _legitimidad_ francesa y de la
aristocracia española. Establecido ya de años en París, y encargado
por sus amparadores de toda clase de comisiones, era conocido en el
comercio y conocia á París, como un _commis-voyageur_ á quien comprar
en la tienda ó en el taller, puede producir legal y honrosamente un
tanto por ciento más crecido de utilidad. Por uno de estos encargos
dimos allí uno con otro, y por las horas buenas que le debo, me
complazco en consagrarle cariñosamente estas líneas en mis recuerdos.
Era ya por entónces hombre de más de sesenta años; pero ágil, robusto
y colorado, con sus patillas blancas de _boca-é-jacha_ y su sombrero
sobre la oreja derecha, corria por las calles _recortando_ los coches y
evitándolos apoyándose en la saliente lanza, como quien pone rehiletes
de sobaquillo, porque todo lo hacia y lo hablaba á lo torero y lo
macareno; y asombraba el verle cruzar los _boulevarts_ sin tropezar ni
vacilar entre la multitud de carros, ómnibus y coches que de contínuo
los obstruyen. Todo era en él extraño y original; en su negocio
no tenia más que un empleado, y éste tenia las más incompatibles
cualidades: era polaco, judío, carlista, fiel y discreto; hablaba un
castellano aprendido en Vizcaya, tan disparatado como el francés que
hablaba Freyre, y entre los dos me decian despropósitos imposibles de
reproducir. Yo llamaba tio á Freyre; y cuando mi familia me dejó solo
en París, me fuí á vivir al hotel de Italia, frente á la Opera-cómica,
en cuyo piso tercero habitaba Freyre un pequeño aposento, compuesto
de sala, gabinete y alcoba, y atestado de botellas y cajas. Cuando mi
trabajo asíduo y sus compromisos con sus anfitriones nos dejaban libres
las noches, comíamos juntos, y las concluíamos en el teatro, en algunos
de los cuales tenia yo entradas libres, como escritor extranjero con
editor en Francia.
Llegó así Noviembre, y ya tenia yo apalabrados contratos para imprimir
mi poema de Granada, y pagábanme ya no escasamente la prosa y los
versos que para sus publicaciones de América me pedian, cuando se
acordó Dios de mí, como dicen los católicos, enviándome una de esas
desventuras que envenenan y enturbian para toda la vida el manantial
amargo de la memoria.
Pedíame de Madrid mi primo P. , consócio mio, con Rafael X, una cadena
de relój igual á otra mia, que era una cinta hecha con mil pequeñísimos
cilindros de oro engarzados y giratorios en una red de ejes, de tan
prolijo trabajo, como maravillosa flexibilidad. Averiguó Freyre el
domicilio del obrero que para el platero los trabajaba, y nos acostamos
conviniendo en que á la mañana siguiente muy temprano iríamos á comprar
ó á encargar la demandada cadena.
Habíanme regalado en Burdeos un _necessaire_ de ébano fileteado de
marfil, que garantizado por una guadamacilada funda de cuero, llevaba
yo á la mano y servia en nuestros viajes de escabel á mi mujer. Al
levantarme al dia siguiente, híceme la barba segun costumbre con las
navajas y ante el espejo de aquel _necessaire_, y llamando Freyre á mi
puerta y dándome prisa, porque él la tenia de acudir á sus negocios
despues que al mio, vestíme apresuradamente y partí con él; dejando las
navajas sobre el velador y el espejo colgado en la escarpia, que para
ello tenia puesta á mi altura en el marco de la vidriera.
Fuimos hasta el final del Faubourg de San Dionisio; hallamos y
compramos el objeto pedido, acompañé á Freyre á tres ó cuatro puntos
que tenia que recorrer, y volvimos juntos al hotel de Italia.
Pedimos al conserje nuestras llaves, pero la mia no estaba en el
llavero; en vez de dejarla en él al salir, me la habia llevado en el
bolsillo. Al entrar en mi cuarto, exclamó Freyre: «Mal agüero, zobrino:
aquí han andado loz menguez en auzencia nueztra: mira:»--y me mostró
el espejo hendido trasversalmente de arriba á abajo. --Reíme yo de su
supersticiosa observacion, y llamé al camarero; el cual respondió á
mis reclamaciones diciendo, que ni él habia podido _hacer_ mi cuarto,
ni nadie entrar en él, porque yo no habia dejado la llave en la
conserjería.
«¡Mal agüero, zobrino, mal agüero! » Seguia Freyre rezungando entre
dientes, y yo, que no creo más que en Dios, le hice observar que al
cerrar la puerta de golpe, la vibracion de las vidrieras produjo
probablemente el choque y rotura del espejo; y que teniendo los dueños
de los hoteles dobles llaves por mandato expreso de la policía, tal
vez el no haber yo dejado la mia llamó la atencion, abrieron sin
precauciones la puerta y ocasionaron el fracaso.
Freyre tragó como pudo mi explicacion; y teniendo ambos el dia libre,
nos fuimos á almorzar á la taberna inglesa de la calle de Richelieu,
con la intencion de ir á las dos al hipódromo del Arco de la Estrella.
Almorzamos tranquilamente, y habiendo encontrado Freyre en el fondo
de una botella de Chambertin, un raudal de andaluza verbosidad y un
tesoro de alegría juvenil, salíamos cruzando el patio como estudiantes
que hacen novillos, cuando dimos de manos á boca con un sobrino del
banquero A. B. , que en el piso principal de aquella casa tenia su
escritorio establecido. «Del cielo me caen Vds. --exclamó al vernos--y
me ahorran un viaje. Hace dos dias que tenemos una carta de España para
el Sr. Zorrilla, y á llevársela iba; por cierto que trae luto y la
apostilla de urgente. Aquí está. »
Y presentóme la carta, que me hizo palidecer. Era de mi padre
y revelaba en sus cuatro líneas su extraño carácter, y lo más
dolorosamente extraño de nuestras relaciones.
Decia:
«Pepe, tu pobre madre ha fallecido hoy á las tres de la madrugada;
tú verás si te conviene venir á consolar á tu afligido padre
José. »
No puedo decir lo que sentí ni lo que hice en aquel momento.
Aquella noche rompí mis contratos y retiré las palabras dadas á los
editores franceses; y á la mañana siguiente, rompiendo con mi porvenir,
emprendí mi vuelta á España y al paterno hogar, cuyas puertas me abria
la muerte por la tumba del sér más querido de mi corazon.
Dejé á Freyre llorando en la estacion, y repitiendo lo que desde el
dia anterior le habia oido rezungar muchas veces por lo bajo: «Sí,
dicen bien las gitanas de Triana: que el diablo ez quien inventó loz
ezpejoz, y que anda ziempre entre el azogue é zuz criztalez. »
Yo partí viendo á través de mi espejo roto el rostro adorado del
cadáver de mi madre, cuyo último suspiro no me habia permitido recoger
Dios.
XXIV.
Tenia mi padre gran fuerza de voluntad y absoluto dominio sobre sí
mismo; pero no pudo dominar su emocion en el momento de volverme á
ver en su casa y por tan doloroso motivo. Nos abrazamos llorando: él
fué el primero que se repuso y volvió á la prosáica realidad de la
vida. --«Vienes muy cansado:--me dijo--no agravemos el mal que no tiene
ya remedio. Come y reposa: la naturaleza es un tirano irresistible:
tenemos tánto tiempo como razones para contristarnos; pero en este
instante nuestro dolor está endulzado por la alegría, y no podemos ni
alegrarnos ni condolernos, sin asustarnos de nuestra alegría como de
nuestra pena. »
Y era verdad; los recuerdos alegres de la niñez que poblaban aquella
casa, la satisfaccion de volver á respirar en aquellos aposentos,
la vista de aquellos muebles tan conocidos, el servicio de aquellos
antiguos criados tan leales, y la presencia, en fin, de mi padre, tan
firme, tan erguido y tan vigoroso, que iba y venia dando á aquellos
las órdenes necesarias, me tenian en un estado de arrobamiento que me
impedia darme cuenta de mí mismo; me sentia tan impulsado á llorar
como á reir; y la imágen de mi madre muerta se me ocultaba y casi
desaparecia tras de mi padre vivo. Acompañóme éste durante un ligero
almuerzo que preparado me tenia; me habló del estado en que habia
hallado sus viñas, de las mejoras que habia hecho en el cultivo de los
viñedos y de las que necesitaba la casa; ni una palabra de mi madre;
ni la más leve alusion á mi vida pasada: ni la más mínima esperanza
para el porvenir. Yo volvia á casa de mi padre, no á la mia; así lo
habia yo entendido, y volvia resuelto á respetar todos los derechos y
á acatar todas las disposiciones de mi padre, sin permitirme la más
nimia observacion: puesto que al abandonar á mi familia en 1836, habia
yo renunciado á todos mis derechos de hijo y de heredero, dando á mi
padre el de hacer de su hacienda lo que más á cuenta le viniere, como
si Dios le hubiera quitado por muerte natural el hijo que civilmente
murió, al fugarse del paterno hogar en brazos de su locura. Tal era mi
respeto por mi padre, tales la justicia y las facultades omnímodas con
que yo mismo le habia investido; y si le hubiera dado por ser jugador
y vicioso, yo me hubiera empeñado y vendido á Satanás por pagar sus
deudas ó mantener sus concubinas. Yo no le pedia, al volver á mi casa,
más que un poco de cariño y el perdon de aquellos dramas y leyendas
mias, por los cuales habia tirado por la ventana las Pandectas y las
Novelas de Justiniano.
Y fueron transcurriendo los dias, y fuéme él llevando á ver las bodegas
y los plantíos; y mostróme deseos de adquirir unos solares de casas
quemadas por los franceses, que lindaban con la nuestra por Mediodía y
Poniente, con lo cual se la añadiria un amplio jardin cercado, logrando
hacer de ella la mejor y más cómoda de muchas leguas á la redonda; y
como me diese á entender que las dos cosas que le hacian desistir de
la adquisicion de aquellos solares eran, la primera, que yo no querria
venir á vivir allí nunca, y la segunda, que él no estaria ya nunca
sobrado de dineros; porque el laboreo de las fincas y algunos atrasos
contraidos en sus seis años de emigracion absorberian todas sus rentas,
ofrecíle yo la suma de que menester hubiese; asegurándole que mi única
ambicion era la de vivir allí con él y hacerle lo más agradable posible
aquella mansion, con la cual habia soñado siempre, y la cual me habia
siempre imaginado como un oasis de reposo en el desierto de mi vida de
trabajo y de abnegacion.
No creí, me dijo, que tal pensaras; pero si es como dices, voy á
decirte lo que sé y pienso: ni los dueños de esos solares, ni nosotros,
que queremos adquirirlos, sabemos bien, ellos lo que van á vender y
nosotros lo que vamos á comprar. Escucha.
Fuí yo uno de los jefes del batallon de estudiantes Palentinos
que contra los franceses se levantó á fines de 1808. Una noche,
sabiendo que avanzaba una division, nos emboscamos en el puente con
aquella audacia inconsciente que nos hizo hacer lo que á pensarlo y
comprenderlo no hubiéramos hecho. Al amanecer apareció una descubierta
de coraceros, que con aquella confianza petulante que perdió á los
franceses de Napoleon en España, entró sin precauciones en el largo y
tortuoso puente de veintiseis ojos, que enlaza las dos riberas del rio
y el camino real con esta villa. La vanguardia venia aún muy léjos,
veiamos apenas el polvo que levantaba. Los coraceros y sus caballos
nos sintieron debajo de ellos ántes de haber podido vernos enfrente;
y encabritándose los caballos y empujando nosotros por los piés á
los ginetes, calzados con grandes é inflexibles botas, los arrojamos
al agua desequilibrándoles con el peso de sus cascos y sus corazas.
Algunos de los últimos, que volvieron grupas, dieron la alarma á los
de la vanguardia; pero cuando llegaron al puente, no hallaron más que
algunos muertos y apercibieron en el agua algunos ahogados, cuyos
cadáveres arrastraba la corriente. Los estudiantes montados en sus
caballos y armados con sus carabinas, entrábamos en el páramo sin temor
de que nos siguiesen.
Pero pegaron fuego á Torquemada; y ese terreno elevado que desde
el balcon estás viendo, cubre los escombros de cinco casas, cuyos
cimientos y primer piso eran de piedra labrada, que nadie ha
desenterrado.
Hay además cegados cinco pozos de los cinco corrales á cada casa
anejos; y entónces todo castellano que huia al monte, echaba al pozo la
poca plata y alhajas que poseia; no habrá ahí riquezas, pero sí plata y
piedra para indemnizar el desembolso del comprador.
No podia yo permanecer en Torquemada, y al cabo de un mes volví á
Madrid. Acababa de establecerse en la corte la sociedad editorial _La
Publicidad_, de la cual era uno de los directores D. Joaquin Francisco
Pacheco, quien ya he dicho que con Donoso Cortés y Pastor Diaz habia
sido mi primer amigo y amparador. Propuse la compra de la propiedad de
mi _Granada_; y en dos mil duros por tomo, cerré y firmé el contrato,
debiendo presentar mi manuscrito por medios tomos y cobrar mil duros
por cada mitad.
Empecé á enviar dinero á mi padre, que con él compró los solares, pero
no los tocó; intactos los hallé yo al verano siguiente, cuando invitado
por él fuí con mi mujer á hacerle compañía.
Mi padre ofreció á ésta las llaves y el gobierno de la casa; yo me
opuse diciéndole que su ama de llaves y sus criados eran de su completa
confianza, y que mi mujer y yo no éramos más que unos huéspedes por
aquel verano.
Pagóse mi padre y más su servidumbre de aquella confianza nuestra;
comencé yo á convertir el corral en jardin, y gozaba mi padre viéndome
cavar y trasplantar frutales, y abrir arriates para las flores. No
hice yo de aquel corralon de lugar un jardin de Falerina; pero al
ménos veíase desde los balcones algo muy diferente del muladar en
que convierten sus corrales los labriegos descuidados de nuestra mal
cuidada Castilla.
Fuimos y volvimos dos veces de Torquemada á Madrid y de Madrid á
Torquemada, y en la corte volví á poner casa por consejo de Tarancon, á
quien su cargo de senador volvió á traer á Madrid.
La sociedad de _La Publicidad_ se extendió mucho y no pudo abarcar
tánto; llevaba yo presentado tomo y medio de mi poema, y habíanme dado,
por órden de Pacheco, hasta setenta y dos mil reales; pero husmeando la
liquidacion próxima, y no queriendo que mi manuscrito pasara á manos
desconocidas, suspendí la entrega de original, con la intencion de
rescatar la propiedad de mi manuscrito, por una transaccion ventajosa,
cuando la liquidacion llegara.
Extendia entre tanto sus negocios el editor Gullon; y habiéndome pedido
un libro de la Vírgen, consultado el caso con Tarancon, y fiado en sus
consejos, ofrecí á Gullon el poema de María en seis meses y en treinta
y dos mil reales; pero siendo Madrid el punto del Universo en que más
tiempo se pierde y más holgazanes encuentra con quienes malgastarlo
el hombre que lo necesita, tomé en el Pardo y en la Casa de Infantes
un aposento, que empapelé y amueblé, y retiréme á trabajar en aquella
arbolada y jabalinesca soledad. Pasábame allí las semanas enteras: los
sábados me enviaban mi mujer y mi primo los caballos, y venia á pasar á
Madrid los domingos. Escribíame poco mi padre, porque tenia gota y mal
pulso y costábale mucho el llevar la pluma; y escribíale yo tambien muy
poco, porque estaba muy cansado de tener entre los dedos contínuamente
la mia. Sabia él de mí que trabajaba en un libro de la Vírgen; sabia
yo de él que la gota le tenia en descuido de la hacienda que habia
en parte arrendado, y en el endiablado humor en que la podagra pone
á quien la padece; y sabia de ambos el bueno de Tarancon, porque de
ambos se ocupaba y á mi padre escribia, miéntras yo algunas veces le
visitaba; y así corrió el invierno de 48, preguntando yo á mi padre si
necesitaba de mí, y contestándome él que no valia su mal la pena de que
yo interrumpiera mi trabajo.
Conservaba yo roto, y así de él me servia, aquel malhadado espejo de
mi _necessaire_ que se me rompió en París, y cuya rotura dió tánto
á Freyre que rezungar; pero habiéndose desprendido uno de los dos
trozos de su cristal por un costado, adherido sólo al carton en que
encuadrado estaba por su parte superior, hacíase ya tan engorroso como
arriesgado el servicio del tal espejo; y como conservábale yo roto
por mero recuerdo del mal dia en que se rompió y no por supersticioso
empeño, que Dios, en quien solamente á puño cerrado creo, me ha librado
de creer en agüeros ni supersticiones de ninguna especie, determiné al
fin renovar el espejo, ya que el _necessaire_ era en verdad prenda que
merecia tenerse completa. Vivia yo en las casas de Santa Catalina de
la calle del Prado, y hallábase establecida una fábrica de espejos en
donde hoy lo está el Casino Cervantes; llevó mi mujer misma el carton
en que el roto estaba encuadrado, y en él la pusieron otro espejo de la
exacta medida, prometiéndosele para el lunes: pero no se lo llevaron
hasta el martes. El azogado cristal nuevo encajaba perfectamente en el
hueco para él hecho en el fondo de la tapa del _necessaire_; coloquéle
en su lugar, púsele encima la almohadilla que le garantizaba contra
choques y movimientos, y cerrado el _necessaire_, forcé la tapa para
hacer girar la llave: pero al forzarla, sentí crugir algo dentro; el
espejo se habia vuelto á romper; yo habia dejado por debajo del cristal
uno de los pasadores que por arriba le sujetaban.
Resignéme á tenerlo roto y me volví á mi escondite del Pardo, y volví
á emprenderla con el libro de la Vírgen. Era un martes. Mi familia no
iba nunca á verme al Pardo; yo la pedia ó ella me enviaba los caballos
ó un carruaje, pero nunca en dia de entre semana, sinó en sábado ó en
domingo. El jueves habia yo concluido un capítulo; hacia un tiempo
delicioso y salí á hacer ejercicio ántes de comer, en compañía de un
guarda que en tales casos me servia de cicerone. A mi vuelta hallé un
coche en el patio de la casa y á mi mujer esperándome en mi aposento.
Volvia yo contento de mi paseo, porque lo estaba de mi trabajo, y
alegremente abracé á mi mujer y á la persona de su familia que la
acompañaba.
La mesa estaba puesta: sentíame con apetito, y comencé tranquilamente
á dar cuenta solo de mi pitanza, de que los recien venidos rehusaron
participar, y pasé distraido las primeras cucharadas de la caliente
sopa: pero al notar de repente el silencio tan sombrío como desusado
de mi familia, asaltóme un siniestro presentimiento, y exclamé inquieto:
«¡Dios mio! ¿Qué sucede, que venís tan tristes y tan pronto?
--Nada, pero es preciso que vengas con nosotros.
--¿Por qué?
--Porque. . . ha llegado una carta de Torquemada. . . --y al decir esto, mi
buena mujer rompió á llorar sin poderse contener.
No recuerdo si el del espejo roto fué lo que excitó en mi mente la
tremenda idea: «¡Ha muerto mi padre! »--exclamé angustiado.
--No, todavía no--se arriesgó á decir mi mujer; pero como esto, por
vulgar que sea, es lo primero que suele ocurrir á todo el mundo decir
en casos semejantes. . . no me quedó ya duda de mi desventura, y otra
idea más tremenda envolvió mi espíritu en las tinieblas de otra duda
que sumia mi alma en la más impía desesperacion.
«¡Mis padres mueren, me dije á mí mismo, sin llamarme en su última
hora! ¡Dios me deja sobre la tierra sin el último abrazo y sin la
bendicion de mis padres! . . . ¿Qué le he hecho yo á Dios? ¿Están malditos
mis pobres versos? »
Recogí los que llevaba escritos de la Vírgen y me volví á Madrid y á
casa de Tarancon, á quien ya no hallé: hacia dos dias que habia salido
para su diócesis.
APÉNDICE A ESTE TOMO.
Razon suficiente da el prólogo de este libro de mi venida y permanencia
actual en Barcelona: pero por torpe é ingrato deberia tenerme, si
yo cerrara este libro sin dar á sus habitantes las gracias por el
recibimiento que en su ciudad me han hecho, y el hospedaje que en ella
me han dado.
Atemorízame y apócame sin embargo el miedo de no acertar con palabras
que espresen mi gratitud, y pesárame en el alma que, con las que voy á
escribir, pareciese que sólo intento darme importancia, y prolongar el
ruido que esta especie de resurreccion mia ha levantado en la capital
de Cataluña.
A ella llegué el 30 de Octubre, y su pueblo se aglomeró en el
teatro para saludarme; pero con tan cordial cariño, con tan franca
espontaneidad, que no en mis oidos sinó en mi corazon resonaron los
aplausos que, de pié y vueltos al palco que ocupaba, me dirigieron
los espectadores. ¿Quién era yo, qué habia yo hecho para merecerlos
de Barcelona? Aún puedo apenas comprenderlo; y las lágrimas, que como
aquella noche anublaron mis ojos, vuelven á enturbiar mi vista ahora
que, con infinito agradecimiento, en estas líneas hago de aquella
escena tal vez inoportuna conmemoracion.
No espero que nadie de mí se mofe ni me avergüence por mis lágrimas de
gratitud, ni por consignar aquí con la más sincera los obsequios de que
fuí objeto y los nombres de los que me los prodigaron.
El 1. º de Noviembre apareció en Madrid, en el número 1841 de _El
Globo_, un tan curioso como oportuno y por mí no esperado artículo,
prohijado por la redaccion, puesto que aparece de fondo y sin firma, en
el cual me considera como un muerto que sobrevive á su gloria y asiste
á su apoteósis desde una butaca del salon de espectáculo; ¡Dios mio! si
la redaccion de _El Globo_ me hubiera podido honrar con su compañía en
mi palco del teatro Principal de Barcelona el 30 de Octubre, hubiera
comprendido lo poco que estimo mis obras, pero tambien la escitacion
febril que me producia el placer de recibir aquella ovacion del público
de Barcelona. ¡Gracias á quien quiera que aquel original artículo me
escribió en ocasion tan oportuna; gracias á la redaccion que lo aceptó
por suyo, y gracias (si le hay) á su trás ella escondido é invisible
inspirador.
El _Diario_ literario de avisos de Barcelona, copió este artículo de
_El Globo_ en su número del jueves 4; y en el del viernes 5 de _La
Crónica de Cataluña_ apareció otro afectuosísimo de D. Teodoro Baró,
á quien seria imposible que yo expresara mi reconocimiento por tal
escrito, en frases que á las suyas correspondieran. Baró siente sin
duda por mí algo que no se puede comparar más que con un amor de niño:
con una sencillez infantil, y una fraternal familiaridad se ocupa
de mi faz, de mi traje, de mis costumbres, hasta de mis intereses;
recordando en su artículo que cómo y pago alquiler de casa, y que no
es justo que se me reimpriman mis obras como si fueran propiedad de
todos, impidiéndome utilizar sus productos, para probarme la inmensa
popularidad que me han adquirido. Baró trata de mí, de mis obras, de
mis acciones y hasta de mis sentimientos íntimos y de mis pensamientos
recónditos, con una discrecion, con una delicadeza, con un decoro y con
un respeto, que no fueran mayores si él fuera padre, hijo ó hermano del
viejo poeta, á quien honra con el artículo en que le da tan cordial
bienvenida. Yo ocupo, por lo visto, en el alma de Baró un lugar entre
sus creencias: leyó de niño mis versos, se familiarizó conmigo desde
muy muchacho, aprendió sin duda al mismo tiempo el Catecismo y mis
_Cantos del Trovador_, el Padre nuestro y _El reló_, la Historia de
España y _Margarita la Tornera_, y ahora tiene de mí la misma idea que
de los personajes históricos y de las imágenes religiosas, que entran
en nuestro espíritu con los primeros rudimentos de nuestra primera
educacion. Y ¿qué voy yo á responder á los artículos de Baró? ¿Cómo
voy yo á corresponder á esta especie de veneracion innata que por
mí siente? Con palabras es imposible: no las encuentro; con versos,
ya no puedo, porque ya no los hago: con visitas, con cumplidos, con
banalidades sociales, seria bajarme yo mismo cantando las peteneras
del altar en que Baró me tiene en su corazon colocado; tengo pues que
callar, consagrándole en el mio una silenciosa gratitud.
Alonso del Real, en los lunes de _La Gaceta de Cataluña_, hoja
literaria del 25 del mismo mes de Noviembre, me dió por un poeta
sin rival, indiscutible, indeclinable, digno y capaz de vivir sin
decadencia ni senectud los años matusalénicos; la redaccion de _La
Publicidad_, en su número del 7, compuso su artículo de fondo con mi
biografía encomiástica, y encuadró mi retrato en su primera página:
y ¿cómo voy á corresponder á tan benévola acogida? ¿Enviando á
Alonso del Real y á los redactores de _La Publicidad_, y á los de _El
Diluvio_, y del _Diari Catalá_ y de _La Ilustracion Catalana_, y _El
Correo Catalan_, mis tarjetas ofreciéndoles mi casa y dándoles las
Páscuas y acompañándolas con un pavo? --Tengo, pues, que encomendarme
á Dios y al tiempo, que me deparen una ocasion de probarles mi
agradecimiento; y ellos tendrán que darse por contentos y satisfechos
con estas pocas y desaliñadas frases.
Pero hay algo más difícil aún de recibir y de aceptar que los escritos
encómios: estos, al cabo, se leen á solas, y los que los han escrito no
ven la cara que al leerlos pone aquel en loor de quien los escribieron.
El Presidente del Ateneo, D. Manuel Angelon, me preparó una velada
literaria: en ella hizo el Presidente de su seccion de literatura, Sr.
Feliu y Codina, mi presentacion al Ateneo en un discurso floridísimo,
durante el cual no sabia yo qué continencia tomar. El poeta D. Enrique
Freixas, me dedicó unos endecasílabos, de cuyas ideas soy yo el único
que no puede hacer mencion: el jóven Mata y Maneja, me probó que habia
tomado por un género de poesía mis extravíos fantásticos y mis delirios
métricos, en uno tan intrincado que me pareció mio; y por último, el
Ateneo me regaló una magnífica medalla de plata, que no pude colocar en
ningun bolsillo por temor de que con su peso me lo desgarrara.
La Sociedad «Romea» dió una funcion en obsequio mio, en el Teatro
Catalan del mismo nombre y me ofreció una corona.
La Sociedad «Latorre» me dedicó otra, y otra la Sociedad «Cervantes;»
y por fin, dióme la de «Romea» una segunda fiesta, poniendo en escena
mi _Sancho García_; en cuya representacion pusieron los actores más
esmero y dieron á la obra mia más relieve de los que acostumbran hoy
los que por primeros se consideran; y me inundó el escenario de flores
y de laureles.
El Sr. D. Santiago Vilar, en una velada de despedida, me presentó á
los alumnos de su colegio, como modelo de yo no sé cuántas cosas: los
niños pasaron la noche entera en recitar versos mios, lo que probaba
que habian pasado un mes estudiándolos y pensando en mí; el Sr. Obispo
de Avila me abrazó en público por los que yo recité; y no sé yo lo que
pensar pudieron los espectadores que atestaban aquel salon de aquel
abrazo episcopal, dado con cariñosa efusion al poeta más desatalentado
del siglo. Presentáronme en un estuche una joya preciosa, primoroso
ejemplar de cinceladura, en cuyo trabajo de argentería son estremados
los artistas barceloneses; y despues de un refrigerio, necesario para
reponer en los vasos linfáticos la saliva gastada en tan prolongada
lectura, salimos de aquella conmovedora fiesta de la niñez, presidida
por un ilustre prelado, á deshora de la noche, como viciosos que á su
casa vuelven ruidosamente de madrugada, calmando la inquietud de su
desvelada familia é interrumpiendo el tranquilo sueño de sus honrados
vecinos[3].
[3] En la lectura de la sociedad «Latorre» debí el honor de
que me acompañara al célebre poeta dramático, sostenedor del
teatro catalan, D. Federico Soler; quien bajo el seudónimo
de «Serafi Pitarra», hace años que con prodigiosa fecundidad
surte de obras originales la catalana escena. De ÉL, de sus
obras y del teatro Romea, tendré ocasion de ocuparme en mis
artículos de _El Imparcial_.
A este mes entero de fiestas y regalos, no puede el viejo poeta
corresponder más que apuntando rápidamente en este apéndice lo
sucedido. He protestado mil veces contra mis públicas exhibiciones;
pero Barcelona como Valencia, á manera de muchachas locas enamoradas
de un viejo, han pedido á gritos mi presentacion en los teatros: he
alegado los sesenta y cuatro años que me apocan y enronquecen, y
Barcelona me ha dicho: «que no; que yo no tengo edad y que canto como
un ruiseñor. » He tenido que acudir al Dr. Osío para que me azoara la
glotis, y Barcelona ha escuchado como sonora y argentinamente timbrada
mi voz perdida, y ha aplaudido frenética, como si nunca los hubiera
oido, mis versos tan viejos como yo. A esta idea preconcebida, á este
partido tomado, á este cariño maternal de Barcelona, ¿qué puedo,
qué debo yo ofrecer en accion de gracias? Dejarme querer, y seguir
trabajando en silencio, y en la duda afanosa de si la posteridad
sancionará los aplausos, la predileccion y el juicio con que Barcelona
me acepta y me recibe en su seno.
Me he limitado, pues, á escribir estas cuatro vulgares páginas; y como
ya no hago versos dos años hace, y el molde en que los vaciaba está
ya enmohecido y agujereado, no he sabido más que hilvanar con unos
que hice á Valencia, mi madre adoptiva, y otros que me ha inspirado
mi gratitud á Barcelona, una estrafalaria poesía, que aquí publico
como recuerdo de mi madre y homenaje á la Ciudad Condal. Carece
completamente de mérito literario, y la presento sin pretension alguna:
es sólo un ejemplo de lectura, en la cual colocados los alientos y
dilatados sus períodos para ser leida por mí, tal vez sólo mi arte de
alentar la hace escuchar sin fatiga, y tal vez sólo en mi boca tiene
armonía su dislocada metrificacion. Creada en el corazon más que
imaginada en el cerebro, espero que sólo con el corazon me la acepten y
me la juzguen Valencia y Barcelona.
BARCELONA Y VALENCIA.
LECTURA HECHA POR EL AUTOR EN BARCELONA.
I.
Barcelona y Valencia son dos hermanas;
y reclinadas ambas del mar á orillas
como dos garzas blancas, son dos sultanas
que tremolan bandera de soberanas
sobre ricas ciudades y alegres villas.
Yo soy huésped en ambas bien recibido;
y en las villas que de ambas son comarcanas,
voy y vengo á mi antojo, paso ó resido:
y dó quier, campesinas ó ciudadanas,
á mí, poeta viejo de las Castillas,
al par Barcelonesas y Valencianas,
desde las pobres huérfanas á las pubillas,
me reciben alegres y oyen ufanas
mis romancejos godos y mis coplillas,
que son mitad muzárabes, mitad cristianas:
y desde las más cándidas y más sencillas
payesas á las damas más cortesanas,
donde á cantar me paro, niñas y ancianas,
oyendo de mis cuentos las maravillas
sonríen al poeta y honran sus canas.
Así que en Barcelona como en Valencia,
dó quier que me preguntan «y tú ¿quién eres? »
digo con ciertos humos de impertinencia:
«Soy el viejo poeta de las mujeres. »
Pero en conciencia,
¿Qué soy de Barcelona? ¿Qué de Valencia?
II.
Yo de los valencianos hijo adoptivo,
considero á Valencia como á mi madre;
mas cuando á Barcelona vengo, aquí vivo
como si aquí tuviera casa mi padre.
Aquí y allí de raza ni de abolengo
no, sinó de cariño títulos tengo;
allí y aquí mis versos en castellano
me dan fuero y derechos de ciudadano,
porque á mi vieja musa mora-cristiana
Cataluña y Valencia ven como hermana.
Mas no es mi vida en ambas muy regalona,
pues aquí y allí vivo como la ardilla
en inquietud perpétua: se me eslabona
una con otra fiesta; de villa en villa,
de teatro en teatro se me pregona;
voy y vengo sin tiempo de tomar silla:
por dó quiera me dicen: «_¡parla! ¡enrahona! _»
yo suelto de mis versos la taravilla,
y dó quier mi presencia fiesta ocasiona:
porque aquí y allí paso por maravilla,
porque escribí el _Tenorio_, que es quien me abona
lo mismo en Cataluña que por Castilla;
y aquí, cuando en las calles ven mi persona,
dicen los _noys_ que pasan:--«es en Surrilla,»
lo mismo que si fuera de Barcelona.
Mas mi conciencia
¿qué cree de Barcelona?
¿qué de Valencia?
III.
Faro de isla cercado de guardabrisas,
camarin alfombrado de minutisas,
ajimez festonado con ramos de oro,
joyel que de cien reinas guarda el tesoro,
sultana de pensiles cultivadora,
latina, provenzala, cristiana y mora,
Valencia es un compendio de los primores
con que ornó al mundo la Omnipotencia,
cuna de silfos, nido de amores,
patria de bardos y trovadores,
vergel poblado de ruiseñores,
pomo de esencia,
jarron de flores:
eso, señores,
eso es Valencia.
Mas Barcelona
es la muchacha alegre de la montaña,
sana, robusta y ágil: que, rica obrera,
de un blason que mancilla servil no empaña
y un condal nobilísimo féudo heredera,
tiene al pié de un peñasco que la mar baña
y de un aro de montes trás la barrera,
un campo con mil torres para cabaña,
por toldo y guardabrisa la cordillera,
por taller la más rica ciudad de España,
por mercado las plazas de España entera;
y obrera que de estirpe noble blasona,
da á la historia de España su prez guerrera,
el floron más preciado de su corona,
el cuartel más glorioso de su bandera.
Artesana, que ciñe condal corona,
en el taller sin penas trabaja y canta:
con hilos y alfileres hace primores;
en un puño de tierra cultiva y planta
viñedos y olivares que, en vez de flores,
en sus breñas y cerros, lomas y alcores
diestra escalona,
cuida y abona
con cien labores:
eso, señores,
es Barcelona.
IV.
Valencia es la florida puerta del cielo,
el balcon por donde abre la aurora el dia:
Dios por él de la España bendice el suelo
y la salud, la gracia y el sol la envia.
Valencia es un florido pensil modelo,
mansion de los deleites y la alegría,
á quien sirve de cerca, de espejo y velo,
á sus plantas echada, la mar bravía.
Valencia está debajo del paraíso;
y cuando Dios le priva de su presencia,
por el balcon del alba, sin su permiso,
los ángeles se asoman á ver Valencia.
Valencia es alkatifa de cien colores
de Dios tendida para una audiencia,
donde del cielo los moradores
de Dios derraman en la presencia
ramos de flores,
pomos de esencia:
eso, señores,
eso es Valencia.
Mas Barcelona. . . . .
Barcelona es la reina del mar Tyrreno,
cuyas ondas azules cubre de lona;
y á los hijos activos que da su seno
la posesion del mundo dar ambiciona.
Barcelona es un águila de vuelo altivo,
fénix que, renaciendo de sus cenizas,
torna jardin su suelo duro al cultivo
y en palacios sus viejas casas pajizas.
Barcelona, á quien nutre vital esceso,
late con los volantes de sus talleres,
se remonta en las alas de su progreso,
brilla con la hermosura de sus mujeres:
y cuando Dios se ausenta del paraíso
y duerme Barcelona de noche, al peso
del trabajo rendida, sin su permiso
baja un ángel por todos á darla un beso.
Porque del cielo los moradores,
miéntras los mundos Dios inspecciona,
al noble pueblo que en sí amontona
turbas de pobres trabajadores,
cuyo trabajo con Dios le abona,
como á una vírgen limpia de amores
cuya alma el cuerpo casto abandona,
del huerto Edénico
con lauro y flores
tejen los ángeles
una corona:
y esa, señores,
cae de sus manos
en Barcelona.
V.
Valencia, más hermosa, más cortesana,
es más jóven, más libre, más Moslemina;
Barcelona es más hosca, ménos galana,
más morena, más séria, más Bizantina:
aquélla más coqueta, y ésta más llana.
Valencia afecta á veces ser campesina,
mas bravéa con humos de soberana:
y es una rubia y grácil hurí-cristiana,
que viste por capricho de tunecina.
Valencia dice á todos que es hortelana,
y es una neerlandesa pálida ondina
que duerme en una rica concha perlina;
y del mar en la espuma blanca y liviana
canta á la arrebolada luz matutina,
vestida por capricho de valenciana.
Barcelona es el cráter donde fermenta,
con el hierro fundido y el tufo denso,
el espíritu hermano de la tormenta
que se pasea, de ellas sin tener cuenta,
sobre el móvil abismo del mar inmenso.
Valencia es la Hada núbil de la alegría
que respira de rosa y ámbar esencia;
la Vénus Afroditis del Mediodía,
de quien ver deja ignuda la gallardía
de un pudor algo moro la transparencia.
Barcelona es Minerva ya desarmada;
cuyo manto, que lame la mar bravía
salpicando de perlas su orla murada,
lleva en lugar de armiños y pedrería
la greca de su vuelo y cáuda bordada
con rieles y máquinas de ferrovía,
con espolones, hélices y anclas de Armada.
Valencia, alméa grácil y encantadora,
trova, canta, recita, danza y se espresa
en voz, accion y gracia tan seductora,
que atrae, fascina, embriaga, turba, embelesa,
magnetiza, avasalla, rinde, enamora,
y en tierra con las almas da por sorpresa.
Barcelona, valiente, ruda payesa
con timbres y con fueros de gran señora,
labra, teje, cultiva, destila, pesa,
funde, lima, taladra, cincela y dora;
y ejemplar solo de alta noble condesa
con corazon de obrera trabajadora,
con el trabajo nunca de latir cesa:
y apresurada siempre trás árdua empresa,
hierve como encendida locomotora:
cuando se mueve, asombra; cuando anda, pesa:
respira fuego y humo cual los volcanes,
y estremece la tierra, como si dentro
de ella fuera la raza de los titanes
queriendo de la tierra cambiar el centro.
VI.
Barcelona y Valencia son dos hermanas,
pero una es blanca y rubia y otra morena:
son por naturaleza dos soberanas;
pero la una celeste, la otra terrena.
Valencia es la versátil hija del cielo,
á quien Dios por herencia dió un paraíso;
Barcelona, hija de Eva, vive en anhelo
de tornar por sí misma su estéril suelo
en el Edén que el cielo darla no quiso.
VII.
Yo idolatro á Valencia por su hermosura,
su luz, su poesía, la donosura
de su gente, sus usos, trajes y aliños;
y de un amor primero con la fé pura,
la doy de hijo y amante los dos cariños.
Pero amo á Barcelona por tiranía
de ley inevitable de mi destino:
Dios condenó al trabajo la vida mia;
morir sobre el trabajo tengo por sino.
Barcelona trabaja. . . y á su existencia
el trabajo da fuerza, pan y alegría:
que me dé cuando espire tumba Valencia,
pan Barcelona, miéntras mi inteligencia
Dios alumbre y mis ojos la luz del dia.
VIII.
Olvidaba que entre ambas hay diferencia:
no en la tierra, en el cielo; pero os aviso
que es secreto que á solas fiarme quiso
el buen ángel que alumbra mi inteligencia.
La diferencia es esta: pero es preciso
que Valencia lo ignore; cuando en ausencia
de Dios se quedan dueños del paraíso
y con la luz del alba, sin su permiso,
los ángeles se asoman á ver Valencia. . . .
es porque á Barcelona Dios en persona
baja en el sol, y absorto de complacencia
se olvida de los ángeles en Barcelona.
_Esta obra es propiedad de su Autor, el que perseguirá ante la ley á
quien la reimprima en todo ó en parte sin su consentimiento.
grandes locos, que con sus inventos y con sus escritos impulsan hácia
el progreso el movimiento social europeo; y en el segundo pierden su
tiempo, su salud y su dinero, en el turbion de marionetas, charlatanes,
estafadores y mujeres perdidas, que pueblan aquel falso eden á la luz
del gas y al son de las orquestas de Mussard y de Straus, todos los
imbéciles que de las cuatro partes del mundo acuden como mariposas á
quemarse en aquel foco de luz infernal.
De París salen simultáneamente los gérmenes de todo lo bueno y de todo
lo malo, sobre todo para nosotros los españoles; que, sea dicho sin que
nadie se ofenda, ó aunque se amosque conmigo la mitad de la nacion,
solemos tomar casi todo lo malo y poquísimo de lo bueno. Llegué yo á
París miéntras ocupaba el trono francés el rey ciudadano Luis Felipe
de Orleans, de quien sabian trazar la caricatura todos los chicos de
su capital bajo la forma de una pera, cuya régia representacion se
veia por todas las paredes y siempre de un parecido maravilloso. No
era todavía el París ensanchado, dorado y ámpliamente refundido por el
imperio del tercer Napoleon; era todavía su primer teatro la sala de la
rue Lepelletier, y no estaba aún cerrada la plaza del Carroussel por la
calle de Rivoli: existian aún al frente del Palais-Royal una espesa red
de callejuelas, tan conocidas como mal afamadas, y á su espalda los dos
famosos restaurants de Befour y de los tres hermanos Provenzales, y se
alzaban todavía gárrulos y chillones, en los boulevares du Temple y de
Beaumarchais, los cien teatrillos más divertidos del mundo, la Gaité,
Follies-Dramatiques, Delassements-comiques, etc. , etc.
Asomé yo las narices los dos primeros meses al paraiso de los tontos
y, sin dejarme fascinar ni embriagar por sus delicias de contrabando
ni por sus huríes sin corazon, me establecí á la puerta del manicomio,
haciendo con el editor Baudry un trato poco lucrativo; por el cual
fueron mis versos los primeros que de poeta español tuvieron lugar en
su magnífica coleccion. Por un puñado de luises y dos carros de libros,
le dí el derecho de coleccionar todas las obras por mí hasta entónces
escritas, por dos razones que me eran exclusivamente personales;
la primera para que mi padre leyera mi nombre en el catálogo de la
coleccion de los primeros escritores de Europa; y la segunda porque
la extensa venta, el gigantesco anuncio y el renombre universal que
ya tenia la coleccion Baudry, me hicieran conocido como poeta fuera
de mi patria. A pesar de que mi padre, encerrado en nuestro solar de
Castilla, no habia vuelto á darme noticias suyas, esperaba yo que esta
prueba honrosa de aprecio de la librería editorial francesa para su
hijo, le convenceria, por fin, de que no era menester que me doctorara
en Toledo y de que ya no habia razon de cerrarme la casa y los brazos
paternos. En esta esperanza viví en París desde Julio a Noviembre,
estudiando y trabajando en mi _Granada_ y dividiendo mi tiempo entre
las bibliotecas y los teatros, esquivo como en España, á la sociedad
banal de las visitas y la chismografía, y un poco en contacto con la
sociedad del arte y de las letras.
La redaccion de _La Revista de Ambos Mundos_ me acogió con simpáticos
obsequios, y sus redactores Charles Mazzade, Paulino de Lymerac y
Xavier Durrieux fueron mis amigos y comensales; y por mi influencia
y la de Juan Donoso, que fué despues nuestro embajador, empezaron á
publicarse en aquella importante _Revista_ artículos sobre España,
en los cuales comenzaba á probarse á los franceses que el Africa no
empieza en los Pirineos. Pitre Chevalier, director del _Museo de las
Familias_, se empeñó en publicar en él mi retrato y mi biografía, y lo
hizo, como francés, sin atender á mis justas y modestas observaciones.
Convirtió mis breves notas biográficas en una fantástica novelilla, y
Mr. Pauquet, el primer dibujante de aquel tiempo, recibió su órden de
retratarme embozado en mi capa española y mirando de perfil al cielo,
como un D. Juan Jerezano que espera que se le aparezca su Dulcinea en
el balcon para decirla: «por ahí te pudras». No era posible que mi
retrato indicara que era de un poeta español, si no tenia capa y si no
buscaba con la vista la inspiracion del Espíritu Santo; y aún le quedé
agradecido á que no me pusiera una guitarra en la mano, de lo que creo
que me libró solo su afan de embozarme.
En aquel retrato, correcta y francamente dibujado, y por aquella
biografía, _bizarramente detallada_ á la parisienne, no me conoce la
madre que me parió; pero no por eso quedó ménos agradecido el español
á la buena intencion del francés.
Trás estos necesarios precedentes, pasemos una rápida ojeada por los
últimos y sombríos cuadros de estos mis tristes recuerdos del tiempo
viejo.
Entre los conocimientos que hice y renové por entónces en París entre
Dumas padre, Jorge Sand (Mme. du Devant), Alfred de Musset y Teophile
Gautier; entre embajadores, editores, escritores, emigrados, cómicos
y bailarinas; entre Fernando de la Vera, la Rachel, la Rose Chery,
Frederik Lemaitre, Giusseppe Multedo, Zariategui y otros emigrados
liberales y carlistas, italianos y españoles, se me vino á los brazos
uno de estos, el más honrado y divertido andaluz que la tierra de
María Santísima y la tenacidad carlista echaron á Francia. Era este
D. Fernando Freyre, pariente próximo del general del mismo apellido,
adherido no sé muy bien cómo á la corte de Fernando VII, de quien
elegia los caballos y para quien iba á buscar los toros; amigo de los
ganaderos, amparador de los _diestros_, y el primer inspector de la
escuela taurómaca sevillana, institucion de aquel Sr. Rey, que santa
gloria haya.
Fernando Freyre no habia sido nada importante ni influyente, ni en
la corte huraña y recelosa de las camarillas y apostasías políticas
del difunto Rey, ni en la trashumante de D. Cárlos María Isidro de
Borbon, segundo Cárlos V en Oñate; pero en ambas habia sido recibido
y estimado por todos, incluso por mi padre, porque tenia uno de los
mejores corazones y uno de los caractéres más alegres y más iguales del
mundo. Realista por conviccion, no transigió nunca con las modernas
ideas liberales, ni quiso jamás acogerse á amnistía ni indulto alguno;
pero jamás odió, ni esquivó siquiera el saludo, á ningun liberal
emigrado ó viajero con quien en tierra extranjera se topara, siendo de
todos los españoles sinceramente apreciado y noblemente acogido por los
legitimistas franceses. Con apoyo de éstos, no temió ni le avergonzó
establecer un pequeño y privado depósito de vinos, pasas, caldos y
frutos de Andalucía, que aquellos le compraban; y con los setenta á
noventa duros que este oscuro comercio le producia, vivia modesta y
honradamente en la mejor sociedad de la _legitimidad_ francesa y de la
aristocracia española. Establecido ya de años en París, y encargado
por sus amparadores de toda clase de comisiones, era conocido en el
comercio y conocia á París, como un _commis-voyageur_ á quien comprar
en la tienda ó en el taller, puede producir legal y honrosamente un
tanto por ciento más crecido de utilidad. Por uno de estos encargos
dimos allí uno con otro, y por las horas buenas que le debo, me
complazco en consagrarle cariñosamente estas líneas en mis recuerdos.
Era ya por entónces hombre de más de sesenta años; pero ágil, robusto
y colorado, con sus patillas blancas de _boca-é-jacha_ y su sombrero
sobre la oreja derecha, corria por las calles _recortando_ los coches y
evitándolos apoyándose en la saliente lanza, como quien pone rehiletes
de sobaquillo, porque todo lo hacia y lo hablaba á lo torero y lo
macareno; y asombraba el verle cruzar los _boulevarts_ sin tropezar ni
vacilar entre la multitud de carros, ómnibus y coches que de contínuo
los obstruyen. Todo era en él extraño y original; en su negocio
no tenia más que un empleado, y éste tenia las más incompatibles
cualidades: era polaco, judío, carlista, fiel y discreto; hablaba un
castellano aprendido en Vizcaya, tan disparatado como el francés que
hablaba Freyre, y entre los dos me decian despropósitos imposibles de
reproducir. Yo llamaba tio á Freyre; y cuando mi familia me dejó solo
en París, me fuí á vivir al hotel de Italia, frente á la Opera-cómica,
en cuyo piso tercero habitaba Freyre un pequeño aposento, compuesto
de sala, gabinete y alcoba, y atestado de botellas y cajas. Cuando mi
trabajo asíduo y sus compromisos con sus anfitriones nos dejaban libres
las noches, comíamos juntos, y las concluíamos en el teatro, en algunos
de los cuales tenia yo entradas libres, como escritor extranjero con
editor en Francia.
Llegó así Noviembre, y ya tenia yo apalabrados contratos para imprimir
mi poema de Granada, y pagábanme ya no escasamente la prosa y los
versos que para sus publicaciones de América me pedian, cuando se
acordó Dios de mí, como dicen los católicos, enviándome una de esas
desventuras que envenenan y enturbian para toda la vida el manantial
amargo de la memoria.
Pedíame de Madrid mi primo P. , consócio mio, con Rafael X, una cadena
de relój igual á otra mia, que era una cinta hecha con mil pequeñísimos
cilindros de oro engarzados y giratorios en una red de ejes, de tan
prolijo trabajo, como maravillosa flexibilidad. Averiguó Freyre el
domicilio del obrero que para el platero los trabajaba, y nos acostamos
conviniendo en que á la mañana siguiente muy temprano iríamos á comprar
ó á encargar la demandada cadena.
Habíanme regalado en Burdeos un _necessaire_ de ébano fileteado de
marfil, que garantizado por una guadamacilada funda de cuero, llevaba
yo á la mano y servia en nuestros viajes de escabel á mi mujer. Al
levantarme al dia siguiente, híceme la barba segun costumbre con las
navajas y ante el espejo de aquel _necessaire_, y llamando Freyre á mi
puerta y dándome prisa, porque él la tenia de acudir á sus negocios
despues que al mio, vestíme apresuradamente y partí con él; dejando las
navajas sobre el velador y el espejo colgado en la escarpia, que para
ello tenia puesta á mi altura en el marco de la vidriera.
Fuimos hasta el final del Faubourg de San Dionisio; hallamos y
compramos el objeto pedido, acompañé á Freyre á tres ó cuatro puntos
que tenia que recorrer, y volvimos juntos al hotel de Italia.
Pedimos al conserje nuestras llaves, pero la mia no estaba en el
llavero; en vez de dejarla en él al salir, me la habia llevado en el
bolsillo. Al entrar en mi cuarto, exclamó Freyre: «Mal agüero, zobrino:
aquí han andado loz menguez en auzencia nueztra: mira:»--y me mostró
el espejo hendido trasversalmente de arriba á abajo. --Reíme yo de su
supersticiosa observacion, y llamé al camarero; el cual respondió á
mis reclamaciones diciendo, que ni él habia podido _hacer_ mi cuarto,
ni nadie entrar en él, porque yo no habia dejado la llave en la
conserjería.
«¡Mal agüero, zobrino, mal agüero! » Seguia Freyre rezungando entre
dientes, y yo, que no creo más que en Dios, le hice observar que al
cerrar la puerta de golpe, la vibracion de las vidrieras produjo
probablemente el choque y rotura del espejo; y que teniendo los dueños
de los hoteles dobles llaves por mandato expreso de la policía, tal
vez el no haber yo dejado la mia llamó la atencion, abrieron sin
precauciones la puerta y ocasionaron el fracaso.
Freyre tragó como pudo mi explicacion; y teniendo ambos el dia libre,
nos fuimos á almorzar á la taberna inglesa de la calle de Richelieu,
con la intencion de ir á las dos al hipódromo del Arco de la Estrella.
Almorzamos tranquilamente, y habiendo encontrado Freyre en el fondo
de una botella de Chambertin, un raudal de andaluza verbosidad y un
tesoro de alegría juvenil, salíamos cruzando el patio como estudiantes
que hacen novillos, cuando dimos de manos á boca con un sobrino del
banquero A. B. , que en el piso principal de aquella casa tenia su
escritorio establecido. «Del cielo me caen Vds. --exclamó al vernos--y
me ahorran un viaje. Hace dos dias que tenemos una carta de España para
el Sr. Zorrilla, y á llevársela iba; por cierto que trae luto y la
apostilla de urgente. Aquí está. »
Y presentóme la carta, que me hizo palidecer. Era de mi padre
y revelaba en sus cuatro líneas su extraño carácter, y lo más
dolorosamente extraño de nuestras relaciones.
Decia:
«Pepe, tu pobre madre ha fallecido hoy á las tres de la madrugada;
tú verás si te conviene venir á consolar á tu afligido padre
José. »
No puedo decir lo que sentí ni lo que hice en aquel momento.
Aquella noche rompí mis contratos y retiré las palabras dadas á los
editores franceses; y á la mañana siguiente, rompiendo con mi porvenir,
emprendí mi vuelta á España y al paterno hogar, cuyas puertas me abria
la muerte por la tumba del sér más querido de mi corazon.
Dejé á Freyre llorando en la estacion, y repitiendo lo que desde el
dia anterior le habia oido rezungar muchas veces por lo bajo: «Sí,
dicen bien las gitanas de Triana: que el diablo ez quien inventó loz
ezpejoz, y que anda ziempre entre el azogue é zuz criztalez. »
Yo partí viendo á través de mi espejo roto el rostro adorado del
cadáver de mi madre, cuyo último suspiro no me habia permitido recoger
Dios.
XXIV.
Tenia mi padre gran fuerza de voluntad y absoluto dominio sobre sí
mismo; pero no pudo dominar su emocion en el momento de volverme á
ver en su casa y por tan doloroso motivo. Nos abrazamos llorando: él
fué el primero que se repuso y volvió á la prosáica realidad de la
vida. --«Vienes muy cansado:--me dijo--no agravemos el mal que no tiene
ya remedio. Come y reposa: la naturaleza es un tirano irresistible:
tenemos tánto tiempo como razones para contristarnos; pero en este
instante nuestro dolor está endulzado por la alegría, y no podemos ni
alegrarnos ni condolernos, sin asustarnos de nuestra alegría como de
nuestra pena. »
Y era verdad; los recuerdos alegres de la niñez que poblaban aquella
casa, la satisfaccion de volver á respirar en aquellos aposentos,
la vista de aquellos muebles tan conocidos, el servicio de aquellos
antiguos criados tan leales, y la presencia, en fin, de mi padre, tan
firme, tan erguido y tan vigoroso, que iba y venia dando á aquellos
las órdenes necesarias, me tenian en un estado de arrobamiento que me
impedia darme cuenta de mí mismo; me sentia tan impulsado á llorar
como á reir; y la imágen de mi madre muerta se me ocultaba y casi
desaparecia tras de mi padre vivo. Acompañóme éste durante un ligero
almuerzo que preparado me tenia; me habló del estado en que habia
hallado sus viñas, de las mejoras que habia hecho en el cultivo de los
viñedos y de las que necesitaba la casa; ni una palabra de mi madre;
ni la más leve alusion á mi vida pasada: ni la más mínima esperanza
para el porvenir. Yo volvia á casa de mi padre, no á la mia; así lo
habia yo entendido, y volvia resuelto á respetar todos los derechos y
á acatar todas las disposiciones de mi padre, sin permitirme la más
nimia observacion: puesto que al abandonar á mi familia en 1836, habia
yo renunciado á todos mis derechos de hijo y de heredero, dando á mi
padre el de hacer de su hacienda lo que más á cuenta le viniere, como
si Dios le hubiera quitado por muerte natural el hijo que civilmente
murió, al fugarse del paterno hogar en brazos de su locura. Tal era mi
respeto por mi padre, tales la justicia y las facultades omnímodas con
que yo mismo le habia investido; y si le hubiera dado por ser jugador
y vicioso, yo me hubiera empeñado y vendido á Satanás por pagar sus
deudas ó mantener sus concubinas. Yo no le pedia, al volver á mi casa,
más que un poco de cariño y el perdon de aquellos dramas y leyendas
mias, por los cuales habia tirado por la ventana las Pandectas y las
Novelas de Justiniano.
Y fueron transcurriendo los dias, y fuéme él llevando á ver las bodegas
y los plantíos; y mostróme deseos de adquirir unos solares de casas
quemadas por los franceses, que lindaban con la nuestra por Mediodía y
Poniente, con lo cual se la añadiria un amplio jardin cercado, logrando
hacer de ella la mejor y más cómoda de muchas leguas á la redonda; y
como me diese á entender que las dos cosas que le hacian desistir de
la adquisicion de aquellos solares eran, la primera, que yo no querria
venir á vivir allí nunca, y la segunda, que él no estaria ya nunca
sobrado de dineros; porque el laboreo de las fincas y algunos atrasos
contraidos en sus seis años de emigracion absorberian todas sus rentas,
ofrecíle yo la suma de que menester hubiese; asegurándole que mi única
ambicion era la de vivir allí con él y hacerle lo más agradable posible
aquella mansion, con la cual habia soñado siempre, y la cual me habia
siempre imaginado como un oasis de reposo en el desierto de mi vida de
trabajo y de abnegacion.
No creí, me dijo, que tal pensaras; pero si es como dices, voy á
decirte lo que sé y pienso: ni los dueños de esos solares, ni nosotros,
que queremos adquirirlos, sabemos bien, ellos lo que van á vender y
nosotros lo que vamos á comprar. Escucha.
Fuí yo uno de los jefes del batallon de estudiantes Palentinos
que contra los franceses se levantó á fines de 1808. Una noche,
sabiendo que avanzaba una division, nos emboscamos en el puente con
aquella audacia inconsciente que nos hizo hacer lo que á pensarlo y
comprenderlo no hubiéramos hecho. Al amanecer apareció una descubierta
de coraceros, que con aquella confianza petulante que perdió á los
franceses de Napoleon en España, entró sin precauciones en el largo y
tortuoso puente de veintiseis ojos, que enlaza las dos riberas del rio
y el camino real con esta villa. La vanguardia venia aún muy léjos,
veiamos apenas el polvo que levantaba. Los coraceros y sus caballos
nos sintieron debajo de ellos ántes de haber podido vernos enfrente;
y encabritándose los caballos y empujando nosotros por los piés á
los ginetes, calzados con grandes é inflexibles botas, los arrojamos
al agua desequilibrándoles con el peso de sus cascos y sus corazas.
Algunos de los últimos, que volvieron grupas, dieron la alarma á los
de la vanguardia; pero cuando llegaron al puente, no hallaron más que
algunos muertos y apercibieron en el agua algunos ahogados, cuyos
cadáveres arrastraba la corriente. Los estudiantes montados en sus
caballos y armados con sus carabinas, entrábamos en el páramo sin temor
de que nos siguiesen.
Pero pegaron fuego á Torquemada; y ese terreno elevado que desde
el balcon estás viendo, cubre los escombros de cinco casas, cuyos
cimientos y primer piso eran de piedra labrada, que nadie ha
desenterrado.
Hay además cegados cinco pozos de los cinco corrales á cada casa
anejos; y entónces todo castellano que huia al monte, echaba al pozo la
poca plata y alhajas que poseia; no habrá ahí riquezas, pero sí plata y
piedra para indemnizar el desembolso del comprador.
No podia yo permanecer en Torquemada, y al cabo de un mes volví á
Madrid. Acababa de establecerse en la corte la sociedad editorial _La
Publicidad_, de la cual era uno de los directores D. Joaquin Francisco
Pacheco, quien ya he dicho que con Donoso Cortés y Pastor Diaz habia
sido mi primer amigo y amparador. Propuse la compra de la propiedad de
mi _Granada_; y en dos mil duros por tomo, cerré y firmé el contrato,
debiendo presentar mi manuscrito por medios tomos y cobrar mil duros
por cada mitad.
Empecé á enviar dinero á mi padre, que con él compró los solares, pero
no los tocó; intactos los hallé yo al verano siguiente, cuando invitado
por él fuí con mi mujer á hacerle compañía.
Mi padre ofreció á ésta las llaves y el gobierno de la casa; yo me
opuse diciéndole que su ama de llaves y sus criados eran de su completa
confianza, y que mi mujer y yo no éramos más que unos huéspedes por
aquel verano.
Pagóse mi padre y más su servidumbre de aquella confianza nuestra;
comencé yo á convertir el corral en jardin, y gozaba mi padre viéndome
cavar y trasplantar frutales, y abrir arriates para las flores. No
hice yo de aquel corralon de lugar un jardin de Falerina; pero al
ménos veíase desde los balcones algo muy diferente del muladar en
que convierten sus corrales los labriegos descuidados de nuestra mal
cuidada Castilla.
Fuimos y volvimos dos veces de Torquemada á Madrid y de Madrid á
Torquemada, y en la corte volví á poner casa por consejo de Tarancon, á
quien su cargo de senador volvió á traer á Madrid.
La sociedad de _La Publicidad_ se extendió mucho y no pudo abarcar
tánto; llevaba yo presentado tomo y medio de mi poema, y habíanme dado,
por órden de Pacheco, hasta setenta y dos mil reales; pero husmeando la
liquidacion próxima, y no queriendo que mi manuscrito pasara á manos
desconocidas, suspendí la entrega de original, con la intencion de
rescatar la propiedad de mi manuscrito, por una transaccion ventajosa,
cuando la liquidacion llegara.
Extendia entre tanto sus negocios el editor Gullon; y habiéndome pedido
un libro de la Vírgen, consultado el caso con Tarancon, y fiado en sus
consejos, ofrecí á Gullon el poema de María en seis meses y en treinta
y dos mil reales; pero siendo Madrid el punto del Universo en que más
tiempo se pierde y más holgazanes encuentra con quienes malgastarlo
el hombre que lo necesita, tomé en el Pardo y en la Casa de Infantes
un aposento, que empapelé y amueblé, y retiréme á trabajar en aquella
arbolada y jabalinesca soledad. Pasábame allí las semanas enteras: los
sábados me enviaban mi mujer y mi primo los caballos, y venia á pasar á
Madrid los domingos. Escribíame poco mi padre, porque tenia gota y mal
pulso y costábale mucho el llevar la pluma; y escribíale yo tambien muy
poco, porque estaba muy cansado de tener entre los dedos contínuamente
la mia. Sabia él de mí que trabajaba en un libro de la Vírgen; sabia
yo de él que la gota le tenia en descuido de la hacienda que habia
en parte arrendado, y en el endiablado humor en que la podagra pone
á quien la padece; y sabia de ambos el bueno de Tarancon, porque de
ambos se ocupaba y á mi padre escribia, miéntras yo algunas veces le
visitaba; y así corrió el invierno de 48, preguntando yo á mi padre si
necesitaba de mí, y contestándome él que no valia su mal la pena de que
yo interrumpiera mi trabajo.
Conservaba yo roto, y así de él me servia, aquel malhadado espejo de
mi _necessaire_ que se me rompió en París, y cuya rotura dió tánto
á Freyre que rezungar; pero habiéndose desprendido uno de los dos
trozos de su cristal por un costado, adherido sólo al carton en que
encuadrado estaba por su parte superior, hacíase ya tan engorroso como
arriesgado el servicio del tal espejo; y como conservábale yo roto
por mero recuerdo del mal dia en que se rompió y no por supersticioso
empeño, que Dios, en quien solamente á puño cerrado creo, me ha librado
de creer en agüeros ni supersticiones de ninguna especie, determiné al
fin renovar el espejo, ya que el _necessaire_ era en verdad prenda que
merecia tenerse completa. Vivia yo en las casas de Santa Catalina de
la calle del Prado, y hallábase establecida una fábrica de espejos en
donde hoy lo está el Casino Cervantes; llevó mi mujer misma el carton
en que el roto estaba encuadrado, y en él la pusieron otro espejo de la
exacta medida, prometiéndosele para el lunes: pero no se lo llevaron
hasta el martes. El azogado cristal nuevo encajaba perfectamente en el
hueco para él hecho en el fondo de la tapa del _necessaire_; coloquéle
en su lugar, púsele encima la almohadilla que le garantizaba contra
choques y movimientos, y cerrado el _necessaire_, forcé la tapa para
hacer girar la llave: pero al forzarla, sentí crugir algo dentro; el
espejo se habia vuelto á romper; yo habia dejado por debajo del cristal
uno de los pasadores que por arriba le sujetaban.
Resignéme á tenerlo roto y me volví á mi escondite del Pardo, y volví
á emprenderla con el libro de la Vírgen. Era un martes. Mi familia no
iba nunca á verme al Pardo; yo la pedia ó ella me enviaba los caballos
ó un carruaje, pero nunca en dia de entre semana, sinó en sábado ó en
domingo. El jueves habia yo concluido un capítulo; hacia un tiempo
delicioso y salí á hacer ejercicio ántes de comer, en compañía de un
guarda que en tales casos me servia de cicerone. A mi vuelta hallé un
coche en el patio de la casa y á mi mujer esperándome en mi aposento.
Volvia yo contento de mi paseo, porque lo estaba de mi trabajo, y
alegremente abracé á mi mujer y á la persona de su familia que la
acompañaba.
La mesa estaba puesta: sentíame con apetito, y comencé tranquilamente
á dar cuenta solo de mi pitanza, de que los recien venidos rehusaron
participar, y pasé distraido las primeras cucharadas de la caliente
sopa: pero al notar de repente el silencio tan sombrío como desusado
de mi familia, asaltóme un siniestro presentimiento, y exclamé inquieto:
«¡Dios mio! ¿Qué sucede, que venís tan tristes y tan pronto?
--Nada, pero es preciso que vengas con nosotros.
--¿Por qué?
--Porque. . . ha llegado una carta de Torquemada. . . --y al decir esto, mi
buena mujer rompió á llorar sin poderse contener.
No recuerdo si el del espejo roto fué lo que excitó en mi mente la
tremenda idea: «¡Ha muerto mi padre! »--exclamé angustiado.
--No, todavía no--se arriesgó á decir mi mujer; pero como esto, por
vulgar que sea, es lo primero que suele ocurrir á todo el mundo decir
en casos semejantes. . . no me quedó ya duda de mi desventura, y otra
idea más tremenda envolvió mi espíritu en las tinieblas de otra duda
que sumia mi alma en la más impía desesperacion.
«¡Mis padres mueren, me dije á mí mismo, sin llamarme en su última
hora! ¡Dios me deja sobre la tierra sin el último abrazo y sin la
bendicion de mis padres! . . . ¿Qué le he hecho yo á Dios? ¿Están malditos
mis pobres versos? »
Recogí los que llevaba escritos de la Vírgen y me volví á Madrid y á
casa de Tarancon, á quien ya no hallé: hacia dos dias que habia salido
para su diócesis.
APÉNDICE A ESTE TOMO.
Razon suficiente da el prólogo de este libro de mi venida y permanencia
actual en Barcelona: pero por torpe é ingrato deberia tenerme, si
yo cerrara este libro sin dar á sus habitantes las gracias por el
recibimiento que en su ciudad me han hecho, y el hospedaje que en ella
me han dado.
Atemorízame y apócame sin embargo el miedo de no acertar con palabras
que espresen mi gratitud, y pesárame en el alma que, con las que voy á
escribir, pareciese que sólo intento darme importancia, y prolongar el
ruido que esta especie de resurreccion mia ha levantado en la capital
de Cataluña.
A ella llegué el 30 de Octubre, y su pueblo se aglomeró en el
teatro para saludarme; pero con tan cordial cariño, con tan franca
espontaneidad, que no en mis oidos sinó en mi corazon resonaron los
aplausos que, de pié y vueltos al palco que ocupaba, me dirigieron
los espectadores. ¿Quién era yo, qué habia yo hecho para merecerlos
de Barcelona? Aún puedo apenas comprenderlo; y las lágrimas, que como
aquella noche anublaron mis ojos, vuelven á enturbiar mi vista ahora
que, con infinito agradecimiento, en estas líneas hago de aquella
escena tal vez inoportuna conmemoracion.
No espero que nadie de mí se mofe ni me avergüence por mis lágrimas de
gratitud, ni por consignar aquí con la más sincera los obsequios de que
fuí objeto y los nombres de los que me los prodigaron.
El 1. º de Noviembre apareció en Madrid, en el número 1841 de _El
Globo_, un tan curioso como oportuno y por mí no esperado artículo,
prohijado por la redaccion, puesto que aparece de fondo y sin firma, en
el cual me considera como un muerto que sobrevive á su gloria y asiste
á su apoteósis desde una butaca del salon de espectáculo; ¡Dios mio! si
la redaccion de _El Globo_ me hubiera podido honrar con su compañía en
mi palco del teatro Principal de Barcelona el 30 de Octubre, hubiera
comprendido lo poco que estimo mis obras, pero tambien la escitacion
febril que me producia el placer de recibir aquella ovacion del público
de Barcelona. ¡Gracias á quien quiera que aquel original artículo me
escribió en ocasion tan oportuna; gracias á la redaccion que lo aceptó
por suyo, y gracias (si le hay) á su trás ella escondido é invisible
inspirador.
El _Diario_ literario de avisos de Barcelona, copió este artículo de
_El Globo_ en su número del jueves 4; y en el del viernes 5 de _La
Crónica de Cataluña_ apareció otro afectuosísimo de D. Teodoro Baró,
á quien seria imposible que yo expresara mi reconocimiento por tal
escrito, en frases que á las suyas correspondieran. Baró siente sin
duda por mí algo que no se puede comparar más que con un amor de niño:
con una sencillez infantil, y una fraternal familiaridad se ocupa
de mi faz, de mi traje, de mis costumbres, hasta de mis intereses;
recordando en su artículo que cómo y pago alquiler de casa, y que no
es justo que se me reimpriman mis obras como si fueran propiedad de
todos, impidiéndome utilizar sus productos, para probarme la inmensa
popularidad que me han adquirido. Baró trata de mí, de mis obras, de
mis acciones y hasta de mis sentimientos íntimos y de mis pensamientos
recónditos, con una discrecion, con una delicadeza, con un decoro y con
un respeto, que no fueran mayores si él fuera padre, hijo ó hermano del
viejo poeta, á quien honra con el artículo en que le da tan cordial
bienvenida. Yo ocupo, por lo visto, en el alma de Baró un lugar entre
sus creencias: leyó de niño mis versos, se familiarizó conmigo desde
muy muchacho, aprendió sin duda al mismo tiempo el Catecismo y mis
_Cantos del Trovador_, el Padre nuestro y _El reló_, la Historia de
España y _Margarita la Tornera_, y ahora tiene de mí la misma idea que
de los personajes históricos y de las imágenes religiosas, que entran
en nuestro espíritu con los primeros rudimentos de nuestra primera
educacion. Y ¿qué voy yo á responder á los artículos de Baró? ¿Cómo
voy yo á corresponder á esta especie de veneracion innata que por
mí siente? Con palabras es imposible: no las encuentro; con versos,
ya no puedo, porque ya no los hago: con visitas, con cumplidos, con
banalidades sociales, seria bajarme yo mismo cantando las peteneras
del altar en que Baró me tiene en su corazon colocado; tengo pues que
callar, consagrándole en el mio una silenciosa gratitud.
Alonso del Real, en los lunes de _La Gaceta de Cataluña_, hoja
literaria del 25 del mismo mes de Noviembre, me dió por un poeta
sin rival, indiscutible, indeclinable, digno y capaz de vivir sin
decadencia ni senectud los años matusalénicos; la redaccion de _La
Publicidad_, en su número del 7, compuso su artículo de fondo con mi
biografía encomiástica, y encuadró mi retrato en su primera página:
y ¿cómo voy á corresponder á tan benévola acogida? ¿Enviando á
Alonso del Real y á los redactores de _La Publicidad_, y á los de _El
Diluvio_, y del _Diari Catalá_ y de _La Ilustracion Catalana_, y _El
Correo Catalan_, mis tarjetas ofreciéndoles mi casa y dándoles las
Páscuas y acompañándolas con un pavo? --Tengo, pues, que encomendarme
á Dios y al tiempo, que me deparen una ocasion de probarles mi
agradecimiento; y ellos tendrán que darse por contentos y satisfechos
con estas pocas y desaliñadas frases.
Pero hay algo más difícil aún de recibir y de aceptar que los escritos
encómios: estos, al cabo, se leen á solas, y los que los han escrito no
ven la cara que al leerlos pone aquel en loor de quien los escribieron.
El Presidente del Ateneo, D. Manuel Angelon, me preparó una velada
literaria: en ella hizo el Presidente de su seccion de literatura, Sr.
Feliu y Codina, mi presentacion al Ateneo en un discurso floridísimo,
durante el cual no sabia yo qué continencia tomar. El poeta D. Enrique
Freixas, me dedicó unos endecasílabos, de cuyas ideas soy yo el único
que no puede hacer mencion: el jóven Mata y Maneja, me probó que habia
tomado por un género de poesía mis extravíos fantásticos y mis delirios
métricos, en uno tan intrincado que me pareció mio; y por último, el
Ateneo me regaló una magnífica medalla de plata, que no pude colocar en
ningun bolsillo por temor de que con su peso me lo desgarrara.
La Sociedad «Romea» dió una funcion en obsequio mio, en el Teatro
Catalan del mismo nombre y me ofreció una corona.
La Sociedad «Latorre» me dedicó otra, y otra la Sociedad «Cervantes;»
y por fin, dióme la de «Romea» una segunda fiesta, poniendo en escena
mi _Sancho García_; en cuya representacion pusieron los actores más
esmero y dieron á la obra mia más relieve de los que acostumbran hoy
los que por primeros se consideran; y me inundó el escenario de flores
y de laureles.
El Sr. D. Santiago Vilar, en una velada de despedida, me presentó á
los alumnos de su colegio, como modelo de yo no sé cuántas cosas: los
niños pasaron la noche entera en recitar versos mios, lo que probaba
que habian pasado un mes estudiándolos y pensando en mí; el Sr. Obispo
de Avila me abrazó en público por los que yo recité; y no sé yo lo que
pensar pudieron los espectadores que atestaban aquel salon de aquel
abrazo episcopal, dado con cariñosa efusion al poeta más desatalentado
del siglo. Presentáronme en un estuche una joya preciosa, primoroso
ejemplar de cinceladura, en cuyo trabajo de argentería son estremados
los artistas barceloneses; y despues de un refrigerio, necesario para
reponer en los vasos linfáticos la saliva gastada en tan prolongada
lectura, salimos de aquella conmovedora fiesta de la niñez, presidida
por un ilustre prelado, á deshora de la noche, como viciosos que á su
casa vuelven ruidosamente de madrugada, calmando la inquietud de su
desvelada familia é interrumpiendo el tranquilo sueño de sus honrados
vecinos[3].
[3] En la lectura de la sociedad «Latorre» debí el honor de
que me acompañara al célebre poeta dramático, sostenedor del
teatro catalan, D. Federico Soler; quien bajo el seudónimo
de «Serafi Pitarra», hace años que con prodigiosa fecundidad
surte de obras originales la catalana escena. De ÉL, de sus
obras y del teatro Romea, tendré ocasion de ocuparme en mis
artículos de _El Imparcial_.
A este mes entero de fiestas y regalos, no puede el viejo poeta
corresponder más que apuntando rápidamente en este apéndice lo
sucedido. He protestado mil veces contra mis públicas exhibiciones;
pero Barcelona como Valencia, á manera de muchachas locas enamoradas
de un viejo, han pedido á gritos mi presentacion en los teatros: he
alegado los sesenta y cuatro años que me apocan y enronquecen, y
Barcelona me ha dicho: «que no; que yo no tengo edad y que canto como
un ruiseñor. » He tenido que acudir al Dr. Osío para que me azoara la
glotis, y Barcelona ha escuchado como sonora y argentinamente timbrada
mi voz perdida, y ha aplaudido frenética, como si nunca los hubiera
oido, mis versos tan viejos como yo. A esta idea preconcebida, á este
partido tomado, á este cariño maternal de Barcelona, ¿qué puedo,
qué debo yo ofrecer en accion de gracias? Dejarme querer, y seguir
trabajando en silencio, y en la duda afanosa de si la posteridad
sancionará los aplausos, la predileccion y el juicio con que Barcelona
me acepta y me recibe en su seno.
Me he limitado, pues, á escribir estas cuatro vulgares páginas; y como
ya no hago versos dos años hace, y el molde en que los vaciaba está
ya enmohecido y agujereado, no he sabido más que hilvanar con unos
que hice á Valencia, mi madre adoptiva, y otros que me ha inspirado
mi gratitud á Barcelona, una estrafalaria poesía, que aquí publico
como recuerdo de mi madre y homenaje á la Ciudad Condal. Carece
completamente de mérito literario, y la presento sin pretension alguna:
es sólo un ejemplo de lectura, en la cual colocados los alientos y
dilatados sus períodos para ser leida por mí, tal vez sólo mi arte de
alentar la hace escuchar sin fatiga, y tal vez sólo en mi boca tiene
armonía su dislocada metrificacion. Creada en el corazon más que
imaginada en el cerebro, espero que sólo con el corazon me la acepten y
me la juzguen Valencia y Barcelona.
BARCELONA Y VALENCIA.
LECTURA HECHA POR EL AUTOR EN BARCELONA.
I.
Barcelona y Valencia son dos hermanas;
y reclinadas ambas del mar á orillas
como dos garzas blancas, son dos sultanas
que tremolan bandera de soberanas
sobre ricas ciudades y alegres villas.
Yo soy huésped en ambas bien recibido;
y en las villas que de ambas son comarcanas,
voy y vengo á mi antojo, paso ó resido:
y dó quier, campesinas ó ciudadanas,
á mí, poeta viejo de las Castillas,
al par Barcelonesas y Valencianas,
desde las pobres huérfanas á las pubillas,
me reciben alegres y oyen ufanas
mis romancejos godos y mis coplillas,
que son mitad muzárabes, mitad cristianas:
y desde las más cándidas y más sencillas
payesas á las damas más cortesanas,
donde á cantar me paro, niñas y ancianas,
oyendo de mis cuentos las maravillas
sonríen al poeta y honran sus canas.
Así que en Barcelona como en Valencia,
dó quier que me preguntan «y tú ¿quién eres? »
digo con ciertos humos de impertinencia:
«Soy el viejo poeta de las mujeres. »
Pero en conciencia,
¿Qué soy de Barcelona? ¿Qué de Valencia?
II.
Yo de los valencianos hijo adoptivo,
considero á Valencia como á mi madre;
mas cuando á Barcelona vengo, aquí vivo
como si aquí tuviera casa mi padre.
Aquí y allí de raza ni de abolengo
no, sinó de cariño títulos tengo;
allí y aquí mis versos en castellano
me dan fuero y derechos de ciudadano,
porque á mi vieja musa mora-cristiana
Cataluña y Valencia ven como hermana.
Mas no es mi vida en ambas muy regalona,
pues aquí y allí vivo como la ardilla
en inquietud perpétua: se me eslabona
una con otra fiesta; de villa en villa,
de teatro en teatro se me pregona;
voy y vengo sin tiempo de tomar silla:
por dó quiera me dicen: «_¡parla! ¡enrahona! _»
yo suelto de mis versos la taravilla,
y dó quier mi presencia fiesta ocasiona:
porque aquí y allí paso por maravilla,
porque escribí el _Tenorio_, que es quien me abona
lo mismo en Cataluña que por Castilla;
y aquí, cuando en las calles ven mi persona,
dicen los _noys_ que pasan:--«es en Surrilla,»
lo mismo que si fuera de Barcelona.
Mas mi conciencia
¿qué cree de Barcelona?
¿qué de Valencia?
III.
Faro de isla cercado de guardabrisas,
camarin alfombrado de minutisas,
ajimez festonado con ramos de oro,
joyel que de cien reinas guarda el tesoro,
sultana de pensiles cultivadora,
latina, provenzala, cristiana y mora,
Valencia es un compendio de los primores
con que ornó al mundo la Omnipotencia,
cuna de silfos, nido de amores,
patria de bardos y trovadores,
vergel poblado de ruiseñores,
pomo de esencia,
jarron de flores:
eso, señores,
eso es Valencia.
Mas Barcelona
es la muchacha alegre de la montaña,
sana, robusta y ágil: que, rica obrera,
de un blason que mancilla servil no empaña
y un condal nobilísimo féudo heredera,
tiene al pié de un peñasco que la mar baña
y de un aro de montes trás la barrera,
un campo con mil torres para cabaña,
por toldo y guardabrisa la cordillera,
por taller la más rica ciudad de España,
por mercado las plazas de España entera;
y obrera que de estirpe noble blasona,
da á la historia de España su prez guerrera,
el floron más preciado de su corona,
el cuartel más glorioso de su bandera.
Artesana, que ciñe condal corona,
en el taller sin penas trabaja y canta:
con hilos y alfileres hace primores;
en un puño de tierra cultiva y planta
viñedos y olivares que, en vez de flores,
en sus breñas y cerros, lomas y alcores
diestra escalona,
cuida y abona
con cien labores:
eso, señores,
es Barcelona.
IV.
Valencia es la florida puerta del cielo,
el balcon por donde abre la aurora el dia:
Dios por él de la España bendice el suelo
y la salud, la gracia y el sol la envia.
Valencia es un florido pensil modelo,
mansion de los deleites y la alegría,
á quien sirve de cerca, de espejo y velo,
á sus plantas echada, la mar bravía.
Valencia está debajo del paraíso;
y cuando Dios le priva de su presencia,
por el balcon del alba, sin su permiso,
los ángeles se asoman á ver Valencia.
Valencia es alkatifa de cien colores
de Dios tendida para una audiencia,
donde del cielo los moradores
de Dios derraman en la presencia
ramos de flores,
pomos de esencia:
eso, señores,
eso es Valencia.
Mas Barcelona. . . . .
Barcelona es la reina del mar Tyrreno,
cuyas ondas azules cubre de lona;
y á los hijos activos que da su seno
la posesion del mundo dar ambiciona.
Barcelona es un águila de vuelo altivo,
fénix que, renaciendo de sus cenizas,
torna jardin su suelo duro al cultivo
y en palacios sus viejas casas pajizas.
Barcelona, á quien nutre vital esceso,
late con los volantes de sus talleres,
se remonta en las alas de su progreso,
brilla con la hermosura de sus mujeres:
y cuando Dios se ausenta del paraíso
y duerme Barcelona de noche, al peso
del trabajo rendida, sin su permiso
baja un ángel por todos á darla un beso.
Porque del cielo los moradores,
miéntras los mundos Dios inspecciona,
al noble pueblo que en sí amontona
turbas de pobres trabajadores,
cuyo trabajo con Dios le abona,
como á una vírgen limpia de amores
cuya alma el cuerpo casto abandona,
del huerto Edénico
con lauro y flores
tejen los ángeles
una corona:
y esa, señores,
cae de sus manos
en Barcelona.
V.
Valencia, más hermosa, más cortesana,
es más jóven, más libre, más Moslemina;
Barcelona es más hosca, ménos galana,
más morena, más séria, más Bizantina:
aquélla más coqueta, y ésta más llana.
Valencia afecta á veces ser campesina,
mas bravéa con humos de soberana:
y es una rubia y grácil hurí-cristiana,
que viste por capricho de tunecina.
Valencia dice á todos que es hortelana,
y es una neerlandesa pálida ondina
que duerme en una rica concha perlina;
y del mar en la espuma blanca y liviana
canta á la arrebolada luz matutina,
vestida por capricho de valenciana.
Barcelona es el cráter donde fermenta,
con el hierro fundido y el tufo denso,
el espíritu hermano de la tormenta
que se pasea, de ellas sin tener cuenta,
sobre el móvil abismo del mar inmenso.
Valencia es la Hada núbil de la alegría
que respira de rosa y ámbar esencia;
la Vénus Afroditis del Mediodía,
de quien ver deja ignuda la gallardía
de un pudor algo moro la transparencia.
Barcelona es Minerva ya desarmada;
cuyo manto, que lame la mar bravía
salpicando de perlas su orla murada,
lleva en lugar de armiños y pedrería
la greca de su vuelo y cáuda bordada
con rieles y máquinas de ferrovía,
con espolones, hélices y anclas de Armada.
Valencia, alméa grácil y encantadora,
trova, canta, recita, danza y se espresa
en voz, accion y gracia tan seductora,
que atrae, fascina, embriaga, turba, embelesa,
magnetiza, avasalla, rinde, enamora,
y en tierra con las almas da por sorpresa.
Barcelona, valiente, ruda payesa
con timbres y con fueros de gran señora,
labra, teje, cultiva, destila, pesa,
funde, lima, taladra, cincela y dora;
y ejemplar solo de alta noble condesa
con corazon de obrera trabajadora,
con el trabajo nunca de latir cesa:
y apresurada siempre trás árdua empresa,
hierve como encendida locomotora:
cuando se mueve, asombra; cuando anda, pesa:
respira fuego y humo cual los volcanes,
y estremece la tierra, como si dentro
de ella fuera la raza de los titanes
queriendo de la tierra cambiar el centro.
VI.
Barcelona y Valencia son dos hermanas,
pero una es blanca y rubia y otra morena:
son por naturaleza dos soberanas;
pero la una celeste, la otra terrena.
Valencia es la versátil hija del cielo,
á quien Dios por herencia dió un paraíso;
Barcelona, hija de Eva, vive en anhelo
de tornar por sí misma su estéril suelo
en el Edén que el cielo darla no quiso.
VII.
Yo idolatro á Valencia por su hermosura,
su luz, su poesía, la donosura
de su gente, sus usos, trajes y aliños;
y de un amor primero con la fé pura,
la doy de hijo y amante los dos cariños.
Pero amo á Barcelona por tiranía
de ley inevitable de mi destino:
Dios condenó al trabajo la vida mia;
morir sobre el trabajo tengo por sino.
Barcelona trabaja. . . y á su existencia
el trabajo da fuerza, pan y alegría:
que me dé cuando espire tumba Valencia,
pan Barcelona, miéntras mi inteligencia
Dios alumbre y mis ojos la luz del dia.
VIII.
Olvidaba que entre ambas hay diferencia:
no en la tierra, en el cielo; pero os aviso
que es secreto que á solas fiarme quiso
el buen ángel que alumbra mi inteligencia.
La diferencia es esta: pero es preciso
que Valencia lo ignore; cuando en ausencia
de Dios se quedan dueños del paraíso
y con la luz del alba, sin su permiso,
los ángeles se asoman á ver Valencia. . . .
es porque á Barcelona Dios en persona
baja en el sol, y absorto de complacencia
se olvida de los ángeles en Barcelona.
_Esta obra es propiedad de su Autor, el que perseguirá ante la ley á
quien la reimprima en todo ó en parte sin su consentimiento.
