Casi un siglo antes de que Sartre hiciera decir a una figura de
drama: el infierno son los otros, Melville había tocado fondo más
profundo: el infierno es lo exterior.
drama: el infierno son los otros, Melville había tocado fondo más
profundo: el infierno es lo exterior.
Sloterdijk - Esferas - v2
Para un gran número de los descubrimientos modernos en el es
pacio abierto de la tierra sólo la lejanía o la distancia espacial de
sempeñó el papel de cubierta ocultadora, pero, con el triunfo sobre
la distancia de los nuevos medios de comunicación, así como por el
establecimiento de condiciones de comunicación que superaban
los océanos, se crearon los presupuestos para retirar la cubierta con
consecuencias duraderas. No es ningún azar histórico-lingüístico
que hasta el siglo XVI la palabra «descubrir» [entdecken] no significa ra literalmente otra cosa que quitar una cobertura de encima de un objeto, es decir, destapar algo conocido, y que sólo después adop tara el sentido de hallazgo de algo desconocido. Entre el primer sentido y el segundo media aquel tráfico globalizante que destapa también lo lejano y consigue quitar sus coberturas a lo desconocido. Desde esta perspectiva puede decirse que la esencia del tráfico des cubridor es el des-alejamiento del mundo. Globalización no quiere decir aquí otra cosa que la aplicación de medios técnicos para eli minar la distancia ocultante. Cuando se acumulan los éxitos de ta les intervenciones, al final, lo no-descubierto mismo puede conver tirse en un ressource escaso. Pertenece a los efectos atmosféricos de
786
la Ilustración, a finales del siglo XX, que las mismas reservas de se cretos de la tierra se consideren ya agotables. Sólo entonces se re valida pragmáticamente la tesis de Colón de que el planeta navegable es «pequeño». Sólo el mundo des-alejado es el mundo descubierto y encogido.
Que la finalidad del descubrimiento es su registro: eso es lo que
proporciona a la cartografía su función histórico-universal. Los ma
pas son el instrumento universal para asegurar y fijar lo descubier
to, en tanto se registra «sobre el globo» y ha de quedar allí como un
hallazgo seguro. Junto con el globo terráqueo, los mapas terrestres
y marinos bidimensionales constituyen durante toda una época los
medios técnicos más importantes para el registro de aquellos pun
tos del lugar situacional Tierra, de los que ya se había retirado la cu
bierta del no-conocimiento. No en vano, según los usos lingüísticos
de la profesión, los mapas se «levantan» y los datos se «elevan» a
ellos; lever une caríe: levantar un mapa. El auge del mapa a costa del
globo es un indicio de que la globalización como registro pronto lle
gó al detalle más pequeño incluso en el caso de las lejanías más
grandes. Conocedores de la materia interpretan esto como indicio
del tránsito de la exploración extensiva a la intensiva de la tierra.
Mientras que los globos -instrumentos principales en la época de
Colón- adoptaron después tareas sumariamente orientadoras y re
presentativas, sobre todo, y al final incluso decorativas, la importan
cia operativa de los mapas, cada día más exactos, fue haciéndose ca
da vez mayor. Sólo ellos fueron capaces de satisfacer las necesidades
del registro detallado del territorio, haciendo en ello, ocasional
mente, las veces de un registro de la propiedad político. Con los
nuevos atlas aparecen compilaciones de mapas que muestran todas
las partes de la tierra y países a escala interesante. (Cuando la «geo
grafía» se convierte en materia escolar, a partir del siglo XIX, a los niños de escuela europeos se les educa a echar miradas a mapas que cien años antes sólo eran exhibidos ante príncipes y ministros por sus conquistadores-geógrafos retomantes como asuntos secretos di plomáticos y evangelios geopolíticos. ) Para la tendencia general es característica, sobre todo, la creación del mapamundi planisférico, es decir, de aquella representación del mundo que reproducía la es
787
fera como plano, sea en forma de los primeros mapamundis-cora
zón, sea en la de la representación total extendida de continentes y
océanos -como las imágenes de fondo de los programas del tiempo
en los estudios de TV-, o en la del doble hemisferio clásico, con el
Viejo Mundo tolemaico, más rico en tierras, en el disco derecho, y
el Nuevo Mundo pacifico-americano, dominado por las aguas, en el
izquierdo.
El impulso irrefrenable al mapa repite en los medios de repre
sentación de la globalización misma el proceso de conquista del
mundo como imagen, que Heidegger puso de relieve. Pues, cuando
los mapamundis planisféricos arrinconan el globo, sí, cuando Atlas
ya no aparece portando o soportando el globo, sino que está ahí de
lante como libro de mapas encuadernado, entonces triunfa el me
dio bidimensional sobre el tridimensional e, ipsofacto, la imagen so
bre el cuerpo. Tanto desde el nombre como desde la cosa misma,
los planisferios -literalmente las esferas planas- quieren eliminar el
recuerdo de la tercera dimensión, no dominada por la representa
ción, el recuerdo de la profundidad real del espacio. Lo que la his
toria del arte tiene que decir sobre el problema de la perspectiva en
la pintura del Renacimiento apenas roza la superficie de la guerra
mundial por el dominio de la tercera dimensión. Cuando se consi
gue plasmar como por arte de magia esferas sobre papel y simular
profundidades espaciales sobre lienzos, entonces se abren nuevas
posibilidades infinitas a la conquista del mundo como imagen; im
perialismo es planimetría aplicada, el arte de reproducir esferas en
superficies. Sólo se puede conquistar lo que se puede acortar en
una dimensión.
Nada caracteriza tan radicalmente la dinámica político-cognosci
tiva de la globalización temprana como la alianza de cartografía y to
ma de territorio. Cari Schmitt, quien gustaba de presentarse como el
último legitimista de la majestad universal de Europa en la edad mo
derna, pudo ir tan lejos en su estudio El nomos de la Tierra como para
afirmar que, en última instancia, la expansión de los europeos sólo
podía remitirse al título legal que consiguió darle el descubrimiento.
En él se apoyaba la ficción jurídica tanto del «derecho de descubri-
788
Los cuerpos platónicos sirven como
modelos para mediciones terrestres y cósmicas;
El Libro de instrumentos de Petrus Apianus, 1533.
dor» como de un «derecho de comunicación» que iba más allá de los
meros derechos de visita (aquel iuscommunicationisque había defen
dido Francisco de Vitoria en su famosa RelectiodeIndis).
Sólo como descubridores y halladores de costas y culturas extra
ñas los europeos habrían estado en condiciones de convertirse en
señores legítimosde la mayor parte del mundo; y su disposición a
ser-señor sólo se habría entrenado para responder a la responsabi
lidad que les recaía por su aventajada dedicación al ancho mundo.
Según Schmitt, como primero se manifiesta la responsabilidad de
descubridor es en la obligación de reclamar los nuevos territorios,
mediante gestos solemnes de toma de posesión, para los señores eu
ropeos, por regla general los mandantes regios. Junto a la coloca
789
ción de cruces, escudos de piedra, padráos, banderas y emblemas di
násticos, a los momentos más importantes de esa reivindicación per
tenecía el tomar mapas y el dar nombre a los nuevos territorios426.
Estos, según la comprensión europea, sólo podían caer formalmen
te bajo la soberanía de los nuevos señores cuando se habían con
vertido en magnitudes localizadas, registradas, delimitadas y deno
minadas. La unidad de acción de avistamiento, desembarco, toma
de posesión, denominación, mapifícación y formalización mediante
documento público constituye el acto de trascendencia legal y le
galmente completo de un descubrimiento427. A ella se añade, según
Schmitt, la auténtica subordinación de un territorio a la soberanía
legal del descubridor-ocupador. Este regala a los descubiertos los
frutos de haber sido descubiertos, a saber, el privilegio de ser regi
dos y protegidos por éste y por ningún otro señor: una prerrogativa
que ha de encubrir, a la vez, los riesgos de la explotación y repre
sión por un soberano lejano.
El descubrir, como un «encontrar» -relevante en lo relativo al
derecho de propiedad- cosas aparente o realmente sin dueño, no se
habría convertido en un modo peculiar de tomar posesión si no hu
bieran confluido en ese acto motivos del derecho natural del hom
bre de mar. La vieja y venerable equiparación de presa y hallazgo hi
zo -gracias a un hábito de transferencia- de los descubridores de
nuevos territorios algo así como pescadores a quienes no podía dis
cutirse, sin más, el derecho a la posesión legal de sus piezas. En su
gran novela sobre la caza de la ballena, Melville recuerda la dife
rencia entre «pez fijo» y «pez suelto», que hubo de valer como ley
férrea para los pescadores de los mares de la edad moderna; según
ello, el pescado fijo o estacionario (Fast-Fish) pertenecía a aquel que
había llegado primero a él, el pescado suelto (Loose-Fish), por su par
te, se consideraba «blanco legítimo (fair game) para cualquiera que
lo capturara el primero». También la captura en tierra, como hace
notar Melville, seguía esa diferenciación:
¿Qué era América en 1492 sino un pez suelto, en el que Colón plantó los estandartes españoles con el fin de engalanarlo para su regio señor y se ñora? ¿Qué era Polonia para los zares? ¿Qué Grecia para los turcos? ¿Qué
790
India para Inglaterra? ¿Qué es, en definitiva, México para los Estados Uni
dos? ¡Todos peces sueltos! [. . . ].
¿Qué son los derechos humanos y la libertad del mundo sino peces suel
tos? [. . . ]. ¿Quéeslamismaboladelatierrasinounpezsuelto? 428.
Es evidente que Schmitt, tan sensible jurídicamente como mo ralmente calloso, asimiló su teorema de la legitimidad del señorío europeo en virtud del título legal del descubrimiento a la norma an tes descrita de la misión colombina, según la cual el tomador se ima gina como el portador del bien más valioso. Si Colón reconocía en sí mismo al hombre que había llevado la salvación de Cristo al Nue vo Mundo, es lícito que los conquistadores, a quienes defiende en este sentido Schmitt, se creyeran justificados como portadores de los logros europeosjurídicos y civilizatorios.
Pero tales fantasías legitimadoras no son sólo un producto de
una apologética posterior y de muestras ulteriores de falta jurídica
de escrúpulos. Están ellas mismas implicadas en los acontecimien
tos desde el principio. El poeta Luís de Camóes, en el canto cuarto
de su epopeya de la toma del mundo, OsLusíadas,hace aparecer en
sueños al rey portugués Manuel los ríos Indo y Ganges en forma de
dos viejos sabios que le exhortan a poner las riendas a los pueblos
de la India; ante ello, el rey épico decidió pertrechar una flota para
el viaje a la India bajo las órdenes de Vasco de Gama. La poesía mo
derna es poesía del éxito. No en vano, Manuel I, llamado el Afortu
nado, pondría el globo en su escudo, una idea plástica que es imi
tada hoy por innumerables empresas en sus logos y anuncios. En su
siglo, éste era un privilegio que después de Manuel sólo le corres
pondía a un único hombre privado (a aquel Sebastián Elcano que
volvió con la Victoria en 1522 y al que por ello se le había concedido
el derecho de llevar el globo terrestre en el escudo, acompañado
por el lema: primas me árcumdedisti429) y a un territorio de la Corona,
la colonia real portuguesa de Brasil, que todavía hoy muestra la es-
fera-Manuel en su bandera.
Que la asociación de globo y conquista ya poco después se había convertido entre los poetas europeos en una idea fija, generadora de metáforas, lo ilustran algunas líneas del temprano poema dra-
791
Globo imperial con esfera armilar
para don Pedro II de Brasil, 1841.
Bolsa-talismán o globo-imperial-vudú, Guédé,
Haití, en Alfred Métraux, Le voudou ha'itien, 1958.
Primus me circumdedisti:
escudo de Sebastián Elcano.
mático de Shakespeare The Rape ofLucrece [La violación de Lucrecia, probablemente de 1594], cuando el violador, Sexto Tarquinio, con templa el cuerpo descubierto de su víctima durmiente:
Her breasts, like ivory globes circled with blue
. . . A pair of maiden worlds unconquered. . .
These worlds in Tarquin new ambition bred.
794
Según esto, en la organización moderna de la fantasía basta con
que un objeto aparezca redondo y deseable para que se lo pueda
describir como un «mundo» conquistable.
Pero así como la epopeya nacional portuguesa proporciona más
tarde la legitimación heroica a la conquista fáctica, en tanto que de
clara al pueblo en expansión como el elegido entre los pocos pue
blos crisdanos dignos430, así los mapas terrestres y marinos, recién le
vantados por todas partes, actúan en el proceso de ocupación como
medios jurídicos prosaicos y, por decirlo así, como actas notariales
que legidman con suficiencia formal las nuevas condiciones de pro
piedad y dominio. Cuitis carta, eius regio. Quien dibuja el mapa pre
tende haber actuado correctamente desde el punto de vista cultu
ral, histórico,jurídico ypolítico, por más que los libros negros de los
siglos de la colonización presenten retrospectivamente balances fi
nales desoladores.
A las características más llamativas de la expansión europea per
tenecía desde el principio la asimetría entre los descubridores y los
habitantes de los territorios descubiertos. Los territorios ultramarinos
pasaban por ser cosas sin dueño mientras los descubridores-ocu
pantes se imaginaran sin trabas y sin protestas durante el levanta
miento de mapas de zonas nuevas, estuvieran habitadas o deshabi
tadas. A los habitantes de territorios lejanos se les consideraba muy
a menudo, no como sus propietarios, sino como partes del hallazgo
colonial: como su fauna antrópica, por decirlo así, que parecía suel
ta para su caza y cosecha total. En principio, los llamados pueblos
primitivos no podían hacerse imagen alguna de lo que significaba
que los europeos quisieran hacerse una imagen de ellos y de sus te
rritorios. Cuando, al contactar con los indígenas, los descubridores
se daban cuenta de su propia superioridad técnica y mental -para
lo que, en comparación, ofrecieron menos motivo los imperios asiá
ticos e islámicos-, por regla general deducían inmediatamente de
ello su derecho a la toma del territorio y al sometimiento de los te
rritorios recién encontrados a soberanos europeos. Frente a este
proceder tan fatal como violento Cari Schmitt se muestra positivo
sin reservas, incluso retrospectivamente:
795
Reinauguración del Globe Theatre
de Shakespeare el 21 de agosto de 1996,
con una puesta en escena de
The Two Gentlemen of Verona.
Es, pues, completamente falso decir que igual que los españoles descu brieron a los aztecas y a los incas, éstos, al revés, hubieran podido descubrir Europa. A los indios les faltaba la fuerza, atemperada por el conocimiento, de la racionalidad cristiana europea, y sólo significa una ucronía ridicula imaginarse que ellos pudieran haber hecho quizá tomas cartográficas de Europa tan buenas como los europeos las han hecho de América. La supe rioridad espiritual estaba completamente del lado europeo y con tanta fuer za que el Nuevo Mundo podía ser «tomado» simplemente [. . . ].
Los descubrimientos se hacen sin el permiso previo de los descubiertos. Su título legal se basa, pues, en una legitimidad superior. Sólo puede des cubrir quien es suficientemente superior espiritual e históricamente como para comprender con su saber y conciencia lo descubierto. Modificando una expresión hegeliana de Bruno Bauer: sólo puede descubrir aquel que conoce la presa mejor que ésta a sí misma, y consigue someterla por esa su perioridad de la formación y del saber4*1.
796
Según ello, los mapas -sobre todo en el primer momento de la
historia del descubrimiento- son testimonios inmediatos de dere
chos civilizatorios de soberanía. «Una toma cartográfica científica
es, de hecho, un auténdco título legal frente a una térra incógnitor432. »
Se impone la observación de que es el soberano de los mapas quien
decide por un mundo descubierto sobre el estado de excepción: y
un estado así se presenta cuando el descubridor señala o marca un
territorio, descubierto y registrado, con un nuevo señor a la vez que
con un nuevo nombre.
Sería de valor cognoscitivo inconmensurable para la teoría de la
globalización terrestre que contáramos con una historia detallada
de la política geográfica de nombres de los últimos quinientos años.
En ella no sólo se reflejarían las escenas primordiales del descubri
miento y conquista, y las luchas entre las fracciones rivales de des
cubridores y conquistadores.
Más bien, podría mostrarse, asimismo, que en la historia de los
nombres del mundo se desarrolló, a la vez, el lado semántico de un
des-alejamiento del mundo, llevado a cabo por los europeos instin
tivamente en común, como si dijéramos. Sólo pocas regiones cul
turales consiguieron imponer sus propios nombres frente a los des
cubridores; donde se logró, ello remite a la resistencia de reinos
suficientemente poderosos frente a la penetración exterior. En ge
neral, los europeos supieron capturar la mayor parte de la superfi
cie terrestre, como un enjambre de objetos anónimos hallados, en
sus redes de nombres y proyectar sus léxicos al ancho mundo. Los
europeos desenrollan The Great Map ofMankind (Edmund Burke) y
lo llenan de nombres caprichosos. El bautismo de mares, corrientes,
ríos, pasos, cabos, ensenadas y bajíos, de islas y grupos de islas, de
costas, montañas, llanuras y países se convierte durante siglos en
una pasión de cartógrafos europeos y aliados suyos, de los marinos
y comerciantes. Donde éstos aparecen llueven nuevos nombres so
bre el mundo aparentemente mudo hasta entonces.
Pero lo que se bautiza puede volver a bautizarse. La pequeña is
la de las Bahamas, Guanahaní, cuyas costas pisó Colón el 12 de oc
tubre de 1492 como primera tierra del Nuevo Mundo, recibió de él
-bajo sus premisas, obviamente- el nombre de San Salvador: un
797
Mapamundi de Fra Mauro, Murano, 1459.
nombre que en el espíritu de los conquistadores, portadores de ideología también, seguramente representaba lo mejor que lleva ban consigo. Los primeros descubridores prácticamente nunca pu sieron pie en tierra sin creer que mediante su presencia el Dios de Europa se revelaba a los nuevos territorios. Siguiendo ese hábito, conquistadores budistas hubieran tenido que llamar Gautama o Bodhisattva a la isla de Guanahaní, mientras que a invasores musul manes les habría resultado más próximo el nombre de El Profeta. Después de que el pirata inglés John Watlin ocupara en 1680 la isla, entretanto sin habitantes, e hiciera de ella su base, le quedó hasta el
798
WELCOME
TO THE FIRST
LANOFALL OF COLUMBUS
LONG BAY
Placa conmemorativa
en la isla de San Salvador.
comienzo del siglo XX el nombre de Watlin’s Island, como si se die ra por supuesto que la auténtica vocación del pirata fuera tomar po sesión de la herencia del descubridor. Sólo en 1926 se restituyó a la isla del pirata su nombre de pila colombino, no del todo sin con flictos, porque otras cinco islas de las Bahamas pretendían también ser la histórica Guanahaní. La isla que hoy se llama Cuba había re cibido de Colón el nombre de Santa María de la Concepción, con lo que la Sagrada Familia quedaba establecida en el Caribe. La pos terior Haití gozó durante un tiempo del privilegio de llamarse Pe queña España, Hispaniola. De modo análogo, los grandes conquis tadores ataviaron docenas de islas y lugares costeros con nombres de la nomenclatura religiosa y dinástica de Europa, la mayoría de los cuales no tuvieron permanencia histórica.
Ciertamente, el continente que descubrió Colón, el centroame ricano y sudamericano, no se denominó según su nombre, como co rrespondía a las reglas dejuego de la globalización, sino según el de uno de sus rivales en la carrera de la colonización del Nuevo Mun do. A causa de una problemática hipótesis bautismal del cartógrafo alemán Martin Waldseemüller, el nombre feminizado del descubri-
799
Mapa en forma de corazón
de Giovanni Cimerlino, Cosmographia
universalis, Verona 1566.
dor-comerciante Américo Vespucio quedó colgado del continente,
cuya costa oriental, según fuentes inciertas, habría explorado el flo
rentino en el año 1500 hasta la desembocadura del Amazonas. En ese
éxito denominador se refleja la fuerza impositiva de un mapamundi
planisférico, con forma de corazón aproximadamente, publicado
por Waldseemüller el año 1507, que (junto con el mapa Contarini de
1506, aparecido en forma de grabado al cobre)4Srepresenta el mapa
más antiguo impreso por el procedimiento xilográfico.
A su éxito -parece que tuvo una tirada de mil ejemplares, de los
que extrañamente sólo se ha conservado uno (conocido)- contri
800
buyo un escrito geográfico acompañante, que tuvo que ser reim
preso tres veces en el mismo año de su aparición, 1507. Del mismo
tiempo procede el globo-Waldseemüller, en el que aparece la mis
ma propuesta nominativa -América- para la mitad sur del Nuevo
Mundo. Queda por considerar si no fue la forma de corazón del ma
pa -aunque no está tan perfectamente desarrollada como en los ma
pamundi-corazón posteriores de Oronce Finé y Giovanni Cimerli-
no434- la que contribuyó decisivamente al triunfo de la osada pieza
cosmográfica de Waldseemüller, pues ¿qué podría ser más enterne-
cedor para la imaginación representante del mundo que la idea de
figurar todo el contenido de superficie de la esfera terrestre sobre
un gran corazón? El hecho de que Waldseemüller se retractara des
pués de su error referente a Vespucio ya no podría detener la mar
cha triunfal del nombre lanzado por él4S\
El Globe Vert parisino de 1515 parece ser el primero sobre el que
el nombre de América se transfiere también a la parte norte del do
ble continente. Pero durante mucho tiempo circularon no pocas
denominaciones rivales para esa parte del mundus novus; así, toda
vía en 1595, en un mapa de Michel Mercator, aparece como America
sive Nava India; en un mapa veneciano de 1511, a su vez, el conti
nente de Colón se llama Terra sanctae crucis; en un mapamundi ge-
novés de 1543 el continente norteamericano en total aparece sin
nombre, mientras que el del sur sigue registrado inespecíficamente
como mundus novus. Durante siglos figuró el nordeste norteameri
cano como Nova Francia o Terrafrancisca, mientras que al oeste y me
dio-oeste nominadores británicos lo llamaron Nueva Albión.
La posterior Nueva Inglaterra, es decir, la costa este norteameri
cana, a su vez, llevó temporalmente el nombre de Nova Belgia, que se
refería a Nueva Holanda, mientras que Australia se llamaba Hollan-
dia nova en el siglo XVII. En estas huellas intrincadas del temprano
nacionalismo nominal se anuncia ya la era de los imperialismos bur
gueses sobre la base de los Estados nacionales capitalizados. Duran
te toda una era el prefijo «nueva» se manifestó como el módulo más
poderoso de creación de nombres, al que sólo fue capaz de hacer
competencia durante un tiempo el prefijo «sud», mientras duró la
carrera por la conquista de la térra australis,, el hipotético continen-
801
Planisferios de Rumold Mercator, 1587.
te gigantesco en la mitad sur del globo. Con el bautizo de nuevas
ciudades (Nueva Amsterdam), nuevos territorios (Nueva Helvecia),
territorios del sur (Georgia del Sur, Nueva Gales del Sur), islas de
santos (San Salvador), archipiélagos de monarcas (Filipinas) y paí
ses de conquistadores (Colombia, Rhodesia), los europeos gozaban
del derecho de clonar semánticamente su propio mundo y de apro
piarse de los puntos lejanos y extraños mediante el retorno léxico
de lo mismo.
En la suma de sus efectos nunca se podrá valorar suficientemen
te el papel de la cartografía en el proceso de la globalización real in
cipiente. No sólo sirven los mapas y los globos como grandes recla
mos de los primeros tiempos de descubrimiento; no sólo hacen las
veces, por decirlo así, de libros fundiarios y certificados de docu
mentos de tomas de posesión notarialmente legalizadas, y de archi
vos del saber de localización que se fue acumulando en el transcur
so de siglos, y, además, de planos de líneas de navegación. Son, a la
vez, los medios de recuerdo del tiempo de los descubrimientos, en
los que están registrados innumerables nombres de héroes marinos
y descubridores de lejanas partes del mundo: desde la ruta de Ma
gallanes en el sur patagónico hasta la bahía de Hudson en el norte
de Canadá, desde Tasmania en el mar del Sur hasta el cabo sibéri-
co de Cheljuskin, desde las cataratas Stanley del Congo hasta la ba
rrera Ross en la Antártida. En paralelo a la historia de los artistas,
que se perfiló en la misma época, la historia de los descubridores se
creó su propio pórtico de gloria sobre los mapas. Una buena parte
de las acciones posteriores de descubrimiento ya eran torneos entre
candidatos a la glorificación en la historia cartografiada. Mucho an
tes de que el arte y la historia del arte hicieran fructífero para sí el
concepto de vanguardia, los avanzados en el registro de la Tierra es
taban ya en camino en todos los frentes de futura gloria cartográfica.
A menudo, partían de los puertos europeos en calidad de gentes
que, en caso de éxito, quedarían como los primeros en haber llega
do a tal o cual punto. Sobre todo, proyectos teatrales como la «con
quista» del Polo Norte y del Polo Sur se realizaron, desde el princi
pio, plenamente bajo el signo de la obsesión de inmortalidad, para
804
America Terra Nova», Martin Waldseemüller,
mapamundi, Estrasburgo 1513.
la cual la suprema gloria era entrar en los recordsde la historia de los
descubrimientos. También el alpinismo era una forma de juego de
la histeria de la avanzada, que no quería dejar inconquistado nin
gún punto eminente de la superficie terrestre. La caza de gloria que
prometían las primeras conquistas de los polos siguió siendo du
rante mucho tiempo la expresión más pura del delirio letrado. Ya
no son reproducibles para los contemporáneos de la aviación y de
la astronáutica las fascinaciones populares y el prestigio científico
que iban unidos en torno al año 1900 a ambos proyectos polares.
Los polos de la tierra no sólo encarnaban el ideal de la lejanía des
habitada y de lo difícilmente accesible, más bien en ellos estaba fi
jado aún el sueño de un centro absoluto o de un punto nulo axial,
que apenas era otra cosa que la prosecución de la búsqueda de Dios
en el elemento geográfico y cartográfico.
En este contexto es oportuno recordar que la época en la que
Sigmund Freud se había de hacer un nombre como el «descubridor
del inconsciente» vivió, a la vez, el punto álgido de las carreras por
llegar a los polos y la gran coalición de los europeos para borrar las
últimas manchas blancas sobre el mapa de Africa. Por su carácter
descubridor y fundador, la empresa Psicoanálisis pertenece a la épo
ca de los empire builders del tipo de Henry Morton Stanley y de Cecil
Rhodes («si pudiera anexionaría los planetas»). A este tipo ascendió
poco tiempo después Cari Peters (1856-1918),joven docente privado
en Hannover, nacido el mismo año que Freud, que sería el fundador
del Africa oriental alemana, y que con su escrito filosófico de 1883,
«Mundo de voluntad y voluntad de mundo», había efectuado con
ceptualmente, de antemano, la imperialización del fundamento de
la vida. Aunque en vagos contornos, ¿no fue registrado ya el in
consciente sobre los mapas del espíritu reflexionante desde la época
del joven Schelling? ¿No resultaba fácil afirmar que, por fin, tam
bién su oscuro interior estaba maduro para la «hoz de la civiliza
ción»? Freud, que recibió con interés las obras de los conquistado
res científicos de Africa, Stanley y Baker, al decidirse, en su propio
camino hacia la fama, por «la auténtica Africa interior»436dentro de
la psique de cada ser humano, demuestra con esa elección de su di
rección investigadora un excelente instinto imperial. Es verdad que
806
Preparaciones para el entierro
de Cecil Rhodes, 1902.
la expedición austrohúngara al Ártico, de 1872 a 1874, dirigida por
Karl Weyprecht yJulius von Payer, alcanzó éxito de estima por el
descubrimiento y nominación del territorio Emperador-Francisco-
José y de la isla Príncipe-Rodolfo, pero sus resultados, vistos en con
junto, sólo mantuvieron una importancia fría y provinciana. El cien
tificismo, seguro de triunfo, de Freud se manifiesta en el hecho de
que éste no reclama para sí una isla en la periferia fría, sino todo un
continente caliente y centralmente situado; su ingenio se impuso de
modo impresionante cuando consiguió, gracias a sus mapas topo-
lógicos, adquirir el inconsciente de fado como el territorio Sig-
mund-Freud. También tomó a sus espaldas estoicamente la carga
del hombre blanco cuando, resumiento su obra, declaró: «El psi
coanálisis es un instrumento que ha de posibilitar al yo la conquista
progresiva del ello»437. Si las tristes tropas del ello, también entre
tanto crecientes, son administradas por nuevos ocupadores, y si ca-
libanes no analizados anuncian su descolonización, las viejas marcas
freudianas del territorio, sin embargo, siguen viéndose muy bien.
Lo que resulta incierto es si, con el tiempo, siguen teniendo algo
más que interés turístico.
16 El exterior puro
Igual que la alusión de Freud al dark continent del inconsciente438,
también la referencia a los «horrores del hielo y de la oscuridad»439,
que encontraban los viajeros polares, se presta para traer a su luz co
rrecta el sentido esferológico de los proyectos descubridores en la
época de la globalización. Cuando comerciantes y héroes europeos
partían para «tomar» puntos lejanos en el globo, sólo podían con
cebir sus propósitos en tanto el espacio-lugar globalizado estaba
proyectado como un exterior abierto y transitable. Todos los pro
yectos europeos de toma de la tierra y del mar40apuntan a espacios
exosféricos que, desde el punto de vista de las tropas expediciona
rias, no pertenecen en modo alguno, en principio, a su propio mun
do de la vida. Aquí ya no vale la información topológico-existencial
de Heidegger: «En el ser-ahí hay una tendencia esencial a la cerca
nía»441. La característica más fuerte de la exterioridad es que no es
algo que esté «ya» colonizado por habitar en ella, más bien sólo se
supone en ella la posibilidad de colonización en tanto se la anticipa
proyectivamente (de lo que se sigue que la diferencia entre habitar
y explotar nunca queda ya clara). También aboca al vacío la sutil te
sis de Merleau-Ponty: «El cuerpo no está en el espacio, habita en
él»442. La observación del mismo autor, que la ciencia manipula las
cosas y rehúsa «habitarlas»443, vale también para la piratería y el co
mercio mundial; ninguno de los dos tienen una relación de habita
ción con el mundo. Para el ojo de los piratas y de los liberales ya no
es verdad que el ojo «habita» el ser «como el ser humano su casa»444.
De hecho, los navegantes y colonizadores, por no hablar de los despe-
808
rodos y degradados del Viejo Mundo, están diseminados fuera más
bien como cuerpos locos en un espacio deshabitado, y sólo en po
cas ocasiones llegan a encontrar en él, por transferencia de domes-
ticidad, lo que conceptualmente se puede llamar una segunda patria.
En el espacio exterior se recompensa a un tipo de ser humano que,
a causa de la debilidad de sus ligazones con los objetos, puede pre
sentarse en todas partes como dirigido desde dentro, infiel, dispo
nible445.
Quizá se explique por ello, al menos en parte, la misteriosa lige
reza con la que los hombres que se encuentran fuera como enemi
gos se aniquilan eventualmente unos a otros. Visto como cuerpo en
el espacio exterior, el otro no es un convecino de una esfera común
mundano-vital ni un compartidor de un cuerpo sensible-ético de re
sonancia, de una «cultura» o de una vida compartida, sino un factor
discrecional de circunstancias externas bienvenidas o no bienvenidas.
Si el problema psicodinámico de la existencia sedentaria sobrepro
tegida fuera el masoquismo-container, éste será el del exterminismo
extremadamente desasegurado y expuesto: un fenómeno parasádi
co que donde más inequívocamente se dio a conocer fue ya en los
desenfrenos de los cruzados cristianos del siglo XII.
Sin ninguna razón especial, durante su primer viaje a la India,
en 1497, Vasco de Gama hizo quemar y hundir, tras un pillaje exi
toso, un barco mercante árabe con más de doscientos peregrinos a
la Meca, incluidos mujeres y niños, a bordo: preludio de una histo
ria universal de atroces delitos externos. El proceder generalizado
de exterminio se libera de pretextos y, como pura aniquilación, se
sitúa en una zona más allá de guerra y conquista. En las colonias y
sobre los mares más allá de la línea se ejercita el exterminio que vol
verá en el siglo XX a los europeos bajo la forma de guerra total.
Cuando sucede en el exterior, la lucha contra un enemigo ya no se
diferencia claramente del exterminio de una cosa. La disposición
para ello se basa en la alienación espacial: en los desiertos de agua
y en los nuevos territorios de la superficie terrestre los agentes de la
globalización no se comportan como habitantes de un territorio
propio; actúan como desenfrenados que no respetan en ninguna
parte las ordenanzas de la casa de la cultura. Como gentes que de
809
jan su casa, los conquistadores atraviesan el espacio enrasado, sin
que por ello hayan entrado en la «senda» en sentido budista. Cuan
do salen de la casa común del espacio de mundo interior de la vie
ja Europa dan la impresión de individuos que se han desprendido
como proyectiles de todos los dispositivos fijadores de antes, con el
fin de moverse en una no-proximidad y no-esfera general, en un
mundo exterior, liso e indiferente, de recursos, que se dirige sólo
por órdenes y apetitos y se mantiene en forma por crueldad-fitness.
Tanto en un sentido estricto como más amplio, los éxitos de arriba
da de esos desarraigados de la tierra decidirán un día si son víctimas
de sus impulsos interiores de huida y se pierden en la nada como
embrutecidos psicóticos de expedición, o si consiguen, mediante
«nuevas relaciones de objeto», como si dijéramos, la restauración de
las condiciones de tierra firme, la renovada instalación doméstica
en un mundo lejano, o en el viejo reencontrado. Seguramente con
razón, Cari Schmitt llamó la atención sobre el papel de las «líneas
de amistad» estipuladas por los navegantes europeos, cuyo sentido
fue delimitar un espacio civilizado más allá del cual pudiera co
menzar formalmente el exterior completamente caótico como es
pacio sin ley446.
17 Teoría del pirata
El horror blanco
En este contexto, la piratería,junto con el comercio de esclavos
el fenómeno cumbre de la temprana criminalidad de la globaliza-
ción, adquiere un significado histórico-filosóficamente pregnante,
dado que representa la primera forma de empresa del ateísmo ope
rativo: donde Dios ha muerto -o donde no mira, en el espacio sin
Estado, en el barco sin clérigos a bordo, en los mares sin ley fuera
del contorno de las zonas de respeto estipuladas, en el espacio sin
testigos, en el vacío moral beyond the Une-, allí es todo posible de he
cho, y allí se produce a veces, también, la más extrema atrocidad
real que pueda darse en absoluto entre seres humanos. La lección
de ese capitalismo de presa resuena largo tiempo: los modernos se
810
Vargas Machuca, Descripciones
de las Indias occidentales, 1599.
imaginan los peligros del desenfreno libertario y anarquista desde
el ateísmo pirata; también en él está la fuente de la fobia neocon-
servadora a los pardsanos. El miedo, notorio desde la Antigüedad,
de los mantenedores del orden a los renovadores se transforma en
el miedo del hombre de tierra al empresario marino, en el que aso
811
ma el pirata por más que lleve chistera y sepa usar un cubierto de
pescado en la mesa. Por eso, ningún terráqueo puede imaginarse
sin horror una situación del mundo en la que el primado de lo po
lítico -y eso significa aquí: de tierra firme- ya no estuviera vigente.
Pues ¿qué planes criminales trae el pirata en su bolsillo interior
cuando baja a tierra? ¿Dónde trae ocultas sus armas? ¿Con qué ar
gumentos venales hace encarecióles sus especulaciones? ¿Bajo qué
máscaras humanitarias presenta sus locas intenciones? Desde hace
doscientos años los ciudadanos discriminan sus miedos: el anarco-
marítimo se convierte en tierra, en el mejor de los casos en un Ras-
kolnikov (que hace lo que quiere, pero se arrepiente), en casos no
tan buenos en un Sade (que hace lo que quiere y niega además el
arrepentimiento), y en el peor de los casos en un neoliberal (que
hace lo que quiere y, por citar a Ayn Rand, se enorgullece de ello).
Con la figura del capitán Ahab, Hermán Melville erigió el mo
numento culmen a los seres humanos caídos, a los navegantes sin
retomo, que pasan fuera sus «últimos días despiadados». Ahab en
carna el lado luciferino, perdido, de la navegación euroamericana:
sí, el lado nocturno del proyecto de la Modernidad colonial y de su
pillee de la naturaleza, proyecto que sólo sale adelante por voladu
ras de esferas y asolamientos de la periferia. Desde el punto de vista
psicológico o microsferológico es del todo evidente que el sosias in
terior y exterior del navegante poseso no adopta una figura perso
nal. El genius de la existencia de Ahab no es un espíritu en el ámbi
to de proximidad, y, sobre todo, no es un señor en la altura, sino un
Dios de abgyo y de fuera, un soberano animal, saliendo de un abis
mo que hace escarnio de cualquier aproximación: esa ballena blan
ca, precisamente, de la que el autor hizo observar en sus epígrafes
etimológicos:
El nombre de ese animal viene de encorvadura o de arrollamiento, pues
en danés hvalt significa curvo o abombado (Webster's Dictionary).
Ballena viene más inmediatamente aún del holandés y alemán waüen;
e n a n g l o s a j ó n w a l w i a n : a r r o l l a r , r e v o l c a r s e ( R i c h a r d s o n *s D i c t i o n a r y
812
Por su mayestática figura ondeante la ballena resulta para quie
nes la admiran y odian el modelo de una fuerza que en inquietan
tes profundidades marinas gira exclusivamente en sí misma. La ma
jestad y fuerza de Moby Dick representan la resistencia eterna de
una vida insondable a las motivaciones de los cazadores. Su blancu
ra representa a la vez el espacio no-esférico, liso, en el que los viaje
ros se sentirán defraudados en toda esperanza de intimidad, en to
do sentimiento de llegada y de nueva patria. No es en vano el color
que los cartógrafos reservaban para la térra incógnita,. Melville llama
ba al blanco «el omnicolor de un ateísmo que nos arredra»448, por
que nos recuerda, como la blanca profundidad de la Vía Láctea, el
«vacío impasible y la inconmensurabilidad del universo»; nos em
papa de la idea de nuestra aniquilación en el exterior indiferente.
Por ello tiene ese color la ballena de Ahab, porque simboliza una
exterioridad que no es capaz de otra apariencia, ni la necesita. Pero
cuando el exterior como tal deja verse,
entonces el mundo queda ante nosotros como paralizado y como inva
dido por la lepra, y, como un viajero testarudo en Laponia que se niega a
ponerse unas gafas oscuras, el lamentable incrédulo mira a ciegas al infini
tosudarioblancoenelqueelmundoseenvuelveentomoaél49.
Casi un siglo antes de que Sartre hiciera decir a una figura de
drama: el infierno son los otros, Melville había tocado fondo más
profundo: el infierno es lo exterior. En ese inferno metódico, en esa
indiferencia de un espacio en el que no se produce habitar alguno,
es donde están desparramados los modernos individuos-punto. Por
eso, lo que importa no es sólo, como decían los existencialistas, me
diante un compromiso libremente elegido fijarse uno mismo una
dirección y un proyecto en el espacio absurdo; tras el desaire gene
ral del ser humano sobre las superficies de la tierra y de los sistemas,
lo que importa es, más bien, habitar el exterior indiferente como si
pudieran estabilizarse en él burbujas animadas a plazo más largo.
Aún a la vista del sudario que se extiende sobre todo, los seres hu
manos tienen que mantener la apuesta de conseguir tomar sus re
laciones mutuas, en un espacio interior a crear por ellos, tan en se
813
rio como si no hubiera hechos exteriores. Las parejas, las comunas,
los coros, los equipos, los pueblos e Iglesias, están comprometidos
todos ellos, sin excepción alguna, en frágiles creaciones de espacio
frente a la primacía del infierno blanco. Sólo en tales receptáculos
autoconstruidos se hará realidad lo que quiere decir la marchita pa
labra solidaridad en su nivel de sentido más radical. Las artes de vi
vir de la Modernidad intentan crear no-indiferencia en lo indife
rente. Incluso en un mundo espacialmente agotado, esto coloca el
proyectar e inventar en un horizonte inagotable450.
Yquizá sólo entonces existan, en absoluto, «pueblos libres» -de
los que hablaba el siglo XIX, sin comprender que sólo ayudaba con
ello al surgimiento de formas más modernas de colectivos de obse
sión- como asociaciones de seres humanos que se unan de nuevo
en vistas a una indiferencia realmente unlversalizada de un modo
no visto hasta ahora, sólo vagamente anticipado por Iglesias y aca
demias.
18 La edad moderna
y el síndrome de tierra virgen
En la sala de lectura del moderno anejo a la Library of Congress
hay colocada una inscripción de Thomas Jefferson que conceptúa-
liza como ninguna otra expresión el espíritu de la época de las to
mas de territorios: «La Tierra pertenece siempre a la generación viva.
Por eso, durante su período de usufructo, ellos pueden adminis
trarla, con sus productos, como quieran. También son señores de
sus propias personas y pueden regirse, en consecuencia, como quie
ran». Aunque esta tesis washingtoniana proceda de finales del siglo
XVIII, resume un impulso que desde el tiempo de Colón actuó en el
comportamiento expansivo de los europeos: la concepción de la tie
rracomohallazgoyrecurso. EnlaspalabrasdeJeffersonnopueden
pasar desapercibidas alusiones al Antiguo Testamento, así como co
lonizadoras: la generación a la que se adjudica la plenitud de los de
rechos de usufructo no es otra aquí, naturalmente, que la de los
americanos de Nueva Inglaterra, emancipados del reino inglés, que
814
creían haber encontrado en la costa noratlántica el país de sus es
peranzas y promesas. Para los yanquis (pronunciación india de les
anuíais)delsigloxvmlosjuegosdelenguajejudaizantesdelosPilgrim
Fathers, que creían repetir la salida de Egipto, ahora por el océano,
se habían convertido desde hacía tiempo en calderilla retórica, y no
necesitaban, por tanto, ni susurrarlo ni vanagloriarse de ello cuan
do se declaraban partidarios de la idea, que se les había hecho na
tural, de que un pueblo elegido debía tener a su disposición una
Tierra Prometida.
A través de la expresión poco clara en la jerga del derecho na
tural «entrega de la tierra a la generación actual de usufructuarios»
resuena el feliz shock de la forma del mundo que había sido provo
cado por los descubrimientos transadánticos a finales del siglo XV y
por el viaje de Magallanes. Durante la revolución del Pacífico, el co
nocimiento del carácter oceánico de las superficies de agua comu
nicantes, que para la mayoría aplastante de los europeos siguió sien
do todavía durante siglos una información abstracta y mal recibida,
en cualquier caso utópicamente estimulante, el descubrimiento del
cuarto continente, de ambas Américas, fue una sensación geográfica
que se reflejó en innumerables manifestaciones de un nuevo apeti
to teológico y mercantil. Americanistas han parafraseado en múlti
ples versiones las interpretaciones de la historia sagrada que propu
sieron para el descubrimiento del doble continente tanto los
contemporáneos como los nacidos más tarde. Para los biblicistas
que había entre los inmigrantes y ocupadores, América significaba,
sin duda, el triunfo que Dios había mantenido oculto en su manga
durante milenio y medio, para sacarlo en el momento de mayor ne
cesidad, en la agonía político-religiosa del Occidente dividido por la
Reforma. En tanto que Dios permitió a su siervo todavía católico,
Colón, encontrar América just in time, utiliza el ardid de la provi
dencia para señalar el camino a los suyos en el segundo éxodo.
Prescindiremos aquí de los delirios que a causa de emigrantes
firmes en su fe se convirtieron en factores de la historia real. Quien
se interese por el apéndice más serio a la Divina comedia quedará sa
tisfecho con la lectura de los Magnalia Christi Americana (Hazañas de
Cristo en América), salidos de la pluma del pastor bostoniano del si-
815
glo XVII Cotton Mather. Lo que ha convertido el efecto-América en
un asunto psicopolítico capital de la edad moderna, más allá del ca
rácter de sensación geográfica y de sus exageraciones teológicas, es
su irradiación en la conciencia de espacio, suelo y oportunidades de
los europeos poscolombinos, entre los que se reclutaron los ameri
canos. América sobresale del Atlántico como un universo-reserva en
el que puede iniciarse otra vez el experimento de Dios con la hu
manidad: una tierra en la que llegar, ver y tomar parecían conver
tirse en sinónimos. Mientras que en la Europa feudalizada y territo-
rializada cualquier trozo de tierra de labranza tiene un señor desde
816
Anexo de la Library of Congress, sala de lectura.
hace mil años y a cualquier senda de bosque, a cualquier adoquín,
a cualquier puente van unidos antiquísimos derechos de paso y pri
vilegios gravosos en favor de un explotador principesco, América
ofrece a innumerables recién llegados el contraste de la sensacional
experiencia de un territorio sin dueño, por decirlo así, que en su in
mensidad sólo pedía ser ocupado y cultivado para pertenecer al
ocupador y cultivador. Un mundo en el que los colonos llegan an
tes que los registros de la propiedad: un paraíso para gentes que
quieren comenzar de nuevo y para grandes acaparadores. Cierta
mente, una buena parte del sentimiento moderno de universalidad
817
i r i O BiWARD
IMi>'AWAV irom lili* tubteribrr, on
Hm* mullí of lile 2*1 ¡ii't;inl. a nruro man.
mliocalisIiíiiimIIHenry •fitey. alimit22
jcars nlil, A freí II or H inelie* lii^li, or-
sdiuary color, rallicr cliunky buill, limlij
licad, and lias it di> idcd moslly on onc
side, and kccp* it very niccly combcd;
lias hcen raiscd in lile liouse, and is a lirsi
rale diiiin^-rooiii ücnant, and was in a
Invertí in Loiiiixiille for 1S inonfli*. I
^c. vpcct liéis non in Lotii*\¡llr Iryhtulo
inuk' Iiím «Hiripc to a tVcn Muir,(in (til proliulñlity (o l'iuriiinuli, (litio. ) IV r- linits lie m uy try to m*t cniployincnt on a oteninliout. lie is n "«>««1 ntol», and ¡nlininlyiunnyrnpiirttyasnhonsrurnrnnt. liad on wlirn In*lert. itdark m m incit roatre, and dark «triprd riw»¡nrtt nnntnlonii*. nrw —ltr liad «itlitr rlotliinxr- I tvill givrltffO rcward if tnkcn in IiOnisvilU 100dollar- ir tnkrn ano liim drrd rnilcfl Irom I<o«iÍHvillr in tliis Nlnlc, and 150dallar» iflak* a ou' r»filiis Ntntr, and drlivrrcd to me, or orriired in lun jail »<• ilia: I can ¡r<i liiir . «snin. V M M . I O I IIM IK I
n. iril*ion n Ity, Srptrmhcr íW, l^íls.
Recompensa por esclavos huidos.
viene condicionado también por la experiencia fundacional ameri
cana: la posibilidad de apoderamiento de terreno y recursos. De
aquí surge, junto a otros innumerables caracteres sociales, un tipo
de agricultor histórico-universalmente sin par, que ya no es tributa
rio de un dueño del suelo, sino que como ocupador armado, por
derecho propio, de la tierra y como granjero bajo Dios explota sue
lo nuevo propio. Cualquiera que en el área de oportunidades de la
commonwealth quiera buscar suerte tiene que aportar tanto espíritu
emprendedor como corresponde al espíritu ocupador como tal. Sí,
quizá lo que los modernos teólogos yjuristas llamaron derecho na
tural es sólo la explicación formal de la nueva subjetividad del ocu
pador, que se ha puesto en marcha para recoger lo suyo en el agua
y en la tierra. Los derechos humanos son el alma jurídica de la vida
que-se-toma-lo-suyo. Otra vez Melville: «¿No es una expresión uni
versalmente conocida la de que la posesión es la mitad del derecho,
es decir, sin consideración a cómo se ha llegado a ella? Pero a me
nudo la posesión es el derecho entero»451.
Los empresarios-ocupadores en los frentes coloniales colocan,
no obstante, su negocio, por hablar kantianamente, bajo la máxima
que por regla general sirve más para la definición de criminalidad
818
que para la de participación en la globalización: en tanto quieren
convertirse en poseedores y propietarios de bienes mediante la pu
ra ocupación, se sustraen a las exigencias del trueque justo. Como
enseña la historia, su conciencia de justicia apenas sufre daños por
ello, ya que se remiten al derecho del instante óptimo: en éste la le
gitimidad reside en la toma de posesión misma. Trueque y recono
cimiento mutuo vienen después. Tanto en el oeste americano como
en el resto del globo, los actores de la expansión se salvan a la hora
de su proceder oportunista mediante una teoría de los vacíos mo
rales: parece, quieren decir, que hay momentos en los que la actua
ción ha de ser más rápida que el derecho, y con un momento así tro
pezó nuestra vida. Con este argumento reclaman para sí la sentencia
absolutoria por circunstancias extraordinarias. Quienes en tiempos
regulares serían saqueadores son pioneros en los vacíos históricos;
quienes en años retroprocesales o poshistóricos serían malhechores
son héroes en la turbulencia de la historia aconteciente. (Y quién
podría ignorar que la industria actual de la cultura, por su culto a la
filmografía criminal, sigue soñando en el vacío legal en el que el
malhechor pueda seguir reclamando el derecho humano de tomar
sin ofrecer nada a cambio. )
Resulta evidente que los agentes en los tiempos heroicos de la
conquista están tan interesados en la autoapropiación como en la
apropiación del mundo; consideran su propia existencia como el
bien sin dueño más cercano del que sólo se necesita echar mano pa
ra que represente una oportunidad. El clásico de esta idea es Daniel
Defoe, que no sólo presenta a su náufrago, Robinson Crusoe, como
el apropiador integral de territorio y de sí mismo; también su heroí
na femenina ejemplar, la famosa por sus Fortunes and Misfortunes
Molí Flanders, es una acaparadora en cualquier sentido de la pala
bra, apropiadora y ladrona autodidacta (take the bundle; be quick; do it
this moment) de todos los maridos y fortunas que le ponga a mano el
destino.
En tiempos más recientes aumentan los indicios que remiten a
una puesta en juicio retroactiva de la historia: lo que tiene como
consecuencia que se les haga ulteriormente proceso a los agentes de
la toma del mundo, desde Cristóbal Colón hasta Savorgnan de Braz-
819
za y desde Francisco Pizarro hasta Cecil Rhodes: un proceso inaca
bable y procedimentalmente incierto, en el que alternan veredictos
de culpabilidad y solicitudes de nuevos procedimientos. En la his
toria de la esclavitud negra, del exterminio de los indios y del colo
nialismo de la explotación se consuma la criminalización retroacti
va de la edad moderna, sin que la defensa pueda siquiera intentar
aún, como en procesos anteriores, abogar por una absolución por
circunstancias civilizatorias atenuantes. En esos casos, contra el pe
so de los documentos y de los procedimientos anteriores ya no pue
den hacer nada incluso los legistas más resueltos de la toma del
mundo inculpable. ¿Quién podría aún proteger a los soldados ame
ricanos que con intención criminal enviaron al campamento de sus
enemigos indios mantas de lana infectadas de viruela? ¿Quién de
fender a los comerciantes de seres humanos, a quienes se les echaba
a perder a veces un tercio de su mercancía en transportes transatlán
ticos de reses humanas? ¿Quién asumiría la defensa de Leopoldo II
de Bélgica, que había convertido su colonia privada, el Congo, en el
«peor campo de trabajos forzados de la edad moderna» (Peter
Scholl-Latour)? En esos campos los historiógrafos han tenido que
convertirse en fiscales acusadores de las culturas propias. En ellos
puede comprobarse cómo la relación de justicia e historia puede
desplazarse con posterioridad. La tribunalización del pasado alcan
za entretanto la época heroica entera de la globalización terrestre.
La edad moderna se nos presenta como un dossier de la incorrec
ción imperialista. El único consuelo que transmite su estudio es la
idea de que todos esos hechos y malhechos ya no son repetibles.
Quizá sea la globalización, como la historia en general, el delito que
sólo puede cometerse una vez.
19 Los cinco baldaquines de la globalización
Exportación europea de espacio
Si se quieren comprender los secretos esferológicos de la globa
lización en marcha, no sólo hay que intentar retroceder hasta la ra
tificación del convenio sobre el espacio debida a las tecnologías de
820
Windows 1525, toma del mundo con ayuda
de la técnica perspectivista de representación.
Imágenes (detalles): Alberto Durero,
Andrea Mantegna y Hieronimus Rodler.
habitable el exterior para los intrusos e invasores o de simular, al
menos, su integración y dominio.
20 Poética del espacio del barco
Para el ser humano contemporáneo son muy fácilmente accesi
bles los aspectos psicodinámicos de la experiencia del espacio del
barco, dado que el trato o el uso de interiores-caravana y de cabinas
de automóvil le proporciona puntos actuales de contacto. La dispo
sición de tales medios de «circulación» no se habría convertido pa
ra grandes mayorías de individuos modernos en una práctica de mo
vimiento satisfactoria e imprescindible si los vehículos mismos, con
sus formas interiores, no conectaran con estructuras elementales de
conformación de esferas en la dimensión pequeño-espacial. El bar
co, como en proporciones más moderadas el automóvil y la carava
na, es el nido movilizado o la casa absoluta452. En él y con él son po
sibles relaciones simbióticas, en la medida en que la embarcación
puede experimentarse como vientre que cobija una camada de no
vatos, que desembarcarán donde puedan y dispondrán las cosas co
mo quieran ante la puerta, libre de contexto, de la casa. El barco es,
a la vez, una autoextensión mágico-tecnosférica de las tripulaciones,
y, con ello, como todos los vehículos modernos, es una máquina ho-
meostática de ensueño, que se deja conducir a través del elemento
exterior como una Gran Madre manipulable. (Queda por escribir
una historia psicohistóricamente convincente de la fascinación del
barco y de la superstición del vehículo. ) Desde este trasfondo for
mal los barcos pueden convertirse en patrias móviles para sus tripu
laciones. Que el derecho del mar reconozca los barcos como exten
siones de la nación bajo cuya bandera navegan sigue en esto una
primitiva intuición esferológica: el estar-en-tierra se transforma ló-
gico-espacialmente yjurídico-internacionalmente en el estar-a-bor-
do; desde el nomos de la tierra, la «paz» del espacio propio, pasan
rasgos esenciales a la endosfera flotante. La función decisiva del
cuerpo del barco es, ciertamente, su aislamiento y arropamiento
frente al exterior, de los que ha de hablarse tanto desde el punto de
824
vista físico como simbólico. A ello corresponde la regla de que en-
sembles humanos que se lanzan hacia fuera sólo permanecen cohe
rentes cuando consiguen cegar las vías de agua y afirmar la prima
cía del interior en el elemento inhabitable. Así como las naves de
iglesia de la vieja Europa transferían su potencial de recogimiento y
abrigo a la vieja tierra firme con el fin de servir de embarcaciones
para almas cristianas sobre el mar terrenal de la vida, así las naves
expedicionarias enviadas al espacio exterior han de confiarse ple
namente a ese espacio suyo de aislamiento y arropamiento como la
forma de cobijo que ellas mismas se han dado y traen consigo.
21 Clérigos de a bordo
La red religiosa
Por lo dicho resulta evidente: el hecho de que las grandes expe
diciones de los tiempos heroicos de la navegación difícilmente pu
dieran hacerse a la mar sin clero a bordo no sólo era debido a una
convención religiosa, ni sólo a una concesión a los requerimientos
de la Iglesia de no dejar zarpar sin control espiritual a grupos de na
vegantes. La omnipresencia del factor religioso en la navegación
temprana alude a un segundo mecanismo esferopoiético sobrepo
tente. Si las expediciones de los primeros navegantes oceánicos ha
bían de tener éxito, los actores necesitaban que sus equipos no sólo
se pudieran confiar a su oficio, sino que encontraran apoyo tam
bién en las rutinas metafísicas de las naciones patrias. Dado que la
navegación era una práctica que exigía situaciones límite, siempre,
a ser posible, tenía que haber a bordo expertos en lo extremo. Al
barco pertenece la posibilidad de naufragio como los peligros ge
nerales del mar al mar, y frente a éstos, al menos, los santos y sus co
nocedores, los sacerdotes, ofrecían seguridades simbólicas.
El hecho de que la navegación europea se pudiera llamar la cris
tiana, y esto mucho tiempo antes ya de la época oceánica, delata su
orientación a este imprescindible sistema de seguros trascendente.
Si el exterior blanco parecía repleto de horrores era también por
que para innumerables gentes escondía la fecha de su muerte y, con
825
El buque de investigación Endurance
es aplastado por el hielo; foto del 19 de octubre de 1915.
ella, la expectativa de entierro en elementos a los que faltaba toda
propiedad reconciliadora453. Sin enlace real posible con las ideas de
inhumación y de más-allá de la vieja Europa, la expectativa de co
rromperse fuera era doblemente insoportable.
Pero los eclesiásticos viajeros no habrían entendido su oficio si
no se hubieran preocupado desde el principio de dos flancos: de los
marineros de a bordo, a los que había que estabilizar ritualmente y
controlar motivacionalmente, y de los nuevos seres humanos de fue
ra, que fueron resultando interesantes progresivamente como futu
ros receptores del mensaje cristiano. Por lo que se refiere al flanco
de a bordo, la religión cristiana proporcionaba estímulos e imáge
nes de amparo; estas últimas, sobre todo en la navegación de las na
ciones católicas, bajo la figura omnipresente de la Virgen María pro
tectora, aquella Regina maris que después de la victoria de Lepanto
se representó también como Santa María de la Victoria: la Gran Ma
dre de los navegantes e intercesora-salvadora en peligros de muerte
y apuros marinos. In periculis maris esto nobis protectio. Bajo su manto
protector encontraban cobijo príncipes, patronos, capitanes, mari
neros e indígenas bautizados: parece que las flotas aparejadas, cuan
do navegan bajo el manto de María, sólo están expuestas a vientos
favorables. En las imágenes de culto de las capillas de navegantes, la
alta mujer cobija como por última vez a los suyos en la envoltura de
un vientre materno universal, o, al menos, a la marina entera bajo
una misma saya (un argumento definitivo para las amplias vesti
mentas de las mujeres y una de las últimas concesiones de la edad
moderna al sueño morfológico de la humanidad de cobijo de lo vi
vo en lo vivo). Otra vez se convierte aquí la esfera-abrigo del cielo
en un símbolo compacto de envoltura, de características personales,
aunque precisamente en esa época comiencen los cosmólogos a ha
cer del cielo algo desconsolador desde el punto de vista físico.
Por lo que respecta al lado o flanco de tierra, en la época de los
descubrimientos la religión cristiana significaba tanto como misión
en su segunda época: y, ciertamente, en su doble significado de am
pliación neoapostólica de la Iglesia y de flanco religioso del colonia
lismo. De las tendencias militantes, eclesiástico-coloniales y eclesiás
tico-beligerantes, de esa nueva praxis misionera fue corresponsable,
827
Alejo Fernández, Señora
de los navegantes, Alcázar de Sevilla.
Mapamundi misionero protestante,
finales del siglo xix.
en lo fundamental, la prácticamente incondicional sanción papal
de las primeras irrupciones portuguesas y españolas en los nuevos
mundos, dado que la curia vio, en principio, «en los Estados ibéri
cos el brazo providencial del mandato misionero universal»454. En su
apetito universalístico, Roma concedió a los conquistadores tan am
plios privilegios que la Iglesia católica había de retroceder pronto a
la posición de un secundante desposeído de poder, frente a los Es
tados colonizadores, a cuyo arbitrio quedó todo el poder real. No
obstante, el papa, sobre todo en los primeros tiempos de las expan
siones, había entrado en el escenario de la edad moderna no sólo
como su supremo mandante, sino también como notario de la glo-
balización: esto se manifiesta muy pronto en su papel eminente en
la sanción de los descubrimientos portugueses en África (con las bu
las Romanus Pontifex, de 1455, e Inter cetera, de 1456), y más aún, acto
829
«Ven y ayúdanos», grabado
de la portada de la Gaceta de la Sociedad
Misionera Noralemana, siglo XIX.
seguido, en sus funciones de arbitraje entre las pretensiones portu
guesas y las españolas por el dominio del mundo (la sanción del Tra
tado de Tordesillas de 1494 fue asunto ineludible <íe la Santa Sede).
Las pretensiones mayestáticas del catolicismo poscolombino sa
lieron a la luz con toda explicitud cuando el papa, invocando las
fuentes de su cargo y dignidad, se proclamó como el auténtico su
premo señor del mundo circunvolucionado45\ Bajo las condiciones
reales, las monarquías nacionales de Europa, también las católicas,
hubieron de sublevarse contra las pretensiones papales de priori
dad con vehemencia creciente. Se percibe algo de la tonalidad de
esas rebeliones cuando Francisco I, en el año 1540, conmina al en
viado del emperador a mostrar el Testamento de Adán y la cláusula
del papa en él, según la cual el rey francés quedaría excluido del re
parto del mundo.
Por lo que respecta a las misiones protestantes, estuvieron, des
de el principio, más claramente comprometidas aún que las católi
cas en funciones nacional-coloniales; en Leiden, en un seminario
830
de misiones de la Compañía de las Indias Occidentales, se forma
ban misioneros para el imperio colonial holandés como si la Iglesia
reformada recibiera su encargo no de Mateo 28, 19, sino de un man
dato de las sociedades de comercio libre ñoratlánticas. Ciertamen
te, la misión cristiana, más general: la exportación de las confesio
nes, ha sido el agens más importante de un principio-continuum
socioesferológico en el tránsito del Viejo al Nuevo Mundo, dado
que las prácticas religiosas en el exterior tuvieron que colocar en
primer plano los motivos de posible coincidencia específica y cul
tual entre los descubridores y los descubiertos. Una historia esfero-
lógica de la Iglesia tendría que reconstruir por sí misma el trabajo
de disposición de baldaquinos más amplios sobre los miembros de
la humanidad cristiana actual y potencial.
El éxito con el que especialmente las misiones católicas cum
plieron sus tareas globalizadoras a lo largo de cuatro siglos y medio
pudo observarse, bajo auspicios espectaculares, en la inauguración
del Concilio Vaticano Segundo, el día 11 de octubre de 1962, cuan
do obispos de no menos de 133 países hicieron su entrada solemne
en San Pedro de Roma: un logro asambleario que habría de consi
derarse único, si no fuera porque es superado regularmente por las
ceremonias de inauguración de los Juegos Olímpicos de la edad
moderna. Concilios y olimpíadas -ambas manifestaciones ejempla
res de proyectos europeos de reunión- ilustran lo que son capaces
de lograr paraguas o sombrillas universalistas. Pero precisamente
ellos, por muy imponentes que sean sus gestos de despliegue, ma
nifiestan la exclusividad insuperable de tales asambleas. Para cons
truir in actii un espacio interior de humanidad religioso o atlético
sólo pueden ser representantes, «interventores» o «elegidos» quie
nes sejunten realmente en él: la totalidad virtual sólo se produce
por la atención sincronizada de una humanidad de observadores.
Por ello, la cualidad totalizadora de tales reuniones viene expresada
menos por los presentes que por el simbolismo universalista de los
receptáculos arquitectónicos en que sucede la asamblea, que repre
sentan las típicas formas supremas de arquitectura esferológica-
mente comprometida: la catedral católica y el estadio laico neopa-
gano. En la catedral, las naves y la cúpula representan el poder de
831
Dignatarios eclesiásticos durante
la ceremonia inaugural del Concilio
Vaticano Segundo ante la basílica
de San Pedro en Roma, 1962.
Desfile del equipo alemán durante la inauguración
de los Juegos de Invierno de Albertville, 1992.
reunión de seres humanos de la confesión católico-romana, mien
tras que en el estadio, el motivo neofatalista «circo» aparece en es
cena como símbolo de la esfera del mundo cerrada inmanente
mente. Pero como las Iglesias, en su cotidianidad, sólo consisten en
reuniones parciales de la communio sanctorum yhan de acreditarse
en encuentros locales, están continuamente confrontadas con la ta
rea de organizar su conexión práctica en medios menos espectacu
lares, accesibles operativamente de modo permanente y convenien
temente tradicionales. En las Iglesias protestantes, con sus unidades
autónomas locales, a esto se añade que las fuerzas centrífugas re
percuten con mayor fuerza. Sobre todo las descolgadas comunida-
834
xxv Juegos Olímpicos, Barcelona,
ceremonia de clausura, 9 de agosto de 1992.
des puritanas de Nueva Inglaterra dependían de su capacidad de
conseguir estabilidad en la propia praxis ritual. Para recordar bajo
qué condiciones se llevó a cabo esta adhesión a formas traídas con
sigo, es útil haber visto con los propios ojos la reconstrucción de la
primitiva capilla de madera en la que los Pilgiim Fathers y sus parro
quianos se reunieron para celebrar sus ceremonias religiosas el 19
de noviembre de 1620, en el invierno tras su desembarco, cerca de
New Plymouth, en Cape Cod, en la bahía de Massachusetts. Nada
podría demostrar más claramente la primacía de la estructura ritual
frente al edificio físico que ese tosco granero, expuesto a las co
rrientes de aire, en medio de un pueblo con empalizada, levantado
Vermeer van Delft, Alegoría
de la fe (Nuevo Testamento),
ca. 1670, Nueva York, detalle.
con premura, respirando miedo. Así pues, no sólo en la provincia
heideggeriana los seres humanos son aquellos que habitan el len
guaje como la casa del ser; donde de verdad se instalan es en los
puntos dispersos del espacio global recién explorado, bajo los tol
dos de las tradiciones y de los dispositivos rituales de seguridad que
trajeron consigo.
836
22 Libro de los virreyes
Los dirigentes de las expediciones globalizadoras, los virreyes, al
mirantes y oficiales llevan también, en sí y consigo, junto a sus ideas
religiosas, sus ideales dinásticos al mundo. Las imágenes introyecta-
das de los mandantes regios, no de otro modo que los retratos efec
tivos transportados, se encargan de que la expansión en el espacio
exterior, tanto en instantes críticos como en horas de triunfo, pueda
vivirse como una emanación efectiva del centro personal de poder
patrio. Cuando los responsables de empresas de descubrimiento re
gresan físicamente o reflexionan sentimentalmente sobre sí mismos,
realizan gestos exteriores e interiores que confirman su pertenencia
al emisor europeo. Su actuación en el exterior es comparable con el
comportamiento del rayo de luz neoplatónico, que sale de un centro
para volverse tras llegar a su punto de reflexión y regresar al centro.
En ese sentido, todos los conquistadores y descubridores europeos
leales están de camino como rayos ejecutivos de lejanos reyes sol. In
cluso los emisarios más rudos del imperialismo, los men on the spot, se
sentirán portadores de luz al servicio de sus naciones. Si los agentes
europeos se presentan como grandes portadores es también porque
llevan hacia fuera un brillo dinástico mientras se apoderan de los te
soros de los nuevos mundos con la actitud de peones recolectores
que se llevan después la cosecha de retomo a sus países. Se mueven
en el haz de rayos del sistema patrio de msyestad y todos sus descu
brimientos permanecen la mayoría de las veces remitidos a salas de
trono y panteones del Viejo Mundo. Lo que se ha llamado la explo
tación de las colonias testimonia sólo la forma más sólida de unión a
la patria de los colonizadores. Sus empresas son inversiones de par
ticipaciones en el deseo de poder y en la majestad, que siguen for
mando parte de un stock de capital dinástico y nacional de la vieja Eu
ropa; sus victorias, como retums of investment, son introducidas en las
tesorerías de las majestades patrias, más tarde también en los tem
plos culturales de las naciones, los museos y los libros de historia. (El
tema arte-botín es tan antiguo como la globalización terrestre; a co
mienzos del siglo XVI se expusieron en Antwerpen piezas de oro de los aztecas sin que nadie hubiera planteado siquiera la pregunta por
837
Los padres jesuítas Müllendorf
y Dressel en Quito, Ecuador.
su dueño legal; Durero contempló con sus propios ojos esas obras de
un arte de otro mundo completamente diferente. )
Sin los iconos interiores de los reyes, la mayoría de los dirigentes
expedicionarios de la globalización temprana no habrían sabido pa
ra quién -excepto para sí mismos- tenían que conseguir sus éxitos;
pero, sobre todo, no habrían sentido por qué clase de reconoci
miento podían saberse completados, justificados y transfigurados.
Incluso las atrocidades de los conquistadores españoles en Sudamé-
rica y Centroamérica son sólo metástasis de la fidelidad a majestades
patrias que se hacen representar en el exterior con medios extraor
dinarios. Así pues, el título de virrey no sólo tiene significado jurí
dico y protocolario, sino que es, a la vez, una categoría que llega psi-
copolíticamente al fondo de la cosa misma. Tampoco está escrito
aún el libro de los virreyes, como no lo está el libro válido de los re
yes. Por medio de ellos, los monarcas europeos estaban presentes
siempre y por doquier en las expansiones externas del Viejo Mun
do, aunque nunca visitaran sus colonias in persona? TM. Bajo imagina
rios baldaquines de majestad, los conquistadores y piratas acumulan
sus botines para los príncipes.
838
Jacques Callot, Los 23 mártires de Nagasaki\
el año 1597 el sogún Toyotomi Hideyoshi (1582-1598)
hizo ajusticiar irónicamente more christiano
a miembros de la Orden de los Hermanos Menores.
Esto es verdad también, en cierto modo, para el rey de reyes es
piritual, el papa, que como portador de la corona de tres pisos qui
so convertir su trono en una hipermajestad para todo el globo. Fue
ron sobre todo sus tropas de elite, los jesuitas, que por su cuarto
voto estánjuramentados inmediatamente al papa como rey del ejér
cito del catolicismo militante, quienes desde mediados del siglo XVI
cubrieron el mundo entero con un sistema de distribución de de-
839
El papa Juan Pablo II con cardenales
en la Assembla Speciale per l’Asia el 13 de mayo de 1998,
Osservatore Romano, 15 de mayo de 1998.
voción al papa y respeto a Roma en el interior de la gente: una in
ternet de la sumisión devota de lejanías por las que se disemina el
centro. Ahí está el modelo común de las modernas sociedades de te
lecomunicación. El tele-fonazo, prefigurado por la tele-oración por
el papa; losjesuitas fueron el primer news group que se comunicaba
sólo por su red específica. Pero también el resto de las órdenes mi
sioneras, los franciscanos, dominicos, teatinos, agustinos, las con-
cepcionistas, clarisas de la 1. ayde la 5. aregla,jerónimas, canonesas,
carmelitas descalzas, y muchas otras: todas ellas estaban comprome
tidas, por su relación con Roma, en el proyecto de aportar éxitos a
la conquista espiritual y de expandir por todas las áreas del mundo
una commonwealth romana, asesorada y dirigida por el papa. Sólo en
el siglo XX tardío se le ocurrió al papa la idea massmediáticamente
concebida de viajar a las provincias de su reino moral como emba
jador de su propio Estado. Esto significa la irrupción del catolicismo
en la abierta carismocratía telemática: el camino romano a la Mo
dernidad.
El hecho de que la telecomunicación católica, incluso antes de
la época de la presencia real del papa, no se las valiera sin mecanis
mos mágico-telepáticos corresponde a las leyes de la comunicación
metafísica en grandes cuerpos sociales. El cadáver del gran misio-
840
ñero jesuíta en Asia, Francisco Javier, que había colonizado India y
Japón para la Iglesia romana, encontró en Goa su último lugar de
reposo. El brazo derecho del santo, «cansado de bautizar a decenas
de miles de personas», fue traído a Europa y se conserva aún hoy día
en la iglesia madre de la Orden, II Gesu de Roma, como la reliquia
más preciada de la globalización.
23 La biblioteca de la globalización
Pero ¿qué sucede si los participantes en las empresas de mando
de la temprana globalización terrestre no son capitanes fieles al rey,
ni misioneros fieles al papa o a Cristo? En principio, no tienen por
qué considerarse excluidos de las superiores oportunidades de co
bertura y transfiguración que depara la expansión europea. Para los
pioneros de la colonización del mundo orientados a lo laico había
medios y vías por los que podían colocarse bajo uno de los balda
quines seculares de la globalización, e incluso el espíritu no com
prometido religiosamente tenía buenas perspectivas de sentirse a
gusto en el proyecto última-esfera. Quien no aportaba nuevos terri
torios a un rey europeo o nuevos creyentes a la Iglesia podía atracar,
no obstante, en puertos europeos como un conquistador y un apor
tador de tesoros, con tal de que supiera hacerse útil como agente de
las nuevas ciencias experimentales europeas. Estas disciplinas ansio
sas de mundo, que se agrupan en tomo a la geografía y a la antropo
logía, se constituyen patéticamente al comienzo de la edad moder
na como ciencias nuevas y como acumulaciones de conocimientos
que llevan escrita en la frente su modernidad metodológica.
Caracteriza esos conocimientos el hecho de que se acumulen co
mo un segundo capital: un capital, ciertamente, que pertenece a
una humanidad ilustrada en su conjunto y que ya no podía subs
traerse al uso civil y público por obra de teóricos del arcano, priva-
tizadores del saber, magos locales, y, sobre todo, por príncipes y por
sus portadores de secretos. Sobre el trasfondo de las nuevas ciencias
de los seres humanos exteriores, de la naturaleza aprovechable y de
la tierra habitada, un europeo alfabetizado nunca había de sentirse
841
El padre jesuita Schall von Bell explica
hechos geográficos en la corte del emperador chino;
tapiz de la manufactura de Beauvais, siglo xvm.
completamente apartado del flujo de sistemas de sentido patrios, in
cluso en la soledad más remota de islas y continentes extraños. A
cualquier vida en el frente exterior lo rodeaba potencialmente un
aura de experiencia acumulada que podía proyectarse en docu
mentos literarios. Innumerables navegantes y exploradores soñaron
en su inmortalización en mapas terrestres y marítimos. La gloria
cartográfica es sólo un caso especial de lo que podía llamarse la fun
ción general baldaquín de las ciencias experimentales europeas
durante el proceso de globalización. Esa función protege actual y
potencialmente a los actores en las líneas exteriores del peligro de
sumirse en la blancura absurda y hundirse en depresiones que pu
diera suscitar el choque con la novedad, diferencia, extrañeza, des
consuelo inasimilable.
Las ciencias empíricas -con sus géneros literarios filiales: libro
de viaje y novela exótica- transforman potencialmente en observa
842
ciones todas las circunstancias de fuera, y todas las observaciones,
en comunicaciones que pueden registrarse en el gran libro de la
teoría neoeuropea: pues observadores no son más que sujetos que
escribirán lo que han visto o encontrado. Esto vale especialmente de
la edad de oro de los exploradores-escritores, de la que nombres co
mo Louis Antoine de Bougainville, Jacques-Étienne-Victor Arago,
Reinhold y Georg Forster, Johann Gottfried Seume, Charles Dar-
win, Alexander von Humboldt, Henry Morton Stanley sobresalieron
ocasionalmente, al menos por lo que respecta al número de sus lec
tores, hasta alcanzar el nivel de la literatura universal. Es típico del
hábito moderno del traer, contribuir, colaborar, ir-hacia-delante y
sistematizar el hecho de que las investigaciones o exploraciones
esenciales transcurran en forma de concurso o competencia. A los
viajes-concurso para ver quién llega antes a una meta a alcanzar co
rresponden aquí los escritos-concurso en el campo del honor cien
tífico: cosa que valía sobre todo para la exploración polar, histeriza-
da hasta el fondo, cuyos protagonistas aparecieron a menudo como
rapsodas de sus propios asuntos y como publicistas de sus penalida
des de explorador. Con este entrelazamiento de exploración y tea
tro se hizo reconocible a nivel popular que cualquier tipo de expedi
ción científica es un asunto mediático. Sin su reflejo en un medio
exaltante y transfigurador es imposible que los héroes de la globali-
zación hubieran podido tener suficientemente claros (o no claros)
sus objetivos.
Pero, en principio, no son tanto los medios de masas los que pro
vocan las expediciones. Todos los implicados -con dotes para escri
bir- en las salidas a lo desconocido fijan sus miras, más bien, en un
hipermedium imaginario, sólo en el cual puede ser registrada y trans
mitida la historia de sus éxitos solitarios de fuera. El baldaquín bajo
el que se reúnen todas las soledades de los exploradores tenía que
ser un fantástico libro integral: un libro de los récords cognitivos en
el que no se olvidara a nadie que hubiera destacado como aporta
dor de experiencia y como contribuyente al gran texto de la colo
nización del mundo. Antes o después tenía que suceder que se em
prendiera la publicación real de ese imaginario hiperlibro de las
ciencias experimentales europeas. Caracteriza el genio práctico de
843
Giulio Paolini, El ojo de Calvino,
en Letra Internacional, 43 (1998).
La mano de Rudyard Kipling escribiendo.
los ilustrados franceses el que éstos, ya a mediados del siglo XVIII, ca
si a mitad todavía de la globalización terrestre, reunieran las ener
gías suficientes para llevar a cabo el proyecto de una Enciclopedia del
saber valioso. Ella proporciona al baldaquín teórico, hasta entonces
informal, la figura
saber. En él puede
saber, incluso a los
negro de las letras
bro de las ciencias.
obligada del círculo, que ordena y abarca todo
darse forma cognitiva valiosa a los registros del
que provienen de las fuentes más lejanas. Así, el
celebra su victoria sobre el blanco en el hiperli-
Pero que la reunión y traída a casa de experiencias puede tener
un lado subversivo -o en caso concreto, al menos, poco delicado-
fue algo que Federico II de Prusia hubo de experimentar en su con
tacto personal con el viajero del mundo y explorador de la naturale
za Reinhold Forster, quien parece que durante su presentación ofi
845
cial, tras la consecución de una cátedra de ciencias naturales en Ha
lle, le dijo, algo más francamente de lo usual en la corte, que hasta
entonces había visto en su vida cinco reyes, tres salvsyes, dos trata
bles, «pero ninguno como Su Majestad». El gran Federico tomó esto
como palabras de un «tipo archigrosero». Pero, entonces, ¿cómo
tendría que habérselo dicho? Si, por fin, los reyes del Viejo Mundo
pueden ser tratados empíricamente también, como los exóticosjefes
de tribu (si también las cortes europeas son observables como meros
emplazamientos de majestad), no se puede ya seguir ocultando a los
grandes señores y a su séquito que su tiempo se acerca al final4’7.
24 Los traductores
Mientras que el hábito de la contribución a las ciencias experi
mentales europeas se pudo desarrollar bajo el superbaldaquín de
un fantasma-libro enciclopédico, la tarea de los investigadores del
lenguaje y etnólogos fue la de elaborar trabajosamente el exterior
lingüístico en una plétora de encuentros individuales con lenguas
extranjeras concretas. Las lenguas europeas de los descubridores se
encontraron frente a un multiverso semiótico de enorme diversi
dad, compuesto de al menos 5. 000 (según la cuenta de la Unesco,
6. 700) auténticas lenguas y de una multiplicidad difícilmente esti
mable de dialectos y subdialectos, a todos los cuales pertenecían in
variablemente mitologías, cielos de dioses, ritualismos, artes y ges-
tualidades propias. A la vista de esa multiplicidad, que se burla de
cualquier sinopsis, ha de desvanecerse como por sí mismo el sueño
de un hiperlenguaje omniintegrador. Tanto a los descubridores co
mo a los descubiertos sólo les quedan dos estrategias para orientar
se en esa situación neobabilónica: una, la imposición a la fuerza de
las lenguas de los señores coloniales como lenguas universales de
circulación, cosa que, con suerte diversa, consiguieron al menos el
inglés, el español y el francés en diferentes lugares del mundo; otra,
la penetración de cada una de las lenguas concretas por el habla tra
ducida de los nuevos señores. Ambos caminos hubieron de iniciar
se simultáneamente, y, tanto en uno como en otro, el aprendizaje de
846
lenguas -y con él, a la vez, la traducción- se revela como la clave
de los procesos esferopoiéticos concretos y regionales.
