Esto vale sobre todo, por decirlo una vez más, para el núcleo esencial del espacio-isla, el sistema de mante nimiento de la vida, que como mejor puede entenderse es como un at- motopo totalmente aislado o una cámara integral de
metabolismo
y aire respirabue; a él pertenecen unidades para el desempeño de tareas en el ámbito de la gestión del aire, del agua y de los desechos.
Sloterdijk - Esferas - v3
Para desligar parcialmente, fuera de la «so ciedad», a seres humanos de sus semejantes no es, pues, necesario acre centar su mismidad al modo que lo hace la metafísica de la soledad.
Son parcialmente disociales o asociales (o, por utilizar las expresiones de Tar de, presociales o subsociales) en el plano interpersonal, porque en otros planos y de otros modos son sociales, múltiples y están ensamblados.
Di cho de otro modo: para poder ser dentro de un nexo social -es decir, de dicados a un campo común de muñera, tareas, obras, proyectos- los indi viduos han de disponer de su inmunidad específica (de su liberación del servicio social).
Lo que actualmente se llama salud pública (mejor hablar de la constitución biopolítica de una población) es el compromiso de hoy entre intereses de communitas y condiciones de immunitas.
Pertenece a las virtudes del planteamiento neo-monadológico en la te oría de la sociedad el hecho de que por la atención que presta a la asocia ción de pequeñas unidades impida la ceguera espacial, inherente a las so ciologías al uso. Desde este punto de vista, «sociedades» son magnitudes que reclaman espacio y que sólo pueden describirse por un análisis ex tensivo apropiado, por una topología, una teoría dimensional y un análi sis de «red» (en caso de que se prefiera la metáfora de la red a la de la es puma254). Tarde insinúa ocasionalmente una dirección posible de tales análisis, en un experimento imaginario: si al instinto de sociabilidad de los seres humanos no se le pusiera un dique mediante limitaciones insupera bles, procedentes de la fuerza de gravedad, más tarde o más temprano se vería crecer, sin duda, junto a los pueblos conocidos en línea horizontal,
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NOX/Lars Spuybroek, del proyecto Beachness.
naciones verticales: asociaciones de uvas-seres-humanos, que se elevarían en el aire y que sólo se apoyarían en el pie de una perpendicular sobre el suelo terrestre, sin desplegarse sobre él.
Apenas tiene sentido explicar por qué esto es imposible. Una nación que fue ra tan alta como ancha, superaría con mucho el ámbito respirable de la atmósfera y la corteza de la tierra no ofrecería materiales suficientemente sólidos para las construcciones titánicas de ese desarrollo vertical de la ciudad"5.
Con esta consideración el analítico de la asociación quiere hacer com prensible por qué configuraciones planas de agregados del tipo de las «so ciedades» humanas (análogas a ciertos musgos y liqúenes) se distinguen por sus contornos imprecisos. Esto nos proporciona un indicio, según el cual nos tenemos que enfrentar (¿se puede decir por primera vez? ) con una acuñación morfológicamente atenta y teórico-espacialmente lúcida de
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Arala Isozaki, Cluster en el aire, ciudad metabólica, 1962.
sociología. Queremos mantener la presunción de que el citado pas¿ye es uno de los escasos lugares en la literatura científico-social en el que las aglomeraciones humanas se interpretan con una mirada de soslayo a las condiciones estáticas, formales y atmosféricas de la coexistencia de seres humanos en el espacio.
(El experimento imaginario tardesiano encuentra continuidad en utopías arquitectónicas del siglo XX, como los bocetos neo-babilónica mente ansiosos de altura de Yona Friedman para la « Yillc cosmií/nc», 1964, o la City in the Air de Arata Isozaki, 1962; su referencia a la asociación pla na se recoge en la rizomática de Deleuze y Guattari; encuentra eco en el concepti >de VUém Flusser de «espacio vital» como una «caja larga y ancha, perobaja» . Deacuerdoconestosapunteslas«sociedades»aparecenco mo alfombrados interconectados. Su dimensión más importante reside siempre en la prolongación lateral. )
Si (lucremos seguir trabajando con la indicación de Simmel, de que las 229
«sociedades» se componen de seres que están a la vez dentro y fuera de su asociación, hemos de pertrecharle con dos correcciones adicionales. Es verdad que el giro monadólogico en la línea de Tarde ayuda ya a disolver la ilusión individualista en la que se reflejan miembros de «sociedades bur guesas», de modo que desde este momento hay que analizar las «socieda des» como composiciones de composiciones. Pero, a nuestro entender, hay que prolongarlo hasta un giro diadológico, por el que aparece el prin cipio de las conformaciones de espacio surreales, específicamente huma nas, en la descripción del contexto social. Hay que recordar que ya hace decenios Béla Grunberger, con su concepto de mónada psíquica, des brozó el camino a un giro así hacia lo diádico. Para el psicoanalista, la ex presión mónada ha de designar una «forma», cuyos contenidos los pro porciona la coexistencia de dos, implicados mutuamente en una interacción psíquica fuerte257. Según ello, las «sociedades» no sólo habrían de comprenderse como comunidades de mónadas de alto rango, como multiplicidades de multiplicidades; en nuestro contexto habrían de en tenderse originariamente como multiplicidades de diadas, cuyas unidades elementales no constituyen individuos, sino parejas, moléculas simbióti cas, hogares, comunidades de resonancia, como hemos descrito en el pri mer volumen de nuestra trilogía. Lo que allí se llama burbuja es un lugar de relación fuerte, cuya característica consiste en que seres humanos en un espacio-cercanía crean una relación psíquica de cobijo recíproco; para ello propusimos la expresión receptáculo autógeno
La idea de una multiplicidad de auto-receptáculos psíquicos conduce por sí misma a la expresión espuma; en relación con ello, recogemos, además, la alusión topológica de Tarde al aplanamiento de las asociacio nes humanas con el fin de conseguir la imagen heterodoxa de una espu ma plana. Espumas son rizomas-espacio-interior, cuyo principio de vecin dad hay que encontrarlo, ante todo, en configuraciones laterales anexas, en condominios planos o asociaciones co-aisladas. Multiplicidades-espacio integradas por co-aislamiento son grupos de islas, comparables a las Cicla das o a las Bahamas, en las que florecen a la vez culturas semejantes y autóctonas. Con todo, la interpretación de la «sociedad» como espuma plana u horizontal no debería inducir a la conclusión de que una colec ción completa de las hojas del catastro comunal deparara la descripción más adecuada de la coexistencia de seres humanos con sus semejantes y demás, por muy estimulante que resulte la parcialización del espacio en
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Marina Abramovic, Inner Skyfor Departure>1992.
los libr< s fundiarios por analogía con la teoría celular. Es verdad que la «sociedacf» sólo puede comprenderse a partir de su multiplicidad y espa- cialidad originarias junto con sus sintagmas de interconexión, pero las imágciu s espaciales geométricas de los registros de la propiedad, a pesar de ello, no proporcionan la imagen válida de la coexistencia de seres hu manos con seres humanos y sus «receptáculos» arquitectónicos; ninguna simplerepresentación-re///^////r/restiha apropiada para articular la tensión idiosincrásica de configuraciones animadas dentro de sus agregaciones. Para disponer de imágenes válidas habría que trabajar con mapas psicoto- pológicos, basados casi en tomas de rayos infrarrojos de estados internos en cuerpos huecos polivalentes.
Por permanecer en las imágenes meteorológicas y climatografías, se podríadecir que las mejores panorámicas de la «sociedad» las ofrecerían
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aphrografías o fotografías de la espuma desde gran altura. Esas imágenes nos transmitirían ya a primera vista la información de que el todo ya no puede ser otra cosa que una síntesis lábil y momentánea de una aglome ración bullente. Nos proporcionarían figuras externas de las relaciones psico-térmicas dentro de las aglomeraciones de burbujas humanas, com parables a las tomas nocturnas de satélites de las naciones industriales, que, en noches sin nubes, nos muestran como puntos irregulares de luz en zonas de aglomeración electrificadas la coexistencia de seres humanos e instalaciones técnicas. Un aphograma, diluyéndose en la altura, de una «sociedad» nos pondría ante los ojos el sistema de alvéolos y vecindad de las burbujas climatizadas y, con ello, nos mostraría gráficamente que las «sociedades» son instalaciones climáticas poliesféricas, tanto en sentido fí sico como psicológico. En el caso de la Modernidad se manifiestan ajustes de temperatura muy diferentes y grandes desigualdades en el saldo de ani mación, inmunización y nivel de confort, que en el interior de los campos se transforman en tensiones psicosemántícas y temas político-sociales. En esta situación, el campo político habría que analizarlo con ayuda de una dinámica de los fluidos para cargas semánticas o vectores de sentido. ¿Qué es la política social sino la lucha formalizada tanto por la nueva distribu ción de las oportunidades de confort como por el acceso a las tecnologías de inmunidad más ventajosas?
Queda, finalmente, por determinar más pormenorizadamente, desde el punto de vista teórico-espacial y lógico-situacional, la observación de Simmel, de que los elementos constitutivos de grupos sociales no son sólo partes de la sociedad, sino también algo más además de eso. Mediante los con ceptos de «burbuja» y «receptáculo autógeno» se hace posible interpretar crítico-espacialmente el sentido de ese además. Si los seres humanos pue den coexistir en «sociedad» es sólo porque ya en otra parte están vincula dos y remitidos uno a otro. «Sociedades» son multiplicidades compuestas de espacialidades propias, en las que los seres humanos sólo son capaces de participar gracias a su diferencia psicotípica, que ya llevan siempre con sigo. Así pues, para estar «en sociedad» al modo típico humano, hay que aportar ya una capacidad psíquica de coexistencia. Sin una previa sintoni zación psicotópica los reunidos no serían reunibles; o sus asociaciones nunca serían más que congresos de autistas, comparables a grupos de eri zos escalofriados, como Schopenhauer caracterizó la «sociedad burguesa». Sólo porque hay una conformación psíquica de espacio, alias comunica-
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Norteamérica y Sudamérica (con Hawai), tomadas en una noche sin nubes. Foto de satélite de la NASA.
ción, antes de la asociación social, es posible la participación en reunio nes ulteriores. Si fuera de otro modo, todo individuo humano, como dijo René ( ievel, tendría que permanecer encapsulado en sí mismo, «como una vieja prostituta, que sólo es ya una ruina para su corsé». ¿Cómo expli car, entonces, los fenómenos indiscutibles de transmisión espiritual, «la riqueza de nuestros dominios indivisos», el «intercambio imponderable, pero real»? 259
En realidad, los individuos se hacen sociables en la medida en que por una especie de esclusa de aire psicosocial se ponen en condiciones de pa sar de un espacio primitivo diádico al espacio polivalente de los contactos «sociales», tanto tempranos como desarrollados, a espumas o redes enri quecidas. finalmente incluso a lazos sin compromiso"’0. Sin embargo, co mo dice Simmel en una consideración esferológica ante littemm, su «socia bilidad» está igualmente condicionada por el hecho de que las personas se
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Stefan Gose/Patrick Teuffel, Tensegrity Skulpíur, una composición con tubos de vidrio de 3-4 metros de longitud.
mantengan en los límites de la «medida de poder y derecho de la esfera propia», en la conciencia, precisamente, «de que poder y derecho no se extienden hasta dentro de la otra esfera»261. El personalismo proporciona la forma filosófica en la que los individuos autocontrolados se ofrecen mu tuamente garantías de no beligerancia. Naturalmente, Simmel habla aquí con la voz del kantiano que sigue a su maestro en el supuesto de que el sentido de un ordenamiento jurídico burgués es el de garantizar la coexis tencia de círculos discrecionales, centrado cada uno en sí mismo262. Con al go más de sentido para las relaciones de fuerza, Novalis, cien años antes, se había percatado de que todo individuo es el centro de un sistema de emanación261.
Sobre el trasfondo de estas consideraciones se muestra que la defini ción de Kant del espacio como posibilidad del estarjuntos ha de ser com pletada o sustituida por su reverso, y por qué264el estarjuntos es lo que po
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sibilita el espacio. Mientras que en la física de Kant las cosas sólo llenan el espacio preexistente (mejor, representado apriori) y subsisten unasjunto a otras al modo de exclusión recíproca, en el espacio psico y socio-esférico los reunidos, por su coexistencia, conforman ellos mismos espacio: están ensamblados unos en otros y configuran un lugar psicosocial de tipo pro pio, a modo de cobijo mutuo y evocación recíproca. Una vez más se hace comprensible, así, la diferencia entre los simples receptáculos acogedores de la concepción física del espacio y los receptáculos autógenos, autoa- bombantes, de la esferología.
Si esta diferencia se hace efectiva, también la conexión temporal entre las generaciones aparece como coexistentes sucesivamente. Si se entien den las culturas como espacios integrados por configuraciones modélicas comunes, surge un concepto de tradición como proceso de conservación colectiva de modelos en el tiempo. En culturas tradicionales el aprendiza
je adquiere el sentido de una acomodación al modelo existente. En una cultura indagadora, que, como la moderna, se ha abierto mediante expli cación progresiva, el aprendizaje significa, por el contrario, participar en procesos de revisión permanente de modelos. Todo lugar de aprendizaje constituye una microsfera temporalizada en la espuma aprendiente.
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Capítulo 1 Insulamientos
Para una teoría de las cápsulas,
islas e invernaderos
Desde la aparición de la novela de Daniel Defoe The Life and Strange Surprising Adventures of Robinson Crusoe, of York, Mariner: who lived eight and twenty years all alone in an unhabited island on the coast ofAmerica. . . written by himself de 1719, los europeos admitieron que los humanos son seres que tienen algo que buscar en las islas. Desde ese naufragio ejemplar la isla en el lejano océano sirve de escenario para procesos de revisión de las defi niciones de realidad en térraferma.
Constatar esto significa llegar a percatarse de la asimetría de las rela ciones entre tierra e isla. Habitualmente, la cultura de tierra firme y la exis tencia en la isla se relacionan como regla y excepción; y la primacía de la regla se hace valer ejemplarmente en el caso de Robinson. La historia del sencillo puritano, que creó en una isla solitaria del Pacífico una micro- commonwealth a partir de clichés cristiano-británicos, ha tenido en el transcurso de los siglos más de mil reediciones, adaptaciones y traduccio nes, consiguiendo una difusión que casi iguala a la del Nuevo Testamen to: lo que da a entender que sí es algo más que un mezquino evangelio, in sularmente idealizado, de la propiedad privada. Ofrece una fórmula para la relación del yo y del mundo en la época de la conquista europea del mundo.
Dejaremos de lado la habitual dialéctica del espacio, que relaciona mundo e isla como tesis y antítesis recíprocamente, para superar ambas en una síntesis turístico-civilizada. Lo que nos interesa es una teoría esferoló- gica de la isla, con la que se pueda mostrar cómo resultan posibles mun dos interiores animados y cómo pluralidades de mundo de tipo análogo forman un bloque en forma de archipiélagos o rizomas del mar. En un en sayo temprano sobre la Isla abandonada Gilíes Deleuze estableció una dife rencia entre islas que son separadas del contexto terrestre continental por la acción del agua del mar e islas que surgen sobre el mar por la actividad submarina de la tierra. Esto corresponde a la diferencia entre aislamiento por erosión y aislamiento por emergencia creadora. La estancia de seres
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humanos en la isla ocupa al filósofo en la medida en que la isla no es otra cosa que el sueño de los hombres, y los hombres la mera conciencia de la isla. Esta relación es posible bajo una condición:
Que el hombre se retrotraiga hasta el movimiento que le conduce a la isla, mo vimiento que repite y prolonga el impulso que produjo la isla. De modo que la ge ografía y la imaginación formarían una unidad. Claro que, a la pregunta favorita de los antiguos exploradores -«¿Qué seres existen en la isla desierta? »- sólo cabe responder que allí existe ya el hombre, pero un hombre extraño, absolutamente separado, absolutamente creador, en definitiva una Idea de hombre, un prototipo, un hombre que sería casi un dios, una mujer que sería casi una diosa, un gran Amnésico, un Artista puro, consciencia de la Tierra y del Océano, un enorme ciclón, una hermosa hechicera, una estatua de la Isla de Pascua. Esta criatura de la isla desierta sería la propia isla desierta en cuanto que imagina y refleja su movi miento primario. Conciencia de la tierra y del océano, eso es la isla desierta, dis puesta a reiniciar el mundo. [. . . ] es dudoso que la imaginación individual pueda elevarse por sí sola a esta admirable identidad. . . 265
Islas son prototipos de mundo en el mundo. Que puedan convertirse en ello hay que atribuirlo a la acción aislante del elemento líquido, del que están rodeadas por definición. Con razón ha dicho de las islas Bernardin de Saint-Pierre que son «compendios de un pequeño continente». Es la fuerza enmarcadora la que traza un límite al ímpetu sobresaliente de la is la, como si esas superficies sin contexto fueran una especie de obras de ar te emergentes de la naturaleza, a las que ciñe el mar como fragmentos de exhibición de la naturaleza. Como microcontinentes, las islas son ejemplos de mundo, en las que se reúne una antología de unidades configuradoras de mundo: una flora propia, una fauna propia, una población humana propia, un conjunto autóctono de costumbres y recetas. La teoría del lí mite de Georg Simmel en su Sociología del espacio, 1903, confirma con un ejemplo externo la acción enmarcadora del mar:
El marco, el límite que se retrotrae en sí mismo de un cuadro, tiene para el gru po social un significado muy parecido al que tiene para una obra de arte. [. . . ]: ce rrarla frente al mundo que la rodea y encerrarla en sí misma; el marco proclama que dentro de él se encuentra un mundo sólo sumiso a sus propias normas. . . 26
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Haus-Rucker-Co, Estructura enmarcante, 1977.
Así pues, el aislamiento es lo que hace de la isla lo que es. Lo que el marco hace con respecto al cuadro, excluyéndolo del contexto de mundo, y lo que con respecto a los pueblos y grupos efectúan las fronteras ñjadas, eso mismo es lo que consigue llevar a cabo el aislador, el mar, con respec to a la isla. Si las islas son prototipos de mundo es porque están separadas lo suficiente del resto del contexto de mundo como para poder constituir un experimento sobre la presentación de una totalidad en formato redu cido. Así como la obra de arte, siguiendo a Heidegger, presenta un mun do, el mar circunscribe un mundo.
El mar como aislante hace aparecer un prototipo de mundo, cuya ca racterística mayor es el clima insular. Los climas de las islas son climas de compromiso, negociados entre las aportaciones de la masa de tierra, jun to con su biosfera peculiar, y las del mar abierto. Se puede decir, en este
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sentido, que la verdadera experiencia de la isla es de naturaleza climática y viene condicionada por la inmersión del visitante en la atmósfera insu lar. No es sólo la excepcional situación biotópica, la separación casi de in vernadero del proceso de vida en tierra fírme, la que proporciona su co lorido local a las islas, es más bien la diferencia atmosférica la que aporta lo decisivo a la definición de lo insular. Las islas constituyen enclaves climáticos dentro de las condiciones generales de aire; son, dicho con una expresión técnica, atmotopos, que se configuran siguiendo sus propias le yes bajo el efecto de su aislamiento marítimo. Si el clima isleño es un tér mino meteorológico, la expresión isla climática representa un concepto teórico-espacial y esferológico. El primero admite como un hecho dado las condiciones climáticas especiales de la isla, la segunda las introduce en una investigación genética, incitando a preguntar por las condiciones del origen y formación de las islas.
Lo que desde el punto de vista genético significan islas climáticas viene insinuado por el verbo del latín vulgar, después italiano, isolare, puesto que por su carácter verbal sugiere recabar información sobre el generador de la isla, el aislador. Según las reflexiones que hemos hecho hasta ahora, só lo el mar, en principio, entra en consideración como hacedor de islas, de lo que se sigue que hablar de hacer en relación con ese elemento ostenta un carácter alegórico insuperable. Pero resulta cuestionable si se puede continuar hasta el final con esta observación, puesto que la actividad del aislar como delimitación de un ámbito de objetos y como interrupción del continuo de la realidad es una idea general técnica, que sugiere conside rar si unidades insulares más grandes no pueden haber sido producidas también por hacedores inteligentes y no sólo generadas como mera obra de agentes a-subjetivos como el mar, la tierra y el aire. Existen mitos etioló- gicos concretos de la Antigüedad, que tratan de generaciones de islas, que demuestran que esta consideración expresa algo más que hybris técnica. Pensamos en la conocida leyenda de la lucha de los olímpicos contra los gigantes, que se habían conjurado para atacar el cielo, con el fin de ven gar a sus hermanos, los titanes desterrados al Tártaro. En la fase final de la batalla, cuando los gigantes, perseguidos por los olímpicos, se retiraban huyendo a la tierra, comenzó un lanzamiento de fragmentos de roca que produjo islas, como Ranke-Graves señala en sus sobrias acotaciones a his torias griegas de los dioses:
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Atenea lanzó una roca a Encélado. La roca aplastó al que huía. Así surgió la is la de Sicilia. Poseidón rompió con su tridente un trozo de la isla de Cos y se lo arrojó a Polibotes. Este cayó al mar, por lo que surgió la pequeña isla de Nisiro, cer cana a Sicilia, bajo la que está enterrado Polibotes267.
Resulta instructivo en esta fábula de causas que algunas islas represen ten propiamente tumbas de gigantes o tapas de sarcófagos de enemigos de los dioses. Es más impresionante aún que sean descritos como proyectiles que alcanzaron su quietud, como efectos de lanzamientos altísimos y, en consecuencia, como resultados de una praxis. Aquí ya no hay que contar sólo con el mar cuando se trata de poner nombre al aislador. También ac ciones de los dioses pueden producir islas, aunque ahora sólo como efec to colateral. Habrá que esperar hasta la época de las utopías temprano-ilus tradas para ver cómo el lanzamiento arcaico de islas se transforma en un diseño de gran maestría política y técnica. A partir de ese momento, a los ciudadanos de la época moderna se les vuelve cada vez más claro que al lla mado proyecto de la Modernidad le es inherente un ideal nesopoiético, es decir, la tendencia a trasladar la isla, he nésos en griego, del registro de lo inventado al de lo hecho. Los modernos son inteligencias que imaginan y construyen islas, que provienen, por decirlo así, de una declaración to- pológica de derechos humanos, en la que el derecho al aislamiento va uni do al derecho, igualmente originario, a la interconexión; razón por la cual el concepto Connected Isolation, formulado en torno a 1970 por el grupo de arquitectos califomiano Morphosis, expresa con laconismo insuperable el principio del mundo moderno. El proceso de la Modernidad dirige su fuer za explicitante a la relación fundamental del ser-en-el-mundo, el habitar, que ahora ha de valer como la actividad originariamente aislante del ser humano, o bien, por citar la fórmula del fenomenólogo Hermann Sch- mitz, como «cultura de los sentimientos en el espacio cercado».
Queremos describir, a continuación, las tres formas técnicas de expli cación de la formación de islas que han cristalizado por el despliegue del arte moderno del aislamiento: primero, la construcción de las islas sepa radas o absolutas, del carácter de los barcos, aviones y estaciones espaciales, en las que el mar es sustituido, como aislante, por otros medios, primero el aire, luego el espacio vacío; después, la construcción de islas climáticas, es decir, invernáculos en los que la situación atmotópica excepcional de la is la natural se sustituye por una imitación técnica del efecto invernadero; y
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Hieronymi Fabrichii de Aquapendente, Prótesis total para el cuerpo, ilustración de Opera chirurgica Patavii, 1647.
finalmente, la islas antropógenas, en las que la coexistencia de seres hu manos, equipados de herramientas, con sus semejantes y lo demás, desen cadena sobre los habitantes mismos un efecto retroactivo de incubadora. Esta última constituye una forma de insulamiento, de cuyo modelo no puede decirse que la ingeniería social consiguiera imitarlo y reconstruirlo con destreza, aunque los Estados sociales modernos -que entendemos co mo cápsulas integrales de bienestar- impulsaron ampliamente la sustitu ción de la incubadora originaria por la construcción colectiva de servicios maternales de alquiler.
La clasificación propuesta de las islas sigue el principio de Vico: que só lo entendemos lo que podemos hacer nosotros mismos. El hacer técnico
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Robot de ping-pong de la firma Sarcos. Reacciona a la actividad muscular de su contrincante.
es esencialmente un sustituir o protetizar. Quien quiere entender la isla ha de construir prótesis de islas que repitan todos los rasgos esenciales de las islas naturales mediante correspondencias-punto-a-punto en la réplica téc nica. Desde la forma sustitutiva se entiende, al fin, lo que se tiene con la forma primera. Por ello, el desarrollo de la construcción de prótesis -el núcleo del acontecimiento explicativo- es la fenomenología del espíritu auténtico. La repetición de la vida en otro lugar muestra cuánto se enten dió de la vida en su forma primera.
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A. Islas absolutas
Las islas absolutas surgen por la radicalización del principio de la crea ción de enclaves. Esto no lo pueden conseguir meros trozos de tierra en cuadrados por el mar, porque éstos sólo logran un aislamiento horizontal dejando abierta la vertical. En este sentido las islas marinas naturales sólo quedan aisladas relativa y bidimensionalmente, a lo largo y a lo ancho. Aunque poseen un clima especial, las islas naturales están envueltas en las corrientes de las masas de aire. La isla absoluta presupone el aislamiento tridimensional, y con ello el tránsito del marco a la cápsula o, por utilizar la analogía artística, del cuadro pintado sobre madera a la instalación en el espacio. Sin aislamiento vertical no existe encierro alguno.
Para ser absoluta, una isla creada técnicamente tiene que prescindir también de la premisa de la fijación a un lugar y convertirse en una isla móvil. Así pues, la relatividad insuperable de las islas naturales está doble mente condicionada: por la bidimensionalidad de su aislamiento y por la inamovilidad de su situación. Una isla absoluta, tridimensional y móvil ne cesita una revisión de la relación con el elemento del entorno. Ya no está fija en éste, sino que navega en él con relativa libertad de movimiento, na dando o volando. La divisa del capitán Nemo de Julio Verne, mobilis in mo- bili, lleva a su forma más escueta el modo de ser de la isla absoluta: una ex presión lacónica en la que, con razón, Oswald Spengler quiso ver la fórmula de vida de los individuos emprendedores de la civilización «fáus- tica». El hotel submarino, propulsado eléctricamente, Nautilus, surgido del espíritu inventivo del gran misántropo, encarna una primera proyec ción, técnicamente perfecta, de la idea de insularidad absoluta: un proto tipo de mundo de extrema clausura e introversión, con órgano propio y amplia biblioteca a bordo, un enclave climatizado capaz de sumergirse, en huida permanente de seres humanos y barcos, errante y evasivo, como si el desembarco forzoso de Robinson en el islote vacío se hubiera converti do en un exilio voluntario y la isla-prototipo atlántica se hubiera transfor mado en una caverna navegante, llena de los tesoros de la gran cultura y de la sabia amargura de un enigmático eremita del mar. El submarino, con libertad de movimiento, representa una prótesis insular completa, que ex plícita y reconstruye los rasgos fundamentales del ser insular en sus aspec tos esenciales. En la isla tridimensional no sólo se muestra el carácter de enclave de un trozo de espacio así; junto con él, se toma conciencia del
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principio de represión, por el que las islas, como magnitudes acaparado ras de espacio, se sirven de su propia masa para refrenar el elemento que hay alrededor.
No obstante, los submarinos, como prótesis insulares marítimas, siguen estando emparentados con las islas naturales, puesto que comparten con ellas el elemento habitual. El aislamiento absoluto sólo se consigue cuan do se cambia también el elemento del entorno. Este es el caso de los avio nes, sobre todo de aquellos que operan a grandes alturas, que han de pro ducir técnicamente condiciones respirables de aire en su interior, y de las estaciones espaciales, que se aventuran en el no-elemento, el vacío. En és tos ya no se lleva a cabo la conquista del espacio mediante una represión al uso, sino por la implantación de un cuerpo, que se extiende como dueño de su lugar en el espacio, sin concurrencia alguna. Tan pronto co mo se ha reemplazado el elemento que hay alrededor por el vacío, el im plante-espacio insular ha de liberarse del antagonismo de la gravedad, mantenerse completamente a sí mismo. Con ello, la extensión y la repre sión se convierten en la misma cosa. En el vacío, los cuerpos liberados de toda competencia son tan grandes como alcance su propia voluntad de ex tensión; y ésta es idéntica a su plan de construcción. La implantación en el vacío significa la prosecución del lanzamiento-isla con medios técnicos as- tronáuticos. Su principio está inscrito desde 1687, cuando Isaac Newton, en su ensayo De Mundi systemate, realizó el famoso experimento teórico de un tiro de piedra, en el que el proyectil se aceleraría tanto que ya no vol vería a caer en la tierra, sino que se estabilizaría en una órbita como un satélite natural.
Si el aislamiento, pues, ha de hacerse tridimensional y posibilitar nave gaciones libres en el elemento que hay alrededor, la enmarcación de la is la ya no ha de efectuarse por el encuentro de la tierra y el mar en un mar gen de costa. Las islas absolutas no tienen costa alguna, sino paredes externas, y, además, por todos los lados. De éstas se exige un hermetismo perfecto: quien quiera salir de ellas al entorno tiene que contar con que va inmediatamente al vacío; el baño en el universo sólo es posible con ayu da de trajes especiales, bañarse desnudo en el vacío tiene un mal pronós tico. Es decisivo para el diseño de la isla absoluta el que la excepcional situación atmotópica espontánea de las islas naturales haya de ser recons truida modélicamente en la rigurosa situación excepcional del atmotopo artificial cerrado. En las islas naturales la respiración se aprovecha de la
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configuración espontánea del clima, que se produce en el intercambio en tre el aire del mar y la biosfera insular; en el interior de las islas absolutas la respiración se vuelve incondicionalmente dependiente de sistemas téc nicos de abastecimiento de aire, a los que la investigación submarina, ae ronáutica y astronáutica lleva a estados de explicitación cada vez más ela borados. El clima de la isla absoluta sólo es posible como interior absoluto, porque islas de ese dpo navegan en un medio imposible para la vida de se res que respiran, sea bajo el agua, sea en regiones altas, pobres en oxíge no, de la atmósfera terrestre, sea en el vacío del espacio: en cualquier ca so, en entornos en los que falta un acoplamiento evolutivamente estable entre metabolismo respiratorio y medio aéreo. Lo que es elemento en tor no en la isla relativa tiene que convertirse en espacio interior en la isla ab soluta. Quien intentara respirar ahí sin un medio aéreo traído consigo, se ahogaría en un mínimo espacio de tiempo, con mayor exactitud: moriría por embolias producidas por el vacío.
Desde el punto de vista filosófico, el significado de la astronáutica no hay que buscarlo en que facilite los medios para un posible éxodo de la hu manidad al universo o en que vaya unido a la supuesta necesidad del ser humano de ampliar cada vez más los límites de lo posible. Podemos olvi dar tranquilamente el romanticismo del éxodo. Si, desde el punto de vista ontológico, la astronáutica resulta importante para una teoría técnica mente ilustrada de la conditio humana, es porque constituye un ensayo de organización de tres categorías irrenunciables para el poder-ser humano: la de la inmanencia, la de la artificialidad y la del impulso ascendente. Las estaciones espaciales tripuladas son campos demostrativos antropológicos en virtud del hecho de que el ser-en-el-mundo de los astronautas sólo es posible ya como ser-en-la-estación. La importancia ontológica de esta si tuación reside en que la estación representa un prototipo de mundo en mucha mayor medida que cualquier isla terrena, con mayor exactitud: una máquina de inmanencia en la que el existir o poder-permanecer-en-un- mundo se hace plenamente dependiente de donantes técnicos de mundo. La filosofía apropiada de a bordo sería la teoría de Heidegger del Ge-stell* en versión positiva. Una estación espacial no es un paissye y menos un pa raje, tampoco un biotopo en el sentido estricto de la palabra, porque en el interior de las estaciones sólo se encuentran, hasta ahora, como únicos
* Ge-stelk engranaje, armazón, estructura de emplazamiento. (N. del T. )
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miembros de la tripulación biológicamente activos, los cosmonautas y sus acompañantes microbianos; aunque, entretanto, para el futuro, sobre todo a bordo de la estación espacial internacional ISS, creada entre 1999-2004, que sustituyó a la Mir> se proyectan instalar pequeñas unidades biosféricas, como, por ejemplo, la Salad Machine de la NASA, un mini-invernadero, do tado de luz, capaz de producir tres veces a la semana, en una superficie de 2,8 metros cuadrados, zanahorias, pepinos y lechugas para una tripulación de cuatro miembros268. Las estaciones actuales configuran un entorno que los técnicos espaciales describen como «sistema soporte de la vida» o En- vironment Control and Life Support System (ECLSS) en relación con los com ponentes humanos de la estación269.
Desde aquí se abre luz sobre la naturaleza concebida antropocéntrica- mente al viejo estilo, que, en una ojeada retrospectiva desde la prótesis, se puede interpretar como un sistema de mantenimiento de la vida ya en contrado de antemano, poblado espontáneamente, de cuyo modo de fun cionamiento sus habitantes no pueden hacerse idea alguna físicamente apropiada mientras lo vivan «existencialmente», es decir, se muevan en él como la intuición, la entrega y la interpretación ritual y metafórica. Sólo quien abandona el sistema puede aprender a entenderlo desde el punto de vista de fuera; la visión desde fuera se produce por la renuncia a la co operación con lo acostumbrado y por la búsqueda de formas sustitutivas. Sólo se puede apreciar en sujusta medida la astronáutica si se reconoce en ella -más allá de los motivos de los actores- una disciplina clave de la an tropología experimental: es la escuela más dura del proceder destructor de ingenuidad respecto a la conditio humana, porque, por sus configura ciones sustitutivas, radicalmente excéntricas, de la coexistencia de seres humanos con sus semejantes y demás en un todo común, fuerza un rum bo inexorable en el deletreo incluso de los mínimos detalles. En tanto que pretende una reconstrucción integral, excéntrica, radicalmente explícita, de las premisas de la vida en el espacio exterior, la astronáutica, como pa trón del sentido de la realidad, es una dimensión más dura que la disci plina más dura hasta ahora del sentido de la realidad en el trato con lo ex terior: la política, cuya definición como arte de lo posible, no obstante, sigue vigente por ahora para las situaciones que se producen en el suelo. Comparada con la astronáutica, la política, incluso cuando se lleva a cabo profesionalmente en la medida habitual, sigue unida aún a un medio soño liento, vago, lleno de fallos, en el que especuladores de temas y containers
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El astronauta Mark Lee flota fuera
del transbordador espacial Discovery, aproximadamente 270 km sobre el océano.
de confusión colectiva270pueden llegar hasta los cargos más altos. El des nivel de explicitud entre la astronáutica como arte de lo posible en el va cío y la política como arte de lo posible en la superficie de la tierra es to davía muy grande por el momento; comparado con aquél, el oficio actual del político parece un /jarfy-karaoke en el que los competidores entran en escena como partidos.
La construcción de islas absolutas en el espacio es un negocio conde nado a la precisión, dado que en él no hay reposo alguno en supuestos im plícitos. Quien apuesta por la separación de la isla de toda tierra firme y
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Shannon Lucid comprueba el trigo
de crecimiento rápido en el cultivador-svet de un módulo de cristal.
de elemjentos terrestres alrededor tiene que saber que no puede presupo ner nada. En el vacío sólo tiene éxito lo que se entiende hasta en el último detalle, incluida la técnica, con cuya ayuda se sube al espacio sin aire. La astronáutica es el producto de la multiplicación de precisión y osadía. En ella se Une la levitación con el cuidado extremo. El pronóstico de Nietzs- che de que nosotros, los navegantes del futuro, no sólo hemos roto los puentes sino también la tierra detrás de nosotros271 se concretiza literal mente en los vacío-nautas del espacio.
Esto vale sobre todo, por decirlo una vez más, para el núcleo esencial del espacio-isla, el sistema de mante nimiento de la vida, que como mejor puede entenderse es como un at- motopo totalmente aislado o una cámara integral de metabolismo y aire respirabue; a él pertenecen unidades para el desempeño de tareas en el ámbito de la gestión del aire, del agua y de los desechos.
Por lo que respecta a la primera, se trata, en primer término, de siste mas para la preparación de los gases respirables, para el control de la tem peratura y de la humedad del aire, para la filtración del aire contra resi duos d< impurezas y para la ventilación. La última es importante para la seguridad de los cosmonautas, porque en condiciones de ingravidez no se
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El laboratorio espacial Columbus.
produce la convección espontánea, la circulación de la masa de aire a cau sa de las diferencias de peso entre el aire normal y el aire espirado, por lo que sólo una circulación artificial de aire puede impedir la concentración excesiva de CO» y de calor en la campana respiratoria próxima al cuerpo del cosmonauta. El cosmonauta ruso de larga duración Sergéi Krikalev, que, en seis viajes espaciales, pasó a bordo de la estación espacial Mir cer ca de 20 meses, en una conversación con el director artístico Andréi Ujica en abril de 1999, aludió a algunas peculiaridades de la vida en la estación,
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entre otras a la necesidad de proteger a los astronautas, mientras duer men, del estancamiento del aire en el ámbito corporal: «[. . . ] existe ese ventilador que se ocupa de la circulación del aire en la zona de nuestra ca ra. . . si uno solo de los ventiladores no funciona correctamente corre peli gro la vida de uno de los miembros de la tripulación»272. Sin circulación ar tificial de aire los astronautas durmientes se enterrarían ellos mismos en un sarcófago invisible, compuesto de nitrógeno y anhídrido carbónico.
Entre otros, el hecho de que dos episodios fatales de la historia de los viajes espaciales se produjeran por fallos en los sistemas de aprovisiona miento de aire, justifica que la atención de los astronautas se dirija espe cialmente a la atmósfera artificial en las cabinas a presión. En junio de
1971, tras una visita a la estación Salyut I, durante la reentrada en la atmós fera terrestre, murieron tres astronautas soviéticos a bordo de la cápsula espacial Soyuz II a causa de una válvula defectuosa, cuyo no funcionamien to provocó la evasión del aire fuera de la cápsula; los astronautas Dobro- volsky, Patsayev y Volkov, que no llevaban puestos trajes espaciales, estu vieron expuestos durante doce minutos a un vacío, a causa del cual perdieron el conocimiento antes de fallecer por embolias. La inhumación de los popularísimos muertos (precisamente con motivo de su misión, la Unión Soviética había emprendido una campaña de prensa en loa de la as tronáutica socialista e informado sobre ella en la televisión) en el muro del Kremlin se convirtió en un acto estatal; aunque no se sabe nada de un mi nuto de meditación, siquiera, sobre las condiciones atmosféricas de vida de los seres humanos. Antes, en enero de 1967, en Estados Unidos, duran te una prueba de suelo para el programa Apolo, se habían ahogado tres as tronautas en una cápsula ardiendo, cuando la atmósfera que reinaba en ella, al cien por cien de oxígeno, se prendió por una chispa eléctrica y en segundos estalló en llamas. Desde esos sucesos, a nadie que se ocupara de aerotecnia espacial le pudo quedar alguna duda de la importancia de los sistemas de provisión de aire a bordo de las estaciones.
En el diseño aerotécnico de su superficie habitable se describe a los as tronautas como consumidores de oxígeno y productores de CO> o, con mayor generalidad, como black boxes biológicos, transformadores de mate rial, atravesados por corrientes masivas. A las substancias sólidas, líquidas y gaseosas que afluyen a través de los cuerpos de los astronautas se las mue ve en lo posible, en interés de la reducción de masa, en procesos circula res, con el fin de estimular el cierre de la conexión entre la gestión de los
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Accidente en enero de 1967.
desechos y la de las entradas. En el recyclingdel aire y el agua esto se ha con seguido ampliamente, mientras que en relación con la gestión del ali mento y excrementos hay que contar, por ahora, con un gran factor de ex- ternalización. La bibliografía técnica sobre astronáutica constata que los rusos confían al cosmos el destino ulterior del excremento de los astro nautas, mientras que los estadounidenses traen consigo a la Tierra las ex crecencias de los suyos en el espacio. Hasta ahora no se ha publicado nin-
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guna interpretación de esa diferencia desde el punto de vista de la psico logía de los pueblos; probablemente en interés del futuro trabajo pacífico en común de las grandes potencias en la investigación espacial.
Está claro, por lo demás, que la atención semántica y psíquica de los as tronautas seguirá dependiendo casi al cien por cien hasta cierto tiempo, ya previsible, del abastecimiento externo, dado que la demanda de senti do de las personas de a bordo está cubierta defado exclusivamente por el input de las estaciones terrestres. Tanto desde este punto de vista como desde el comunicativo, todas las estaciones espaciales satisfacen hasta aho ra de forma muy pura el estado de cosas de la conneded isolation. Por la in terconexión de los cuerpos aislados se combinan las ventajas del cierre del sistema con las de la apertura del sistema. Esto vale tanto para el lado pro fesional de la permanencia a bordo, cuyasjornadas laborales, por regla ge neral de ocho horas, se llenaban con experimentos científicos prefijados, como para el lado «privado», en tanto que en sus momentos de recreo los austronautas escuchaban música o contemplaban películas en vídeo. En la caída de la Afir se calcinó toda una videoteca en la atmósfera terrestre. Só lo podría hablarse de autonomía o de aislamiento consumado cuando hu biera una semántica de a bordo independiente o una religión-espacio endógena. Este sería el caso si Facultades científicas propias de a bordo proyectaran programas de investigación autónomos o si estudios cinema tográficos o musicales produjeran emisiones de arte o de entretenimiento independientes de la Tierra. En caso de estancias prolongadas podrían aparecer entre los miembros de la tripulación religiones espontáneas y es cuelas metafísicas. Desde el punto de vista lingüístico, por la prolongada ingravidez de la lengua serían probables dislocaciones fonéticas que con dujeran a dialectos desconocidos, incluso, quizá, a lenguajes balbucientes con carácter propio y a una nueva lírica, recitada por lenguas flotantes que se deslizaran en ebrias consonantes. Mientras no aparezcan tales cosas, los isleños espaciales, los que ha habido hasta ahora y los futuros, siguen sien do comparables a su lejano antepasado, el imitador Robinson Crusoe, ya que, desde el punto de vista cultural, tanto ellos como él crean exclusiva mente a partir del arsenal de patrones de sentido que han traído consigo. Innecesario decir que los astronautas convencionales están muy lejos de ser la conciencia pura de su isla.
La implantación de un sistema de abastecimiento de aire en el vacío del espacio resulta antropológicamente relevante porque supone el caso
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crítico del comportamiento constructivista. Éste obliga, en la exterioridad, a pensar y operar con fiabilidad absoluta hasta en el último detalle. En las obras normales los constructores tienen a su espalda su «mundo de vida» y pueden presuponer un medio ambiente que los sustente. En la obra es pacial desaparece ese confort ontológico. Para establecer allí una posibi lidad de estancia hay que implantar un mínimo «mundo de vida» en el no-mundo-de-vida. Con ello se trastoca la relación normal entre el susten tador y lo sustentado, lo implícito y lo explícito, la vida y las formas. La construcción de islas es la inversión del habitar: ya no se trata de colocar un edificio en un medio ambiente, sino de instalar un medio ambiente en un edificio. En el caso de la arquitectura en el vacío, lo que mantiene la vi da es un implante integral en lo contrario a ella.
Esta situación puede reproducirse con la expresión inversión del me dio ambiente o del entorno. Mientras que en la situación natural el medio ambiente es lo que nos rodea y los seres humanos los rodeados, en la cons trucción de la isla absoluta se da el caso de que son los seres humanos mis mos quienes conciben y disponen el entorno en que han de vivir más tar de. Esto significa prácticamente: contornar el contorno, envolver lo envolvente, sustentar lo que sustenta. La inversión del medio ambiente cumple la seriedad técnica con la divisa hermenéutica: aprehender lo que nos aprehende. En consecuencia, los implantes de mundo de vida en el vacío no son «microcosmos», en tanto que la idea clásica de microcosmos enunciaba atécnicamente la repetición del gran mundo en el pequeño. Implicaba que una totalidad inexplorable se refleja en otra. Ahora se tra ta de recrear técnicamente un entorno explorado para ofrecerlo como morada a habitantes reales.
Sobre ese trasfondo queda claro en qué sentido puede entenderse la is la habitada como prototipo o modelo de mundo. Se puede hablar de la existencia de un mundo suficientemente completo cuando se cumplen condiciones mínimas de sustento de la vida. Life support significa exacta mente esto: satisfacer la lista de las condiciones bajo las cuales un mundo de vida humano puede ser mantenido temporalmente en condiciones de funcionamiento como isla absoluta. (Por ahora no se habla de la repro ducción a bordo, ni del desarrollo de una tradición cultural propia de as tronautas. ) Los trajes especiales para paseos espaciales son una versión re ducida de tales sistemas posibilitadores de vida. Sergéi Krikalev hizo notar que se asemejan a pequeñas naves espaciales273, con la diferencia de que el
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sistema de sustento de la vida en el traje sólo está previsto para algunas ho ras. Con la nave espacial grande comparte la propiedad de no poseer au tonomía biotópica. (La crónica de la Mir constata que en quince años de funcionamiento se realizaron 78 salidas de astronautas, con una duración total de 359 horas. )
Por la transformación del «mundo de la vida» en el sistema de sustento de la vida se hace visible lo que significa explicación, aplicada al trasfondo ecológico. Como, por lo demás, sólo lo demanda el terror -que nos acom pañará,junto con la astronáutica, durante el siglo XXI-, el vacío exige el de letreo exacto del alfabeto en el que estaba redactado lo implícito. En este sentido, la astronáutica equivale a una alfabetización ontológica, por la cual se pueden y deben escribir formal y expresamente los elementos del ser-en- el-mundo. El ser-en-el-mundo a bordo se concibe de modo nuevo como es tancia en una prótesis de mundo de vida, con lo que la misma protetizabi- lidad del «mundo de la vida» representa la auténtica aventura de la astronáutica, o bien, la de la construcción de estaciones. En analogía con el gran proyecto biotópico-ecológico Biosfera 2, que desde 1991 se lleva a cabo, con éxito cambiante, en el desierto de Arizona274, se podría resumir la si tuación humana en la nave espacial con la expresión Ser-en-el-mundo 2.
La isla absoluta ofrece una organización ontológica experimental en la que el hominismo queda archivado: es decir, la prescindencia humano- maníaca del hecho, por lo demás evidente, de que la coexistencia de seres humanos con sus semejantes tiene lugar en un local efectivo y que los se res humanos nunca vienen desnudos y solos, sino que siempre llevan con sigo una escolta de cosas y signos, por no hablar por el momento de sus parásitos constitutivos, los biológicos (microbios) y los psicosemánticos (convicciones). Considerada desde el punto de vista filosófico, la as tronáutica es, con mucho, la empresa más importante de la Modernidad, porque, como un experimento universalmente relevante sobre la inma nencia, manifiesta lo que significa la coexistencia de alguien con alguien y algo en un espacio común.
Antes de que este experimento no se haya retraducido al pensar cerca no a la tierra, no puede llegarse a una solución razonable del problema fundamental que la metafísica clásica legó a los modernos: la emancipa ción del algo. En principio, es una mera cuestión terminológica si al algo depauperado se le llama materia o elemento o cosas o entorno. La toma
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de partido por el algo sólo puede resultar inteligente cuando se aventura a participar en la construcción de islas absolutas. A partir de islas de ese ti po puede observarse cómo funciona la cohabitación de sistemas de cosas con seres humanos. Por la explicación avanzada, las máquinas y los siste mas, que sustentan el ser-en-el-mundo 2, se desarrollan con tanta solemni dad que habrían de ser introducidos en una constitución de la estación es pacial, en caso de que la hubiera. La unidad-Life-Support, los sistemas de comunicación, las instalaciones de navegación, los soportes de abasteci miento de energía y los laboratorios: a todos ellos habría que tratarlos co mo órganos constitucionales y, análogamente a los derechos humanos, habría que colocarlos bajo protección especial del derecho espacial me diante una declaración de los derechos de las cosas y de los sistemas. En la vieja Tierra soñolienta, que sigue adormecida por obviedades devenidas falsas, la mayoría de las constituciones están formuladas de tal modo que en ellas no consta dónde quedan las naciones en las que están vigentes. El lugar de vigencia de las constituciones no es objeto de las constituciones: el pensar pre-ecotécnico lo presupone como un recurso, que puede seguir sin mencionarse, porque parece suficientemente explícito para intuicio nes capaces, no necesitado por ahora de comentario alguno. Vista así, la política tradicional pertenece a la época del sueño hermenéutico, en un tiempo que estuvo imbuido por un autoconsciente poder-remitirse-a-pre- supuestos-inexplicables. Las constituciones convencionales extemalizan la nación en la que establecen un orden; ignoran a los cohabitantes no-hu- manos de la nación que son necesarios para los humanos; no tienen ojos para las condiciones atmosféricas, en las que y bajo las que se lleva a cabo la coexistencia de los ciudadanos y sus equipos. En los modelos de mundo del tipo de las islas absolutas, tales ingenuidades ya no son admisibles. En relación con las islas en el vacío se plantea la pregunta de cuánto tiempo pasará hasta que las experiencias conseguidas con su construcción sean re- trotransferidas a la organización de la coexistencia en las tierras firmes te rrenas, que se siguen presuponiendo como los containers naturales de la vi da. El saber sobre la coexistencia bajo condiciones exteriores en posición orbital parece estar todavía muy lejos de los mundos de vida tradicionales. Su reentrada en la atmósfera terrestre ya no se hará esperar mucho.
Citaremos a dos de los pensadores adelantados de las estaciones te rrestres, en cuyo trabajo ya se aplica a la Tierra en su totalidad o a entor-
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R. Buckminster Fuller, Tetra City, proyecto para una ciudad flotante.
nos locales concretos el principio del aislamiento absoluto con metáforas maduras v en parte, incluso, con modelos implantables técnicamente. En primer termino hay que nombrar a R. Buckminster Fuller, quien, con su Operating Manualfor Spatrshif) Earth, de 19(>9, presentó los contornos teóri- t o-sisu mu os para un management global de la Tierra, basándose en la idea de que el planeta Tierra no es mucho más que una «cápsula, dentro de la que hemos de sobrevivir como seres humanos»*75. La teoría del conoci miento de Fuller desemboca en una ética de la cooperación universal, in cluida en una metafísica del despertar colectivo. Esta, a su vez, se basa en una interpretación de la situación fundamental humana, partiendo de un «hecho i xi i(‘lindamente importante, que se refiere a la nave espac ial Tie rra: esto es. que no se suministraron con ella instrucciones de USO»*76. « [ . . . ] por ello k* correspondió al ser humano mucha ignorancia durante largo tiempo. . . La característica del presente es el rápido descenso de* la tole rancia ignorante con que se ha tratado a las cosas, un descenso producido por el creciente* alcance de las consecuencias derivadas de la gran tecno logía y ciencia aplicada. El feedback de las técnicas provoca a la inteligencia humana a cualificarse para las tareas de ingeniero de a bordo de la nave espacial Tierra.
Tras Buckminster Fuller hay que aludir aquí al artista objetual danés
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Olafur Eliasson, Your Windless Arrangemenly 1997.
Olafur Eliasson, cuyas múltiples y diversas instalaciones y montajes ofrecen la interpretación más lúcida que puede encontrarse en el arte contem poráneo del concepto de inversión del medio ambiente o del entorno* Eliasson se ha mostrado <orno uno de los mejores artistas de a bordo en la isla absoluta en construcción, sobre todo por la exposición Surroundings Surroundedy que, junto con Peter Weibel, realizó en 2001 en el Zentrum fur
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Olafur Eliasson, The Weather Projeel, Londres 2003. Foto: Jens Ziche.
Kunst uiid Medientechnologie (/KM) de Kaiisruhe Kn el título de la ex posición aparece inequívocamente el giro constructivista: los entornos na turales <jue muestra el artista son ya, efectivamente, contornos contorna dos, es decir, fenómenos naturales interpretados y repetidos por la ciencia y la técnica. No se enfrenta uno a totalidades eco-románticamente estiliza das, sino a implantes de naturalezas en la sala de exposición o en el labo ratorio; vemos imitaciones, prótesis, experimentos, arrangements, por cuya presentación siempre se ponen de relevancia dos cosas al mismo tiempo: la estrile tura natural o efecto natural y la óptica científico-técnica por la que éstos entran en nuestra interpretación. Por lo demás, los «surroun- dings suiTounded que muestra Eliasson, como la catarata artificial, sono rizada con estruendo, famosa mientras tanto, la Pared de musgo de 1994, la Habitación! para un colorale 199S, la Habitación para todos los colores de 1999 o
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los Territorios de hielo muy grandes de 1998, no sólo son presentados, coloca dos y «rodeados» por la mirada científico-técnico-artística, también se apro vechan del efecto enmarcante de la situación museística. Aquí la naturale za se comporta frente al museo como el mundo de la vida frente al vacío.
El museo, efectivamente, se puede describir como aislador general de objetos: sea lo que sea lo que se vea o se experimente en él, aparece como un artefacto aislado, cuya presencia busca sintonía con una forma espe cializada de atención estética. Se entiende, por fin, por qué la fenomeno logía del espíritu, el museo y la explicación avanzada van unidos. Saber sig nifica ahora poder-explicitar; explicitar significa poder-exponer. A los trabajos con mayor información y humor de Eliasson pertenece la instala ción de viento Your Windless Arrangement, de 1997, propiedad del museo de arte de Malmoe, en la que dieciséis ventiladores coordinados, que cuelgan del techo, muestran cómo tampoco el viento puede estar seguro ya de no convertirse en objeto de exposición.
B. Islas atmosféricas
La explicación del principio de aislamiento fue impulsada al máximo por experiencias con la construcción de islas absolutas. No obstante, las islas artificiales de carácter relativo son igualmente esclarecedoras para la investigación de mundos modélicos, ya que agudizan la mirada a las varia bles atmosféricas de medios aislados. Se puede hablar de una isla relativa mente artificial cuando su posición se elige no en el vacío cósmico, sino sobre la superficie de la tierra o del mar. En el caso de islas artificiales flo tantes, el agua del mar circundante se desplaza por un implante de masa: un procedimiento que puede observarse con ocasión de la botadura de un buque; también las plataformas de sondeo y demás construcciones apoya das en pontones en mar abierto cumplen las características de la isla flo tante. La capacidad de represión o desplazamiento de agua la producen paredes más o menos impermeables a bordo, que separan el mundo inte rior-isla del elemento que hay en torno. Dado que estructuras idealmente impermeables no son factibles empíricamente, hay que prever en las islas flotantes instalaciones de gestión de las vías de agua, tales como bombas de barco o dispositivos de relleno para cámaras de aire bajo el agua.
A diferencia de las islas flotantes, en el caso de las que se asientan en
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tierra el desplazamiento se refiere al elemento aéreo (en medida marginal también al root médium, es decir, a la flora y fauna del terreno sobre el que se ha construido). Delimitan un enclave del aire de alrededor, aislándolo en él, y estabilizan una diferencia atmosférica permanente entre el espa cio interior y el espacio exterior. Se podría hacer valer esta formulación como definición provisional y vaga de la casa, en tanto que es lícito partir del hecho de que las casas, junto a sus funciones como espacio de cobijo, espacio de trabajo, espacio de dormir y espacio de reunión, también tie nen siempre una función implícita como reguladoras del clima, sobre to do en el caso de las casas de piedra, que deparan frescor en verano y calor en invierno. La asociación entre las ideas de casa y de isla la apoya la his toria de las palabras: desde el siglo II d. C. , la ínsula latina designaba, a la vez, junto a su significado fundamental, la casa de vecindad, de varios pi sos y aislada, que la mayoría de las veces habitaban los más pobres. Para ilustrar la mecánica indiferenciadora del funcionamiento tardío de la gran ciudad, Spengler cita un pasaje de Diodoro que se refiere a «un rey egip cio destronado que tuvo que instalarse en Roma en una lamentable casa de vecindad en un piso alto»279. En nuestro contexto habría que decir que ese Robinson egipcio había sido arrojado por turbulencias imperiales a la playa de una isla abarrotada.
La casa-atrio romana poseía señaladas características de aislador de cli ma: por una parte, por el efecto respiratorio y contenedor de calor de las paredes de ladrillo (cuya anchura, de 44,5 centímetros, la fijaba la norma tiva legal para ladrillos secados al aire); por otra, por la situación protegi da y la función ventiladora de los patios interiores, cubiertos de verde (atria), y los patios de columnas, en los que había estanques (compluvia) que recogían el agua de lluvia de los tejados (impluvia). En las casas de los acaudalados se podían encontrar, desde el siglo I a. C. , calefacciones de suelo, que a través de canales cerámicos conducían por los suelos, y a ve ces también por las paredes, el aire caliente producido por un horno ins talado en la cocina (calefacción de hipocaustos).
Islas atmosféricas terrestres, sin embargo, en el estricto sentido de la palabra, sólo las hay desde el siglo XIX, cuando la construcción con hierro fundido y cristal hizo que apareciera un tipo de casa completamente nue vo: el invernadero de cristal. Invernaderos de este cariz no son un tipo de construcción cualquiera del siglo XIX. Constituyen la innovación arquitectó nica más importante desde la Antigüedad, porque con ellos la edificación
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de casas se convierte en una explícita construcción climática. Se podría re conocer en ellos un preludio pacífico a los aerimotos desencadenados por la guerra de gas, de los que hemos tratado pormenorizadamente en nues tras consideraciones sobre los fundamentos atmopolíticos del siglo XX280. Cuando se construyen casas de cristal, el edificio se levanta pensando en el clima interior que ha de reinar en él: la construcción visible sirve, en pri mer término, más allá de sus valores estéticos propios, como envoltura de un aire reformado, que se prepara, a su vez, como medio para habitantes de un tipo especial. Invernaderos son arquitecturas-temas, en las que se tematizan hechos atmotópicos, por regla general climas especiales para plantas exóticas.
El comienzo de la era del cristal en la arquitectura significa lo mismo que los inicios de la era atmosférica en la ontología especial. Así como en tomo a 1900 Georg Simmel preguntaba, en expresiones kantianas, por las condiciones formales y cognitivas de la posibilidad de la convivencia de se res humanos (esto se calificaría hoy de pregunta «posnacional»), así tam bién, desde el temprano siglo XIX, los arquitectos de invernaderos busca ban las condiciones prácticas de posibilidad de aclimatación de plantas tropicales a medios centroeuropeos. Descubrieron la respuesta en forma de edificios de cristal atemperados, que se ofrecían, en cierto modo, como hogares para solicitantes vegetales de asilo. Naturalmente, las plantas más dependientes del calor no habían venido a Europa por propia voluntad como buscadores de asilo, se presentaban como invitados involuntarios, como compañeros vegetativos, por decirlo así, de los homeboys indios y de los muchachos moros, con turbante, del idilio colonial, por los que se ha cían servir el té las damas en el rico Noroeste.
No obstante, el significado de la arquitectura de cristal sobrepasa con mucho su conexión inicial con la botánica imperial. Sobre todo, el fenó meno de las casas-de-calor acristaladas no se deja remitir a los jardines de invierno de placer, principescos y gran-burgueses, que, con sus templos de flores y conservatorios de pifias y ananás, sus invernaderos de naranjas y pomelos, se retrotraen hasta el siglo XVII y XVIII. Tampoco el interés de los señores por frutas independientes de la estación proporciona una razón suficiente para el amor excesivo de los europeos a la cultura de los inver naderos, por mucho que el director del jardín de la cocina de Luis XIV, De la Quintinye, fuera capaz de servir al monarca espárragos en diciem bre, lechuga en enero e incluso higos enjunio.
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Superestructura para cubrir un olmo en el Palacio de cristal londinense, 1851.
En sus invernaderos los europeos comenzaron una serie de experi mentos con éxito sobre las implicaciones botánicas, climáticas y culturales de la globalización. Cuando en el siglo XIX se llamó a los súbditos del King- dom ofplants tropical a los invernáculos de Gran Bretaña, estaba enjuego, por parte de los anfitriones, al menos un acercamiento en asuntos at mosféricos. Desde el punto de vista climático se respetaron las leyes de la hospitalidad. ¿No se puede afirmar que la sociedad multicultural fue ensa yada en los invernaderos? Cuando los botánicos coloniales reunían espontáneamente en sus biotopos cubiertos de vidrio plantas de la más le
jana procedencia, sí sabían lo que se debe a los visitantes procedentes de los trópicos, sobre todo cuando se trataba de las especies reinas del mundo vegetal, las orquídeas y palmeras, para cuyo alojamiento eran, a su vez, su ficientemente buenas las regias construcciones bajo edificios de cristal, las casas de palmeras y las casas de orquídeas. Se entiende que también para el resto de la alta nobleza vegetal, como las camelias, se construyeron ca sas propias281.
Con respecto a estos invitados dominaba un clima xenófilo incluso en Alemania: cuando el 29 de junio de 1851 floreció por primera vez en Ale mania, en la casa de palmeras de Herrenhausen, cerca de Hannover, una palmera de la variedad Victoria regia», de rápido crecimiento, pudo hacerse del acontecimiento una comunicación de prensa. Las ideas de la isla arti ficial climatizada se vinculaban con las de la urbanística utópica y el orien talismo, como, por ejemplo, durante la construcción de la Wilhelma, cerca de Stuttgart, comenzada en 1842, acabada en 1853: un castillo de cuento, de cristal y hierro fundido, de estilo moro, en cuyo complejo se unen múl tiples motivos de interior, que juntos producen un efecto suntuoso de ais lamiento: aquí, la fuerza ensimismadora del paisaje invernadero forma una simbiosis exclusiva con la fascinación de la isla de placer principesca y con la del jardín paradisíaco.
No es de extrañar que los arquitectos de casas de cristal ya cayeran pronto en la tentación de experimentar los potenciales constructivos de la nueva técnica de fundición del hierro en el sentido del monumentalismo: ante todos, el arquitecto inglés de invernaderos Joseph Paxton, cuyo Pala cio de cristal en el Hyde Park de Londres, edificado en un corto plazo de ejecución, desde el 30dejulio de 1850hasta el 1de mayo de 1851, con una longitud de 563 metros, una anchura de 124 metros y una altura en la na ve central de 33 metros, representaba con mucho el mayor espacio edifi
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cado del mundo. Los propietarios ya indicaron que cabrían cuatro basíli cas como la de San Pedro de Roma en el área de esa gigantesca casa de cristal, y siete catedrales como la de San Pablo de Londres. Es verdad que el Palacio de cristal no se pensó primero como invernadero, sino como una galería de tipo especial, ya que una construcción de zócalo fijo había de al bergar a los 17. 000 expositores de la Exposición Universal de Londres de 1851, junto con sus 6 millones de visitantes: sólo en consideración a algu nos viejos y altos olmos, cuya conservación había sido un requisito para la licencia de construcción en el popular parque, le cupo en suerte también al palacio de la exposición universal una cierta característica de jardín de invierno en su nave alta.
Esta característica llegó a ser la más importante cuando el Palacio de cris tal se desmontó al final de la Exposición Universal y fue instalado de nue vo en 1853-1854, en Sydenham, en proporciones mejoradas: esta vez como parque-popular-indoor, botánico y ornitológico, o, como explicaba en un prospecto la Crystal Palace Compagnie, creada para administrarlo, como «templo universal» para la «educación de las grandes masas del pueblo y el ennoblecimiento del disfrute de sus momentos de esparcimiento»"2. Ese parque popular era accesible técnicamente a la visita de las masas por el ferrocarril de Brighton; en el año 1936 un gran incendio destruyó ese edificio, apreciado sobremanera, pero no indiscutido, del que también crí ticos admitían que su edificación significaba un punto de inflexión en la historia de la arquitectura. Los relatos de visitantes tempranos dan fe de que de la experiencia espacial en su interior provenía un efecto, que en los años sesenta del siglo XX se habría definido como psicodélico: «Ese es pacio gigantesco tenía algo liberador. Uno se sentía en él cobijado y, sin embargo, libre. Se perdía la conciencia de la pesantez, de la propia suje ción al cuerpo»28*. La ventilación y aireación se conseguían por un sistema de miles de válvulas de aire en las paredes laterales, así como en los teja dos. Para evitar el sobrecalentamiento veraniego Paxton colocó lienzos hú medos en el tejado interior; durante las demás estaciones del año una ins talación de calefacción de agua caliente, que dependía de una central con 27 calderas de vapor, se ocupaba de mantener las temperaturas deseadas. De los escritos de propaganda de Paxton se deduce qué claro tenía ante la vista el motivo de «contorno contornado», aunque aún faltara el concepto.
Que ya se trataba para Paxton de simulaciones de clima y del intento de introducir en el pabellón lejanos modelos de naturaleza, sobre todo los
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paisajes mediterráneos añorados por los ingleses, lo descubre su proyecto, presentado en 1855 y nunca realizado, para el Great Victorian Way, que pre veía una galería de cristal de seis kilómetros a través de Londres. El pro yecto habría cercado todo el centro de la metrópolis británica con un an cho anillo-boulevard acristalado, mientras se dispondrían superficies mayores en el interior del anillo como paisajes abiertos artificiales, cosa que, sin duda, sólo hubiera podido hacerse a costa de tristes barrios de blo ques de pisos, al modo como sucedió con las aperturas que llevó a cabo Hausmann en París. Es de lamentar la no realización del proyecto bajo muchos puntos de vista, entre otros, porque si se hubiera puesto en prác tica habría facilitado mucho la tarea de Walter Benjamin de reconocer a Londres, incluso antes que a París, como la capital del siglo XIX; así como que, también, los pasajes proporcionan menos que los invernaderos la lla ve al principio «interior»284, del que Benjamin subrayó con razón que la Modernidad sólo puede comprenderse a su luz.
Con sus esfuerzos por mantener el registro climático de inmigrantes ve getales procedentes de latitudes australes, los biólogos, arquitectos, fabri cantes de vidrio y amantes de las orquídeas del siglo XIX no sólo se inter naron cada vez más explícitamente en la praxis de las islas climáticas artificiales (cuya idea técnica fundamental ya era conocida en la Antigüe dad, como demuestra una instalación de jardín de invierno encontrada en Pompeya). Dieron a luz toda una tecnología de cultivo, más aún: un prin cipio de conformación de espacio y de control atmosférico del espacio, cu yo despliegue se extiende a lo largo de todo el siglo XX, para convertirse desde comienzos del XXI en una pregunta global por la forma de vida. Des de las conferencias sobre el clima universal de Río de Janeiro y Tokio, el principio del atmo-management se reconoce como un poliíicum de alto ran go, por muy difícil que se presente la toma de medidas técnico-climáticas ilustradas contra las resistencias de los derechos tradicionales a la ignoran-
ce, en el sentido de Buckminster Fuller (pues precisamente las grandes po tencias políticas son las que se aferran -por ahora- a las costumbres habi tuales en la utilización imperial del espacio, de los recursos y del clima).
El significado histórico-técnico y eo ipso histórico-cultural de los edifi cios de cristal estriba en que con ellos se puso en marcha la familiarización del efecto invernadero. Bien conocido como fenómeno empírico, desde hacía mucho, por los ingenieros de jardinería y administradores de jardi nes de invierno, su descripción teórica y generalización pragmática co
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menzó en torno al cambio del siglo XVIII al XIX, en un escrito de solicitud de patente del año 1803 del arquitecto inglés James Anderson, que quería aprovechar el principio de la trampa de calor para la construcción de un invernadero de dos pisos. Según el plan de Anderson, durante el día las superficies acristaladas del piso superior retendrían el calor del sol en el aire del invernadero, que durante la noche se pasaría al piso de abajo, más fresco, mediante un sistema de aireación inventado por él: un ingenioso sistema de dos cámaras con amplias implicaciones políticas. Desde enton ces el lugar al sol habría de convertirse en una cuestión de redistribución del confort.
Poco después, Thomas Knight (1811) y George Mackenzie (1815) for mularon los fundamentos teóricos de las formas hemisféricas de la arqui tectura de cristal, demostrando que la irradiación solar podía aprovechar se óptimamente para el calentamiento de la atmósfera del espacio interior mediante superficies curvas de cristal. El constructor de invernaderos e in geniero de jardinería John Claudius Loudon ya hizo uso de ello en 1818, en sus Sketches for Curvilinear Hothouses, creando, además, en 1827, con su casa de palmeras de Bretton Hall, en Yorkshire, uno de los primeros ejem plos de una arquitectura de invernadero, con hierro fundido y cristal abombado, termodinámicamente calculada. En ese «espacio claro total» se encontraba, junto con las condiciones favorables de luz, una forma de aprovechamiento de la energía solar muy avanzada para el grado de lati tud inglés y para la técnica del cristal de aquel momento. Por él recibió un fuerte impulso la construcción de cúpulas (la disciplina reina de la arqui tectura desde los días del Panteón romano). Los nuevos materiales no só lo permitían mayores amplitudes de luz, también creaban nuevas relacio nes entre la forma de la cúpula y el interior cubierto por ella. Los estímulos de Loudon en el campo de la construcción hemisférica pueden seguirse hasta el GranJardín de Invierno de Laeken, cerca de Bruselas, ter minado en 1876.
En el siglo XX volvieron a moverse las cosas en este ámbito por la in troducción de materiales sustitutivos del cristal. Las nuevas y baratas cu biertas de polietileno y PVC, permeables a la luz, desencadenaron desde los tardíos años cincuenta un giro hacia el cultivo intensivo de plantas en invernaderos. Su centro más significativo mundial se encuentra en China, que concentra tres cuartos de todas las superficies de invernadero de la Tierra, 600. 000 de 800. 000 hectáreas en total (según estadísticas de 1994),
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Invernadero en el parque del palacio Laeken, cerca de Bruselas, durante la construcción, 1875.
casi exclusivamente en forma de simples túneles bajos de plástico, la ma yoría de ellos cerca de las grandes ciudades, que sirven para la producción intensiva de verduras. También Japón, por los mismos motivos y con los mismos medios, se ha convertido en poco tiempo en una gran potencia en invernaderos de plástico, incluso por delante de Italia y España285. Además de esto, en Estados Unidos, donde se probaron numerosos tipos nuevos de invernaderos, aparecieron por primera vez construcciones neumáticas, en menor escala y sin soporte, de cúpulas de poliéster reforzadas con rejilla de nylon, que se sostenían por una leve sobrepresión atmosférica: una téc nica que durante un tiempo desempeñó también un papel importante en la construcción de estadios deportivos. Junto a las innovaciones, la mayoría de las veces primitivistas, de la construcción de plástico, las culturas tradi cionales de invernadero, que, como en los Países Bajos, se basan casi ex clusivamente en el cristal, aparecen como nobles antigüedades de la vieja Europa. Pero, se trate de vulgares tubos de plástico o de elegantes edificios de cristal, el principio de realidad siempre va incluido en todas las naves; las plantas son capital verde que explota la fuerza de crecimiento, apoya da por doping térmico y químico. A causa de sus objetivos unilaterales eco-
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Vista de la estructura del tejado.
nómicos y de su instalación de monocultivo, la mayoría de los cultivos de invernadero de ese tipo resultan monosilábicos, con respecto a la dinámi ca de su población, y biosféricamente infracomplejos.
Esto sólo cambia cuando, por el desarrollo de las modernas ciencias de la vida y de la investigación ecosistémica básica, pudo surgir interés por concentrar conjuntos biosféricos complejos en islamientos experimenta les. El paradigma más conocido para empresas de ese tipo lo proporciona el gran proyecto Biosfera 2, que fue puesto en funcionamiento en septiem bre de 1991 en Oracle, cerca de Tucson, en el Estado de Arizona, tras am plios preparativos, aunque conceptualmente confusos, y cuatro años de construcción (1987-1991). Si hubiera que caracterizar en una palabra lo propio de Biosfera 2, habría que llamarla un homenaje a la artificialidad: un delirio-cápsula, que va más allá de las normales construcciones-inver naderos en muchos aspectos. En este caso, el edificio de cristal es más que una isla climática; sirve como ejercicio previo terrestre para la edificación del invernadero absoluto en el espacio. Uno se convence de ello al darse cuenta de que el experimento de Oracle no se contenta con recrear mun dos vegetales en espacios cerrados; de lo que se trata, más bien, es de ra-
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Biosfera 2.
dicalizar tanto el principio de la colección como el del aislamiento de mo do inusual, quizá absurdo. Por su situación en una de las zonas más cáli das de la Tierra, el invernáculo paradójico no está orientado, como sus compañeros en latitudes medias, al efecto de trampa de calor, que, de or dinario, se utiliza para la estimulación del crecimiento y como ayuda para la eliminación del invierno; aquí, con una inversión gigantesca de co rriente eléctrica, hay que poner en funcionamiento sistemas de refrigera ción para evitar el sobrecalentamiento de la instalación. La corriente eléc trica necesaria se saca de una cercana central de agua embalsada; ello causa gastos anuales de 1,5 millones de dólares. Se dispone adicionalmen te de un agregado de emergencia, que en caso de fallos de abastecimien to ayuda a impedir que el interior de la gran cápsula se convierta en me nos de una hora en un infierno inhabitable tanto para plantas como para seres humanos.
Biosfera 2 es un experimento de aislamiento e inclusión de un pronun ciado carácter de obra de arte, con un fuerte complemento de ideología- éxodo y metafísica-gea -como correspondía a las ideas del sponsor; el mul timillonario tejano del petróleo Ed Brass-, pero empeñado, a la vez, en objetivos científicos y tecnológicos. Por su diseño arquitectónico, la Biosfe ra 2 constituye un compromiso entre funcionalismo e historicismo, el últi-
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mo de los cuales se manifiesta especialmente en las dos pirámides escalo nadas mayas, acristaladas, que flanquean el conjunto. Los comienzos de la empresa remiten al ambiente de la filosofía New Age, típico de la costa Oeste, y de la Nasa, en el que hasta los años ochenta del siglo XX funcio naron planes agresivos para la colonización de la Luna y del planeta Mar te, por lo que no es de extrañar que en la fase de inicio de Biosfera 2 la ad ministración americana de astronáutica perteneciera a sus promotores.
En el complejo-invernadero, que ocupa una extensión de 1,6 hectáreas, se hace justicia al motivo de aislamiento intensivo mediante un gran des pliegue de tecnología de hermetización; comenzando por un doble acris- talamiento en toda la extensión y una múltiple obturación con silicona de las ventanas, sobre puertas aseguradas con esclusas de aire; a ello se añade un sistema alambicado de control de posibles grietas en la circulación del agua y del aire. Lo que diferencia fundamentalmente la gestión del her metismo de Biosfera 2 de la de otros invernaderos es el control total del root médium, es decir, del suelo, que en otras partes sólo se rotura, se adecenta y, en caso dado, enriquece, mientras que aquí va incluido en la propia construcción hermética.
Pertenece a las virtudes del planteamiento neo-monadológico en la te oría de la sociedad el hecho de que por la atención que presta a la asocia ción de pequeñas unidades impida la ceguera espacial, inherente a las so ciologías al uso. Desde este punto de vista, «sociedades» son magnitudes que reclaman espacio y que sólo pueden describirse por un análisis ex tensivo apropiado, por una topología, una teoría dimensional y un análi sis de «red» (en caso de que se prefiera la metáfora de la red a la de la es puma254). Tarde insinúa ocasionalmente una dirección posible de tales análisis, en un experimento imaginario: si al instinto de sociabilidad de los seres humanos no se le pusiera un dique mediante limitaciones insupera bles, procedentes de la fuerza de gravedad, más tarde o más temprano se vería crecer, sin duda, junto a los pueblos conocidos en línea horizontal,
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NOX/Lars Spuybroek, del proyecto Beachness.
naciones verticales: asociaciones de uvas-seres-humanos, que se elevarían en el aire y que sólo se apoyarían en el pie de una perpendicular sobre el suelo terrestre, sin desplegarse sobre él.
Apenas tiene sentido explicar por qué esto es imposible. Una nación que fue ra tan alta como ancha, superaría con mucho el ámbito respirable de la atmósfera y la corteza de la tierra no ofrecería materiales suficientemente sólidos para las construcciones titánicas de ese desarrollo vertical de la ciudad"5.
Con esta consideración el analítico de la asociación quiere hacer com prensible por qué configuraciones planas de agregados del tipo de las «so ciedades» humanas (análogas a ciertos musgos y liqúenes) se distinguen por sus contornos imprecisos. Esto nos proporciona un indicio, según el cual nos tenemos que enfrentar (¿se puede decir por primera vez? ) con una acuñación morfológicamente atenta y teórico-espacialmente lúcida de
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Arala Isozaki, Cluster en el aire, ciudad metabólica, 1962.
sociología. Queremos mantener la presunción de que el citado pas¿ye es uno de los escasos lugares en la literatura científico-social en el que las aglomeraciones humanas se interpretan con una mirada de soslayo a las condiciones estáticas, formales y atmosféricas de la coexistencia de seres humanos en el espacio.
(El experimento imaginario tardesiano encuentra continuidad en utopías arquitectónicas del siglo XX, como los bocetos neo-babilónica mente ansiosos de altura de Yona Friedman para la « Yillc cosmií/nc», 1964, o la City in the Air de Arata Isozaki, 1962; su referencia a la asociación pla na se recoge en la rizomática de Deleuze y Guattari; encuentra eco en el concepti >de VUém Flusser de «espacio vital» como una «caja larga y ancha, perobaja» . Deacuerdoconestosapunteslas«sociedades»aparecenco mo alfombrados interconectados. Su dimensión más importante reside siempre en la prolongación lateral. )
Si (lucremos seguir trabajando con la indicación de Simmel, de que las 229
«sociedades» se componen de seres que están a la vez dentro y fuera de su asociación, hemos de pertrecharle con dos correcciones adicionales. Es verdad que el giro monadólogico en la línea de Tarde ayuda ya a disolver la ilusión individualista en la que se reflejan miembros de «sociedades bur guesas», de modo que desde este momento hay que analizar las «socieda des» como composiciones de composiciones. Pero, a nuestro entender, hay que prolongarlo hasta un giro diadológico, por el que aparece el prin cipio de las conformaciones de espacio surreales, específicamente huma nas, en la descripción del contexto social. Hay que recordar que ya hace decenios Béla Grunberger, con su concepto de mónada psíquica, des brozó el camino a un giro así hacia lo diádico. Para el psicoanalista, la ex presión mónada ha de designar una «forma», cuyos contenidos los pro porciona la coexistencia de dos, implicados mutuamente en una interacción psíquica fuerte257. Según ello, las «sociedades» no sólo habrían de comprenderse como comunidades de mónadas de alto rango, como multiplicidades de multiplicidades; en nuestro contexto habrían de en tenderse originariamente como multiplicidades de diadas, cuyas unidades elementales no constituyen individuos, sino parejas, moléculas simbióti cas, hogares, comunidades de resonancia, como hemos descrito en el pri mer volumen de nuestra trilogía. Lo que allí se llama burbuja es un lugar de relación fuerte, cuya característica consiste en que seres humanos en un espacio-cercanía crean una relación psíquica de cobijo recíproco; para ello propusimos la expresión receptáculo autógeno
La idea de una multiplicidad de auto-receptáculos psíquicos conduce por sí misma a la expresión espuma; en relación con ello, recogemos, además, la alusión topológica de Tarde al aplanamiento de las asociacio nes humanas con el fin de conseguir la imagen heterodoxa de una espu ma plana. Espumas son rizomas-espacio-interior, cuyo principio de vecin dad hay que encontrarlo, ante todo, en configuraciones laterales anexas, en condominios planos o asociaciones co-aisladas. Multiplicidades-espacio integradas por co-aislamiento son grupos de islas, comparables a las Cicla das o a las Bahamas, en las que florecen a la vez culturas semejantes y autóctonas. Con todo, la interpretación de la «sociedad» como espuma plana u horizontal no debería inducir a la conclusión de que una colec ción completa de las hojas del catastro comunal deparara la descripción más adecuada de la coexistencia de seres humanos con sus semejantes y demás, por muy estimulante que resulte la parcialización del espacio en
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Marina Abramovic, Inner Skyfor Departure>1992.
los libr< s fundiarios por analogía con la teoría celular. Es verdad que la «sociedacf» sólo puede comprenderse a partir de su multiplicidad y espa- cialidad originarias junto con sus sintagmas de interconexión, pero las imágciu s espaciales geométricas de los registros de la propiedad, a pesar de ello, no proporcionan la imagen válida de la coexistencia de seres hu manos con seres humanos y sus «receptáculos» arquitectónicos; ninguna simplerepresentación-re///^////r/restiha apropiada para articular la tensión idiosincrásica de configuraciones animadas dentro de sus agregaciones. Para disponer de imágenes válidas habría que trabajar con mapas psicoto- pológicos, basados casi en tomas de rayos infrarrojos de estados internos en cuerpos huecos polivalentes.
Por permanecer en las imágenes meteorológicas y climatografías, se podríadecir que las mejores panorámicas de la «sociedad» las ofrecerían
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aphrografías o fotografías de la espuma desde gran altura. Esas imágenes nos transmitirían ya a primera vista la información de que el todo ya no puede ser otra cosa que una síntesis lábil y momentánea de una aglome ración bullente. Nos proporcionarían figuras externas de las relaciones psico-térmicas dentro de las aglomeraciones de burbujas humanas, com parables a las tomas nocturnas de satélites de las naciones industriales, que, en noches sin nubes, nos muestran como puntos irregulares de luz en zonas de aglomeración electrificadas la coexistencia de seres humanos e instalaciones técnicas. Un aphograma, diluyéndose en la altura, de una «sociedad» nos pondría ante los ojos el sistema de alvéolos y vecindad de las burbujas climatizadas y, con ello, nos mostraría gráficamente que las «sociedades» son instalaciones climáticas poliesféricas, tanto en sentido fí sico como psicológico. En el caso de la Modernidad se manifiestan ajustes de temperatura muy diferentes y grandes desigualdades en el saldo de ani mación, inmunización y nivel de confort, que en el interior de los campos se transforman en tensiones psicosemántícas y temas político-sociales. En esta situación, el campo político habría que analizarlo con ayuda de una dinámica de los fluidos para cargas semánticas o vectores de sentido. ¿Qué es la política social sino la lucha formalizada tanto por la nueva distribu ción de las oportunidades de confort como por el acceso a las tecnologías de inmunidad más ventajosas?
Queda, finalmente, por determinar más pormenorizadamente, desde el punto de vista teórico-espacial y lógico-situacional, la observación de Simmel, de que los elementos constitutivos de grupos sociales no son sólo partes de la sociedad, sino también algo más además de eso. Mediante los con ceptos de «burbuja» y «receptáculo autógeno» se hace posible interpretar crítico-espacialmente el sentido de ese además. Si los seres humanos pue den coexistir en «sociedad» es sólo porque ya en otra parte están vincula dos y remitidos uno a otro. «Sociedades» son multiplicidades compuestas de espacialidades propias, en las que los seres humanos sólo son capaces de participar gracias a su diferencia psicotípica, que ya llevan siempre con sigo. Así pues, para estar «en sociedad» al modo típico humano, hay que aportar ya una capacidad psíquica de coexistencia. Sin una previa sintoni zación psicotópica los reunidos no serían reunibles; o sus asociaciones nunca serían más que congresos de autistas, comparables a grupos de eri zos escalofriados, como Schopenhauer caracterizó la «sociedad burguesa». Sólo porque hay una conformación psíquica de espacio, alias comunica-
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Norteamérica y Sudamérica (con Hawai), tomadas en una noche sin nubes. Foto de satélite de la NASA.
ción, antes de la asociación social, es posible la participación en reunio nes ulteriores. Si fuera de otro modo, todo individuo humano, como dijo René ( ievel, tendría que permanecer encapsulado en sí mismo, «como una vieja prostituta, que sólo es ya una ruina para su corsé». ¿Cómo expli car, entonces, los fenómenos indiscutibles de transmisión espiritual, «la riqueza de nuestros dominios indivisos», el «intercambio imponderable, pero real»? 259
En realidad, los individuos se hacen sociables en la medida en que por una especie de esclusa de aire psicosocial se ponen en condiciones de pa sar de un espacio primitivo diádico al espacio polivalente de los contactos «sociales», tanto tempranos como desarrollados, a espumas o redes enri quecidas. finalmente incluso a lazos sin compromiso"’0. Sin embargo, co mo dice Simmel en una consideración esferológica ante littemm, su «socia bilidad» está igualmente condicionada por el hecho de que las personas se
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Stefan Gose/Patrick Teuffel, Tensegrity Skulpíur, una composición con tubos de vidrio de 3-4 metros de longitud.
mantengan en los límites de la «medida de poder y derecho de la esfera propia», en la conciencia, precisamente, «de que poder y derecho no se extienden hasta dentro de la otra esfera»261. El personalismo proporciona la forma filosófica en la que los individuos autocontrolados se ofrecen mu tuamente garantías de no beligerancia. Naturalmente, Simmel habla aquí con la voz del kantiano que sigue a su maestro en el supuesto de que el sentido de un ordenamiento jurídico burgués es el de garantizar la coexis tencia de círculos discrecionales, centrado cada uno en sí mismo262. Con al go más de sentido para las relaciones de fuerza, Novalis, cien años antes, se había percatado de que todo individuo es el centro de un sistema de emanación261.
Sobre el trasfondo de estas consideraciones se muestra que la defini ción de Kant del espacio como posibilidad del estarjuntos ha de ser com pletada o sustituida por su reverso, y por qué264el estarjuntos es lo que po
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sibilita el espacio. Mientras que en la física de Kant las cosas sólo llenan el espacio preexistente (mejor, representado apriori) y subsisten unasjunto a otras al modo de exclusión recíproca, en el espacio psico y socio-esférico los reunidos, por su coexistencia, conforman ellos mismos espacio: están ensamblados unos en otros y configuran un lugar psicosocial de tipo pro pio, a modo de cobijo mutuo y evocación recíproca. Una vez más se hace comprensible, así, la diferencia entre los simples receptáculos acogedores de la concepción física del espacio y los receptáculos autógenos, autoa- bombantes, de la esferología.
Si esta diferencia se hace efectiva, también la conexión temporal entre las generaciones aparece como coexistentes sucesivamente. Si se entien den las culturas como espacios integrados por configuraciones modélicas comunes, surge un concepto de tradición como proceso de conservación colectiva de modelos en el tiempo. En culturas tradicionales el aprendiza
je adquiere el sentido de una acomodación al modelo existente. En una cultura indagadora, que, como la moderna, se ha abierto mediante expli cación progresiva, el aprendizaje significa, por el contrario, participar en procesos de revisión permanente de modelos. Todo lugar de aprendizaje constituye una microsfera temporalizada en la espuma aprendiente.
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Capítulo 1 Insulamientos
Para una teoría de las cápsulas,
islas e invernaderos
Desde la aparición de la novela de Daniel Defoe The Life and Strange Surprising Adventures of Robinson Crusoe, of York, Mariner: who lived eight and twenty years all alone in an unhabited island on the coast ofAmerica. . . written by himself de 1719, los europeos admitieron que los humanos son seres que tienen algo que buscar en las islas. Desde ese naufragio ejemplar la isla en el lejano océano sirve de escenario para procesos de revisión de las defi niciones de realidad en térraferma.
Constatar esto significa llegar a percatarse de la asimetría de las rela ciones entre tierra e isla. Habitualmente, la cultura de tierra firme y la exis tencia en la isla se relacionan como regla y excepción; y la primacía de la regla se hace valer ejemplarmente en el caso de Robinson. La historia del sencillo puritano, que creó en una isla solitaria del Pacífico una micro- commonwealth a partir de clichés cristiano-británicos, ha tenido en el transcurso de los siglos más de mil reediciones, adaptaciones y traduccio nes, consiguiendo una difusión que casi iguala a la del Nuevo Testamen to: lo que da a entender que sí es algo más que un mezquino evangelio, in sularmente idealizado, de la propiedad privada. Ofrece una fórmula para la relación del yo y del mundo en la época de la conquista europea del mundo.
Dejaremos de lado la habitual dialéctica del espacio, que relaciona mundo e isla como tesis y antítesis recíprocamente, para superar ambas en una síntesis turístico-civilizada. Lo que nos interesa es una teoría esferoló- gica de la isla, con la que se pueda mostrar cómo resultan posibles mun dos interiores animados y cómo pluralidades de mundo de tipo análogo forman un bloque en forma de archipiélagos o rizomas del mar. En un en sayo temprano sobre la Isla abandonada Gilíes Deleuze estableció una dife rencia entre islas que son separadas del contexto terrestre continental por la acción del agua del mar e islas que surgen sobre el mar por la actividad submarina de la tierra. Esto corresponde a la diferencia entre aislamiento por erosión y aislamiento por emergencia creadora. La estancia de seres
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humanos en la isla ocupa al filósofo en la medida en que la isla no es otra cosa que el sueño de los hombres, y los hombres la mera conciencia de la isla. Esta relación es posible bajo una condición:
Que el hombre se retrotraiga hasta el movimiento que le conduce a la isla, mo vimiento que repite y prolonga el impulso que produjo la isla. De modo que la ge ografía y la imaginación formarían una unidad. Claro que, a la pregunta favorita de los antiguos exploradores -«¿Qué seres existen en la isla desierta? »- sólo cabe responder que allí existe ya el hombre, pero un hombre extraño, absolutamente separado, absolutamente creador, en definitiva una Idea de hombre, un prototipo, un hombre que sería casi un dios, una mujer que sería casi una diosa, un gran Amnésico, un Artista puro, consciencia de la Tierra y del Océano, un enorme ciclón, una hermosa hechicera, una estatua de la Isla de Pascua. Esta criatura de la isla desierta sería la propia isla desierta en cuanto que imagina y refleja su movi miento primario. Conciencia de la tierra y del océano, eso es la isla desierta, dis puesta a reiniciar el mundo. [. . . ] es dudoso que la imaginación individual pueda elevarse por sí sola a esta admirable identidad. . . 265
Islas son prototipos de mundo en el mundo. Que puedan convertirse en ello hay que atribuirlo a la acción aislante del elemento líquido, del que están rodeadas por definición. Con razón ha dicho de las islas Bernardin de Saint-Pierre que son «compendios de un pequeño continente». Es la fuerza enmarcadora la que traza un límite al ímpetu sobresaliente de la is la, como si esas superficies sin contexto fueran una especie de obras de ar te emergentes de la naturaleza, a las que ciñe el mar como fragmentos de exhibición de la naturaleza. Como microcontinentes, las islas son ejemplos de mundo, en las que se reúne una antología de unidades configuradoras de mundo: una flora propia, una fauna propia, una población humana propia, un conjunto autóctono de costumbres y recetas. La teoría del lí mite de Georg Simmel en su Sociología del espacio, 1903, confirma con un ejemplo externo la acción enmarcadora del mar:
El marco, el límite que se retrotrae en sí mismo de un cuadro, tiene para el gru po social un significado muy parecido al que tiene para una obra de arte. [. . . ]: ce rrarla frente al mundo que la rodea y encerrarla en sí misma; el marco proclama que dentro de él se encuentra un mundo sólo sumiso a sus propias normas. . . 26
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Haus-Rucker-Co, Estructura enmarcante, 1977.
Así pues, el aislamiento es lo que hace de la isla lo que es. Lo que el marco hace con respecto al cuadro, excluyéndolo del contexto de mundo, y lo que con respecto a los pueblos y grupos efectúan las fronteras ñjadas, eso mismo es lo que consigue llevar a cabo el aislador, el mar, con respec to a la isla. Si las islas son prototipos de mundo es porque están separadas lo suficiente del resto del contexto de mundo como para poder constituir un experimento sobre la presentación de una totalidad en formato redu cido. Así como la obra de arte, siguiendo a Heidegger, presenta un mun do, el mar circunscribe un mundo.
El mar como aislante hace aparecer un prototipo de mundo, cuya ca racterística mayor es el clima insular. Los climas de las islas son climas de compromiso, negociados entre las aportaciones de la masa de tierra, jun to con su biosfera peculiar, y las del mar abierto. Se puede decir, en este
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sentido, que la verdadera experiencia de la isla es de naturaleza climática y viene condicionada por la inmersión del visitante en la atmósfera insu lar. No es sólo la excepcional situación biotópica, la separación casi de in vernadero del proceso de vida en tierra fírme, la que proporciona su co lorido local a las islas, es más bien la diferencia atmosférica la que aporta lo decisivo a la definición de lo insular. Las islas constituyen enclaves climáticos dentro de las condiciones generales de aire; son, dicho con una expresión técnica, atmotopos, que se configuran siguiendo sus propias le yes bajo el efecto de su aislamiento marítimo. Si el clima isleño es un tér mino meteorológico, la expresión isla climática representa un concepto teórico-espacial y esferológico. El primero admite como un hecho dado las condiciones climáticas especiales de la isla, la segunda las introduce en una investigación genética, incitando a preguntar por las condiciones del origen y formación de las islas.
Lo que desde el punto de vista genético significan islas climáticas viene insinuado por el verbo del latín vulgar, después italiano, isolare, puesto que por su carácter verbal sugiere recabar información sobre el generador de la isla, el aislador. Según las reflexiones que hemos hecho hasta ahora, só lo el mar, en principio, entra en consideración como hacedor de islas, de lo que se sigue que hablar de hacer en relación con ese elemento ostenta un carácter alegórico insuperable. Pero resulta cuestionable si se puede continuar hasta el final con esta observación, puesto que la actividad del aislar como delimitación de un ámbito de objetos y como interrupción del continuo de la realidad es una idea general técnica, que sugiere conside rar si unidades insulares más grandes no pueden haber sido producidas también por hacedores inteligentes y no sólo generadas como mera obra de agentes a-subjetivos como el mar, la tierra y el aire. Existen mitos etioló- gicos concretos de la Antigüedad, que tratan de generaciones de islas, que demuestran que esta consideración expresa algo más que hybris técnica. Pensamos en la conocida leyenda de la lucha de los olímpicos contra los gigantes, que se habían conjurado para atacar el cielo, con el fin de ven gar a sus hermanos, los titanes desterrados al Tártaro. En la fase final de la batalla, cuando los gigantes, perseguidos por los olímpicos, se retiraban huyendo a la tierra, comenzó un lanzamiento de fragmentos de roca que produjo islas, como Ranke-Graves señala en sus sobrias acotaciones a his torias griegas de los dioses:
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Atenea lanzó una roca a Encélado. La roca aplastó al que huía. Así surgió la is la de Sicilia. Poseidón rompió con su tridente un trozo de la isla de Cos y se lo arrojó a Polibotes. Este cayó al mar, por lo que surgió la pequeña isla de Nisiro, cer cana a Sicilia, bajo la que está enterrado Polibotes267.
Resulta instructivo en esta fábula de causas que algunas islas represen ten propiamente tumbas de gigantes o tapas de sarcófagos de enemigos de los dioses. Es más impresionante aún que sean descritos como proyectiles que alcanzaron su quietud, como efectos de lanzamientos altísimos y, en consecuencia, como resultados de una praxis. Aquí ya no hay que contar sólo con el mar cuando se trata de poner nombre al aislador. También ac ciones de los dioses pueden producir islas, aunque ahora sólo como efec to colateral. Habrá que esperar hasta la época de las utopías temprano-ilus tradas para ver cómo el lanzamiento arcaico de islas se transforma en un diseño de gran maestría política y técnica. A partir de ese momento, a los ciudadanos de la época moderna se les vuelve cada vez más claro que al lla mado proyecto de la Modernidad le es inherente un ideal nesopoiético, es decir, la tendencia a trasladar la isla, he nésos en griego, del registro de lo inventado al de lo hecho. Los modernos son inteligencias que imaginan y construyen islas, que provienen, por decirlo así, de una declaración to- pológica de derechos humanos, en la que el derecho al aislamiento va uni do al derecho, igualmente originario, a la interconexión; razón por la cual el concepto Connected Isolation, formulado en torno a 1970 por el grupo de arquitectos califomiano Morphosis, expresa con laconismo insuperable el principio del mundo moderno. El proceso de la Modernidad dirige su fuer za explicitante a la relación fundamental del ser-en-el-mundo, el habitar, que ahora ha de valer como la actividad originariamente aislante del ser humano, o bien, por citar la fórmula del fenomenólogo Hermann Sch- mitz, como «cultura de los sentimientos en el espacio cercado».
Queremos describir, a continuación, las tres formas técnicas de expli cación de la formación de islas que han cristalizado por el despliegue del arte moderno del aislamiento: primero, la construcción de las islas sepa radas o absolutas, del carácter de los barcos, aviones y estaciones espaciales, en las que el mar es sustituido, como aislante, por otros medios, primero el aire, luego el espacio vacío; después, la construcción de islas climáticas, es decir, invernáculos en los que la situación atmotópica excepcional de la is la natural se sustituye por una imitación técnica del efecto invernadero; y
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Hieronymi Fabrichii de Aquapendente, Prótesis total para el cuerpo, ilustración de Opera chirurgica Patavii, 1647.
finalmente, la islas antropógenas, en las que la coexistencia de seres hu manos, equipados de herramientas, con sus semejantes y lo demás, desen cadena sobre los habitantes mismos un efecto retroactivo de incubadora. Esta última constituye una forma de insulamiento, de cuyo modelo no puede decirse que la ingeniería social consiguiera imitarlo y reconstruirlo con destreza, aunque los Estados sociales modernos -que entendemos co mo cápsulas integrales de bienestar- impulsaron ampliamente la sustitu ción de la incubadora originaria por la construcción colectiva de servicios maternales de alquiler.
La clasificación propuesta de las islas sigue el principio de Vico: que só lo entendemos lo que podemos hacer nosotros mismos. El hacer técnico
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Robot de ping-pong de la firma Sarcos. Reacciona a la actividad muscular de su contrincante.
es esencialmente un sustituir o protetizar. Quien quiere entender la isla ha de construir prótesis de islas que repitan todos los rasgos esenciales de las islas naturales mediante correspondencias-punto-a-punto en la réplica téc nica. Desde la forma sustitutiva se entiende, al fin, lo que se tiene con la forma primera. Por ello, el desarrollo de la construcción de prótesis -el núcleo del acontecimiento explicativo- es la fenomenología del espíritu auténtico. La repetición de la vida en otro lugar muestra cuánto se enten dió de la vida en su forma primera.
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A. Islas absolutas
Las islas absolutas surgen por la radicalización del principio de la crea ción de enclaves. Esto no lo pueden conseguir meros trozos de tierra en cuadrados por el mar, porque éstos sólo logran un aislamiento horizontal dejando abierta la vertical. En este sentido las islas marinas naturales sólo quedan aisladas relativa y bidimensionalmente, a lo largo y a lo ancho. Aunque poseen un clima especial, las islas naturales están envueltas en las corrientes de las masas de aire. La isla absoluta presupone el aislamiento tridimensional, y con ello el tránsito del marco a la cápsula o, por utilizar la analogía artística, del cuadro pintado sobre madera a la instalación en el espacio. Sin aislamiento vertical no existe encierro alguno.
Para ser absoluta, una isla creada técnicamente tiene que prescindir también de la premisa de la fijación a un lugar y convertirse en una isla móvil. Así pues, la relatividad insuperable de las islas naturales está doble mente condicionada: por la bidimensionalidad de su aislamiento y por la inamovilidad de su situación. Una isla absoluta, tridimensional y móvil ne cesita una revisión de la relación con el elemento del entorno. Ya no está fija en éste, sino que navega en él con relativa libertad de movimiento, na dando o volando. La divisa del capitán Nemo de Julio Verne, mobilis in mo- bili, lleva a su forma más escueta el modo de ser de la isla absoluta: una ex presión lacónica en la que, con razón, Oswald Spengler quiso ver la fórmula de vida de los individuos emprendedores de la civilización «fáus- tica». El hotel submarino, propulsado eléctricamente, Nautilus, surgido del espíritu inventivo del gran misántropo, encarna una primera proyec ción, técnicamente perfecta, de la idea de insularidad absoluta: un proto tipo de mundo de extrema clausura e introversión, con órgano propio y amplia biblioteca a bordo, un enclave climatizado capaz de sumergirse, en huida permanente de seres humanos y barcos, errante y evasivo, como si el desembarco forzoso de Robinson en el islote vacío se hubiera converti do en un exilio voluntario y la isla-prototipo atlántica se hubiera transfor mado en una caverna navegante, llena de los tesoros de la gran cultura y de la sabia amargura de un enigmático eremita del mar. El submarino, con libertad de movimiento, representa una prótesis insular completa, que ex plícita y reconstruye los rasgos fundamentales del ser insular en sus aspec tos esenciales. En la isla tridimensional no sólo se muestra el carácter de enclave de un trozo de espacio así; junto con él, se toma conciencia del
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principio de represión, por el que las islas, como magnitudes acaparado ras de espacio, se sirven de su propia masa para refrenar el elemento que hay alrededor.
No obstante, los submarinos, como prótesis insulares marítimas, siguen estando emparentados con las islas naturales, puesto que comparten con ellas el elemento habitual. El aislamiento absoluto sólo se consigue cuan do se cambia también el elemento del entorno. Este es el caso de los avio nes, sobre todo de aquellos que operan a grandes alturas, que han de pro ducir técnicamente condiciones respirables de aire en su interior, y de las estaciones espaciales, que se aventuran en el no-elemento, el vacío. En és tos ya no se lleva a cabo la conquista del espacio mediante una represión al uso, sino por la implantación de un cuerpo, que se extiende como dueño de su lugar en el espacio, sin concurrencia alguna. Tan pronto co mo se ha reemplazado el elemento que hay alrededor por el vacío, el im plante-espacio insular ha de liberarse del antagonismo de la gravedad, mantenerse completamente a sí mismo. Con ello, la extensión y la repre sión se convierten en la misma cosa. En el vacío, los cuerpos liberados de toda competencia son tan grandes como alcance su propia voluntad de ex tensión; y ésta es idéntica a su plan de construcción. La implantación en el vacío significa la prosecución del lanzamiento-isla con medios técnicos as- tronáuticos. Su principio está inscrito desde 1687, cuando Isaac Newton, en su ensayo De Mundi systemate, realizó el famoso experimento teórico de un tiro de piedra, en el que el proyectil se aceleraría tanto que ya no vol vería a caer en la tierra, sino que se estabilizaría en una órbita como un satélite natural.
Si el aislamiento, pues, ha de hacerse tridimensional y posibilitar nave gaciones libres en el elemento que hay alrededor, la enmarcación de la is la ya no ha de efectuarse por el encuentro de la tierra y el mar en un mar gen de costa. Las islas absolutas no tienen costa alguna, sino paredes externas, y, además, por todos los lados. De éstas se exige un hermetismo perfecto: quien quiera salir de ellas al entorno tiene que contar con que va inmediatamente al vacío; el baño en el universo sólo es posible con ayu da de trajes especiales, bañarse desnudo en el vacío tiene un mal pronós tico. Es decisivo para el diseño de la isla absoluta el que la excepcional situación atmotópica espontánea de las islas naturales haya de ser recons truida modélicamente en la rigurosa situación excepcional del atmotopo artificial cerrado. En las islas naturales la respiración se aprovecha de la
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configuración espontánea del clima, que se produce en el intercambio en tre el aire del mar y la biosfera insular; en el interior de las islas absolutas la respiración se vuelve incondicionalmente dependiente de sistemas téc nicos de abastecimiento de aire, a los que la investigación submarina, ae ronáutica y astronáutica lleva a estados de explicitación cada vez más ela borados. El clima de la isla absoluta sólo es posible como interior absoluto, porque islas de ese dpo navegan en un medio imposible para la vida de se res que respiran, sea bajo el agua, sea en regiones altas, pobres en oxíge no, de la atmósfera terrestre, sea en el vacío del espacio: en cualquier ca so, en entornos en los que falta un acoplamiento evolutivamente estable entre metabolismo respiratorio y medio aéreo. Lo que es elemento en tor no en la isla relativa tiene que convertirse en espacio interior en la isla ab soluta. Quien intentara respirar ahí sin un medio aéreo traído consigo, se ahogaría en un mínimo espacio de tiempo, con mayor exactitud: moriría por embolias producidas por el vacío.
Desde el punto de vista filosófico, el significado de la astronáutica no hay que buscarlo en que facilite los medios para un posible éxodo de la hu manidad al universo o en que vaya unido a la supuesta necesidad del ser humano de ampliar cada vez más los límites de lo posible. Podemos olvi dar tranquilamente el romanticismo del éxodo. Si, desde el punto de vista ontológico, la astronáutica resulta importante para una teoría técnica mente ilustrada de la conditio humana, es porque constituye un ensayo de organización de tres categorías irrenunciables para el poder-ser humano: la de la inmanencia, la de la artificialidad y la del impulso ascendente. Las estaciones espaciales tripuladas son campos demostrativos antropológicos en virtud del hecho de que el ser-en-el-mundo de los astronautas sólo es posible ya como ser-en-la-estación. La importancia ontológica de esta si tuación reside en que la estación representa un prototipo de mundo en mucha mayor medida que cualquier isla terrena, con mayor exactitud: una máquina de inmanencia en la que el existir o poder-permanecer-en-un- mundo se hace plenamente dependiente de donantes técnicos de mundo. La filosofía apropiada de a bordo sería la teoría de Heidegger del Ge-stell* en versión positiva. Una estación espacial no es un paissye y menos un pa raje, tampoco un biotopo en el sentido estricto de la palabra, porque en el interior de las estaciones sólo se encuentran, hasta ahora, como únicos
* Ge-stelk engranaje, armazón, estructura de emplazamiento. (N. del T. )
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miembros de la tripulación biológicamente activos, los cosmonautas y sus acompañantes microbianos; aunque, entretanto, para el futuro, sobre todo a bordo de la estación espacial internacional ISS, creada entre 1999-2004, que sustituyó a la Mir> se proyectan instalar pequeñas unidades biosféricas, como, por ejemplo, la Salad Machine de la NASA, un mini-invernadero, do tado de luz, capaz de producir tres veces a la semana, en una superficie de 2,8 metros cuadrados, zanahorias, pepinos y lechugas para una tripulación de cuatro miembros268. Las estaciones actuales configuran un entorno que los técnicos espaciales describen como «sistema soporte de la vida» o En- vironment Control and Life Support System (ECLSS) en relación con los com ponentes humanos de la estación269.
Desde aquí se abre luz sobre la naturaleza concebida antropocéntrica- mente al viejo estilo, que, en una ojeada retrospectiva desde la prótesis, se puede interpretar como un sistema de mantenimiento de la vida ya en contrado de antemano, poblado espontáneamente, de cuyo modo de fun cionamiento sus habitantes no pueden hacerse idea alguna físicamente apropiada mientras lo vivan «existencialmente», es decir, se muevan en él como la intuición, la entrega y la interpretación ritual y metafórica. Sólo quien abandona el sistema puede aprender a entenderlo desde el punto de vista de fuera; la visión desde fuera se produce por la renuncia a la co operación con lo acostumbrado y por la búsqueda de formas sustitutivas. Sólo se puede apreciar en sujusta medida la astronáutica si se reconoce en ella -más allá de los motivos de los actores- una disciplina clave de la an tropología experimental: es la escuela más dura del proceder destructor de ingenuidad respecto a la conditio humana, porque, por sus configura ciones sustitutivas, radicalmente excéntricas, de la coexistencia de seres humanos con sus semejantes y demás en un todo común, fuerza un rum bo inexorable en el deletreo incluso de los mínimos detalles. En tanto que pretende una reconstrucción integral, excéntrica, radicalmente explícita, de las premisas de la vida en el espacio exterior, la astronáutica, como pa trón del sentido de la realidad, es una dimensión más dura que la disci plina más dura hasta ahora del sentido de la realidad en el trato con lo ex terior: la política, cuya definición como arte de lo posible, no obstante, sigue vigente por ahora para las situaciones que se producen en el suelo. Comparada con la astronáutica, la política, incluso cuando se lleva a cabo profesionalmente en la medida habitual, sigue unida aún a un medio soño liento, vago, lleno de fallos, en el que especuladores de temas y containers
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El astronauta Mark Lee flota fuera
del transbordador espacial Discovery, aproximadamente 270 km sobre el océano.
de confusión colectiva270pueden llegar hasta los cargos más altos. El des nivel de explicitud entre la astronáutica como arte de lo posible en el va cío y la política como arte de lo posible en la superficie de la tierra es to davía muy grande por el momento; comparado con aquél, el oficio actual del político parece un /jarfy-karaoke en el que los competidores entran en escena como partidos.
La construcción de islas absolutas en el espacio es un negocio conde nado a la precisión, dado que en él no hay reposo alguno en supuestos im plícitos. Quien apuesta por la separación de la isla de toda tierra firme y
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Shannon Lucid comprueba el trigo
de crecimiento rápido en el cultivador-svet de un módulo de cristal.
de elemjentos terrestres alrededor tiene que saber que no puede presupo ner nada. En el vacío sólo tiene éxito lo que se entiende hasta en el último detalle, incluida la técnica, con cuya ayuda se sube al espacio sin aire. La astronáutica es el producto de la multiplicación de precisión y osadía. En ella se Une la levitación con el cuidado extremo. El pronóstico de Nietzs- che de que nosotros, los navegantes del futuro, no sólo hemos roto los puentes sino también la tierra detrás de nosotros271 se concretiza literal mente en los vacío-nautas del espacio.
Esto vale sobre todo, por decirlo una vez más, para el núcleo esencial del espacio-isla, el sistema de mante nimiento de la vida, que como mejor puede entenderse es como un at- motopo totalmente aislado o una cámara integral de metabolismo y aire respirabue; a él pertenecen unidades para el desempeño de tareas en el ámbito de la gestión del aire, del agua y de los desechos.
Por lo que respecta a la primera, se trata, en primer término, de siste mas para la preparación de los gases respirables, para el control de la tem peratura y de la humedad del aire, para la filtración del aire contra resi duos d< impurezas y para la ventilación. La última es importante para la seguridad de los cosmonautas, porque en condiciones de ingravidez no se
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El laboratorio espacial Columbus.
produce la convección espontánea, la circulación de la masa de aire a cau sa de las diferencias de peso entre el aire normal y el aire espirado, por lo que sólo una circulación artificial de aire puede impedir la concentración excesiva de CO» y de calor en la campana respiratoria próxima al cuerpo del cosmonauta. El cosmonauta ruso de larga duración Sergéi Krikalev, que, en seis viajes espaciales, pasó a bordo de la estación espacial Mir cer ca de 20 meses, en una conversación con el director artístico Andréi Ujica en abril de 1999, aludió a algunas peculiaridades de la vida en la estación,
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entre otras a la necesidad de proteger a los astronautas, mientras duer men, del estancamiento del aire en el ámbito corporal: «[. . . ] existe ese ventilador que se ocupa de la circulación del aire en la zona de nuestra ca ra. . . si uno solo de los ventiladores no funciona correctamente corre peli gro la vida de uno de los miembros de la tripulación»272. Sin circulación ar tificial de aire los astronautas durmientes se enterrarían ellos mismos en un sarcófago invisible, compuesto de nitrógeno y anhídrido carbónico.
Entre otros, el hecho de que dos episodios fatales de la historia de los viajes espaciales se produjeran por fallos en los sistemas de aprovisiona miento de aire, justifica que la atención de los astronautas se dirija espe cialmente a la atmósfera artificial en las cabinas a presión. En junio de
1971, tras una visita a la estación Salyut I, durante la reentrada en la atmós fera terrestre, murieron tres astronautas soviéticos a bordo de la cápsula espacial Soyuz II a causa de una válvula defectuosa, cuyo no funcionamien to provocó la evasión del aire fuera de la cápsula; los astronautas Dobro- volsky, Patsayev y Volkov, que no llevaban puestos trajes espaciales, estu vieron expuestos durante doce minutos a un vacío, a causa del cual perdieron el conocimiento antes de fallecer por embolias. La inhumación de los popularísimos muertos (precisamente con motivo de su misión, la Unión Soviética había emprendido una campaña de prensa en loa de la as tronáutica socialista e informado sobre ella en la televisión) en el muro del Kremlin se convirtió en un acto estatal; aunque no se sabe nada de un mi nuto de meditación, siquiera, sobre las condiciones atmosféricas de vida de los seres humanos. Antes, en enero de 1967, en Estados Unidos, duran te una prueba de suelo para el programa Apolo, se habían ahogado tres as tronautas en una cápsula ardiendo, cuando la atmósfera que reinaba en ella, al cien por cien de oxígeno, se prendió por una chispa eléctrica y en segundos estalló en llamas. Desde esos sucesos, a nadie que se ocupara de aerotecnia espacial le pudo quedar alguna duda de la importancia de los sistemas de provisión de aire a bordo de las estaciones.
En el diseño aerotécnico de su superficie habitable se describe a los as tronautas como consumidores de oxígeno y productores de CO> o, con mayor generalidad, como black boxes biológicos, transformadores de mate rial, atravesados por corrientes masivas. A las substancias sólidas, líquidas y gaseosas que afluyen a través de los cuerpos de los astronautas se las mue ve en lo posible, en interés de la reducción de masa, en procesos circula res, con el fin de estimular el cierre de la conexión entre la gestión de los
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Accidente en enero de 1967.
desechos y la de las entradas. En el recyclingdel aire y el agua esto se ha con seguido ampliamente, mientras que en relación con la gestión del ali mento y excrementos hay que contar, por ahora, con un gran factor de ex- ternalización. La bibliografía técnica sobre astronáutica constata que los rusos confían al cosmos el destino ulterior del excremento de los astro nautas, mientras que los estadounidenses traen consigo a la Tierra las ex crecencias de los suyos en el espacio. Hasta ahora no se ha publicado nin-
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guna interpretación de esa diferencia desde el punto de vista de la psico logía de los pueblos; probablemente en interés del futuro trabajo pacífico en común de las grandes potencias en la investigación espacial.
Está claro, por lo demás, que la atención semántica y psíquica de los as tronautas seguirá dependiendo casi al cien por cien hasta cierto tiempo, ya previsible, del abastecimiento externo, dado que la demanda de senti do de las personas de a bordo está cubierta defado exclusivamente por el input de las estaciones terrestres. Tanto desde este punto de vista como desde el comunicativo, todas las estaciones espaciales satisfacen hasta aho ra de forma muy pura el estado de cosas de la conneded isolation. Por la in terconexión de los cuerpos aislados se combinan las ventajas del cierre del sistema con las de la apertura del sistema. Esto vale tanto para el lado pro fesional de la permanencia a bordo, cuyasjornadas laborales, por regla ge neral de ocho horas, se llenaban con experimentos científicos prefijados, como para el lado «privado», en tanto que en sus momentos de recreo los austronautas escuchaban música o contemplaban películas en vídeo. En la caída de la Afir se calcinó toda una videoteca en la atmósfera terrestre. Só lo podría hablarse de autonomía o de aislamiento consumado cuando hu biera una semántica de a bordo independiente o una religión-espacio endógena. Este sería el caso si Facultades científicas propias de a bordo proyectaran programas de investigación autónomos o si estudios cinema tográficos o musicales produjeran emisiones de arte o de entretenimiento independientes de la Tierra. En caso de estancias prolongadas podrían aparecer entre los miembros de la tripulación religiones espontáneas y es cuelas metafísicas. Desde el punto de vista lingüístico, por la prolongada ingravidez de la lengua serían probables dislocaciones fonéticas que con dujeran a dialectos desconocidos, incluso, quizá, a lenguajes balbucientes con carácter propio y a una nueva lírica, recitada por lenguas flotantes que se deslizaran en ebrias consonantes. Mientras no aparezcan tales cosas, los isleños espaciales, los que ha habido hasta ahora y los futuros, siguen sien do comparables a su lejano antepasado, el imitador Robinson Crusoe, ya que, desde el punto de vista cultural, tanto ellos como él crean exclusiva mente a partir del arsenal de patrones de sentido que han traído consigo. Innecesario decir que los astronautas convencionales están muy lejos de ser la conciencia pura de su isla.
La implantación de un sistema de abastecimiento de aire en el vacío del espacio resulta antropológicamente relevante porque supone el caso
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crítico del comportamiento constructivista. Éste obliga, en la exterioridad, a pensar y operar con fiabilidad absoluta hasta en el último detalle. En las obras normales los constructores tienen a su espalda su «mundo de vida» y pueden presuponer un medio ambiente que los sustente. En la obra es pacial desaparece ese confort ontológico. Para establecer allí una posibi lidad de estancia hay que implantar un mínimo «mundo de vida» en el no-mundo-de-vida. Con ello se trastoca la relación normal entre el susten tador y lo sustentado, lo implícito y lo explícito, la vida y las formas. La construcción de islas es la inversión del habitar: ya no se trata de colocar un edificio en un medio ambiente, sino de instalar un medio ambiente en un edificio. En el caso de la arquitectura en el vacío, lo que mantiene la vi da es un implante integral en lo contrario a ella.
Esta situación puede reproducirse con la expresión inversión del me dio ambiente o del entorno. Mientras que en la situación natural el medio ambiente es lo que nos rodea y los seres humanos los rodeados, en la cons trucción de la isla absoluta se da el caso de que son los seres humanos mis mos quienes conciben y disponen el entorno en que han de vivir más tar de. Esto significa prácticamente: contornar el contorno, envolver lo envolvente, sustentar lo que sustenta. La inversión del medio ambiente cumple la seriedad técnica con la divisa hermenéutica: aprehender lo que nos aprehende. En consecuencia, los implantes de mundo de vida en el vacío no son «microcosmos», en tanto que la idea clásica de microcosmos enunciaba atécnicamente la repetición del gran mundo en el pequeño. Implicaba que una totalidad inexplorable se refleja en otra. Ahora se tra ta de recrear técnicamente un entorno explorado para ofrecerlo como morada a habitantes reales.
Sobre ese trasfondo queda claro en qué sentido puede entenderse la is la habitada como prototipo o modelo de mundo. Se puede hablar de la existencia de un mundo suficientemente completo cuando se cumplen condiciones mínimas de sustento de la vida. Life support significa exacta mente esto: satisfacer la lista de las condiciones bajo las cuales un mundo de vida humano puede ser mantenido temporalmente en condiciones de funcionamiento como isla absoluta. (Por ahora no se habla de la repro ducción a bordo, ni del desarrollo de una tradición cultural propia de as tronautas. ) Los trajes especiales para paseos espaciales son una versión re ducida de tales sistemas posibilitadores de vida. Sergéi Krikalev hizo notar que se asemejan a pequeñas naves espaciales273, con la diferencia de que el
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sistema de sustento de la vida en el traje sólo está previsto para algunas ho ras. Con la nave espacial grande comparte la propiedad de no poseer au tonomía biotópica. (La crónica de la Mir constata que en quince años de funcionamiento se realizaron 78 salidas de astronautas, con una duración total de 359 horas. )
Por la transformación del «mundo de la vida» en el sistema de sustento de la vida se hace visible lo que significa explicación, aplicada al trasfondo ecológico. Como, por lo demás, sólo lo demanda el terror -que nos acom pañará,junto con la astronáutica, durante el siglo XXI-, el vacío exige el de letreo exacto del alfabeto en el que estaba redactado lo implícito. En este sentido, la astronáutica equivale a una alfabetización ontológica, por la cual se pueden y deben escribir formal y expresamente los elementos del ser-en- el-mundo. El ser-en-el-mundo a bordo se concibe de modo nuevo como es tancia en una prótesis de mundo de vida, con lo que la misma protetizabi- lidad del «mundo de la vida» representa la auténtica aventura de la astronáutica, o bien, la de la construcción de estaciones. En analogía con el gran proyecto biotópico-ecológico Biosfera 2, que desde 1991 se lleva a cabo, con éxito cambiante, en el desierto de Arizona274, se podría resumir la si tuación humana en la nave espacial con la expresión Ser-en-el-mundo 2.
La isla absoluta ofrece una organización ontológica experimental en la que el hominismo queda archivado: es decir, la prescindencia humano- maníaca del hecho, por lo demás evidente, de que la coexistencia de seres humanos con sus semejantes tiene lugar en un local efectivo y que los se res humanos nunca vienen desnudos y solos, sino que siempre llevan con sigo una escolta de cosas y signos, por no hablar por el momento de sus parásitos constitutivos, los biológicos (microbios) y los psicosemánticos (convicciones). Considerada desde el punto de vista filosófico, la as tronáutica es, con mucho, la empresa más importante de la Modernidad, porque, como un experimento universalmente relevante sobre la inma nencia, manifiesta lo que significa la coexistencia de alguien con alguien y algo en un espacio común.
Antes de que este experimento no se haya retraducido al pensar cerca no a la tierra, no puede llegarse a una solución razonable del problema fundamental que la metafísica clásica legó a los modernos: la emancipa ción del algo. En principio, es una mera cuestión terminológica si al algo depauperado se le llama materia o elemento o cosas o entorno. La toma
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de partido por el algo sólo puede resultar inteligente cuando se aventura a participar en la construcción de islas absolutas. A partir de islas de ese ti po puede observarse cómo funciona la cohabitación de sistemas de cosas con seres humanos. Por la explicación avanzada, las máquinas y los siste mas, que sustentan el ser-en-el-mundo 2, se desarrollan con tanta solemni dad que habrían de ser introducidos en una constitución de la estación es pacial, en caso de que la hubiera. La unidad-Life-Support, los sistemas de comunicación, las instalaciones de navegación, los soportes de abasteci miento de energía y los laboratorios: a todos ellos habría que tratarlos co mo órganos constitucionales y, análogamente a los derechos humanos, habría que colocarlos bajo protección especial del derecho espacial me diante una declaración de los derechos de las cosas y de los sistemas. En la vieja Tierra soñolienta, que sigue adormecida por obviedades devenidas falsas, la mayoría de las constituciones están formuladas de tal modo que en ellas no consta dónde quedan las naciones en las que están vigentes. El lugar de vigencia de las constituciones no es objeto de las constituciones: el pensar pre-ecotécnico lo presupone como un recurso, que puede seguir sin mencionarse, porque parece suficientemente explícito para intuicio nes capaces, no necesitado por ahora de comentario alguno. Vista así, la política tradicional pertenece a la época del sueño hermenéutico, en un tiempo que estuvo imbuido por un autoconsciente poder-remitirse-a-pre- supuestos-inexplicables. Las constituciones convencionales extemalizan la nación en la que establecen un orden; ignoran a los cohabitantes no-hu- manos de la nación que son necesarios para los humanos; no tienen ojos para las condiciones atmosféricas, en las que y bajo las que se lleva a cabo la coexistencia de los ciudadanos y sus equipos. En los modelos de mundo del tipo de las islas absolutas, tales ingenuidades ya no son admisibles. En relación con las islas en el vacío se plantea la pregunta de cuánto tiempo pasará hasta que las experiencias conseguidas con su construcción sean re- trotransferidas a la organización de la coexistencia en las tierras firmes te rrenas, que se siguen presuponiendo como los containers naturales de la vi da. El saber sobre la coexistencia bajo condiciones exteriores en posición orbital parece estar todavía muy lejos de los mundos de vida tradicionales. Su reentrada en la atmósfera terrestre ya no se hará esperar mucho.
Citaremos a dos de los pensadores adelantados de las estaciones te rrestres, en cuyo trabajo ya se aplica a la Tierra en su totalidad o a entor-
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R. Buckminster Fuller, Tetra City, proyecto para una ciudad flotante.
nos locales concretos el principio del aislamiento absoluto con metáforas maduras v en parte, incluso, con modelos implantables técnicamente. En primer termino hay que nombrar a R. Buckminster Fuller, quien, con su Operating Manualfor Spatrshif) Earth, de 19(>9, presentó los contornos teóri- t o-sisu mu os para un management global de la Tierra, basándose en la idea de que el planeta Tierra no es mucho más que una «cápsula, dentro de la que hemos de sobrevivir como seres humanos»*75. La teoría del conoci miento de Fuller desemboca en una ética de la cooperación universal, in cluida en una metafísica del despertar colectivo. Esta, a su vez, se basa en una interpretación de la situación fundamental humana, partiendo de un «hecho i xi i(‘lindamente importante, que se refiere a la nave espac ial Tie rra: esto es. que no se suministraron con ella instrucciones de USO»*76. « [ . . . ] por ello k* correspondió al ser humano mucha ignorancia durante largo tiempo. . . La característica del presente es el rápido descenso de* la tole rancia ignorante con que se ha tratado a las cosas, un descenso producido por el creciente* alcance de las consecuencias derivadas de la gran tecno logía y ciencia aplicada. El feedback de las técnicas provoca a la inteligencia humana a cualificarse para las tareas de ingeniero de a bordo de la nave espacial Tierra.
Tras Buckminster Fuller hay que aludir aquí al artista objetual danés
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Olafur Eliasson, Your Windless Arrangemenly 1997.
Olafur Eliasson, cuyas múltiples y diversas instalaciones y montajes ofrecen la interpretación más lúcida que puede encontrarse en el arte contem poráneo del concepto de inversión del medio ambiente o del entorno* Eliasson se ha mostrado <orno uno de los mejores artistas de a bordo en la isla absoluta en construcción, sobre todo por la exposición Surroundings Surroundedy que, junto con Peter Weibel, realizó en 2001 en el Zentrum fur
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Olafur Eliasson, The Weather Projeel, Londres 2003. Foto: Jens Ziche.
Kunst uiid Medientechnologie (/KM) de Kaiisruhe Kn el título de la ex posición aparece inequívocamente el giro constructivista: los entornos na turales <jue muestra el artista son ya, efectivamente, contornos contorna dos, es decir, fenómenos naturales interpretados y repetidos por la ciencia y la técnica. No se enfrenta uno a totalidades eco-románticamente estiliza das, sino a implantes de naturalezas en la sala de exposición o en el labo ratorio; vemos imitaciones, prótesis, experimentos, arrangements, por cuya presentación siempre se ponen de relevancia dos cosas al mismo tiempo: la estrile tura natural o efecto natural y la óptica científico-técnica por la que éstos entran en nuestra interpretación. Por lo demás, los «surroun- dings suiTounded que muestra Eliasson, como la catarata artificial, sono rizada con estruendo, famosa mientras tanto, la Pared de musgo de 1994, la Habitación! para un colorale 199S, la Habitación para todos los colores de 1999 o
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los Territorios de hielo muy grandes de 1998, no sólo son presentados, coloca dos y «rodeados» por la mirada científico-técnico-artística, también se apro vechan del efecto enmarcante de la situación museística. Aquí la naturale za se comporta frente al museo como el mundo de la vida frente al vacío.
El museo, efectivamente, se puede describir como aislador general de objetos: sea lo que sea lo que se vea o se experimente en él, aparece como un artefacto aislado, cuya presencia busca sintonía con una forma espe cializada de atención estética. Se entiende, por fin, por qué la fenomeno logía del espíritu, el museo y la explicación avanzada van unidos. Saber sig nifica ahora poder-explicitar; explicitar significa poder-exponer. A los trabajos con mayor información y humor de Eliasson pertenece la instala ción de viento Your Windless Arrangement, de 1997, propiedad del museo de arte de Malmoe, en la que dieciséis ventiladores coordinados, que cuelgan del techo, muestran cómo tampoco el viento puede estar seguro ya de no convertirse en objeto de exposición.
B. Islas atmosféricas
La explicación del principio de aislamiento fue impulsada al máximo por experiencias con la construcción de islas absolutas. No obstante, las islas artificiales de carácter relativo son igualmente esclarecedoras para la investigación de mundos modélicos, ya que agudizan la mirada a las varia bles atmosféricas de medios aislados. Se puede hablar de una isla relativa mente artificial cuando su posición se elige no en el vacío cósmico, sino sobre la superficie de la tierra o del mar. En el caso de islas artificiales flo tantes, el agua del mar circundante se desplaza por un implante de masa: un procedimiento que puede observarse con ocasión de la botadura de un buque; también las plataformas de sondeo y demás construcciones apoya das en pontones en mar abierto cumplen las características de la isla flo tante. La capacidad de represión o desplazamiento de agua la producen paredes más o menos impermeables a bordo, que separan el mundo inte rior-isla del elemento que hay en torno. Dado que estructuras idealmente impermeables no son factibles empíricamente, hay que prever en las islas flotantes instalaciones de gestión de las vías de agua, tales como bombas de barco o dispositivos de relleno para cámaras de aire bajo el agua.
A diferencia de las islas flotantes, en el caso de las que se asientan en
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tierra el desplazamiento se refiere al elemento aéreo (en medida marginal también al root médium, es decir, a la flora y fauna del terreno sobre el que se ha construido). Delimitan un enclave del aire de alrededor, aislándolo en él, y estabilizan una diferencia atmosférica permanente entre el espa cio interior y el espacio exterior. Se podría hacer valer esta formulación como definición provisional y vaga de la casa, en tanto que es lícito partir del hecho de que las casas, junto a sus funciones como espacio de cobijo, espacio de trabajo, espacio de dormir y espacio de reunión, también tie nen siempre una función implícita como reguladoras del clima, sobre to do en el caso de las casas de piedra, que deparan frescor en verano y calor en invierno. La asociación entre las ideas de casa y de isla la apoya la his toria de las palabras: desde el siglo II d. C. , la ínsula latina designaba, a la vez, junto a su significado fundamental, la casa de vecindad, de varios pi sos y aislada, que la mayoría de las veces habitaban los más pobres. Para ilustrar la mecánica indiferenciadora del funcionamiento tardío de la gran ciudad, Spengler cita un pasaje de Diodoro que se refiere a «un rey egip cio destronado que tuvo que instalarse en Roma en una lamentable casa de vecindad en un piso alto»279. En nuestro contexto habría que decir que ese Robinson egipcio había sido arrojado por turbulencias imperiales a la playa de una isla abarrotada.
La casa-atrio romana poseía señaladas características de aislador de cli ma: por una parte, por el efecto respiratorio y contenedor de calor de las paredes de ladrillo (cuya anchura, de 44,5 centímetros, la fijaba la norma tiva legal para ladrillos secados al aire); por otra, por la situación protegi da y la función ventiladora de los patios interiores, cubiertos de verde (atria), y los patios de columnas, en los que había estanques (compluvia) que recogían el agua de lluvia de los tejados (impluvia). En las casas de los acaudalados se podían encontrar, desde el siglo I a. C. , calefacciones de suelo, que a través de canales cerámicos conducían por los suelos, y a ve ces también por las paredes, el aire caliente producido por un horno ins talado en la cocina (calefacción de hipocaustos).
Islas atmosféricas terrestres, sin embargo, en el estricto sentido de la palabra, sólo las hay desde el siglo XIX, cuando la construcción con hierro fundido y cristal hizo que apareciera un tipo de casa completamente nue vo: el invernadero de cristal. Invernaderos de este cariz no son un tipo de construcción cualquiera del siglo XIX. Constituyen la innovación arquitectó nica más importante desde la Antigüedad, porque con ellos la edificación
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de casas se convierte en una explícita construcción climática. Se podría re conocer en ellos un preludio pacífico a los aerimotos desencadenados por la guerra de gas, de los que hemos tratado pormenorizadamente en nues tras consideraciones sobre los fundamentos atmopolíticos del siglo XX280. Cuando se construyen casas de cristal, el edificio se levanta pensando en el clima interior que ha de reinar en él: la construcción visible sirve, en pri mer término, más allá de sus valores estéticos propios, como envoltura de un aire reformado, que se prepara, a su vez, como medio para habitantes de un tipo especial. Invernaderos son arquitecturas-temas, en las que se tematizan hechos atmotópicos, por regla general climas especiales para plantas exóticas.
El comienzo de la era del cristal en la arquitectura significa lo mismo que los inicios de la era atmosférica en la ontología especial. Así como en tomo a 1900 Georg Simmel preguntaba, en expresiones kantianas, por las condiciones formales y cognitivas de la posibilidad de la convivencia de se res humanos (esto se calificaría hoy de pregunta «posnacional»), así tam bién, desde el temprano siglo XIX, los arquitectos de invernaderos busca ban las condiciones prácticas de posibilidad de aclimatación de plantas tropicales a medios centroeuropeos. Descubrieron la respuesta en forma de edificios de cristal atemperados, que se ofrecían, en cierto modo, como hogares para solicitantes vegetales de asilo. Naturalmente, las plantas más dependientes del calor no habían venido a Europa por propia voluntad como buscadores de asilo, se presentaban como invitados involuntarios, como compañeros vegetativos, por decirlo así, de los homeboys indios y de los muchachos moros, con turbante, del idilio colonial, por los que se ha cían servir el té las damas en el rico Noroeste.
No obstante, el significado de la arquitectura de cristal sobrepasa con mucho su conexión inicial con la botánica imperial. Sobre todo, el fenó meno de las casas-de-calor acristaladas no se deja remitir a los jardines de invierno de placer, principescos y gran-burgueses, que, con sus templos de flores y conservatorios de pifias y ananás, sus invernaderos de naranjas y pomelos, se retrotraen hasta el siglo XVII y XVIII. Tampoco el interés de los señores por frutas independientes de la estación proporciona una razón suficiente para el amor excesivo de los europeos a la cultura de los inver naderos, por mucho que el director del jardín de la cocina de Luis XIV, De la Quintinye, fuera capaz de servir al monarca espárragos en diciem bre, lechuga en enero e incluso higos enjunio.
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Superestructura para cubrir un olmo en el Palacio de cristal londinense, 1851.
En sus invernaderos los europeos comenzaron una serie de experi mentos con éxito sobre las implicaciones botánicas, climáticas y culturales de la globalización. Cuando en el siglo XIX se llamó a los súbditos del King- dom ofplants tropical a los invernáculos de Gran Bretaña, estaba enjuego, por parte de los anfitriones, al menos un acercamiento en asuntos at mosféricos. Desde el punto de vista climático se respetaron las leyes de la hospitalidad. ¿No se puede afirmar que la sociedad multicultural fue ensa yada en los invernaderos? Cuando los botánicos coloniales reunían espontáneamente en sus biotopos cubiertos de vidrio plantas de la más le
jana procedencia, sí sabían lo que se debe a los visitantes procedentes de los trópicos, sobre todo cuando se trataba de las especies reinas del mundo vegetal, las orquídeas y palmeras, para cuyo alojamiento eran, a su vez, su ficientemente buenas las regias construcciones bajo edificios de cristal, las casas de palmeras y las casas de orquídeas. Se entiende que también para el resto de la alta nobleza vegetal, como las camelias, se construyeron ca sas propias281.
Con respecto a estos invitados dominaba un clima xenófilo incluso en Alemania: cuando el 29 de junio de 1851 floreció por primera vez en Ale mania, en la casa de palmeras de Herrenhausen, cerca de Hannover, una palmera de la variedad Victoria regia», de rápido crecimiento, pudo hacerse del acontecimiento una comunicación de prensa. Las ideas de la isla arti ficial climatizada se vinculaban con las de la urbanística utópica y el orien talismo, como, por ejemplo, durante la construcción de la Wilhelma, cerca de Stuttgart, comenzada en 1842, acabada en 1853: un castillo de cuento, de cristal y hierro fundido, de estilo moro, en cuyo complejo se unen múl tiples motivos de interior, que juntos producen un efecto suntuoso de ais lamiento: aquí, la fuerza ensimismadora del paisaje invernadero forma una simbiosis exclusiva con la fascinación de la isla de placer principesca y con la del jardín paradisíaco.
No es de extrañar que los arquitectos de casas de cristal ya cayeran pronto en la tentación de experimentar los potenciales constructivos de la nueva técnica de fundición del hierro en el sentido del monumentalismo: ante todos, el arquitecto inglés de invernaderos Joseph Paxton, cuyo Pala cio de cristal en el Hyde Park de Londres, edificado en un corto plazo de ejecución, desde el 30dejulio de 1850hasta el 1de mayo de 1851, con una longitud de 563 metros, una anchura de 124 metros y una altura en la na ve central de 33 metros, representaba con mucho el mayor espacio edifi
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cado del mundo. Los propietarios ya indicaron que cabrían cuatro basíli cas como la de San Pedro de Roma en el área de esa gigantesca casa de cristal, y siete catedrales como la de San Pablo de Londres. Es verdad que el Palacio de cristal no se pensó primero como invernadero, sino como una galería de tipo especial, ya que una construcción de zócalo fijo había de al bergar a los 17. 000 expositores de la Exposición Universal de Londres de 1851, junto con sus 6 millones de visitantes: sólo en consideración a algu nos viejos y altos olmos, cuya conservación había sido un requisito para la licencia de construcción en el popular parque, le cupo en suerte también al palacio de la exposición universal una cierta característica de jardín de invierno en su nave alta.
Esta característica llegó a ser la más importante cuando el Palacio de cris tal se desmontó al final de la Exposición Universal y fue instalado de nue vo en 1853-1854, en Sydenham, en proporciones mejoradas: esta vez como parque-popular-indoor, botánico y ornitológico, o, como explicaba en un prospecto la Crystal Palace Compagnie, creada para administrarlo, como «templo universal» para la «educación de las grandes masas del pueblo y el ennoblecimiento del disfrute de sus momentos de esparcimiento»"2. Ese parque popular era accesible técnicamente a la visita de las masas por el ferrocarril de Brighton; en el año 1936 un gran incendio destruyó ese edificio, apreciado sobremanera, pero no indiscutido, del que también crí ticos admitían que su edificación significaba un punto de inflexión en la historia de la arquitectura. Los relatos de visitantes tempranos dan fe de que de la experiencia espacial en su interior provenía un efecto, que en los años sesenta del siglo XX se habría definido como psicodélico: «Ese es pacio gigantesco tenía algo liberador. Uno se sentía en él cobijado y, sin embargo, libre. Se perdía la conciencia de la pesantez, de la propia suje ción al cuerpo»28*. La ventilación y aireación se conseguían por un sistema de miles de válvulas de aire en las paredes laterales, así como en los teja dos. Para evitar el sobrecalentamiento veraniego Paxton colocó lienzos hú medos en el tejado interior; durante las demás estaciones del año una ins talación de calefacción de agua caliente, que dependía de una central con 27 calderas de vapor, se ocupaba de mantener las temperaturas deseadas. De los escritos de propaganda de Paxton se deduce qué claro tenía ante la vista el motivo de «contorno contornado», aunque aún faltara el concepto.
Que ya se trataba para Paxton de simulaciones de clima y del intento de introducir en el pabellón lejanos modelos de naturaleza, sobre todo los
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paisajes mediterráneos añorados por los ingleses, lo descubre su proyecto, presentado en 1855 y nunca realizado, para el Great Victorian Way, que pre veía una galería de cristal de seis kilómetros a través de Londres. El pro yecto habría cercado todo el centro de la metrópolis británica con un an cho anillo-boulevard acristalado, mientras se dispondrían superficies mayores en el interior del anillo como paisajes abiertos artificiales, cosa que, sin duda, sólo hubiera podido hacerse a costa de tristes barrios de blo ques de pisos, al modo como sucedió con las aperturas que llevó a cabo Hausmann en París. Es de lamentar la no realización del proyecto bajo muchos puntos de vista, entre otros, porque si se hubiera puesto en prác tica habría facilitado mucho la tarea de Walter Benjamin de reconocer a Londres, incluso antes que a París, como la capital del siglo XIX; así como que, también, los pasajes proporcionan menos que los invernaderos la lla ve al principio «interior»284, del que Benjamin subrayó con razón que la Modernidad sólo puede comprenderse a su luz.
Con sus esfuerzos por mantener el registro climático de inmigrantes ve getales procedentes de latitudes australes, los biólogos, arquitectos, fabri cantes de vidrio y amantes de las orquídeas del siglo XIX no sólo se inter naron cada vez más explícitamente en la praxis de las islas climáticas artificiales (cuya idea técnica fundamental ya era conocida en la Antigüe dad, como demuestra una instalación de jardín de invierno encontrada en Pompeya). Dieron a luz toda una tecnología de cultivo, más aún: un prin cipio de conformación de espacio y de control atmosférico del espacio, cu yo despliegue se extiende a lo largo de todo el siglo XX, para convertirse desde comienzos del XXI en una pregunta global por la forma de vida. Des de las conferencias sobre el clima universal de Río de Janeiro y Tokio, el principio del atmo-management se reconoce como un poliíicum de alto ran go, por muy difícil que se presente la toma de medidas técnico-climáticas ilustradas contra las resistencias de los derechos tradicionales a la ignoran-
ce, en el sentido de Buckminster Fuller (pues precisamente las grandes po tencias políticas son las que se aferran -por ahora- a las costumbres habi tuales en la utilización imperial del espacio, de los recursos y del clima).
El significado histórico-técnico y eo ipso histórico-cultural de los edifi cios de cristal estriba en que con ellos se puso en marcha la familiarización del efecto invernadero. Bien conocido como fenómeno empírico, desde hacía mucho, por los ingenieros de jardinería y administradores de jardi nes de invierno, su descripción teórica y generalización pragmática co
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menzó en torno al cambio del siglo XVIII al XIX, en un escrito de solicitud de patente del año 1803 del arquitecto inglés James Anderson, que quería aprovechar el principio de la trampa de calor para la construcción de un invernadero de dos pisos. Según el plan de Anderson, durante el día las superficies acristaladas del piso superior retendrían el calor del sol en el aire del invernadero, que durante la noche se pasaría al piso de abajo, más fresco, mediante un sistema de aireación inventado por él: un ingenioso sistema de dos cámaras con amplias implicaciones políticas. Desde enton ces el lugar al sol habría de convertirse en una cuestión de redistribución del confort.
Poco después, Thomas Knight (1811) y George Mackenzie (1815) for mularon los fundamentos teóricos de las formas hemisféricas de la arqui tectura de cristal, demostrando que la irradiación solar podía aprovechar se óptimamente para el calentamiento de la atmósfera del espacio interior mediante superficies curvas de cristal. El constructor de invernaderos e in geniero de jardinería John Claudius Loudon ya hizo uso de ello en 1818, en sus Sketches for Curvilinear Hothouses, creando, además, en 1827, con su casa de palmeras de Bretton Hall, en Yorkshire, uno de los primeros ejem plos de una arquitectura de invernadero, con hierro fundido y cristal abombado, termodinámicamente calculada. En ese «espacio claro total» se encontraba, junto con las condiciones favorables de luz, una forma de aprovechamiento de la energía solar muy avanzada para el grado de lati tud inglés y para la técnica del cristal de aquel momento. Por él recibió un fuerte impulso la construcción de cúpulas (la disciplina reina de la arqui tectura desde los días del Panteón romano). Los nuevos materiales no só lo permitían mayores amplitudes de luz, también creaban nuevas relacio nes entre la forma de la cúpula y el interior cubierto por ella. Los estímulos de Loudon en el campo de la construcción hemisférica pueden seguirse hasta el GranJardín de Invierno de Laeken, cerca de Bruselas, ter minado en 1876.
En el siglo XX volvieron a moverse las cosas en este ámbito por la in troducción de materiales sustitutivos del cristal. Las nuevas y baratas cu biertas de polietileno y PVC, permeables a la luz, desencadenaron desde los tardíos años cincuenta un giro hacia el cultivo intensivo de plantas en invernaderos. Su centro más significativo mundial se encuentra en China, que concentra tres cuartos de todas las superficies de invernadero de la Tierra, 600. 000 de 800. 000 hectáreas en total (según estadísticas de 1994),
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Invernadero en el parque del palacio Laeken, cerca de Bruselas, durante la construcción, 1875.
casi exclusivamente en forma de simples túneles bajos de plástico, la ma yoría de ellos cerca de las grandes ciudades, que sirven para la producción intensiva de verduras. También Japón, por los mismos motivos y con los mismos medios, se ha convertido en poco tiempo en una gran potencia en invernaderos de plástico, incluso por delante de Italia y España285. Además de esto, en Estados Unidos, donde se probaron numerosos tipos nuevos de invernaderos, aparecieron por primera vez construcciones neumáticas, en menor escala y sin soporte, de cúpulas de poliéster reforzadas con rejilla de nylon, que se sostenían por una leve sobrepresión atmosférica: una téc nica que durante un tiempo desempeñó también un papel importante en la construcción de estadios deportivos. Junto a las innovaciones, la mayoría de las veces primitivistas, de la construcción de plástico, las culturas tradi cionales de invernadero, que, como en los Países Bajos, se basan casi ex clusivamente en el cristal, aparecen como nobles antigüedades de la vieja Europa. Pero, se trate de vulgares tubos de plástico o de elegantes edificios de cristal, el principio de realidad siempre va incluido en todas las naves; las plantas son capital verde que explota la fuerza de crecimiento, apoya da por doping térmico y químico. A causa de sus objetivos unilaterales eco-
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Vista de la estructura del tejado.
nómicos y de su instalación de monocultivo, la mayoría de los cultivos de invernadero de ese tipo resultan monosilábicos, con respecto a la dinámi ca de su población, y biosféricamente infracomplejos.
Esto sólo cambia cuando, por el desarrollo de las modernas ciencias de la vida y de la investigación ecosistémica básica, pudo surgir interés por concentrar conjuntos biosféricos complejos en islamientos experimenta les. El paradigma más conocido para empresas de ese tipo lo proporciona el gran proyecto Biosfera 2, que fue puesto en funcionamiento en septiem bre de 1991 en Oracle, cerca de Tucson, en el Estado de Arizona, tras am plios preparativos, aunque conceptualmente confusos, y cuatro años de construcción (1987-1991). Si hubiera que caracterizar en una palabra lo propio de Biosfera 2, habría que llamarla un homenaje a la artificialidad: un delirio-cápsula, que va más allá de las normales construcciones-inver naderos en muchos aspectos. En este caso, el edificio de cristal es más que una isla climática; sirve como ejercicio previo terrestre para la edificación del invernadero absoluto en el espacio. Uno se convence de ello al darse cuenta de que el experimento de Oracle no se contenta con recrear mun dos vegetales en espacios cerrados; de lo que se trata, más bien, es de ra-
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Biosfera 2.
dicalizar tanto el principio de la colección como el del aislamiento de mo do inusual, quizá absurdo. Por su situación en una de las zonas más cáli das de la Tierra, el invernáculo paradójico no está orientado, como sus compañeros en latitudes medias, al efecto de trampa de calor, que, de or dinario, se utiliza para la estimulación del crecimiento y como ayuda para la eliminación del invierno; aquí, con una inversión gigantesca de co rriente eléctrica, hay que poner en funcionamiento sistemas de refrigera ción para evitar el sobrecalentamiento de la instalación. La corriente eléc trica necesaria se saca de una cercana central de agua embalsada; ello causa gastos anuales de 1,5 millones de dólares. Se dispone adicionalmen te de un agregado de emergencia, que en caso de fallos de abastecimien to ayuda a impedir que el interior de la gran cápsula se convierta en me nos de una hora en un infierno inhabitable tanto para plantas como para seres humanos.
Biosfera 2 es un experimento de aislamiento e inclusión de un pronun ciado carácter de obra de arte, con un fuerte complemento de ideología- éxodo y metafísica-gea -como correspondía a las ideas del sponsor; el mul timillonario tejano del petróleo Ed Brass-, pero empeñado, a la vez, en objetivos científicos y tecnológicos. Por su diseño arquitectónico, la Biosfe ra 2 constituye un compromiso entre funcionalismo e historicismo, el últi-
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mo de los cuales se manifiesta especialmente en las dos pirámides escalo nadas mayas, acristaladas, que flanquean el conjunto. Los comienzos de la empresa remiten al ambiente de la filosofía New Age, típico de la costa Oeste, y de la Nasa, en el que hasta los años ochenta del siglo XX funcio naron planes agresivos para la colonización de la Luna y del planeta Mar te, por lo que no es de extrañar que en la fase de inicio de Biosfera 2 la ad ministración americana de astronáutica perteneciera a sus promotores.
En el complejo-invernadero, que ocupa una extensión de 1,6 hectáreas, se hace justicia al motivo de aislamiento intensivo mediante un gran des pliegue de tecnología de hermetización; comenzando por un doble acris- talamiento en toda la extensión y una múltiple obturación con silicona de las ventanas, sobre puertas aseguradas con esclusas de aire; a ello se añade un sistema alambicado de control de posibles grietas en la circulación del agua y del aire. Lo que diferencia fundamentalmente la gestión del her metismo de Biosfera 2 de la de otros invernaderos es el control total del root médium, es decir, del suelo, que en otras partes sólo se rotura, se adecenta y, en caso dado, enriquece, mientras que aquí va incluido en la propia construcción hermética.
