no se ha eliminado
totalmente
de la vida la idea de un absurdo quid pro qua.
Adorno-Theodor-Minima-Moralia
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Minima moralia
Theodor W. Adorno
mmTAURUS
? ? MINIMA MORALIA
ENSAYISTAS - 274
? ? ? THEODOR W. ADORNO
MINIMA
MORALlA Reflexiones desde la vida dan? ada
Versio? n castellana
de
JOAQUI? N CHAMORRO MIELKE
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Tondaglllla,so. 2H04~ C\ladrid TddOllo(\11)7,14soso Tdd"x (91)7119221 www. t. nu-us. sant illana. e
? Aguilar, Altea. Taurus, Alfaguara, S. A.
Ik a/ k y, :\! {(iO. 14. ~7 Buenos Aire'
? Afi? llilar, All"",Tall,m, Alb gll",a,S. A,de C. V. Avda. Ulliver,id"d, 767,Col. <IdValle,
Me? xico, D,F. c. 1'. O:\1(JO
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Segunda edicio? n: mayo de 1999 Terceraedicio? n:juniode 2001
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Der, Legal: t'>1-27,057-2001
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() m? ? I'lLli n 0 " 0, ' ;11 d 1'<TlllI? 'O 1""- ";0 1"'" ",nilo,kla~dilOljal.
PARA MAX, congratitud yen cumplimiento de mi promesa.
? ? ? ADVERTENCIA DEL TRADUCTOR
DEDICATORIA
Ante el frecuente uso que hace el autor de los pares de te? rminos diale? cticamente opuestos Wabrheit-Unwahrheit y Wesen? Unwesen, de clara inspiracio? n hegeliana, he optado, con el fin de no crear interferencias en el estilo de la obra, por traducir, salvo escasas excepciones, Wahrheit por verdad y Unwahrheit por fal- sedad, asi? como Wesen por esencia y Unwesen por deformidad. Por otra parte, la expresio? n recurrente richtiges Lebcn he encon- trado oportuno traducirla por vida recta o adecuada cuando en su uso predomina la referencia a la existencia individual autocons- ciente, y por vida justa cuando su significacio? n atiende sobre todo a las relaciones i? nterbumanas determinadas por el proceso de la produccio? n.
La ciencia melanco? lica * de 1:1 que ofrezco a mi amigo algunos fragmentos, se refiere a un a? mbito que desde tiempos inmemoria- les se considero? el propio de la filosofi? a, pero que desde la trans- formacio? n de e? sta en me? todo cayo? en la irreverencia intelectual, en la arbitrariedad sentenciosa y, al final, en el olvido: la doctrina de la vida recta. Lo que en un tiempo fue para los filo? sofos la vida, se ha convertido en la esfera de lo privado, y aun despue? s simplemente del consumo, que como ape? ndice del proceso mate- rial de la produccio? n se desliza con e? ste sin autonomi? a y sin sus- tancia propia. Quien quiera conocer la verdad sobre la vida inme- diata tendra? que estudiar su forma alienada, los poderes objetivos que determinan 111 existenci? e individual hasta en sus zonas ma? s ocultas. Quien habla con inmediatez de lo inmediato apenas se comporta de manera diferente a la de aquellos escritores de no- velas que adornan a sus marionetas con imitaciones de las pasio- nes de otros tiempos cual alhajas baratas y hacen actuar a perso- najes que no son nada ma? s que piezas de la maquinaria como si au? n pudieran obrar como sujetos y como si algo dependiera de sus acciones. La visio? n de la vida ha devenido en la ideologi? a que crea lailusio? n de que ya no hay vida.
Pero una relaci o? n entre la vida y la produccio? n que reduce Irealmente aque? lla a un feno? meno efi? mero de e? sta es completa- \ mente anormal. El medio y el fin invierten sus papeles. Todavi? a
" Traurigc Wissemchaft, en contraposicio? n a la irdhliche Wissl'lI. Ichaf! (gaya scienza) nietzscheana. [N. del T. ]
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? ? no se ha eliminado totalmente de la vida la idea de un absurdo quid pro qua. La esencia reducida y degradada se resiste tenaz- mente a su encantamiento de fachada. El cambio de las mismas relaciones de produccio? n depende en gran medida de lo que su- cede en la <<esfera del consumo>>J en la mera forma refleja de la producci6n y en la caricatura de la verdadera vida: en la vida
consciente e inconsciente de los individuos. So? lo en virtud de su oposicio? n a la produccio? n, en tanto que no del todo asimilada por el orden, pueden los hombres dar lugar a una produccio? n ma? s dig- namente humana. Si se eliminara completamente la apariencia de la vida, que la propia esfera del consumo con tan malos argumen- tos defiende, triunfari? a la deformidad (Unwesen) de la produc- cio? n absoluta.
LLSin embargo, hay mucho de falsedad en las consideraciones que parten del sujeto acerca de co? mo la vida se torno? apariencia. Porque en la fase actual de la evolucio? n hisro? rica, cuya avasalla- dora objetividad consiste u? nicamente en la disolucio? n del sujeto sin que de e? sta haya nacido otro nuevo, la experiencia individual se sustenta necesariamente en el viejo sujeto, histo? ricamente senten- ciado, que au? n es para si? , pero ya no en si? . Este cree todavi? a esrar seguro de su autonomi? a, pero la nulidad que les demostro? a los sujetos el ca~~o de concentracio? n define ya la forma de la subjetividad mismaj)--a visio? n subjetiva, aun cri? ticamente aguzada respecto a si? misma, tiene algo de sentimental y anacro? nico: algo de lamento por el CutSO de! mundo. Que habri? a que rechazar no por lo que en e? ste haya de bondad, sino porque el sujeto que se
lamenta amenaza con anquilosarse en su modo de ser, cumpliendo asi? de nuevo la ley que rige e! curso del mundo. La fidelidad a la propia situacio? n de la conciencia y la experiencia se encuentra a un paso de convertirse en infidelidad cada vez que se opone a la perspectiva que trasciende el individuo y llama a tal sustancia por su nombre.
Asi? argumento? Hegel --en cuyo me? todo se ha ejercitado e! de estos mi? nima moralia- contra el mero ser para si? de la subje- tividad en todos sus grados. A la teori? a diale? ctica, contraria a todo lo que viene aislado, no le es por eso li? cito servirse de aforismos. En el caso ma? s favorable podri? an tolcrarse - para usar la expre- sio? n del pro?
no se ha eliminado totalmente de la vida la idea de un absurdo quid pro qua. La esencia reducida y degradada se resiste tenaz- mente a su encantamiento de fachada. El cambio de las mismas relaciones de produccio? n depende en gran medida de lo que su- cede en la <<esfera del consumo>>J en la mera forma refleja de la producci6n y en la caricatura de la verdadera vida: en la vida
consciente e inconsciente de los individuos. So? lo en virtud de su oposicio? n a la produccio? n, en tanto que no del todo asimilada por el orden, pueden los hombres dar lugar a una produccio? n ma? s dig- namente humana. Si se eliminara completamente la apariencia de la vida, que la propia esfera del consumo con tan malos argumen- tos defiende, triunfari? a la deformidad (Unwesen) de la produc- cio? n absoluta.
LLSin embargo, hay mucho de falsedad en las consideraciones que parten del sujeto acerca de co? mo la vida se torno? apariencia. Porque en la fase actual de la evolucio? n hisro? rica, cuya avasalla- dora objetividad consiste u? nicamente en la disolucio? n del sujeto sin que de e? sta haya nacido otro nuevo, la experiencia individual se sustenta necesariamente en el viejo sujeto, histo? ricamente senten- ciado, que au? n es para si? , pero ya no en si? . Este cree todavi? a esrar seguro de su autonomi? a, pero la nulidad que les demostro? a los sujetos el ca~~o de concentracio? n define ya la forma de la subjetividad mismaj)--a visio? n subjetiva, aun cri? ticamente aguzada respecto a si? misma, tiene algo de sentimental y anacro? nico: algo de lamento por el CutSO de! mundo. Que habri? a que rechazar no por lo que en e? ste haya de bondad, sino porque el sujeto que se
lamenta amenaza con anquilosarse en su modo de ser, cumpliendo asi? de nuevo la ley que rige e! curso del mundo. La fidelidad a la propia situacio? n de la conciencia y la experiencia se encuentra a un paso de convertirse en infidelidad cada vez que se opone a la perspectiva que trasciende el individuo y llama a tal sustancia por su nombre.
Asi? argumento? Hegel --en cuyo me? todo se ha ejercitado e! de estos mi? nima moralia- contra el mero ser para si? de la subje- tividad en todos sus grados. A la teori? a diale? ctica, contraria a todo lo que viene aislado, no le es por eso li? cito servirse de aforismos. En el caso ma? s favorable podri? an tolcrarse - para usar la expre- sio? n del pro? logo a la Fenomenologi? a del Espi? ritu- como <<con- versacio? n>>. Aunque su e? poca haya pasado . Sin embargo, ello no le hace olvidar al libro la aspiracio? n a la totalidad de un sistema"1 que no consiente que se salga de e? l al tiempo que protesta contra I e? l. Ante el sujeto, Hegel no se somete a la exigencia que e? l mismoj
apasionadamente formula: la de permanecer en la cosa en lugar de querer <<ir siempre ma? s alla? >>, la de <<sumirse en el contenido inmanente de la cosa>>. Al desaparecer hoy el sujeto, los aforis- mos encuentran difi? cil <<considerar como esencial a lo que desapa- rece>> . En oposicio? n al proceder de Hegel , y sin embargo, de un . modo acorde con su pensamiento, insisten en la negatividad : <<La ' vida del espi? ritu so? lo conquista su verd ad cuando se encuen tra a , si? mismo en el absoluto desgarramiento. El espi? ritu no es esta '1 potencia como lo positivo que se aparta de lo negativo, como I cuando decimos de algo que no es nada o que es falso y, hecho : esto, pasamos sin ma? s a otra cosa, sino que so? lo es esta potencia cuando mira cara a cara a lo negativo y permanece cerca de ello>>. !
El gesto displicente con que Hegel, en contradiccio? n con su propia teori? a, trata continuamente a lo individual proviene, de un modo harto parado? jico, de su necesaria adscripcio? n al pensa- miento liberal. La representacio? n de una totalidad armo? nica a tra- ve? s de sus antagonismos le obliga a atribuir a la individuacio? n, por ma? s que la determine siempre como momento impulsor del proceso, so? lo un rango inferior en la construccio? n del todo. El hecho de que en el pasado histo? rico la tendencia objetiva se haya impuesto por encima de las cabezas de los hombres, ma? s au? n, mediante la anulacio? n de lo individual, sin que hasta hoy haya te- nido lugar la consumacio? n histo? rica de la reconciliacio? n, construida en e! concepto, de 10 universal con lo particular, aparece en e? l de- formado: con superior fri? adad opta una vez ma? s por la liquida- cio? n de lo particular. En ningu? n lugar pone en duda el primado del todo. Cuanto ma? s problema? tica es la transicio? n del aislamien- to reflexivo a la totalidad soberana, como, al igual que en la his- toria, sucede en la lo? gica hegeliana, con tanto mayor empen? o se engancha la filosofi? a, como justificacio? n de lo existente, al carro triunfal de la tendencia objetiva. El propio despliegue de! princi- pio social de individuacio? n hacia la victoria de la fatalidad le ofrece un motivo suficiente. Al hipostasiar Hegel la sociedad bur- gruesa, asi? como su categori? a ba? sica, el individuo, no desentran? o? verdaderamente la diale? ctica entre ambos. Ciertamente e? l se per- cata, con la economi? a cla? sica, de que la propia totalidad se produce y reproduce a partir de la trama de los intereses antago? nicos de
sus miembros . Pero e! individuo como tal tiene para e? l notoria- mente, y de un modo ingenuo, e! valor de una realidad irreducti- ble que en la teori? a del conocimiento justamente disuelve. Sin embargo, en la sociedad individualista no so? lo se realiza lo univer-
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? ? sal a trave? s del juego conjunto de los individuos, sino que adema? s es la sociedad la sustancia del individuo.
Mas por eso mismo le es posible tambie? n al ana? lisis social sacar incomparablemente ma? s partido de la experiencia individual de 10 que Hegel concedio? , mientras que, inversamente, las grandes ca- tcgorfas histo? ricas, despue? s de todo lo que, entretanto, se creo? con ellas, ya no esta? n a salvo de la acusacio? n de fraude. En los ciento cincuenta an? os que han transcurrido desde la concepcio? n de Hegel, algo de la fuerza de la protesta ha pasado de nuevo al individuo.
? E n comparacio? n con la mezquindad patriarcal que caracteriza al I tratamiento del individuo en Hegel, e? ste ha ganado en riqueza, fuerza y diferenciacio? n tanto como, por otro lado, ha ido siendo debilitado y minado por la socializacio? n de la sociedad. En la edad de su decadencia, la experiencia que el individuo tiene de si? mis- mo y de lo que le acontece contribuye a su vez a un conocimiento que e? l simplemente encubri? a durante el tiempo en que, como categori? a dominante, se afirmaba sin fisuras. A la vista de la con- formidad totalitaria que proclama directamente la eliminacio? n de la diferencia como razo? n es posible que hasta una parte de la fuerza social liberadora se haya contrai? do temporalmente a la esfera de Jo individual. En ella permanece la teori? a cri? tica, pero no
con mala conciencia.
Todo ello no debe negar la impugnabilidad del ensayo. El li-
bro lo escribi? en su mayor parte au? n durante la guerra en actitud de contemplacio? n. La violencia que me habia desterrado me impedi? a a la vez su pleno conocimiento. Au? n no me habi? a confesado a mi?
r? mismo la complicidad en cuyo ci? rculo ma? gico cae quien, a la vista de los hechos indecibles que colectivamente acontecen, se para a
l hablar de lo individual.
En cada una de las tres partes se arranca del ma? s estrecho
a? mbito de lo privado: el del intelectual en el exilio. En e? l se in- crustan consideraciones"de alcance antropolo? gico y social; e? stas conciernen a la psicologi? a, la este? tica y la ciencia en su relacio?
Theodor W. Adorno
mmTAURUS
? ? MINIMA MORALIA
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? ? ? THEODOR W. ADORNO
MINIMA
MORALlA Reflexiones desde la vida dan? ada
Versio? n castellana
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JOAQUI? N CHAMORRO MIELKE
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Tondaglllla,so. 2H04~ C\ladrid TddOllo(\11)7,14soso Tdd"x (91)7119221 www. t. nu-us. sant illana. e
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PARA MAX, congratitud yen cumplimiento de mi promesa.
? ? ? ADVERTENCIA DEL TRADUCTOR
DEDICATORIA
Ante el frecuente uso que hace el autor de los pares de te? rminos diale? cticamente opuestos Wabrheit-Unwahrheit y Wesen? Unwesen, de clara inspiracio? n hegeliana, he optado, con el fin de no crear interferencias en el estilo de la obra, por traducir, salvo escasas excepciones, Wahrheit por verdad y Unwahrheit por fal- sedad, asi? como Wesen por esencia y Unwesen por deformidad. Por otra parte, la expresio? n recurrente richtiges Lebcn he encon- trado oportuno traducirla por vida recta o adecuada cuando en su uso predomina la referencia a la existencia individual autocons- ciente, y por vida justa cuando su significacio? n atiende sobre todo a las relaciones i? nterbumanas determinadas por el proceso de la produccio? n.
La ciencia melanco? lica * de 1:1 que ofrezco a mi amigo algunos fragmentos, se refiere a un a? mbito que desde tiempos inmemoria- les se considero? el propio de la filosofi? a, pero que desde la trans- formacio? n de e? sta en me? todo cayo? en la irreverencia intelectual, en la arbitrariedad sentenciosa y, al final, en el olvido: la doctrina de la vida recta. Lo que en un tiempo fue para los filo? sofos la vida, se ha convertido en la esfera de lo privado, y aun despue? s simplemente del consumo, que como ape? ndice del proceso mate- rial de la produccio? n se desliza con e? ste sin autonomi? a y sin sus- tancia propia. Quien quiera conocer la verdad sobre la vida inme- diata tendra? que estudiar su forma alienada, los poderes objetivos que determinan 111 existenci? e individual hasta en sus zonas ma? s ocultas. Quien habla con inmediatez de lo inmediato apenas se comporta de manera diferente a la de aquellos escritores de no- velas que adornan a sus marionetas con imitaciones de las pasio- nes de otros tiempos cual alhajas baratas y hacen actuar a perso- najes que no son nada ma? s que piezas de la maquinaria como si au? n pudieran obrar como sujetos y como si algo dependiera de sus acciones. La visio? n de la vida ha devenido en la ideologi? a que crea lailusio? n de que ya no hay vida.
Pero una relaci o? n entre la vida y la produccio? n que reduce Irealmente aque? lla a un feno? meno efi? mero de e? sta es completa- \ mente anormal. El medio y el fin invierten sus papeles. Todavi? a
" Traurigc Wissemchaft, en contraposicio? n a la irdhliche Wissl'lI. Ichaf! (gaya scienza) nietzscheana. [N. del T. ]
9
? ? no se ha eliminado totalmente de la vida la idea de un absurdo quid pro qua. La esencia reducida y degradada se resiste tenaz- mente a su encantamiento de fachada. El cambio de las mismas relaciones de produccio? n depende en gran medida de lo que su- cede en la <<esfera del consumo>>J en la mera forma refleja de la producci6n y en la caricatura de la verdadera vida: en la vida
consciente e inconsciente de los individuos. So? lo en virtud de su oposicio? n a la produccio? n, en tanto que no del todo asimilada por el orden, pueden los hombres dar lugar a una produccio? n ma? s dig- namente humana. Si se eliminara completamente la apariencia de la vida, que la propia esfera del consumo con tan malos argumen- tos defiende, triunfari? a la deformidad (Unwesen) de la produc- cio? n absoluta.
LLSin embargo, hay mucho de falsedad en las consideraciones que parten del sujeto acerca de co? mo la vida se torno? apariencia. Porque en la fase actual de la evolucio? n hisro? rica, cuya avasalla- dora objetividad consiste u? nicamente en la disolucio? n del sujeto sin que de e? sta haya nacido otro nuevo, la experiencia individual se sustenta necesariamente en el viejo sujeto, histo? ricamente senten- ciado, que au? n es para si? , pero ya no en si? . Este cree todavi? a esrar seguro de su autonomi? a, pero la nulidad que les demostro? a los sujetos el ca~~o de concentracio? n define ya la forma de la subjetividad mismaj)--a visio? n subjetiva, aun cri? ticamente aguzada respecto a si? misma, tiene algo de sentimental y anacro? nico: algo de lamento por el CutSO de! mundo. Que habri? a que rechazar no por lo que en e? ste haya de bondad, sino porque el sujeto que se
lamenta amenaza con anquilosarse en su modo de ser, cumpliendo asi? de nuevo la ley que rige e! curso del mundo. La fidelidad a la propia situacio? n de la conciencia y la experiencia se encuentra a un paso de convertirse en infidelidad cada vez que se opone a la perspectiva que trasciende el individuo y llama a tal sustancia por su nombre.
Asi? argumento? Hegel --en cuyo me? todo se ha ejercitado e! de estos mi? nima moralia- contra el mero ser para si? de la subje- tividad en todos sus grados. A la teori? a diale? ctica, contraria a todo lo que viene aislado, no le es por eso li? cito servirse de aforismos. En el caso ma? s favorable podri? an tolcrarse - para usar la expre- sio? n del pro?
no se ha eliminado totalmente de la vida la idea de un absurdo quid pro qua. La esencia reducida y degradada se resiste tenaz- mente a su encantamiento de fachada. El cambio de las mismas relaciones de produccio? n depende en gran medida de lo que su- cede en la <<esfera del consumo>>J en la mera forma refleja de la producci6n y en la caricatura de la verdadera vida: en la vida
consciente e inconsciente de los individuos. So? lo en virtud de su oposicio? n a la produccio? n, en tanto que no del todo asimilada por el orden, pueden los hombres dar lugar a una produccio? n ma? s dig- namente humana. Si se eliminara completamente la apariencia de la vida, que la propia esfera del consumo con tan malos argumen- tos defiende, triunfari? a la deformidad (Unwesen) de la produc- cio? n absoluta.
LLSin embargo, hay mucho de falsedad en las consideraciones que parten del sujeto acerca de co? mo la vida se torno? apariencia. Porque en la fase actual de la evolucio? n hisro? rica, cuya avasalla- dora objetividad consiste u? nicamente en la disolucio? n del sujeto sin que de e? sta haya nacido otro nuevo, la experiencia individual se sustenta necesariamente en el viejo sujeto, histo? ricamente senten- ciado, que au? n es para si? , pero ya no en si? . Este cree todavi? a esrar seguro de su autonomi? a, pero la nulidad que les demostro? a los sujetos el ca~~o de concentracio? n define ya la forma de la subjetividad mismaj)--a visio? n subjetiva, aun cri? ticamente aguzada respecto a si? misma, tiene algo de sentimental y anacro? nico: algo de lamento por el CutSO de! mundo. Que habri? a que rechazar no por lo que en e? ste haya de bondad, sino porque el sujeto que se
lamenta amenaza con anquilosarse en su modo de ser, cumpliendo asi? de nuevo la ley que rige e! curso del mundo. La fidelidad a la propia situacio? n de la conciencia y la experiencia se encuentra a un paso de convertirse en infidelidad cada vez que se opone a la perspectiva que trasciende el individuo y llama a tal sustancia por su nombre.
Asi? argumento? Hegel --en cuyo me? todo se ha ejercitado e! de estos mi? nima moralia- contra el mero ser para si? de la subje- tividad en todos sus grados. A la teori? a diale? ctica, contraria a todo lo que viene aislado, no le es por eso li? cito servirse de aforismos. En el caso ma? s favorable podri? an tolcrarse - para usar la expre- sio? n del pro? logo a la Fenomenologi? a del Espi? ritu- como <<con- versacio? n>>. Aunque su e? poca haya pasado . Sin embargo, ello no le hace olvidar al libro la aspiracio? n a la totalidad de un sistema"1 que no consiente que se salga de e? l al tiempo que protesta contra I e? l. Ante el sujeto, Hegel no se somete a la exigencia que e? l mismoj
apasionadamente formula: la de permanecer en la cosa en lugar de querer <<ir siempre ma? s alla? >>, la de <<sumirse en el contenido inmanente de la cosa>>. Al desaparecer hoy el sujeto, los aforis- mos encuentran difi? cil <<considerar como esencial a lo que desapa- rece>> . En oposicio? n al proceder de Hegel , y sin embargo, de un . modo acorde con su pensamiento, insisten en la negatividad : <<La ' vida del espi? ritu so? lo conquista su verd ad cuando se encuen tra a , si? mismo en el absoluto desgarramiento. El espi? ritu no es esta '1 potencia como lo positivo que se aparta de lo negativo, como I cuando decimos de algo que no es nada o que es falso y, hecho : esto, pasamos sin ma? s a otra cosa, sino que so? lo es esta potencia cuando mira cara a cara a lo negativo y permanece cerca de ello>>. !
El gesto displicente con que Hegel, en contradiccio? n con su propia teori? a, trata continuamente a lo individual proviene, de un modo harto parado? jico, de su necesaria adscripcio? n al pensa- miento liberal. La representacio? n de una totalidad armo? nica a tra- ve? s de sus antagonismos le obliga a atribuir a la individuacio? n, por ma? s que la determine siempre como momento impulsor del proceso, so? lo un rango inferior en la construccio? n del todo. El hecho de que en el pasado histo? rico la tendencia objetiva se haya impuesto por encima de las cabezas de los hombres, ma? s au? n, mediante la anulacio? n de lo individual, sin que hasta hoy haya te- nido lugar la consumacio? n histo? rica de la reconciliacio? n, construida en e! concepto, de 10 universal con lo particular, aparece en e? l de- formado: con superior fri? adad opta una vez ma? s por la liquida- cio? n de lo particular. En ningu? n lugar pone en duda el primado del todo. Cuanto ma? s problema? tica es la transicio? n del aislamien- to reflexivo a la totalidad soberana, como, al igual que en la his- toria, sucede en la lo? gica hegeliana, con tanto mayor empen? o se engancha la filosofi? a, como justificacio? n de lo existente, al carro triunfal de la tendencia objetiva. El propio despliegue de! princi- pio social de individuacio? n hacia la victoria de la fatalidad le ofrece un motivo suficiente. Al hipostasiar Hegel la sociedad bur- gruesa, asi? como su categori? a ba? sica, el individuo, no desentran? o? verdaderamente la diale? ctica entre ambos. Ciertamente e? l se per- cata, con la economi? a cla? sica, de que la propia totalidad se produce y reproduce a partir de la trama de los intereses antago? nicos de
sus miembros . Pero e! individuo como tal tiene para e? l notoria- mente, y de un modo ingenuo, e! valor de una realidad irreducti- ble que en la teori? a del conocimiento justamente disuelve. Sin embargo, en la sociedad individualista no so? lo se realiza lo univer-
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? ? sal a trave? s del juego conjunto de los individuos, sino que adema? s es la sociedad la sustancia del individuo.
Mas por eso mismo le es posible tambie? n al ana? lisis social sacar incomparablemente ma? s partido de la experiencia individual de 10 que Hegel concedio? , mientras que, inversamente, las grandes ca- tcgorfas histo? ricas, despue? s de todo lo que, entretanto, se creo? con ellas, ya no esta? n a salvo de la acusacio? n de fraude. En los ciento cincuenta an? os que han transcurrido desde la concepcio? n de Hegel, algo de la fuerza de la protesta ha pasado de nuevo al individuo.
? E n comparacio? n con la mezquindad patriarcal que caracteriza al I tratamiento del individuo en Hegel, e? ste ha ganado en riqueza, fuerza y diferenciacio? n tanto como, por otro lado, ha ido siendo debilitado y minado por la socializacio? n de la sociedad. En la edad de su decadencia, la experiencia que el individuo tiene de si? mis- mo y de lo que le acontece contribuye a su vez a un conocimiento que e? l simplemente encubri? a durante el tiempo en que, como categori? a dominante, se afirmaba sin fisuras. A la vista de la con- formidad totalitaria que proclama directamente la eliminacio? n de la diferencia como razo? n es posible que hasta una parte de la fuerza social liberadora se haya contrai? do temporalmente a la esfera de Jo individual. En ella permanece la teori? a cri? tica, pero no
con mala conciencia.
Todo ello no debe negar la impugnabilidad del ensayo. El li-
bro lo escribi? en su mayor parte au? n durante la guerra en actitud de contemplacio? n. La violencia que me habia desterrado me impedi? a a la vez su pleno conocimiento. Au? n no me habi? a confesado a mi?
r? mismo la complicidad en cuyo ci? rculo ma? gico cae quien, a la vista de los hechos indecibles que colectivamente acontecen, se para a
l hablar de lo individual.
En cada una de las tres partes se arranca del ma? s estrecho
a? mbito de lo privado: el del intelectual en el exilio. En e? l se in- crustan consideraciones"de alcance antropolo? gico y social; e? stas conciernen a la psicologi? a, la este? tica y la ciencia en su relacio?
