Las uni dades simbióticas son conformadoras de mundo siempre en sí y para sí, junto a grupos-modeladores-de-mundo que hacen lo mismo a su manera y con los que
aquéllas
están constreñidas bajo el principio del co-aislamien- to, formando un ensamblaje interactivo.
Sloterdijk - Esferas - v3
Interpretación de la espuma
El hecho de que, en el cambio de imagen del mundo del siglo XIX y XX, tanto los sueños como las espumas no pudieran permanecer en el lugar que ocupaban en el antiguo cosmos de esencias, pertenece -junto con otros numerosos cambios de los signos y nuevas disposiciones sorpren dentes de las fuerzas- a las íntimas signaturas de la forma del mundo, que, entretanto, en tono más tranquilo, se llama moderna. Si el psicoanálisis vienés, a pesar de sus rasgos conservadores, se cuenta, con buenas razones, entre los motores de la modernización mental, es, en primera línea, por que en él se ejercita un nuevo modo de trato con lo aparentemente mar ginal, lo hasta ahora incidental y en otro tiempo ignorado. Por su posicio- namiento en el lugar epistemológico, en el que había de tener lugar la afluencia común de las filosofías tardoidealistas-románticas del incons ciente con las concepciones-mecanismos científico-naturales y técnicas, la vanguardia psicoanalítica consiguió formular un concepto simbólico, que permitía una nueva mirada a lo inaparente. En tanto que hizo legibles sín tomas psíquicos como si se tratara de textos, Freud pudo convertirse en un «Galileo del mundo interior de hechos», como dijo Arnold Gehlen. Lo que era quantité négligeable adquirió relevancia significativa y entró en el fo co de la consideración. La decisión temprana de Freud de señalar el sueño como camino real al inconsciente puso de manifiesto el cambio «revolu cionario» de acento entre lo central y lo periférico. La aparición de la In terpretación de los sueños en el año 1900, sin embargo, no sólo puso de relie ve lo pronto que en la retrospectiva del siglo se manifestó el acto fundacional epistémico-propagandístico del movimiento psicoanalítico, fue también uno de los puntos de partida de la subversión del sistema de seriedad tradicional y de la conciencia de la categoría de peso pesado en general. Lo que trastoca la seriedad y revisa lo decorum transforma la cul tura en su totalidad. Por su colaboración en la rehabilitación, preparada por el Romanticismo, de la dimensión sueño, el psicoanálisis vienés entró en un contexto en el que no había nada menos enjuego que una nueva
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repartición de los acentos en el campo de lo primario, fundante, creador de significado, un suceso de alcance cultural-revolucionario: en él afluye ron las olas de choque procedentes de la intervención de Nietzsche en contra del idealismo metafísico, junto con las irritaciones procedentes de las criticas a la superestructura tanto marxistas como positivistas. El nuevo arte de la lectura de signos, apenas perceptibles, de contextos tanto ínti mos como públicos de sentido integró las ocurrencias, tics, desviaciones y actos fallidos más privados en supuestos significativos subversivamente am pliados. En tanto que esa revisión trazó nuevamente las fronteras entre sentido y no-sentido, seriedad y no-seriedad, proporcionó al espacio cul tural una conformación decididamente diferente. Ahora lo no-significati- vo podía saldar viejas cuentas con lo significativo. Desde entonces los sueños ya no son espumas; señalan, en todo caso, un espumar endógeno de los sistemas psíquicos y suscitan la formulación de hipótesis sobre las le yes a las que están sujetos el desarrollo de síntomas y la efervescencia de imágenes interiores.
Si la Modernidad se reconoce por desplazamientos de la seriedad, ¿qué sucede con el otro lado de la ecuación de sueños y espumas? ¿Con qué se riedad se tomó el siglo XX la espuma? ¿Qué rango de valor asignó al «aire en lugar inesperado»? ¿De qué modo trabajó en la rehabilitación de esa entidad evanescente, abocada a la desintegración? ¿Con qué medios in tentó hacerjusticia a las oquedades autorreferentes, a las esferas interiores llenas de valores propios, al interior halitoso y a los hechos climáticos? Si la respuesta adecuada a esas preguntas ya resultara posible en nuestro tiempo proporcionaría una sinopsis de la modernización. Describiría un amplio procedimiento de admisión de lo casual, momentáneo, vago, efí mero y atmosférico, un procedimiento en el que participan las artes, las teorías y las formas de vida experimentales con planteamientos propios en cada caso. Entre sus resultados se cuenta una concepción fundamental mente nueva, postheroica de lo decorum, del complejo de reglas por el que se calibran en total las culturas23. Quien quisiera emprender una amplia re producción de estos procesos tendría que hablar tanto de las intenciones de un Nietzsche no falseado como del desarrollo del impulso de Husserl; tanto del perspectivismo en torno a 1900 como de la teoría del caos en tor no al 2000; tanto de la promoción de lo surreal, convirtiéndolo en una sec ción arbitraria de lo real, como de la elevación de lo atmosférico a la dig nidad de teoría24; tanto de la matematización de lo borroso25como de la
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Jean-Luc Parant, Livres deJean-Luc Parant mis en boules.
penetración conceptual de las estructuras estriadas y de los conjuntos irre- gulares . Habría que hablar de una rebelión de lo poco llamativo, de lo discreto por la que lo pequeño y efímero se aseguró una porción de la fuerza visual de la gran teoría, de una ciencia de las huellas, que a partir de indicios poco aparentes quiso leer los signos tendenciales del acontecer del mu ido . Más allá del giro «micrológico» habría que hablar de un des- cubrimienio de lo indeterminado, gracias al cual -quizá por primera vez en la h Storia del pensamiento- lo no-nada2*, lo casi-nada"', lo casual y lo informo han conseguido conectar con el ámbito de las realidades teori- zables.
Por muy amplia que fuera una panorámica así de la nueva distribución de la seriedad, fundada sobre hechos y signos ignorados, inadvertidos, marginados, confirmaría el diagnóstico de que en ninguna parte se ha producido una recopilación convincente de esas innovaciones en un hori zonte común. La larga sombra del pensar de la substancia, que gusta tan poco de lo accidental, sigue extendiéndose aún sobre las teorías modernas
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Sandro Botticelli, El nacimiento de Venus, 1477-1478.
y las teorías de la Modernidad. El menosprecio de lo insubstancial carac teriza hasta los tiempos más recientes la búsqueda de temas de una filo sofía amaestrada, en la que siguen actuando las inercias más viejas. Esto no impide que espíritus más libres se comprometan desde hace algún tiempo en los frentes de una actualidad llena de riesgos, aunque sus plantea mientos no hayan podido conducir todavía a una nueva determinación coherente de la situación. Puede que los sueños hayan dejado de valer co mo espumas, esto seguirá siendo una conquista a medias mientras las es pumas no consigan también su emancipación. Las revoluciones de la se riedad y las revisiones de lo decorum de la Modernidad sólo traerán definitivamente consecuencias cuando a la interpretación de los sueños le secunde una interpretación de las espumas31. Cuya tarea sería prestar al «aire en lugar inesperado» la atención que le es debida, a riesgo de que con ello suija también teoría en lugar inesperado, teoría postheroica, que dedica a lo efímero, irrelevante, secundario la consideración que en la teo ría heroica se reservaba para lo eterno, substancial, primario. Tras una ac ción paralela en favor de la espuma quizá se manifieste lo que significaba
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Sandro Botticelli, El nacimiento de Venus, detalle.
la interpretación de los sueños. Como Ernst Bloch en su -tras éxitos pri meros, casi vuelta a olvidar- ontología política de la capacidad humana de anticipación disolvió la constricción de la interpretación freudiana de los sueños a estratos de significación nocturnos y regresivos para otorgar al sueño diurno dignidad como potencia utópica y fuerza proyectiva que es tablece realidad, así la interpretación de la espuma tendría que constituir se como ontología política de los espacios interiores animados. En ella se comprendería lo más frágil como el corazón de la realidad.
En el lenguaje de nuestro ensayo la interpretación de la espuma ha de negociarse bajo el nombre de poliesferología, o ciencia ampliada de in vernaderos. Desde el principio tiene que quedar claro que este «leer» en las espumas no puede quedarse en mera hermenéutica, ni detenerse en el desciframiento de signos. Sólo entra en materia como teoría tecnológica de espacios humanamente habitados, simbólicamente climatizados, es de cir, <o n o instrucción científico-ingeniera y política para la construcción y mantenimiento de unidades civilizatorias, un ámbito temático que hasta ahora ( aía dentro de la ética y de sus ramificaciones en politología y pe dagogía La disciplina más cercana a esta teoría heterodoxa de la cultura y la civilización puede encontrarse, por el momento, en la astronáutica tri pulada, pues en ninguna otra parte se pregunta tan radicalmente por las condiciones técnicas de la posibilidad de existencia humana en cápsulas que mantengan la vida32.
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La nueva constelación reza, por tanto: lo serio y lo frágil, o -por llevar la revolución del estado de cosas de lo serio hasta el extremo en el que está ahora-: espuma y fertilidad. Aprologfa -del griego áphros, la espuma- es la teoría de sistemas cofrágiles. Si se consiguiera probar que lo espumoso puede ser lo que tenga un gran porvenir, sí, que es, en ciertas condiciones, capaz de generar, se le sustraería el fundamento al prejuicio substancialis- ta. Justamente eso es lo que se intentará en lo que sigue. Lo que durante toda una era se ha considerado menospreciable, lo aparentemente frívo lo, lo que existe sólo en vistas a su implosión, recuperaría su parte en la de finición de lo real. Se comprende, pues: hay que entender lo flotante co mo algo que de algún modo especial proporciona fundamento; describir nuevamente lo hueco como una llenura de propio derecho; considerar lo frágil como lugar y modo de lo más real; evidenciar lo irrepetible como el fenómeno superior frente a lo serial. Pero, ¿no representa una contradic ción en sí misma la idea de una espuma «esencial», apenas menos a nivel físico que a nivel metafórico? ¿Puede tomarse en consideración, realmen te, como posibilitadora de consecuencias vitales y acciones a distancia crea doras, una hechura que ni siquiera puede garantizar la propia permanen- cia-en-forma?
Espumas fértiles - Interludio mitológico
Que la figura «espuma fértil» no siempre fue una ficción ilegítima en la historia de los motivos de pensamiento y figuración es una tesis que pue de comprobarse en cuanto se retrocede a una época anterior a la del me nosprecio de la espuma, originado ontológico-popularmente y metafísico- substancialmente. En las menciones más tempranas de la espuma, tanto en las tradiciones europeas antiguas como en las indias y próximo-orien- tales, aparece una estrecha conexión entre los complejos representativos de lo espumoso-marítimo y de la vida cambiante-indestructible. El rapsoda filosofante Hesíodo, que vivió después del 700 antes de Cristo en Beocia como pastor y labrador libre, hizo algo inolvidable para la tradición occi dental de la liaison entre espuma y potencia generativa por su relato del nacimiento de la espuma de la diosa Afrodita a consecuencia de una cas tración titánica. Gracias a esa historia lírico-macabra se ha conservado en la memoria una poesía presocrática de la espumajunto a la metafísica me-
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nospreciadora de lo efímero, que fue la que dominó después. A la vista de la escasa transmisión de textos, no puede decidirse si esa asociación de Hesíodo fue invento suyo o remite a una alegoricidad mitológica más an tigua. Cierto, sólo parece que Hesíodo fue víctima de una feliz confusión etimológica al derivar el nombre de la diosa, que había sido importada del Próximo Oriente al panteón griego, de áphros, espuma. Con ello relacionó a la diosa del amor y la fertilidad de los helenos con aquella substancia asubstancial, a la que se atribuyen nobles funciones erógenas. Esa seudoe- timología de Hesíodo vuelve productiva mitológicamente la adulteración griega del nombre sirio-fenicio de la diosa Astarté (o bien de la babilóni ca Ischtar) en Afrodita, y consigue con ello una contextualización gene alógica, que proporciona a la espuma un debut espectacular en las histo rias, contadas y vueltas a contar por los griegos y sus herederos, de las generaciones de los dioses.
Aquí consigue el poeta -junto con el mito de un adviento costero, que encantó a los pintores del renacimiento- la inaudita imagen prototípica de una espuma, a la que no se atribuye sólo fuerza conformadora, sino también capacidad procreadora y eficiencia generativa de lo bello, seduc tor, perfecto. Efectivamente, la espuma de la que se habla no es una cual quiera: surgida del contacto catastrófico entre la ola del mar y el miembro sexual del padre primordial, Urano, seccionado arteramente por Cronos, da testimonio de una anomalía de grandes consecuencias en la sucesión de las generaciones de los dioses:
Pero los genitales de Urano, cercenados del cuerpo por el acero, arrojados lejos del continente en el tempestuoso ponto,
fueron llevados luego por el piélago, hasta que finalmente surgió en torno a la carne divina un blanco anillo de espuma:
Y en medio de él nació una doncella. Se dirigió primero
a la sagrada isla Citera y llegó después a Chipre, rodeada de corrientes. Aquí, salió del mar la augusta y bella diosa,
y bsyo sus delicados pies crecía la hierba en torno. Afrodita,
diosa nacida de la espuma, coronada con las flores de Citerea,
la llaman los dioses y los hombres, a ella, que creció del aphros,
de la espuma. Y Citerea, porque llegó hasta Citera,
también Ciprogénea, salida del oleaje de Chipre,
y diosa de la procreación, surgida del miembro de la procreación.
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La siguieron la excitación y el deseo de amor, Eros e Hímero, cuando, recién nacida, subió hacia la tribu de los dioses3.
En el momento crítico de su canto el poeta aventura una caracteriza ción adjetiva - aphrogenéa, como epíteto de théa, la diosa-, de la que se re conoce ahora que dene el potencial suficiente para superar el carácter de aditamento evocativamente ornamental y convertirse en un nombre con rango de concepto. En tanto que se atestigua de la diosa que es una na cida de la espuma, una aphrogene, la espuma misma adquiere la compe tencia de dar a luz. A causa de su nacer de la espuma -más exactamente: de su crecer-en-la-espuma (en aphrof4-, la Afrodita hesiódica en el hori zonte de la tradición occidental se convierte en la tesügo principal de que no es verdad que la espuma sea nada en absoluto, sobre todo cuan do puede asociarse con el miembro del dios originario. Así como una posterior metafísica del espíritu atribuye de vez en cuando al logos gene rador de mundo el atributo spermatikós, la poesía presocrática ya conoce en ese punto un áphros spermatikós, una espuma con potencia de engen drar y dar a luz, a la que le son inherentes cualidades-matrix. Es signifi cativo que la narración de Hesíodo transfiera a la posterior diosa olímpi ca Afrodita (que, según otra tradición distinta, surgió de la unión de Zeus con la diosa del roble Dione) a un contexto titanoide, a una serie de en gendramientos monstruosos y horrores elementales, cosa que sucede, sin duda, por influjo de un motivo: introducir a la diosa de la voluptuosidad en un contexto cósmico muy temprano, lleno de procesos primarios, com pletamente dominado todavía por fuerzas elementales pre-racionales. Só lo en él era posible la carga de la espuma con potencia generativa y signi ficados de fertilidad, y sólo de esperma de titanes podía hacerse plausible que se manifestase como fuerza erógena, aphrógena, teógena. La fertili- z3iC\ón-en-aphro de la diosa permite comprender cómo pudo pensarse la espuma -durante un instante mitopoéticamente productivo- como ana- logon del seno materno y matriz de conformaciones con grandes conse cuencias35.
Algo semejante, tan superlativizado que parece una novela barroca trascendente, muestra el antiguo mito indio de la decisión de los celestes de batir el Océano hasta convertirlo en espuma para extraer de allí el néc tar de la inmortalidad, un relato que ha sido transmitido, entre otras, en la versión del Ramayana y en la del Mahabharata*. Ambas versiones tienen
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J. A. D. Ingres, Venus nacida de la espuma, 1808.
en común el motivo de que a los dioses, preocupados por su inmortalidad insegura, un consejero divino (Visnú-Narayana, según el Mahabharatá) les indica que han de remover el océano universal lechoso hasta que surja de él amrita, el elixir que acaba con la muerte. Los celestes siguen ese conse
jo sirviéndose del monte universal Meru y de la gigantesca serpiente de mil
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cabezas Shesha, alias Vasuki, como cucharas de remoción, más exacta mente como bastón y cuerda batidores. Después de mil años de batir la es puma en las profundidades se acerca el instante del éxito:
Recuperadas sus fuerzas, los dioses continuaron removiendo. Poco tiempo des pués la suave luna de mil rayos salió del mar. Acto seguido, surgió del elemento Lakshmi (la diosa de la fortuna), toda vestida de blanco, después Soma (la bebida embriagadora de los dioses), luego el corcel blanco y finalmente la gema celestial Kaustaba, que adorna el pecho del dios Narayana (Visnú). . . Después se alzó el mis mo divino Dhanwantari (el médico divino de los dioses) con la blanca vasija de néctar en la mano. . . Después apareció aún Airavata, el Gran Elefante, pujante de cuerpo y con un doble par de colmillos blancos. Pero cuando continuó la remo ción apareció al final el veneno Kalakuta. . . 17
En el Ramayana, atribuido al poeta Valmiki (ca. 200 d. C. ), la remoción milenaria produce, igualmente, una serie de apariciones desde la espuma de leche, pero en otro orden: aquí aparece en primer lugar el médico de los dioses Dhanwantari con su sublime vasija de néctar -que contiene la sagrada «agua de los ascetas»-, seguido de una multitud enorme de res plandecientes muchachas del amor, las apsaras, en total seiscientos millo nes, acompañadas de innumerables sirvientas, seres femeninos dispensa dores de dicha, que «pertenecen a todos», porque ni los hombres ni los dioses están dispuestos a casarse con ellas; a esas emanaciones eróticas del Océano espumante se unen Varuni, la hija del dios del agua Varuna, des pués el magnífico caballo blanco, más tarde la piedra preciosa divina y, fi nalmente, una vez más el deseado elixir, la esencia que hace inmortal, por cuya posesión estalla inmediatamente una guerra enconada entre los dio ses y los demonios38.
En los relatos indios del batir o convertir en espuma el Océano llama la atención que ya no presentan, como en Hesíodo, un proceso elemental anónimo, sino una acción, a la que -bajo rasgos alquimistas- se atribuye un carácter de producción indudable. La espuma láctea no se ha conver tido sólo en una matrix para nuevos procesos generativos de un moldea dor: ella misma es producida por una operación aphrogénica, engendra- dora de espuma en un segundo sentido de la palabra; para la producción desde espuma aparece la producción de espuma. Con esto, el fenómeno aphrogenia adquiere un carácter técnico y se hace legible desde dos lados.
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Puede ascender a un nivel conceptual en tanto reúne en una expresión su perior la formación desde la espuma y la formación de espuma. Por muy grotesco que parezca el instrumento -un monte y una serpiente gigantes ca, convertidos en un batidor que remueve en la lechería cósmica- no hay duda de que estamos ante una imagen típica del contexto de motivos de observación artesanal. Sobre todo se impone la analogía con procedi mientos para la preparación de mantequilla, lo que no sorprende en una cultura en la que las ofrendas de mantequilla líquida en el fuego sacrificial (ajya) pertenecían a los gestos rituales primarios39. A la vez, la remoción evi dencia el núcleo procedimental de la alquimia, en la que desde siempre parece que se trató de conseguir una esencia activa por medio de filtración y reducción. La introducción de aire en la substancia sirve para el precipi tado de lo más substancial de la substancia, hasta alcanzar la extrema con tracción del poder generativo en un único receptáculo, en un último pun to seminal. Se entiende: cuando se presupone, como en la Primera Teoría generalizante, la unidad de fuerza originaria y plenitud de esencia, de ahí no hay gran trecho hasta llegar a una radicalización de la búsqueda; es en tonces cuando se aventura el acceso mágico a la esencia de la esencia con el fin de filtrar el poder desde el poder. En el drama teúrgico, que ha de hacer de los dioses definitivamente inmortales, la preparación de la espu ma sirve como preludio a la extracción absoluta.
No queremos olvidar que el mito egipcio de la creación conoció inclu so la imagen de una espuma-saliva cosmogónica: en él se describe la boca del dios Atum como primer foco de movimiento o receptáculo originario, en el que primero se crean y ensamblan, uno en otro, tefnut, la humedad, y schu, el aire, hasta que ambos, como mezcla totipotente, abandonan la bo ca originaria para producir todas las demás criaturas. Memorable es aquí, sobre todo, que de la boca de los dioses no emanen órdenes-hágase o dife renciaciones primeras, como es usual en el esquema logocrático, sino una prima materia espumosa bimaterial, que, análogamente a una pareja, llama a la vida al resto por procreación, por un escupir supremo, por así decirlo.
Estos mitos aluden a tempranas alternativas al prejuicio de esterilidad referente a las espumas; con todo, sólo pueden proporcionar a la conste lación de espuma y fertilidad, en el mejor de los casos, una plausibilidad poética. Aun así, preparan desde lejos un concepto de aphrogenia que nos estimula no sólo a preguntar por las generaciones de los dioses, sino tam
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bién por el surgimiento del ser humano a partir de lo aéreo, flotante, mez clado e inspirado. En lo que sigue queda por mostrar que la espuma -en un sentido de la palabra aún por consolidar- constituye la matrix de todos los hechos humanos en su totalidad. We are such stuff thefoams are made on. Como se ha visto, la primera lección de la interpretación de las espumas había de convertirse en un excurso mitológico; en la segunda se dejarán los motivos teogónicos para, tras una corta mirada a las contribuciones ac tuales de las ciencias naturales a la investigación de las espumas, pasar al registro antropológico.
Espumas naturales, aphrosferas
En el contexto físico se entiende por espumas: sistemas de cámaras múl tiples de reclusión de gas en materiales sólidos y líquidos, cuyas celdillas es tán separadas unas de otras por tabiques peliculares. Los impulsos a la in vestigación científica de estructuras espumosas se remiten al físico belga
Joseph Antoine Ferdinand Plateau, que, a mediados del siglo XIX, formuló algunas de las leyes más importantes, reconocidas hasta ahora, de la geo metría de espumas, leyes que aportaron un mínimo de orden en el apa rente caos de aglomeraciones-burbujas espumosas. Con su ayuda las espu mas pudieron describirse exactamente como esculturas tensionadas de tegumentos peliculares. Enuncian que los ángulos de una burbuja de espu ma o, mejor, de un polígono de espuma, se forman exactamente por tres tabiques peliculares; que dos a dos de esos tres tabiques se encuentran siem pre en un ángulo de 120 grados; y que siempre convergen en un punto
Materiales porosos de base férrea.
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Fotografía de un adobe de espuma pororizado con poliestireno y con espuma.
exactamente cuatro ángulos de celdillas de espuma. La existencia de tegu mentos jabonosos se debe a la tensión de superficie del agua, que ya señaló en torno a 1508 Leonardo da Vinci en sus observaciones sobre la morfología de las gotas. Las propiedades ópticas de espumas húmedas y secas fueron expuestas en torno a 1890 por el físico británico Charles Vernon Boys en un tratado popular sobre el color de la espuma40. Por él inmigraron las mara villas del arco iris a las habitaciones infantiles de la época victoriana.
Hay que agradecer ante todo al siglo XX la introducción del tiempo en el análisis de la espuma. Hemos aprendido que las espumas son procesos y que en el interior del caos de múltiples celdas se producen constante mente saltos, transformaciones y cambios de formato. Esa agitación tiene un rumbo, conduce a mayor estabilidad e inclusividad. Una espuma vieja se reconoce porque sus burbujas son mayores que las de las espumasjóve nes, porque las celdasjóvenes que revientan mueren en cierto modo den tro de sus vecinas, a quienes legan su volumen. Mientras más húmeda yjo ven es una espuma, más pequeñas, redondas, móviles y autónomas son las burbujas aglomeradas en ella; mientras más seca y vieja, por el contrario,
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Transición de una balsa de burbujas a una red poliédrica aplanada, según un estudio del grupo de Freí Otto.
más burbujas autónomas han perecido, más grandes se hacen las celdas su pervivientes, con más fuerza actúan unas sobre otras, más se hacen valer las leyes de Plateau de la geometría de vecindad en la deformación recí proca de las burbujas agrandadas. Una espuma avejentada encama el ca so ideal de un sistema cofrágil, en el que se ha alcanzado un máximo de interdependencia. En el entramado de grandes poliedros lábil-estables ya no puede reventar potencialmente ninguna celda concreta sin arrastrar consigo a la nada la contextura total. La dinámica procesual de la espuma proporciona, así, la forma vacía a todas las historias que tratan de espacios de inclusión inmanentemente crecientes. En estas geometrías trágicas se alcanza un grado tan alto de tensión interior o tensegridad entre los espa cios co-aislados restantes que su riesgo común de existencia puede expre sarse mediante una fórmula de cofragilidad. Juntas, las grandes celdas de una espuma madura consiguen incrementar la duración de su existencia,
juntas se deshacen en la implosión final. Notemos que en las espumas no existe una celda como punto central y que la idea de una capital sería con traproducente per se.
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Últimamente, el motivo de la multiplicidad de cámaras ha hecho ca rrera también en las teorías físicas del espacio. Esto trae como consecuen cia que se recurra cada vez más a menudo a la metáfora de la espuma pa ra la descripción de conformaciones de espacio espontáneas, tanto en las dimensiones mínimas como en fenómenos mesocósmicos, como, final mente, en procesos de dimensiones galácticas, efectivamente cósmicas. Se anuncia abiertamente el siglo XXI como la century of thefoam. Buena parte de la astrofísica más reciente aparece con ropaje aphrofísico. Muchos de los modelos cosmológicos que se discuten actualmente representan el uni verso como un trenzado de burbujas inflacionarias, cada una de las cuales encarna un sistema de explosión originaria del tipo del contexto de mun do que habita la humanidad actual41. También se presentan recientemen te numerosas realidades microfísicas con el signo de la espuma y de la es pontánea conformación microsférica de espacio. Pero ninguna de las ciencias actuales concede mayor papel a la potencia morfológica de la es puma que la biología celular. Desde el punto de vista de numerosos bió logos, el surgimiento de la vida sólo puede explicarse por la formación es pontánea de espuma en el agua turbia del océano primitivo.
[. . . ] si se agita una mezcla de aceite y agua se forman de modo completamen te espontáneo burbujas semejantes a células, envueltas en una membrana. En los primeros tiempos de la Tierra, aún sin vida, fueron tales espacios huecos con for ma de burbuja los que procuraron la separación de dentro y fuera. [. . . ] Esas bur bujas de grasa se hicieron más grandes y desarrollaron la capacidad de autocon- servación. [. . . ] Presumiblemente fluyó, primero, energía solar a través de las gotitas; una corriente controlada de energía condujo, finalmente, a las formacio nes que se convirtieron en células vivas4-.
En este relato de la génesis celular la forma redonda y el contenido energético hubieron de actuar uno en otro de tal manera que hicieron po sible que surgiera del mar un primer ser vivo, la mónada nacida de la es puma, nadando en el agua y disuelta en ella, pero ya deslindada de ella, llena de un interior, de un algo propio. Desde el caldo originario molecu lar pequeños interiores originarios, protegidos formalmente, que se con sideran precursores de la vida, emprendieron el camino de la autoinclu- sión. En el modo de hablar de la biología sistémica, constituyen «sistemas semiabiertos», que procesan como espacios de reacción sensitiva con ellos
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Un coenobium biológico con colonias Filiales: el alga-Volvox como ejemplo evolutivo de la transición de colonias
de unicelulares en formación al individuo pluricelular, globular y sexualmente diferenciado.
mismos y con el entorno. Los fósiles más antiguos que se han encontrado hasta ahora en la Tierra, de más de tres mil quinientos millones de años, los paleobiólogos los interpretan como restos de bacterias originarias; por su forma y lugar de hallazgo se llaman microsferas-Zwazilandia. Su exis tencia demuestra que el misterio de la vida no puede separarse del miste rio de la forma, más exactamente, de la conformación de espacio interior bajo leyes esféricas. Cuando aparecen los unicelulares comienza la historia de lo orgánico como condensación y encapsulamiento esféricos: bajo membranas en forma de globo se concentra el plus que se llamará vida. En el organismo primitivo el espacio está de camino al sí mismo. La primera característica del sí mismo es la capacidad de adoptar una posición por oposición a lo exterior. La posición aparece, por lo que vemos, por plega- miento sobre sí, o por obstinarse en permanecer en un lugar inesperado. ¿Ya en la vida más primitiva hubo de conducir el misterioso camino hacia dentro? 43
Espumas humanas
Por muy impresionante que se presente la conexión entre la morfo logía de la espuma y la zoogénesis primitiva a la luz de las nuevas ciencias de la vida, para nosotros la aventura de las multiplicidades-espacio co mienza sólo con la entrada en contextos antropológicos y teórico-cultura- les. Mediante el concepto espuma describimos aglomeraciones de burbujas en el sentido de los análisis microsferológicos que hemos presentado con anterioridad4. La expresión vale para sistemas o agregados de vecindades esféricas, en los que cada una de las «células» constituye un contexto (di cho en lenguaje usual: un mundo, un lugar) autocomplementante, un es pacio-sentido íntimo, tensionado por resonancias diádicas o multipolares, o un «hogar», que bulle en su animación propia, sólo experimentable por él y en él mismo4’. Cada uno de esos hogares, cada una de esas simbiosis y alianzas es un invernadero de relaciones sui generis. Se podrían calificar ta les conformaciones como «sociedad de a dos»46 (si más tarde no intentá ramos mostrar que la expresión «sociedad» siempre desorienta cuando se aplica a tales objetos). Cuando se forman lugares de ese tipo, el existir- uno-hacia-otro de los asociados en proximidad actúa en cada caso como el auténtico agens de la conformación de espacio; la climatización del espa-
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Vito Acconci, distribuidor de espacio. «En su posición originaria las paredes conforman un espacio cerrado en forma de caja en medio de la sala. Si alguien quiere entrar en él puede mover hacia un lado una pared. Pero entonces
se encuentra con otra pared en su lugar. . . »
ció interior coexistencial se produce por la extraversión recíproca de los simbiontes, que atemperan el interior común como un fogón antes del fogón47. Cada una de las microsferas constituye en sí un eje propio de lo íntimo. Habrá que mostrar cómo ese eje se dobla individualistamente.
La introversión de cada uno de los hogares no contradice que se aglo meren en alianzas más densas, me refiero a las espumas sociales: el enlace de vecindad y la separación recíproca hay que interpretarlos como dos caras del mismo hecho. En la espuma rige el principio del co-aislamiento, según el cual una y la misma pared de separación sirve de límite en cada caso para dos o más esferas. Tales paredes, que se apropian ambos lados, son las interfaces originarias. Del hecho de que en la espuma físicamente real una burbuja concreta limite con una pluralidad de globos vecinos, que le condicionan la repartición del espacio, puede deducirse una ima gen prototípica para la interpretación de asociaciones sociales: también en el campo humano las células concretas se aglutinan unas con otras por in munizaciones, separaciones y aislamientos recíprocos. Pertenece a las par
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ticularidades de esa región de objetos el hecho de que el co-aislamiento- múltiple de los hogares-burbujas en sus diversas vecindades pueda descri birse como cierre y como apertura al mundo. Por eso la espuma constitu ye un interior paradójico, en el que la mayor parte de las co-burbujas circundantes son, a la vez, desde mi emplazamiento, vecinas e inaccesibles, y están, a la vez, unidas y apartadas.
En sentido esferológico, las «sociedades» conforman espumas en el sen tido de la palabra que acabamos de delimitar. Esta formulación ha de blo quear tan pronto como sea posible el paso a esa fantasía, con la que grupos tradicionales se procuran una interpretación imaginaria de su ser: la idea según la cual el campo social conforma una totalidad orgánica y está inte grado en una hiperesfera omni-mancomunada y omni-inclusiva. No otra cosa ha aducido la propaganda autoplástica de los imperios y de las ficcio- nes-reino-de-Dios desde tiempos inmemoriales48. En realidad, las «socieda des» sólo son comprensibles como asociaciones agitadas y asimétricas de multiplicidades-espacios y multiplicidades-procesos, cuyas células no pue den estar ni realmente unidas ni realmente separadas. Las «sociedades» se consideran monosferas unidas desde el origen (o gracias a un estatuto ex cepcional) sólo mientras se hipnotizan a sí mismas estimándose como uni dades homogéneas, algo así como pueblos nacionales, genética o teológi camente substanciales. Se presentan como espacios encantados, que gozan de una inmunidad imaginaria y de una comunidad de esencia y elección, mágicamente generalizada. En ese sentido ha adoptado recientemente Sla- voj %iSzek nuestro concepto de la «esfera», aplicándolo críticamente a la disposición mental de Estados Unidos antes de los ataques al World Trade Center49. ¿Es necesario aclarar por qué el comienzo del saber sobre la ac tuación en común de seres humanos reside en la decisión de abandonar el círculo mágico de la hipnosis recíproca? Quien pretenda hablar teórica mente de «sociedad» tiene que operar fuera de la obnubilación del «noso tros». Si se consigue eso se puede uno percatar de que las «sociedades» o los pueblos están constituidos más fluida, híbrida, permeable y promiscua mente ellos mismos de lo que sugieren sus nombres homogéneos.
Cuando hablemos de «sociedad» en lo que sigue, la expresión no de signa ni (como en el nacionalismo violento) un receptáculo monosférico, que incluye una población enumerable de individuos y familias bajo un nombre político esencial o un fantasma constitutivo, ni (como para algu nos teóricos de sistemas) un proceso de comunicación inespaciaP, que se
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Morphosis (Thom Mayne/Michel Rotondi), Politix (retail store), Portland, Space modulator, 1990.
diversifica en subsistemas. Entendemos bajo «sociedad» un agregado de microsferas (parejas, hogares, empresas, asociaciones) de formato dife rente, que, como las burbujas aisladas en un montón de espuma, limitan unas con otras, se apilan unas sobre y bajo otras, sin ser realmente accesi bles unas para otras, ni efectivamente separables unas de otras51. Hay, cier tamente, según la formulación evocativa de Ernst Bloch, «muchos apo sentos en la casa del mundo», pero no tienen puertas, posiblemente incluso sólo ventanas ciegas, en las que hay pintada una escena exterior. Las burbujas en la espuma, es decir, las parejas y hogares, los equipos y co-
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Jennie Pineus, Cocoon Chair, 2000.
munidades de supervivencia, son microcontinentes consdtuidos autorre- ferencialmente. Por mucho que pretexten estar unidos con el otro y el ex terior, en principio sólo se arredondan en cada caso en sí mismos.
Las uni dades simbióticas son conformadoras de mundo siempre en sí y para sí, junto a grupos-modeladores-de-mundo que hacen lo mismo a su manera y con los que aquéllas están constreñidas bajo el principio del co-aislamien- to, formando un ensamblaje interactivo. Parece que sus semejanzas mu tuas permiten sacar la conclusión de que estuvieran recíprocamente en in tensa comunicación y ampliamente abiertas unas para otras; en realidad, la mayoría de las veces sólo se asemejan unas a otras a causa de su génesis en oleadas comunes de imitación’2y a causa de análogas dotaciones me diáticas. Operadvamente, la mayoría de las veces no tienen prácticamente nada que ver unas con otras. (Piénsese en los ocupantes de vehículos, que viajan en filas unos tras otros: cada grupo de viajeros conforma dentro una
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Alfons Schilling, Sombrero cámara oscura, 1984.
célula resonante, entre los vehículos sin embargo reina el aislamiento, y así está bien, puesto que comunicación significaría colisión. ) Su sintonía no se produce por intercambio directo entre las células, sino por la infiltra ción mimética de normas, estímulos, mercancías contagiosas y símbolos se mejantes. En otros tiempos estas tesis había que demostrarlas, ante todo, con el ejemplo de las familias nucleadas, pues las parejas dispuestas a la re producción conforman desde siempre (y seguramente también para el fu turo) el ejemplo más plausible de diadas capaces de crecimiento. En el presente nuestros diagnósticos pueden ampliarse a parejas sin hijos, in cluso a quienes viven solos en sus iormas-cocooning especiales (como, por ejemplo, la culturBrtakotsubojaponesa, la escena-autismo-marmita-de-cala- mar58) . Subrayamos que la célula en la espuma no consiste en el individuo abstracto, sino en una estructura diádica o multipolar54. Es claro que la teo ría de la espuma está orientada neo-monadológicamente: sus mónadas, sin embargo, tienen la forma fundamental de diadas o configuraciones espa cio-anímicas más complejas, con espíritu de comuna y de equipo.
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Desde la perspectiva técnico-mediática la «sociedad» de células de es puma es un médium turbio, que posee una cierta conductibilidad para in formaciones y una cierta permeabilidad para materiales. Pero no transmi te efusiones de verdades inmediatas. Si Einstein viviera en la casa de al lado, no por eso sabría yo más sobre el universo. Si el Hijo de Dios hubie ra vivido durante años en mi misma planta, en el mejor de los casos me en teraría sólo posteriormente de quién había sido mi vecino. Desde cada uno de los lugares en la espuma se abren perspectivas a lo colindante, pe ro no hay a disposición vistas panorámicas generales, en el caso más am bicioso dentro de una burbuja se formulan hipérboles, que resultan útiles en numerosas burbujas vecinas. Selectivamente pueden transmitirse noti cias, pero no hay salidas al todo. Para la teoría, que acepta el ser-en-la-es- puma como determinación primaria de la situación, las super-visiones con cluyentes del mundo-uno no sólo resultan inaccesibles, sino imposibles, y, si se entiende bien, tampoco deseables.
Quien habla de espumas en ese tono se ha despedido del símbolo cen tral de la metafísica clásica, de la monosfera omnicomprensiva: del uno en forma esférica y de su proyección en construcciones centrales panópticas. Ellas condujeron, lógicamente, al sistema enciclopédico, políticamente, al espacio-urbi-et-orbi imperial (de cuyos destinos se informó en los capítulos 3 y 7 de Esferas I I ) , policialmente, a la forma del panóptico de vigilancia, mi litarmente, a una ontología-pentágono paranoide. Innecesario decir que tales centralismos sólo tienen ya interés histórico. Como sistemas de ve cindades asimétricas entre invernaderos de intimidad y mundos propios de tamaño mediano, las espumas son medio transparentes, medio opacas. Toda situación en la espuma significa un relativo ensamblaje de visión en derredor y ceguera; todo ser-en-el-mundo, entendido como ser-en-la-es- puma, abre un claro en lo impenetrable. El giro a una ontología pluralis ta ya fue tomado en cuenta previsoriamente en la moderna biología y me- tabiología, desde que, gracias a la introducción del concepto de entorno, llegó a una nueva visión de su objeto:
Fue un error creer que el mundo humano proporcionara una plataforma común para todos los seres vivos. Todo ser vivo tiene una plataforma especial, que es tan real como la plataforma especial de los seres humanos. [. . . ] Por ese reconoci miento conseguimos una nueva visión del universo. Este no consiste en una única pompa de jabón, que hubiéramos inflado soplando por encima de nuestro hori
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zonte hasta el infinito, sino en millones y millones de pompas de jabón estrecha mente delimitadas que se cruzan e interfieren por todas partes**.
La reunión de innumerables «pompas dejabón» endocósmicas, pues, ya no hay que pensarla a la manera del monocosmos de la metafísica, en el que la plétora de los existentes fue convocada bajo un logos común a to do. En lugar de la super-pompa-de^jabón filosófica, de la mónada-todo del mundo-uno -de cuyas formas hemos dado cuenta en los capítulos 4 y 5 de Esferas II, sobre todo- aparece una aglomeración policósmica, que puede describirse como agrupación de grupos, como espuma semi-opaca com puesta de estructuras espaciales conformadoras de mundo. Es importante comprender que esa multiplicidad ilimitada de modos de existencia sensi ble en entornos estructurados con sentido ya está desarrollada en el nivel de la inteligencia animal, y, por lo que sabemos, no existe animal alguno que haga el inventario de todos los demás animales y los refiera a sí mis mo. Por su parte, los seres humanos, tras la atenuación del delirio (antro- po, etno, ego, logo) centrista, quizá se hagan ideas algo más razonables de su existencia en un medio compuesto de espumas ontológicas. Entonces se entenderá por qué Herder hablaba más bien del pasado que del futuro cuando escribió: «Toda nación tiene en sí su punto medio de felicidad, co mo toda esfera su centro de gravedad»56. Algunas formulaciones muy ade lantadas de teóricos contemporáneos del ciber-espacio ofrecen un primer concepto de modos de ser elásticos de diseños descentrados del mundo. Pierre Lévy escribe en su ensayo sobre la productividad semiótica de la «in teligencia colectiva» entendida emergentemente:
En el espacio del saber se unifica el aliento activo de los implicados, pero no para conseguir una fusión hipotética de los individuos, sino para hacer subirjun tas miles de pompas de jabón tornasoladas, que son otros tantos universos provi sionales, otros tantos mundos de significado compartido*7.
Dado que las conformaciones de mundo siempre se expresan también arquitectónicamente, más exactamente, en la tensión sinérgica entre bie nes muebles e inmuebles, hay que tener en consideración los procesos es- feropoiéticos, que se materializan bajo forma de espacios habitados, edifi cios y aglomeraciones arquitectónicas. De acuerdo con una idea de Le Corbusier, se puede comparar un edificio con una pompa de jabón: «La
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pompa dejabón es perfectamente armónica cuando el aliento está bien re partido, bien regulado desde dentro. El exterior es el resultado de un in terior»58.
Las espumas en la época del saber
Las cosas delicadas se convierten tarde en objeto: eso es lo que tienen en común con numerosas obviedades aparentes, que sólo consiguen saltar a la vista cuando se pierden, y, por regla general, se pierden desde el ins tante en que se introducen en comparaciones en las que se desvanece su facticidad inocente. El aire, que respiramos sin damos cuenta; las situa ciones, impregnadas de estados de ánimo, en las que inconscientemente existimos incluidos-incluyentes; las atmósferas, imperceptibles por eviden tes, en las que vivimos, existimos y somos, todas esas cosas representan re trasos en el espacio temático, porque, antes de que se les pudiera prestar atención explícitamente, como naturalezas eternas o bienes de consumo parecían proporcionar un decorado de fondo a priori para nuestro ser-ahí y ser-aquí. Constituyen advertencias tardías, que sólo por su manipulabili- dad, recientemente demostrada, tanto en sentido constructivo como des tructivo, se han convertido en carreras temáticas y técnicas. Consideradas hasta ahora como pre-aportaciones discretas del ser, hubieron de conver tirse en objetos de la atención antes de que llegaran a ser objetos de la teo ría. Tuvieron que ser vividas como algo frágil, extraviable y destruible an tes de que llegaran a convertirse en campos de trabajo laborables para fenomenólogos del aire y del estado de ánimo, para terapeutas de la rela ción, para ingenieros de atmósferas y arquitectos de interiores; tuvieron que convertirse en irrespirables antes de que los seres humanos aprendie ran a comprenderse como guardianes, reconstructores y re-inventores de lo que hasta entonces era sólo algo dado por supuesto.
El trasfondo rompe su silencio sólo cuando hay procesos en el primer plano que superan su capacidad de resistencia. ¿Cuántas catástrofes eco lógicas y militares reales se necesitaron antes de que pudiera decirse con precisión cómo se instalan entornos atmosféricos humanamente respira- bles? ¿Cuánta ignorancia de las premisas atmosféricas de la existencia hu mana hubo de acumularse en la teoría y la praxis antes de que la atención de un pensamiento radicalizado fuera capaz de sumergirse en la esencia de los estados de ánimo59, para trascender después hacia las constituciones del ser-en en ámbitos absolutamente generales y hacia los modi de inclu-
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Vista del interior de la cabeza de una mosca con ayuda de un microscopio radioscópico.
sión existencial en relaciones de totalidad60(para la que utilizamos recien temente la expresión inmersión)? ¿Cuánto hubo de desviarse la oscilación del péndulo en dirección a incomprensiones individualistas y desolaciones auüstas antes de que el valor propio de los fenómenos de resonancia y en samblaje interpsíquico en espacios de animación pudiera manifestarse lingüísticamente sin recortes, aunque sólo fuera a medias? ¿Cuánto des cuido progresivamente enmascarado tuvo que devastar las relaciones de proximidad humanas antes de que el significado constitutivo de relaciones de familia y de pareja suficientemente buenas pudiera ser descrito con fundamental respeto? 61
Todo lo muy explícito se convierte en algo demoníaco. Quien se aven-
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Electrones hechos visibles en una cámara de Wilson.
tura a explicitar realidades de trasfondo, que antes estaban suspendidas tá citamente en lo consabido, pensado -más bien, incluso, en lo nunca sabi do, nunca pensado-, reconoce una situación, en la que la escasez de lo presumible y callable ha avanzado y sigue progresando imparablemente. ;Ay de aquel que oculta desiertos! Ahora hay que reconstruir artificial mente lo que antes parecía dado como recurso natural. Uno se ve obliga do a articular con esmero impertinente y detalle provocativo lo que en otro tiempo seguramente resonaba como una connotación apacible. En ese giro a lo explícito se manifiesta la función moderna de la ciencia de la cultura. Se presenta como la agente de explicaciones civilizatorias en ge neral. Respecto de ella hay que mostrar que a partir de ahora ha de ser
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siempre también ciencia de la técnica y práctica administrativa para el tra bajo en invernaderos culturales. Después de que las culturas -precisamen te ellas- hayan dejado de parecer instaladas, hay que preocuparse de su permanencia y de su regeneración cultivándolas, volviéndolas a describir, filtrándolas, explicándolas, reformándolas: la cultura de las culturas se convertirá en el criterio de civilización en la era de la explicación del tras fondo.
Para ser absolutamente contemporáneo hay que presuponer que ape nas hay algo todavía que presuponer. Comencemos en este lugar a articu larextrañaypormenorizadamenteloque,deacuerdoconel Stateoftheart, podemos decir respecto a nuestro ser-en-el-mundo; describamos (con los fenomenólogos) con amplitud de miras y explicitud en qué relaciones glo bales o situaciones envolventes nos vemos introducidos; proyectemos y construyamos, finalmente (con los tecnólogos mediáticos, los arquitectos de interiores, los médicos laborales, los diseñadores de atmósferas), las es- pacialidades, las atmósferas y las situaciones envolventes en las que nos mantendremos según nuestros propios planes y valoraciones: así, en esas actividades constructivas y reconstructivas siguen actuando las enajenacio nes que han liquidado las obviedades, sin permitirles el regreso a una nue va vigencia. Si vuelven, es que son productos de explicación u objetos dig nos de conservación. Estarán bajo la vigilancia de una preocupación sociopolítica permanente o del nuevo diseño técnico. Lo que era «mundo de la vida» ha de convertirse en técnica climática.
Revolución, rotación, invasión
El demonismo de lo explícito es el rastro de la historia de la civiliza ción. Crece en la medida en la que la Modernidad efectúa el progreso en la conciencia de la artificialidad. Si lo antes oculto en el trasfondo avanza a primer plano, si lo no mencionado desde tiempos inmemoriales hay que exhibirlo temáticamente desde hace poco, si el pliegue de lo implícito se extiende y se proyecta en la superficie luminosa, en la que todo detalle oculto antes en el interior se presenta fuera, en visualidad igualmente cla ra y extensión uniforme, entonces esos sucesos son testimonios de un mo vimiento en el que los sapientes cambian radicalmente su posición frente a los objetos, que ahora se saben así y que antes fueron sabidos de otro mo
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do o no sabidos. En vistas de tal cambio de posición, la gastada metáfora de la revolución, como una subversión fundamental de relaciones entre cuerpos y roles, puede acceder por última vez a los honores teórico-cog- noscitivos (para luego quedar almacenada definitivamente en el archivo de los conceptos liquidados).
Lo que significa «revolución» como mejor puede explicarse es con la mirada puesta en las innovaciones de los anatomistas del siglo XVI, que em prendieron la tarea de abrir por incisiones el interior del cuerpo humano y darlo a conocer mediante figuras descriptivamente adecuadas. Puede ser que la «revolución» de Vesalio tuviera más consecuencias para la auto- comprensión de los seres humanos occidentales que el desde hace mucho tiempo supercitado y malinterpretado giro copemicano. En tanto que la anatomía tempranomodema enfrentó a la oscuridad tradicional de la cor poralidad propia sus mapas de órganos y dibujos de la arquitectura del mundo maquinario interno -no en vano el opus magnum de Vesalio lleva el título De humani corporisfabricar-, contemplado con nueva precisión, des plegó el fundamento interior somático, escaso de imágenes, de la auto- adherencia y dio al saber-propio de los sujetos-cuerpos un giro, por el cual ya no podía encontrarse nada de lo de antes en el mismo lugar del ser y del saber. Ahora tengo que mirar los mapas anatómicos y aceptar su men saje. ¡Eso eres tú! ¡Así apareces por dentro en cuanto los sabios te exami nan con su escalpelo! Ninguna mauvaisefoi anti-anatómica puede ayudar a recuperar la ingenuidad del ser-ahí como ser-corporal antes del poder- operar. Los actores de la Epoca Moderna participan, quieran o no, en un giro quasi autoquirúrgico. Incluso quien no tiene que ocuparse por profe sión, como especialista en autopsias, con cortes en el tejido orgánico, co mo participante en la cultura es transferido virtualmente a un punto de sa ber y de operación, en el que no puede hacer otra cosa que instalarse en el orden del gran viraje frente al antiguo universo-cuerpo interior. Com prender el propio espacio-interior-cuerpo desde la posibilidad de su ena
jenación anatómica: éste es el resultado cognitivo primario de la «revolu ción» de la Epoca Moderna, comparable sólo con la fuerza transformadora de la imagen del mundo de la primera circunnavegación terrestre llevada a cabo por Magallanes y Elcano62.
Como hábito cognitivo, es lo mismo dar la vuelta a la Tierra y reflejar lo en mapas, que abrir el cuerpo humano por todas partes y representarlo gráficamente desde todas las perspectivas. Ambas operaciones pertenecen
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Andrea Vesalio, De humani corporis fabrica, séptima figura de los músculos.
a la gran rotación que transforma el ángulo (klima) del saber de cosas y es tados de cosas. Making It Explicit, esto significa desde el comienzo de la Edad Moderna: participar en la revolución del mundo corporal a través de la capacidad operativa de los anatomistas y constituirse como autoopera- dor virtual desde un ángulo radicalmente transformado del trato consigo mismo, «un objeto sólo nos resulta claro desde un ángulo de 45 grados»'*. La época moderna es época de anatomistas, la época de los cortes, de las invasiones, de las penetraciones, de las implantaciones en el continente os curo, el antiguo Leteo.
En una fase muy posterior, después de que las abstracciones académi cas hubieran llegado a desfigurar las relaciones fundamentales operativas del saber moderno, los filósofos pudieron caer en la cuenta de que el ex- plicitar fuera una operación discursiva y concerniera en primera línea a la administración de la cuenta corriente de opinión y convicción de un ha blante64. ¿Todo ser humano que habla sería, pues, un especulador en la bol sa de las afirmaciones, y la filosofía actuaría como controladora de la bolsa? El auténtico significado de la explicación está en otro campo: la gran ca racterística de las relaciones modernas de saber no la constituye el hecho de que los «sujetos» puedan mirarse al espejo en sí mismos o rendir cuen tas ante el público sobre los motivos de sus opiniones, sino que se operen a sí mismos y tengan planos ante sí de la oscuridad propia, en parte acla rada, que les señalen puntos de intervención potencial para la auto-inter vención. No hay que dejarse confundir por la repartición del trabajo entre cirujanos y no cirujanos: quien, según Vesalio, es «sujeto», vive, esté de acuerdo o no, en un espacio autooperativamente curvo. Modernamente ya no puedo ser yo mismo auténticamente, es decir en coherencia con el ni vel cultural, mientras haga abstracción de mi cirujano potencial. Cuando los seres humanos modernos, yendo más a lo profundo, mienten, lo hacen prácticamente siempre prescindiendo conscientemente de su condición auto-operable6’. El negarse por principio a la operación en uno mismo, según el propio diagnóstico y estado, es el núcleo del mal romanticismo. Nuestra posible intervención, inevitablemente imperfecta, pero siempre ampliable, en el propio fundamento interior somático y psicosomático constituye el rasgo característico de la situación, que designamos con el terminante predicado de «moderna». Huelga decir por qué apenas tene mos aún algo que tratar de la llamada cosificación a este nivel.
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Gustave Courbet, El origen del mundo, 1866.
Veronika Bromová, Vistas, 1996.
Corrección transvaginal.
Cuando lo implícito se vuelve explícito: Fenomenología
Que el hogar del saber se convulsiona por la invasión irreprimible de la inteligencia en lo oculto: ese hecho fundamental para toda civilización superior, y sobre todo para la Modernidad, se llama, en su exégesis nor mal, investigación. Cuando la interpretación de esa inquietud se llena de pretensiones toma el nombre, durante un lapso de tiempo destacado en la historia del espíritu, de Fenomenología: teoría de la salida de «objetos» a la escena del aparecer, y reconocimiento lógico de su existencia junto al resto del contingente del saber. Que a los seres humanos no todo se les re vela de una vez, sino que la llegada de los objetos al saber sigue las leyes de una secuencia -un orden tan estricto como difícil de entender, de lo an terior y lo posterior-: en esto consiste la intuición originaria, formulada por primera vez por Jenófanes, que desarrolla el pensamiento evolutivo y fenomenológico en historias del espíritu o novelas educativas filosóficas. El núcleo de esa intuición es la observación de que lo posterior y lo anterior se comportan a menudo recíprocamente como lo explícito y lo implícito. Las explicaciones transforman en conceptos los datos y los presentimien tos, y estas transformaciones son tan narrables como fundamentables. Con ello se hace posible la ciencia de procesos espirituales irreversibles, que trata de series ordenadas lógico-inventivamente de ideas consecutivas (por ejemplo, de representaciones de Dios, de conceptos de almas y personas, de concepciones de la sociedad, de formas de construcción y técnicas de escritura). La Fenomenología es la teoría que narra la explicitación de aquello que al comienzo sólo puede estar dado implícitamente. Aquí estar implícito quiere decir: presupuesto en estado no revelado, dejado en re poso cognitivo, exonerado de la presión de desarrollo y mención porme norizada, dado en el modus de proximidad oscura, que no está todavía en la lengua, no interpelable en el instante próximo, no movilizado por el ré gimen discursivo y no instalado en un procedimiento. Volverse explícito significa, al contrario: ser llevado por la corriente que fluye del trasfondo al primer plano, del Leteo al claro del bosque, del pliegue al despliegue. La flecha del tiempo del pensar tiende a una explicitud superior. Lo que puede ser dicho con un grado superior de articulación más detallada pro duce la movilidad de los argumentos, suponiendo que el espíritu del tiem po epistémico haya llamado a intervenir. Ciertamente, la implicación es
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también una relación entre enunciados; tradicionalmente se la considera como la contención de la proposición menos general en la más general o como inclusión de textos en contextos; y en tanto esto vale, el análisis ló gico puede acreditarse como procedimiento explicativo; pero su significa do real descansa en el hecho de que lo implícito designa un lugar en el existente, en el que se encuentra el capullo para un despliegue, para una articulación, una explicación*’. Por eso, la auténtica historia del saber tie ne la forma del devenir-fenómeno de lo en otro tiempo no-aparecido, del paso de lo no-iluminado a lo iluminado o de datos-en-la-sombra a temáti- ca-en-primer-plano. Saber real: así llamamos a los discursos que han so brevivido a la larga noche de la implicación y se mueven en el día de lo temáticamente desplegado.
No pocas de las inteligencias más eminentes de la Vieja Europa han pensado sobre el proceso del saber según este esquema, motivo suficiente para ocuparse, tras el colapso de esa coyuntura teórica, de las condiciones de su éxito67. Durante cerca de doscientos años, pensadores tan estrictos como edificantes, de diferentes facultades, desarrollaron la convicción de que todo lo que aparece en el saber, por muy heterónomo y nuevo que se presente, en última instancia no puede ser extraño al sí mismo de los sa pientes, y, en consecuencia -tras crisis, por profundas que sean-, ha de en trar en nuestra íntima historia de formación (y, en este caso, en la expre sión «nuestra historia» sopla un aliento de un sí-mismo-cultura superior, por no remitirse ya directamente al espíritu del mundo). Los fenomenó- logos propagan la buena nueva de que no hay un exterior al que no co rresponda un interior; sugieren que no se topa uno con nada extraño que no pueda ser asimilado por apropiación en lo nuestro. Su creencia en la apropiación sin límites se fundaría en la presunción de que el saber tardío no desplegaría sino lo que ya estaba dado en las implicaciones más tem pranas.
El fundamento ontológico de ese optimismo lo expresó en el siglo XV Nicolás de Cusa, al postular la simetría del ser-implícito máximo (Dios, co mo concentración en el punto atómico) y del ser-explícito máximo (Dios, como despliegue en la esfera-todo). Bajo presupuestos cúsanos, el pensa miento humano sería siempre un acompañamiento cognitivo a la expan sión divina en lo explícito, es decir, en lo realizado y creado, en la medida en que pueda conseguirse una consumación así en la finitud. En el capí tulo Deus sive sphaera de Esferas II68hemos tratado pormenorizadamente de
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la culminación de la teología de la esfera occidental en el tratado, apa rentemente frívolo, de ludo globi, salido de la pluma del festivo cardenal. Un optimismo cognitivo semejante se encuentra en la ética de Spinoza, que representa una exhortación singular al desarrollo del potencial natu ral: Aún no sabemos de todo lo que es capaz el cuerpo oscuro; aprended más al respecto y veréis y podréis. En Leibniz, el optimismo cognitivo adopta formas más atenuadas, porque el autor de la Monadología poseía un concepto preciso de la insondabilidad de las implicaciones, que llegan has ta el infinito69. Y todavía en el constructo de Hegel de un círculo de círcu los se mantiene el principio de que lo último sólo es lo primero consuma do, llevado a sí epicéntricamente en nuestro conceptuar.
Cuando es el optimismo el que marca el tono, impone la cuestión de cómo, finalmente, lo interno puede volverse externo en su totalidad. Vis ta a una luz confiada, la praxis humana no es otra cosa que la gran rota ción que pone lo oculto en la oscuridad del instante vivido de tal modo an te nosotros que hay que incorporarlo a las reservas humanas como representación precisa. El optimismo consecuente hace que la historia del conocimiento y de la técnica desemboque en una imagen final, en la que la paridad entre interioridad y exterioridad estuviera consumada punto por punto. ¿Pero qué sucedería si pudiera mostrarse que con el devenir explícito de lo implícito se infiltra en el pensar, a veces, algo completa mente arbitrario, extraño, de otro tipo, algo nunca pensado, nunca espe rado yjamás asimilable? ¿Si la investigación, que avanza hasta zonas lími tes, da a conocer algo desconocido hasta ahora, de lo que no vale la afirmación de que un sujeto llegaría «a sí» en él? ¿Si hay algo nuevo que se sustrae a la simetría de lo implícito y lo explícito y penetra en los órde nes del saber como algo inmenso, exterior, algo que permanece extraño hasta el final?
Aparece lo monstruoso
Tras el fin de la coyuntura optimista puede manifestarse desapasiona damente qué significó defado la fenomenología en su habitual aplicación: fue un servicio de salvamento de los fenómenos en una época, en la que la mayoría de las «apariciones» ya no se dirigen al ojo o a los demás senti dos desde sí mismas, sino que más bien son conducidas a la visibilidad por
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Ondas sonoras hechas visibles sobre un disco de metal.
la investigación, por explicaciones invasoras y medidas correspondientes (esto es, «observaciones» gracias a máquinas y sensores artificiales). Invitó a sus adeptos a participar en el intento de defender el primado metafísico de la percepción contemplativa frente al medir, calcular y operar70. Se de dicó a la tarea de contrarrestar la enajenante inundación de la conciencia por las inasimilables miradas internas y externas de máquinas a las entrañas y cuerpos cortados y abiertos, no para negarse a lo nuevo sino para inte grarlo en la acostumbrada percepción de la naturaleza o de las circuns tancias, como si no hubiera sucedido nada por el corte de la técnica. Con
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razón había enseñado Heidegger que la técnica es un «modo del desocul- tamiento». Esto quería decir, a la vez, que a lo técnicamente desocultado y hecho público sólo le puede corresponder ya una fenomenalidad derivada, una publicidad híbrida y una quebrantada vinculación con la percepción71.
A la monstruosa visualidad de los hechos anatómicos, que nos acom paña desde el siglo XVI (y que ya no consigue integrar un humanismo en el medallón de un ser humano lector), se añaden los panoramas que des de el siglo XVII abren los microscopios y telescopios -las dos máquinas in fernales para el ojo-. La ampliación (junto con la cartografía) es la capa cidad de primer impacto de la explicación, por la que al mundo invisible hasta ahora se le coloca bajo coacción figurativa72. Pensamos también en el devenir-fenómeno de hongos atómicos, de núcleos celulares y vistas inte riores de máquinas, en placas de rayos X y tomografías de Computer, en fotografías galácticas, en un universo difuso de aspectos más complejos, apenas descifrables, para cuya apariencia no podía estar preparado ningún ojo humano (dicho con más cautela: humano antiguo). (Notemos que la disciplina del diseño -como producción artificial de superficies de percepción y de usuarios sobre funciones invisibles, o sea, como realce estéticamente intencionado de motivos funcionales, si no inadvertidos- se inaugura en una dimensión más moderna que su coetánea, la Fenomeno logía, en tanto que opera ya al nivel de la segunda perceptibilidad, es de cir, de la observación por aparatos y sensores. )
Así pues, se compromete fenomenológicamente quien está decidido a tratar la visualidad, artificialmente producida, de estados de cosas antes ocultos por naturaleza y de funciones o mecanismos latentes, como si la antigua alianza feliz entre ojo y luz valiera también para estos recién lle gados al espacio de lo observable. En este sentido, la fenomenología es una restauración positiva de la percepción, tras su sobrepasamiento por la observación mecánica. Elude conscientemente la cuestión de si el ojo hu mano puede competir con el contador Geiger. Mientras esa maniobra de distracción resulta efectiva, permanece intacta la insinuación de que el sa ber puede habitar el mundo como el burgués su chalet.
En primera instancia no puede negarse: también las vistas y figuras de lo extraño -que se vuelve visible al hacer incisiones en los cuerpos de los seres humanos y animales desde diferentes ángulos, así como en la des composición química de la materia, hasta llegar a las epifanías nucleares sobre el desierto americano o a las huellas de átomos en cámaras de Wil-
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L. Rogozov, Estación Nowolazarewskaja, Antártida, durante la realización de una autooperación
de apendicitis en abril de 1961.
son- penetran en la percepción humana como si esas nuevas visualidades sólo fueran continuación de lo diáfano de la primera naturaleza diurna con medios más actuales. Pero no son eso. Todas esas nuevas visibilidades, esas penetraciones en el trasfondo de los fenómenos, posibilitadas por pro cedimientos figurativos desarrollados: esos cortes implacablemente explícitos en cuerpos vivos y sin vida, esas vistas externas de órganos naturalmente ocultos, esas vistas artificiales contra-intuitivas del lado nocturno y mecá nico de la naturaleza, esas tomas de cerca de la materia al descubierto, ge nerada por un sólido saber operacional y un excentricismo experimenta do, todo ello está separado por un foso ontológico de la disposición cognoscitiva natural, cautelosa, tolerante, de las miradas en derredor hu manas dentro de circunstancias más o menos familiares, inmanentes al ho rizonte, para las que se ha introducido desde antiguo la expresión natura leza. Sólo después del giro auto-operativo el nuevo saber llega a una posición en la que se convierte para él en fenómeno lo que en modo al guno estaba predispuesto para el aparato perceptivo humano, al menos no según su primer diseño. Lo que la investigación lleva a la superficie tuvo que ser extraído «a la luz del día» o «desocultado» en una especie de ex
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plotación minera cognitiva. Para el de-dónde de esas extracciones la Mo dernidad ofrece nombres diversos: proceden o bien del «inconsciente» o bien de la latencia, del no saber, del ocultamiento en los lados interio res del pliegue de los fenómenos, o de alguna otra versión del todavía-no cognitivo.
Para ningún género de «objeto» vale esto más de lo que vale para los heroicos sujetos de las nuevas «ciencias de la vida», que recientemente han avanzado espectacularmente hacia lo hasta ahora eludido, no-apare- ciente y, por tanto, invisible: como consecuencia de esas invasiones, los cerebros humanos, el genoma humano y los sistemas de inmunidad hu manos han sido colocados tan teatralmente en el escenario epistemológi co que se mantiene continuamente en vilo tanto a la publicidad formati- va como a la sensacionalista mediante su puesta en escena y la carta de naturaleza que se les concede, presentándolos como «investigación» y « desciframien to ».
En estos tres campos de objetos puede mostrarse qué absurda sería la idea de que disciplinas de esa orientación fueran expresión y emanación de la reflexión humana sobre la existencia, o incluso manifestaciones de eso que los filósofos idealistas han llamado autorreflexión. El giro del sa ber hacia los cerebros -en los que, por lo que vemos, se procesa todo sa ber, también ese agudo saber del saber-, como hacia los genomas y siste mas de inmunidad -que también representan, sin duda, las premisas biológicas actuales para la existencia de esos genetistas e inmunólogos-, no tiene ningún carácter «reflexivo» o reflejante; ejecuta sólo la rotación auto-operativa, a consecuencia de la cual el saber se coloca detrás del es pejo o al «dorso» de las subjetividades. A tal efecto resulta necesario forzar el acceso a lo encubierto, porque sólo después de la irrupción en lo ocul to y de su inclusión en el espacio iluminado puede devenir perceptible co mo fenómeno lo que por sí mismo sólo existía y existe latente, a-fenomé nico y sin relación necesaria con una conciencia cómplice. Para que genes, cerebros y sistemas de inmunidad caigan bajo la presión de la apariencia se necesitan instrumentos y procederes neutralizadores del Leteo, los ins trumentos efectivos del giro, que lleva lo no-dado a la posición de lo dado73.
Hay que subrayar que este hacer que algo se dé no puede mantener pa ra siempre el carácter de una altiva arrogancia sobre los objetos; precisa mente las nuevas ciencias de la vida permiten prever cómo la investigación será penetrada cada vez más por la conciencia de la importancia crecien-
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Amígdala, fórnix y periventrículos del cerebro, reconstrucción 3D.
te del objeto. Quien plantea la pregunta qué es la vida tiene que comen zar por admitir que la vida depara ella misma la respuesta. Cada vez puede hablarse menos de una apropiación del objeto por el sujeto investigador. Mi cerebro, mi genoma, mi sistema de inmunidad, los buenos pronombres posesivos de siempre suenan en tales contextos como exhibiciones folcló- rico-gramaticales. Los nuevos bienes nunca pueden pasar a ser propiedad nuestra, porque nada nos resultará tan extraño siempre como la biomecá nica «propia» hecha explícita. Que, evidentemente, el largo ataque a lo oculto suceda por necesidad y desde cualquier perspectiva se emprenda con razón: esto, bajo expresiones contundentes como «libertad de la in vestigación» o «mejora de las condiciones humanas de vida», pertenece a las convicciones primarias de la civilización moderna, convicciones, por su parte, que provienen de fuentes antiguas, como, por ejemplo, de la doc trina aristotélica de que la aspiración al conocimiento es algo natural al ser humano.
No queremos comentar esos postulados a no ser indicando que todo devenir a primer plano de lo que permaneció latente durante mucho tiempo tiene su precio, sobre todo cuando es a los condicionamientos at
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mosféricos y climáticos de las culturas a los que, por su erosión, más aún, por su destrucción intencionada, se apremia a manifestarse. Tras su vul neración quedan ahí, convertidos en objetos, y son ellos los que apremian a una reconstrucción operativa. Esto vale de modo especial para el saber de las culturas, que fue colocado por la gran rotación en una posición ex terna y técnica74. Puede decirse a posteriori todo lo malo que se quiera res pecto del siglo XX, pero no que no pagara el precio de tales enajenaciones. Ninguna otra época puede exhibir una pericia llevada tan lejos en el arte de aniquilar la existencia a partir de sus propias premisas vitales. En el re verso de los procedimientos de destrucción se hacen visibles las condicio nes constructivas de conservación de espacios culturales. Su destino de penderá del saber y poder reconstructivo, que las civilizaciones consiguen por sí mismas.
Nunca hemos sido revolucionarios
Una vez transcurrido el siglo XX comienza a reconocerse que fue un fa llo colocar el concepto de revolución en el centro de su interpretación, igual que fue un camino errado entender los modos extremos de pensar de aquel tiempo como reflejos de acontecimientos «revolucionarios» en la «base» social. Todavía sigue dándose crédito, cómplicemente, a las auto- mistificaciones de los actores de la época. Quien hablaba de revoluciones, políticas o culturales, antes y después de 1917, casi siempre se dejó engañar por una metáfora poco clara de movimiento. En ningún momento la fuer za del siglo se cifró en la revolución. En ninguna parte se cambian los lu gares arriba y abajo; nada que estuviera a la cabeza se puso a los pies; en vano se buscaría un comprobante de que los últimos se volvieran en algu na parte los primeros. Nada se revolucionó, nada se dio la vuelta en el círculo. Por el contrario, en todas partes se llevaron a primer plano cosas pertenecientes al trasfondo, en frentes innúmeros se fomentó la manifes tación de lo latente. Lo que pudo explorarse, explotarse, investigarse me diante perforaciones de profundidad, intervenciones e hipótesis invasivas, llegó a los depósitos de combustible, al texto impreso, a los balances de ne gocios. El medio plano se extendió, las funciones representativas se multi plicaron, cambió el reparto de papeles en los tribunales, las administra ciones se ampliaron, los puntos de aplicación de acciones, producciones,
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publicaciones proliferaron, nuevos departamentos oficiales surgieron de la nada, el número de oportunidades de hacer carrera se multiplicó por mil. Algo de todo ello resuena en la tesis maliciosa de Paul Valéry de que los franceses, y eo ídolos modernos, hicieran de la «revolución» una «rutina».
El concepto fundamental auténtico y verdadero de la Modernidad no se llama revolución sino explicación. Explicación es para nuestro tiempo el verdadero nombre del devenir, al que pueden subordinarse o yuxtapo nerse los modi convencionales del devenir mediante flujo, mediante imita ción, mediante catástrofe y recombinación positiva. Deleuze articuló una idea semejante cuando intentó transferir el tipo de acontecimiento «revo lución» al nivel molecular, con el fin de eludir las ambivalencias de la ac tuación en la «masa»; no cuenta la subversión voluminosa, sino el fluir, el discreto ir más allá en la próxima situación, la huida continuada del status quo. En el ámbito molecular lo que importa son sólo las pequeñas y míni mas maniobras; todo lo nuevo, que lleva más lejos, es operativo. La visibi lidad de la innovación real se debe precisamente al efecto producido por la explicación; lo que entonces se encomia como una «revolución» no es ya, por regla general, más que el ruido que surge cuando el acontecimien to ha pasado. La era presente no subvierte las cosas, las situaciones, los temas: los lamina. Los despliega, los arrastra hacia delante, los disgrega y apisona, los coloca bajo coacción a manifestarse, los deletrea de nuevo analíticamente y los introduce en rutinas sintéticas. De supuestos hace operaciones; proporciona métodos exactos a confusas tensiones expresi vas; traduce sueños a instrucciones de uso; arma el resentimiento, deja que el amor toque innumerables instrumentos, a menudo recién inventados. Quiere saber todo sobre las cosas del trasfondo, sobre lo plegado, antes in disponible y sustraído, en cualquier caso, tanto como sea necesario tener a disposición para nuevas acciones en el primer plano, para despliegues y desdoblamientos, intervenciones y transformaciones. Traduce lo mons truoso a lo cotidiano. Inventa procedimientos para introducir lo inaudito en el registro de lo real; crea las teclas que permiten a los usuarios un abor daje fácil a lo imposible hasta ahora. Dice a los suyos: No existe el desmayo; lo que no puedes, puedes aprenderlo. Con razón se la llama la era técnica.
A continuación repetiremos algunos capítulos sacados de la historia de las catástrofes del siglo XX, con el fin de explicar a resultas de qué lu chas y qué traumas la estancia humana en milieus respirables ha tenido que convertirse en un objeto de cultivo explícito. Una vez realizado esto,
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cuesta poco esfuerzo ya explicar por qué todos los tipos de éticas del va lor, de la virtud y del discurso resultan huecas mientras no se traduzcan a la ética del clima. ¿Exageró Heráclito cuando dijo que la guerra es el pa dre de todas las cosas? En cualquier caso, un filósofo contemporáneo no habría exagerado afirmando que el terror es el padre de la ciencia de las culturas.
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Introducción: Aerimotos*
Sin aliento por tensa vigilia, sin aliento por sofoco en el resplandor irrespirable de la noche. . .
Hermann Broch, La muerte de Virgilio
1 La guerra de gas o: El modelo atmoterrorista
Si se quisiera decir en una frase y con un mínimo de expresiones lo que el siglo X X , junto a sus logros inconmensurables en las artes, aportó como características inconfundiblemente propias a la historia de la civilización, bastaría con considerar tres criterios. Quien desee comprender la origina lidad de esa época ha de tener en cuenta: la praxis del terrorismo, la con cepción del diseño del producto y las ideas sobre el medio ambiente. Por lo primero, se establecieron las interacciones entre enemigos sobre fun damentos posmilitares; por lo segundo, el funcionalismo consiguió rein corporarse al mundo de la percepción; por lo tercero, los fenómenos de la vida y del conocimiento se vincularon entre sí a una profundidad no co nocida hasta entonces. Esos tres criterios juntos señalan la aceleración de la explicación, de la inclusión reveladora de latencias y datos del trasfon do en operaciones manifiestas.
