En la aparición del ser humano el lugar ha de
explicar
el hecho, el escenario del aconte cimiento proporciona la clave de lo que sucedió en él.
Sloterdijk - Esferas - v3
En la obra es pacial desaparece ese confort ontológico.
Para establecer allí una posibi lidad de estancia hay que implantar un mínimo «mundo de vida» en el no-mundo-de-vida.
Con ello se trastoca la relación normal entre el susten tador y lo sustentado, lo implícito y lo explícito, la vida y las formas.
La construcción de islas es la inversión del habitar: ya no se trata de colocar un edificio en un medio ambiente, sino de instalar un medio ambiente en un edificio.
En el caso de la arquitectura en el vacío, lo que mantiene la vi da es un implante integral en lo contrario a ella.
Esta situación puede reproducirse con la expresión inversión del me dio ambiente o del entorno. Mientras que en la situación natural el medio ambiente es lo que nos rodea y los seres humanos los rodeados, en la cons trucción de la isla absoluta se da el caso de que son los seres humanos mis mos quienes conciben y disponen el entorno en que han de vivir más tar de. Esto significa prácticamente: contornar el contorno, envolver lo envolvente, sustentar lo que sustenta. La inversión del medio ambiente cumple la seriedad técnica con la divisa hermenéutica: aprehender lo que nos aprehende. En consecuencia, los implantes de mundo de vida en el vacío no son «microcosmos», en tanto que la idea clásica de microcosmos enunciaba atécnicamente la repetición del gran mundo en el pequeño. Implicaba que una totalidad inexplorable se refleja en otra. Ahora se tra ta de recrear técnicamente un entorno explorado para ofrecerlo como morada a habitantes reales.
Sobre ese trasfondo queda claro en qué sentido puede entenderse la is la habitada como prototipo o modelo de mundo. Se puede hablar de la existencia de un mundo suficientemente completo cuando se cumplen condiciones mínimas de sustento de la vida. Life support significa exacta mente esto: satisfacer la lista de las condiciones bajo las cuales un mundo de vida humano puede ser mantenido temporalmente en condiciones de funcionamiento como isla absoluta. (Por ahora no se habla de la repro ducción a bordo, ni del desarrollo de una tradición cultural propia de as tronautas. ) Los trajes especiales para paseos espaciales son una versión re ducida de tales sistemas posibilitadores de vida. Sergéi Krikalev hizo notar que se asemejan a pequeñas naves espaciales273, con la diferencia de que el
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sistema de sustento de la vida en el traje sólo está previsto para algunas ho ras. Con la nave espacial grande comparte la propiedad de no poseer au tonomía biotópica. (La crónica de la Mir constata que en quince años de funcionamiento se realizaron 78 salidas de astronautas, con una duración total de 359 horas. )
Por la transformación del «mundo de la vida» en el sistema de sustento de la vida se hace visible lo que significa explicación, aplicada al trasfondo ecológico. Como, por lo demás, sólo lo demanda el terror -que nos acom pañará,junto con la astronáutica, durante el siglo XXI-, el vacío exige el de letreo exacto del alfabeto en el que estaba redactado lo implícito. En este sentido, la astronáutica equivale a una alfabetización ontológica, por la cual se pueden y deben escribir formal y expresamente los elementos del ser-en- el-mundo. El ser-en-el-mundo a bordo se concibe de modo nuevo como es tancia en una prótesis de mundo de vida, con lo que la misma protetizabi- lidad del «mundo de la vida» representa la auténtica aventura de la astronáutica, o bien, la de la construcción de estaciones. En analogía con el gran proyecto biotópico-ecológico Biosfera 2, que desde 1991 se lleva a cabo, con éxito cambiante, en el desierto de Arizona274, se podría resumir la si tuación humana en la nave espacial con la expresión Ser-en-el-mundo 2.
La isla absoluta ofrece una organización ontológica experimental en la que el hominismo queda archivado: es decir, la prescindencia humano- maníaca del hecho, por lo demás evidente, de que la coexistencia de seres humanos con sus semejantes tiene lugar en un local efectivo y que los se res humanos nunca vienen desnudos y solos, sino que siempre llevan con sigo una escolta de cosas y signos, por no hablar por el momento de sus parásitos constitutivos, los biológicos (microbios) y los psicosemánticos (convicciones). Considerada desde el punto de vista filosófico, la as tronáutica es, con mucho, la empresa más importante de la Modernidad, porque, como un experimento universalmente relevante sobre la inma nencia, manifiesta lo que significa la coexistencia de alguien con alguien y algo en un espacio común.
Antes de que este experimento no se haya retraducido al pensar cerca no a la tierra, no puede llegarse a una solución razonable del problema fundamental que la metafísica clásica legó a los modernos: la emancipa ción del algo. En principio, es una mera cuestión terminológica si al algo depauperado se le llama materia o elemento o cosas o entorno. La toma
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de partido por el algo sólo puede resultar inteligente cuando se aventura a participar en la construcción de islas absolutas. A partir de islas de ese ti po puede observarse cómo funciona la cohabitación de sistemas de cosas con seres humanos. Por la explicación avanzada, las máquinas y los siste mas, que sustentan el ser-en-el-mundo 2, se desarrollan con tanta solemni dad que habrían de ser introducidos en una constitución de la estación es pacial, en caso de que la hubiera. La unidad-Life-Support, los sistemas de comunicación, las instalaciones de navegación, los soportes de abasteci miento de energía y los laboratorios: a todos ellos habría que tratarlos co mo órganos constitucionales y, análogamente a los derechos humanos, habría que colocarlos bajo protección especial del derecho espacial me diante una declaración de los derechos de las cosas y de los sistemas. En la vieja Tierra soñolienta, que sigue adormecida por obviedades devenidas falsas, la mayoría de las constituciones están formuladas de tal modo que en ellas no consta dónde quedan las naciones en las que están vigentes. El lugar de vigencia de las constituciones no es objeto de las constituciones: el pensar pre-ecotécnico lo presupone como un recurso, que puede seguir sin mencionarse, porque parece suficientemente explícito para intuicio nes capaces, no necesitado por ahora de comentario alguno. Vista así, la política tradicional pertenece a la época del sueño hermenéutico, en un tiempo que estuvo imbuido por un autoconsciente poder-remitirse-a-pre- supuestos-inexplicables. Las constituciones convencionales extemalizan la nación en la que establecen un orden; ignoran a los cohabitantes no-hu- manos de la nación que son necesarios para los humanos; no tienen ojos para las condiciones atmosféricas, en las que y bajo las que se lleva a cabo la coexistencia de los ciudadanos y sus equipos. En los modelos de mundo del tipo de las islas absolutas, tales ingenuidades ya no son admisibles. En relación con las islas en el vacío se plantea la pregunta de cuánto tiempo pasará hasta que las experiencias conseguidas con su construcción sean re- trotransferidas a la organización de la coexistencia en las tierras firmes te rrenas, que se siguen presuponiendo como los containers naturales de la vi da. El saber sobre la coexistencia bajo condiciones exteriores en posición orbital parece estar todavía muy lejos de los mundos de vida tradicionales. Su reentrada en la atmósfera terrestre ya no se hará esperar mucho.
Citaremos a dos de los pensadores adelantados de las estaciones te rrestres, en cuyo trabajo ya se aplica a la Tierra en su totalidad o a entor-
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R. Buckminster Fuller, Tetra City, proyecto para una ciudad flotante.
nos locales concretos el principio del aislamiento absoluto con metáforas maduras v en parte, incluso, con modelos implantables técnicamente. En primer termino hay que nombrar a R. Buckminster Fuller, quien, con su Operating Manualfor Spatrshif) Earth, de 19(>9, presentó los contornos teóri- t o-sisu mu os para un management global de la Tierra, basándose en la idea de que el planeta Tierra no es mucho más que una «cápsula, dentro de la que hemos de sobrevivir como seres humanos»*75. La teoría del conoci miento de Fuller desemboca en una ética de la cooperación universal, in cluida en una metafísica del despertar colectivo. Esta, a su vez, se basa en una interpretación de la situación fundamental humana, partiendo de un «hecho i xi i(‘lindamente importante, que se refiere a la nave espac ial Tie rra: esto es. que no se suministraron con ella instrucciones de USO»*76. « [ . . . ] por ello k* correspondió al ser humano mucha ignorancia durante largo tiempo. . . La característica del presente es el rápido descenso de* la tole rancia ignorante con que se ha tratado a las cosas, un descenso producido por el creciente* alcance de las consecuencias derivadas de la gran tecno logía y ciencia aplicada. El feedback de las técnicas provoca a la inteligencia humana a cualificarse para las tareas de ingeniero de a bordo de la nave espacial Tierra.
Tras Buckminster Fuller hay que aludir aquí al artista objetual danés
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Olafur Eliasson, Your Windless Arrangemenly 1997.
Olafur Eliasson, cuyas múltiples y diversas instalaciones y montajes ofrecen la interpretación más lúcida que puede encontrarse en el arte contem poráneo del concepto de inversión del medio ambiente o del entorno* Eliasson se ha mostrado <orno uno de los mejores artistas de a bordo en la isla absoluta en construcción, sobre todo por la exposición Surroundings Surroundedy que, junto con Peter Weibel, realizó en 2001 en el Zentrum fur
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Olafur Eliasson, The Weather Projeel, Londres 2003. Foto: Jens Ziche.
Kunst uiid Medientechnologie (/KM) de Kaiisruhe Kn el título de la ex posición aparece inequívocamente el giro constructivista: los entornos na turales <jue muestra el artista son ya, efectivamente, contornos contorna dos, es decir, fenómenos naturales interpretados y repetidos por la ciencia y la técnica. No se enfrenta uno a totalidades eco-románticamente estiliza das, sino a implantes de naturalezas en la sala de exposición o en el labo ratorio; vemos imitaciones, prótesis, experimentos, arrangements, por cuya presentación siempre se ponen de relevancia dos cosas al mismo tiempo: la estrile tura natural o efecto natural y la óptica científico-técnica por la que éstos entran en nuestra interpretación. Por lo demás, los «surroun- dings suiTounded que muestra Eliasson, como la catarata artificial, sono rizada con estruendo, famosa mientras tanto, la Pared de musgo de 1994, la Habitación! para un colorale 199S, la Habitación para todos los colores de 1999 o
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los Territorios de hielo muy grandes de 1998, no sólo son presentados, coloca dos y «rodeados» por la mirada científico-técnico-artística, también se apro vechan del efecto enmarcante de la situación museística. Aquí la naturale za se comporta frente al museo como el mundo de la vida frente al vacío.
El museo, efectivamente, se puede describir como aislador general de objetos: sea lo que sea lo que se vea o se experimente en él, aparece como un artefacto aislado, cuya presencia busca sintonía con una forma espe cializada de atención estética. Se entiende, por fin, por qué la fenomeno logía del espíritu, el museo y la explicación avanzada van unidos. Saber sig nifica ahora poder-explicitar; explicitar significa poder-exponer. A los trabajos con mayor información y humor de Eliasson pertenece la instala ción de viento Your Windless Arrangement, de 1997, propiedad del museo de arte de Malmoe, en la que dieciséis ventiladores coordinados, que cuelgan del techo, muestran cómo tampoco el viento puede estar seguro ya de no convertirse en objeto de exposición.
B. Islas atmosféricas
La explicación del principio de aislamiento fue impulsada al máximo por experiencias con la construcción de islas absolutas. No obstante, las islas artificiales de carácter relativo son igualmente esclarecedoras para la investigación de mundos modélicos, ya que agudizan la mirada a las varia bles atmosféricas de medios aislados. Se puede hablar de una isla relativa mente artificial cuando su posición se elige no en el vacío cósmico, sino sobre la superficie de la tierra o del mar. En el caso de islas artificiales flo tantes, el agua del mar circundante se desplaza por un implante de masa: un procedimiento que puede observarse con ocasión de la botadura de un buque; también las plataformas de sondeo y demás construcciones apoya das en pontones en mar abierto cumplen las características de la isla flo tante. La capacidad de represión o desplazamiento de agua la producen paredes más o menos impermeables a bordo, que separan el mundo inte rior-isla del elemento que hay en torno. Dado que estructuras idealmente impermeables no son factibles empíricamente, hay que prever en las islas flotantes instalaciones de gestión de las vías de agua, tales como bombas de barco o dispositivos de relleno para cámaras de aire bajo el agua.
A diferencia de las islas flotantes, en el caso de las que se asientan en
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tierra el desplazamiento se refiere al elemento aéreo (en medida marginal también al root médium, es decir, a la flora y fauna del terreno sobre el que se ha construido). Delimitan un enclave del aire de alrededor, aislándolo en él, y estabilizan una diferencia atmosférica permanente entre el espa cio interior y el espacio exterior. Se podría hacer valer esta formulación como definición provisional y vaga de la casa, en tanto que es lícito partir del hecho de que las casas, junto a sus funciones como espacio de cobijo, espacio de trabajo, espacio de dormir y espacio de reunión, también tie nen siempre una función implícita como reguladoras del clima, sobre to do en el caso de las casas de piedra, que deparan frescor en verano y calor en invierno. La asociación entre las ideas de casa y de isla la apoya la his toria de las palabras: desde el siglo II d. C. , la ínsula latina designaba, a la vez, junto a su significado fundamental, la casa de vecindad, de varios pi sos y aislada, que la mayoría de las veces habitaban los más pobres. Para ilustrar la mecánica indiferenciadora del funcionamiento tardío de la gran ciudad, Spengler cita un pasaje de Diodoro que se refiere a «un rey egip cio destronado que tuvo que instalarse en Roma en una lamentable casa de vecindad en un piso alto»279. En nuestro contexto habría que decir que ese Robinson egipcio había sido arrojado por turbulencias imperiales a la playa de una isla abarrotada.
La casa-atrio romana poseía señaladas características de aislador de cli ma: por una parte, por el efecto respiratorio y contenedor de calor de las paredes de ladrillo (cuya anchura, de 44,5 centímetros, la fijaba la norma tiva legal para ladrillos secados al aire); por otra, por la situación protegi da y la función ventiladora de los patios interiores, cubiertos de verde (atria), y los patios de columnas, en los que había estanques (compluvia) que recogían el agua de lluvia de los tejados (impluvia). En las casas de los acaudalados se podían encontrar, desde el siglo I a. C. , calefacciones de suelo, que a través de canales cerámicos conducían por los suelos, y a ve ces también por las paredes, el aire caliente producido por un horno ins talado en la cocina (calefacción de hipocaustos).
Islas atmosféricas terrestres, sin embargo, en el estricto sentido de la palabra, sólo las hay desde el siglo XIX, cuando la construcción con hierro fundido y cristal hizo que apareciera un tipo de casa completamente nue vo: el invernadero de cristal. Invernaderos de este cariz no son un tipo de construcción cualquiera del siglo XIX. Constituyen la innovación arquitectó nica más importante desde la Antigüedad, porque con ellos la edificación
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de casas se convierte en una explícita construcción climática. Se podría re conocer en ellos un preludio pacífico a los aerimotos desencadenados por la guerra de gas, de los que hemos tratado pormenorizadamente en nues tras consideraciones sobre los fundamentos atmopolíticos del siglo XX280. Cuando se construyen casas de cristal, el edificio se levanta pensando en el clima interior que ha de reinar en él: la construcción visible sirve, en pri mer término, más allá de sus valores estéticos propios, como envoltura de un aire reformado, que se prepara, a su vez, como medio para habitantes de un tipo especial. Invernaderos son arquitecturas-temas, en las que se tematizan hechos atmotópicos, por regla general climas especiales para plantas exóticas.
El comienzo de la era del cristal en la arquitectura significa lo mismo que los inicios de la era atmosférica en la ontología especial. Así como en tomo a 1900 Georg Simmel preguntaba, en expresiones kantianas, por las condiciones formales y cognitivas de la posibilidad de la convivencia de se res humanos (esto se calificaría hoy de pregunta «posnacional»), así tam bién, desde el temprano siglo XIX, los arquitectos de invernaderos busca ban las condiciones prácticas de posibilidad de aclimatación de plantas tropicales a medios centroeuropeos. Descubrieron la respuesta en forma de edificios de cristal atemperados, que se ofrecían, en cierto modo, como hogares para solicitantes vegetales de asilo. Naturalmente, las plantas más dependientes del calor no habían venido a Europa por propia voluntad como buscadores de asilo, se presentaban como invitados involuntarios, como compañeros vegetativos, por decirlo así, de los homeboys indios y de los muchachos moros, con turbante, del idilio colonial, por los que se ha cían servir el té las damas en el rico Noroeste.
No obstante, el significado de la arquitectura de cristal sobrepasa con mucho su conexión inicial con la botánica imperial. Sobre todo, el fenó meno de las casas-de-calor acristaladas no se deja remitir a los jardines de invierno de placer, principescos y gran-burgueses, que, con sus templos de flores y conservatorios de pifias y ananás, sus invernaderos de naranjas y pomelos, se retrotraen hasta el siglo XVII y XVIII. Tampoco el interés de los señores por frutas independientes de la estación proporciona una razón suficiente para el amor excesivo de los europeos a la cultura de los inver naderos, por mucho que el director del jardín de la cocina de Luis XIV, De la Quintinye, fuera capaz de servir al monarca espárragos en diciem bre, lechuga en enero e incluso higos enjunio.
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Superestructura para cubrir un olmo en el Palacio de cristal londinense, 1851.
En sus invernaderos los europeos comenzaron una serie de experi mentos con éxito sobre las implicaciones botánicas, climáticas y culturales de la globalización. Cuando en el siglo XIX se llamó a los súbditos del King- dom ofplants tropical a los invernáculos de Gran Bretaña, estaba enjuego, por parte de los anfitriones, al menos un acercamiento en asuntos at mosféricos. Desde el punto de vista climático se respetaron las leyes de la hospitalidad. ¿No se puede afirmar que la sociedad multicultural fue ensa yada en los invernaderos? Cuando los botánicos coloniales reunían espontáneamente en sus biotopos cubiertos de vidrio plantas de la más le
jana procedencia, sí sabían lo que se debe a los visitantes procedentes de los trópicos, sobre todo cuando se trataba de las especies reinas del mundo vegetal, las orquídeas y palmeras, para cuyo alojamiento eran, a su vez, su ficientemente buenas las regias construcciones bajo edificios de cristal, las casas de palmeras y las casas de orquídeas. Se entiende que también para el resto de la alta nobleza vegetal, como las camelias, se construyeron ca sas propias281.
Con respecto a estos invitados dominaba un clima xenófilo incluso en Alemania: cuando el 29 de junio de 1851 floreció por primera vez en Ale mania, en la casa de palmeras de Herrenhausen, cerca de Hannover, una palmera de la variedad Victoria regia», de rápido crecimiento, pudo hacerse del acontecimiento una comunicación de prensa. Las ideas de la isla arti ficial climatizada se vinculaban con las de la urbanística utópica y el orien talismo, como, por ejemplo, durante la construcción de la Wilhelma, cerca de Stuttgart, comenzada en 1842, acabada en 1853: un castillo de cuento, de cristal y hierro fundido, de estilo moro, en cuyo complejo se unen múl tiples motivos de interior, que juntos producen un efecto suntuoso de ais lamiento: aquí, la fuerza ensimismadora del paisaje invernadero forma una simbiosis exclusiva con la fascinación de la isla de placer principesca y con la del jardín paradisíaco.
No es de extrañar que los arquitectos de casas de cristal ya cayeran pronto en la tentación de experimentar los potenciales constructivos de la nueva técnica de fundición del hierro en el sentido del monumentalismo: ante todos, el arquitecto inglés de invernaderos Joseph Paxton, cuyo Pala cio de cristal en el Hyde Park de Londres, edificado en un corto plazo de ejecución, desde el 30dejulio de 1850hasta el 1de mayo de 1851, con una longitud de 563 metros, una anchura de 124 metros y una altura en la na ve central de 33 metros, representaba con mucho el mayor espacio edifi
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cado del mundo. Los propietarios ya indicaron que cabrían cuatro basíli cas como la de San Pedro de Roma en el área de esa gigantesca casa de cristal, y siete catedrales como la de San Pablo de Londres. Es verdad que el Palacio de cristal no se pensó primero como invernadero, sino como una galería de tipo especial, ya que una construcción de zócalo fijo había de al bergar a los 17. 000 expositores de la Exposición Universal de Londres de 1851, junto con sus 6 millones de visitantes: sólo en consideración a algu nos viejos y altos olmos, cuya conservación había sido un requisito para la licencia de construcción en el popular parque, le cupo en suerte también al palacio de la exposición universal una cierta característica de jardín de invierno en su nave alta.
Esta característica llegó a ser la más importante cuando el Palacio de cris tal se desmontó al final de la Exposición Universal y fue instalado de nue vo en 1853-1854, en Sydenham, en proporciones mejoradas: esta vez como parque-popular-indoor, botánico y ornitológico, o, como explicaba en un prospecto la Crystal Palace Compagnie, creada para administrarlo, como «templo universal» para la «educación de las grandes masas del pueblo y el ennoblecimiento del disfrute de sus momentos de esparcimiento»"2. Ese parque popular era accesible técnicamente a la visita de las masas por el ferrocarril de Brighton; en el año 1936 un gran incendio destruyó ese edificio, apreciado sobremanera, pero no indiscutido, del que también crí ticos admitían que su edificación significaba un punto de inflexión en la historia de la arquitectura. Los relatos de visitantes tempranos dan fe de que de la experiencia espacial en su interior provenía un efecto, que en los años sesenta del siglo XX se habría definido como psicodélico: «Ese es pacio gigantesco tenía algo liberador. Uno se sentía en él cobijado y, sin embargo, libre. Se perdía la conciencia de la pesantez, de la propia suje ción al cuerpo»28*. La ventilación y aireación se conseguían por un sistema de miles de válvulas de aire en las paredes laterales, así como en los teja dos. Para evitar el sobrecalentamiento veraniego Paxton colocó lienzos hú medos en el tejado interior; durante las demás estaciones del año una ins talación de calefacción de agua caliente, que dependía de una central con 27 calderas de vapor, se ocupaba de mantener las temperaturas deseadas. De los escritos de propaganda de Paxton se deduce qué claro tenía ante la vista el motivo de «contorno contornado», aunque aún faltara el concepto.
Que ya se trataba para Paxton de simulaciones de clima y del intento de introducir en el pabellón lejanos modelos de naturaleza, sobre todo los
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paisajes mediterráneos añorados por los ingleses, lo descubre su proyecto, presentado en 1855 y nunca realizado, para el Great Victorian Way, que pre veía una galería de cristal de seis kilómetros a través de Londres. El pro yecto habría cercado todo el centro de la metrópolis británica con un an cho anillo-boulevard acristalado, mientras se dispondrían superficies mayores en el interior del anillo como paisajes abiertos artificiales, cosa que, sin duda, sólo hubiera podido hacerse a costa de tristes barrios de blo ques de pisos, al modo como sucedió con las aperturas que llevó a cabo Hausmann en París. Es de lamentar la no realización del proyecto bajo muchos puntos de vista, entre otros, porque si se hubiera puesto en prác tica habría facilitado mucho la tarea de Walter Benjamin de reconocer a Londres, incluso antes que a París, como la capital del siglo XIX; así como que, también, los pasajes proporcionan menos que los invernaderos la lla ve al principio «interior»284, del que Benjamin subrayó con razón que la Modernidad sólo puede comprenderse a su luz.
Con sus esfuerzos por mantener el registro climático de inmigrantes ve getales procedentes de latitudes australes, los biólogos, arquitectos, fabri cantes de vidrio y amantes de las orquídeas del siglo XIX no sólo se inter naron cada vez más explícitamente en la praxis de las islas climáticas artificiales (cuya idea técnica fundamental ya era conocida en la Antigüe dad, como demuestra una instalación de jardín de invierno encontrada en Pompeya). Dieron a luz toda una tecnología de cultivo, más aún: un prin cipio de conformación de espacio y de control atmosférico del espacio, cu yo despliegue se extiende a lo largo de todo el siglo XX, para convertirse desde comienzos del XXI en una pregunta global por la forma de vida. Des de las conferencias sobre el clima universal de Río de Janeiro y Tokio, el principio del atmo-management se reconoce como un poliíicum de alto ran go, por muy difícil que se presente la toma de medidas técnico-climáticas ilustradas contra las resistencias de los derechos tradicionales a la ignoran-
ce, en el sentido de Buckminster Fuller (pues precisamente las grandes po tencias políticas son las que se aferran -por ahora- a las costumbres habi tuales en la utilización imperial del espacio, de los recursos y del clima).
El significado histórico-técnico y eo ipso histórico-cultural de los edifi cios de cristal estriba en que con ellos se puso en marcha la familiarización del efecto invernadero. Bien conocido como fenómeno empírico, desde hacía mucho, por los ingenieros de jardinería y administradores de jardi nes de invierno, su descripción teórica y generalización pragmática co
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menzó en torno al cambio del siglo XVIII al XIX, en un escrito de solicitud de patente del año 1803 del arquitecto inglés James Anderson, que quería aprovechar el principio de la trampa de calor para la construcción de un invernadero de dos pisos. Según el plan de Anderson, durante el día las superficies acristaladas del piso superior retendrían el calor del sol en el aire del invernadero, que durante la noche se pasaría al piso de abajo, más fresco, mediante un sistema de aireación inventado por él: un ingenioso sistema de dos cámaras con amplias implicaciones políticas. Desde enton ces el lugar al sol habría de convertirse en una cuestión de redistribución del confort.
Poco después, Thomas Knight (1811) y George Mackenzie (1815) for mularon los fundamentos teóricos de las formas hemisféricas de la arqui tectura de cristal, demostrando que la irradiación solar podía aprovechar se óptimamente para el calentamiento de la atmósfera del espacio interior mediante superficies curvas de cristal. El constructor de invernaderos e in geniero de jardinería John Claudius Loudon ya hizo uso de ello en 1818, en sus Sketches for Curvilinear Hothouses, creando, además, en 1827, con su casa de palmeras de Bretton Hall, en Yorkshire, uno de los primeros ejem plos de una arquitectura de invernadero, con hierro fundido y cristal abombado, termodinámicamente calculada. En ese «espacio claro total» se encontraba, junto con las condiciones favorables de luz, una forma de aprovechamiento de la energía solar muy avanzada para el grado de lati tud inglés y para la técnica del cristal de aquel momento. Por él recibió un fuerte impulso la construcción de cúpulas (la disciplina reina de la arqui tectura desde los días del Panteón romano). Los nuevos materiales no só lo permitían mayores amplitudes de luz, también creaban nuevas relacio nes entre la forma de la cúpula y el interior cubierto por ella. Los estímulos de Loudon en el campo de la construcción hemisférica pueden seguirse hasta el GranJardín de Invierno de Laeken, cerca de Bruselas, ter minado en 1876.
En el siglo XX volvieron a moverse las cosas en este ámbito por la in troducción de materiales sustitutivos del cristal. Las nuevas y baratas cu biertas de polietileno y PVC, permeables a la luz, desencadenaron desde los tardíos años cincuenta un giro hacia el cultivo intensivo de plantas en invernaderos. Su centro más significativo mundial se encuentra en China, que concentra tres cuartos de todas las superficies de invernadero de la Tierra, 600. 000 de 800. 000 hectáreas en total (según estadísticas de 1994),
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Invernadero en el parque del palacio Laeken, cerca de Bruselas, durante la construcción, 1875.
casi exclusivamente en forma de simples túneles bajos de plástico, la ma yoría de ellos cerca de las grandes ciudades, que sirven para la producción intensiva de verduras. También Japón, por los mismos motivos y con los mismos medios, se ha convertido en poco tiempo en una gran potencia en invernaderos de plástico, incluso por delante de Italia y España285. Además de esto, en Estados Unidos, donde se probaron numerosos tipos nuevos de invernaderos, aparecieron por primera vez construcciones neumáticas, en menor escala y sin soporte, de cúpulas de poliéster reforzadas con rejilla de nylon, que se sostenían por una leve sobrepresión atmosférica: una téc nica que durante un tiempo desempeñó también un papel importante en la construcción de estadios deportivos. Junto a las innovaciones, la mayoría de las veces primitivistas, de la construcción de plástico, las culturas tradi cionales de invernadero, que, como en los Países Bajos, se basan casi ex clusivamente en el cristal, aparecen como nobles antigüedades de la vieja Europa. Pero, se trate de vulgares tubos de plástico o de elegantes edificios de cristal, el principio de realidad siempre va incluido en todas las naves; las plantas son capital verde que explota la fuerza de crecimiento, apoya da por doping térmico y químico. A causa de sus objetivos unilaterales eco-
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Vista de la estructura del tejado.
nómicos y de su instalación de monocultivo, la mayoría de los cultivos de invernadero de ese tipo resultan monosilábicos, con respecto a la dinámi ca de su población, y biosféricamente infracomplejos.
Esto sólo cambia cuando, por el desarrollo de las modernas ciencias de la vida y de la investigación ecosistémica básica, pudo surgir interés por concentrar conjuntos biosféricos complejos en islamientos experimenta les. El paradigma más conocido para empresas de ese tipo lo proporciona el gran proyecto Biosfera 2, que fue puesto en funcionamiento en septiem bre de 1991 en Oracle, cerca de Tucson, en el Estado de Arizona, tras am plios preparativos, aunque conceptualmente confusos, y cuatro años de construcción (1987-1991). Si hubiera que caracterizar en una palabra lo propio de Biosfera 2, habría que llamarla un homenaje a la artificialidad: un delirio-cápsula, que va más allá de las normales construcciones-inver naderos en muchos aspectos. En este caso, el edificio de cristal es más que una isla climática; sirve como ejercicio previo terrestre para la edificación del invernadero absoluto en el espacio. Uno se convence de ello al darse cuenta de que el experimento de Oracle no se contenta con recrear mun dos vegetales en espacios cerrados; de lo que se trata, más bien, es de ra-
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Biosfera 2.
dicalizar tanto el principio de la colección como el del aislamiento de mo do inusual, quizá absurdo. Por su situación en una de las zonas más cáli das de la Tierra, el invernáculo paradójico no está orientado, como sus compañeros en latitudes medias, al efecto de trampa de calor, que, de or dinario, se utiliza para la estimulación del crecimiento y como ayuda para la eliminación del invierno; aquí, con una inversión gigantesca de co rriente eléctrica, hay que poner en funcionamiento sistemas de refrigera ción para evitar el sobrecalentamiento de la instalación. La corriente eléc trica necesaria se saca de una cercana central de agua embalsada; ello causa gastos anuales de 1,5 millones de dólares. Se dispone adicionalmen te de un agregado de emergencia, que en caso de fallos de abastecimien to ayuda a impedir que el interior de la gran cápsula se convierta en me nos de una hora en un infierno inhabitable tanto para plantas como para seres humanos.
Biosfera 2 es un experimento de aislamiento e inclusión de un pronun ciado carácter de obra de arte, con un fuerte complemento de ideología- éxodo y metafísica-gea -como correspondía a las ideas del sponsor; el mul timillonario tejano del petróleo Ed Brass-, pero empeñado, a la vez, en objetivos científicos y tecnológicos. Por su diseño arquitectónico, la Biosfe ra 2 constituye un compromiso entre funcionalismo e historicismo, el últi-
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mo de los cuales se manifiesta especialmente en las dos pirámides escalo nadas mayas, acristaladas, que flanquean el conjunto. Los comienzos de la empresa remiten al ambiente de la filosofía New Age, típico de la costa Oeste, y de la Nasa, en el que hasta los años ochenta del siglo XX funcio naron planes agresivos para la colonización de la Luna y del planeta Mar te, por lo que no es de extrañar que en la fase de inicio de Biosfera 2 la ad ministración americana de astronáutica perteneciera a sus promotores.
En el complejo-invernadero, que ocupa una extensión de 1,6 hectáreas, se hace justicia al motivo de aislamiento intensivo mediante un gran des pliegue de tecnología de hermetización; comenzando por un doble acris- talamiento en toda la extensión y una múltiple obturación con silicona de las ventanas, sobre puertas aseguradas con esclusas de aire; a ello se añade un sistema alambicado de control de posibles grietas en la circulación del agua y del aire. Lo que diferencia fundamentalmente la gestión del her metismo de Biosfera 2 de la de otros invernaderos es el control total del root médium, es decir, del suelo, que en otras partes sólo se rotura, se adecenta y, en caso dado, enriquece, mientras que aquí va incluido en la propia construcción hermética. Toda la instalación se eleva sobre un suelo de hor migón, cubierto en toda su extensión con planchas de acero de Alleghanis soldadas, inoxidables e incorrosibles, habiéndose dedicado singular aten ción a la compacidad del punto de unión del plano del suelo y los ele mentos verticales de la envoltura de cristal. Tanto el acristalamiento como la estructura del armazón de acero fue proyectada por Peter Pearce and Associates. Pearce, que fue discípulo de Buckminster Fuller, introdujo en la empresa experiencias en la construcción de armaduras sobre la base de puntales estandarizados. En Biosfera 2 el principio de inversión del entor no puede observarse por partida doble, porque no sólo incluye el suelo y, en consecuencia, el encapsulamiento integral de un mundo de vida en una forma envolvente; además, la instalación está dividida en una biosfera y una tecnosfera, de tal modo que el ámbito biosférico depende conti nuamente de previos rendimientos tecnosféricos, sobre todo del abasteci miento de energía, de una gestión del agua en circulación cerrada, del ma- nagement de la atmósfera y de innumerables implantes electrónicos.
Por lo que respecta al motivo inclusión en Biosfera 2, aparece clara mente el carácter de mundo modélico de la isla: fue una ambición de sus constructores el introducir en el pabellón una miniatura de la variedad na tural biosférica, prescindiendo en gran medida de la fauna, en tanto que
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Maquina puimonar.
remodelaron cinco tipos primarios de paisaje o biomas: la pluviselva tro pical, la sabana, el pantano manglar, el mar y el desierto. A estos modelos autónomos de espacio vital se añadieron dos espacios vitales de cultivo, el paisaje de agricultura y de jardinería, así como una colonia ciudadana, re presentada ésta por una zona habitable de 2. 600 metros cuadrados para los ocho primeros «biosferianos», que desde 1991 se sometieron a un experi mento de reclusión de dos años, valorado como un fracaso total. De la de- bacle de los biosistemas animales y vegetales, resultaron vencedores tem porales en la pugna por la supervivencia las hormigas y las cucarachas.
El aislamiento y la inclusión llegaron mutuamente a una conexión patética en Biosfera 2, sobre todo en lo que se refiere a las posibilidades y ne cesidades de una repetición extraterrestre de condiciones de vida terres tres. El motivo de la reclusión y de la autonomía sólo pudo ser tomado en serio, hasta en el último detalle de la construcción, porque estaba en el ho rizonte la simulación total de una biosfera autónoma y humanamente uti- lizable bajo las condiciones del vacío espacial; la isla relativa se había pro yectado como un ejercicio previo para la construcción de una absoluta. El
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mundo artificial de la vida tenía que dar respuesta a la pregunta: «¿Qué su cede cuando se introduce tierra, plantas, animales y seres humanos en una botella de cristal y se la cierra? ¿Hay un mecanismo autorregulante que man tenga el sistema de vida? »286.
Está claro que con ello se preguntaba por la posibilidad de un Life sup- port system, mediante el cual pudiera comenzar la exportación de confort biosférico al vacío; ya no como mera y proba máquina de ensalada o tabla de mantillo orbital, sino como máquina de mundo de vida de gran estilo. Si en el simulador de biomundo de Arizona se reunieron aproximada mente 3. 800 especies de plantas en un intento de coexistencia; si para la gestión de la atmósfera del superinvernadero se construyeron especial mente dos gigantescos pulmones mecánicos, dirigidos por sensores de temperatura, de 1,7 millones de pies cúbicos de volumen (para un volu men total de la instalación de 7,2 millones de pies cúbicos, equivalentes a 204. 000 metros cúbicos); si se implantaron en la biosfera artificial doce sis temas diferentes de agua, comenzando con la simulación de un mar de agua salada de 250. 000 litros de volumen, pasando por los suelos acapara dores de agua de la instalación de la pluviselva, hasta llegar a los drenajes, sistemas de lluvia, aguas residuales humanas e instalaciones de agua para la extinción de incendios: todo esto sucedió siempre bajo la idea rectora de plantear un caso crítico de aislamiento, como ontológicamente sólo puede imaginarse en el vacío extraterrestre o en una Tierra en la que hu biera desaparecido o se hubiera hecho irrespirable la atmósfera natural por una catástrofe del medio ambiente287. Por muy motivado romántica mente que estuviera en su fase de inicio, el proyecto Biosfera 2 lleva en su caligrafía técnica los rasgos de una filosofía ultrarrealista de la superviven cia en un elemento no propicio para la vida. Su lema interno reza: Tras la naturaleza. Se podrían despachar estas ideas como engendros de un tota litarismo de nuevo cuño, que se abandona al vacío, o mofarse de ellas co mo de un comunismo complementario, utópico de las cápsulas, si ten dencias globales, irreversibles, apenas gobernables, en el trato de las civilizaciones técnicas con la atmósfera terrestre, no permitieran recono cer que experimentos sobre aislamientos integrales atmosféricos y biosfé- ricos poseen una dimensión anticipatoria respetable. Tienen que ser en tendidas como expresión de una preocupación razonable por la futura política terrestre de biosferas.
Las experiencias de Biosfera 2 con la gestión de la atmósfera bajo condi- 273
Grimshaw y socio, Edén Project, Cornwall 2001.
dones de aislamiento consecuente no son alentadoras. Poco después de la entrada del primer equipo de prueba aparecieron en la composición del ai re desequilibrios tan substanciales que el sistema tuvo que ser abierto varias veces y estabilizado por aducción externa de oxígeno. También dejó que de sear la integración social del equipo del invernadero. Bajo la presión del re proche de que en ese proyecto se había confundido la ciencia con la Science fiction, los ensayos de clausura se abandonaron tras varios intentos. La New York Columbia University se hizo cargo desde 1996 de la tarea de elaborar una nueva definición científica de la biosfera como laboratorio de investi gación e integrarla en los planes de estudio de su Earth Department. Por ese cambio semántico de clima, la plantación surrealista de Oracle pasó de los vapores del románticismo-gea al noble vacío del academicismo-USA.
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C. Islas antropógenas
Si en el caso de la isla absoluta se elimina el mar como elemento-en torno y se sustituye por el vacío, mientras en la isla climática se reformu lan los hechos armosféricos, en la isla antropógena son los factores huma nos los que hay que considerar como variables. En esas configuraciones se trata de entender cómo seres humanos se convierten en nesiotas o isleños; o, lo que significa lo mismo, cómo seres vivos que habitan en islas se con vierten en seres humanos gracias al efecto sin par de su aislamiento. Según el consenso actual de los paleontólogos, la sabana africana es el área en la que se llevó a cabo la hominización de una antigua especie de mono ar- borícora; en consecuencia, esa región ha de ser descrita de tal modo que pueda ser entendida como el elemento-entorno reprimido de las islas an tropógenas, que hicieron vida nómada en ella. Desde este punto de vista, esa estepa de hierba aparece como el mar del que emergen los antropoi- des. Así pues, el acontecimiento primario de la protohistoria, la génesis del ser humano, encierra, sobre todo, un misterio topológico.
En la aparición del ser humano el lugar ha de explicar el hecho, el escenario del aconte cimiento proporciona la clave de lo que sucedió en él.
El hecho humano surge de un fenómeno de aislamiento, en el que el papel del aislador sigue inaclarado por ahora. ¿Cómo fue posible que en medio de un entorno que sólo cambiaba imperceptiblemente surgieran ta les enclaves, llenos de una vida especial, que alucina, habla y trabaja? ¿Có mo pensar esa emergencia, esa separación, esa secesión, que conduce al ser humano? De todos modos, la exigencia planteada por Deleuze, de que Nesiot, el isleño ejemplar, siga manteniendo el impulso creador de islas y se convierta, por ello, en conciencia pura de su lugar, sólo es realizable en las islas antropógenas; presuponiendo que definimos los colectivos de pri mates, incubadores de seres humanos, como unidades de tipo insular, y que vemos en los seres humanos allí generados los vectores de los movi mientos creadores que desembocan, maduran y progresan en su capaci dad de pensar. Por lo demás, junto con las configuraciones de islas nom bradas por Deleuze, por erosión marítima y por emergencia terrestre del mar, aquí entra en consideración una tercera dinámica: el insulamiento por inclusión de grupos o por autorreclusión creadora de distancia.
Nuestro propósito, derivar el hecho humano de la autoinclusión es pontánea de islas inteligentes de tipo desconocido -las llamaremos las is-
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Sudamérica y Tierra del Fuego desde la perspectiva de la nave espacial Afir.
las del ser-, podría considerarse logrado en cuanto se exponga con sufi ciente detalle cuándo y por qué la coexistencia primitiva de homínidos con sus semejantes y con lo demás produce un efecto de autoaislamiento, que prepara los decorados para la génesis del ser humano. La topografía del lugar de la génesis del ser humano estará registrada en sus perfiles exactos cuando defina con claridad cómo el acontecimiento va vinculado
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al lugar en que sucede: la capacidad de la isla ontológica de soportar seres humanos significará entonces lo mismo que la capacidad de los seres hu manos nacientes de desencadenar por el modo y manera de su coexistencia el acontecimiento ontológico, el efecto-mundo. La incapacidad heredada de ser un animal enlaza en este ser-vivo-a-pesar-de-ello con la capacidad heredada de ser en el mundo. Imaginar esto presupone una fantasía an tropológica, que, más allá de fosas temporales, nos convierta en testigos de un suceso inaudito: es como si hace dos millones de años la antigua tierra firme fuera sacudida por un maremoto de larga duración, a consecuencia del cual hubieran emergido miles y miles de islas antropofóricas: archi piélagos compuestos de hordas vagabundas de primates, en las que se for maran climas interiores, configuradores de seres humanos. De algunos de esos grupos pre-adámicos se desarrollaron las Uneas-sapiensposteriores en las que continúa la especie actual.
Para comprender lo que sucedió en la época crítica en las estepas de Africa tenemos que describir, con extremo esquematismo pero a la vez con mínimo detalle, qué efectos produjo aquel maremoto en los seres vi vos prehumanos. Se trata de mostrar que fueron los habitantes mismos de la sabana quienes, por su modo peculiar de habitar en el espacio, desen cadenaron esa convulsión, y cómo se produjo, en consecuencia, un efecto invernadero, con el que comenzó la autoincubación del homosapiens. Esa sacudida provocó una inseguridad que sólo pudo ser compensada por una nueva seguridad: cuando llegue el momento se designará esta última co mo cultura. Si se echa una mirada de conjunto a la dinámica de esta se guridad insegura, se consigue el concepto general de situación inmune. En las islas antropógenas comienza una aventura protoarquitectónica: y, efectivamente, a causa de la sinergia de la construcción animal de nidos y nichos y del funcionamiento homínido en campamentos, hasta que un día lejano las exigencias de espacio, ya humanas, hayan cristalizado tan am pliamente que de ellas pueda derivarse un estímulo apremiante a la cons trucción de chozas, pueblos y ciudades. Partimos de la tesis de que la ar quitectura constituye una reproducción tardía de configuraciones espontáneas de espacio en el cuerpo grupal. Aunque el hecho humano se base en un efecto invernadero, los invernaderos primarios antrópicos no poseen, en principio, paredes y tejados físicos, sino, si se pudiera decir así, sólo paredes de distancia y tejados de solidaridad. El ser humano, el ani mal que tiene distancia, se yergue en la sabana: así consigue la perspectiva
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Superficies de producción agrícola en Arabia Saudí con pozos de agua en el centro, fotografiadas desde el espacio.
del horizonte. Como habitantes de una forma de aislamiento de nuevo ti po, los seres humanos se instalan cabe sí mismos.
Las islas antropógenas -como veremos- son talleres de una creación de espacio compleja sin par. El antropotopo surge del ensamblaje de una plé tora de tipos de espacio de cualidad específicamente humana, sin cuya apertura simultánea no sería imaginable la coexistencia de seres humanos con sus semejantes y con el resto en un todo común. Los movimientos ais lantes de acondicionamiento e instalación se implican unos en otros por medio de acoplamientos reactivos múltiples, de modo que la esfera de gru
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pos de seres humanos configura, desde el principio, un espacio cibernéti co. Pero aquí el ciberespacio no está situado al lado del espacio de lo lla mado primario y real; más bien son lo real y lo virtual los que van unidos al peculiar «horizonte» de realidad del mundo humano. La isla humana es una estación espacial que nos envuelve como nuestro primer «mundo de la vida». Si en lo que sigue presentamos una serie de instantáneas de islas, como si estuvieran tomadas desde gran altura, siempre lo hacemos en la conciencia de que con la repetición incipiente del «mundo de la vida» te rrestre en el vacío espacial se ha logrado una mirada completamente nue va a las condiciones desarrolladas en el espacio próximo a la Tierra. La cos monáutica sirve a la filosofía contemporánea como radicalización de la epoché. En la reentrada en el «mundo de la vida» la óptica del planeador teórico registra toda una serie de imágenes excéntricas.
En estado de desarrollo mínimamente completo la antroposfera es de- terminable como un espacio de nueve dimensiones'TM. A ella pertenecen, como aportaciones configuradoras de mundo, imprescindibles cada una de ellas en su caso, las siguientes dimensiones o topoi:
1 el quirotopo, que incluye el ámbito de acción de las manos humanas, la zona de lo que está ante ellas y a su disposición, el entorno de acción (acción manual en sentido literal), en el que se producen las manipu laciones objetivas primarias, los primeros lanzamientos, golpes y cortes, los primeros efectos característicos,
2 elfonotopo(ologotopo),quegeneralacampanavocalbajolaquelos convivientes se oyen unos a otros, hablan unos con otros, se reparten órdenes unos a otros e inspiran unos a otros,
3 el uterotopo (o histerotopo), que sirve para la generalización del ám bito maternal y para la metaforización política de la gravidez, y produ ce una fuerza centrípeta, que, incluso en unidades más grandes, será experimentada por los incluidos en ellas como sentimiento de perte nencia y fluido existencial común,
4 eltermotopo,queintegraalgrupocomoreceptororiginariodelosbe neficios de la repartición de los efectos de hogar, que representan la matriz de todas las experiencias de confort y a causa de los cuales es dulce la patria,
5 el erototopo, que organiza el grupo como el lugar de las energías eró ticas primarias de transferencia, y le pone bajo estrés como dominio de celos,
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6 elergotopo(ofalotopo),enelqueunafuerzapaternalosacerdotalde definición, con efectos en todo el grupo, genera un sensus communis, un decorum (una conveniencia) y un espíritu de cooperación, desde el que se formulan obras (erga, muñera) comunes, fundadas en la necesidad, y se distinguen diferentes funciones laborales, hasta el enrolamiento de los miembros en el máximo estrés, la guerra, que se entenderá como la obra fundamental de una comunidad elegida para la victoria,
7 el alethotopo (o mnemotopo), por el que un grupo en aprendizaje se constituye como custodio de su continuum de experiencia y se mantie ne en forma como depósito central de la verdad con su propia preten sión de validez y su propio riesgo de falsificación,
8 el thanatotopo o theotopo (o bien, iconotopo), que ofrece a los ante pasados, a los muertos, a los espíritus y dioses del grupo un espacio de revelación o un teclado semiótico para manifestaciones significantes del más allá,
9 el nomotopo, que vincula recíprocamente a los coexistentes por «cos tumbres» comunes, por reparto del trabajo y expectativas recíprocas, con lo que, por el intercambio y el mantenimiento de la cooperación, aparece una tensegridad imaginaria, una arquitectura social compues ta de expectativas, apremios y resistencias mutuos, en una palabra: una primera constitución.
1 El quirotopo - El mundo a mano
La isla antropógena es un lugar de metamorfosis: en ella las manos ani
males* de los preadamitas se transforman en manos humanas. Los homí nidos se convierten en quiroprácticos, que por medio de sus recién ad quiridas manos establecen relaciones extrañas con las cosas. Sí, la existencia de «cosas», en el sentido de objetos manejables y públicos en torno a nosotros, es ya un reflejo mundano del acontecimiento que supo ne que un día en la sabana ciertas islas de monos emprendieron el cami-
' Arriba se habla de la conversión de las Pfoten (manos animales, en los simios o cuadru manos: manos -o patas- de dedo pulgar opuesto a los otros) en Hánde (manos homínidas o humanas). Por la ausencia en castellano de un término exclusivo para Pfoten, traducimos es ta palabra por «manos animales» y Hánde simplemente por «manos». (N. del T. )
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no hacia la adquisición de manos. Donde se mantuvieron las manos ani males, los seres vivos en su totalidad quedaron encerrados en repertorios limitados, todavía animales, de modos de aprehensión. El asimiento con las manos animales es sólo un escalón previo de la configuración de mun do. Sólo cuando una mano coge las cosas, las encuentra manualmente o las arregla manipulándolas, comienza la transformación de lo que está y queda en derredor en algo utilizable. Este es, en toda su sencillez, el pri mer acto de la producción de mundo; con él comienza la autoinclusión de los isleños. Conduce a aquella clausura extática, que en la filosofía del si glo XX se habría de llamar el ser-en-el-mundo. Quien es en el mundo tie ne útiles a mano; donde hay útiles cerca, no puede estar lejos el mundo.
En los análisis del útil [Zeug] en Sery tiempo, Martin Heidegger se ha ma nifestado como el primer quirotopólogo: entendemos por tal un intérprete del hecho de que los seres humanos existen como poseedores de manos y no como espíritus sin extremidades. En el ser humano de Heidegger ha llamado la atención de los observadores que parezca no tener genitales y poca vista: tanto mejor está conformado su oído para percibir la llamada de la inquietud [Sorge*]. La más exquisita es su dotación de manos, porque las manos heideggerianas saben, por un oído imbuido por el susurro de la inquietud, lo que hay que hacer en cada caso: de este ser-humano-todo-oí dos-todo-manos se declara expresis verbis, por primera vez en la historia del pensamiento, que los cohabitantes cósicos del mundo en el que vive están a su mano en forma de útiles. En el mundo de Heidegger, alumbrado por la inquietud, el estar-a-mano constituye un rasgo fundamental de lo que rodea a los ex-sistentes en su ámbito de proximidad. Un útil es lo que se encuentra al alcance de la mano inteligente, en el quirotopo: el útil para lanzar, el útil para cortar, el útil para golpear, el útil para coser, el útil pa ra cavar, el útil para taladrar, el útil para comer y cocinar, el útil para dor mir, el útil para vestir. El ser humano heideggeriano es consciente, con respecto a todas estas cosas, de qué tareas asignan ellas a su mano. ¿Qué sería un cucharón, si no diera la orden de remover; qué un martillo, si no invitara a seguir el patrón de acción: «golpear repetidamente en el mismo sitio»? Dado el caso, la mano lúcida no se lo hace repetir dos veces. En ca sos serios hay que añadir el útil para matar, en casos no-serios el útil para
jugar, en caso de pactos el útil para regalar, en caso de accidente el útil pa- * Sorge. inquietud, preocupación, solicitud, cuidado, atención. (N. del T. )
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Hojas de espada que se pulen por vibración entre piedras.
ra vendar, en caso de muerte el útil para enterrar, en caso de querer de signar algo el útil para mostrar, en casos de amor el útil para embellecer.
Entre los útiles de las poblaciones en el quirotopo hay, sobre todo, tres categorías que se ocupan de la separación de la isla humana del elemento que tiene a su alrededor. En primer lugar hay que nombrar el útil para lan zar, porque a su utilización constante hay que agradecer que los homíni dos se pudieran emancipar un poco de la fuerte presión del medio. En cuanto la mano, en devenir humano, unida a un brazo de mono arborí- cora antiguo, transformado para las necesidades de la región de la sabana, aprende a coger objetos aptos para lanzar, por regla general piedras de su tamaño o más pequeñas, y a arrojarlos a causantes de encuentros o con tactos no deseados -se trate de animales más grandes o de congéneres ex traños-, ofrece por primera vez a los homínidos una alternativa a la de evi tar contactos huyendo. Como lanzadores, los seres humanos consiguen su competencia ontológica más importante hasta hoy: la capacidad de actio in distans. Por el lanzamiento podrán tomar distancia de los animales289.
A causa de la distancia surge la perspectiva que alberga nuestros pro yectos. Toda la improbabilidad del control humano de la realidad se con centra en el gesto del lanzar. Por eso, el quirotopo constituye el campo de acción auténtico y originario, en el que los actores observan habitualmen te los resultados de sus lanzamientos. Aquí entra enjuego un ojo-seguidor, que comprueba lo que son capaces de hacer las manos; los neurobiólogos
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pretenden haber demostrado, incluso, una capacidad innata del cerebro de apuntar a objetos que huyen. Lo que Heidegger llamó inquietud de signa objetivamente, en primer lugar, la incertidumbre atenta con la que un lanzador comprueba si su lanzamiento se encamina a su objetivo. Im pactos en el blanco y lanzamientos fallidos son funciones de verdad prác ticas, que demuestran que una intención puesta en la lejanía puede con ducir al éxito o al fracaso, con un término medio poco claro para un tercer valor. Tanto en el caso de un lanzamiento con éxito como en el de uno fa llido vale que lo verdadero y lo falso, los primogénitos de la distancia, se anuncian a sí mismos.
El paleontólogo Paul Alsbergya describió convincentemente en 1922 el efecto de distanciamiento que se extiende a otros muchos modos de uso del útil. En el principio distancia reconoció la posibilidad, establecida his- tórico-naturalmente, de una ruptura con la mera historia natural; y preci samente ahí creyó haber encontrado la solución del «enigma humano»; y nosotros creemos: con razón. Efectivamente, en tanto que los homínidos crearon entre ellos y el entorno una esfera en medio con armas y útiles de distancia, consiguieron salir de la cárcel de su acomodación al cuerpo**0. El animal de distancia homo sapiens se Ínsula él mismo en tanto que, como lanzador y usuario de útiles, se emancipa de la presión evolutiva somática. A consecuencia de ello puede aventurarse a una des-especialización pro gresiva (según algunos antropólogos: detenerse en ella): un proceso para el que Alsberg propone el término provocador de eliminación del cuerpo
[Kórperausschaltung]. Es, sin duda, imposible de entender la imagen extra ñamente refinada (a ojos de algunos antropólogos, incluso desolada y de cadente) del cuerpo del homo sapiens hasta no hacerse una idea más exac ta de este acontecimiento evolutivo. El efecto de la eliminación del cuerpo puede expresarse por medio de la imagen de que los pre-seres-humanos se retiraron detrás de un muro de efectos de distancias, producido por su propio empleo de útiles de lanzamiento y útiles-herramientas. Las piedras manejables proporcionan el material para las primeras «paredes» que fue ron levantadas por los grupos de homínidos a su alrededor, paredes, sin embargo, que no fueron construidas, sino lanzadas. Gracias a la elimina ción del cuerpo aparece un ser vivo que puede permitirse permanecer en su dotación biológica pluripotente, no especializado, largo tiempo inma duro yjuvenil durante toda su vida: y todo eso porque la adaptación ine vitable del cuerpo a la presión del entorno fue desplazada a los utensilios.
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El meta-utensilio cultura produce en su totalidad el efecto de una in cubadora en la que un ser vivo puede gozar crónicamente del privilegio de la inmadurez. Desde Julius Kollmann, el fundamento biológico de este efecto se llama neotenia: permanecer en formas corporales y modos de comportamiento juveniles hasta la fase de la madurez sexual (un fenóme no observado en numerosas especies animales, que crecen en entornos privilegiados). El homo sapiens surge de la sinergia de inteligencia y confort. Michel Serres ha resumido las consecuencias antropológicas de esta ten dencia evolutiva a largo plazo en la expresión hominiscencia: interpreta el modo de ser de la especie a partir de su constitución permanentemente adolescente en devenir explorador291.
Sólo dos órganos no participan, obviamente, en la eliminación del cuerpo (o sólo paradójicamente): el cerebro, que se desarrolla tanto so mática como funcionalmente a su propio arbitrio, por cuanto que se su pera en logros de una complejidad incalculable, y sobre todo después del descubrimiento de la escritura, se introduce en procesos de maduración y especialización potencialmente interminables, así como la mano, que, co mo cómplice más estrecha del cerebro, va madurando hasta adquirir un polifacetismo virtuoso. La mano es el único órgano del cuerpo humano que se hace adulto mediante una educación apropiada. Ella es el primer y auténtico sujeto de la «formación», como Hegel la definía: «Pulimento de la particularidad, de modo que se comporte según la naturaleza de la co sa»292. Pulir lo particular significa aquí: abandonar la falta de habilidad pri mera y sustituir el modo de asir ingenuo por el savoir toucher. La mano aprende pronto cómo coger las cosas, y no cesa de aprender hasta el final. Por eso la mano entra en acción en primera línea del frente de la realidad como avanzadilla del cuerpo humano, llena de tacto, deseosa de contacto, capaz de carga, orientada al éxito; mientras que todo el resto se permite el lujo de permanecer cómodo, protegido tras el escudo del utensilio, y en tra en un tiempo de ensueño biológico, en el que lo intrauterino conser vado en la memoria coexiste con lo infantil yjuvenil permanente. La ma durez de la mano implica «formación» en el sentido dialéctico de la palabra, por cuanto, en cada manipulación consciente, un momento de «enajenación», de entrega al objeto, se correlaciona alternativamente con una vuelta a sí misma, es decir, a una sensación de tacto acompañante. De ese «hecho doble, activo-pasivo» surge la madurez de la mano como uni dad de engyenación en lo otro y vuelta a la espontaneidad29*. La mano ex-
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La capacidad de la mano para adaptarse a objetos grandes, esféricos.
perimentada se educa tanto por la resistencia del material como por la ex periencia de su superabilidad. La mano, inagotablemente hábil para lo real, facilita el lujo de la comodidad, al que tiende el resto de la figura del cuerpo del homo sapiens. Dado que la isla de seres humanos es un quiroto- po, cuando manos inteligentes se entienden con los útiles, los isleños son realistas manipuladores, a la vez que criaturas de invernadero entregadas al lujo de la comodidad. Por un lado, demuestran su eficacia como lucha dores por la supervivencia, armados de utensilios, como cooperadores conscientes de su éxito, como planificadores astutos; por otro, son siempre habitantes desarmados de nidos, extáticos temblorosos, fetos adultos, que aguardan en la noche del mundo y reciben la visita de los dioses.
Tras el efecto de distancia del útil para lanzar, hay que poner de relie ve, en segundo lugar, el efecto antropógeno del útil para golpear; repre sentado predominantemente, también, por piedras manejables y medios duros, como madera y asta de cuerno. Los medios duros son significativos porque con ellos comienza el empleo de utensilios en sentido estricto y eo
ipso la historia de Quirotopia. Donde hay un utensilio había antes una ma no que lo cogió. Las manos armadas de utensilios llevan a cabo el primer test de realidad, con el fin de hacer la experiencia de cómo el material más duro obliga a ceder al menos duro. La isla Quirotopia -de la que hasta ahora no ha informado ningún Moro y que sólo Heidegger la vio sobresa lir a lo lejos-, como isla del ser, está a punto de elevarse fuera de su en torno, ya que es el escenario de las primeras operaciones desveladoras del
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Valie Export, del libro
de bocetos humanoides, 1974.
ser, las producciones. Producir significa profetizar cosas con las manos. Cuando los homínidos comienzan a pulir piedras con piedras o a sujetar piedras a mangos, sus ojos se convierten en testigos de un acontecimiento, del que no hay ningún ejemplo en la vieja naturaleza: experimentan cómo algo se convierte en un ser-ahí que nunca hubo ahí, que no había, que no estaba dado: el utensilio conseguido, el arma destructora, el adorno bri llante, el signo comprensible. Como criaturas de producciones con éxito, los utensilios proporcionan a sus creadores el asomo de una gran diferen ciación: estos recién llegados al espacio homínido son los mensajeros que anuncian que detrás del estrecho horizonte del entorno hay un espacio de expectativa, por el que afluye hasta nosotros algo nuevo, portador de suer te o de desgracia; algo que un día se llamará mundo. Por su causa, los qui- rotopianos comienzan a vislumbrar que son isleños, rodeados por lo in quietante, visitados por lo nuevo, provocados por signos. Sienten que la estepa, en la que acampan y vagabundean, representa el mar universal, que esconde un exceso de seres y cosas no vistos, ocultos y, sin embargo, coexistentes dignos de atención. En principio, los habitantes de la isla de utensilios sólo se entregan a ese presentimiento en situaciones excepcio nales: cuando pasan del miedo al éxtasis. En su situación cotidiana se con
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tentan con la experiencia de que el quirotopo, el entorno lleno de lo que está a la mano, el campamento, el mundo de proximidad, constituye una zona tranquila, iluminada, disponible, dentro de la cual todo lo que hay goza de una gratificación de familiaridad.
La trivialización positiva de lo disponible permanentemente será con- ceptualizada en la antropología del siglo XX como «descarga» y «realiza ción del trasfondo». Una situación se dice que está descargada cuando transforma una suma de improbabilidades en cosas que se dan por su puesto, y pone la base, con ello, de las más tarde llamadas instituciones294. En ese sentido el quirotopo es la madre de las rutinas. Lo descomedido e imprevisible, que acompaña en principio a la producción, se normaliza por las costumbres de la creación y manejo de utensilios en el campamen to. No obstante, sucede muchas veces que un utensilio se vuelve indómito y contribuye lo suyo al hecho de que un quirotopiano, por ejemplo, le vante su mano contra su prójimo; entonces lo desmedido se manifiesta en acción en la atrocidad a la que se presta. Si esa atrocidad es repudiada in mediatamente por los damnificados, ha de ser también rechazada media tamente por los testigos, dado que supone un ataque contra la paz de las rutinas. Un golpe mortal con ayuda de armas muestra que la disponibili dad del útil no puede explicarse del todo por analogía con la domestica ción de animales; en esta categoría de útil aparecen, por decirlo así, pro piedades indómitas de la materia domesticada, dirigidas a la ruptura de la paz doméstica.
En el quirotopo se socializan las manos. Sólo con las dos manos no bas ta, tampoco con una cabeza: todos los hechos quirotópicos están consti tuidos tanto poliquirúrgica como multicerebralmente. La disponibilidad a la mano del útil en el primer «mundo de la vida» se completa por el echar- una-mano-unos-a-otros de cooperadores que aportan diferentes manipu laciones a un objetivo de obra en común. El antropólogo Peter C. Reynolds habla en este contexto de «cooperación heterotécnica», cuya característi ca estriba en que quienes crean en común anticipan en cada caso las ac ciones de los otros y realizan la complementaria, adecuada al momento. Hay numerosas tareas que ya en la época más antigua sólo pueden reali zarse como trabajos de equipo poliquirúrgicos, y que presuponen, como partituras de varias voces, cuatro o más manos. En las cooperaciones si métricas cualquiera es capaz de adoptar el papel del otro; en las heterotéc- nicas cada uno aporta lo que sabe hacer mejor que otros. Por eso el qui-
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rotopo se convierte en la matriz de una auténtica inteligencia social, a cu ya definición pertenece una serie de separaciones y recombinaciones de operaciones discretas. En el ejemplo de la elaboración común de un sim ple cuchillo de piedra por los aborígenes australianos Reynolds llega a una lista de condiciones explícitas, que han de cumplirse para llevar a buen término el propósito aparentemente sencillo: «Especialización de tareas, coordinación simbólica, complementariedad de roles, fijación colectiva del objetivo, secuenciación lógica de los pasos a dar en el trabajo y mon taje una a una de las partes producidas»295. Según las observaciones de Rey nolds, hay un significado especial para el paso de los homínidos al quiro- topo humano que se añade a los utensilios con mango, que él considera como ejemplos primeros del tipo de objeto polilítico: no sólo porque con los mangos se hace realidad el principio del asidero producido, es decir, de la manipulación artificial de la cosa misma, sino, más aún, porque re presentan auténticos utensilios compuestos, los así llamados «polilitos», combinaciones manejables de piedra con una multiplicidad de otros ma teriales. Su prototipo es el martillo de piedra o el hacha de piedra, que, co mo primeras trinidades cósicas, se componen de una piedra, un palo y un elemento de sujeción, a cuyo efecto es posible que el cuerpo de golpeo o de corte haya sido moldeado, a su vez, utilizando una segunda piedra co mo pulimento296.
La coexistencia de seres humanos con sus semejantes y con lo otro apa rece en el quirotopo antiguo como la síntesis (social) originaria de al me nos cuatro manos y como síntesis (material) primitiva de al menos tres ob
jetos. Retengamos que el polilito es la primera proposición material, en la que un sujeto, el asidero, se combina con un objeto, la piedra, mediante una cópula (el joino medio de sujeción); según esto, la sintaxis primitiva -com o primera síntesis lógica- surgiría de las categorías operativas, de los universales de las maniobras quirotópicas.
Dado que los seres humanos en condiciones de mayor desarrollo civili- zatorio están rodeados de artefactos por todas partes, llegan a una situa ción en la que casi todo lo que tocan es «de segunda mano»: la mayor par te de lo que está a su mano lo tuvieron en sus manos otros antes que ellos y le acuñaron la figura en que lo encuentran usuarios posteriores. En las condiciones de mayor desarrollo posible del quirotopo, los teóricos llega rán a comprobar un día que también las manos, que hace tiempo que ya ni siquiera se rozan, pueden trabsyarjuntas. Un trabajo a mano tele-coo
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perativo así será integrado por la multiplicidad de ojos del mercado. Pero para que las manos, ocultas unas para otras, produzcan cosas que tengan sentido en otras manos, una mano invisible tiene que dirigir desde la le janía. Nada menos que Hegel escribió una recensión laudatoria a la dis creta actuación de la «invisible hand», en la que certificaba sus virtudes ci bernéticas:
Este ensamblaje, en el que no se cree en principio, porque todo parece ex puesto al libre arbitrio del individuo, es, ante todo, digno de consideración y tiene semejanza con el sistema planetario. . . "’7
Finalmente, para el clima de realidad quirotópico es importante el des cubrimiento del canto afilado de piedras y huesos. Con él comienza la his toria de la cultura del corte y del análisis material. Cuando aparece la fun ción de cuchillo, se pone en marcha la razón como potencia divisora, porcionadora, diseccionadora. El patrón habitual «cortar» encuentra en los cuchillos primitivos su «actualizador crónico»298. Ellos proporcionan a las cosas del mundo el estatus de divisibilidades. Con su ayuda los antiguos quirotopianos se convierten en los seres vivos que pueden mirar dentro de los cuerpos: observan a otro ser vivo, no humano, bajo la piel, a las plantas en su tejido, a las frutas en la carne, a las piedras en lo estratificado y gra nulado. Su imagen del mundo es co-conformada por la experiencia de la autopsia, de la penetración con los propios ojos en el interior, normal mente escondido, de cuerpos compactos. Los cuchillos de los quirotopia nos primitivos hacen explícita la muerte: descuartizan su vestigio, el cadá ver animal, refutando así la apariencia de totalidad indivisible de los miembros. Un cuerpo vivo es algo compuesto que no ha encontrado aún sus analíticos, sus carniceros, sus patólogos. El corte crea la conexión en tre cantidad y violencia, que siempre está en juego donde se pone de re lieve el aspecto de la cantidad divisible. Sólo con objetos artificiales y ho mogéneos, como pasta o monedas de metal, aparecen a la vista cantidades puras, que pueden ser separadas o añadidas cuasi sin violencia. En la pra xis del despedazar cuerpos naturales aparece una primera manifestación de lo que hemos llamado explicación en las reflexiones introductorias a este volumen: la puesta en evidencia de lo que pertenece al trasfondo, o el hacer presente y poner al descubierto lo ausente, plegado y cubierto.
La experiencia-cuchillo se refleja en los primeros léxicos. Si los seres
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humanos tienen una palabra propia en cada caso para los seres y las cosas que aparecen a su alrededor, es porque hacen uso de cuchillos en la boca. Con su violencia nominadora, cortan en trozos el animal-mundo, la saba na y sus criaturas: un proceder que no es posible cumplir sin que le acom pañe violencia operativa y sin sus resultados permanentes. Cada palabra ofrece una porción de mundo. Durante mucho tiempo se tendrá la opi nión de que ésta se servirá a la mesa tanto menos sangrante cuanto más cortes se hagan, al poner palabras, en la carne del mundo, allí donde está articulado por sí mismo, como si un Dios-trancheursupremo le hubiera tro ceado previamente, de modo que, cuando hablan con prudencia, los seres humanos admitan en su léxico, en su repertorio de acción, en su tesoro del saber, con un mínimo de abuso, las partes previstas. Así pues, el len guaje correcto sería aquel que siguiera los cortes hechos en lo existente y siempre separara allí donde las cosas mismas le propusieran cortes y dife rencias. Los géneros y especies son tan importantes para el pensar primi tivo porque dan la impresión de que en ellos estuvieran las porciones ob jetivas de lo existente; las diferencias reales se perciben como las articulaciones de lo existente. Todavía en Platón el pensamiento humano no va a ser otra cosa que la consumación de la onto-tomía divina; los vie jos chinos están convencidos de que los seres humanos sólo se acompasan correctamente a la marcha del mundo si mantienen en orden las palabras y conservan el arte de la clasificación verdadera. Las distinciones supremas siguen los «caminos del cuchillo»299. Así como el cuchillo sacrificial des cuartiza el animal por los sitios previstos desde antiguo, el reparto de los trozos se hace según las diferencias del grupo en dignidad, rango y rol.
2 El fonotopo - Ser al alcance de la voz
Quien alcanza la isla antropógena hace inmediatamente una experien cia acústica: el lugar suena a sus habitantes. Cuando la sabana alrededor está en silencio ocasionalmente, los lugares de acampada dispersos de los homínidos y de los seres humanos primitivos parecen oasis de ruido, en los que reina un estado acústico excepcional. Aunque éste supone para sus habitantes la situación más normal. Esas islas suenan constantemente a sí mismas, constituyen soundscapesde carácter peculiar, están llenas del bu llicio de vida de sus miembros, de ruidos de trabajo producidos por el ma
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nejo de sus útiles y herramientas, de ese murmullo que ha de acompañar a todas nuestras representaciones. Lo más presente es el sonido casi ince sante de las voces: de voces infantiles, que se alegran y gimotean, de voces maternales, que amonestan, consuelan, sugieren, de las voces de los hom bres cooperantes, que se animan, aconsejan y asimilan, de las voces de los mayores, que dan órdenes, sentencian, amenazan, se enojan. La isla hu mana primitiva es una campana psicoacústica envolvente, como una zona comercial animada de música en adviento. Configuran su contexto so- nosférico por la presencia ondulante de voces y ruidos, con los que el gru po se impregna como unidad autorreceptiva. Hay que permanecer en ella para comprender cómo suena, y permanecer mucho tiempo para asimi larla en la propia existencia como una entonación que se va diluyendo en ella, como un inconsciente sonoro. La isla del ser está siempre emitiendo y recibiendo acústicamente.
Sólo en el fonotopo es del todo verdadera la tesis de que el medio es el menszye. En este espacio de autosonorización, en el que la permanencia en él ya incluye la mayoría de las veces la aceptación de sus circunstancias, vale la situación fundamental reconocida por McLuhan de que la comu nicación fáctica recíproca en un medio dado integra ya todo el contenido de la comunicación300. Este hecho resultará chocante para quien se rela cione con el fonotopo como alguien que llega de fuera. Lo que tienen que decirse unas a otras muchas voces en su lenguaje común para la observa ción exterior se reduce simplemente al hecho de que tienen algo que de cirse unas a otras en el lenguaje común. Lo que aparece desde dentro co mo información es sólo comunicación para la percepción externa; sea lo que sea siempre lo que suceda vocal y auditivamente, pertenece a la gene ración de redundancia típicamente grupal. El grupo vive en una instala ción sonora de implicitud absoluta; en él es efectivo el escuchar-se como medio del pertenecer-a-él. No ha de interpretarse esto como objeción en contra de la monotonía en grupos arcaicos, sino como remitencia al he cho de que la redundancia es el material del que se componen las corpora- teidentities. Un fonotopo no puede crear información alguna por sí mismo. Necesita toda su energía para la repetición de las frases por las que se man tiene en forma y flujo. En principio, y la mayoría de las veces, no es capaz de interesarse por tonos extraños. El mensaje que se envía a sí mismo con siste exclusivamente -por emplear una metáfora de la radio- en la sintonía de su propio programa.
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Cómo se llega fácticamente a la sincronización fonotópica de los oídos puede observarse en la moderna sociedad de masas en el ejemplo de la lla mada música popular y en las listas de éxitos, que en principio sólo tienen el sentido de proporcionar el material para repeticiones. Se comienza con una pieza cualquiera, que llega al oído, y, de acuerdo con los resultados del test, se da pábulo a la necesidad de un eterno retomo de lo mismo exi toso. El resto es autosugestión acústica. Vista desde este ángulo, la moder na audio-cultura de masas ofrece una reconstrucción casi perfecta del fo- notopo primitivo, con la diferencia de que éste representaba, para la coexistencia de los seres humanos con sus semejantes en un mundo en pérdida paulatina de seguridad, una necesidad evolutiva, un sistema acús tico de inmunidad, digamos, que ayudaba al grupo a permanecer en el continuumde la propia entonación, mientras que el actual populismo au ditivo (muy en contra de las expectativas pascuales de McLuhan) se dedi ca a un único ejercicio regresivo, decidido a taponar los oídos del colecti vo y hacerlos sordos a la información, a la novedad, a lo que suena de otro modo'101. Hasta qué punto llega esto lo manifiestan,junto con la música po pular (que, por hablar una vez más con McLuhan, «convierte la comuni dad en una única cámara de ecos»), las revistas femeninas, que se espe cializan en captar las llamadas voces interiores de las lectoras. Representan un medio antropológicamente informativo, porque constituyen las versio nes impresas del gossiptotalitario. En ellas se busca metódicamente la con fusión de comunicación e información; por eso ahora lo no-nuevo apare ce siempre como lo novísimo, porque los ejemplos más actuales del eterno retorno de lo mismo han de valer como informaciones. Esta ontología-de- mujeres-en-el-lavadero presupone, casi de acuerdo con la verdad, que no es posible nada nuevo bajo el sol. Aquí todavía no se sabe nada de la luz artificial y sus criaturas, las innovaciones.
Hay que precaverse de malentender el efecto-fonotopo -que se des pliega sobre el grupo como un toldo acústico- sólo como un efecto cola teral involuntario del perfil social de ruidos y del tráfico de voces. Ese te cho, bajo el que el grupo se sonoriza a sí mismo, se delimita en sí mismo y, con ello, rechaza en principio todo lo demás que suena, sirve a la vez de instalación escénica psicoacústica. Por eso, a los hechos fonotópicos se añaden a menudo cualidades demostrativas, o, como lo expresa Adolf Portmann: una «función de representación y expresión»302. La auto-sinto nización del grupo es, en cierto modo, la inversión de la función del can-
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Beduino homumi ante el fonógrafo.
to de pájaros machos, que sirve para la delimitación de las zonas de cría y paraelaislamiento deloscantoresenelcentrodesurecintoacústicoTM. La sonoridad de grupos humanos tiene, además de sus repercusiones au topiaste as, una dimensión performativa, incluso una concertante y endoteatral: cada una de las vote s se presentan en ella como inonaciones que amplían intencionalmente el círculo de sonido colectivo. La función representativa de lavoz y el impulso de amplificación del productor de al boroto se materializan ya en los instrumentos de ruido primitivos: también aquí o r n e e la Modernidad formas de explicación y equivalentes sugesti vos, por ejemplo el ruido de las motos, del que subraya Portmann que «no signifii, . sin más, para los conductores un mal difícilmente evitable, sino una manifestación acústica del conductor, una autoamplificación de ese individuo, un ensanchamiento máximo de su esfera individual o grupal»TM. La «sociedad» es la suma de sus cantos recitativos.
La función fonotópica, entendida como autoafinación del grupo por el oído, tii nc relación con las promesas, con las que quienes viven en común se pone i de acuerdo sobre sus perspectivas. En este sentido, el panorama sonoro del grupo ofrece algo así como un efectivo informe sobre la situa ción, o un expediente acústico permanente, con el que los reunidos se m a nifiestan sobre si están en tono alto o en tono bajo, o en ninguno de am bos. Evangelios y disangelios son, en primer término, propiedades tonales o cromáticas de mensajes. La entusiasta sensación de estar en alto expresa
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Rebecca Horn, El árbol
de los suspiros de las tortugas, 1964.
Esta situación puede reproducirse con la expresión inversión del me dio ambiente o del entorno. Mientras que en la situación natural el medio ambiente es lo que nos rodea y los seres humanos los rodeados, en la cons trucción de la isla absoluta se da el caso de que son los seres humanos mis mos quienes conciben y disponen el entorno en que han de vivir más tar de. Esto significa prácticamente: contornar el contorno, envolver lo envolvente, sustentar lo que sustenta. La inversión del medio ambiente cumple la seriedad técnica con la divisa hermenéutica: aprehender lo que nos aprehende. En consecuencia, los implantes de mundo de vida en el vacío no son «microcosmos», en tanto que la idea clásica de microcosmos enunciaba atécnicamente la repetición del gran mundo en el pequeño. Implicaba que una totalidad inexplorable se refleja en otra. Ahora se tra ta de recrear técnicamente un entorno explorado para ofrecerlo como morada a habitantes reales.
Sobre ese trasfondo queda claro en qué sentido puede entenderse la is la habitada como prototipo o modelo de mundo. Se puede hablar de la existencia de un mundo suficientemente completo cuando se cumplen condiciones mínimas de sustento de la vida. Life support significa exacta mente esto: satisfacer la lista de las condiciones bajo las cuales un mundo de vida humano puede ser mantenido temporalmente en condiciones de funcionamiento como isla absoluta. (Por ahora no se habla de la repro ducción a bordo, ni del desarrollo de una tradición cultural propia de as tronautas. ) Los trajes especiales para paseos espaciales son una versión re ducida de tales sistemas posibilitadores de vida. Sergéi Krikalev hizo notar que se asemejan a pequeñas naves espaciales273, con la diferencia de que el
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sistema de sustento de la vida en el traje sólo está previsto para algunas ho ras. Con la nave espacial grande comparte la propiedad de no poseer au tonomía biotópica. (La crónica de la Mir constata que en quince años de funcionamiento se realizaron 78 salidas de astronautas, con una duración total de 359 horas. )
Por la transformación del «mundo de la vida» en el sistema de sustento de la vida se hace visible lo que significa explicación, aplicada al trasfondo ecológico. Como, por lo demás, sólo lo demanda el terror -que nos acom pañará,junto con la astronáutica, durante el siglo XXI-, el vacío exige el de letreo exacto del alfabeto en el que estaba redactado lo implícito. En este sentido, la astronáutica equivale a una alfabetización ontológica, por la cual se pueden y deben escribir formal y expresamente los elementos del ser-en- el-mundo. El ser-en-el-mundo a bordo se concibe de modo nuevo como es tancia en una prótesis de mundo de vida, con lo que la misma protetizabi- lidad del «mundo de la vida» representa la auténtica aventura de la astronáutica, o bien, la de la construcción de estaciones. En analogía con el gran proyecto biotópico-ecológico Biosfera 2, que desde 1991 se lleva a cabo, con éxito cambiante, en el desierto de Arizona274, se podría resumir la si tuación humana en la nave espacial con la expresión Ser-en-el-mundo 2.
La isla absoluta ofrece una organización ontológica experimental en la que el hominismo queda archivado: es decir, la prescindencia humano- maníaca del hecho, por lo demás evidente, de que la coexistencia de seres humanos con sus semejantes tiene lugar en un local efectivo y que los se res humanos nunca vienen desnudos y solos, sino que siempre llevan con sigo una escolta de cosas y signos, por no hablar por el momento de sus parásitos constitutivos, los biológicos (microbios) y los psicosemánticos (convicciones). Considerada desde el punto de vista filosófico, la as tronáutica es, con mucho, la empresa más importante de la Modernidad, porque, como un experimento universalmente relevante sobre la inma nencia, manifiesta lo que significa la coexistencia de alguien con alguien y algo en un espacio común.
Antes de que este experimento no se haya retraducido al pensar cerca no a la tierra, no puede llegarse a una solución razonable del problema fundamental que la metafísica clásica legó a los modernos: la emancipa ción del algo. En principio, es una mera cuestión terminológica si al algo depauperado se le llama materia o elemento o cosas o entorno. La toma
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de partido por el algo sólo puede resultar inteligente cuando se aventura a participar en la construcción de islas absolutas. A partir de islas de ese ti po puede observarse cómo funciona la cohabitación de sistemas de cosas con seres humanos. Por la explicación avanzada, las máquinas y los siste mas, que sustentan el ser-en-el-mundo 2, se desarrollan con tanta solemni dad que habrían de ser introducidos en una constitución de la estación es pacial, en caso de que la hubiera. La unidad-Life-Support, los sistemas de comunicación, las instalaciones de navegación, los soportes de abasteci miento de energía y los laboratorios: a todos ellos habría que tratarlos co mo órganos constitucionales y, análogamente a los derechos humanos, habría que colocarlos bajo protección especial del derecho espacial me diante una declaración de los derechos de las cosas y de los sistemas. En la vieja Tierra soñolienta, que sigue adormecida por obviedades devenidas falsas, la mayoría de las constituciones están formuladas de tal modo que en ellas no consta dónde quedan las naciones en las que están vigentes. El lugar de vigencia de las constituciones no es objeto de las constituciones: el pensar pre-ecotécnico lo presupone como un recurso, que puede seguir sin mencionarse, porque parece suficientemente explícito para intuicio nes capaces, no necesitado por ahora de comentario alguno. Vista así, la política tradicional pertenece a la época del sueño hermenéutico, en un tiempo que estuvo imbuido por un autoconsciente poder-remitirse-a-pre- supuestos-inexplicables. Las constituciones convencionales extemalizan la nación en la que establecen un orden; ignoran a los cohabitantes no-hu- manos de la nación que son necesarios para los humanos; no tienen ojos para las condiciones atmosféricas, en las que y bajo las que se lleva a cabo la coexistencia de los ciudadanos y sus equipos. En los modelos de mundo del tipo de las islas absolutas, tales ingenuidades ya no son admisibles. En relación con las islas en el vacío se plantea la pregunta de cuánto tiempo pasará hasta que las experiencias conseguidas con su construcción sean re- trotransferidas a la organización de la coexistencia en las tierras firmes te rrenas, que se siguen presuponiendo como los containers naturales de la vi da. El saber sobre la coexistencia bajo condiciones exteriores en posición orbital parece estar todavía muy lejos de los mundos de vida tradicionales. Su reentrada en la atmósfera terrestre ya no se hará esperar mucho.
Citaremos a dos de los pensadores adelantados de las estaciones te rrestres, en cuyo trabajo ya se aplica a la Tierra en su totalidad o a entor-
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R. Buckminster Fuller, Tetra City, proyecto para una ciudad flotante.
nos locales concretos el principio del aislamiento absoluto con metáforas maduras v en parte, incluso, con modelos implantables técnicamente. En primer termino hay que nombrar a R. Buckminster Fuller, quien, con su Operating Manualfor Spatrshif) Earth, de 19(>9, presentó los contornos teóri- t o-sisu mu os para un management global de la Tierra, basándose en la idea de que el planeta Tierra no es mucho más que una «cápsula, dentro de la que hemos de sobrevivir como seres humanos»*75. La teoría del conoci miento de Fuller desemboca en una ética de la cooperación universal, in cluida en una metafísica del despertar colectivo. Esta, a su vez, se basa en una interpretación de la situación fundamental humana, partiendo de un «hecho i xi i(‘lindamente importante, que se refiere a la nave espac ial Tie rra: esto es. que no se suministraron con ella instrucciones de USO»*76. « [ . . . ] por ello k* correspondió al ser humano mucha ignorancia durante largo tiempo. . . La característica del presente es el rápido descenso de* la tole rancia ignorante con que se ha tratado a las cosas, un descenso producido por el creciente* alcance de las consecuencias derivadas de la gran tecno logía y ciencia aplicada. El feedback de las técnicas provoca a la inteligencia humana a cualificarse para las tareas de ingeniero de a bordo de la nave espacial Tierra.
Tras Buckminster Fuller hay que aludir aquí al artista objetual danés
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Olafur Eliasson, Your Windless Arrangemenly 1997.
Olafur Eliasson, cuyas múltiples y diversas instalaciones y montajes ofrecen la interpretación más lúcida que puede encontrarse en el arte contem poráneo del concepto de inversión del medio ambiente o del entorno* Eliasson se ha mostrado <orno uno de los mejores artistas de a bordo en la isla absoluta en construcción, sobre todo por la exposición Surroundings Surroundedy que, junto con Peter Weibel, realizó en 2001 en el Zentrum fur
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Olafur Eliasson, The Weather Projeel, Londres 2003. Foto: Jens Ziche.
Kunst uiid Medientechnologie (/KM) de Kaiisruhe Kn el título de la ex posición aparece inequívocamente el giro constructivista: los entornos na turales <jue muestra el artista son ya, efectivamente, contornos contorna dos, es decir, fenómenos naturales interpretados y repetidos por la ciencia y la técnica. No se enfrenta uno a totalidades eco-románticamente estiliza das, sino a implantes de naturalezas en la sala de exposición o en el labo ratorio; vemos imitaciones, prótesis, experimentos, arrangements, por cuya presentación siempre se ponen de relevancia dos cosas al mismo tiempo: la estrile tura natural o efecto natural y la óptica científico-técnica por la que éstos entran en nuestra interpretación. Por lo demás, los «surroun- dings suiTounded que muestra Eliasson, como la catarata artificial, sono rizada con estruendo, famosa mientras tanto, la Pared de musgo de 1994, la Habitación! para un colorale 199S, la Habitación para todos los colores de 1999 o
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los Territorios de hielo muy grandes de 1998, no sólo son presentados, coloca dos y «rodeados» por la mirada científico-técnico-artística, también se apro vechan del efecto enmarcante de la situación museística. Aquí la naturale za se comporta frente al museo como el mundo de la vida frente al vacío.
El museo, efectivamente, se puede describir como aislador general de objetos: sea lo que sea lo que se vea o se experimente en él, aparece como un artefacto aislado, cuya presencia busca sintonía con una forma espe cializada de atención estética. Se entiende, por fin, por qué la fenomeno logía del espíritu, el museo y la explicación avanzada van unidos. Saber sig nifica ahora poder-explicitar; explicitar significa poder-exponer. A los trabajos con mayor información y humor de Eliasson pertenece la instala ción de viento Your Windless Arrangement, de 1997, propiedad del museo de arte de Malmoe, en la que dieciséis ventiladores coordinados, que cuelgan del techo, muestran cómo tampoco el viento puede estar seguro ya de no convertirse en objeto de exposición.
B. Islas atmosféricas
La explicación del principio de aislamiento fue impulsada al máximo por experiencias con la construcción de islas absolutas. No obstante, las islas artificiales de carácter relativo son igualmente esclarecedoras para la investigación de mundos modélicos, ya que agudizan la mirada a las varia bles atmosféricas de medios aislados. Se puede hablar de una isla relativa mente artificial cuando su posición se elige no en el vacío cósmico, sino sobre la superficie de la tierra o del mar. En el caso de islas artificiales flo tantes, el agua del mar circundante se desplaza por un implante de masa: un procedimiento que puede observarse con ocasión de la botadura de un buque; también las plataformas de sondeo y demás construcciones apoya das en pontones en mar abierto cumplen las características de la isla flo tante. La capacidad de represión o desplazamiento de agua la producen paredes más o menos impermeables a bordo, que separan el mundo inte rior-isla del elemento que hay en torno. Dado que estructuras idealmente impermeables no son factibles empíricamente, hay que prever en las islas flotantes instalaciones de gestión de las vías de agua, tales como bombas de barco o dispositivos de relleno para cámaras de aire bajo el agua.
A diferencia de las islas flotantes, en el caso de las que se asientan en
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tierra el desplazamiento se refiere al elemento aéreo (en medida marginal también al root médium, es decir, a la flora y fauna del terreno sobre el que se ha construido). Delimitan un enclave del aire de alrededor, aislándolo en él, y estabilizan una diferencia atmosférica permanente entre el espa cio interior y el espacio exterior. Se podría hacer valer esta formulación como definición provisional y vaga de la casa, en tanto que es lícito partir del hecho de que las casas, junto a sus funciones como espacio de cobijo, espacio de trabajo, espacio de dormir y espacio de reunión, también tie nen siempre una función implícita como reguladoras del clima, sobre to do en el caso de las casas de piedra, que deparan frescor en verano y calor en invierno. La asociación entre las ideas de casa y de isla la apoya la his toria de las palabras: desde el siglo II d. C. , la ínsula latina designaba, a la vez, junto a su significado fundamental, la casa de vecindad, de varios pi sos y aislada, que la mayoría de las veces habitaban los más pobres. Para ilustrar la mecánica indiferenciadora del funcionamiento tardío de la gran ciudad, Spengler cita un pasaje de Diodoro que se refiere a «un rey egip cio destronado que tuvo que instalarse en Roma en una lamentable casa de vecindad en un piso alto»279. En nuestro contexto habría que decir que ese Robinson egipcio había sido arrojado por turbulencias imperiales a la playa de una isla abarrotada.
La casa-atrio romana poseía señaladas características de aislador de cli ma: por una parte, por el efecto respiratorio y contenedor de calor de las paredes de ladrillo (cuya anchura, de 44,5 centímetros, la fijaba la norma tiva legal para ladrillos secados al aire); por otra, por la situación protegi da y la función ventiladora de los patios interiores, cubiertos de verde (atria), y los patios de columnas, en los que había estanques (compluvia) que recogían el agua de lluvia de los tejados (impluvia). En las casas de los acaudalados se podían encontrar, desde el siglo I a. C. , calefacciones de suelo, que a través de canales cerámicos conducían por los suelos, y a ve ces también por las paredes, el aire caliente producido por un horno ins talado en la cocina (calefacción de hipocaustos).
Islas atmosféricas terrestres, sin embargo, en el estricto sentido de la palabra, sólo las hay desde el siglo XIX, cuando la construcción con hierro fundido y cristal hizo que apareciera un tipo de casa completamente nue vo: el invernadero de cristal. Invernaderos de este cariz no son un tipo de construcción cualquiera del siglo XIX. Constituyen la innovación arquitectó nica más importante desde la Antigüedad, porque con ellos la edificación
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de casas se convierte en una explícita construcción climática. Se podría re conocer en ellos un preludio pacífico a los aerimotos desencadenados por la guerra de gas, de los que hemos tratado pormenorizadamente en nues tras consideraciones sobre los fundamentos atmopolíticos del siglo XX280. Cuando se construyen casas de cristal, el edificio se levanta pensando en el clima interior que ha de reinar en él: la construcción visible sirve, en pri mer término, más allá de sus valores estéticos propios, como envoltura de un aire reformado, que se prepara, a su vez, como medio para habitantes de un tipo especial. Invernaderos son arquitecturas-temas, en las que se tematizan hechos atmotópicos, por regla general climas especiales para plantas exóticas.
El comienzo de la era del cristal en la arquitectura significa lo mismo que los inicios de la era atmosférica en la ontología especial. Así como en tomo a 1900 Georg Simmel preguntaba, en expresiones kantianas, por las condiciones formales y cognitivas de la posibilidad de la convivencia de se res humanos (esto se calificaría hoy de pregunta «posnacional»), así tam bién, desde el temprano siglo XIX, los arquitectos de invernaderos busca ban las condiciones prácticas de posibilidad de aclimatación de plantas tropicales a medios centroeuropeos. Descubrieron la respuesta en forma de edificios de cristal atemperados, que se ofrecían, en cierto modo, como hogares para solicitantes vegetales de asilo. Naturalmente, las plantas más dependientes del calor no habían venido a Europa por propia voluntad como buscadores de asilo, se presentaban como invitados involuntarios, como compañeros vegetativos, por decirlo así, de los homeboys indios y de los muchachos moros, con turbante, del idilio colonial, por los que se ha cían servir el té las damas en el rico Noroeste.
No obstante, el significado de la arquitectura de cristal sobrepasa con mucho su conexión inicial con la botánica imperial. Sobre todo, el fenó meno de las casas-de-calor acristaladas no se deja remitir a los jardines de invierno de placer, principescos y gran-burgueses, que, con sus templos de flores y conservatorios de pifias y ananás, sus invernaderos de naranjas y pomelos, se retrotraen hasta el siglo XVII y XVIII. Tampoco el interés de los señores por frutas independientes de la estación proporciona una razón suficiente para el amor excesivo de los europeos a la cultura de los inver naderos, por mucho que el director del jardín de la cocina de Luis XIV, De la Quintinye, fuera capaz de servir al monarca espárragos en diciem bre, lechuga en enero e incluso higos enjunio.
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Superestructura para cubrir un olmo en el Palacio de cristal londinense, 1851.
En sus invernaderos los europeos comenzaron una serie de experi mentos con éxito sobre las implicaciones botánicas, climáticas y culturales de la globalización. Cuando en el siglo XIX se llamó a los súbditos del King- dom ofplants tropical a los invernáculos de Gran Bretaña, estaba enjuego, por parte de los anfitriones, al menos un acercamiento en asuntos at mosféricos. Desde el punto de vista climático se respetaron las leyes de la hospitalidad. ¿No se puede afirmar que la sociedad multicultural fue ensa yada en los invernaderos? Cuando los botánicos coloniales reunían espontáneamente en sus biotopos cubiertos de vidrio plantas de la más le
jana procedencia, sí sabían lo que se debe a los visitantes procedentes de los trópicos, sobre todo cuando se trataba de las especies reinas del mundo vegetal, las orquídeas y palmeras, para cuyo alojamiento eran, a su vez, su ficientemente buenas las regias construcciones bajo edificios de cristal, las casas de palmeras y las casas de orquídeas. Se entiende que también para el resto de la alta nobleza vegetal, como las camelias, se construyeron ca sas propias281.
Con respecto a estos invitados dominaba un clima xenófilo incluso en Alemania: cuando el 29 de junio de 1851 floreció por primera vez en Ale mania, en la casa de palmeras de Herrenhausen, cerca de Hannover, una palmera de la variedad Victoria regia», de rápido crecimiento, pudo hacerse del acontecimiento una comunicación de prensa. Las ideas de la isla arti ficial climatizada se vinculaban con las de la urbanística utópica y el orien talismo, como, por ejemplo, durante la construcción de la Wilhelma, cerca de Stuttgart, comenzada en 1842, acabada en 1853: un castillo de cuento, de cristal y hierro fundido, de estilo moro, en cuyo complejo se unen múl tiples motivos de interior, que juntos producen un efecto suntuoso de ais lamiento: aquí, la fuerza ensimismadora del paisaje invernadero forma una simbiosis exclusiva con la fascinación de la isla de placer principesca y con la del jardín paradisíaco.
No es de extrañar que los arquitectos de casas de cristal ya cayeran pronto en la tentación de experimentar los potenciales constructivos de la nueva técnica de fundición del hierro en el sentido del monumentalismo: ante todos, el arquitecto inglés de invernaderos Joseph Paxton, cuyo Pala cio de cristal en el Hyde Park de Londres, edificado en un corto plazo de ejecución, desde el 30dejulio de 1850hasta el 1de mayo de 1851, con una longitud de 563 metros, una anchura de 124 metros y una altura en la na ve central de 33 metros, representaba con mucho el mayor espacio edifi
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cado del mundo. Los propietarios ya indicaron que cabrían cuatro basíli cas como la de San Pedro de Roma en el área de esa gigantesca casa de cristal, y siete catedrales como la de San Pablo de Londres. Es verdad que el Palacio de cristal no se pensó primero como invernadero, sino como una galería de tipo especial, ya que una construcción de zócalo fijo había de al bergar a los 17. 000 expositores de la Exposición Universal de Londres de 1851, junto con sus 6 millones de visitantes: sólo en consideración a algu nos viejos y altos olmos, cuya conservación había sido un requisito para la licencia de construcción en el popular parque, le cupo en suerte también al palacio de la exposición universal una cierta característica de jardín de invierno en su nave alta.
Esta característica llegó a ser la más importante cuando el Palacio de cris tal se desmontó al final de la Exposición Universal y fue instalado de nue vo en 1853-1854, en Sydenham, en proporciones mejoradas: esta vez como parque-popular-indoor, botánico y ornitológico, o, como explicaba en un prospecto la Crystal Palace Compagnie, creada para administrarlo, como «templo universal» para la «educación de las grandes masas del pueblo y el ennoblecimiento del disfrute de sus momentos de esparcimiento»"2. Ese parque popular era accesible técnicamente a la visita de las masas por el ferrocarril de Brighton; en el año 1936 un gran incendio destruyó ese edificio, apreciado sobremanera, pero no indiscutido, del que también crí ticos admitían que su edificación significaba un punto de inflexión en la historia de la arquitectura. Los relatos de visitantes tempranos dan fe de que de la experiencia espacial en su interior provenía un efecto, que en los años sesenta del siglo XX se habría definido como psicodélico: «Ese es pacio gigantesco tenía algo liberador. Uno se sentía en él cobijado y, sin embargo, libre. Se perdía la conciencia de la pesantez, de la propia suje ción al cuerpo»28*. La ventilación y aireación se conseguían por un sistema de miles de válvulas de aire en las paredes laterales, así como en los teja dos. Para evitar el sobrecalentamiento veraniego Paxton colocó lienzos hú medos en el tejado interior; durante las demás estaciones del año una ins talación de calefacción de agua caliente, que dependía de una central con 27 calderas de vapor, se ocupaba de mantener las temperaturas deseadas. De los escritos de propaganda de Paxton se deduce qué claro tenía ante la vista el motivo de «contorno contornado», aunque aún faltara el concepto.
Que ya se trataba para Paxton de simulaciones de clima y del intento de introducir en el pabellón lejanos modelos de naturaleza, sobre todo los
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paisajes mediterráneos añorados por los ingleses, lo descubre su proyecto, presentado en 1855 y nunca realizado, para el Great Victorian Way, que pre veía una galería de cristal de seis kilómetros a través de Londres. El pro yecto habría cercado todo el centro de la metrópolis británica con un an cho anillo-boulevard acristalado, mientras se dispondrían superficies mayores en el interior del anillo como paisajes abiertos artificiales, cosa que, sin duda, sólo hubiera podido hacerse a costa de tristes barrios de blo ques de pisos, al modo como sucedió con las aperturas que llevó a cabo Hausmann en París. Es de lamentar la no realización del proyecto bajo muchos puntos de vista, entre otros, porque si se hubiera puesto en prác tica habría facilitado mucho la tarea de Walter Benjamin de reconocer a Londres, incluso antes que a París, como la capital del siglo XIX; así como que, también, los pasajes proporcionan menos que los invernaderos la lla ve al principio «interior»284, del que Benjamin subrayó con razón que la Modernidad sólo puede comprenderse a su luz.
Con sus esfuerzos por mantener el registro climático de inmigrantes ve getales procedentes de latitudes australes, los biólogos, arquitectos, fabri cantes de vidrio y amantes de las orquídeas del siglo XIX no sólo se inter naron cada vez más explícitamente en la praxis de las islas climáticas artificiales (cuya idea técnica fundamental ya era conocida en la Antigüe dad, como demuestra una instalación de jardín de invierno encontrada en Pompeya). Dieron a luz toda una tecnología de cultivo, más aún: un prin cipio de conformación de espacio y de control atmosférico del espacio, cu yo despliegue se extiende a lo largo de todo el siglo XX, para convertirse desde comienzos del XXI en una pregunta global por la forma de vida. Des de las conferencias sobre el clima universal de Río de Janeiro y Tokio, el principio del atmo-management se reconoce como un poliíicum de alto ran go, por muy difícil que se presente la toma de medidas técnico-climáticas ilustradas contra las resistencias de los derechos tradicionales a la ignoran-
ce, en el sentido de Buckminster Fuller (pues precisamente las grandes po tencias políticas son las que se aferran -por ahora- a las costumbres habi tuales en la utilización imperial del espacio, de los recursos y del clima).
El significado histórico-técnico y eo ipso histórico-cultural de los edifi cios de cristal estriba en que con ellos se puso en marcha la familiarización del efecto invernadero. Bien conocido como fenómeno empírico, desde hacía mucho, por los ingenieros de jardinería y administradores de jardi nes de invierno, su descripción teórica y generalización pragmática co
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menzó en torno al cambio del siglo XVIII al XIX, en un escrito de solicitud de patente del año 1803 del arquitecto inglés James Anderson, que quería aprovechar el principio de la trampa de calor para la construcción de un invernadero de dos pisos. Según el plan de Anderson, durante el día las superficies acristaladas del piso superior retendrían el calor del sol en el aire del invernadero, que durante la noche se pasaría al piso de abajo, más fresco, mediante un sistema de aireación inventado por él: un ingenioso sistema de dos cámaras con amplias implicaciones políticas. Desde enton ces el lugar al sol habría de convertirse en una cuestión de redistribución del confort.
Poco después, Thomas Knight (1811) y George Mackenzie (1815) for mularon los fundamentos teóricos de las formas hemisféricas de la arqui tectura de cristal, demostrando que la irradiación solar podía aprovechar se óptimamente para el calentamiento de la atmósfera del espacio interior mediante superficies curvas de cristal. El constructor de invernaderos e in geniero de jardinería John Claudius Loudon ya hizo uso de ello en 1818, en sus Sketches for Curvilinear Hothouses, creando, además, en 1827, con su casa de palmeras de Bretton Hall, en Yorkshire, uno de los primeros ejem plos de una arquitectura de invernadero, con hierro fundido y cristal abombado, termodinámicamente calculada. En ese «espacio claro total» se encontraba, junto con las condiciones favorables de luz, una forma de aprovechamiento de la energía solar muy avanzada para el grado de lati tud inglés y para la técnica del cristal de aquel momento. Por él recibió un fuerte impulso la construcción de cúpulas (la disciplina reina de la arqui tectura desde los días del Panteón romano). Los nuevos materiales no só lo permitían mayores amplitudes de luz, también creaban nuevas relacio nes entre la forma de la cúpula y el interior cubierto por ella. Los estímulos de Loudon en el campo de la construcción hemisférica pueden seguirse hasta el GranJardín de Invierno de Laeken, cerca de Bruselas, ter minado en 1876.
En el siglo XX volvieron a moverse las cosas en este ámbito por la in troducción de materiales sustitutivos del cristal. Las nuevas y baratas cu biertas de polietileno y PVC, permeables a la luz, desencadenaron desde los tardíos años cincuenta un giro hacia el cultivo intensivo de plantas en invernaderos. Su centro más significativo mundial se encuentra en China, que concentra tres cuartos de todas las superficies de invernadero de la Tierra, 600. 000 de 800. 000 hectáreas en total (según estadísticas de 1994),
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Invernadero en el parque del palacio Laeken, cerca de Bruselas, durante la construcción, 1875.
casi exclusivamente en forma de simples túneles bajos de plástico, la ma yoría de ellos cerca de las grandes ciudades, que sirven para la producción intensiva de verduras. También Japón, por los mismos motivos y con los mismos medios, se ha convertido en poco tiempo en una gran potencia en invernaderos de plástico, incluso por delante de Italia y España285. Además de esto, en Estados Unidos, donde se probaron numerosos tipos nuevos de invernaderos, aparecieron por primera vez construcciones neumáticas, en menor escala y sin soporte, de cúpulas de poliéster reforzadas con rejilla de nylon, que se sostenían por una leve sobrepresión atmosférica: una téc nica que durante un tiempo desempeñó también un papel importante en la construcción de estadios deportivos. Junto a las innovaciones, la mayoría de las veces primitivistas, de la construcción de plástico, las culturas tradi cionales de invernadero, que, como en los Países Bajos, se basan casi ex clusivamente en el cristal, aparecen como nobles antigüedades de la vieja Europa. Pero, se trate de vulgares tubos de plástico o de elegantes edificios de cristal, el principio de realidad siempre va incluido en todas las naves; las plantas son capital verde que explota la fuerza de crecimiento, apoya da por doping térmico y químico. A causa de sus objetivos unilaterales eco-
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Vista de la estructura del tejado.
nómicos y de su instalación de monocultivo, la mayoría de los cultivos de invernadero de ese tipo resultan monosilábicos, con respecto a la dinámi ca de su población, y biosféricamente infracomplejos.
Esto sólo cambia cuando, por el desarrollo de las modernas ciencias de la vida y de la investigación ecosistémica básica, pudo surgir interés por concentrar conjuntos biosféricos complejos en islamientos experimenta les. El paradigma más conocido para empresas de ese tipo lo proporciona el gran proyecto Biosfera 2, que fue puesto en funcionamiento en septiem bre de 1991 en Oracle, cerca de Tucson, en el Estado de Arizona, tras am plios preparativos, aunque conceptualmente confusos, y cuatro años de construcción (1987-1991). Si hubiera que caracterizar en una palabra lo propio de Biosfera 2, habría que llamarla un homenaje a la artificialidad: un delirio-cápsula, que va más allá de las normales construcciones-inver naderos en muchos aspectos. En este caso, el edificio de cristal es más que una isla climática; sirve como ejercicio previo terrestre para la edificación del invernadero absoluto en el espacio. Uno se convence de ello al darse cuenta de que el experimento de Oracle no se contenta con recrear mun dos vegetales en espacios cerrados; de lo que se trata, más bien, es de ra-
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Biosfera 2.
dicalizar tanto el principio de la colección como el del aislamiento de mo do inusual, quizá absurdo. Por su situación en una de las zonas más cáli das de la Tierra, el invernáculo paradójico no está orientado, como sus compañeros en latitudes medias, al efecto de trampa de calor, que, de or dinario, se utiliza para la estimulación del crecimiento y como ayuda para la eliminación del invierno; aquí, con una inversión gigantesca de co rriente eléctrica, hay que poner en funcionamiento sistemas de refrigera ción para evitar el sobrecalentamiento de la instalación. La corriente eléc trica necesaria se saca de una cercana central de agua embalsada; ello causa gastos anuales de 1,5 millones de dólares. Se dispone adicionalmen te de un agregado de emergencia, que en caso de fallos de abastecimien to ayuda a impedir que el interior de la gran cápsula se convierta en me nos de una hora en un infierno inhabitable tanto para plantas como para seres humanos.
Biosfera 2 es un experimento de aislamiento e inclusión de un pronun ciado carácter de obra de arte, con un fuerte complemento de ideología- éxodo y metafísica-gea -como correspondía a las ideas del sponsor; el mul timillonario tejano del petróleo Ed Brass-, pero empeñado, a la vez, en objetivos científicos y tecnológicos. Por su diseño arquitectónico, la Biosfe ra 2 constituye un compromiso entre funcionalismo e historicismo, el últi-
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mo de los cuales se manifiesta especialmente en las dos pirámides escalo nadas mayas, acristaladas, que flanquean el conjunto. Los comienzos de la empresa remiten al ambiente de la filosofía New Age, típico de la costa Oeste, y de la Nasa, en el que hasta los años ochenta del siglo XX funcio naron planes agresivos para la colonización de la Luna y del planeta Mar te, por lo que no es de extrañar que en la fase de inicio de Biosfera 2 la ad ministración americana de astronáutica perteneciera a sus promotores.
En el complejo-invernadero, que ocupa una extensión de 1,6 hectáreas, se hace justicia al motivo de aislamiento intensivo mediante un gran des pliegue de tecnología de hermetización; comenzando por un doble acris- talamiento en toda la extensión y una múltiple obturación con silicona de las ventanas, sobre puertas aseguradas con esclusas de aire; a ello se añade un sistema alambicado de control de posibles grietas en la circulación del agua y del aire. Lo que diferencia fundamentalmente la gestión del her metismo de Biosfera 2 de la de otros invernaderos es el control total del root médium, es decir, del suelo, que en otras partes sólo se rotura, se adecenta y, en caso dado, enriquece, mientras que aquí va incluido en la propia construcción hermética. Toda la instalación se eleva sobre un suelo de hor migón, cubierto en toda su extensión con planchas de acero de Alleghanis soldadas, inoxidables e incorrosibles, habiéndose dedicado singular aten ción a la compacidad del punto de unión del plano del suelo y los ele mentos verticales de la envoltura de cristal. Tanto el acristalamiento como la estructura del armazón de acero fue proyectada por Peter Pearce and Associates. Pearce, que fue discípulo de Buckminster Fuller, introdujo en la empresa experiencias en la construcción de armaduras sobre la base de puntales estandarizados. En Biosfera 2 el principio de inversión del entor no puede observarse por partida doble, porque no sólo incluye el suelo y, en consecuencia, el encapsulamiento integral de un mundo de vida en una forma envolvente; además, la instalación está dividida en una biosfera y una tecnosfera, de tal modo que el ámbito biosférico depende conti nuamente de previos rendimientos tecnosféricos, sobre todo del abasteci miento de energía, de una gestión del agua en circulación cerrada, del ma- nagement de la atmósfera y de innumerables implantes electrónicos.
Por lo que respecta al motivo inclusión en Biosfera 2, aparece clara mente el carácter de mundo modélico de la isla: fue una ambición de sus constructores el introducir en el pabellón una miniatura de la variedad na tural biosférica, prescindiendo en gran medida de la fauna, en tanto que
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Maquina puimonar.
remodelaron cinco tipos primarios de paisaje o biomas: la pluviselva tro pical, la sabana, el pantano manglar, el mar y el desierto. A estos modelos autónomos de espacio vital se añadieron dos espacios vitales de cultivo, el paisaje de agricultura y de jardinería, así como una colonia ciudadana, re presentada ésta por una zona habitable de 2. 600 metros cuadrados para los ocho primeros «biosferianos», que desde 1991 se sometieron a un experi mento de reclusión de dos años, valorado como un fracaso total. De la de- bacle de los biosistemas animales y vegetales, resultaron vencedores tem porales en la pugna por la supervivencia las hormigas y las cucarachas.
El aislamiento y la inclusión llegaron mutuamente a una conexión patética en Biosfera 2, sobre todo en lo que se refiere a las posibilidades y ne cesidades de una repetición extraterrestre de condiciones de vida terres tres. El motivo de la reclusión y de la autonomía sólo pudo ser tomado en serio, hasta en el último detalle de la construcción, porque estaba en el ho rizonte la simulación total de una biosfera autónoma y humanamente uti- lizable bajo las condiciones del vacío espacial; la isla relativa se había pro yectado como un ejercicio previo para la construcción de una absoluta. El
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mundo artificial de la vida tenía que dar respuesta a la pregunta: «¿Qué su cede cuando se introduce tierra, plantas, animales y seres humanos en una botella de cristal y se la cierra? ¿Hay un mecanismo autorregulante que man tenga el sistema de vida? »286.
Está claro que con ello se preguntaba por la posibilidad de un Life sup- port system, mediante el cual pudiera comenzar la exportación de confort biosférico al vacío; ya no como mera y proba máquina de ensalada o tabla de mantillo orbital, sino como máquina de mundo de vida de gran estilo. Si en el simulador de biomundo de Arizona se reunieron aproximada mente 3. 800 especies de plantas en un intento de coexistencia; si para la gestión de la atmósfera del superinvernadero se construyeron especial mente dos gigantescos pulmones mecánicos, dirigidos por sensores de temperatura, de 1,7 millones de pies cúbicos de volumen (para un volu men total de la instalación de 7,2 millones de pies cúbicos, equivalentes a 204. 000 metros cúbicos); si se implantaron en la biosfera artificial doce sis temas diferentes de agua, comenzando con la simulación de un mar de agua salada de 250. 000 litros de volumen, pasando por los suelos acapara dores de agua de la instalación de la pluviselva, hasta llegar a los drenajes, sistemas de lluvia, aguas residuales humanas e instalaciones de agua para la extinción de incendios: todo esto sucedió siempre bajo la idea rectora de plantear un caso crítico de aislamiento, como ontológicamente sólo puede imaginarse en el vacío extraterrestre o en una Tierra en la que hu biera desaparecido o se hubiera hecho irrespirable la atmósfera natural por una catástrofe del medio ambiente287. Por muy motivado romántica mente que estuviera en su fase de inicio, el proyecto Biosfera 2 lleva en su caligrafía técnica los rasgos de una filosofía ultrarrealista de la superviven cia en un elemento no propicio para la vida. Su lema interno reza: Tras la naturaleza. Se podrían despachar estas ideas como engendros de un tota litarismo de nuevo cuño, que se abandona al vacío, o mofarse de ellas co mo de un comunismo complementario, utópico de las cápsulas, si ten dencias globales, irreversibles, apenas gobernables, en el trato de las civilizaciones técnicas con la atmósfera terrestre, no permitieran recono cer que experimentos sobre aislamientos integrales atmosféricos y biosfé- ricos poseen una dimensión anticipatoria respetable. Tienen que ser en tendidas como expresión de una preocupación razonable por la futura política terrestre de biosferas.
Las experiencias de Biosfera 2 con la gestión de la atmósfera bajo condi- 273
Grimshaw y socio, Edén Project, Cornwall 2001.
dones de aislamiento consecuente no son alentadoras. Poco después de la entrada del primer equipo de prueba aparecieron en la composición del ai re desequilibrios tan substanciales que el sistema tuvo que ser abierto varias veces y estabilizado por aducción externa de oxígeno. También dejó que de sear la integración social del equipo del invernadero. Bajo la presión del re proche de que en ese proyecto se había confundido la ciencia con la Science fiction, los ensayos de clausura se abandonaron tras varios intentos. La New York Columbia University se hizo cargo desde 1996 de la tarea de elaborar una nueva definición científica de la biosfera como laboratorio de investi gación e integrarla en los planes de estudio de su Earth Department. Por ese cambio semántico de clima, la plantación surrealista de Oracle pasó de los vapores del románticismo-gea al noble vacío del academicismo-USA.
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C. Islas antropógenas
Si en el caso de la isla absoluta se elimina el mar como elemento-en torno y se sustituye por el vacío, mientras en la isla climática se reformu lan los hechos armosféricos, en la isla antropógena son los factores huma nos los que hay que considerar como variables. En esas configuraciones se trata de entender cómo seres humanos se convierten en nesiotas o isleños; o, lo que significa lo mismo, cómo seres vivos que habitan en islas se con vierten en seres humanos gracias al efecto sin par de su aislamiento. Según el consenso actual de los paleontólogos, la sabana africana es el área en la que se llevó a cabo la hominización de una antigua especie de mono ar- borícora; en consecuencia, esa región ha de ser descrita de tal modo que pueda ser entendida como el elemento-entorno reprimido de las islas an tropógenas, que hicieron vida nómada en ella. Desde este punto de vista, esa estepa de hierba aparece como el mar del que emergen los antropoi- des. Así pues, el acontecimiento primario de la protohistoria, la génesis del ser humano, encierra, sobre todo, un misterio topológico.
En la aparición del ser humano el lugar ha de explicar el hecho, el escenario del aconte cimiento proporciona la clave de lo que sucedió en él.
El hecho humano surge de un fenómeno de aislamiento, en el que el papel del aislador sigue inaclarado por ahora. ¿Cómo fue posible que en medio de un entorno que sólo cambiaba imperceptiblemente surgieran ta les enclaves, llenos de una vida especial, que alucina, habla y trabaja? ¿Có mo pensar esa emergencia, esa separación, esa secesión, que conduce al ser humano? De todos modos, la exigencia planteada por Deleuze, de que Nesiot, el isleño ejemplar, siga manteniendo el impulso creador de islas y se convierta, por ello, en conciencia pura de su lugar, sólo es realizable en las islas antropógenas; presuponiendo que definimos los colectivos de pri mates, incubadores de seres humanos, como unidades de tipo insular, y que vemos en los seres humanos allí generados los vectores de los movi mientos creadores que desembocan, maduran y progresan en su capaci dad de pensar. Por lo demás, junto con las configuraciones de islas nom bradas por Deleuze, por erosión marítima y por emergencia terrestre del mar, aquí entra en consideración una tercera dinámica: el insulamiento por inclusión de grupos o por autorreclusión creadora de distancia.
Nuestro propósito, derivar el hecho humano de la autoinclusión es pontánea de islas inteligentes de tipo desconocido -las llamaremos las is-
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Sudamérica y Tierra del Fuego desde la perspectiva de la nave espacial Afir.
las del ser-, podría considerarse logrado en cuanto se exponga con sufi ciente detalle cuándo y por qué la coexistencia primitiva de homínidos con sus semejantes y con lo demás produce un efecto de autoaislamiento, que prepara los decorados para la génesis del ser humano. La topografía del lugar de la génesis del ser humano estará registrada en sus perfiles exactos cuando defina con claridad cómo el acontecimiento va vinculado
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al lugar en que sucede: la capacidad de la isla ontológica de soportar seres humanos significará entonces lo mismo que la capacidad de los seres hu manos nacientes de desencadenar por el modo y manera de su coexistencia el acontecimiento ontológico, el efecto-mundo. La incapacidad heredada de ser un animal enlaza en este ser-vivo-a-pesar-de-ello con la capacidad heredada de ser en el mundo. Imaginar esto presupone una fantasía an tropológica, que, más allá de fosas temporales, nos convierta en testigos de un suceso inaudito: es como si hace dos millones de años la antigua tierra firme fuera sacudida por un maremoto de larga duración, a consecuencia del cual hubieran emergido miles y miles de islas antropofóricas: archi piélagos compuestos de hordas vagabundas de primates, en las que se for maran climas interiores, configuradores de seres humanos. De algunos de esos grupos pre-adámicos se desarrollaron las Uneas-sapiensposteriores en las que continúa la especie actual.
Para comprender lo que sucedió en la época crítica en las estepas de Africa tenemos que describir, con extremo esquematismo pero a la vez con mínimo detalle, qué efectos produjo aquel maremoto en los seres vi vos prehumanos. Se trata de mostrar que fueron los habitantes mismos de la sabana quienes, por su modo peculiar de habitar en el espacio, desen cadenaron esa convulsión, y cómo se produjo, en consecuencia, un efecto invernadero, con el que comenzó la autoincubación del homosapiens. Esa sacudida provocó una inseguridad que sólo pudo ser compensada por una nueva seguridad: cuando llegue el momento se designará esta última co mo cultura. Si se echa una mirada de conjunto a la dinámica de esta se guridad insegura, se consigue el concepto general de situación inmune. En las islas antropógenas comienza una aventura protoarquitectónica: y, efectivamente, a causa de la sinergia de la construcción animal de nidos y nichos y del funcionamiento homínido en campamentos, hasta que un día lejano las exigencias de espacio, ya humanas, hayan cristalizado tan am pliamente que de ellas pueda derivarse un estímulo apremiante a la cons trucción de chozas, pueblos y ciudades. Partimos de la tesis de que la ar quitectura constituye una reproducción tardía de configuraciones espontáneas de espacio en el cuerpo grupal. Aunque el hecho humano se base en un efecto invernadero, los invernaderos primarios antrópicos no poseen, en principio, paredes y tejados físicos, sino, si se pudiera decir así, sólo paredes de distancia y tejados de solidaridad. El ser humano, el ani mal que tiene distancia, se yergue en la sabana: así consigue la perspectiva
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Superficies de producción agrícola en Arabia Saudí con pozos de agua en el centro, fotografiadas desde el espacio.
del horizonte. Como habitantes de una forma de aislamiento de nuevo ti po, los seres humanos se instalan cabe sí mismos.
Las islas antropógenas -como veremos- son talleres de una creación de espacio compleja sin par. El antropotopo surge del ensamblaje de una plé tora de tipos de espacio de cualidad específicamente humana, sin cuya apertura simultánea no sería imaginable la coexistencia de seres humanos con sus semejantes y con el resto en un todo común. Los movimientos ais lantes de acondicionamiento e instalación se implican unos en otros por medio de acoplamientos reactivos múltiples, de modo que la esfera de gru
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pos de seres humanos configura, desde el principio, un espacio cibernéti co. Pero aquí el ciberespacio no está situado al lado del espacio de lo lla mado primario y real; más bien son lo real y lo virtual los que van unidos al peculiar «horizonte» de realidad del mundo humano. La isla humana es una estación espacial que nos envuelve como nuestro primer «mundo de la vida». Si en lo que sigue presentamos una serie de instantáneas de islas, como si estuvieran tomadas desde gran altura, siempre lo hacemos en la conciencia de que con la repetición incipiente del «mundo de la vida» te rrestre en el vacío espacial se ha logrado una mirada completamente nue va a las condiciones desarrolladas en el espacio próximo a la Tierra. La cos monáutica sirve a la filosofía contemporánea como radicalización de la epoché. En la reentrada en el «mundo de la vida» la óptica del planeador teórico registra toda una serie de imágenes excéntricas.
En estado de desarrollo mínimamente completo la antroposfera es de- terminable como un espacio de nueve dimensiones'TM. A ella pertenecen, como aportaciones configuradoras de mundo, imprescindibles cada una de ellas en su caso, las siguientes dimensiones o topoi:
1 el quirotopo, que incluye el ámbito de acción de las manos humanas, la zona de lo que está ante ellas y a su disposición, el entorno de acción (acción manual en sentido literal), en el que se producen las manipu laciones objetivas primarias, los primeros lanzamientos, golpes y cortes, los primeros efectos característicos,
2 elfonotopo(ologotopo),quegeneralacampanavocalbajolaquelos convivientes se oyen unos a otros, hablan unos con otros, se reparten órdenes unos a otros e inspiran unos a otros,
3 el uterotopo (o histerotopo), que sirve para la generalización del ám bito maternal y para la metaforización política de la gravidez, y produ ce una fuerza centrípeta, que, incluso en unidades más grandes, será experimentada por los incluidos en ellas como sentimiento de perte nencia y fluido existencial común,
4 eltermotopo,queintegraalgrupocomoreceptororiginariodelosbe neficios de la repartición de los efectos de hogar, que representan la matriz de todas las experiencias de confort y a causa de los cuales es dulce la patria,
5 el erototopo, que organiza el grupo como el lugar de las energías eró ticas primarias de transferencia, y le pone bajo estrés como dominio de celos,
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6 elergotopo(ofalotopo),enelqueunafuerzapaternalosacerdotalde definición, con efectos en todo el grupo, genera un sensus communis, un decorum (una conveniencia) y un espíritu de cooperación, desde el que se formulan obras (erga, muñera) comunes, fundadas en la necesidad, y se distinguen diferentes funciones laborales, hasta el enrolamiento de los miembros en el máximo estrés, la guerra, que se entenderá como la obra fundamental de una comunidad elegida para la victoria,
7 el alethotopo (o mnemotopo), por el que un grupo en aprendizaje se constituye como custodio de su continuum de experiencia y se mantie ne en forma como depósito central de la verdad con su propia preten sión de validez y su propio riesgo de falsificación,
8 el thanatotopo o theotopo (o bien, iconotopo), que ofrece a los ante pasados, a los muertos, a los espíritus y dioses del grupo un espacio de revelación o un teclado semiótico para manifestaciones significantes del más allá,
9 el nomotopo, que vincula recíprocamente a los coexistentes por «cos tumbres» comunes, por reparto del trabajo y expectativas recíprocas, con lo que, por el intercambio y el mantenimiento de la cooperación, aparece una tensegridad imaginaria, una arquitectura social compues ta de expectativas, apremios y resistencias mutuos, en una palabra: una primera constitución.
1 El quirotopo - El mundo a mano
La isla antropógena es un lugar de metamorfosis: en ella las manos ani
males* de los preadamitas se transforman en manos humanas. Los homí nidos se convierten en quiroprácticos, que por medio de sus recién ad quiridas manos establecen relaciones extrañas con las cosas. Sí, la existencia de «cosas», en el sentido de objetos manejables y públicos en torno a nosotros, es ya un reflejo mundano del acontecimiento que supo ne que un día en la sabana ciertas islas de monos emprendieron el cami-
' Arriba se habla de la conversión de las Pfoten (manos animales, en los simios o cuadru manos: manos -o patas- de dedo pulgar opuesto a los otros) en Hánde (manos homínidas o humanas). Por la ausencia en castellano de un término exclusivo para Pfoten, traducimos es ta palabra por «manos animales» y Hánde simplemente por «manos». (N. del T. )
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no hacia la adquisición de manos. Donde se mantuvieron las manos ani males, los seres vivos en su totalidad quedaron encerrados en repertorios limitados, todavía animales, de modos de aprehensión. El asimiento con las manos animales es sólo un escalón previo de la configuración de mun do. Sólo cuando una mano coge las cosas, las encuentra manualmente o las arregla manipulándolas, comienza la transformación de lo que está y queda en derredor en algo utilizable. Este es, en toda su sencillez, el pri mer acto de la producción de mundo; con él comienza la autoinclusión de los isleños. Conduce a aquella clausura extática, que en la filosofía del si glo XX se habría de llamar el ser-en-el-mundo. Quien es en el mundo tie ne útiles a mano; donde hay útiles cerca, no puede estar lejos el mundo.
En los análisis del útil [Zeug] en Sery tiempo, Martin Heidegger se ha ma nifestado como el primer quirotopólogo: entendemos por tal un intérprete del hecho de que los seres humanos existen como poseedores de manos y no como espíritus sin extremidades. En el ser humano de Heidegger ha llamado la atención de los observadores que parezca no tener genitales y poca vista: tanto mejor está conformado su oído para percibir la llamada de la inquietud [Sorge*]. La más exquisita es su dotación de manos, porque las manos heideggerianas saben, por un oído imbuido por el susurro de la inquietud, lo que hay que hacer en cada caso: de este ser-humano-todo-oí dos-todo-manos se declara expresis verbis, por primera vez en la historia del pensamiento, que los cohabitantes cósicos del mundo en el que vive están a su mano en forma de útiles. En el mundo de Heidegger, alumbrado por la inquietud, el estar-a-mano constituye un rasgo fundamental de lo que rodea a los ex-sistentes en su ámbito de proximidad. Un útil es lo que se encuentra al alcance de la mano inteligente, en el quirotopo: el útil para lanzar, el útil para cortar, el útil para golpear, el útil para coser, el útil pa ra cavar, el útil para taladrar, el útil para comer y cocinar, el útil para dor mir, el útil para vestir. El ser humano heideggeriano es consciente, con respecto a todas estas cosas, de qué tareas asignan ellas a su mano. ¿Qué sería un cucharón, si no diera la orden de remover; qué un martillo, si no invitara a seguir el patrón de acción: «golpear repetidamente en el mismo sitio»? Dado el caso, la mano lúcida no se lo hace repetir dos veces. En ca sos serios hay que añadir el útil para matar, en casos no-serios el útil para
jugar, en caso de pactos el útil para regalar, en caso de accidente el útil pa- * Sorge. inquietud, preocupación, solicitud, cuidado, atención. (N. del T. )
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Hojas de espada que se pulen por vibración entre piedras.
ra vendar, en caso de muerte el útil para enterrar, en caso de querer de signar algo el útil para mostrar, en casos de amor el útil para embellecer.
Entre los útiles de las poblaciones en el quirotopo hay, sobre todo, tres categorías que se ocupan de la separación de la isla humana del elemento que tiene a su alrededor. En primer lugar hay que nombrar el útil para lan zar, porque a su utilización constante hay que agradecer que los homíni dos se pudieran emancipar un poco de la fuerte presión del medio. En cuanto la mano, en devenir humano, unida a un brazo de mono arborí- cora antiguo, transformado para las necesidades de la región de la sabana, aprende a coger objetos aptos para lanzar, por regla general piedras de su tamaño o más pequeñas, y a arrojarlos a causantes de encuentros o con tactos no deseados -se trate de animales más grandes o de congéneres ex traños-, ofrece por primera vez a los homínidos una alternativa a la de evi tar contactos huyendo. Como lanzadores, los seres humanos consiguen su competencia ontológica más importante hasta hoy: la capacidad de actio in distans. Por el lanzamiento podrán tomar distancia de los animales289.
A causa de la distancia surge la perspectiva que alberga nuestros pro yectos. Toda la improbabilidad del control humano de la realidad se con centra en el gesto del lanzar. Por eso, el quirotopo constituye el campo de acción auténtico y originario, en el que los actores observan habitualmen te los resultados de sus lanzamientos. Aquí entra enjuego un ojo-seguidor, que comprueba lo que son capaces de hacer las manos; los neurobiólogos
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pretenden haber demostrado, incluso, una capacidad innata del cerebro de apuntar a objetos que huyen. Lo que Heidegger llamó inquietud de signa objetivamente, en primer lugar, la incertidumbre atenta con la que un lanzador comprueba si su lanzamiento se encamina a su objetivo. Im pactos en el blanco y lanzamientos fallidos son funciones de verdad prác ticas, que demuestran que una intención puesta en la lejanía puede con ducir al éxito o al fracaso, con un término medio poco claro para un tercer valor. Tanto en el caso de un lanzamiento con éxito como en el de uno fa llido vale que lo verdadero y lo falso, los primogénitos de la distancia, se anuncian a sí mismos.
El paleontólogo Paul Alsbergya describió convincentemente en 1922 el efecto de distanciamiento que se extiende a otros muchos modos de uso del útil. En el principio distancia reconoció la posibilidad, establecida his- tórico-naturalmente, de una ruptura con la mera historia natural; y preci samente ahí creyó haber encontrado la solución del «enigma humano»; y nosotros creemos: con razón. Efectivamente, en tanto que los homínidos crearon entre ellos y el entorno una esfera en medio con armas y útiles de distancia, consiguieron salir de la cárcel de su acomodación al cuerpo**0. El animal de distancia homo sapiens se Ínsula él mismo en tanto que, como lanzador y usuario de útiles, se emancipa de la presión evolutiva somática. A consecuencia de ello puede aventurarse a una des-especialización pro gresiva (según algunos antropólogos: detenerse en ella): un proceso para el que Alsberg propone el término provocador de eliminación del cuerpo
[Kórperausschaltung]. Es, sin duda, imposible de entender la imagen extra ñamente refinada (a ojos de algunos antropólogos, incluso desolada y de cadente) del cuerpo del homo sapiens hasta no hacerse una idea más exac ta de este acontecimiento evolutivo. El efecto de la eliminación del cuerpo puede expresarse por medio de la imagen de que los pre-seres-humanos se retiraron detrás de un muro de efectos de distancias, producido por su propio empleo de útiles de lanzamiento y útiles-herramientas. Las piedras manejables proporcionan el material para las primeras «paredes» que fue ron levantadas por los grupos de homínidos a su alrededor, paredes, sin embargo, que no fueron construidas, sino lanzadas. Gracias a la elimina ción del cuerpo aparece un ser vivo que puede permitirse permanecer en su dotación biológica pluripotente, no especializado, largo tiempo inma duro yjuvenil durante toda su vida: y todo eso porque la adaptación ine vitable del cuerpo a la presión del entorno fue desplazada a los utensilios.
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El meta-utensilio cultura produce en su totalidad el efecto de una in cubadora en la que un ser vivo puede gozar crónicamente del privilegio de la inmadurez. Desde Julius Kollmann, el fundamento biológico de este efecto se llama neotenia: permanecer en formas corporales y modos de comportamiento juveniles hasta la fase de la madurez sexual (un fenóme no observado en numerosas especies animales, que crecen en entornos privilegiados). El homo sapiens surge de la sinergia de inteligencia y confort. Michel Serres ha resumido las consecuencias antropológicas de esta ten dencia evolutiva a largo plazo en la expresión hominiscencia: interpreta el modo de ser de la especie a partir de su constitución permanentemente adolescente en devenir explorador291.
Sólo dos órganos no participan, obviamente, en la eliminación del cuerpo (o sólo paradójicamente): el cerebro, que se desarrolla tanto so mática como funcionalmente a su propio arbitrio, por cuanto que se su pera en logros de una complejidad incalculable, y sobre todo después del descubrimiento de la escritura, se introduce en procesos de maduración y especialización potencialmente interminables, así como la mano, que, co mo cómplice más estrecha del cerebro, va madurando hasta adquirir un polifacetismo virtuoso. La mano es el único órgano del cuerpo humano que se hace adulto mediante una educación apropiada. Ella es el primer y auténtico sujeto de la «formación», como Hegel la definía: «Pulimento de la particularidad, de modo que se comporte según la naturaleza de la co sa»292. Pulir lo particular significa aquí: abandonar la falta de habilidad pri mera y sustituir el modo de asir ingenuo por el savoir toucher. La mano aprende pronto cómo coger las cosas, y no cesa de aprender hasta el final. Por eso la mano entra en acción en primera línea del frente de la realidad como avanzadilla del cuerpo humano, llena de tacto, deseosa de contacto, capaz de carga, orientada al éxito; mientras que todo el resto se permite el lujo de permanecer cómodo, protegido tras el escudo del utensilio, y en tra en un tiempo de ensueño biológico, en el que lo intrauterino conser vado en la memoria coexiste con lo infantil yjuvenil permanente. La ma durez de la mano implica «formación» en el sentido dialéctico de la palabra, por cuanto, en cada manipulación consciente, un momento de «enajenación», de entrega al objeto, se correlaciona alternativamente con una vuelta a sí misma, es decir, a una sensación de tacto acompañante. De ese «hecho doble, activo-pasivo» surge la madurez de la mano como uni dad de engyenación en lo otro y vuelta a la espontaneidad29*. La mano ex-
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La capacidad de la mano para adaptarse a objetos grandes, esféricos.
perimentada se educa tanto por la resistencia del material como por la ex periencia de su superabilidad. La mano, inagotablemente hábil para lo real, facilita el lujo de la comodidad, al que tiende el resto de la figura del cuerpo del homo sapiens. Dado que la isla de seres humanos es un quiroto- po, cuando manos inteligentes se entienden con los útiles, los isleños son realistas manipuladores, a la vez que criaturas de invernadero entregadas al lujo de la comodidad. Por un lado, demuestran su eficacia como lucha dores por la supervivencia, armados de utensilios, como cooperadores conscientes de su éxito, como planificadores astutos; por otro, son siempre habitantes desarmados de nidos, extáticos temblorosos, fetos adultos, que aguardan en la noche del mundo y reciben la visita de los dioses.
Tras el efecto de distancia del útil para lanzar, hay que poner de relie ve, en segundo lugar, el efecto antropógeno del útil para golpear; repre sentado predominantemente, también, por piedras manejables y medios duros, como madera y asta de cuerno. Los medios duros son significativos porque con ellos comienza el empleo de utensilios en sentido estricto y eo
ipso la historia de Quirotopia. Donde hay un utensilio había antes una ma no que lo cogió. Las manos armadas de utensilios llevan a cabo el primer test de realidad, con el fin de hacer la experiencia de cómo el material más duro obliga a ceder al menos duro. La isla Quirotopia -de la que hasta ahora no ha informado ningún Moro y que sólo Heidegger la vio sobresa lir a lo lejos-, como isla del ser, está a punto de elevarse fuera de su en torno, ya que es el escenario de las primeras operaciones desveladoras del
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Valie Export, del libro
de bocetos humanoides, 1974.
ser, las producciones. Producir significa profetizar cosas con las manos. Cuando los homínidos comienzan a pulir piedras con piedras o a sujetar piedras a mangos, sus ojos se convierten en testigos de un acontecimiento, del que no hay ningún ejemplo en la vieja naturaleza: experimentan cómo algo se convierte en un ser-ahí que nunca hubo ahí, que no había, que no estaba dado: el utensilio conseguido, el arma destructora, el adorno bri llante, el signo comprensible. Como criaturas de producciones con éxito, los utensilios proporcionan a sus creadores el asomo de una gran diferen ciación: estos recién llegados al espacio homínido son los mensajeros que anuncian que detrás del estrecho horizonte del entorno hay un espacio de expectativa, por el que afluye hasta nosotros algo nuevo, portador de suer te o de desgracia; algo que un día se llamará mundo. Por su causa, los qui- rotopianos comienzan a vislumbrar que son isleños, rodeados por lo in quietante, visitados por lo nuevo, provocados por signos. Sienten que la estepa, en la que acampan y vagabundean, representa el mar universal, que esconde un exceso de seres y cosas no vistos, ocultos y, sin embargo, coexistentes dignos de atención. En principio, los habitantes de la isla de utensilios sólo se entregan a ese presentimiento en situaciones excepcio nales: cuando pasan del miedo al éxtasis. En su situación cotidiana se con
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tentan con la experiencia de que el quirotopo, el entorno lleno de lo que está a la mano, el campamento, el mundo de proximidad, constituye una zona tranquila, iluminada, disponible, dentro de la cual todo lo que hay goza de una gratificación de familiaridad.
La trivialización positiva de lo disponible permanentemente será con- ceptualizada en la antropología del siglo XX como «descarga» y «realiza ción del trasfondo». Una situación se dice que está descargada cuando transforma una suma de improbabilidades en cosas que se dan por su puesto, y pone la base, con ello, de las más tarde llamadas instituciones294. En ese sentido el quirotopo es la madre de las rutinas. Lo descomedido e imprevisible, que acompaña en principio a la producción, se normaliza por las costumbres de la creación y manejo de utensilios en el campamen to. No obstante, sucede muchas veces que un utensilio se vuelve indómito y contribuye lo suyo al hecho de que un quirotopiano, por ejemplo, le vante su mano contra su prójimo; entonces lo desmedido se manifiesta en acción en la atrocidad a la que se presta. Si esa atrocidad es repudiada in mediatamente por los damnificados, ha de ser también rechazada media tamente por los testigos, dado que supone un ataque contra la paz de las rutinas. Un golpe mortal con ayuda de armas muestra que la disponibili dad del útil no puede explicarse del todo por analogía con la domestica ción de animales; en esta categoría de útil aparecen, por decirlo así, pro piedades indómitas de la materia domesticada, dirigidas a la ruptura de la paz doméstica.
En el quirotopo se socializan las manos. Sólo con las dos manos no bas ta, tampoco con una cabeza: todos los hechos quirotópicos están consti tuidos tanto poliquirúrgica como multicerebralmente. La disponibilidad a la mano del útil en el primer «mundo de la vida» se completa por el echar- una-mano-unos-a-otros de cooperadores que aportan diferentes manipu laciones a un objetivo de obra en común. El antropólogo Peter C. Reynolds habla en este contexto de «cooperación heterotécnica», cuya característi ca estriba en que quienes crean en común anticipan en cada caso las ac ciones de los otros y realizan la complementaria, adecuada al momento. Hay numerosas tareas que ya en la época más antigua sólo pueden reali zarse como trabajos de equipo poliquirúrgicos, y que presuponen, como partituras de varias voces, cuatro o más manos. En las cooperaciones si métricas cualquiera es capaz de adoptar el papel del otro; en las heterotéc- nicas cada uno aporta lo que sabe hacer mejor que otros. Por eso el qui-
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rotopo se convierte en la matriz de una auténtica inteligencia social, a cu ya definición pertenece una serie de separaciones y recombinaciones de operaciones discretas. En el ejemplo de la elaboración común de un sim ple cuchillo de piedra por los aborígenes australianos Reynolds llega a una lista de condiciones explícitas, que han de cumplirse para llevar a buen término el propósito aparentemente sencillo: «Especialización de tareas, coordinación simbólica, complementariedad de roles, fijación colectiva del objetivo, secuenciación lógica de los pasos a dar en el trabajo y mon taje una a una de las partes producidas»295. Según las observaciones de Rey nolds, hay un significado especial para el paso de los homínidos al quiro- topo humano que se añade a los utensilios con mango, que él considera como ejemplos primeros del tipo de objeto polilítico: no sólo porque con los mangos se hace realidad el principio del asidero producido, es decir, de la manipulación artificial de la cosa misma, sino, más aún, porque re presentan auténticos utensilios compuestos, los así llamados «polilitos», combinaciones manejables de piedra con una multiplicidad de otros ma teriales. Su prototipo es el martillo de piedra o el hacha de piedra, que, co mo primeras trinidades cósicas, se componen de una piedra, un palo y un elemento de sujeción, a cuyo efecto es posible que el cuerpo de golpeo o de corte haya sido moldeado, a su vez, utilizando una segunda piedra co mo pulimento296.
La coexistencia de seres humanos con sus semejantes y con lo otro apa rece en el quirotopo antiguo como la síntesis (social) originaria de al me nos cuatro manos y como síntesis (material) primitiva de al menos tres ob
jetos. Retengamos que el polilito es la primera proposición material, en la que un sujeto, el asidero, se combina con un objeto, la piedra, mediante una cópula (el joino medio de sujeción); según esto, la sintaxis primitiva -com o primera síntesis lógica- surgiría de las categorías operativas, de los universales de las maniobras quirotópicas.
Dado que los seres humanos en condiciones de mayor desarrollo civili- zatorio están rodeados de artefactos por todas partes, llegan a una situa ción en la que casi todo lo que tocan es «de segunda mano»: la mayor par te de lo que está a su mano lo tuvieron en sus manos otros antes que ellos y le acuñaron la figura en que lo encuentran usuarios posteriores. En las condiciones de mayor desarrollo posible del quirotopo, los teóricos llega rán a comprobar un día que también las manos, que hace tiempo que ya ni siquiera se rozan, pueden trabsyarjuntas. Un trabajo a mano tele-coo
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perativo así será integrado por la multiplicidad de ojos del mercado. Pero para que las manos, ocultas unas para otras, produzcan cosas que tengan sentido en otras manos, una mano invisible tiene que dirigir desde la le janía. Nada menos que Hegel escribió una recensión laudatoria a la dis creta actuación de la «invisible hand», en la que certificaba sus virtudes ci bernéticas:
Este ensamblaje, en el que no se cree en principio, porque todo parece ex puesto al libre arbitrio del individuo, es, ante todo, digno de consideración y tiene semejanza con el sistema planetario. . . "’7
Finalmente, para el clima de realidad quirotópico es importante el des cubrimiento del canto afilado de piedras y huesos. Con él comienza la his toria de la cultura del corte y del análisis material. Cuando aparece la fun ción de cuchillo, se pone en marcha la razón como potencia divisora, porcionadora, diseccionadora. El patrón habitual «cortar» encuentra en los cuchillos primitivos su «actualizador crónico»298. Ellos proporcionan a las cosas del mundo el estatus de divisibilidades. Con su ayuda los antiguos quirotopianos se convierten en los seres vivos que pueden mirar dentro de los cuerpos: observan a otro ser vivo, no humano, bajo la piel, a las plantas en su tejido, a las frutas en la carne, a las piedras en lo estratificado y gra nulado. Su imagen del mundo es co-conformada por la experiencia de la autopsia, de la penetración con los propios ojos en el interior, normal mente escondido, de cuerpos compactos. Los cuchillos de los quirotopia nos primitivos hacen explícita la muerte: descuartizan su vestigio, el cadá ver animal, refutando así la apariencia de totalidad indivisible de los miembros. Un cuerpo vivo es algo compuesto que no ha encontrado aún sus analíticos, sus carniceros, sus patólogos. El corte crea la conexión en tre cantidad y violencia, que siempre está en juego donde se pone de re lieve el aspecto de la cantidad divisible. Sólo con objetos artificiales y ho mogéneos, como pasta o monedas de metal, aparecen a la vista cantidades puras, que pueden ser separadas o añadidas cuasi sin violencia. En la pra xis del despedazar cuerpos naturales aparece una primera manifestación de lo que hemos llamado explicación en las reflexiones introductorias a este volumen: la puesta en evidencia de lo que pertenece al trasfondo, o el hacer presente y poner al descubierto lo ausente, plegado y cubierto.
La experiencia-cuchillo se refleja en los primeros léxicos. Si los seres
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humanos tienen una palabra propia en cada caso para los seres y las cosas que aparecen a su alrededor, es porque hacen uso de cuchillos en la boca. Con su violencia nominadora, cortan en trozos el animal-mundo, la saba na y sus criaturas: un proceder que no es posible cumplir sin que le acom pañe violencia operativa y sin sus resultados permanentes. Cada palabra ofrece una porción de mundo. Durante mucho tiempo se tendrá la opi nión de que ésta se servirá a la mesa tanto menos sangrante cuanto más cortes se hagan, al poner palabras, en la carne del mundo, allí donde está articulado por sí mismo, como si un Dios-trancheursupremo le hubiera tro ceado previamente, de modo que, cuando hablan con prudencia, los seres humanos admitan en su léxico, en su repertorio de acción, en su tesoro del saber, con un mínimo de abuso, las partes previstas. Así pues, el len guaje correcto sería aquel que siguiera los cortes hechos en lo existente y siempre separara allí donde las cosas mismas le propusieran cortes y dife rencias. Los géneros y especies son tan importantes para el pensar primi tivo porque dan la impresión de que en ellos estuvieran las porciones ob jetivas de lo existente; las diferencias reales se perciben como las articulaciones de lo existente. Todavía en Platón el pensamiento humano no va a ser otra cosa que la consumación de la onto-tomía divina; los vie jos chinos están convencidos de que los seres humanos sólo se acompasan correctamente a la marcha del mundo si mantienen en orden las palabras y conservan el arte de la clasificación verdadera. Las distinciones supremas siguen los «caminos del cuchillo»299. Así como el cuchillo sacrificial des cuartiza el animal por los sitios previstos desde antiguo, el reparto de los trozos se hace según las diferencias del grupo en dignidad, rango y rol.
2 El fonotopo - Ser al alcance de la voz
Quien alcanza la isla antropógena hace inmediatamente una experien cia acústica: el lugar suena a sus habitantes. Cuando la sabana alrededor está en silencio ocasionalmente, los lugares de acampada dispersos de los homínidos y de los seres humanos primitivos parecen oasis de ruido, en los que reina un estado acústico excepcional. Aunque éste supone para sus habitantes la situación más normal. Esas islas suenan constantemente a sí mismas, constituyen soundscapesde carácter peculiar, están llenas del bu llicio de vida de sus miembros, de ruidos de trabajo producidos por el ma
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nejo de sus útiles y herramientas, de ese murmullo que ha de acompañar a todas nuestras representaciones. Lo más presente es el sonido casi ince sante de las voces: de voces infantiles, que se alegran y gimotean, de voces maternales, que amonestan, consuelan, sugieren, de las voces de los hom bres cooperantes, que se animan, aconsejan y asimilan, de las voces de los mayores, que dan órdenes, sentencian, amenazan, se enojan. La isla hu mana primitiva es una campana psicoacústica envolvente, como una zona comercial animada de música en adviento. Configuran su contexto so- nosférico por la presencia ondulante de voces y ruidos, con los que el gru po se impregna como unidad autorreceptiva. Hay que permanecer en ella para comprender cómo suena, y permanecer mucho tiempo para asimi larla en la propia existencia como una entonación que se va diluyendo en ella, como un inconsciente sonoro. La isla del ser está siempre emitiendo y recibiendo acústicamente.
Sólo en el fonotopo es del todo verdadera la tesis de que el medio es el menszye. En este espacio de autosonorización, en el que la permanencia en él ya incluye la mayoría de las veces la aceptación de sus circunstancias, vale la situación fundamental reconocida por McLuhan de que la comu nicación fáctica recíproca en un medio dado integra ya todo el contenido de la comunicación300. Este hecho resultará chocante para quien se rela cione con el fonotopo como alguien que llega de fuera. Lo que tienen que decirse unas a otras muchas voces en su lenguaje común para la observa ción exterior se reduce simplemente al hecho de que tienen algo que de cirse unas a otras en el lenguaje común. Lo que aparece desde dentro co mo información es sólo comunicación para la percepción externa; sea lo que sea siempre lo que suceda vocal y auditivamente, pertenece a la gene ración de redundancia típicamente grupal. El grupo vive en una instala ción sonora de implicitud absoluta; en él es efectivo el escuchar-se como medio del pertenecer-a-él. No ha de interpretarse esto como objeción en contra de la monotonía en grupos arcaicos, sino como remitencia al he cho de que la redundancia es el material del que se componen las corpora- teidentities. Un fonotopo no puede crear información alguna por sí mismo. Necesita toda su energía para la repetición de las frases por las que se man tiene en forma y flujo. En principio, y la mayoría de las veces, no es capaz de interesarse por tonos extraños. El mensaje que se envía a sí mismo con siste exclusivamente -por emplear una metáfora de la radio- en la sintonía de su propio programa.
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Cómo se llega fácticamente a la sincronización fonotópica de los oídos puede observarse en la moderna sociedad de masas en el ejemplo de la lla mada música popular y en las listas de éxitos, que en principio sólo tienen el sentido de proporcionar el material para repeticiones. Se comienza con una pieza cualquiera, que llega al oído, y, de acuerdo con los resultados del test, se da pábulo a la necesidad de un eterno retomo de lo mismo exi toso. El resto es autosugestión acústica. Vista desde este ángulo, la moder na audio-cultura de masas ofrece una reconstrucción casi perfecta del fo- notopo primitivo, con la diferencia de que éste representaba, para la coexistencia de los seres humanos con sus semejantes en un mundo en pérdida paulatina de seguridad, una necesidad evolutiva, un sistema acús tico de inmunidad, digamos, que ayudaba al grupo a permanecer en el continuumde la propia entonación, mientras que el actual populismo au ditivo (muy en contra de las expectativas pascuales de McLuhan) se dedi ca a un único ejercicio regresivo, decidido a taponar los oídos del colecti vo y hacerlos sordos a la información, a la novedad, a lo que suena de otro modo'101. Hasta qué punto llega esto lo manifiestan,junto con la música po pular (que, por hablar una vez más con McLuhan, «convierte la comuni dad en una única cámara de ecos»), las revistas femeninas, que se espe cializan en captar las llamadas voces interiores de las lectoras. Representan un medio antropológicamente informativo, porque constituyen las versio nes impresas del gossiptotalitario. En ellas se busca metódicamente la con fusión de comunicación e información; por eso ahora lo no-nuevo apare ce siempre como lo novísimo, porque los ejemplos más actuales del eterno retorno de lo mismo han de valer como informaciones. Esta ontología-de- mujeres-en-el-lavadero presupone, casi de acuerdo con la verdad, que no es posible nada nuevo bajo el sol. Aquí todavía no se sabe nada de la luz artificial y sus criaturas, las innovaciones.
Hay que precaverse de malentender el efecto-fonotopo -que se des pliega sobre el grupo como un toldo acústico- sólo como un efecto cola teral involuntario del perfil social de ruidos y del tráfico de voces. Ese te cho, bajo el que el grupo se sonoriza a sí mismo, se delimita en sí mismo y, con ello, rechaza en principio todo lo demás que suena, sirve a la vez de instalación escénica psicoacústica. Por eso, a los hechos fonotópicos se añaden a menudo cualidades demostrativas, o, como lo expresa Adolf Portmann: una «función de representación y expresión»302. La auto-sinto nización del grupo es, en cierto modo, la inversión de la función del can-
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Beduino homumi ante el fonógrafo.
to de pájaros machos, que sirve para la delimitación de las zonas de cría y paraelaislamiento deloscantoresenelcentrodesurecintoacústicoTM. La sonoridad de grupos humanos tiene, además de sus repercusiones au topiaste as, una dimensión performativa, incluso una concertante y endoteatral: cada una de las vote s se presentan en ella como inonaciones que amplían intencionalmente el círculo de sonido colectivo. La función representativa de lavoz y el impulso de amplificación del productor de al boroto se materializan ya en los instrumentos de ruido primitivos: también aquí o r n e e la Modernidad formas de explicación y equivalentes sugesti vos, por ejemplo el ruido de las motos, del que subraya Portmann que «no signifii, . sin más, para los conductores un mal difícilmente evitable, sino una manifestación acústica del conductor, una autoamplificación de ese individuo, un ensanchamiento máximo de su esfera individual o grupal»TM. La «sociedad» es la suma de sus cantos recitativos.
La función fonotópica, entendida como autoafinación del grupo por el oído, tii nc relación con las promesas, con las que quienes viven en común se pone i de acuerdo sobre sus perspectivas. En este sentido, el panorama sonoro del grupo ofrece algo así como un efectivo informe sobre la situa ción, o un expediente acústico permanente, con el que los reunidos se m a nifiestan sobre si están en tono alto o en tono bajo, o en ninguno de am bos. Evangelios y disangelios son, en primer término, propiedades tonales o cromáticas de mensajes. La entusiasta sensación de estar en alto expresa
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Rebecca Horn, El árbol
de los suspiros de las tortugas, 1964.
