rea ni exi- ja a su vez su
realizacio?
Adorno-Theodor-Minima-Moralia
n, como han perdido la apariencia de lo animado, lo animador - su cuali.
dad sociat- adquiere independencia como algo narural-sobrenatu- mi, cosa ent re cosas.
I Il . La regresio? n al pensamiento ma? gico bajo e! capita lismo tardi? o asimila dicho pensamiento a las formas capitalistas tardi? as. Los feno? menos marginales, sospechosamente asociales, del sistema y los mezquinos arreglos para mirar de reojo por las grietas de sus muros, no revelan nada de lo que hay fuera de e? l, pero mucho de las fuerzas disgregadoras de su interior. Aquellos pequen? os sa- bios que aterrorizan a sus d ientes ante la bola de cristal son mo- delos en miniatura de los otros grandes que tienen en sus manos el destino de la humanidad. La sociedad misma esta? tan desave- nida y tan conjurada como los oscurantistas de la Psychic Researcb. La hipnosis que provocan las cosas ocultas se parece al terror totalitario: en los procesos contempora? neos ambos se funden. La risa de los augures ha llegado a constituir el escarnio que la socie- dad hace de si? misma; se ceba en la explotacio? n material directa de las almas. El horo? scopo cumple las instrucciones de loo orga-
nismos a los pueblos, y la mi? stica de los nu? meros dispone las esta- di? sticas de la administracio? n y los precios de los ca? rteles. La pro- pia integracio? n termina revela? ndose como ideologi? a para la des" integracio? n en grupos de poder que se eliminan los unos a los otros. Quien da con ellos esta? perdido.
IV. El ocultismo es un movimiento reflejo tendente a la sub- jetivizacio? n de todo sentido, el complemento de la cosificacio? n,
Cuando la realidad objetiva les parece a los hombres que viven tan sorda como nunca antes les parecio? , tratan de arrancarle un sen- tido mediante abracadabras. Confusamente lo exigen del mal ma? s pro? ximo: la racionalidad de lo real, con la que aque? l no concuer- da, es sustituida por mesas que brincan y radiaciones procedentes de masas de tierra. La hez del mundo fenome? nico se convierte para la conciencia enferma en mundus inteliigibi? lis, Casi podri? a ser la verdad especulativa, como casi podri? a ser un a? ngel e! pero sonaje de Kafka Odradck, y sin embargo, esta? en una positividad que suprime e! medio del pensam iento y deja so? lo el ba? rba ro desvari? o, la subjetividad enajenada de s? misma, que, como conse- cuencia, no se reconoce en el objeto. Cuanto ma? s acabada es la indignidad de lo que se presenta como <<espi? ritu>> -y el sujeto ilustrado sin duda se reencontrari? a en lo ma? s animado- , ma? s se convierte el sentido alli? rastreado, y que en si? no esta? presente, en proyeccio? n inconsciente y obsesiva del sujeto si no cli? nica, si? histo? ricamente desintegrado. Este desea adecuar el mundo a su propia desintegracio? n: de ahi? que siempre ande con requisitos y malos deseos. <<La tercera me lee en la mano. / Quiere leer mi desdicha>>. En el ocultismo el espi? ritu gime bajo su propio he- chizo como alguien que suen? a con una desgracia y cuyo tormento crece con la sensacio? n de que esta? son? ando sin que le sea posible despe rta r.
V . La violencia del ocu lti smo, como la de l fascismo , con el que le unen esquemas de pensamiento del tipo del antisemitismo, no es simplemente una violencia pn? tica. Ma? s bien radica en que en las mi? nimas panaceas - ima? genes encubridoras en cierto modo- la conciencia menesterosa de la verdad cree poder obtener un conocimiento, para ella oscuramente presente, que el progreso ofi- cial en todas sus formas le escatima intencionalmente. Es el cono- cimiento de que la sociedad, al excluir virtualmente la posibilidad de! cambio esponta? neo, gravita hacia la cata? strofe total. De! des- atino real hace copia el astrolo? gico, que presenta su oscura cone- xio? n de elementos enajenados - nada ma? s ajeno que las estre- llas- como un saber acerca del sujeto. La amenaza que se busca en las constelaciones se asemeja a la histo? rica, que sigue cernie? n- dose en el vaci? o de conciencia, en la ausencia de sujeto. El hecho de que todas las futuras vi? ctimas lo sean de un todo configurado por ellas mismas, so? lo pueden soportarlo transfiriendo aquel todo fuera de si? mismas a algo externo que se le asemeje. En el deplo- rable slnsentido en que se instalan, en e! vacuo horror, pueden ex-
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? ? pulsar las toscas lamentaciones, el crudo miedo a la muerte y, sin embargo , contin uar reprimie? ndolos, como no pueden menos de hacerlo si quieren seguir viviendo. La ruptura en la lfnea de la vida como indicio de un ca? ncer acechante, es una mentira so? lo ahi? donde se afirma, en la mano del individuo; donde no se hace diagn o? stico alguno , en lo colectivo, seri? a una verdad. Con razo? n se sienten los ocultistas atrai? dos por fantasi? as cienti? ficas infantilmen- te monstruosas. La confusio? n que establecen ent re sus emanacio- nes y. los iso? topos del uranio constituye la u? ltima claridad. Los rayos mi? sticos son modestas anticipaciones de los producidos por la te? cnica. La supersticio? n es conocimiento porque ve reunidas las cifras de la destruccio? n dispersas por la superficie social; yes terca porque con todo su instinto de muerte au? n se aferra a ilusiones: la forma transfigurada y trasladada al cielo de la sociedad promete una respuesta que so? lo puede darse en oposicio? n a la sociedad real.
VI. El ocultismo es la metafi? sica de los mentecatos. La con- dicio? n subalterna de los medios es tan poco accidental como lo apo? crifo y pueril de lo revelado. Desde los primeros di? as del espi- ritismo, el ma? s alla? no ha comunicado cosas de mayor monta que los saludos de la abuela fallecida junto a la profeci? a de algu? n viaje inminente. La excusa de que el mundo de los espi? ritus no puede comunicar a la pobre razo? n humana ma? s cosas que las que esta? en condiciones de recibir es igualmente necia, hipo? tesis auxi- liar del sistema paranoico: ma? s lejos que el viaje hacia donde esta? la abuela ha llevado e1 1umen natura/e, y si los espi? ritus no quieren enterarse es que son unos duendes desatentos con los que ma? s vale romper las relaciones. En el contenido burdamente natu- ral del mensaje sobrena tural se revela su falsedad . Al intentar echar mano a lo perdido alla? arriba, los ocultistas no encuentran sino su propia nada. Para no salir de la gris cotidianeidad, en la que, como realistas incorregibles, se hallan a gusto, el sentido en el que se recrean lo asimilan al sinsentido del que huyen. El ma- gro efecto ma? gico no es sino la magra existencia de la que e? l es reflejo. De ahi? que los prosaicos se encuentren co? modos en e? l. Los hechos que s610 se diferencian de los que realmen te lo son en que no lo son se situ? an en una cuarta dimensio? n. Su simple no ser es su qualitas occulta. Proporcionan a la imbecilidad una coso
movisio? n. Astro? logos y espiritistas dan de un modo dra? stico, definitivo, a cada cuestio? n una respuesta que no tanto la resuelve como, con sus crudas aseveraciones, la sustrae a toda posible so-
lucio? n. Su a? mbito sublime, representado en un ana? logo del espe- ci? o, requiere tan poco ser pensado como las sillas y los jarrones. De ese modo refuerza el conformismo. Nada favorece ma? s a 10 existente que el que el existir como tal sea lo constitutivo del sentido.
VII. Las grandes religiones o han concebido, como la judi? a, la salvacio? n de los muertos desde el silencio, obedeciendo a la prohibicio? n de las ima? genes, o han ensen? ado la resurreccio? n de la carne. Su punto crucial estaba en la inseparabilidad de lo espiri- tual y lo corporal. No hay ninguna intencio? n. nada eespiritueb- que no se funde de algu? n modo en la percepcio? n corpo?
rea ni exi- ja a su vez su realizacio? n corpo? rea. A los ocultistas, tan favora- bIes a la idea de la resurreccio? n, pero que propiamente no desean la salvacio? n, esto les parece demasiado tosco. Su metafi? sica, que ni H uxley puede ya diferenciar de la metafi? sica, descansa en el axio.
ma: <<El alma se eleva a las alturas, [vive! , / el cuerpo queda en el canap e? >>. Cuanto ma? s alegre es la espiritualidad, ma? s mece? ni- ca: ni Descartes la separo tan limpiamente. La divisio? n del trabajo y la cosificacio? n son llevadas al li? mite: cuerpo y alma son sepa- rados en una perenne viviseccio? n. El alma debe estar limpia de polvo para continuar sin desviaciones en regiones ma? s luminosas su afanosa actividad en el mismo punto en que se interrumpi6. En tal declaracio? n de independencia, empero, el alma se convler- te en una burda imitacio? n de aquello de lo que falsamente se habi? a emancipado. En el lugar de la accio? n reci? proca. que aun la ma? s ri? gida filosofi? a afirmaba, se instala el cuerpo astral, vergonzosa concesio? n del espi? ritu hipcstasiado a su contrario. So? lo en su como paracio? n con un cuerpo puede concebirse el esplriru puro , con lo que al mismo tiempo se anula. Con la cosificacio? n de los espi? ritus, e? stos quedan ya negados.
VIII. Para los ocultistas esto significa una acusacio? n de ma- terialismo. Pero esta? n decididos a preservar el cuerpo astral. Los objetos de su intere? s deben a la vez rebasar la posibilidad de la experiencia y ser experi ment ados. Ello ha de hacerse de un modo riguros amente cienti? fico; cuanto mayor es la patran? a , ma? s esmerada es su componenda. La pretensio? n del control cien- rffico es llevada ad absurdum, donde nada hay que controlar. El mismo aparato racionalist a y empirista que dio el golpe de gracia a los espi? ritus es puesto a contribucio? n para conseguir que vuel- van a admitirlos quienes ya no confi? an en la propia ratio. Como si
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? ? todo espi? ritu elemental no tuviese que sortear las trampas que el dominio sobre la naturaleza le tiende a su ser evanescente. Pero hasta eso lo utilizan los ocultistas en su beneficio. Como los espi? o ritus escapan al control, es necesario dejarles franca entre los dis- positivos de seguridad una puerta por la que puedan hacer tran- quilamente su aparicio? n. Pues los ocultistas son gente pra? ctica. No los mueve la vana curiosidad; so? lo buscan indicios. Van dt- rectos de las estrellas al negocio a plazo. Casi siempre el informe dado a unos cuantos pobres conocidos que esperan algo concluye con que la infelicidad esta? en casa.
IX. El pecado capital del ocultismo es la contaminacio? n de espmru y existencia, la cual se convierte incluso en atributo del espi? ritu. Este se origino? en la existencia como o? rgano para sos- tenerse en la vida. Pero al quedar la existencia reflejada en el espi? ritu, e? ste se convierte en oua cosa. Lo existente procede a negar se con el recuerd o de si? mismo. T al negacio? n es el ele- mento del espi? ritu. Atribuirle tambie? n al espi? ritu una existencia positiva, aunque fuera de un orden superior, significa ponerlo en manos de aquello a lo que se opone. La idealogi? a burguesa tardi? a lo habi? a reconvertido en lo que fue para el preanimismo, en un existente en sf a la medida de la divisio? n social del trabajo, de la ruptura entre el trabajo fi? sico y el espiritual, de la dominacio? n planificada sobre el primero. En el concepto del espi? ritu existente en si? la oonciencia justificaba ontolo? gicamente el privilegio y lo eternizaba al dotarlo de autonomi? a frente al principio social que lo constitui? a. Tal ideologi? a explota en el ocultismo: e? ste es en cierto modo el idealismo vuelto a si? . Precisamente por obra de la fe? rrea anti? tesis entre ser y espi? ritu se convierte e? ste en un dis- trito del ser. Si, con respecto al todo, el idealismo habi? a petro- cinado la idea de que el ser es espi? ritu y e? ste existe, el ocultismo saca la conclusio? n absurda de que la existencia significa un ser de- terminado: <<La existencia. atendiendo a su devenir. es en gene- ral un ser con un no-ser, de modo que este no-ser se halla asumi-
do en simple unidad con el ser. El no-ser se halla de tal modo asumido en el ser, que el todo concreto esta? en la forma del ser, de la inmediacio? n, y constituye la determinacio? n como tal>> (Hegel, Wissenschaft der Logik, 1, ed. Glockner, p. 123). Los ocultistas se toman al pie de la letra el no-ser <<en simple unidad con el ser>>, y su tipo de concrecio? n es un vertiginoso recorrido del camino que va del todo a lo determinado, lo cual puede en- contrar un apoyo en la idea de que el todo, una vez determinado,
deja de serlo. A la metafi? sica le gritan bic Rhodus bi? c salta: si la inversio? n filoso? fica del espi? ritu ha de determinarse con la exis- tencia, entonces la existencia dispersa, cualquiera - les parece a cllos- tiene que justificarse como espi? ritu particular. Si esto es asi? , la recria de la existencia del espi? ritu, ma? ximo encumbramien- to de la conciencia burguesa, llevari? a teleolo? gicamente impli? cita su ma? xima degradacio? n. La transicio? n a la existencia, siempre <<posi- tiva>> y base para una justificacio? n del mundo, supone la tesis de la positivided del espi? ritu, su captabilidad y la transposicio? n de 10 absoluto al feno? meno. Que el mundo entero de las oosas tenga que ser, en cuanto <<producto>>, espi? ritu o bien haya de ser algo de cosa y algo de espi? ritu. resulta indiferente, y el espi? ritu del
mundo (WeltgeisO se convierte en espi? ritu supremo, en a? ngel guardia? n de lo existente, de lo despojado de espi? ritu. De ello vl- ven los ocultistas: su mi? stica es el enfa", terrible del momento mi? stico en Hegel. Llevan la especulacio? n a una fraudulenta banca- rrota. Al presentar el ser determinado como espi? ritu, someten al espi? ritu objetivado a la prueba de la existencia, la cual tiene que dar resultado negativo. No hay ningu? n espi? ritu.
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y los co? micos. convertir la palabra ma? s modesta en la ma? s pode- rosa. Posteriormente se fue constituyendo, frente a la pbi? i? osopbi? a perenne , en me? todo perenne de la cri? tica, en asilo de todos los pensamientos de los oprimidos, incluso de lo que nunca llega- ron a pensar. Mas en cuanto medio de obtener la razo? n fue tambie? n desde el principio un medio de dominacio? n, te? cnica for- mal de la apologi? a indiferente al contenido y al servicio de los que podi? an pagar: la posibilidad de dar siempre con e? xito la vuel-
ta al asador elevada a principio. Por eso su verdad o falsedad no esta? en el me? todo en si? , sino en su intencio? n dentro del proceso histo? rico. La divisio? n de la escuela hegeliana en un ala derecha y otra izquierda hunde sus rai? ces en el doble sentido de la . teori?
I Il . La regresio? n al pensamiento ma? gico bajo e! capita lismo tardi? o asimila dicho pensamiento a las formas capitalistas tardi? as. Los feno? menos marginales, sospechosamente asociales, del sistema y los mezquinos arreglos para mirar de reojo por las grietas de sus muros, no revelan nada de lo que hay fuera de e? l, pero mucho de las fuerzas disgregadoras de su interior. Aquellos pequen? os sa- bios que aterrorizan a sus d ientes ante la bola de cristal son mo- delos en miniatura de los otros grandes que tienen en sus manos el destino de la humanidad. La sociedad misma esta? tan desave- nida y tan conjurada como los oscurantistas de la Psychic Researcb. La hipnosis que provocan las cosas ocultas se parece al terror totalitario: en los procesos contempora? neos ambos se funden. La risa de los augures ha llegado a constituir el escarnio que la socie- dad hace de si? misma; se ceba en la explotacio? n material directa de las almas. El horo? scopo cumple las instrucciones de loo orga-
nismos a los pueblos, y la mi? stica de los nu? meros dispone las esta- di? sticas de la administracio? n y los precios de los ca? rteles. La pro- pia integracio? n termina revela? ndose como ideologi? a para la des" integracio? n en grupos de poder que se eliminan los unos a los otros. Quien da con ellos esta? perdido.
IV. El ocultismo es un movimiento reflejo tendente a la sub- jetivizacio? n de todo sentido, el complemento de la cosificacio? n,
Cuando la realidad objetiva les parece a los hombres que viven tan sorda como nunca antes les parecio? , tratan de arrancarle un sen- tido mediante abracadabras. Confusamente lo exigen del mal ma? s pro? ximo: la racionalidad de lo real, con la que aque? l no concuer- da, es sustituida por mesas que brincan y radiaciones procedentes de masas de tierra. La hez del mundo fenome? nico se convierte para la conciencia enferma en mundus inteliigibi? lis, Casi podri? a ser la verdad especulativa, como casi podri? a ser un a? ngel e! pero sonaje de Kafka Odradck, y sin embargo, esta? en una positividad que suprime e! medio del pensam iento y deja so? lo el ba? rba ro desvari? o, la subjetividad enajenada de s? misma, que, como conse- cuencia, no se reconoce en el objeto. Cuanto ma? s acabada es la indignidad de lo que se presenta como <<espi? ritu>> -y el sujeto ilustrado sin duda se reencontrari? a en lo ma? s animado- , ma? s se convierte el sentido alli? rastreado, y que en si? no esta? presente, en proyeccio? n inconsciente y obsesiva del sujeto si no cli? nica, si? histo? ricamente desintegrado. Este desea adecuar el mundo a su propia desintegracio? n: de ahi? que siempre ande con requisitos y malos deseos. <<La tercera me lee en la mano. / Quiere leer mi desdicha>>. En el ocultismo el espi? ritu gime bajo su propio he- chizo como alguien que suen? a con una desgracia y cuyo tormento crece con la sensacio? n de que esta? son? ando sin que le sea posible despe rta r.
V . La violencia del ocu lti smo, como la de l fascismo , con el que le unen esquemas de pensamiento del tipo del antisemitismo, no es simplemente una violencia pn? tica. Ma? s bien radica en que en las mi? nimas panaceas - ima? genes encubridoras en cierto modo- la conciencia menesterosa de la verdad cree poder obtener un conocimiento, para ella oscuramente presente, que el progreso ofi- cial en todas sus formas le escatima intencionalmente. Es el cono- cimiento de que la sociedad, al excluir virtualmente la posibilidad de! cambio esponta? neo, gravita hacia la cata? strofe total. De! des- atino real hace copia el astrolo? gico, que presenta su oscura cone- xio? n de elementos enajenados - nada ma? s ajeno que las estre- llas- como un saber acerca del sujeto. La amenaza que se busca en las constelaciones se asemeja a la histo? rica, que sigue cernie? n- dose en el vaci? o de conciencia, en la ausencia de sujeto. El hecho de que todas las futuras vi? ctimas lo sean de un todo configurado por ellas mismas, so? lo pueden soportarlo transfiriendo aquel todo fuera de si? mismas a algo externo que se le asemeje. En el deplo- rable slnsentido en que se instalan, en e! vacuo horror, pueden ex-
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? ? pulsar las toscas lamentaciones, el crudo miedo a la muerte y, sin embargo , contin uar reprimie? ndolos, como no pueden menos de hacerlo si quieren seguir viviendo. La ruptura en la lfnea de la vida como indicio de un ca? ncer acechante, es una mentira so? lo ahi? donde se afirma, en la mano del individuo; donde no se hace diagn o? stico alguno , en lo colectivo, seri? a una verdad. Con razo? n se sienten los ocultistas atrai? dos por fantasi? as cienti? ficas infantilmen- te monstruosas. La confusio? n que establecen ent re sus emanacio- nes y. los iso? topos del uranio constituye la u? ltima claridad. Los rayos mi? sticos son modestas anticipaciones de los producidos por la te? cnica. La supersticio? n es conocimiento porque ve reunidas las cifras de la destruccio? n dispersas por la superficie social; yes terca porque con todo su instinto de muerte au? n se aferra a ilusiones: la forma transfigurada y trasladada al cielo de la sociedad promete una respuesta que so? lo puede darse en oposicio? n a la sociedad real.
VI. El ocultismo es la metafi? sica de los mentecatos. La con- dicio? n subalterna de los medios es tan poco accidental como lo apo? crifo y pueril de lo revelado. Desde los primeros di? as del espi- ritismo, el ma? s alla? no ha comunicado cosas de mayor monta que los saludos de la abuela fallecida junto a la profeci? a de algu? n viaje inminente. La excusa de que el mundo de los espi? ritus no puede comunicar a la pobre razo? n humana ma? s cosas que las que esta? en condiciones de recibir es igualmente necia, hipo? tesis auxi- liar del sistema paranoico: ma? s lejos que el viaje hacia donde esta? la abuela ha llevado e1 1umen natura/e, y si los espi? ritus no quieren enterarse es que son unos duendes desatentos con los que ma? s vale romper las relaciones. En el contenido burdamente natu- ral del mensaje sobrena tural se revela su falsedad . Al intentar echar mano a lo perdido alla? arriba, los ocultistas no encuentran sino su propia nada. Para no salir de la gris cotidianeidad, en la que, como realistas incorregibles, se hallan a gusto, el sentido en el que se recrean lo asimilan al sinsentido del que huyen. El ma- gro efecto ma? gico no es sino la magra existencia de la que e? l es reflejo. De ahi? que los prosaicos se encuentren co? modos en e? l. Los hechos que s610 se diferencian de los que realmen te lo son en que no lo son se situ? an en una cuarta dimensio? n. Su simple no ser es su qualitas occulta. Proporcionan a la imbecilidad una coso
movisio? n. Astro? logos y espiritistas dan de un modo dra? stico, definitivo, a cada cuestio? n una respuesta que no tanto la resuelve como, con sus crudas aseveraciones, la sustrae a toda posible so-
lucio? n. Su a? mbito sublime, representado en un ana? logo del espe- ci? o, requiere tan poco ser pensado como las sillas y los jarrones. De ese modo refuerza el conformismo. Nada favorece ma? s a 10 existente que el que el existir como tal sea lo constitutivo del sentido.
VII. Las grandes religiones o han concebido, como la judi? a, la salvacio? n de los muertos desde el silencio, obedeciendo a la prohibicio? n de las ima? genes, o han ensen? ado la resurreccio? n de la carne. Su punto crucial estaba en la inseparabilidad de lo espiri- tual y lo corporal. No hay ninguna intencio? n. nada eespiritueb- que no se funde de algu? n modo en la percepcio? n corpo?
rea ni exi- ja a su vez su realizacio? n corpo? rea. A los ocultistas, tan favora- bIes a la idea de la resurreccio? n, pero que propiamente no desean la salvacio? n, esto les parece demasiado tosco. Su metafi? sica, que ni H uxley puede ya diferenciar de la metafi? sica, descansa en el axio.
ma: <<El alma se eleva a las alturas, [vive! , / el cuerpo queda en el canap e? >>. Cuanto ma? s alegre es la espiritualidad, ma? s mece? ni- ca: ni Descartes la separo tan limpiamente. La divisio? n del trabajo y la cosificacio? n son llevadas al li? mite: cuerpo y alma son sepa- rados en una perenne viviseccio? n. El alma debe estar limpia de polvo para continuar sin desviaciones en regiones ma? s luminosas su afanosa actividad en el mismo punto en que se interrumpi6. En tal declaracio? n de independencia, empero, el alma se convler- te en una burda imitacio? n de aquello de lo que falsamente se habi? a emancipado. En el lugar de la accio? n reci? proca. que aun la ma? s ri? gida filosofi? a afirmaba, se instala el cuerpo astral, vergonzosa concesio? n del espi? ritu hipcstasiado a su contrario. So? lo en su como paracio? n con un cuerpo puede concebirse el esplriru puro , con lo que al mismo tiempo se anula. Con la cosificacio? n de los espi? ritus, e? stos quedan ya negados.
VIII. Para los ocultistas esto significa una acusacio? n de ma- terialismo. Pero esta? n decididos a preservar el cuerpo astral. Los objetos de su intere? s deben a la vez rebasar la posibilidad de la experiencia y ser experi ment ados. Ello ha de hacerse de un modo riguros amente cienti? fico; cuanto mayor es la patran? a , ma? s esmerada es su componenda. La pretensio? n del control cien- rffico es llevada ad absurdum, donde nada hay que controlar. El mismo aparato racionalist a y empirista que dio el golpe de gracia a los espi? ritus es puesto a contribucio? n para conseguir que vuel- van a admitirlos quienes ya no confi? an en la propia ratio. Como si
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? ? todo espi? ritu elemental no tuviese que sortear las trampas que el dominio sobre la naturaleza le tiende a su ser evanescente. Pero hasta eso lo utilizan los ocultistas en su beneficio. Como los espi? o ritus escapan al control, es necesario dejarles franca entre los dis- positivos de seguridad una puerta por la que puedan hacer tran- quilamente su aparicio? n. Pues los ocultistas son gente pra? ctica. No los mueve la vana curiosidad; so? lo buscan indicios. Van dt- rectos de las estrellas al negocio a plazo. Casi siempre el informe dado a unos cuantos pobres conocidos que esperan algo concluye con que la infelicidad esta? en casa.
IX. El pecado capital del ocultismo es la contaminacio? n de espmru y existencia, la cual se convierte incluso en atributo del espi? ritu. Este se origino? en la existencia como o? rgano para sos- tenerse en la vida. Pero al quedar la existencia reflejada en el espi? ritu, e? ste se convierte en oua cosa. Lo existente procede a negar se con el recuerd o de si? mismo. T al negacio? n es el ele- mento del espi? ritu. Atribuirle tambie? n al espi? ritu una existencia positiva, aunque fuera de un orden superior, significa ponerlo en manos de aquello a lo que se opone. La idealogi? a burguesa tardi? a lo habi? a reconvertido en lo que fue para el preanimismo, en un existente en sf a la medida de la divisio? n social del trabajo, de la ruptura entre el trabajo fi? sico y el espiritual, de la dominacio? n planificada sobre el primero. En el concepto del espi? ritu existente en si? la oonciencia justificaba ontolo? gicamente el privilegio y lo eternizaba al dotarlo de autonomi? a frente al principio social que lo constitui? a. Tal ideologi? a explota en el ocultismo: e? ste es en cierto modo el idealismo vuelto a si? . Precisamente por obra de la fe? rrea anti? tesis entre ser y espi? ritu se convierte e? ste en un dis- trito del ser. Si, con respecto al todo, el idealismo habi? a petro- cinado la idea de que el ser es espi? ritu y e? ste existe, el ocultismo saca la conclusio? n absurda de que la existencia significa un ser de- terminado: <<La existencia. atendiendo a su devenir. es en gene- ral un ser con un no-ser, de modo que este no-ser se halla asumi-
do en simple unidad con el ser. El no-ser se halla de tal modo asumido en el ser, que el todo concreto esta? en la forma del ser, de la inmediacio? n, y constituye la determinacio? n como tal>> (Hegel, Wissenschaft der Logik, 1, ed. Glockner, p. 123). Los ocultistas se toman al pie de la letra el no-ser <<en simple unidad con el ser>>, y su tipo de concrecio? n es un vertiginoso recorrido del camino que va del todo a lo determinado, lo cual puede en- contrar un apoyo en la idea de que el todo, una vez determinado,
deja de serlo. A la metafi? sica le gritan bic Rhodus bi? c salta: si la inversio? n filoso? fica del espi? ritu ha de determinarse con la exis- tencia, entonces la existencia dispersa, cualquiera - les parece a cllos- tiene que justificarse como espi? ritu particular. Si esto es asi? , la recria de la existencia del espi? ritu, ma? ximo encumbramien- to de la conciencia burguesa, llevari? a teleolo? gicamente impli? cita su ma? xima degradacio? n. La transicio? n a la existencia, siempre <<posi- tiva>> y base para una justificacio? n del mundo, supone la tesis de la positivided del espi? ritu, su captabilidad y la transposicio? n de 10 absoluto al feno? meno. Que el mundo entero de las oosas tenga que ser, en cuanto <<producto>>, espi? ritu o bien haya de ser algo de cosa y algo de espi? ritu. resulta indiferente, y el espi? ritu del
mundo (WeltgeisO se convierte en espi? ritu supremo, en a? ngel guardia? n de lo existente, de lo despojado de espi? ritu. De ello vl- ven los ocultistas: su mi? stica es el enfa", terrible del momento mi? stico en Hegel. Llevan la especulacio? n a una fraudulenta banca- rrota. Al presentar el ser determinado como espi? ritu, someten al espi? ritu objetivado a la prueba de la existencia, la cual tiene que dar resultado negativo. No hay ningu? n espi? ritu.
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y los co? micos. convertir la palabra ma? s modesta en la ma? s pode- rosa. Posteriormente se fue constituyendo, frente a la pbi? i? osopbi? a perenne , en me? todo perenne de la cri? tica, en asilo de todos los pensamientos de los oprimidos, incluso de lo que nunca llega- ron a pensar. Mas en cuanto medio de obtener la razo? n fue tambie? n desde el principio un medio de dominacio? n, te? cnica for- mal de la apologi? a indiferente al contenido y al servicio de los que podi? an pagar: la posibilidad de dar siempre con e? xito la vuel-
ta al asador elevada a principio. Por eso su verdad o falsedad no esta? en el me? todo en si? , sino en su intencio? n dentro del proceso histo? rico. La divisio? n de la escuela hegeliana en un ala derecha y otra izquierda hunde sus rai? ces en el doble sentido de la . teori?
