son-
penetran
en la percepción humana como si esas nuevas visualidades sólo fueran continuación de lo diáfano de la primera naturaleza diurna con medios más actuales.
Sloterdijk - Esferas - v3
] si se agita una mezcla de aceite y agua se forman de modo completamen te espontáneo burbujas semejantes a células, envueltas en una membrana.
En los primeros tiempos de la Tierra, aún sin vida, fueron tales espacios huecos con for ma de burbuja los que procuraron la separación de dentro y fuera.
[.
.
.
] Esas bur bujas de grasa se hicieron más grandes y desarrollaron la capacidad de autocon- servación.
[.
.
.
] Presumiblemente fluyó, primero, energía solar a través de las gotitas; una corriente controlada de energía condujo, finalmente, a las formacio nes que se convirtieron en células vivas4-.
En este relato de la génesis celular la forma redonda y el contenido energético hubieron de actuar uno en otro de tal manera que hicieron po sible que surgiera del mar un primer ser vivo, la mónada nacida de la es puma, nadando en el agua y disuelta en ella, pero ya deslindada de ella, llena de un interior, de un algo propio. Desde el caldo originario molecu lar pequeños interiores originarios, protegidos formalmente, que se con sideran precursores de la vida, emprendieron el camino de la autoinclu- sión. En el modo de hablar de la biología sistémica, constituyen «sistemas semiabiertos», que procesan como espacios de reacción sensitiva con ellos
45
Un coenobium biológico con colonias Filiales: el alga-Volvox como ejemplo evolutivo de la transición de colonias
de unicelulares en formación al individuo pluricelular, globular y sexualmente diferenciado.
mismos y con el entorno. Los fósiles más antiguos que se han encontrado hasta ahora en la Tierra, de más de tres mil quinientos millones de años, los paleobiólogos los interpretan como restos de bacterias originarias; por su forma y lugar de hallazgo se llaman microsferas-Zwazilandia. Su exis tencia demuestra que el misterio de la vida no puede separarse del miste rio de la forma, más exactamente, de la conformación de espacio interior bajo leyes esféricas. Cuando aparecen los unicelulares comienza la historia de lo orgánico como condensación y encapsulamiento esféricos: bajo membranas en forma de globo se concentra el plus que se llamará vida. En el organismo primitivo el espacio está de camino al sí mismo. La primera característica del sí mismo es la capacidad de adoptar una posición por oposición a lo exterior. La posición aparece, por lo que vemos, por plega- miento sobre sí, o por obstinarse en permanecer en un lugar inesperado. ¿Ya en la vida más primitiva hubo de conducir el misterioso camino hacia dentro? 43
Espumas humanas
Por muy impresionante que se presente la conexión entre la morfo logía de la espuma y la zoogénesis primitiva a la luz de las nuevas ciencias de la vida, para nosotros la aventura de las multiplicidades-espacio co mienza sólo con la entrada en contextos antropológicos y teórico-cultura- les. Mediante el concepto espuma describimos aglomeraciones de burbujas en el sentido de los análisis microsferológicos que hemos presentado con anterioridad4. La expresión vale para sistemas o agregados de vecindades esféricas, en los que cada una de las «células» constituye un contexto (di cho en lenguaje usual: un mundo, un lugar) autocomplementante, un es pacio-sentido íntimo, tensionado por resonancias diádicas o multipolares, o un «hogar», que bulle en su animación propia, sólo experimentable por él y en él mismo4’. Cada uno de esos hogares, cada una de esas simbiosis y alianzas es un invernadero de relaciones sui generis. Se podrían calificar ta les conformaciones como «sociedad de a dos»46 (si más tarde no intentá ramos mostrar que la expresión «sociedad» siempre desorienta cuando se aplica a tales objetos). Cuando se forman lugares de ese tipo, el existir- uno-hacia-otro de los asociados en proximidad actúa en cada caso como el auténtico agens de la conformación de espacio; la climatización del espa-
47
Vito Acconci, distribuidor de espacio. «En su posición originaria las paredes conforman un espacio cerrado en forma de caja en medio de la sala. Si alguien quiere entrar en él puede mover hacia un lado una pared. Pero entonces
se encuentra con otra pared en su lugar. . . »
ció interior coexistencial se produce por la extraversión recíproca de los simbiontes, que atemperan el interior común como un fogón antes del fogón47. Cada una de las microsferas constituye en sí un eje propio de lo íntimo. Habrá que mostrar cómo ese eje se dobla individualistamente.
La introversión de cada uno de los hogares no contradice que se aglo meren en alianzas más densas, me refiero a las espumas sociales: el enlace de vecindad y la separación recíproca hay que interpretarlos como dos caras del mismo hecho. En la espuma rige el principio del co-aislamiento, según el cual una y la misma pared de separación sirve de límite en cada caso para dos o más esferas. Tales paredes, que se apropian ambos lados, son las interfaces originarias. Del hecho de que en la espuma físicamente real una burbuja concreta limite con una pluralidad de globos vecinos, que le condicionan la repartición del espacio, puede deducirse una ima gen prototípica para la interpretación de asociaciones sociales: también en el campo humano las células concretas se aglutinan unas con otras por in munizaciones, separaciones y aislamientos recíprocos. Pertenece a las par
48
ticularidades de esa región de objetos el hecho de que el co-aislamiento- múltiple de los hogares-burbujas en sus diversas vecindades pueda descri birse como cierre y como apertura al mundo. Por eso la espuma constitu ye un interior paradójico, en el que la mayor parte de las co-burbujas circundantes son, a la vez, desde mi emplazamiento, vecinas e inaccesibles, y están, a la vez, unidas y apartadas.
En sentido esferológico, las «sociedades» conforman espumas en el sen tido de la palabra que acabamos de delimitar. Esta formulación ha de blo quear tan pronto como sea posible el paso a esa fantasía, con la que grupos tradicionales se procuran una interpretación imaginaria de su ser: la idea según la cual el campo social conforma una totalidad orgánica y está inte grado en una hiperesfera omni-mancomunada y omni-inclusiva. No otra cosa ha aducido la propaganda autoplástica de los imperios y de las ficcio- nes-reino-de-Dios desde tiempos inmemoriales48. En realidad, las «socieda des» sólo son comprensibles como asociaciones agitadas y asimétricas de multiplicidades-espacios y multiplicidades-procesos, cuyas células no pue den estar ni realmente unidas ni realmente separadas. Las «sociedades» se consideran monosferas unidas desde el origen (o gracias a un estatuto ex cepcional) sólo mientras se hipnotizan a sí mismas estimándose como uni dades homogéneas, algo así como pueblos nacionales, genética o teológi camente substanciales. Se presentan como espacios encantados, que gozan de una inmunidad imaginaria y de una comunidad de esencia y elección, mágicamente generalizada. En ese sentido ha adoptado recientemente Sla- voj %iSzek nuestro concepto de la «esfera», aplicándolo críticamente a la disposición mental de Estados Unidos antes de los ataques al World Trade Center49. ¿Es necesario aclarar por qué el comienzo del saber sobre la ac tuación en común de seres humanos reside en la decisión de abandonar el círculo mágico de la hipnosis recíproca? Quien pretenda hablar teórica mente de «sociedad» tiene que operar fuera de la obnubilación del «noso tros». Si se consigue eso se puede uno percatar de que las «sociedades» o los pueblos están constituidos más fluida, híbrida, permeable y promiscua mente ellos mismos de lo que sugieren sus nombres homogéneos.
Cuando hablemos de «sociedad» en lo que sigue, la expresión no de signa ni (como en el nacionalismo violento) un receptáculo monosférico, que incluye una población enumerable de individuos y familias bajo un nombre político esencial o un fantasma constitutivo, ni (como para algu nos teóricos de sistemas) un proceso de comunicación inespaciaP, que se
49
Morphosis (Thom Mayne/Michel Rotondi), Politix (retail store), Portland, Space modulator, 1990.
diversifica en subsistemas. Entendemos bajo «sociedad» un agregado de microsferas (parejas, hogares, empresas, asociaciones) de formato dife rente, que, como las burbujas aisladas en un montón de espuma, limitan unas con otras, se apilan unas sobre y bajo otras, sin ser realmente accesi bles unas para otras, ni efectivamente separables unas de otras51. Hay, cier tamente, según la formulación evocativa de Ernst Bloch, «muchos apo sentos en la casa del mundo», pero no tienen puertas, posiblemente incluso sólo ventanas ciegas, en las que hay pintada una escena exterior. Las burbujas en la espuma, es decir, las parejas y hogares, los equipos y co-
50
Jennie Pineus, Cocoon Chair, 2000.
munidades de supervivencia, son microcontinentes consdtuidos autorre- ferencialmente. Por mucho que pretexten estar unidos con el otro y el ex terior, en principio sólo se arredondan en cada caso en sí mismos. Las uni dades simbióticas son conformadoras de mundo siempre en sí y para sí, junto a grupos-modeladores-de-mundo que hacen lo mismo a su manera y con los que aquéllas están constreñidas bajo el principio del co-aislamien- to, formando un ensamblaje interactivo. Parece que sus semejanzas mu tuas permiten sacar la conclusión de que estuvieran recíprocamente en in tensa comunicación y ampliamente abiertas unas para otras; en realidad, la mayoría de las veces sólo se asemejan unas a otras a causa de su génesis en oleadas comunes de imitación’2y a causa de análogas dotaciones me diáticas. Operadvamente, la mayoría de las veces no tienen prácticamente nada que ver unas con otras. (Piénsese en los ocupantes de vehículos, que viajan en filas unos tras otros: cada grupo de viajeros conforma dentro una
51
Alfons Schilling, Sombrero cámara oscura, 1984.
célula resonante, entre los vehículos sin embargo reina el aislamiento, y así está bien, puesto que comunicación significaría colisión. ) Su sintonía no se produce por intercambio directo entre las células, sino por la infiltra ción mimética de normas, estímulos, mercancías contagiosas y símbolos se mejantes. En otros tiempos estas tesis había que demostrarlas, ante todo, con el ejemplo de las familias nucleadas, pues las parejas dispuestas a la re producción conforman desde siempre (y seguramente también para el fu turo) el ejemplo más plausible de diadas capaces de crecimiento. En el presente nuestros diagnósticos pueden ampliarse a parejas sin hijos, in cluso a quienes viven solos en sus iormas-cocooning especiales (como, por ejemplo, la culturBrtakotsubojaponesa, la escena-autismo-marmita-de-cala- mar58) . Subrayamos que la célula en la espuma no consiste en el individuo abstracto, sino en una estructura diádica o multipolar54. Es claro que la teo ría de la espuma está orientada neo-monadológicamente: sus mónadas, sin embargo, tienen la forma fundamental de diadas o configuraciones espa cio-anímicas más complejas, con espíritu de comuna y de equipo.
52
Desde la perspectiva técnico-mediática la «sociedad» de células de es puma es un médium turbio, que posee una cierta conductibilidad para in formaciones y una cierta permeabilidad para materiales. Pero no transmi te efusiones de verdades inmediatas. Si Einstein viviera en la casa de al lado, no por eso sabría yo más sobre el universo. Si el Hijo de Dios hubie ra vivido durante años en mi misma planta, en el mejor de los casos me en teraría sólo posteriormente de quién había sido mi vecino. Desde cada uno de los lugares en la espuma se abren perspectivas a lo colindante, pe ro no hay a disposición vistas panorámicas generales, en el caso más am bicioso dentro de una burbuja se formulan hipérboles, que resultan útiles en numerosas burbujas vecinas. Selectivamente pueden transmitirse noti cias, pero no hay salidas al todo. Para la teoría, que acepta el ser-en-la-es- puma como determinación primaria de la situación, las super-visiones con cluyentes del mundo-uno no sólo resultan inaccesibles, sino imposibles, y, si se entiende bien, tampoco deseables.
Quien habla de espumas en ese tono se ha despedido del símbolo cen tral de la metafísica clásica, de la monosfera omnicomprensiva: del uno en forma esférica y de su proyección en construcciones centrales panópticas. Ellas condujeron, lógicamente, al sistema enciclopédico, políticamente, al espacio-urbi-et-orbi imperial (de cuyos destinos se informó en los capítulos 3 y 7 de Esferas I I ) , policialmente, a la forma del panóptico de vigilancia, mi litarmente, a una ontología-pentágono paranoide. Innecesario decir que tales centralismos sólo tienen ya interés histórico. Como sistemas de ve cindades asimétricas entre invernaderos de intimidad y mundos propios de tamaño mediano, las espumas son medio transparentes, medio opacas. Toda situación en la espuma significa un relativo ensamblaje de visión en derredor y ceguera; todo ser-en-el-mundo, entendido como ser-en-la-es- puma, abre un claro en lo impenetrable. El giro a una ontología pluralis ta ya fue tomado en cuenta previsoriamente en la moderna biología y me- tabiología, desde que, gracias a la introducción del concepto de entorno, llegó a una nueva visión de su objeto:
Fue un error creer que el mundo humano proporcionara una plataforma común para todos los seres vivos. Todo ser vivo tiene una plataforma especial, que es tan real como la plataforma especial de los seres humanos. [. . . ] Por ese reconoci miento conseguimos una nueva visión del universo. Este no consiste en una única pompa de jabón, que hubiéramos inflado soplando por encima de nuestro hori
53
zonte hasta el infinito, sino en millones y millones de pompas de jabón estrecha mente delimitadas que se cruzan e interfieren por todas partes**.
La reunión de innumerables «pompas dejabón» endocósmicas, pues, ya no hay que pensarla a la manera del monocosmos de la metafísica, en el que la plétora de los existentes fue convocada bajo un logos común a to do. En lugar de la super-pompa-de^jabón filosófica, de la mónada-todo del mundo-uno -de cuyas formas hemos dado cuenta en los capítulos 4 y 5 de Esferas II, sobre todo- aparece una aglomeración policósmica, que puede describirse como agrupación de grupos, como espuma semi-opaca com puesta de estructuras espaciales conformadoras de mundo. Es importante comprender que esa multiplicidad ilimitada de modos de existencia sensi ble en entornos estructurados con sentido ya está desarrollada en el nivel de la inteligencia animal, y, por lo que sabemos, no existe animal alguno que haga el inventario de todos los demás animales y los refiera a sí mis mo. Por su parte, los seres humanos, tras la atenuación del delirio (antro- po, etno, ego, logo) centrista, quizá se hagan ideas algo más razonables de su existencia en un medio compuesto de espumas ontológicas. Entonces se entenderá por qué Herder hablaba más bien del pasado que del futuro cuando escribió: «Toda nación tiene en sí su punto medio de felicidad, co mo toda esfera su centro de gravedad»56. Algunas formulaciones muy ade lantadas de teóricos contemporáneos del ciber-espacio ofrecen un primer concepto de modos de ser elásticos de diseños descentrados del mundo. Pierre Lévy escribe en su ensayo sobre la productividad semiótica de la «in teligencia colectiva» entendida emergentemente:
En el espacio del saber se unifica el aliento activo de los implicados, pero no para conseguir una fusión hipotética de los individuos, sino para hacer subirjun tas miles de pompas de jabón tornasoladas, que son otros tantos universos provi sionales, otros tantos mundos de significado compartido*7.
Dado que las conformaciones de mundo siempre se expresan también arquitectónicamente, más exactamente, en la tensión sinérgica entre bie nes muebles e inmuebles, hay que tener en consideración los procesos es- feropoiéticos, que se materializan bajo forma de espacios habitados, edifi cios y aglomeraciones arquitectónicas. De acuerdo con una idea de Le Corbusier, se puede comparar un edificio con una pompa de jabón: «La
54
pompa dejabón es perfectamente armónica cuando el aliento está bien re partido, bien regulado desde dentro. El exterior es el resultado de un in terior»58.
Las espumas en la época del saber
Las cosas delicadas se convierten tarde en objeto: eso es lo que tienen en común con numerosas obviedades aparentes, que sólo consiguen saltar a la vista cuando se pierden, y, por regla general, se pierden desde el ins tante en que se introducen en comparaciones en las que se desvanece su facticidad inocente. El aire, que respiramos sin damos cuenta; las situa ciones, impregnadas de estados de ánimo, en las que inconscientemente existimos incluidos-incluyentes; las atmósferas, imperceptibles por eviden tes, en las que vivimos, existimos y somos, todas esas cosas representan re trasos en el espacio temático, porque, antes de que se les pudiera prestar atención explícitamente, como naturalezas eternas o bienes de consumo parecían proporcionar un decorado de fondo a priori para nuestro ser-ahí y ser-aquí. Constituyen advertencias tardías, que sólo por su manipulabili- dad, recientemente demostrada, tanto en sentido constructivo como des tructivo, se han convertido en carreras temáticas y técnicas. Consideradas hasta ahora como pre-aportaciones discretas del ser, hubieron de conver tirse en objetos de la atención antes de que llegaran a ser objetos de la teo ría. Tuvieron que ser vividas como algo frágil, extraviable y destruible an tes de que llegaran a convertirse en campos de trabajo laborables para fenomenólogos del aire y del estado de ánimo, para terapeutas de la rela ción, para ingenieros de atmósferas y arquitectos de interiores; tuvieron que convertirse en irrespirables antes de que los seres humanos aprendie ran a comprenderse como guardianes, reconstructores y re-inventores de lo que hasta entonces era sólo algo dado por supuesto.
El trasfondo rompe su silencio sólo cuando hay procesos en el primer plano que superan su capacidad de resistencia. ¿Cuántas catástrofes eco lógicas y militares reales se necesitaron antes de que pudiera decirse con precisión cómo se instalan entornos atmosféricos humanamente respira- bles? ¿Cuánta ignorancia de las premisas atmosféricas de la existencia hu mana hubo de acumularse en la teoría y la praxis antes de que la atención de un pensamiento radicalizado fuera capaz de sumergirse en la esencia de los estados de ánimo59, para trascender después hacia las constituciones del ser-en en ámbitos absolutamente generales y hacia los modi de inclu-
55
Vista del interior de la cabeza de una mosca con ayuda de un microscopio radioscópico.
sión existencial en relaciones de totalidad60(para la que utilizamos recien temente la expresión inmersión)? ¿Cuánto hubo de desviarse la oscilación del péndulo en dirección a incomprensiones individualistas y desolaciones auüstas antes de que el valor propio de los fenómenos de resonancia y en samblaje interpsíquico en espacios de animación pudiera manifestarse lingüísticamente sin recortes, aunque sólo fuera a medias? ¿Cuánto des cuido progresivamente enmascarado tuvo que devastar las relaciones de proximidad humanas antes de que el significado constitutivo de relaciones de familia y de pareja suficientemente buenas pudiera ser descrito con fundamental respeto? 61
Todo lo muy explícito se convierte en algo demoníaco. Quien se aven-
56
Electrones hechos visibles en una cámara de Wilson.
tura a explicitar realidades de trasfondo, que antes estaban suspendidas tá citamente en lo consabido, pensado -más bien, incluso, en lo nunca sabi do, nunca pensado-, reconoce una situación, en la que la escasez de lo presumible y callable ha avanzado y sigue progresando imparablemente. ;Ay de aquel que oculta desiertos! Ahora hay que reconstruir artificial mente lo que antes parecía dado como recurso natural. Uno se ve obliga do a articular con esmero impertinente y detalle provocativo lo que en otro tiempo seguramente resonaba como una connotación apacible. En ese giro a lo explícito se manifiesta la función moderna de la ciencia de la cultura. Se presenta como la agente de explicaciones civilizatorias en ge neral. Respecto de ella hay que mostrar que a partir de ahora ha de ser
57
siempre también ciencia de la técnica y práctica administrativa para el tra bajo en invernaderos culturales. Después de que las culturas -precisamen te ellas- hayan dejado de parecer instaladas, hay que preocuparse de su permanencia y de su regeneración cultivándolas, volviéndolas a describir, filtrándolas, explicándolas, reformándolas: la cultura de las culturas se convertirá en el criterio de civilización en la era de la explicación del tras fondo.
Para ser absolutamente contemporáneo hay que presuponer que ape nas hay algo todavía que presuponer. Comencemos en este lugar a articu larextrañaypormenorizadamenteloque,deacuerdoconel Stateoftheart, podemos decir respecto a nuestro ser-en-el-mundo; describamos (con los fenomenólogos) con amplitud de miras y explicitud en qué relaciones glo bales o situaciones envolventes nos vemos introducidos; proyectemos y construyamos, finalmente (con los tecnólogos mediáticos, los arquitectos de interiores, los médicos laborales, los diseñadores de atmósferas), las es- pacialidades, las atmósferas y las situaciones envolventes en las que nos mantendremos según nuestros propios planes y valoraciones: así, en esas actividades constructivas y reconstructivas siguen actuando las enajenacio nes que han liquidado las obviedades, sin permitirles el regreso a una nue va vigencia. Si vuelven, es que son productos de explicación u objetos dig nos de conservación. Estarán bajo la vigilancia de una preocupación sociopolítica permanente o del nuevo diseño técnico. Lo que era «mundo de la vida» ha de convertirse en técnica climática.
Revolución, rotación, invasión
El demonismo de lo explícito es el rastro de la historia de la civiliza ción. Crece en la medida en la que la Modernidad efectúa el progreso en la conciencia de la artificialidad. Si lo antes oculto en el trasfondo avanza a primer plano, si lo no mencionado desde tiempos inmemoriales hay que exhibirlo temáticamente desde hace poco, si el pliegue de lo implícito se extiende y se proyecta en la superficie luminosa, en la que todo detalle oculto antes en el interior se presenta fuera, en visualidad igualmente cla ra y extensión uniforme, entonces esos sucesos son testimonios de un mo vimiento en el que los sapientes cambian radicalmente su posición frente a los objetos, que ahora se saben así y que antes fueron sabidos de otro mo
58
do o no sabidos. En vistas de tal cambio de posición, la gastada metáfora de la revolución, como una subversión fundamental de relaciones entre cuerpos y roles, puede acceder por última vez a los honores teórico-cog- noscitivos (para luego quedar almacenada definitivamente en el archivo de los conceptos liquidados).
Lo que significa «revolución» como mejor puede explicarse es con la mirada puesta en las innovaciones de los anatomistas del siglo XVI, que em prendieron la tarea de abrir por incisiones el interior del cuerpo humano y darlo a conocer mediante figuras descriptivamente adecuadas. Puede ser que la «revolución» de Vesalio tuviera más consecuencias para la auto- comprensión de los seres humanos occidentales que el desde hace mucho tiempo supercitado y malinterpretado giro copemicano. En tanto que la anatomía tempranomodema enfrentó a la oscuridad tradicional de la cor poralidad propia sus mapas de órganos y dibujos de la arquitectura del mundo maquinario interno -no en vano el opus magnum de Vesalio lleva el título De humani corporisfabricar-, contemplado con nueva precisión, des plegó el fundamento interior somático, escaso de imágenes, de la auto- adherencia y dio al saber-propio de los sujetos-cuerpos un giro, por el cual ya no podía encontrarse nada de lo de antes en el mismo lugar del ser y del saber. Ahora tengo que mirar los mapas anatómicos y aceptar su men saje. ¡Eso eres tú! ¡Así apareces por dentro en cuanto los sabios te exami nan con su escalpelo! Ninguna mauvaisefoi anti-anatómica puede ayudar a recuperar la ingenuidad del ser-ahí como ser-corporal antes del poder- operar. Los actores de la Epoca Moderna participan, quieran o no, en un giro quasi autoquirúrgico. Incluso quien no tiene que ocuparse por profe sión, como especialista en autopsias, con cortes en el tejido orgánico, co mo participante en la cultura es transferido virtualmente a un punto de sa ber y de operación, en el que no puede hacer otra cosa que instalarse en el orden del gran viraje frente al antiguo universo-cuerpo interior. Com prender el propio espacio-interior-cuerpo desde la posibilidad de su ena
jenación anatómica: éste es el resultado cognitivo primario de la «revolu ción» de la Epoca Moderna, comparable sólo con la fuerza transformadora de la imagen del mundo de la primera circunnavegación terrestre llevada a cabo por Magallanes y Elcano62.
Como hábito cognitivo, es lo mismo dar la vuelta a la Tierra y reflejar lo en mapas, que abrir el cuerpo humano por todas partes y representarlo gráficamente desde todas las perspectivas. Ambas operaciones pertenecen
59
Andrea Vesalio, De humani corporis fabrica, séptima figura de los músculos.
a la gran rotación que transforma el ángulo (klima) del saber de cosas y es tados de cosas. Making It Explicit, esto significa desde el comienzo de la Edad Moderna: participar en la revolución del mundo corporal a través de la capacidad operativa de los anatomistas y constituirse como autoopera- dor virtual desde un ángulo radicalmente transformado del trato consigo mismo, «un objeto sólo nos resulta claro desde un ángulo de 45 grados»'*. La época moderna es época de anatomistas, la época de los cortes, de las invasiones, de las penetraciones, de las implantaciones en el continente os curo, el antiguo Leteo.
En una fase muy posterior, después de que las abstracciones académi cas hubieran llegado a desfigurar las relaciones fundamentales operativas del saber moderno, los filósofos pudieron caer en la cuenta de que el ex- plicitar fuera una operación discursiva y concerniera en primera línea a la administración de la cuenta corriente de opinión y convicción de un ha blante64. ¿Todo ser humano que habla sería, pues, un especulador en la bol sa de las afirmaciones, y la filosofía actuaría como controladora de la bolsa? El auténtico significado de la explicación está en otro campo: la gran ca racterística de las relaciones modernas de saber no la constituye el hecho de que los «sujetos» puedan mirarse al espejo en sí mismos o rendir cuen tas ante el público sobre los motivos de sus opiniones, sino que se operen a sí mismos y tengan planos ante sí de la oscuridad propia, en parte acla rada, que les señalen puntos de intervención potencial para la auto-inter vención. No hay que dejarse confundir por la repartición del trabajo entre cirujanos y no cirujanos: quien, según Vesalio, es «sujeto», vive, esté de acuerdo o no, en un espacio autooperativamente curvo. Modernamente ya no puedo ser yo mismo auténticamente, es decir en coherencia con el ni vel cultural, mientras haga abstracción de mi cirujano potencial. Cuando los seres humanos modernos, yendo más a lo profundo, mienten, lo hacen prácticamente siempre prescindiendo conscientemente de su condición auto-operable6’. El negarse por principio a la operación en uno mismo, según el propio diagnóstico y estado, es el núcleo del mal romanticismo. Nuestra posible intervención, inevitablemente imperfecta, pero siempre ampliable, en el propio fundamento interior somático y psicosomático constituye el rasgo característico de la situación, que designamos con el terminante predicado de «moderna». Huelga decir por qué apenas tene mos aún algo que tratar de la llamada cosificación a este nivel.
61
Gustave Courbet, El origen del mundo, 1866.
Veronika Bromová, Vistas, 1996.
Corrección transvaginal.
Cuando lo implícito se vuelve explícito: Fenomenología
Que el hogar del saber se convulsiona por la invasión irreprimible de la inteligencia en lo oculto: ese hecho fundamental para toda civilización superior, y sobre todo para la Modernidad, se llama, en su exégesis nor mal, investigación. Cuando la interpretación de esa inquietud se llena de pretensiones toma el nombre, durante un lapso de tiempo destacado en la historia del espíritu, de Fenomenología: teoría de la salida de «objetos» a la escena del aparecer, y reconocimiento lógico de su existencia junto al resto del contingente del saber. Que a los seres humanos no todo se les re vela de una vez, sino que la llegada de los objetos al saber sigue las leyes de una secuencia -un orden tan estricto como difícil de entender, de lo an terior y lo posterior-: en esto consiste la intuición originaria, formulada por primera vez por Jenófanes, que desarrolla el pensamiento evolutivo y fenomenológico en historias del espíritu o novelas educativas filosóficas. El núcleo de esa intuición es la observación de que lo posterior y lo anterior se comportan a menudo recíprocamente como lo explícito y lo implícito. Las explicaciones transforman en conceptos los datos y los presentimien tos, y estas transformaciones son tan narrables como fundamentables. Con ello se hace posible la ciencia de procesos espirituales irreversibles, que trata de series ordenadas lógico-inventivamente de ideas consecutivas (por ejemplo, de representaciones de Dios, de conceptos de almas y personas, de concepciones de la sociedad, de formas de construcción y técnicas de escritura). La Fenomenología es la teoría que narra la explicitación de aquello que al comienzo sólo puede estar dado implícitamente. Aquí estar implícito quiere decir: presupuesto en estado no revelado, dejado en re poso cognitivo, exonerado de la presión de desarrollo y mención porme norizada, dado en el modus de proximidad oscura, que no está todavía en la lengua, no interpelable en el instante próximo, no movilizado por el ré gimen discursivo y no instalado en un procedimiento. Volverse explícito significa, al contrario: ser llevado por la corriente que fluye del trasfondo al primer plano, del Leteo al claro del bosque, del pliegue al despliegue. La flecha del tiempo del pensar tiende a una explicitud superior. Lo que puede ser dicho con un grado superior de articulación más detallada pro duce la movilidad de los argumentos, suponiendo que el espíritu del tiem po epistémico haya llamado a intervenir. Ciertamente, la implicación es
63
también una relación entre enunciados; tradicionalmente se la considera como la contención de la proposición menos general en la más general o como inclusión de textos en contextos; y en tanto esto vale, el análisis ló gico puede acreditarse como procedimiento explicativo; pero su significa do real descansa en el hecho de que lo implícito designa un lugar en el existente, en el que se encuentra el capullo para un despliegue, para una articulación, una explicación*’. Por eso, la auténtica historia del saber tie ne la forma del devenir-fenómeno de lo en otro tiempo no-aparecido, del paso de lo no-iluminado a lo iluminado o de datos-en-la-sombra a temáti- ca-en-primer-plano. Saber real: así llamamos a los discursos que han so brevivido a la larga noche de la implicación y se mueven en el día de lo temáticamente desplegado.
No pocas de las inteligencias más eminentes de la Vieja Europa han pensado sobre el proceso del saber según este esquema, motivo suficiente para ocuparse, tras el colapso de esa coyuntura teórica, de las condiciones de su éxito67. Durante cerca de doscientos años, pensadores tan estrictos como edificantes, de diferentes facultades, desarrollaron la convicción de que todo lo que aparece en el saber, por muy heterónomo y nuevo que se presente, en última instancia no puede ser extraño al sí mismo de los sa pientes, y, en consecuencia -tras crisis, por profundas que sean-, ha de en trar en nuestra íntima historia de formación (y, en este caso, en la expre sión «nuestra historia» sopla un aliento de un sí-mismo-cultura superior, por no remitirse ya directamente al espíritu del mundo). Los fenomenó- logos propagan la buena nueva de que no hay un exterior al que no co rresponda un interior; sugieren que no se topa uno con nada extraño que no pueda ser asimilado por apropiación en lo nuestro. Su creencia en la apropiación sin límites se fundaría en la presunción de que el saber tardío no desplegaría sino lo que ya estaba dado en las implicaciones más tem pranas.
El fundamento ontológico de ese optimismo lo expresó en el siglo XV Nicolás de Cusa, al postular la simetría del ser-implícito máximo (Dios, co mo concentración en el punto atómico) y del ser-explícito máximo (Dios, como despliegue en la esfera-todo). Bajo presupuestos cúsanos, el pensa miento humano sería siempre un acompañamiento cognitivo a la expan sión divina en lo explícito, es decir, en lo realizado y creado, en la medida en que pueda conseguirse una consumación así en la finitud. En el capí tulo Deus sive sphaera de Esferas II68hemos tratado pormenorizadamente de
64
la culminación de la teología de la esfera occidental en el tratado, apa rentemente frívolo, de ludo globi, salido de la pluma del festivo cardenal. Un optimismo cognitivo semejante se encuentra en la ética de Spinoza, que representa una exhortación singular al desarrollo del potencial natu ral: Aún no sabemos de todo lo que es capaz el cuerpo oscuro; aprended más al respecto y veréis y podréis. En Leibniz, el optimismo cognitivo adopta formas más atenuadas, porque el autor de la Monadología poseía un concepto preciso de la insondabilidad de las implicaciones, que llegan has ta el infinito69. Y todavía en el constructo de Hegel de un círculo de círcu los se mantiene el principio de que lo último sólo es lo primero consuma do, llevado a sí epicéntricamente en nuestro conceptuar.
Cuando es el optimismo el que marca el tono, impone la cuestión de cómo, finalmente, lo interno puede volverse externo en su totalidad. Vis ta a una luz confiada, la praxis humana no es otra cosa que la gran rota ción que pone lo oculto en la oscuridad del instante vivido de tal modo an te nosotros que hay que incorporarlo a las reservas humanas como representación precisa. El optimismo consecuente hace que la historia del conocimiento y de la técnica desemboque en una imagen final, en la que la paridad entre interioridad y exterioridad estuviera consumada punto por punto. ¿Pero qué sucedería si pudiera mostrarse que con el devenir explícito de lo implícito se infiltra en el pensar, a veces, algo completa mente arbitrario, extraño, de otro tipo, algo nunca pensado, nunca espe rado yjamás asimilable? ¿Si la investigación, que avanza hasta zonas lími tes, da a conocer algo desconocido hasta ahora, de lo que no vale la afirmación de que un sujeto llegaría «a sí» en él? ¿Si hay algo nuevo que se sustrae a la simetría de lo implícito y lo explícito y penetra en los órde nes del saber como algo inmenso, exterior, algo que permanece extraño hasta el final?
Aparece lo monstruoso
Tras el fin de la coyuntura optimista puede manifestarse desapasiona damente qué significó defado la fenomenología en su habitual aplicación: fue un servicio de salvamento de los fenómenos en una época, en la que la mayoría de las «apariciones» ya no se dirigen al ojo o a los demás senti dos desde sí mismas, sino que más bien son conducidas a la visibilidad por
65
Ondas sonoras hechas visibles sobre un disco de metal.
la investigación, por explicaciones invasoras y medidas correspondientes (esto es, «observaciones» gracias a máquinas y sensores artificiales). Invitó a sus adeptos a participar en el intento de defender el primado metafísico de la percepción contemplativa frente al medir, calcular y operar70. Se de dicó a la tarea de contrarrestar la enajenante inundación de la conciencia por las inasimilables miradas internas y externas de máquinas a las entrañas y cuerpos cortados y abiertos, no para negarse a lo nuevo sino para inte grarlo en la acostumbrada percepción de la naturaleza o de las circuns tancias, como si no hubiera sucedido nada por el corte de la técnica. Con
66
razón había enseñado Heidegger que la técnica es un «modo del desocul- tamiento». Esto quería decir, a la vez, que a lo técnicamente desocultado y hecho público sólo le puede corresponder ya una fenomenalidad derivada, una publicidad híbrida y una quebrantada vinculación con la percepción71.
A la monstruosa visualidad de los hechos anatómicos, que nos acom paña desde el siglo XVI (y que ya no consigue integrar un humanismo en el medallón de un ser humano lector), se añaden los panoramas que des de el siglo XVII abren los microscopios y telescopios -las dos máquinas in fernales para el ojo-. La ampliación (junto con la cartografía) es la capa cidad de primer impacto de la explicación, por la que al mundo invisible hasta ahora se le coloca bajo coacción figurativa72. Pensamos también en el devenir-fenómeno de hongos atómicos, de núcleos celulares y vistas inte riores de máquinas, en placas de rayos X y tomografías de Computer, en fotografías galácticas, en un universo difuso de aspectos más complejos, apenas descifrables, para cuya apariencia no podía estar preparado ningún ojo humano (dicho con más cautela: humano antiguo). (Notemos que la disciplina del diseño -como producción artificial de superficies de percepción y de usuarios sobre funciones invisibles, o sea, como realce estéticamente intencionado de motivos funcionales, si no inadvertidos- se inaugura en una dimensión más moderna que su coetánea, la Fenomeno logía, en tanto que opera ya al nivel de la segunda perceptibilidad, es de cir, de la observación por aparatos y sensores. )
Así pues, se compromete fenomenológicamente quien está decidido a tratar la visualidad, artificialmente producida, de estados de cosas antes ocultos por naturaleza y de funciones o mecanismos latentes, como si la antigua alianza feliz entre ojo y luz valiera también para estos recién lle gados al espacio de lo observable. En este sentido, la fenomenología es una restauración positiva de la percepción, tras su sobrepasamiento por la observación mecánica. Elude conscientemente la cuestión de si el ojo hu mano puede competir con el contador Geiger. Mientras esa maniobra de distracción resulta efectiva, permanece intacta la insinuación de que el sa ber puede habitar el mundo como el burgués su chalet.
En primera instancia no puede negarse: también las vistas y figuras de lo extraño -que se vuelve visible al hacer incisiones en los cuerpos de los seres humanos y animales desde diferentes ángulos, así como en la des composición química de la materia, hasta llegar a las epifanías nucleares sobre el desierto americano o a las huellas de átomos en cámaras de Wil-
67
L. Rogozov, Estación Nowolazarewskaja, Antártida, durante la realización de una autooperación
de apendicitis en abril de 1961.
son- penetran en la percepción humana como si esas nuevas visualidades sólo fueran continuación de lo diáfano de la primera naturaleza diurna con medios más actuales. Pero no son eso. Todas esas nuevas visibilidades, esas penetraciones en el trasfondo de los fenómenos, posibilitadas por pro cedimientos figurativos desarrollados: esos cortes implacablemente explícitos en cuerpos vivos y sin vida, esas vistas externas de órganos naturalmente ocultos, esas vistas artificiales contra-intuitivas del lado nocturno y mecá nico de la naturaleza, esas tomas de cerca de la materia al descubierto, ge nerada por un sólido saber operacional y un excentricismo experimenta do, todo ello está separado por un foso ontológico de la disposición cognoscitiva natural, cautelosa, tolerante, de las miradas en derredor hu manas dentro de circunstancias más o menos familiares, inmanentes al ho rizonte, para las que se ha introducido desde antiguo la expresión natura leza. Sólo después del giro auto-operativo el nuevo saber llega a una posición en la que se convierte para él en fenómeno lo que en modo al guno estaba predispuesto para el aparato perceptivo humano, al menos no según su primer diseño. Lo que la investigación lleva a la superficie tuvo que ser extraído «a la luz del día» o «desocultado» en una especie de ex
68
plotación minera cognitiva. Para el de-dónde de esas extracciones la Mo dernidad ofrece nombres diversos: proceden o bien del «inconsciente» o bien de la latencia, del no saber, del ocultamiento en los lados interio res del pliegue de los fenómenos, o de alguna otra versión del todavía-no cognitivo.
Para ningún género de «objeto» vale esto más de lo que vale para los heroicos sujetos de las nuevas «ciencias de la vida», que recientemente han avanzado espectacularmente hacia lo hasta ahora eludido, no-apare- ciente y, por tanto, invisible: como consecuencia de esas invasiones, los cerebros humanos, el genoma humano y los sistemas de inmunidad hu manos han sido colocados tan teatralmente en el escenario epistemológi co que se mantiene continuamente en vilo tanto a la publicidad formati- va como a la sensacionalista mediante su puesta en escena y la carta de naturaleza que se les concede, presentándolos como «investigación» y « desciframien to ».
En estos tres campos de objetos puede mostrarse qué absurda sería la idea de que disciplinas de esa orientación fueran expresión y emanación de la reflexión humana sobre la existencia, o incluso manifestaciones de eso que los filósofos idealistas han llamado autorreflexión. El giro del sa ber hacia los cerebros -en los que, por lo que vemos, se procesa todo sa ber, también ese agudo saber del saber-, como hacia los genomas y siste mas de inmunidad -que también representan, sin duda, las premisas biológicas actuales para la existencia de esos genetistas e inmunólogos-, no tiene ningún carácter «reflexivo» o reflejante; ejecuta sólo la rotación auto-operativa, a consecuencia de la cual el saber se coloca detrás del es pejo o al «dorso» de las subjetividades. A tal efecto resulta necesario forzar el acceso a lo encubierto, porque sólo después de la irrupción en lo ocul to y de su inclusión en el espacio iluminado puede devenir perceptible co mo fenómeno lo que por sí mismo sólo existía y existe latente, a-fenomé nico y sin relación necesaria con una conciencia cómplice. Para que genes, cerebros y sistemas de inmunidad caigan bajo la presión de la apariencia se necesitan instrumentos y procederes neutralizadores del Leteo, los ins trumentos efectivos del giro, que lleva lo no-dado a la posición de lo dado73.
Hay que subrayar que este hacer que algo se dé no puede mantener pa ra siempre el carácter de una altiva arrogancia sobre los objetos; precisa mente las nuevas ciencias de la vida permiten prever cómo la investigación será penetrada cada vez más por la conciencia de la importancia crecien-
69
Amígdala, fórnix y periventrículos del cerebro, reconstrucción 3D.
te del objeto. Quien plantea la pregunta qué es la vida tiene que comen zar por admitir que la vida depara ella misma la respuesta. Cada vez puede hablarse menos de una apropiación del objeto por el sujeto investigador. Mi cerebro, mi genoma, mi sistema de inmunidad, los buenos pronombres posesivos de siempre suenan en tales contextos como exhibiciones folcló- rico-gramaticales. Los nuevos bienes nunca pueden pasar a ser propiedad nuestra, porque nada nos resultará tan extraño siempre como la biomecá nica «propia» hecha explícita. Que, evidentemente, el largo ataque a lo oculto suceda por necesidad y desde cualquier perspectiva se emprenda con razón: esto, bajo expresiones contundentes como «libertad de la in vestigación» o «mejora de las condiciones humanas de vida», pertenece a las convicciones primarias de la civilización moderna, convicciones, por su parte, que provienen de fuentes antiguas, como, por ejemplo, de la doc trina aristotélica de que la aspiración al conocimiento es algo natural al ser humano.
No queremos comentar esos postulados a no ser indicando que todo devenir a primer plano de lo que permaneció latente durante mucho tiempo tiene su precio, sobre todo cuando es a los condicionamientos at
70
mosféricos y climáticos de las culturas a los que, por su erosión, más aún, por su destrucción intencionada, se apremia a manifestarse. Tras su vul neración quedan ahí, convertidos en objetos, y son ellos los que apremian a una reconstrucción operativa. Esto vale de modo especial para el saber de las culturas, que fue colocado por la gran rotación en una posición ex terna y técnica74. Puede decirse a posteriori todo lo malo que se quiera res pecto del siglo XX, pero no que no pagara el precio de tales enajenaciones. Ninguna otra época puede exhibir una pericia llevada tan lejos en el arte de aniquilar la existencia a partir de sus propias premisas vitales. En el re verso de los procedimientos de destrucción se hacen visibles las condicio nes constructivas de conservación de espacios culturales. Su destino de penderá del saber y poder reconstructivo, que las civilizaciones consiguen por sí mismas.
Nunca hemos sido revolucionarios
Una vez transcurrido el siglo XX comienza a reconocerse que fue un fa llo colocar el concepto de revolución en el centro de su interpretación, igual que fue un camino errado entender los modos extremos de pensar de aquel tiempo como reflejos de acontecimientos «revolucionarios» en la «base» social. Todavía sigue dándose crédito, cómplicemente, a las auto- mistificaciones de los actores de la época. Quien hablaba de revoluciones, políticas o culturales, antes y después de 1917, casi siempre se dejó engañar por una metáfora poco clara de movimiento. En ningún momento la fuer za del siglo se cifró en la revolución. En ninguna parte se cambian los lu gares arriba y abajo; nada que estuviera a la cabeza se puso a los pies; en vano se buscaría un comprobante de que los últimos se volvieran en algu na parte los primeros. Nada se revolucionó, nada se dio la vuelta en el círculo. Por el contrario, en todas partes se llevaron a primer plano cosas pertenecientes al trasfondo, en frentes innúmeros se fomentó la manifes tación de lo latente. Lo que pudo explorarse, explotarse, investigarse me diante perforaciones de profundidad, intervenciones e hipótesis invasivas, llegó a los depósitos de combustible, al texto impreso, a los balances de ne gocios. El medio plano se extendió, las funciones representativas se multi plicaron, cambió el reparto de papeles en los tribunales, las administra ciones se ampliaron, los puntos de aplicación de acciones, producciones,
71
publicaciones proliferaron, nuevos departamentos oficiales surgieron de la nada, el número de oportunidades de hacer carrera se multiplicó por mil. Algo de todo ello resuena en la tesis maliciosa de Paul Valéry de que los franceses, y eo ídolos modernos, hicieran de la «revolución» una «rutina».
El concepto fundamental auténtico y verdadero de la Modernidad no se llama revolución sino explicación. Explicación es para nuestro tiempo el verdadero nombre del devenir, al que pueden subordinarse o yuxtapo nerse los modi convencionales del devenir mediante flujo, mediante imita ción, mediante catástrofe y recombinación positiva. Deleuze articuló una idea semejante cuando intentó transferir el tipo de acontecimiento «revo lución» al nivel molecular, con el fin de eludir las ambivalencias de la ac tuación en la «masa»; no cuenta la subversión voluminosa, sino el fluir, el discreto ir más allá en la próxima situación, la huida continuada del status quo. En el ámbito molecular lo que importa son sólo las pequeñas y míni mas maniobras; todo lo nuevo, que lleva más lejos, es operativo. La visibi lidad de la innovación real se debe precisamente al efecto producido por la explicación; lo que entonces se encomia como una «revolución» no es ya, por regla general, más que el ruido que surge cuando el acontecimien to ha pasado. La era presente no subvierte las cosas, las situaciones, los temas: los lamina. Los despliega, los arrastra hacia delante, los disgrega y apisona, los coloca bajo coacción a manifestarse, los deletrea de nuevo analíticamente y los introduce en rutinas sintéticas. De supuestos hace operaciones; proporciona métodos exactos a confusas tensiones expresi vas; traduce sueños a instrucciones de uso; arma el resentimiento, deja que el amor toque innumerables instrumentos, a menudo recién inventados. Quiere saber todo sobre las cosas del trasfondo, sobre lo plegado, antes in disponible y sustraído, en cualquier caso, tanto como sea necesario tener a disposición para nuevas acciones en el primer plano, para despliegues y desdoblamientos, intervenciones y transformaciones. Traduce lo mons truoso a lo cotidiano. Inventa procedimientos para introducir lo inaudito en el registro de lo real; crea las teclas que permiten a los usuarios un abor daje fácil a lo imposible hasta ahora. Dice a los suyos: No existe el desmayo; lo que no puedes, puedes aprenderlo. Con razón se la llama la era técnica.
A continuación repetiremos algunos capítulos sacados de la historia de las catástrofes del siglo XX, con el fin de explicar a resultas de qué lu chas y qué traumas la estancia humana en milieus respirables ha tenido que convertirse en un objeto de cultivo explícito. Una vez realizado esto,
72
cuesta poco esfuerzo ya explicar por qué todos los tipos de éticas del va lor, de la virtud y del discurso resultan huecas mientras no se traduzcan a la ética del clima. ¿Exageró Heráclito cuando dijo que la guerra es el pa dre de todas las cosas? En cualquier caso, un filósofo contemporáneo no habría exagerado afirmando que el terror es el padre de la ciencia de las culturas.
73
Introducción: Aerimotos*
Sin aliento por tensa vigilia, sin aliento por sofoco en el resplandor irrespirable de la noche. . .
Hermann Broch, La muerte de Virgilio
1 La guerra de gas o: El modelo atmoterrorista
Si se quisiera decir en una frase y con un mínimo de expresiones lo que el siglo X X , junto a sus logros inconmensurables en las artes, aportó como características inconfundiblemente propias a la historia de la civilización, bastaría con considerar tres criterios. Quien desee comprender la origina lidad de esa época ha de tener en cuenta: la praxis del terrorismo, la con cepción del diseño del producto y las ideas sobre el medio ambiente. Por lo primero, se establecieron las interacciones entre enemigos sobre fun damentos posmilitares; por lo segundo, el funcionalismo consiguió rein corporarse al mundo de la percepción; por lo tercero, los fenómenos de la vida y del conocimiento se vincularon entre sí a una profundidad no co nocida hasta entonces. Esos tres criterios juntos señalan la aceleración de la explicación, de la inclusión reveladora de latencias y datos del trasfon do en operaciones manifiestas.
Si se planteara, además, la tarea de determinar cuándo, desde este pun
*Gran parte de esta introducción fue publicada ya por Sloterdijk como librito indepen diente, Luftbeben. Aus den Quellen des Terrors, Suhrkamp, Frankfurt 2002 [Temblores de aire. En lasfuentes del terror, Pre-Textos, Valencia 2003]. Aquí aparece algo modificada y ampliada con páginas nuevas. Traducimos Luftbebenpor «aerimotos», primero porque en alemán Erdbeben = terremoto(s), Seebeben= maremoto(s), y segundo por ciertas resonancias del propio texto (págs. 103-105). Es, además, una insinuación que debo y agradezco a mi colega en la Facul tad de Filosofía y Letras de la Universidad de Extremadura, el catedrático de filología latina D. Eustaquio Sánchez Salor. (N. del T. )
75
to de vista, comenzó el siglo XX, la respuesta podría darse con gran exac titud puntual. Con un mismo dato puede ilustrarse cómo las tres carac terísticas primarias de la época estaban unidas al comienzo en una común escena primordial. El siglo XX se abrió espectacularmente revelador el 22 de abril de 1915 con la primera gran utilización de gases de cloro como medio de combate por un «regimiento de gas» -creado expresamente pa ra ello- de los ejércitos alemanes del Oeste contra posiciones franco-cana dienses de infantería en el arco norte de Ieper. Durante las semanas pre cedentes en ese sector del frente soldados alemanes, sin que el enemigo se diera cuenta, habían instalado en batería al borde de las trincheras ale manas miles de botellas de gas escondidas de tipo desconocido hasta en tonces. A las 18 horas en punto pioneros del nuevo regimiento, bajo el mando del coronel Max Peterson, con viento dominante del norte y nor deste, abrieron 1. 600 botellas llenas de cloro grandes (40 kg) y 4. 130 más pequeñas (20 kg). Mediante ese «escape» de la substancia licuefactada unas 150 toneladas de cloro se desplegaron convertidas en una nube de gas de aproximadamente 6 kilómetros de anchura y 600 a 900 metros de profun didad76. Una toma aérea conservó para la memoria el desarrollo de esa pri mera nube tóxica de guerra sobre el frente de Ieper. El viento favorable impulsó la nube a una velocidad de 2 hasta 3 metros por segundo contra las posiciones francesas; la concentración del gas tóxico se calculó en un 0,5 por ciento aproximadamente: durante un tiempo de exposición prolon gado ello produjo daños gravísimos en vías respiratorias y pulmones.
El general francés Jean-Jules Henry Mordacq (1868-1943), que se en contraba entonces a 5 kilómetros del frente, recibió poco después de las 18:20 horas una llamada telefónica de campaña, en la que un oficial del primer regimiento de tirailleurs anunciaba la aparición de nubes de humo amarillentas, que llegaban de las trincheras alemanas a las posiciones fran cesas7. A causa de esa alarma, dudosa al comienzo pero confirmada des pués por nuevas llamadas, Mordacq montó a caballo junto con sus ayu dantes para examinar por sí mismo la situación del frente, y tras corto tiempo aparecieron en él mismo y en sus acompañantes trastornos respi ratorios, irritación bronquial y fuertes zumbidos en los oídos; después de que los caballos se negaran a continuar, el equipo de Mordacq tuvo que acercarse a pie a la zona gaseada. Pronto les salieron al encuentro trope les de soldados horrorizados, corriendo, con las guerreras abiertas, arro
jando las armas, escupiendo sangre, pidiendo agua. Algunos rodaban por
76
Toma aérea del primer ataque alemán con cloro en Ieper el 22 de abril de 1915.
el sueloL luchando en vano por respirar. Hacia las 19:00 horas había abier ta una brecha de 6 kilómetros de anchura en el frente franco-canadiense; entonces avanzaron las tropas alemanas y ocuparon Langemarck78. Para su propia protección las unidades atacantes sólo disponían de almohadillas de isa impregnadas con una solución sódica y un líquido que retenía el cloro, acopladas sobre la boca y la nariz. Mordacq sobrevivió al ataque y publicó sus memorias de guerra en el año de la toma del poder por Hiüer.
El éxito militar de la operación no fue controvertido en ningún mo mento: jxx os días después de los sucesos de Ieper el emperador Guiller mo II va recibió al director científico del programa alemán de gas de com bate, el químico profesor Fritz Haber, director del Instituto Kaiser-Wilhelm para Química física y Electroquímica de Dahlem, en audiencia personal, ascendiéndolo a capitán7". De todos modos, se extendió la opinión de que las tropas alemanas, ellas mismas sorprendidas por la eficacia del nuevo método! no habrían sabido rentabilizar con energía suficiente su triunfo del 22 de abril. Por el contrario, los datos sobre el número de victimas di fieren Stucho, antes como ahora: según fuentes no oficiales francesas sólo habría habido 625 afectados por el gas, de los cuales no más de 3 habrían sucumbido por el envenenamiento, mientras que, según informes alema
77
nes iniciales, habría que contar con 15. 000 intoxicados y 5. 000 muertos, can tidades que, ciertamente, en el transcurso de la investigación se han ido rectificando continuamente a la baja. Es evidente que en esas diferencias se manifiestan controversias interpretativas, que muestran a todas luces di ferentes el sentido técnico-militar y moral de las operaciones. En un in forme canadiense de la autopsia realizada a una victima del gas en una de las zonas del frente más afectada se dice: «Al extraer los pulmones se de rramaron cantidades considerables de un líquido espumoso amarillo cla ro, evidentemente con gran contenido de material albuminoso. . . Las venas de la superficie del cerebro estaban obstruidas en alto grado, todos los pe queños vasos sanguíneos habían aparecido ostensiblemente»80.
Mientras que el desdichado siglo XX se dispone hoy a entrar en los li bros de historia como la «época de los extremos»81y le va consumiendo la inactualidad progresiva de sus líneas de lucha y conceptos movilizadores -sus guiones para la historia universal no están menos amarillentos que las proclamas de los teólogos medievales para la liberación del Santo Sepul cro-, se manifiesta con creciente nitidez uno de los modelos técnicos del siglo pasado. Se le podía llamar la introducción del medio ambiente en la lucha de los adversarios.
Desde que hay artillerías pertenece al oficio de los defensores y seño res de la guerra el dirigirse al enemigo y sus escudos protectores con tiros inmediatos. Quien pretende eliminar a un contrario según las reglas del arte militar de dar muerte a distancia tiene que establecer, mediante el cañón de una pieza de artillería, una intentio directa a su cuerpo e inmovilizar el objeto puesto en el punto de mira por un impacto suficientemente cer tero. Desde la Edad Media tardía hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial la definición del soldado la constituía el hecho de que consi guiera establecer y «mantener» esa intencionalidad. Durante esa época la virilidad iba codificada, entre otras cosas, por la capacidad y disposición a dar muerte directa y causalmente a un enemigo con la propia mano y el arma propia. El apuntar al adversario es, por decirlo así, la continuación de la lucha a dos con medios balísticos. Por eso el gesto de matar un hom bre a otro queda tan ligado a la idea preburguesa de valor personal y po sible heroísmo que siguió actuando, por muy anacrónico que fuera, inclu so bajo condiciones de combate a distancia y batalla anónima con material técnico. Si los miembros de los ejércitos del siglo XX pudieron ser de la opinión de que ejercían todavía un oficio «varonil» y, bajo premisas béli-
78
Instalación de botellas de cloro en
las trincheras alemanas de primera línea.
cas, «honrado», fue apelando al riesgo del inmediato encuentro a muerte. Su manifestación técnico-armamentística es el fusil con bayoneta calada: si por algún motivo fallaba la eliminación (burguesa) del enemigo por dis paros a distancia, el fusil siempre ofrecía la posibilidad de regresar al (no ble y arcaico) horadamiento directo desde cerca.
Se recordará el siglo XX como la época cuya idea decisiva consistió en apuntar no ya al cuerpo de un enemigo sino a su medio ambiente. Esta es la idea fundamental del terror en un sentido más explícito y más acomo dado a los tiempos. Su principio lo puso Shakespeare proféticamente en boca de Shylock: «Me quitáis mi vida si me quitáis los medios por los que vivo»82. Entre esos medios, hoy han pasado a ser el centro de atención, jun to a las económicas, también las condiciones ecológicas y psicosociales de la existencia humana. En los nuevos procedimientos para gestionar desde el medio ambiente o entorno del enemigo la sustración de sus condicio nes de vida aparecen los perfiles de un concepto específicamente moder no, post-hegeliano, del horror81.
El horror del siglo XX es esencialmente más que el puedo-porque-quie- ro, con el que la autoconciencia jacobina pasó por encima de los cadáve res de quienes se interpusieron en su carrera a la libertad; a pesar de se
79
mejanzas formales, se diferencia también fundamentalmente de los aten tados con bombas de los anarquistas y nihilistas en el último tercio del si glo XIX, que intentaban una desestabilización pre-revolucionaria del or den burgués-tardoaristocrático de la sociedad; entre ellos florecía no pocas veces una cómoda y oronda «filosofía de la bomba», que proporcio naba expresión a las fantasías de poder de pequeñoburgueses amigos de la destrucción84. Además, ni metódicamente ni por sus objetivos puede confundírselo con la técnica fobocrática de dictaduras permanentes o emergentes para doblegar a su propia población mediante una mezcla cal culada de «ceremonia y terror»85. Finalmente, hay que mantener alejados de su concepto preciso los innumerables episodios en los que desespera dos concretos, por motivos de venganza, paranoides o erostrasianos, se apropian de modernos medios de destrucción para escenificar ocasos pun tuales del mundo.
El horror de nuestra época es una forma fenoménica del saber de ex terminio, teórico-medioambientalmente modernizado, gracias al cual el terrorista comprende mejor a sus víctimas de lo que ellas mismas se com prenden. Cuando el cuerpo del enemigo ya no se consigue liquidar por impactos directos, al atacante se le presenta la posibilidad de hacerle im posible la existencia sumergiéndolo durante el tiempo suficiente en un medio sin condiciones de vida.
De esa conclusión surge la moderna «guerra química», como ataque a las funciones vitales del enemigo que dependen del medio ambiente, a sa ber, respiración, regulaciones nervioso-centrales y condiciones de tempe ratura y radiación aptas para la vida. De hecho, aquí se produce el paso de la guerra clásica al terrorismo, en tanto que éste tiene como presupuesto la renuncia al antiguo cruce de aceros entre adversarios de la misma al curnia. El terror actual opera más allá del intercambio ingenuo de golpes armados entre tropas regulares. Lo que le importa es la sustitución de las formas clásicas de lucha por atentados a las condiciones medioambienta les de vida del enemigo. Un cambio así se insinúa cuando se enfrentan ad versarios muy desiguales, como se percibe en la coyuntura actual de las guerras no-estatales y de los roces entre ejércitos estatales y combatientes no-estatales. Sin embargo, es completamente falsa la afirmación de que el terror sea el arma de los débiles. Cualquier mirada a la historia del terror en el siglo XX muestra que fueron los Estados, y entre ellos los fuertes, los primeros que dieron la mano a métodos y medios terroristas.
80
El descubrimiento del «medio ambiente».
Como se reconoce retrospectivamente, la curiosidad histérico-militar de la guerra de gas de 1915 a 1918 consiste en que en ella, a ambos lados del frente, se habían integrado formas patrocinadas oficialmente del terror medioambiental en el ejercicio regular de la guerra de ejércitos reclutados legalmente, bajo desacato consciente del artículo l23a de la Convención de ( mei ra de La Haya de 1907, en el que estaba excluida expresamente la uti- 1i/ai ion de tóxicos y de armas, de cualquier tipo, que acrecentaran el su frimiento, en acciones contra el enemigo y, ante todo, contra la población no combatientes'. Parece que en 1918 los alemanes contaban con más de 9 batallones de gas con cerca de 7. 000 hombres, los aliados con más de 13 ba
81
tallones de «tropas químicas» y más de 12. 000 hombres. No sin razón había expertos que hablaban de una «guerra dentro de la guerra». La fórmula anuncia la liberación del exterminismo de la moderación de la violencia bélica. Numerosas manifestaciones de soldados de la Primera Guerra Mundial, sobre todo de oficiales de profesión de procedencia noble, ates tiguan que consideraban que la lucha con gas era una degeneración, des honrosa para todos los participantes, del modo de llevar una guerra. Sin embargo, apenas se ha transmitido algún caso en el que un integrante del ejército se opusiera abiertamente a la nueva «ley de la guerra»87.
El descubrimiento del «medio ambiente» tuvo lugar en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, en las que los soldados de ambos lados se habían hecho tan inalcanzables para la munición de armas o explosivos pensada para ellos que el problema de la guerra-de-atmósferas hubo de plantearse acuciantemente. Lo que después se llamó guerra de gas (más tarde aún, guerra aérea de bombas) se ofrecía como su solución técnica: su principio consistía en envolver al enemigo el tiempo suficiente -lo que en la práctica significaba al menos unos minutos- en una nube de mate riales contaminantes, de oportuna «concentración táctica», hasta que ca yera víctima de su propia necesidad natural de respirar. (La producción de nubes psicológicas de material contaminante sobre la propia población es asunto, por regla general, de los medios de masas de los grupos belige rantes: éstos transforman su imperativo de informar en una complicidad involuntaria con los terroristas, dado que, con gesto honrado, generalizan los horrores locales supranacionalmente. ) Esas nubes tóxicas no se com ponían prácticamente nunca de gases en sentido físico, sino de partículas finísimas de polvo, liberadas por la descarga de los explosivos. Con ello apareció el fenómeno de una segunda artillería, que ya no apuntaba di rectamente a los soldados enemigos y sus posiciones, sino más bien al en torno de aire de los cuerpos del enemigo. En consecuencia, el concepto de «blanco» se movilizó siguiendo una lógica borrosa: lo que estaba sufi cientemente cerca del objeto podía valer desde ahora como suficiente mente exacto y, por ello, operativamente dominado8. En una fase posterior los proyectiles altamente explosivos de la artillería clásica se recombinaron con los proyectiles generadores de niebla de la nueva artillería de gas. Una investigación febril se ocupó entonces de la cuestión de cómo enfrentarse a la rápida dilución de las nubes tóxicas sobre el campo de batalla, cosa que, por regla general, se consiguió a través de aditivos químicos que mo
82
dificaron en el sentido deseado el comportamiento altamente volátil de las partículas de polvo de combate. A consecuencia de los acontecimientos de Ieper surgió rápidamente de la nada una especie de climatología militar, de la que no se dice demasiado poco si se la reconoce como el fenómeno directriz del terrorismo.
El saber de nubes tóxicas es la primera ciencia con la que el siglo XX muestra su documento de identidad89. Antes del 22 de abril de 1915 esa afirmación habría sido patafísica; posteriormente ha de valer como el nú cleo de una ontología de la actualidad. Explícita el fenómeno del espacio irrespirable, que iba implícito tradicionalmente en la idea de miasma. El estatuto poco claro hasta hoy día del saber de nubes tóxicas o de la teoría de espacios invivibles dentro de la climatología sólo deja claro que la te oría del clima no se ha emancipado todavía de su obnubilación científico- natural. Como mostraremos, fue, verdaderamente, la más temprana de las nuevas ciencias humanas que surgieron del saber de la guerra mundial90.
El desarrollo fulminante de aparatos militares protectores de la respi ración (popularmente, máscaras de gas de tropas regulares) delata la aco modación de las tropas a una situación en la que la respiración humana estaba en vías de asumir un papel directo en los acontecimientos bélicos. Fritz Haber pudo pronto hacerse festejar como el padre de la máscara de gas. Cuando se llega a saber por la literatura histórico-militar que, entre fe brero yjunio de 1916, sólo entre las tropas alemanas en Verdún fueron re partidas por el depósito correspondiente de la zona de retaguardia cerca de 5 millones y medio de máscaras de gas, así como 4. 300 aparatos de pro tección de oxígeno (la mayoría de las veces tomados de la explotación mi nera) dotados con 2 millones de litros de oxígeno91, se hace evidente en cifras en qué medida ya en ese momento la guerra «ecologizada», transfe rida a un entorno atmosférico, se había convertido en una lucha alrede dor de los potenciales respiratorios de las partes enemigas. La lucha in cluyó entonces los puntos débiles biológicos de las partes en conflicto. La imagen de la máscara de gas, que se hizo rápidamente popular, manifies ta que el atacado intentó liberarse de su dependencia del entorno inme diato de aire respirable, escondiéndose tras un filtro de aire -un primer paso al principio de aire acondicionado, que se basa en el desacoplamien to de un volumen definido de aire del aire del entorno-. A ello corres ponde, por el lado atacante, una escalada del ataque a la atmósfera me diante la utilización de materiales tóxicos que penetraran por los aparatos
83
protectores de la respiración enemigos; desde el verano de 1917, químicos y oficiales alemanes comenzaron a utilizar como material bélico el sulfuro de etilo diclorado, conocido como «cruz azul» o «clark I», que, en forma de finísimas partículas de material en suspensión, era capaz de superar los filtros protectores de la respiración enemigos, un efecto del que los afec tados dejaron constancia con la expresión «rompedor de máscaras». Al mismo tiempo, la artillería de gas alemana introdujo en el frente occiden tal contra las tropas británicas el nuevo gas de combate cruz amarilla o lost92, que, incluso en cantidades mínimas, al contacto con la piel o roce con las mucosas de los ojos y vías respiratorias provocaba estragos en el or ganismo, sobre todo pérdidas de la vista y disfunciones nerviosas catastró ficas. Entre las víctimas más conocidas del lost o iperita en el frente occi dental se contaba el cabo Adolf Hitler, que la noche del 13al 14de octubre de 1918 en una colina cerca de Wervick (La Montagne), al sur de Ieper, se vio implicado en uno de los últimos ataques con gas de la Primera Guerra Mundial, llevado a cabo por los británicos. En sus memorias declaraba que la mañana del 14 sus ojos se habían convertido en algo así como carbones incandescentes; que, además, tras los sucesos del 9 de noviembre en Ale mania, que él vivió simplemente de oídas en el hospital militar Pasewalk de Pomerania, había sufrido una recaída en la pérdida de la visión que le causó el lost, durante la cual habría tomado la decisión de «hacerse polí tico». En la primavera de 1944 Hitler manifestó a Speer, en vistas de la de rrota que se acercaba, que albergaba el temor de perder otra vez la vista, como entonces. El trauma del gas estuvo presente en él hasta el final, co mo rastro nervioso. Parece que entre los determinantes técnico-militares de la Segunda Guerra Mundial desempeñó un papel el hecho de que, a cau sa de esos sucesos, Hitler introdujera una comprensión idiosincrásica del gas en su concepción personal de la guerra, por una parte, y de la praxis del genocidio, por otra93.
En su primera aparición la guerra de gas reunió en estrecho consorcio los criterios operativos del siglo XX: terrorismo, conciencia del design y planteamiento medioambiental. El concepto exacto de terror presupone, como se ha mostrado, un concepto explícito de medio ambiente, porque el terror representa el desplazamiento de la acción destructiva desde el «sistema» (aquí, desde el cuerpo enemigo físicamente concreto) a su «me dio ambiente» (en este caso, al entorno atmosférico en el que se mueven
84
los cuerpos enemigos, obligados a respirar). De ahí que la acción terroris ta ya posea siempre, por sí misma, un carácter atentatorio, pues a la defi nición de atentado (en latín: attentatum, intento, tentativa de asesinato) no sólo pertenece un golpe sorpresivo desde la emboscadura, sino también el aprovechamiento maligno de los hábitos de vida de las víctimas. En la gue rra de gas se incluyen estratos profundísimos de la condición biológica de los seres humanos en los ataques a ellos mismos: el hábito ineludible de respirar se vuelve contra los respirantes de tal modo que éstos se convier ten en cómplices involuntarios de su destrucción, suponiendo que el te rrorista de gas consiga acorralar a las víctimas en el entorno tóxico el tiem po necesario hasta que éstas, por inhalaciones inevitables, se entreguen al medio ambiente irrespirable. No sólo es la desesperación, según observa ba Jean-Paul Sartre, es un atentado del ser humano contra sí mismo; el atentado al aire del terrorista de gas produce en los atacados la desespe ración de verse obligados a cooperar en la extinción de su propia vida, de bido a que no pueden dejar de respirar.
Con el fenómeno guerra de gas se alcanza un nuevo plano explicativo para premisas climáticas y atmosféricas de existencia humana. En él la in mersión de los vivientes en un medio respirable se lleva a una elaboración formal. Desde el comienzo el principio design se incluye en este envite ex plicativo, ya que la manipulación operativa de ambientes gaseados en te rrenos abiertos obliga a una serie de innovaciones atmotécnicas. Por su causa, las nubes tóxicas de combate se convirtieron en una tarea de diseño productivo. Los combatientes movilizados como soldados normales en los frentes de gas, tanto en el oeste como en el este, se vieron enfrentados al problema de desarrollar rutinas para el diseño regional de atmósferas. La instalación o producción artificial de nubes de polvo de combate exigía una coordinación eficiente de los factores generadores de nubes bajo cri terios de concentración, difusión, sedimentación, coherencia, masa, ex pansión y movimiento. Con ello se anunciaba una meteorología nueva, de dicada a «precipitaciones» de un tipo muy especial.
Un baluarte de este saber especial se encontraba en el Instituto Kaiser- Wilhelm para Química física y Electroquímica, dirigido por Fritz Haber, en Berlín-Dahlem, una de las direcciones teóricas más ominosas del siglo XX; en correspondencia, también del lado francés y británico existían ins titutos análogos. La mayoría de las veces había que mezclar con estabiliza dores los materiales de combate para conseguir las concentraciones con
85
venientes, que resultaran efectivas en campo abierto. Ante el principio de finitivo de la producción selectiva de nubes tóxicas sobre un terreno defi nido, necesariamente delimitado con vaguedad bajo condiciones-outdoors, sólo representaba una diferencia tecnológica relativamente insignificante que esas precipitaciones tóxicas se consiguieran sometiendo a secciones del frente a un fuego continuado de granadas de gas o «vaciando» a favor del viento botellas de gas dispuestas en línea. En un ataque de la artillería de gas alemana con gas cruz-verde-difosgeno cerca de Fleury, en el Maas, durante la noche del 22 al 23 de junio de 1916, se partió de una consisten cia de nube, necesaria para provocar la muerte en terrenos abiertos, que garantizaría, al menos, 50 disparos de obús o 100 de cañón por hectárea y minuto, valores que no se alcanzaron del todo, puesto que a la mañana si guiente los franceses «únicamente» hubieron de lamentar 1. 600 intoxica dos y 90 muertos sobre el campo94.
Lo decisivo fue que la técnica, por medio del terrorismo de gas, apare ció en el horizonte de un diseño de lo inobjetivo, y por ello temas latentes como calidad física del aire, aditivos artificiales de la atmósfera y demás factores conformadores de clima en espacios de residencia humanos caye ron bajo presión explicativa. Por la explicación progresiva el humanismo y el terrorismo se encadenan uno a otro. El premio Nobel Fritz Haber se declaró durante toda su vida humanista y patriota ardiente. Como afirmó solemnemente en su, por decirlo así, trágico escrito de despedida, dirigi do a su Instituto el 1 de octubre de 1933, estaba orgulloso de haber traba
jado por la patria, en la guerra, por la humanidad, en la paz.
El terrorismo diluye la diferencia entre violencia contra personas y vio lencia contra cosas desde el flanco del medio ambiente: es violencia contra aquellas «cosas»-humano-circundantes, sin las cuales las personas no pue den seguir siendo personas. La violencia contra el aire respirable de grupos transforma la inmediata envoltura atmosférica de seres humanos en algo de cuya vulnerabilidad o invulnerabilidad puede disponerse en el futuro. Sólo reaccionando a la privación terrorista, el aire y la atmósfera -medios de vida primarios tanto en sentido físico como metafórico- pudieron con vertirse en objeto de previsión explícita y de atención aerotécnica, médica,
jurídica, política, estética y teórico-cultural. En ese sentido, la teoría del ai re y la técnica del clima no son meros sedimentos del saber de la guerra y la posguerra, ni, eo ipso, objetos primeros de una ciencia de la paz, que só
86
lo pudo surgir a la sombra del estrés95de guerra, sino, ante todo, son for mas de saber primarias post-terroristas. Llamarlas así significa ya explicar por qué tal saber sólo ha sido mantenido hasta ahora en contextos lábiles, incoherentes y escasos de autoridad; quizá la idea de que pueda haber algo así como auténticos expertos en el terror sea, como tal, híbrida.
Analíticos y combatientes profesionales del terror muestran un interés notable en ignorar su naturaleza a alto nivel, un fenómeno para el que proporcionó evidencia clara el desvalimiento elaborado de la avalancha de declaraciones de expertos tras el atentado al World Trade Center de Nue va York y al Pentágono de Washington el 11 de septiembre de 2001. El te nor de casi todas las manifestaciones sobre el atentado a los símbolos pro minentes de Estados Unidos era el de que uno se sentía sorprendido, como el resto del mundo, por lo ocurrido, pero confirmado, sin embargo, en la tesis de que hay cosas frente a las cuales uno no puede protegerse nunca lo suficiente. En la campaña-War-on-Terror de las televisiones de Es tados Unidos, que se habían puesto en cortocircuito con los comunicados del Pentágono para regular su lenguaje, reorientado, casi sin excepción, a la propaganda, no se habló ni siquiera una vez de una noción elemental como la de que el terrorismo no es un enemigo, sino un modus operandi, un método de lucha, que por regla general se reparte entre ambos lados de un conflicto, razón por la cual «guerra contra el terrorismo» es una for mulación carente de sentido96. Eleva una alegoría a la condición de ene migo político. En cuanto se pone entre paréntesis la exigencia de tomar partido y se sigue el principio de los procesos de paz, también el de escu char al enemigo, resulta evidente que un acto terrorista aislado nunca constituye un comienzo absoluto. No hay ningún acte gratuit terrorista, ningún «hágase» originario del horror. Todo atentado terrorista se entiende como contraataque dentro de una serie, que en cada caso se considera ini ciada por el adversario. Así pues, el terrorismo se concibe a sí mismo anti- terroristamente; esto vale incluso para la «escena originaria» del frente de Ieper en 1915, no sólo porque de ella se siguió inmediatamente la secuen cia acostumbrada de contraataques y contra-contraataques, sino porque del lado alemán se pudo apelar verídicamente al hecho de que los france ses y británicos ya habían utilizado antes munición de gas97. El comienzo del terror no es el atentado concreto llevado a cabo desde uno de los la dos, sino más bien la voluntad y la disposición de los partners en conflicto a operar en un campo de batalla ampliado. Por la ampliación de la zona
87
de lucha se hace perceptible el principio explicación en el proceder bélico: el enemigo se explícita como un objeto en el medio ambiente, cuya elimi nación equivale a una condición de supervivencia del sistema. El terroris mo es la explicación del otro b¿yo el punto de vista de su exterminabili- dad98. Si la guerra significa desde siempre un comportamiento frente al enemigo, sólo el terrorismo desvela su «esencia». En cuanto desaparece la moderación de las desavenencias, conforme al derecho de los pueblos, to ma el mando la relación técnica con el enemigo: en tanto que estimula la explicitud de procedimientos, la técnica pone en claro la esencia de la enemistad: que no es otra que la voluntad de extinción de lo que está en frente.
En este relato de la génesis celular la forma redonda y el contenido energético hubieron de actuar uno en otro de tal manera que hicieron po sible que surgiera del mar un primer ser vivo, la mónada nacida de la es puma, nadando en el agua y disuelta en ella, pero ya deslindada de ella, llena de un interior, de un algo propio. Desde el caldo originario molecu lar pequeños interiores originarios, protegidos formalmente, que se con sideran precursores de la vida, emprendieron el camino de la autoinclu- sión. En el modo de hablar de la biología sistémica, constituyen «sistemas semiabiertos», que procesan como espacios de reacción sensitiva con ellos
45
Un coenobium biológico con colonias Filiales: el alga-Volvox como ejemplo evolutivo de la transición de colonias
de unicelulares en formación al individuo pluricelular, globular y sexualmente diferenciado.
mismos y con el entorno. Los fósiles más antiguos que se han encontrado hasta ahora en la Tierra, de más de tres mil quinientos millones de años, los paleobiólogos los interpretan como restos de bacterias originarias; por su forma y lugar de hallazgo se llaman microsferas-Zwazilandia. Su exis tencia demuestra que el misterio de la vida no puede separarse del miste rio de la forma, más exactamente, de la conformación de espacio interior bajo leyes esféricas. Cuando aparecen los unicelulares comienza la historia de lo orgánico como condensación y encapsulamiento esféricos: bajo membranas en forma de globo se concentra el plus que se llamará vida. En el organismo primitivo el espacio está de camino al sí mismo. La primera característica del sí mismo es la capacidad de adoptar una posición por oposición a lo exterior. La posición aparece, por lo que vemos, por plega- miento sobre sí, o por obstinarse en permanecer en un lugar inesperado. ¿Ya en la vida más primitiva hubo de conducir el misterioso camino hacia dentro? 43
Espumas humanas
Por muy impresionante que se presente la conexión entre la morfo logía de la espuma y la zoogénesis primitiva a la luz de las nuevas ciencias de la vida, para nosotros la aventura de las multiplicidades-espacio co mienza sólo con la entrada en contextos antropológicos y teórico-cultura- les. Mediante el concepto espuma describimos aglomeraciones de burbujas en el sentido de los análisis microsferológicos que hemos presentado con anterioridad4. La expresión vale para sistemas o agregados de vecindades esféricas, en los que cada una de las «células» constituye un contexto (di cho en lenguaje usual: un mundo, un lugar) autocomplementante, un es pacio-sentido íntimo, tensionado por resonancias diádicas o multipolares, o un «hogar», que bulle en su animación propia, sólo experimentable por él y en él mismo4’. Cada uno de esos hogares, cada una de esas simbiosis y alianzas es un invernadero de relaciones sui generis. Se podrían calificar ta les conformaciones como «sociedad de a dos»46 (si más tarde no intentá ramos mostrar que la expresión «sociedad» siempre desorienta cuando se aplica a tales objetos). Cuando se forman lugares de ese tipo, el existir- uno-hacia-otro de los asociados en proximidad actúa en cada caso como el auténtico agens de la conformación de espacio; la climatización del espa-
47
Vito Acconci, distribuidor de espacio. «En su posición originaria las paredes conforman un espacio cerrado en forma de caja en medio de la sala. Si alguien quiere entrar en él puede mover hacia un lado una pared. Pero entonces
se encuentra con otra pared en su lugar. . . »
ció interior coexistencial se produce por la extraversión recíproca de los simbiontes, que atemperan el interior común como un fogón antes del fogón47. Cada una de las microsferas constituye en sí un eje propio de lo íntimo. Habrá que mostrar cómo ese eje se dobla individualistamente.
La introversión de cada uno de los hogares no contradice que se aglo meren en alianzas más densas, me refiero a las espumas sociales: el enlace de vecindad y la separación recíproca hay que interpretarlos como dos caras del mismo hecho. En la espuma rige el principio del co-aislamiento, según el cual una y la misma pared de separación sirve de límite en cada caso para dos o más esferas. Tales paredes, que se apropian ambos lados, son las interfaces originarias. Del hecho de que en la espuma físicamente real una burbuja concreta limite con una pluralidad de globos vecinos, que le condicionan la repartición del espacio, puede deducirse una ima gen prototípica para la interpretación de asociaciones sociales: también en el campo humano las células concretas se aglutinan unas con otras por in munizaciones, separaciones y aislamientos recíprocos. Pertenece a las par
48
ticularidades de esa región de objetos el hecho de que el co-aislamiento- múltiple de los hogares-burbujas en sus diversas vecindades pueda descri birse como cierre y como apertura al mundo. Por eso la espuma constitu ye un interior paradójico, en el que la mayor parte de las co-burbujas circundantes son, a la vez, desde mi emplazamiento, vecinas e inaccesibles, y están, a la vez, unidas y apartadas.
En sentido esferológico, las «sociedades» conforman espumas en el sen tido de la palabra que acabamos de delimitar. Esta formulación ha de blo quear tan pronto como sea posible el paso a esa fantasía, con la que grupos tradicionales se procuran una interpretación imaginaria de su ser: la idea según la cual el campo social conforma una totalidad orgánica y está inte grado en una hiperesfera omni-mancomunada y omni-inclusiva. No otra cosa ha aducido la propaganda autoplástica de los imperios y de las ficcio- nes-reino-de-Dios desde tiempos inmemoriales48. En realidad, las «socieda des» sólo son comprensibles como asociaciones agitadas y asimétricas de multiplicidades-espacios y multiplicidades-procesos, cuyas células no pue den estar ni realmente unidas ni realmente separadas. Las «sociedades» se consideran monosferas unidas desde el origen (o gracias a un estatuto ex cepcional) sólo mientras se hipnotizan a sí mismas estimándose como uni dades homogéneas, algo así como pueblos nacionales, genética o teológi camente substanciales. Se presentan como espacios encantados, que gozan de una inmunidad imaginaria y de una comunidad de esencia y elección, mágicamente generalizada. En ese sentido ha adoptado recientemente Sla- voj %iSzek nuestro concepto de la «esfera», aplicándolo críticamente a la disposición mental de Estados Unidos antes de los ataques al World Trade Center49. ¿Es necesario aclarar por qué el comienzo del saber sobre la ac tuación en común de seres humanos reside en la decisión de abandonar el círculo mágico de la hipnosis recíproca? Quien pretenda hablar teórica mente de «sociedad» tiene que operar fuera de la obnubilación del «noso tros». Si se consigue eso se puede uno percatar de que las «sociedades» o los pueblos están constituidos más fluida, híbrida, permeable y promiscua mente ellos mismos de lo que sugieren sus nombres homogéneos.
Cuando hablemos de «sociedad» en lo que sigue, la expresión no de signa ni (como en el nacionalismo violento) un receptáculo monosférico, que incluye una población enumerable de individuos y familias bajo un nombre político esencial o un fantasma constitutivo, ni (como para algu nos teóricos de sistemas) un proceso de comunicación inespaciaP, que se
49
Morphosis (Thom Mayne/Michel Rotondi), Politix (retail store), Portland, Space modulator, 1990.
diversifica en subsistemas. Entendemos bajo «sociedad» un agregado de microsferas (parejas, hogares, empresas, asociaciones) de formato dife rente, que, como las burbujas aisladas en un montón de espuma, limitan unas con otras, se apilan unas sobre y bajo otras, sin ser realmente accesi bles unas para otras, ni efectivamente separables unas de otras51. Hay, cier tamente, según la formulación evocativa de Ernst Bloch, «muchos apo sentos en la casa del mundo», pero no tienen puertas, posiblemente incluso sólo ventanas ciegas, en las que hay pintada una escena exterior. Las burbujas en la espuma, es decir, las parejas y hogares, los equipos y co-
50
Jennie Pineus, Cocoon Chair, 2000.
munidades de supervivencia, son microcontinentes consdtuidos autorre- ferencialmente. Por mucho que pretexten estar unidos con el otro y el ex terior, en principio sólo se arredondan en cada caso en sí mismos. Las uni dades simbióticas son conformadoras de mundo siempre en sí y para sí, junto a grupos-modeladores-de-mundo que hacen lo mismo a su manera y con los que aquéllas están constreñidas bajo el principio del co-aislamien- to, formando un ensamblaje interactivo. Parece que sus semejanzas mu tuas permiten sacar la conclusión de que estuvieran recíprocamente en in tensa comunicación y ampliamente abiertas unas para otras; en realidad, la mayoría de las veces sólo se asemejan unas a otras a causa de su génesis en oleadas comunes de imitación’2y a causa de análogas dotaciones me diáticas. Operadvamente, la mayoría de las veces no tienen prácticamente nada que ver unas con otras. (Piénsese en los ocupantes de vehículos, que viajan en filas unos tras otros: cada grupo de viajeros conforma dentro una
51
Alfons Schilling, Sombrero cámara oscura, 1984.
célula resonante, entre los vehículos sin embargo reina el aislamiento, y así está bien, puesto que comunicación significaría colisión. ) Su sintonía no se produce por intercambio directo entre las células, sino por la infiltra ción mimética de normas, estímulos, mercancías contagiosas y símbolos se mejantes. En otros tiempos estas tesis había que demostrarlas, ante todo, con el ejemplo de las familias nucleadas, pues las parejas dispuestas a la re producción conforman desde siempre (y seguramente también para el fu turo) el ejemplo más plausible de diadas capaces de crecimiento. En el presente nuestros diagnósticos pueden ampliarse a parejas sin hijos, in cluso a quienes viven solos en sus iormas-cocooning especiales (como, por ejemplo, la culturBrtakotsubojaponesa, la escena-autismo-marmita-de-cala- mar58) . Subrayamos que la célula en la espuma no consiste en el individuo abstracto, sino en una estructura diádica o multipolar54. Es claro que la teo ría de la espuma está orientada neo-monadológicamente: sus mónadas, sin embargo, tienen la forma fundamental de diadas o configuraciones espa cio-anímicas más complejas, con espíritu de comuna y de equipo.
52
Desde la perspectiva técnico-mediática la «sociedad» de células de es puma es un médium turbio, que posee una cierta conductibilidad para in formaciones y una cierta permeabilidad para materiales. Pero no transmi te efusiones de verdades inmediatas. Si Einstein viviera en la casa de al lado, no por eso sabría yo más sobre el universo. Si el Hijo de Dios hubie ra vivido durante años en mi misma planta, en el mejor de los casos me en teraría sólo posteriormente de quién había sido mi vecino. Desde cada uno de los lugares en la espuma se abren perspectivas a lo colindante, pe ro no hay a disposición vistas panorámicas generales, en el caso más am bicioso dentro de una burbuja se formulan hipérboles, que resultan útiles en numerosas burbujas vecinas. Selectivamente pueden transmitirse noti cias, pero no hay salidas al todo. Para la teoría, que acepta el ser-en-la-es- puma como determinación primaria de la situación, las super-visiones con cluyentes del mundo-uno no sólo resultan inaccesibles, sino imposibles, y, si se entiende bien, tampoco deseables.
Quien habla de espumas en ese tono se ha despedido del símbolo cen tral de la metafísica clásica, de la monosfera omnicomprensiva: del uno en forma esférica y de su proyección en construcciones centrales panópticas. Ellas condujeron, lógicamente, al sistema enciclopédico, políticamente, al espacio-urbi-et-orbi imperial (de cuyos destinos se informó en los capítulos 3 y 7 de Esferas I I ) , policialmente, a la forma del panóptico de vigilancia, mi litarmente, a una ontología-pentágono paranoide. Innecesario decir que tales centralismos sólo tienen ya interés histórico. Como sistemas de ve cindades asimétricas entre invernaderos de intimidad y mundos propios de tamaño mediano, las espumas son medio transparentes, medio opacas. Toda situación en la espuma significa un relativo ensamblaje de visión en derredor y ceguera; todo ser-en-el-mundo, entendido como ser-en-la-es- puma, abre un claro en lo impenetrable. El giro a una ontología pluralis ta ya fue tomado en cuenta previsoriamente en la moderna biología y me- tabiología, desde que, gracias a la introducción del concepto de entorno, llegó a una nueva visión de su objeto:
Fue un error creer que el mundo humano proporcionara una plataforma común para todos los seres vivos. Todo ser vivo tiene una plataforma especial, que es tan real como la plataforma especial de los seres humanos. [. . . ] Por ese reconoci miento conseguimos una nueva visión del universo. Este no consiste en una única pompa de jabón, que hubiéramos inflado soplando por encima de nuestro hori
53
zonte hasta el infinito, sino en millones y millones de pompas de jabón estrecha mente delimitadas que se cruzan e interfieren por todas partes**.
La reunión de innumerables «pompas dejabón» endocósmicas, pues, ya no hay que pensarla a la manera del monocosmos de la metafísica, en el que la plétora de los existentes fue convocada bajo un logos común a to do. En lugar de la super-pompa-de^jabón filosófica, de la mónada-todo del mundo-uno -de cuyas formas hemos dado cuenta en los capítulos 4 y 5 de Esferas II, sobre todo- aparece una aglomeración policósmica, que puede describirse como agrupación de grupos, como espuma semi-opaca com puesta de estructuras espaciales conformadoras de mundo. Es importante comprender que esa multiplicidad ilimitada de modos de existencia sensi ble en entornos estructurados con sentido ya está desarrollada en el nivel de la inteligencia animal, y, por lo que sabemos, no existe animal alguno que haga el inventario de todos los demás animales y los refiera a sí mis mo. Por su parte, los seres humanos, tras la atenuación del delirio (antro- po, etno, ego, logo) centrista, quizá se hagan ideas algo más razonables de su existencia en un medio compuesto de espumas ontológicas. Entonces se entenderá por qué Herder hablaba más bien del pasado que del futuro cuando escribió: «Toda nación tiene en sí su punto medio de felicidad, co mo toda esfera su centro de gravedad»56. Algunas formulaciones muy ade lantadas de teóricos contemporáneos del ciber-espacio ofrecen un primer concepto de modos de ser elásticos de diseños descentrados del mundo. Pierre Lévy escribe en su ensayo sobre la productividad semiótica de la «in teligencia colectiva» entendida emergentemente:
En el espacio del saber se unifica el aliento activo de los implicados, pero no para conseguir una fusión hipotética de los individuos, sino para hacer subirjun tas miles de pompas de jabón tornasoladas, que son otros tantos universos provi sionales, otros tantos mundos de significado compartido*7.
Dado que las conformaciones de mundo siempre se expresan también arquitectónicamente, más exactamente, en la tensión sinérgica entre bie nes muebles e inmuebles, hay que tener en consideración los procesos es- feropoiéticos, que se materializan bajo forma de espacios habitados, edifi cios y aglomeraciones arquitectónicas. De acuerdo con una idea de Le Corbusier, se puede comparar un edificio con una pompa de jabón: «La
54
pompa dejabón es perfectamente armónica cuando el aliento está bien re partido, bien regulado desde dentro. El exterior es el resultado de un in terior»58.
Las espumas en la época del saber
Las cosas delicadas se convierten tarde en objeto: eso es lo que tienen en común con numerosas obviedades aparentes, que sólo consiguen saltar a la vista cuando se pierden, y, por regla general, se pierden desde el ins tante en que se introducen en comparaciones en las que se desvanece su facticidad inocente. El aire, que respiramos sin damos cuenta; las situa ciones, impregnadas de estados de ánimo, en las que inconscientemente existimos incluidos-incluyentes; las atmósferas, imperceptibles por eviden tes, en las que vivimos, existimos y somos, todas esas cosas representan re trasos en el espacio temático, porque, antes de que se les pudiera prestar atención explícitamente, como naturalezas eternas o bienes de consumo parecían proporcionar un decorado de fondo a priori para nuestro ser-ahí y ser-aquí. Constituyen advertencias tardías, que sólo por su manipulabili- dad, recientemente demostrada, tanto en sentido constructivo como des tructivo, se han convertido en carreras temáticas y técnicas. Consideradas hasta ahora como pre-aportaciones discretas del ser, hubieron de conver tirse en objetos de la atención antes de que llegaran a ser objetos de la teo ría. Tuvieron que ser vividas como algo frágil, extraviable y destruible an tes de que llegaran a convertirse en campos de trabajo laborables para fenomenólogos del aire y del estado de ánimo, para terapeutas de la rela ción, para ingenieros de atmósferas y arquitectos de interiores; tuvieron que convertirse en irrespirables antes de que los seres humanos aprendie ran a comprenderse como guardianes, reconstructores y re-inventores de lo que hasta entonces era sólo algo dado por supuesto.
El trasfondo rompe su silencio sólo cuando hay procesos en el primer plano que superan su capacidad de resistencia. ¿Cuántas catástrofes eco lógicas y militares reales se necesitaron antes de que pudiera decirse con precisión cómo se instalan entornos atmosféricos humanamente respira- bles? ¿Cuánta ignorancia de las premisas atmosféricas de la existencia hu mana hubo de acumularse en la teoría y la praxis antes de que la atención de un pensamiento radicalizado fuera capaz de sumergirse en la esencia de los estados de ánimo59, para trascender después hacia las constituciones del ser-en en ámbitos absolutamente generales y hacia los modi de inclu-
55
Vista del interior de la cabeza de una mosca con ayuda de un microscopio radioscópico.
sión existencial en relaciones de totalidad60(para la que utilizamos recien temente la expresión inmersión)? ¿Cuánto hubo de desviarse la oscilación del péndulo en dirección a incomprensiones individualistas y desolaciones auüstas antes de que el valor propio de los fenómenos de resonancia y en samblaje interpsíquico en espacios de animación pudiera manifestarse lingüísticamente sin recortes, aunque sólo fuera a medias? ¿Cuánto des cuido progresivamente enmascarado tuvo que devastar las relaciones de proximidad humanas antes de que el significado constitutivo de relaciones de familia y de pareja suficientemente buenas pudiera ser descrito con fundamental respeto? 61
Todo lo muy explícito se convierte en algo demoníaco. Quien se aven-
56
Electrones hechos visibles en una cámara de Wilson.
tura a explicitar realidades de trasfondo, que antes estaban suspendidas tá citamente en lo consabido, pensado -más bien, incluso, en lo nunca sabi do, nunca pensado-, reconoce una situación, en la que la escasez de lo presumible y callable ha avanzado y sigue progresando imparablemente. ;Ay de aquel que oculta desiertos! Ahora hay que reconstruir artificial mente lo que antes parecía dado como recurso natural. Uno se ve obliga do a articular con esmero impertinente y detalle provocativo lo que en otro tiempo seguramente resonaba como una connotación apacible. En ese giro a lo explícito se manifiesta la función moderna de la ciencia de la cultura. Se presenta como la agente de explicaciones civilizatorias en ge neral. Respecto de ella hay que mostrar que a partir de ahora ha de ser
57
siempre también ciencia de la técnica y práctica administrativa para el tra bajo en invernaderos culturales. Después de que las culturas -precisamen te ellas- hayan dejado de parecer instaladas, hay que preocuparse de su permanencia y de su regeneración cultivándolas, volviéndolas a describir, filtrándolas, explicándolas, reformándolas: la cultura de las culturas se convertirá en el criterio de civilización en la era de la explicación del tras fondo.
Para ser absolutamente contemporáneo hay que presuponer que ape nas hay algo todavía que presuponer. Comencemos en este lugar a articu larextrañaypormenorizadamenteloque,deacuerdoconel Stateoftheart, podemos decir respecto a nuestro ser-en-el-mundo; describamos (con los fenomenólogos) con amplitud de miras y explicitud en qué relaciones glo bales o situaciones envolventes nos vemos introducidos; proyectemos y construyamos, finalmente (con los tecnólogos mediáticos, los arquitectos de interiores, los médicos laborales, los diseñadores de atmósferas), las es- pacialidades, las atmósferas y las situaciones envolventes en las que nos mantendremos según nuestros propios planes y valoraciones: así, en esas actividades constructivas y reconstructivas siguen actuando las enajenacio nes que han liquidado las obviedades, sin permitirles el regreso a una nue va vigencia. Si vuelven, es que son productos de explicación u objetos dig nos de conservación. Estarán bajo la vigilancia de una preocupación sociopolítica permanente o del nuevo diseño técnico. Lo que era «mundo de la vida» ha de convertirse en técnica climática.
Revolución, rotación, invasión
El demonismo de lo explícito es el rastro de la historia de la civiliza ción. Crece en la medida en la que la Modernidad efectúa el progreso en la conciencia de la artificialidad. Si lo antes oculto en el trasfondo avanza a primer plano, si lo no mencionado desde tiempos inmemoriales hay que exhibirlo temáticamente desde hace poco, si el pliegue de lo implícito se extiende y se proyecta en la superficie luminosa, en la que todo detalle oculto antes en el interior se presenta fuera, en visualidad igualmente cla ra y extensión uniforme, entonces esos sucesos son testimonios de un mo vimiento en el que los sapientes cambian radicalmente su posición frente a los objetos, que ahora se saben así y que antes fueron sabidos de otro mo
58
do o no sabidos. En vistas de tal cambio de posición, la gastada metáfora de la revolución, como una subversión fundamental de relaciones entre cuerpos y roles, puede acceder por última vez a los honores teórico-cog- noscitivos (para luego quedar almacenada definitivamente en el archivo de los conceptos liquidados).
Lo que significa «revolución» como mejor puede explicarse es con la mirada puesta en las innovaciones de los anatomistas del siglo XVI, que em prendieron la tarea de abrir por incisiones el interior del cuerpo humano y darlo a conocer mediante figuras descriptivamente adecuadas. Puede ser que la «revolución» de Vesalio tuviera más consecuencias para la auto- comprensión de los seres humanos occidentales que el desde hace mucho tiempo supercitado y malinterpretado giro copemicano. En tanto que la anatomía tempranomodema enfrentó a la oscuridad tradicional de la cor poralidad propia sus mapas de órganos y dibujos de la arquitectura del mundo maquinario interno -no en vano el opus magnum de Vesalio lleva el título De humani corporisfabricar-, contemplado con nueva precisión, des plegó el fundamento interior somático, escaso de imágenes, de la auto- adherencia y dio al saber-propio de los sujetos-cuerpos un giro, por el cual ya no podía encontrarse nada de lo de antes en el mismo lugar del ser y del saber. Ahora tengo que mirar los mapas anatómicos y aceptar su men saje. ¡Eso eres tú! ¡Así apareces por dentro en cuanto los sabios te exami nan con su escalpelo! Ninguna mauvaisefoi anti-anatómica puede ayudar a recuperar la ingenuidad del ser-ahí como ser-corporal antes del poder- operar. Los actores de la Epoca Moderna participan, quieran o no, en un giro quasi autoquirúrgico. Incluso quien no tiene que ocuparse por profe sión, como especialista en autopsias, con cortes en el tejido orgánico, co mo participante en la cultura es transferido virtualmente a un punto de sa ber y de operación, en el que no puede hacer otra cosa que instalarse en el orden del gran viraje frente al antiguo universo-cuerpo interior. Com prender el propio espacio-interior-cuerpo desde la posibilidad de su ena
jenación anatómica: éste es el resultado cognitivo primario de la «revolu ción» de la Epoca Moderna, comparable sólo con la fuerza transformadora de la imagen del mundo de la primera circunnavegación terrestre llevada a cabo por Magallanes y Elcano62.
Como hábito cognitivo, es lo mismo dar la vuelta a la Tierra y reflejar lo en mapas, que abrir el cuerpo humano por todas partes y representarlo gráficamente desde todas las perspectivas. Ambas operaciones pertenecen
59
Andrea Vesalio, De humani corporis fabrica, séptima figura de los músculos.
a la gran rotación que transforma el ángulo (klima) del saber de cosas y es tados de cosas. Making It Explicit, esto significa desde el comienzo de la Edad Moderna: participar en la revolución del mundo corporal a través de la capacidad operativa de los anatomistas y constituirse como autoopera- dor virtual desde un ángulo radicalmente transformado del trato consigo mismo, «un objeto sólo nos resulta claro desde un ángulo de 45 grados»'*. La época moderna es época de anatomistas, la época de los cortes, de las invasiones, de las penetraciones, de las implantaciones en el continente os curo, el antiguo Leteo.
En una fase muy posterior, después de que las abstracciones académi cas hubieran llegado a desfigurar las relaciones fundamentales operativas del saber moderno, los filósofos pudieron caer en la cuenta de que el ex- plicitar fuera una operación discursiva y concerniera en primera línea a la administración de la cuenta corriente de opinión y convicción de un ha blante64. ¿Todo ser humano que habla sería, pues, un especulador en la bol sa de las afirmaciones, y la filosofía actuaría como controladora de la bolsa? El auténtico significado de la explicación está en otro campo: la gran ca racterística de las relaciones modernas de saber no la constituye el hecho de que los «sujetos» puedan mirarse al espejo en sí mismos o rendir cuen tas ante el público sobre los motivos de sus opiniones, sino que se operen a sí mismos y tengan planos ante sí de la oscuridad propia, en parte acla rada, que les señalen puntos de intervención potencial para la auto-inter vención. No hay que dejarse confundir por la repartición del trabajo entre cirujanos y no cirujanos: quien, según Vesalio, es «sujeto», vive, esté de acuerdo o no, en un espacio autooperativamente curvo. Modernamente ya no puedo ser yo mismo auténticamente, es decir en coherencia con el ni vel cultural, mientras haga abstracción de mi cirujano potencial. Cuando los seres humanos modernos, yendo más a lo profundo, mienten, lo hacen prácticamente siempre prescindiendo conscientemente de su condición auto-operable6’. El negarse por principio a la operación en uno mismo, según el propio diagnóstico y estado, es el núcleo del mal romanticismo. Nuestra posible intervención, inevitablemente imperfecta, pero siempre ampliable, en el propio fundamento interior somático y psicosomático constituye el rasgo característico de la situación, que designamos con el terminante predicado de «moderna». Huelga decir por qué apenas tene mos aún algo que tratar de la llamada cosificación a este nivel.
61
Gustave Courbet, El origen del mundo, 1866.
Veronika Bromová, Vistas, 1996.
Corrección transvaginal.
Cuando lo implícito se vuelve explícito: Fenomenología
Que el hogar del saber se convulsiona por la invasión irreprimible de la inteligencia en lo oculto: ese hecho fundamental para toda civilización superior, y sobre todo para la Modernidad, se llama, en su exégesis nor mal, investigación. Cuando la interpretación de esa inquietud se llena de pretensiones toma el nombre, durante un lapso de tiempo destacado en la historia del espíritu, de Fenomenología: teoría de la salida de «objetos» a la escena del aparecer, y reconocimiento lógico de su existencia junto al resto del contingente del saber. Que a los seres humanos no todo se les re vela de una vez, sino que la llegada de los objetos al saber sigue las leyes de una secuencia -un orden tan estricto como difícil de entender, de lo an terior y lo posterior-: en esto consiste la intuición originaria, formulada por primera vez por Jenófanes, que desarrolla el pensamiento evolutivo y fenomenológico en historias del espíritu o novelas educativas filosóficas. El núcleo de esa intuición es la observación de que lo posterior y lo anterior se comportan a menudo recíprocamente como lo explícito y lo implícito. Las explicaciones transforman en conceptos los datos y los presentimien tos, y estas transformaciones son tan narrables como fundamentables. Con ello se hace posible la ciencia de procesos espirituales irreversibles, que trata de series ordenadas lógico-inventivamente de ideas consecutivas (por ejemplo, de representaciones de Dios, de conceptos de almas y personas, de concepciones de la sociedad, de formas de construcción y técnicas de escritura). La Fenomenología es la teoría que narra la explicitación de aquello que al comienzo sólo puede estar dado implícitamente. Aquí estar implícito quiere decir: presupuesto en estado no revelado, dejado en re poso cognitivo, exonerado de la presión de desarrollo y mención porme norizada, dado en el modus de proximidad oscura, que no está todavía en la lengua, no interpelable en el instante próximo, no movilizado por el ré gimen discursivo y no instalado en un procedimiento. Volverse explícito significa, al contrario: ser llevado por la corriente que fluye del trasfondo al primer plano, del Leteo al claro del bosque, del pliegue al despliegue. La flecha del tiempo del pensar tiende a una explicitud superior. Lo que puede ser dicho con un grado superior de articulación más detallada pro duce la movilidad de los argumentos, suponiendo que el espíritu del tiem po epistémico haya llamado a intervenir. Ciertamente, la implicación es
63
también una relación entre enunciados; tradicionalmente se la considera como la contención de la proposición menos general en la más general o como inclusión de textos en contextos; y en tanto esto vale, el análisis ló gico puede acreditarse como procedimiento explicativo; pero su significa do real descansa en el hecho de que lo implícito designa un lugar en el existente, en el que se encuentra el capullo para un despliegue, para una articulación, una explicación*’. Por eso, la auténtica historia del saber tie ne la forma del devenir-fenómeno de lo en otro tiempo no-aparecido, del paso de lo no-iluminado a lo iluminado o de datos-en-la-sombra a temáti- ca-en-primer-plano. Saber real: así llamamos a los discursos que han so brevivido a la larga noche de la implicación y se mueven en el día de lo temáticamente desplegado.
No pocas de las inteligencias más eminentes de la Vieja Europa han pensado sobre el proceso del saber según este esquema, motivo suficiente para ocuparse, tras el colapso de esa coyuntura teórica, de las condiciones de su éxito67. Durante cerca de doscientos años, pensadores tan estrictos como edificantes, de diferentes facultades, desarrollaron la convicción de que todo lo que aparece en el saber, por muy heterónomo y nuevo que se presente, en última instancia no puede ser extraño al sí mismo de los sa pientes, y, en consecuencia -tras crisis, por profundas que sean-, ha de en trar en nuestra íntima historia de formación (y, en este caso, en la expre sión «nuestra historia» sopla un aliento de un sí-mismo-cultura superior, por no remitirse ya directamente al espíritu del mundo). Los fenomenó- logos propagan la buena nueva de que no hay un exterior al que no co rresponda un interior; sugieren que no se topa uno con nada extraño que no pueda ser asimilado por apropiación en lo nuestro. Su creencia en la apropiación sin límites se fundaría en la presunción de que el saber tardío no desplegaría sino lo que ya estaba dado en las implicaciones más tem pranas.
El fundamento ontológico de ese optimismo lo expresó en el siglo XV Nicolás de Cusa, al postular la simetría del ser-implícito máximo (Dios, co mo concentración en el punto atómico) y del ser-explícito máximo (Dios, como despliegue en la esfera-todo). Bajo presupuestos cúsanos, el pensa miento humano sería siempre un acompañamiento cognitivo a la expan sión divina en lo explícito, es decir, en lo realizado y creado, en la medida en que pueda conseguirse una consumación así en la finitud. En el capí tulo Deus sive sphaera de Esferas II68hemos tratado pormenorizadamente de
64
la culminación de la teología de la esfera occidental en el tratado, apa rentemente frívolo, de ludo globi, salido de la pluma del festivo cardenal. Un optimismo cognitivo semejante se encuentra en la ética de Spinoza, que representa una exhortación singular al desarrollo del potencial natu ral: Aún no sabemos de todo lo que es capaz el cuerpo oscuro; aprended más al respecto y veréis y podréis. En Leibniz, el optimismo cognitivo adopta formas más atenuadas, porque el autor de la Monadología poseía un concepto preciso de la insondabilidad de las implicaciones, que llegan has ta el infinito69. Y todavía en el constructo de Hegel de un círculo de círcu los se mantiene el principio de que lo último sólo es lo primero consuma do, llevado a sí epicéntricamente en nuestro conceptuar.
Cuando es el optimismo el que marca el tono, impone la cuestión de cómo, finalmente, lo interno puede volverse externo en su totalidad. Vis ta a una luz confiada, la praxis humana no es otra cosa que la gran rota ción que pone lo oculto en la oscuridad del instante vivido de tal modo an te nosotros que hay que incorporarlo a las reservas humanas como representación precisa. El optimismo consecuente hace que la historia del conocimiento y de la técnica desemboque en una imagen final, en la que la paridad entre interioridad y exterioridad estuviera consumada punto por punto. ¿Pero qué sucedería si pudiera mostrarse que con el devenir explícito de lo implícito se infiltra en el pensar, a veces, algo completa mente arbitrario, extraño, de otro tipo, algo nunca pensado, nunca espe rado yjamás asimilable? ¿Si la investigación, que avanza hasta zonas lími tes, da a conocer algo desconocido hasta ahora, de lo que no vale la afirmación de que un sujeto llegaría «a sí» en él? ¿Si hay algo nuevo que se sustrae a la simetría de lo implícito y lo explícito y penetra en los órde nes del saber como algo inmenso, exterior, algo que permanece extraño hasta el final?
Aparece lo monstruoso
Tras el fin de la coyuntura optimista puede manifestarse desapasiona damente qué significó defado la fenomenología en su habitual aplicación: fue un servicio de salvamento de los fenómenos en una época, en la que la mayoría de las «apariciones» ya no se dirigen al ojo o a los demás senti dos desde sí mismas, sino que más bien son conducidas a la visibilidad por
65
Ondas sonoras hechas visibles sobre un disco de metal.
la investigación, por explicaciones invasoras y medidas correspondientes (esto es, «observaciones» gracias a máquinas y sensores artificiales). Invitó a sus adeptos a participar en el intento de defender el primado metafísico de la percepción contemplativa frente al medir, calcular y operar70. Se de dicó a la tarea de contrarrestar la enajenante inundación de la conciencia por las inasimilables miradas internas y externas de máquinas a las entrañas y cuerpos cortados y abiertos, no para negarse a lo nuevo sino para inte grarlo en la acostumbrada percepción de la naturaleza o de las circuns tancias, como si no hubiera sucedido nada por el corte de la técnica. Con
66
razón había enseñado Heidegger que la técnica es un «modo del desocul- tamiento». Esto quería decir, a la vez, que a lo técnicamente desocultado y hecho público sólo le puede corresponder ya una fenomenalidad derivada, una publicidad híbrida y una quebrantada vinculación con la percepción71.
A la monstruosa visualidad de los hechos anatómicos, que nos acom paña desde el siglo XVI (y que ya no consigue integrar un humanismo en el medallón de un ser humano lector), se añaden los panoramas que des de el siglo XVII abren los microscopios y telescopios -las dos máquinas in fernales para el ojo-. La ampliación (junto con la cartografía) es la capa cidad de primer impacto de la explicación, por la que al mundo invisible hasta ahora se le coloca bajo coacción figurativa72. Pensamos también en el devenir-fenómeno de hongos atómicos, de núcleos celulares y vistas inte riores de máquinas, en placas de rayos X y tomografías de Computer, en fotografías galácticas, en un universo difuso de aspectos más complejos, apenas descifrables, para cuya apariencia no podía estar preparado ningún ojo humano (dicho con más cautela: humano antiguo). (Notemos que la disciplina del diseño -como producción artificial de superficies de percepción y de usuarios sobre funciones invisibles, o sea, como realce estéticamente intencionado de motivos funcionales, si no inadvertidos- se inaugura en una dimensión más moderna que su coetánea, la Fenomeno logía, en tanto que opera ya al nivel de la segunda perceptibilidad, es de cir, de la observación por aparatos y sensores. )
Así pues, se compromete fenomenológicamente quien está decidido a tratar la visualidad, artificialmente producida, de estados de cosas antes ocultos por naturaleza y de funciones o mecanismos latentes, como si la antigua alianza feliz entre ojo y luz valiera también para estos recién lle gados al espacio de lo observable. En este sentido, la fenomenología es una restauración positiva de la percepción, tras su sobrepasamiento por la observación mecánica. Elude conscientemente la cuestión de si el ojo hu mano puede competir con el contador Geiger. Mientras esa maniobra de distracción resulta efectiva, permanece intacta la insinuación de que el sa ber puede habitar el mundo como el burgués su chalet.
En primera instancia no puede negarse: también las vistas y figuras de lo extraño -que se vuelve visible al hacer incisiones en los cuerpos de los seres humanos y animales desde diferentes ángulos, así como en la des composición química de la materia, hasta llegar a las epifanías nucleares sobre el desierto americano o a las huellas de átomos en cámaras de Wil-
67
L. Rogozov, Estación Nowolazarewskaja, Antártida, durante la realización de una autooperación
de apendicitis en abril de 1961.
son- penetran en la percepción humana como si esas nuevas visualidades sólo fueran continuación de lo diáfano de la primera naturaleza diurna con medios más actuales. Pero no son eso. Todas esas nuevas visibilidades, esas penetraciones en el trasfondo de los fenómenos, posibilitadas por pro cedimientos figurativos desarrollados: esos cortes implacablemente explícitos en cuerpos vivos y sin vida, esas vistas externas de órganos naturalmente ocultos, esas vistas artificiales contra-intuitivas del lado nocturno y mecá nico de la naturaleza, esas tomas de cerca de la materia al descubierto, ge nerada por un sólido saber operacional y un excentricismo experimenta do, todo ello está separado por un foso ontológico de la disposición cognoscitiva natural, cautelosa, tolerante, de las miradas en derredor hu manas dentro de circunstancias más o menos familiares, inmanentes al ho rizonte, para las que se ha introducido desde antiguo la expresión natura leza. Sólo después del giro auto-operativo el nuevo saber llega a una posición en la que se convierte para él en fenómeno lo que en modo al guno estaba predispuesto para el aparato perceptivo humano, al menos no según su primer diseño. Lo que la investigación lleva a la superficie tuvo que ser extraído «a la luz del día» o «desocultado» en una especie de ex
68
plotación minera cognitiva. Para el de-dónde de esas extracciones la Mo dernidad ofrece nombres diversos: proceden o bien del «inconsciente» o bien de la latencia, del no saber, del ocultamiento en los lados interio res del pliegue de los fenómenos, o de alguna otra versión del todavía-no cognitivo.
Para ningún género de «objeto» vale esto más de lo que vale para los heroicos sujetos de las nuevas «ciencias de la vida», que recientemente han avanzado espectacularmente hacia lo hasta ahora eludido, no-apare- ciente y, por tanto, invisible: como consecuencia de esas invasiones, los cerebros humanos, el genoma humano y los sistemas de inmunidad hu manos han sido colocados tan teatralmente en el escenario epistemológi co que se mantiene continuamente en vilo tanto a la publicidad formati- va como a la sensacionalista mediante su puesta en escena y la carta de naturaleza que se les concede, presentándolos como «investigación» y « desciframien to ».
En estos tres campos de objetos puede mostrarse qué absurda sería la idea de que disciplinas de esa orientación fueran expresión y emanación de la reflexión humana sobre la existencia, o incluso manifestaciones de eso que los filósofos idealistas han llamado autorreflexión. El giro del sa ber hacia los cerebros -en los que, por lo que vemos, se procesa todo sa ber, también ese agudo saber del saber-, como hacia los genomas y siste mas de inmunidad -que también representan, sin duda, las premisas biológicas actuales para la existencia de esos genetistas e inmunólogos-, no tiene ningún carácter «reflexivo» o reflejante; ejecuta sólo la rotación auto-operativa, a consecuencia de la cual el saber se coloca detrás del es pejo o al «dorso» de las subjetividades. A tal efecto resulta necesario forzar el acceso a lo encubierto, porque sólo después de la irrupción en lo ocul to y de su inclusión en el espacio iluminado puede devenir perceptible co mo fenómeno lo que por sí mismo sólo existía y existe latente, a-fenomé nico y sin relación necesaria con una conciencia cómplice. Para que genes, cerebros y sistemas de inmunidad caigan bajo la presión de la apariencia se necesitan instrumentos y procederes neutralizadores del Leteo, los ins trumentos efectivos del giro, que lleva lo no-dado a la posición de lo dado73.
Hay que subrayar que este hacer que algo se dé no puede mantener pa ra siempre el carácter de una altiva arrogancia sobre los objetos; precisa mente las nuevas ciencias de la vida permiten prever cómo la investigación será penetrada cada vez más por la conciencia de la importancia crecien-
69
Amígdala, fórnix y periventrículos del cerebro, reconstrucción 3D.
te del objeto. Quien plantea la pregunta qué es la vida tiene que comen zar por admitir que la vida depara ella misma la respuesta. Cada vez puede hablarse menos de una apropiación del objeto por el sujeto investigador. Mi cerebro, mi genoma, mi sistema de inmunidad, los buenos pronombres posesivos de siempre suenan en tales contextos como exhibiciones folcló- rico-gramaticales. Los nuevos bienes nunca pueden pasar a ser propiedad nuestra, porque nada nos resultará tan extraño siempre como la biomecá nica «propia» hecha explícita. Que, evidentemente, el largo ataque a lo oculto suceda por necesidad y desde cualquier perspectiva se emprenda con razón: esto, bajo expresiones contundentes como «libertad de la in vestigación» o «mejora de las condiciones humanas de vida», pertenece a las convicciones primarias de la civilización moderna, convicciones, por su parte, que provienen de fuentes antiguas, como, por ejemplo, de la doc trina aristotélica de que la aspiración al conocimiento es algo natural al ser humano.
No queremos comentar esos postulados a no ser indicando que todo devenir a primer plano de lo que permaneció latente durante mucho tiempo tiene su precio, sobre todo cuando es a los condicionamientos at
70
mosféricos y climáticos de las culturas a los que, por su erosión, más aún, por su destrucción intencionada, se apremia a manifestarse. Tras su vul neración quedan ahí, convertidos en objetos, y son ellos los que apremian a una reconstrucción operativa. Esto vale de modo especial para el saber de las culturas, que fue colocado por la gran rotación en una posición ex terna y técnica74. Puede decirse a posteriori todo lo malo que se quiera res pecto del siglo XX, pero no que no pagara el precio de tales enajenaciones. Ninguna otra época puede exhibir una pericia llevada tan lejos en el arte de aniquilar la existencia a partir de sus propias premisas vitales. En el re verso de los procedimientos de destrucción se hacen visibles las condicio nes constructivas de conservación de espacios culturales. Su destino de penderá del saber y poder reconstructivo, que las civilizaciones consiguen por sí mismas.
Nunca hemos sido revolucionarios
Una vez transcurrido el siglo XX comienza a reconocerse que fue un fa llo colocar el concepto de revolución en el centro de su interpretación, igual que fue un camino errado entender los modos extremos de pensar de aquel tiempo como reflejos de acontecimientos «revolucionarios» en la «base» social. Todavía sigue dándose crédito, cómplicemente, a las auto- mistificaciones de los actores de la época. Quien hablaba de revoluciones, políticas o culturales, antes y después de 1917, casi siempre se dejó engañar por una metáfora poco clara de movimiento. En ningún momento la fuer za del siglo se cifró en la revolución. En ninguna parte se cambian los lu gares arriba y abajo; nada que estuviera a la cabeza se puso a los pies; en vano se buscaría un comprobante de que los últimos se volvieran en algu na parte los primeros. Nada se revolucionó, nada se dio la vuelta en el círculo. Por el contrario, en todas partes se llevaron a primer plano cosas pertenecientes al trasfondo, en frentes innúmeros se fomentó la manifes tación de lo latente. Lo que pudo explorarse, explotarse, investigarse me diante perforaciones de profundidad, intervenciones e hipótesis invasivas, llegó a los depósitos de combustible, al texto impreso, a los balances de ne gocios. El medio plano se extendió, las funciones representativas se multi plicaron, cambió el reparto de papeles en los tribunales, las administra ciones se ampliaron, los puntos de aplicación de acciones, producciones,
71
publicaciones proliferaron, nuevos departamentos oficiales surgieron de la nada, el número de oportunidades de hacer carrera se multiplicó por mil. Algo de todo ello resuena en la tesis maliciosa de Paul Valéry de que los franceses, y eo ídolos modernos, hicieran de la «revolución» una «rutina».
El concepto fundamental auténtico y verdadero de la Modernidad no se llama revolución sino explicación. Explicación es para nuestro tiempo el verdadero nombre del devenir, al que pueden subordinarse o yuxtapo nerse los modi convencionales del devenir mediante flujo, mediante imita ción, mediante catástrofe y recombinación positiva. Deleuze articuló una idea semejante cuando intentó transferir el tipo de acontecimiento «revo lución» al nivel molecular, con el fin de eludir las ambivalencias de la ac tuación en la «masa»; no cuenta la subversión voluminosa, sino el fluir, el discreto ir más allá en la próxima situación, la huida continuada del status quo. En el ámbito molecular lo que importa son sólo las pequeñas y míni mas maniobras; todo lo nuevo, que lleva más lejos, es operativo. La visibi lidad de la innovación real se debe precisamente al efecto producido por la explicación; lo que entonces se encomia como una «revolución» no es ya, por regla general, más que el ruido que surge cuando el acontecimien to ha pasado. La era presente no subvierte las cosas, las situaciones, los temas: los lamina. Los despliega, los arrastra hacia delante, los disgrega y apisona, los coloca bajo coacción a manifestarse, los deletrea de nuevo analíticamente y los introduce en rutinas sintéticas. De supuestos hace operaciones; proporciona métodos exactos a confusas tensiones expresi vas; traduce sueños a instrucciones de uso; arma el resentimiento, deja que el amor toque innumerables instrumentos, a menudo recién inventados. Quiere saber todo sobre las cosas del trasfondo, sobre lo plegado, antes in disponible y sustraído, en cualquier caso, tanto como sea necesario tener a disposición para nuevas acciones en el primer plano, para despliegues y desdoblamientos, intervenciones y transformaciones. Traduce lo mons truoso a lo cotidiano. Inventa procedimientos para introducir lo inaudito en el registro de lo real; crea las teclas que permiten a los usuarios un abor daje fácil a lo imposible hasta ahora. Dice a los suyos: No existe el desmayo; lo que no puedes, puedes aprenderlo. Con razón se la llama la era técnica.
A continuación repetiremos algunos capítulos sacados de la historia de las catástrofes del siglo XX, con el fin de explicar a resultas de qué lu chas y qué traumas la estancia humana en milieus respirables ha tenido que convertirse en un objeto de cultivo explícito. Una vez realizado esto,
72
cuesta poco esfuerzo ya explicar por qué todos los tipos de éticas del va lor, de la virtud y del discurso resultan huecas mientras no se traduzcan a la ética del clima. ¿Exageró Heráclito cuando dijo que la guerra es el pa dre de todas las cosas? En cualquier caso, un filósofo contemporáneo no habría exagerado afirmando que el terror es el padre de la ciencia de las culturas.
73
Introducción: Aerimotos*
Sin aliento por tensa vigilia, sin aliento por sofoco en el resplandor irrespirable de la noche. . .
Hermann Broch, La muerte de Virgilio
1 La guerra de gas o: El modelo atmoterrorista
Si se quisiera decir en una frase y con un mínimo de expresiones lo que el siglo X X , junto a sus logros inconmensurables en las artes, aportó como características inconfundiblemente propias a la historia de la civilización, bastaría con considerar tres criterios. Quien desee comprender la origina lidad de esa época ha de tener en cuenta: la praxis del terrorismo, la con cepción del diseño del producto y las ideas sobre el medio ambiente. Por lo primero, se establecieron las interacciones entre enemigos sobre fun damentos posmilitares; por lo segundo, el funcionalismo consiguió rein corporarse al mundo de la percepción; por lo tercero, los fenómenos de la vida y del conocimiento se vincularon entre sí a una profundidad no co nocida hasta entonces. Esos tres criterios juntos señalan la aceleración de la explicación, de la inclusión reveladora de latencias y datos del trasfon do en operaciones manifiestas.
Si se planteara, además, la tarea de determinar cuándo, desde este pun
*Gran parte de esta introducción fue publicada ya por Sloterdijk como librito indepen diente, Luftbeben. Aus den Quellen des Terrors, Suhrkamp, Frankfurt 2002 [Temblores de aire. En lasfuentes del terror, Pre-Textos, Valencia 2003]. Aquí aparece algo modificada y ampliada con páginas nuevas. Traducimos Luftbebenpor «aerimotos», primero porque en alemán Erdbeben = terremoto(s), Seebeben= maremoto(s), y segundo por ciertas resonancias del propio texto (págs. 103-105). Es, además, una insinuación que debo y agradezco a mi colega en la Facul tad de Filosofía y Letras de la Universidad de Extremadura, el catedrático de filología latina D. Eustaquio Sánchez Salor. (N. del T. )
75
to de vista, comenzó el siglo XX, la respuesta podría darse con gran exac titud puntual. Con un mismo dato puede ilustrarse cómo las tres carac terísticas primarias de la época estaban unidas al comienzo en una común escena primordial. El siglo XX se abrió espectacularmente revelador el 22 de abril de 1915 con la primera gran utilización de gases de cloro como medio de combate por un «regimiento de gas» -creado expresamente pa ra ello- de los ejércitos alemanes del Oeste contra posiciones franco-cana dienses de infantería en el arco norte de Ieper. Durante las semanas pre cedentes en ese sector del frente soldados alemanes, sin que el enemigo se diera cuenta, habían instalado en batería al borde de las trincheras ale manas miles de botellas de gas escondidas de tipo desconocido hasta en tonces. A las 18 horas en punto pioneros del nuevo regimiento, bajo el mando del coronel Max Peterson, con viento dominante del norte y nor deste, abrieron 1. 600 botellas llenas de cloro grandes (40 kg) y 4. 130 más pequeñas (20 kg). Mediante ese «escape» de la substancia licuefactada unas 150 toneladas de cloro se desplegaron convertidas en una nube de gas de aproximadamente 6 kilómetros de anchura y 600 a 900 metros de profun didad76. Una toma aérea conservó para la memoria el desarrollo de esa pri mera nube tóxica de guerra sobre el frente de Ieper. El viento favorable impulsó la nube a una velocidad de 2 hasta 3 metros por segundo contra las posiciones francesas; la concentración del gas tóxico se calculó en un 0,5 por ciento aproximadamente: durante un tiempo de exposición prolon gado ello produjo daños gravísimos en vías respiratorias y pulmones.
El general francés Jean-Jules Henry Mordacq (1868-1943), que se en contraba entonces a 5 kilómetros del frente, recibió poco después de las 18:20 horas una llamada telefónica de campaña, en la que un oficial del primer regimiento de tirailleurs anunciaba la aparición de nubes de humo amarillentas, que llegaban de las trincheras alemanas a las posiciones fran cesas7. A causa de esa alarma, dudosa al comienzo pero confirmada des pués por nuevas llamadas, Mordacq montó a caballo junto con sus ayu dantes para examinar por sí mismo la situación del frente, y tras corto tiempo aparecieron en él mismo y en sus acompañantes trastornos respi ratorios, irritación bronquial y fuertes zumbidos en los oídos; después de que los caballos se negaran a continuar, el equipo de Mordacq tuvo que acercarse a pie a la zona gaseada. Pronto les salieron al encuentro trope les de soldados horrorizados, corriendo, con las guerreras abiertas, arro
jando las armas, escupiendo sangre, pidiendo agua. Algunos rodaban por
76
Toma aérea del primer ataque alemán con cloro en Ieper el 22 de abril de 1915.
el sueloL luchando en vano por respirar. Hacia las 19:00 horas había abier ta una brecha de 6 kilómetros de anchura en el frente franco-canadiense; entonces avanzaron las tropas alemanas y ocuparon Langemarck78. Para su propia protección las unidades atacantes sólo disponían de almohadillas de isa impregnadas con una solución sódica y un líquido que retenía el cloro, acopladas sobre la boca y la nariz. Mordacq sobrevivió al ataque y publicó sus memorias de guerra en el año de la toma del poder por Hiüer.
El éxito militar de la operación no fue controvertido en ningún mo mento: jxx os días después de los sucesos de Ieper el emperador Guiller mo II va recibió al director científico del programa alemán de gas de com bate, el químico profesor Fritz Haber, director del Instituto Kaiser-Wilhelm para Química física y Electroquímica de Dahlem, en audiencia personal, ascendiéndolo a capitán7". De todos modos, se extendió la opinión de que las tropas alemanas, ellas mismas sorprendidas por la eficacia del nuevo método! no habrían sabido rentabilizar con energía suficiente su triunfo del 22 de abril. Por el contrario, los datos sobre el número de victimas di fieren Stucho, antes como ahora: según fuentes no oficiales francesas sólo habría habido 625 afectados por el gas, de los cuales no más de 3 habrían sucumbido por el envenenamiento, mientras que, según informes alema
77
nes iniciales, habría que contar con 15. 000 intoxicados y 5. 000 muertos, can tidades que, ciertamente, en el transcurso de la investigación se han ido rectificando continuamente a la baja. Es evidente que en esas diferencias se manifiestan controversias interpretativas, que muestran a todas luces di ferentes el sentido técnico-militar y moral de las operaciones. En un in forme canadiense de la autopsia realizada a una victima del gas en una de las zonas del frente más afectada se dice: «Al extraer los pulmones se de rramaron cantidades considerables de un líquido espumoso amarillo cla ro, evidentemente con gran contenido de material albuminoso. . . Las venas de la superficie del cerebro estaban obstruidas en alto grado, todos los pe queños vasos sanguíneos habían aparecido ostensiblemente»80.
Mientras que el desdichado siglo XX se dispone hoy a entrar en los li bros de historia como la «época de los extremos»81y le va consumiendo la inactualidad progresiva de sus líneas de lucha y conceptos movilizadores -sus guiones para la historia universal no están menos amarillentos que las proclamas de los teólogos medievales para la liberación del Santo Sepul cro-, se manifiesta con creciente nitidez uno de los modelos técnicos del siglo pasado. Se le podía llamar la introducción del medio ambiente en la lucha de los adversarios.
Desde que hay artillerías pertenece al oficio de los defensores y seño res de la guerra el dirigirse al enemigo y sus escudos protectores con tiros inmediatos. Quien pretende eliminar a un contrario según las reglas del arte militar de dar muerte a distancia tiene que establecer, mediante el cañón de una pieza de artillería, una intentio directa a su cuerpo e inmovilizar el objeto puesto en el punto de mira por un impacto suficientemente cer tero. Desde la Edad Media tardía hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial la definición del soldado la constituía el hecho de que consi guiera establecer y «mantener» esa intencionalidad. Durante esa época la virilidad iba codificada, entre otras cosas, por la capacidad y disposición a dar muerte directa y causalmente a un enemigo con la propia mano y el arma propia. El apuntar al adversario es, por decirlo así, la continuación de la lucha a dos con medios balísticos. Por eso el gesto de matar un hom bre a otro queda tan ligado a la idea preburguesa de valor personal y po sible heroísmo que siguió actuando, por muy anacrónico que fuera, inclu so bajo condiciones de combate a distancia y batalla anónima con material técnico. Si los miembros de los ejércitos del siglo XX pudieron ser de la opinión de que ejercían todavía un oficio «varonil» y, bajo premisas béli-
78
Instalación de botellas de cloro en
las trincheras alemanas de primera línea.
cas, «honrado», fue apelando al riesgo del inmediato encuentro a muerte. Su manifestación técnico-armamentística es el fusil con bayoneta calada: si por algún motivo fallaba la eliminación (burguesa) del enemigo por dis paros a distancia, el fusil siempre ofrecía la posibilidad de regresar al (no ble y arcaico) horadamiento directo desde cerca.
Se recordará el siglo XX como la época cuya idea decisiva consistió en apuntar no ya al cuerpo de un enemigo sino a su medio ambiente. Esta es la idea fundamental del terror en un sentido más explícito y más acomo dado a los tiempos. Su principio lo puso Shakespeare proféticamente en boca de Shylock: «Me quitáis mi vida si me quitáis los medios por los que vivo»82. Entre esos medios, hoy han pasado a ser el centro de atención, jun to a las económicas, también las condiciones ecológicas y psicosociales de la existencia humana. En los nuevos procedimientos para gestionar desde el medio ambiente o entorno del enemigo la sustración de sus condicio nes de vida aparecen los perfiles de un concepto específicamente moder no, post-hegeliano, del horror81.
El horror del siglo XX es esencialmente más que el puedo-porque-quie- ro, con el que la autoconciencia jacobina pasó por encima de los cadáve res de quienes se interpusieron en su carrera a la libertad; a pesar de se
79
mejanzas formales, se diferencia también fundamentalmente de los aten tados con bombas de los anarquistas y nihilistas en el último tercio del si glo XIX, que intentaban una desestabilización pre-revolucionaria del or den burgués-tardoaristocrático de la sociedad; entre ellos florecía no pocas veces una cómoda y oronda «filosofía de la bomba», que proporcio naba expresión a las fantasías de poder de pequeñoburgueses amigos de la destrucción84. Además, ni metódicamente ni por sus objetivos puede confundírselo con la técnica fobocrática de dictaduras permanentes o emergentes para doblegar a su propia población mediante una mezcla cal culada de «ceremonia y terror»85. Finalmente, hay que mantener alejados de su concepto preciso los innumerables episodios en los que desespera dos concretos, por motivos de venganza, paranoides o erostrasianos, se apropian de modernos medios de destrucción para escenificar ocasos pun tuales del mundo.
El horror de nuestra época es una forma fenoménica del saber de ex terminio, teórico-medioambientalmente modernizado, gracias al cual el terrorista comprende mejor a sus víctimas de lo que ellas mismas se com prenden. Cuando el cuerpo del enemigo ya no se consigue liquidar por impactos directos, al atacante se le presenta la posibilidad de hacerle im posible la existencia sumergiéndolo durante el tiempo suficiente en un medio sin condiciones de vida.
De esa conclusión surge la moderna «guerra química», como ataque a las funciones vitales del enemigo que dependen del medio ambiente, a sa ber, respiración, regulaciones nervioso-centrales y condiciones de tempe ratura y radiación aptas para la vida. De hecho, aquí se produce el paso de la guerra clásica al terrorismo, en tanto que éste tiene como presupuesto la renuncia al antiguo cruce de aceros entre adversarios de la misma al curnia. El terror actual opera más allá del intercambio ingenuo de golpes armados entre tropas regulares. Lo que le importa es la sustitución de las formas clásicas de lucha por atentados a las condiciones medioambienta les de vida del enemigo. Un cambio así se insinúa cuando se enfrentan ad versarios muy desiguales, como se percibe en la coyuntura actual de las guerras no-estatales y de los roces entre ejércitos estatales y combatientes no-estatales. Sin embargo, es completamente falsa la afirmación de que el terror sea el arma de los débiles. Cualquier mirada a la historia del terror en el siglo XX muestra que fueron los Estados, y entre ellos los fuertes, los primeros que dieron la mano a métodos y medios terroristas.
80
El descubrimiento del «medio ambiente».
Como se reconoce retrospectivamente, la curiosidad histérico-militar de la guerra de gas de 1915 a 1918 consiste en que en ella, a ambos lados del frente, se habían integrado formas patrocinadas oficialmente del terror medioambiental en el ejercicio regular de la guerra de ejércitos reclutados legalmente, bajo desacato consciente del artículo l23a de la Convención de ( mei ra de La Haya de 1907, en el que estaba excluida expresamente la uti- 1i/ai ion de tóxicos y de armas, de cualquier tipo, que acrecentaran el su frimiento, en acciones contra el enemigo y, ante todo, contra la población no combatientes'. Parece que en 1918 los alemanes contaban con más de 9 batallones de gas con cerca de 7. 000 hombres, los aliados con más de 13 ba
81
tallones de «tropas químicas» y más de 12. 000 hombres. No sin razón había expertos que hablaban de una «guerra dentro de la guerra». La fórmula anuncia la liberación del exterminismo de la moderación de la violencia bélica. Numerosas manifestaciones de soldados de la Primera Guerra Mundial, sobre todo de oficiales de profesión de procedencia noble, ates tiguan que consideraban que la lucha con gas era una degeneración, des honrosa para todos los participantes, del modo de llevar una guerra. Sin embargo, apenas se ha transmitido algún caso en el que un integrante del ejército se opusiera abiertamente a la nueva «ley de la guerra»87.
El descubrimiento del «medio ambiente» tuvo lugar en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, en las que los soldados de ambos lados se habían hecho tan inalcanzables para la munición de armas o explosivos pensada para ellos que el problema de la guerra-de-atmósferas hubo de plantearse acuciantemente. Lo que después se llamó guerra de gas (más tarde aún, guerra aérea de bombas) se ofrecía como su solución técnica: su principio consistía en envolver al enemigo el tiempo suficiente -lo que en la práctica significaba al menos unos minutos- en una nube de mate riales contaminantes, de oportuna «concentración táctica», hasta que ca yera víctima de su propia necesidad natural de respirar. (La producción de nubes psicológicas de material contaminante sobre la propia población es asunto, por regla general, de los medios de masas de los grupos belige rantes: éstos transforman su imperativo de informar en una complicidad involuntaria con los terroristas, dado que, con gesto honrado, generalizan los horrores locales supranacionalmente. ) Esas nubes tóxicas no se com ponían prácticamente nunca de gases en sentido físico, sino de partículas finísimas de polvo, liberadas por la descarga de los explosivos. Con ello apareció el fenómeno de una segunda artillería, que ya no apuntaba di rectamente a los soldados enemigos y sus posiciones, sino más bien al en torno de aire de los cuerpos del enemigo. En consecuencia, el concepto de «blanco» se movilizó siguiendo una lógica borrosa: lo que estaba sufi cientemente cerca del objeto podía valer desde ahora como suficiente mente exacto y, por ello, operativamente dominado8. En una fase posterior los proyectiles altamente explosivos de la artillería clásica se recombinaron con los proyectiles generadores de niebla de la nueva artillería de gas. Una investigación febril se ocupó entonces de la cuestión de cómo enfrentarse a la rápida dilución de las nubes tóxicas sobre el campo de batalla, cosa que, por regla general, se consiguió a través de aditivos químicos que mo
82
dificaron en el sentido deseado el comportamiento altamente volátil de las partículas de polvo de combate. A consecuencia de los acontecimientos de Ieper surgió rápidamente de la nada una especie de climatología militar, de la que no se dice demasiado poco si se la reconoce como el fenómeno directriz del terrorismo.
El saber de nubes tóxicas es la primera ciencia con la que el siglo XX muestra su documento de identidad89. Antes del 22 de abril de 1915 esa afirmación habría sido patafísica; posteriormente ha de valer como el nú cleo de una ontología de la actualidad. Explícita el fenómeno del espacio irrespirable, que iba implícito tradicionalmente en la idea de miasma. El estatuto poco claro hasta hoy día del saber de nubes tóxicas o de la teoría de espacios invivibles dentro de la climatología sólo deja claro que la te oría del clima no se ha emancipado todavía de su obnubilación científico- natural. Como mostraremos, fue, verdaderamente, la más temprana de las nuevas ciencias humanas que surgieron del saber de la guerra mundial90.
El desarrollo fulminante de aparatos militares protectores de la respi ración (popularmente, máscaras de gas de tropas regulares) delata la aco modación de las tropas a una situación en la que la respiración humana estaba en vías de asumir un papel directo en los acontecimientos bélicos. Fritz Haber pudo pronto hacerse festejar como el padre de la máscara de gas. Cuando se llega a saber por la literatura histórico-militar que, entre fe brero yjunio de 1916, sólo entre las tropas alemanas en Verdún fueron re partidas por el depósito correspondiente de la zona de retaguardia cerca de 5 millones y medio de máscaras de gas, así como 4. 300 aparatos de pro tección de oxígeno (la mayoría de las veces tomados de la explotación mi nera) dotados con 2 millones de litros de oxígeno91, se hace evidente en cifras en qué medida ya en ese momento la guerra «ecologizada», transfe rida a un entorno atmosférico, se había convertido en una lucha alrede dor de los potenciales respiratorios de las partes enemigas. La lucha in cluyó entonces los puntos débiles biológicos de las partes en conflicto. La imagen de la máscara de gas, que se hizo rápidamente popular, manifies ta que el atacado intentó liberarse de su dependencia del entorno inme diato de aire respirable, escondiéndose tras un filtro de aire -un primer paso al principio de aire acondicionado, que se basa en el desacoplamien to de un volumen definido de aire del aire del entorno-. A ello corres ponde, por el lado atacante, una escalada del ataque a la atmósfera me diante la utilización de materiales tóxicos que penetraran por los aparatos
83
protectores de la respiración enemigos; desde el verano de 1917, químicos y oficiales alemanes comenzaron a utilizar como material bélico el sulfuro de etilo diclorado, conocido como «cruz azul» o «clark I», que, en forma de finísimas partículas de material en suspensión, era capaz de superar los filtros protectores de la respiración enemigos, un efecto del que los afec tados dejaron constancia con la expresión «rompedor de máscaras». Al mismo tiempo, la artillería de gas alemana introdujo en el frente occiden tal contra las tropas británicas el nuevo gas de combate cruz amarilla o lost92, que, incluso en cantidades mínimas, al contacto con la piel o roce con las mucosas de los ojos y vías respiratorias provocaba estragos en el or ganismo, sobre todo pérdidas de la vista y disfunciones nerviosas catastró ficas. Entre las víctimas más conocidas del lost o iperita en el frente occi dental se contaba el cabo Adolf Hitler, que la noche del 13al 14de octubre de 1918 en una colina cerca de Wervick (La Montagne), al sur de Ieper, se vio implicado en uno de los últimos ataques con gas de la Primera Guerra Mundial, llevado a cabo por los británicos. En sus memorias declaraba que la mañana del 14 sus ojos se habían convertido en algo así como carbones incandescentes; que, además, tras los sucesos del 9 de noviembre en Ale mania, que él vivió simplemente de oídas en el hospital militar Pasewalk de Pomerania, había sufrido una recaída en la pérdida de la visión que le causó el lost, durante la cual habría tomado la decisión de «hacerse polí tico». En la primavera de 1944 Hitler manifestó a Speer, en vistas de la de rrota que se acercaba, que albergaba el temor de perder otra vez la vista, como entonces. El trauma del gas estuvo presente en él hasta el final, co mo rastro nervioso. Parece que entre los determinantes técnico-militares de la Segunda Guerra Mundial desempeñó un papel el hecho de que, a cau sa de esos sucesos, Hitler introdujera una comprensión idiosincrásica del gas en su concepción personal de la guerra, por una parte, y de la praxis del genocidio, por otra93.
En su primera aparición la guerra de gas reunió en estrecho consorcio los criterios operativos del siglo XX: terrorismo, conciencia del design y planteamiento medioambiental. El concepto exacto de terror presupone, como se ha mostrado, un concepto explícito de medio ambiente, porque el terror representa el desplazamiento de la acción destructiva desde el «sistema» (aquí, desde el cuerpo enemigo físicamente concreto) a su «me dio ambiente» (en este caso, al entorno atmosférico en el que se mueven
84
los cuerpos enemigos, obligados a respirar). De ahí que la acción terroris ta ya posea siempre, por sí misma, un carácter atentatorio, pues a la defi nición de atentado (en latín: attentatum, intento, tentativa de asesinato) no sólo pertenece un golpe sorpresivo desde la emboscadura, sino también el aprovechamiento maligno de los hábitos de vida de las víctimas. En la gue rra de gas se incluyen estratos profundísimos de la condición biológica de los seres humanos en los ataques a ellos mismos: el hábito ineludible de respirar se vuelve contra los respirantes de tal modo que éstos se convier ten en cómplices involuntarios de su destrucción, suponiendo que el te rrorista de gas consiga acorralar a las víctimas en el entorno tóxico el tiem po necesario hasta que éstas, por inhalaciones inevitables, se entreguen al medio ambiente irrespirable. No sólo es la desesperación, según observa ba Jean-Paul Sartre, es un atentado del ser humano contra sí mismo; el atentado al aire del terrorista de gas produce en los atacados la desespe ración de verse obligados a cooperar en la extinción de su propia vida, de bido a que no pueden dejar de respirar.
Con el fenómeno guerra de gas se alcanza un nuevo plano explicativo para premisas climáticas y atmosféricas de existencia humana. En él la in mersión de los vivientes en un medio respirable se lleva a una elaboración formal. Desde el comienzo el principio design se incluye en este envite ex plicativo, ya que la manipulación operativa de ambientes gaseados en te rrenos abiertos obliga a una serie de innovaciones atmotécnicas. Por su causa, las nubes tóxicas de combate se convirtieron en una tarea de diseño productivo. Los combatientes movilizados como soldados normales en los frentes de gas, tanto en el oeste como en el este, se vieron enfrentados al problema de desarrollar rutinas para el diseño regional de atmósferas. La instalación o producción artificial de nubes de polvo de combate exigía una coordinación eficiente de los factores generadores de nubes bajo cri terios de concentración, difusión, sedimentación, coherencia, masa, ex pansión y movimiento. Con ello se anunciaba una meteorología nueva, de dicada a «precipitaciones» de un tipo muy especial.
Un baluarte de este saber especial se encontraba en el Instituto Kaiser- Wilhelm para Química física y Electroquímica, dirigido por Fritz Haber, en Berlín-Dahlem, una de las direcciones teóricas más ominosas del siglo XX; en correspondencia, también del lado francés y británico existían ins titutos análogos. La mayoría de las veces había que mezclar con estabiliza dores los materiales de combate para conseguir las concentraciones con
85
venientes, que resultaran efectivas en campo abierto. Ante el principio de finitivo de la producción selectiva de nubes tóxicas sobre un terreno defi nido, necesariamente delimitado con vaguedad bajo condiciones-outdoors, sólo representaba una diferencia tecnológica relativamente insignificante que esas precipitaciones tóxicas se consiguieran sometiendo a secciones del frente a un fuego continuado de granadas de gas o «vaciando» a favor del viento botellas de gas dispuestas en línea. En un ataque de la artillería de gas alemana con gas cruz-verde-difosgeno cerca de Fleury, en el Maas, durante la noche del 22 al 23 de junio de 1916, se partió de una consisten cia de nube, necesaria para provocar la muerte en terrenos abiertos, que garantizaría, al menos, 50 disparos de obús o 100 de cañón por hectárea y minuto, valores que no se alcanzaron del todo, puesto que a la mañana si guiente los franceses «únicamente» hubieron de lamentar 1. 600 intoxica dos y 90 muertos sobre el campo94.
Lo decisivo fue que la técnica, por medio del terrorismo de gas, apare ció en el horizonte de un diseño de lo inobjetivo, y por ello temas latentes como calidad física del aire, aditivos artificiales de la atmósfera y demás factores conformadores de clima en espacios de residencia humanos caye ron bajo presión explicativa. Por la explicación progresiva el humanismo y el terrorismo se encadenan uno a otro. El premio Nobel Fritz Haber se declaró durante toda su vida humanista y patriota ardiente. Como afirmó solemnemente en su, por decirlo así, trágico escrito de despedida, dirigi do a su Instituto el 1 de octubre de 1933, estaba orgulloso de haber traba
jado por la patria, en la guerra, por la humanidad, en la paz.
El terrorismo diluye la diferencia entre violencia contra personas y vio lencia contra cosas desde el flanco del medio ambiente: es violencia contra aquellas «cosas»-humano-circundantes, sin las cuales las personas no pue den seguir siendo personas. La violencia contra el aire respirable de grupos transforma la inmediata envoltura atmosférica de seres humanos en algo de cuya vulnerabilidad o invulnerabilidad puede disponerse en el futuro. Sólo reaccionando a la privación terrorista, el aire y la atmósfera -medios de vida primarios tanto en sentido físico como metafórico- pudieron con vertirse en objeto de previsión explícita y de atención aerotécnica, médica,
jurídica, política, estética y teórico-cultural. En ese sentido, la teoría del ai re y la técnica del clima no son meros sedimentos del saber de la guerra y la posguerra, ni, eo ipso, objetos primeros de una ciencia de la paz, que só
86
lo pudo surgir a la sombra del estrés95de guerra, sino, ante todo, son for mas de saber primarias post-terroristas. Llamarlas así significa ya explicar por qué tal saber sólo ha sido mantenido hasta ahora en contextos lábiles, incoherentes y escasos de autoridad; quizá la idea de que pueda haber algo así como auténticos expertos en el terror sea, como tal, híbrida.
Analíticos y combatientes profesionales del terror muestran un interés notable en ignorar su naturaleza a alto nivel, un fenómeno para el que proporcionó evidencia clara el desvalimiento elaborado de la avalancha de declaraciones de expertos tras el atentado al World Trade Center de Nue va York y al Pentágono de Washington el 11 de septiembre de 2001. El te nor de casi todas las manifestaciones sobre el atentado a los símbolos pro minentes de Estados Unidos era el de que uno se sentía sorprendido, como el resto del mundo, por lo ocurrido, pero confirmado, sin embargo, en la tesis de que hay cosas frente a las cuales uno no puede protegerse nunca lo suficiente. En la campaña-War-on-Terror de las televisiones de Es tados Unidos, que se habían puesto en cortocircuito con los comunicados del Pentágono para regular su lenguaje, reorientado, casi sin excepción, a la propaganda, no se habló ni siquiera una vez de una noción elemental como la de que el terrorismo no es un enemigo, sino un modus operandi, un método de lucha, que por regla general se reparte entre ambos lados de un conflicto, razón por la cual «guerra contra el terrorismo» es una for mulación carente de sentido96. Eleva una alegoría a la condición de ene migo político. En cuanto se pone entre paréntesis la exigencia de tomar partido y se sigue el principio de los procesos de paz, también el de escu char al enemigo, resulta evidente que un acto terrorista aislado nunca constituye un comienzo absoluto. No hay ningún acte gratuit terrorista, ningún «hágase» originario del horror. Todo atentado terrorista se entiende como contraataque dentro de una serie, que en cada caso se considera ini ciada por el adversario. Así pues, el terrorismo se concibe a sí mismo anti- terroristamente; esto vale incluso para la «escena originaria» del frente de Ieper en 1915, no sólo porque de ella se siguió inmediatamente la secuen cia acostumbrada de contraataques y contra-contraataques, sino porque del lado alemán se pudo apelar verídicamente al hecho de que los france ses y británicos ya habían utilizado antes munición de gas97. El comienzo del terror no es el atentado concreto llevado a cabo desde uno de los la dos, sino más bien la voluntad y la disposición de los partners en conflicto a operar en un campo de batalla ampliado. Por la ampliación de la zona
87
de lucha se hace perceptible el principio explicación en el proceder bélico: el enemigo se explícita como un objeto en el medio ambiente, cuya elimi nación equivale a una condición de supervivencia del sistema. El terroris mo es la explicación del otro b¿yo el punto de vista de su exterminabili- dad98. Si la guerra significa desde siempre un comportamiento frente al enemigo, sólo el terrorismo desvela su «esencia». En cuanto desaparece la moderación de las desavenencias, conforme al derecho de los pueblos, to ma el mando la relación técnica con el enemigo: en tanto que estimula la explicitud de procedimientos, la técnica pone en claro la esencia de la enemistad: que no es otra que la voluntad de extinción de lo que está en frente.
