misma, que, como conse- cuencia, no se
reconoce
en el objeto.
Adorno-Theodor-Minima-Moralia
rium de las masas.
Sin la casi irresistible violencia del hambre de titulares, que en su sofoco hace retroceder al corazo?
n estremecido al mundo primitivo, aquel crimen indecible no lo hubieran sopor- tado los espectadores, ni siquiera los autores.
En el transcurso de la guerra se les oi?
rcieron por fin a los alemanes noticias terro- rfficas a lo grande }' sin disimulo del lento derrumbam iento mili- tar.
Conceptos como sadismo}' masoquismo ya no son suficientes.
En la sociedad de masas con medios te?
cnicos de difusio?
n, ambos esta?
n mediados por la sensacio?
n, por la novedad meteo?
rica, tele- dirigida, extrema.
Esta domina al pu?
blico, que bajo el efecto del shock se retuerce olvidando quie?
n sufre las atrocidades, si uno mismo o los otros.
Frente a su valor de esti?
mulo, el contenido del shock resulta en realidad indiferente, como lo era idealmente en su evocacio?
n por los poetas -y posiblemente el horror pala- deado por Poe }' Baudclaire, realizado por los dictadores, hubiese perdido su cualidad sensacional}' acabase extinguie?
ndose.
El resca- le violento de las cualidades en 10 nuevo careda de toda cualidad.
Todo puede enajenarse de si?
mismo como nuevo y convertirse en goce del mismo modo que el morfino?
mano insensibilizado acaba recurriendo a todas las drogas sin discriminacio?
n, incluida la atro- pina.
En la sensacio?
n, junto con la d iferenciacio?
n de las cualidades desaparece lodo juicio: ello hace que la sensacio?
n se convierta propiamente en agente de la regresio?
n catastro?
fica.
En el espanto de las dictaduras regresivas, la modernidad, imagen diale?
ctica del progreso, se ha consumado en una explosio?
n.
Lo nuevo en su figu- ra colectiva, de la que algo delata ya el rasgo periodi?
stico en Baudelaire y el redoble de tambores de Wagncr, es, en efecto, la vida exterior concebida como droga estimulante y paralizante: no en vano fueron Poe, Baudclaire y \Xfagner caracteres pro?
ximos al toxico?
mano.
Lo nuevo se convierte en puro mal con la organi- zacio?
n totalitaria, en la que aquella tensio?
n entre el individuo y la sociedad, que en su momento produjo la categori?
a de lo nuevo, es anulada.
La invocacio?
n de 10 nuevo, indiferente a su tipo con tal de que sea lo bastante arcaico, se ha vuelro hoy universal, medio omnipotente de falsa mimesis.
La descomposicio?
n del su- jeto se produce mediante su abandono a lo invariable presentado siempre de manera distinta (immer enderes Immergleiche).
Lo in- variable absorbe todo 10 que hay de fijo en los caracteres.
Aquello que Baudelairc dominaba por obra de la imagen termina provo- cando una fascinacio?
n inerte.
La falta de fidelidad y de identidad, la pa?
tica apelacio?
n a la situacio?
n, son el efecto desencadenado por el esti?
mulo de una novedad que ha dejado ya de ser estimulo.
Quiza? en ese estado llegue a declararse la renuncia de la humani- dad a desear tener hijos porque a cada uno cabe profetlaarle lo peor: lo nuevo es la figura latente de todos los au? n no nacidos. Mallhus fue uno de los padres del siglo XIX, y Beudclaire ensalzo? no sin motivos, a las este? riles. La humanidad, desesperando de su reproduccio? n, proyecta el deseo de supervivencia en la quimera de la cosa nunca conocida; pero e? sra se asemeja a la muerte. Se, n? ala el ocaso que supone una constitucio? n general que virtual- mente no necesita de sus miembros.
151
Tesis contra el ocultismo. -I. La inclinacio? n por el ocultismo es un si? ntoma de regresio? n de la conciencia. Esta ha perdido su fuerza para pensar lo incondicionado y sobrellevar lo condicionado. En lugar de determinar a ambos, mediante el trabajo del con- cepto, en su unidad y diferencia, los mezcla sin distincio? n. Lo in. c~ndicionado se convierte en IIU/um, y 10 condicionado pasa inme- diatamente a constituir la esencia. El monotei? smo se disuelve en u~a segunda mitologi? a. <<Creo en la astrologi? a porque no creo en Di~s", co~testo? un encuestado en una investigacio? n de psicologi? a
SOCIal realizada en Ame? rica. La razo? n dictaminadora, que se habla elevado hasta el concepto del Dios u? nico, parece confundida con su de. rrumbe. El espi? ritu se disocia en espi? ritus, y se arruina la capacidad de comprender que e? stos no existen. La velada tenden- cia de la sociedad a la infelicidad embauca a sus vi? ctimas con falsas revelaciones y feno? menos alucinatorios. En su presentacio? n frag~entaria en vano esperan tener a la vista y hacer frente a la Iarali? dad . total. . Despue? s de milenios de ilustracio? n, el pa? nico vuelve a irrumpir en una humanidad cuyo dominio sobre la naru- raleza traducido en dominio sobre el hombre aventaja en horror a 10 que los hombres hubieran llegadoa temer de la naturaleza.
11. La segunda rnitologfa es menos verdadera que la primera. Este fue el precipitado del estado del conocimiento en sus diver- sas e? pocas, cada una de las cuales muestra, con algo ma? s de liber- tad que su precedente, la consciencia de la ciega conexio? n natural. Aque? lla, turbada e intimidada, se desprende del conocimiento adquirido en el seno de una sociedad que a trave? s de la omniabar- cadora relacio? n de intercambio escamotea lo elemental -<fue los
240 241
? ? ocultistas afirman dominar. La mirada del navegante puesta en los Dio? scuros, la animacio? n de a? rboles y fuentes. . . ; en todos los esta- dos de obnubilacio? n ante 10 inexplicado, las experiencias del su- jeto estaba n histo? ricamente conforma das por los objet os de su accio? n. Pero como reaccio? n racionalmente explotada contra la so- ciedad racionalizada, en los tugurios y consultas de los visionarios de toda laya e! animismo renacido niega la alienacio? n de la que e? l mismo es testimonio y vive, subrogando a la experiencia inexis-
tente. El ocultista saca la consecuencia extrema del cara? cter feti- chista de la mercanci? a: el trabajo angustiosamente objetivado aflora en los objetos con mu? lt iples r asgos demoni? acos . Lo que quedo? olvidado en un mundo enfilado al producto, su ser produci- do por el hombre, es recordado aunque desvirtuado , abst rai? do como un ser en sI que se an? ade y equipara al en si? de los objetos. Como e? stos parecen congelados bajo la luz de la razo? n, como han perdido la apariencia de lo animado, lo animador - su cuali. dad sociat- adquiere independencia como algo narural-sobrenatu- mi, cosa ent re cosas.
I Il . La regresio? n al pensamiento ma? gico bajo e! capita lismo tardi? o asimila dicho pensamiento a las formas capitalistas tardi? as. Los feno? menos marginales, sospechosamente asociales, del sistema y los mezquinos arreglos para mirar de reojo por las grietas de sus muros, no revelan nada de lo que hay fuera de e? l, pero mucho de las fuerzas disgregadoras de su interior. Aquellos pequen? os sa- bios que aterrorizan a sus d ientes ante la bola de cristal son mo- delos en miniatura de los otros grandes que tienen en sus manos el destino de la humanidad. La sociedad misma esta? tan desave- nida y tan conjurada como los oscurantistas de la Psychic Researcb. La hipnosis que provocan las cosas ocultas se parece al terror totalitario: en los procesos contempora? neos ambos se funden. La risa de los augures ha llegado a constituir el escarnio que la socie- dad hace de si? misma; se ceba en la explotacio? n material directa de las almas. El horo? scopo cumple las instrucciones de loo orga-
nismos a los pueblos, y la mi? stica de los nu? meros dispone las esta- di? sticas de la administracio? n y los precios de los ca? rteles. La pro- pia integracio? n termina revela? ndose como ideologi? a para la des" integracio? n en grupos de poder que se eliminan los unos a los otros. Quien da con ellos esta? perdido.
IV. El ocultismo es un movimiento reflejo tendente a la sub- jetivizacio? n de todo sentido, el complemento de la cosificacio? n,
Cuando la realidad objetiva les parece a los hombres que viven tan sorda como nunca antes les parecio? , tratan de arrancarle un sen- tido mediante abracadabras. Confusamente lo exigen del mal ma? s pro? ximo: la racionalidad de lo real, con la que aque? l no concuer- da, es sustituida por mesas que brincan y radiaciones procedentes de masas de tierra. La hez del mundo fenome? nico se convierte para la conciencia enferma en mundus inteliigibi? lis, Casi podri? a ser la verdad especulativa, como casi podri? a ser un a? ngel e! pero sonaje de Kafka Odradck, y sin embargo, esta? en una positividad que suprime e! medio del pensam iento y deja so? lo el ba? rba ro desvari? o, la subjetividad enajenada de s?
misma, que, como conse- cuencia, no se reconoce en el objeto. Cuanto ma? s acabada es la indignidad de lo que se presenta como <<espi? ritu>> -y el sujeto ilustrado sin duda se reencontrari? a en lo ma? s animado- , ma? s se convierte el sentido alli? rastreado, y que en si? no esta? presente, en proyeccio? n inconsciente y obsesiva del sujeto si no cli? nica, si? histo? ricamente desintegrado. Este desea adecuar el mundo a su propia desintegracio? n: de ahi? que siempre ande con requisitos y malos deseos. <<La tercera me lee en la mano. / Quiere leer mi desdicha>>. En el ocultismo el espi? ritu gime bajo su propio he- chizo como alguien que suen? a con una desgracia y cuyo tormento crece con la sensacio? n de que esta? son? ando sin que le sea posible despe rta r.
V . La violencia del ocu lti smo, como la de l fascismo , con el que le unen esquemas de pensamiento del tipo del antisemitismo, no es simplemente una violencia pn? tica. Ma? s bien radica en que en las mi? nimas panaceas - ima? genes encubridoras en cierto modo- la conciencia menesterosa de la verdad cree poder obtener un conocimiento, para ella oscuramente presente, que el progreso ofi- cial en todas sus formas le escatima intencionalmente. Es el cono- cimiento de que la sociedad, al excluir virtualmente la posibilidad de! cambio esponta? neo, gravita hacia la cata? strofe total. De! des- atino real hace copia el astrolo? gico, que presenta su oscura cone- xio? n de elementos enajenados - nada ma? s ajeno que las estre- llas- como un saber acerca del sujeto. La amenaza que se busca en las constelaciones se asemeja a la histo? rica, que sigue cernie? n- dose en el vaci? o de conciencia, en la ausencia de sujeto. El hecho de que todas las futuras vi? ctimas lo sean de un todo configurado por ellas mismas, so? lo pueden soportarlo transfiriendo aquel todo fuera de si? mismas a algo externo que se le asemeje. En el deplo- rable slnsentido en que se instalan, en e! vacuo horror, pueden ex-
242
243
? ? pulsar las toscas lamentaciones, el crudo miedo a la muerte y, sin embargo , contin uar reprimie? ndolos, como no pueden menos de hacerlo si quieren seguir viviendo. La ruptura en la lfnea de la vida como indicio de un ca? ncer acechante, es una mentira so? lo ahi? donde se afirma, en la mano del individuo; donde no se hace diagn o? stico alguno , en lo colectivo, seri? a una verdad. Con razo? n se sienten los ocultistas atrai? dos por fantasi? as cienti? ficas infantilmen- te monstruosas. La confusio? n que establecen ent re sus emanacio- nes y. los iso? topos del uranio constituye la u? ltima claridad. Los rayos mi? sticos son modestas anticipaciones de los producidos por la te? cnica. La supersticio? n es conocimiento porque ve reunidas las cifras de la destruccio? n dispersas por la superficie social; yes terca porque con todo su instinto de muerte au? n se aferra a ilusiones: la forma transfigurada y trasladada al cielo de la sociedad promete una respuesta que so? lo puede darse en oposicio? n a la sociedad real.
VI. El ocultismo es la metafi? sica de los mentecatos. La con- dicio? n subalterna de los medios es tan poco accidental como lo apo? crifo y pueril de lo revelado. Desde los primeros di? as del espi- ritismo, el ma? s alla? no ha comunicado cosas de mayor monta que los saludos de la abuela fallecida junto a la profeci? a de algu? n viaje inminente. La excusa de que el mundo de los espi? ritus no puede comunicar a la pobre razo? n humana ma? s cosas que las que esta? en condiciones de recibir es igualmente necia, hipo? tesis auxi- liar del sistema paranoico: ma? s lejos que el viaje hacia donde esta? la abuela ha llevado e1 1umen natura/e, y si los espi? ritus no quieren enterarse es que son unos duendes desatentos con los que ma? s vale romper las relaciones. En el contenido burdamente natu- ral del mensaje sobrena tural se revela su falsedad . Al intentar echar mano a lo perdido alla? arriba, los ocultistas no encuentran sino su propia nada. Para no salir de la gris cotidianeidad, en la que, como realistas incorregibles, se hallan a gusto, el sentido en el que se recrean lo asimilan al sinsentido del que huyen. El ma- gro efecto ma? gico no es sino la magra existencia de la que e? l es reflejo. De ahi? que los prosaicos se encuentren co? modos en e? l. Los hechos que s610 se diferencian de los que realmen te lo son en que no lo son se situ? an en una cuarta dimensio? n. Su simple no ser es su qualitas occulta. Proporcionan a la imbecilidad una coso
movisio? n. Astro? logos y espiritistas dan de un modo dra? stico, definitivo, a cada cuestio? n una respuesta que no tanto la resuelve como, con sus crudas aseveraciones, la sustrae a toda posible so-
lucio? n. Su a? mbito sublime, representado en un ana? logo del espe- ci? o, requiere tan poco ser pensado como las sillas y los jarrones. De ese modo refuerza el conformismo. Nada favorece ma? s a 10 existente que el que el existir como tal sea lo constitutivo del sentido.
VII. Las grandes religiones o han concebido, como la judi? a, la salvacio? n de los muertos desde el silencio, obedeciendo a la prohibicio? n de las ima? genes, o han ensen? ado la resurreccio? n de la carne. Su punto crucial estaba en la inseparabilidad de lo espiri- tual y lo corporal. No hay ninguna intencio? n. nada eespiritueb- que no se funde de algu? n modo en la percepcio? n corpo? rea ni exi- ja a su vez su realizacio? n corpo? rea. A los ocultistas, tan favora- bIes a la idea de la resurreccio? n, pero que propiamente no desean la salvacio? n, esto les parece demasiado tosco. Su metafi? sica, que ni H uxley puede ya diferenciar de la metafi? sica, descansa en el axio.
ma: <<El alma se eleva a las alturas, [vive! , / el cuerpo queda en el canap e? >>. Cuanto ma? s alegre es la espiritualidad, ma? s mece? ni- ca: ni Descartes la separo tan limpiamente. La divisio? n del trabajo y la cosificacio? n son llevadas al li? mite: cuerpo y alma son sepa- rados en una perenne viviseccio? n. El alma debe estar limpia de polvo para continuar sin desviaciones en regiones ma? s luminosas su afanosa actividad en el mismo punto en que se interrumpi6. En tal declaracio? n de independencia, empero, el alma se convler- te en una burda imitacio? n de aquello de lo que falsamente se habi? a emancipado. En el lugar de la accio? n reci? proca. que aun la ma? s ri? gida filosofi? a afirmaba, se instala el cuerpo astral, vergonzosa concesio? n del espi? ritu hipcstasiado a su contrario. So? lo en su como paracio? n con un cuerpo puede concebirse el esplriru puro , con lo que al mismo tiempo se anula. Con la cosificacio? n de los espi? ritus, e? stos quedan ya negados.
VIII. Para los ocultistas esto significa una acusacio? n de ma- terialismo. Pero esta? n decididos a preservar el cuerpo astral. Los objetos de su intere? s deben a la vez rebasar la posibilidad de la experiencia y ser experi ment ados. Ello ha de hacerse de un modo riguros amente cienti? fico; cuanto mayor es la patran? a , ma? s esmerada es su componenda. La pretensio? n del control cien- rffico es llevada ad absurdum, donde nada hay que controlar. El mismo aparato racionalist a y empirista que dio el golpe de gracia a los espi?
Quiza? en ese estado llegue a declararse la renuncia de la humani- dad a desear tener hijos porque a cada uno cabe profetlaarle lo peor: lo nuevo es la figura latente de todos los au? n no nacidos. Mallhus fue uno de los padres del siglo XIX, y Beudclaire ensalzo? no sin motivos, a las este? riles. La humanidad, desesperando de su reproduccio? n, proyecta el deseo de supervivencia en la quimera de la cosa nunca conocida; pero e? sra se asemeja a la muerte. Se, n? ala el ocaso que supone una constitucio? n general que virtual- mente no necesita de sus miembros.
151
Tesis contra el ocultismo. -I. La inclinacio? n por el ocultismo es un si? ntoma de regresio? n de la conciencia. Esta ha perdido su fuerza para pensar lo incondicionado y sobrellevar lo condicionado. En lugar de determinar a ambos, mediante el trabajo del con- cepto, en su unidad y diferencia, los mezcla sin distincio? n. Lo in. c~ndicionado se convierte en IIU/um, y 10 condicionado pasa inme- diatamente a constituir la esencia. El monotei? smo se disuelve en u~a segunda mitologi? a. <<Creo en la astrologi? a porque no creo en Di~s", co~testo? un encuestado en una investigacio? n de psicologi? a
SOCIal realizada en Ame? rica. La razo? n dictaminadora, que se habla elevado hasta el concepto del Dios u? nico, parece confundida con su de. rrumbe. El espi? ritu se disocia en espi? ritus, y se arruina la capacidad de comprender que e? stos no existen. La velada tenden- cia de la sociedad a la infelicidad embauca a sus vi? ctimas con falsas revelaciones y feno? menos alucinatorios. En su presentacio? n frag~entaria en vano esperan tener a la vista y hacer frente a la Iarali? dad . total. . Despue? s de milenios de ilustracio? n, el pa? nico vuelve a irrumpir en una humanidad cuyo dominio sobre la naru- raleza traducido en dominio sobre el hombre aventaja en horror a 10 que los hombres hubieran llegadoa temer de la naturaleza.
11. La segunda rnitologfa es menos verdadera que la primera. Este fue el precipitado del estado del conocimiento en sus diver- sas e? pocas, cada una de las cuales muestra, con algo ma? s de liber- tad que su precedente, la consciencia de la ciega conexio? n natural. Aque? lla, turbada e intimidada, se desprende del conocimiento adquirido en el seno de una sociedad que a trave? s de la omniabar- cadora relacio? n de intercambio escamotea lo elemental -<fue los
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? ? ocultistas afirman dominar. La mirada del navegante puesta en los Dio? scuros, la animacio? n de a? rboles y fuentes. . . ; en todos los esta- dos de obnubilacio? n ante 10 inexplicado, las experiencias del su- jeto estaba n histo? ricamente conforma das por los objet os de su accio? n. Pero como reaccio? n racionalmente explotada contra la so- ciedad racionalizada, en los tugurios y consultas de los visionarios de toda laya e! animismo renacido niega la alienacio? n de la que e? l mismo es testimonio y vive, subrogando a la experiencia inexis-
tente. El ocultista saca la consecuencia extrema del cara? cter feti- chista de la mercanci? a: el trabajo angustiosamente objetivado aflora en los objetos con mu? lt iples r asgos demoni? acos . Lo que quedo? olvidado en un mundo enfilado al producto, su ser produci- do por el hombre, es recordado aunque desvirtuado , abst rai? do como un ser en sI que se an? ade y equipara al en si? de los objetos. Como e? stos parecen congelados bajo la luz de la razo? n, como han perdido la apariencia de lo animado, lo animador - su cuali. dad sociat- adquiere independencia como algo narural-sobrenatu- mi, cosa ent re cosas.
I Il . La regresio? n al pensamiento ma? gico bajo e! capita lismo tardi? o asimila dicho pensamiento a las formas capitalistas tardi? as. Los feno? menos marginales, sospechosamente asociales, del sistema y los mezquinos arreglos para mirar de reojo por las grietas de sus muros, no revelan nada de lo que hay fuera de e? l, pero mucho de las fuerzas disgregadoras de su interior. Aquellos pequen? os sa- bios que aterrorizan a sus d ientes ante la bola de cristal son mo- delos en miniatura de los otros grandes que tienen en sus manos el destino de la humanidad. La sociedad misma esta? tan desave- nida y tan conjurada como los oscurantistas de la Psychic Researcb. La hipnosis que provocan las cosas ocultas se parece al terror totalitario: en los procesos contempora? neos ambos se funden. La risa de los augures ha llegado a constituir el escarnio que la socie- dad hace de si? misma; se ceba en la explotacio? n material directa de las almas. El horo? scopo cumple las instrucciones de loo orga-
nismos a los pueblos, y la mi? stica de los nu? meros dispone las esta- di? sticas de la administracio? n y los precios de los ca? rteles. La pro- pia integracio? n termina revela? ndose como ideologi? a para la des" integracio? n en grupos de poder que se eliminan los unos a los otros. Quien da con ellos esta? perdido.
IV. El ocultismo es un movimiento reflejo tendente a la sub- jetivizacio? n de todo sentido, el complemento de la cosificacio? n,
Cuando la realidad objetiva les parece a los hombres que viven tan sorda como nunca antes les parecio? , tratan de arrancarle un sen- tido mediante abracadabras. Confusamente lo exigen del mal ma? s pro? ximo: la racionalidad de lo real, con la que aque? l no concuer- da, es sustituida por mesas que brincan y radiaciones procedentes de masas de tierra. La hez del mundo fenome? nico se convierte para la conciencia enferma en mundus inteliigibi? lis, Casi podri? a ser la verdad especulativa, como casi podri? a ser un a? ngel e! pero sonaje de Kafka Odradck, y sin embargo, esta? en una positividad que suprime e! medio del pensam iento y deja so? lo el ba? rba ro desvari? o, la subjetividad enajenada de s?
misma, que, como conse- cuencia, no se reconoce en el objeto. Cuanto ma? s acabada es la indignidad de lo que se presenta como <<espi? ritu>> -y el sujeto ilustrado sin duda se reencontrari? a en lo ma? s animado- , ma? s se convierte el sentido alli? rastreado, y que en si? no esta? presente, en proyeccio? n inconsciente y obsesiva del sujeto si no cli? nica, si? histo? ricamente desintegrado. Este desea adecuar el mundo a su propia desintegracio? n: de ahi? que siempre ande con requisitos y malos deseos. <<La tercera me lee en la mano. / Quiere leer mi desdicha>>. En el ocultismo el espi? ritu gime bajo su propio he- chizo como alguien que suen? a con una desgracia y cuyo tormento crece con la sensacio? n de que esta? son? ando sin que le sea posible despe rta r.
V . La violencia del ocu lti smo, como la de l fascismo , con el que le unen esquemas de pensamiento del tipo del antisemitismo, no es simplemente una violencia pn? tica. Ma? s bien radica en que en las mi? nimas panaceas - ima? genes encubridoras en cierto modo- la conciencia menesterosa de la verdad cree poder obtener un conocimiento, para ella oscuramente presente, que el progreso ofi- cial en todas sus formas le escatima intencionalmente. Es el cono- cimiento de que la sociedad, al excluir virtualmente la posibilidad de! cambio esponta? neo, gravita hacia la cata? strofe total. De! des- atino real hace copia el astrolo? gico, que presenta su oscura cone- xio? n de elementos enajenados - nada ma? s ajeno que las estre- llas- como un saber acerca del sujeto. La amenaza que se busca en las constelaciones se asemeja a la histo? rica, que sigue cernie? n- dose en el vaci? o de conciencia, en la ausencia de sujeto. El hecho de que todas las futuras vi? ctimas lo sean de un todo configurado por ellas mismas, so? lo pueden soportarlo transfiriendo aquel todo fuera de si? mismas a algo externo que se le asemeje. En el deplo- rable slnsentido en que se instalan, en e! vacuo horror, pueden ex-
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? ? pulsar las toscas lamentaciones, el crudo miedo a la muerte y, sin embargo , contin uar reprimie? ndolos, como no pueden menos de hacerlo si quieren seguir viviendo. La ruptura en la lfnea de la vida como indicio de un ca? ncer acechante, es una mentira so? lo ahi? donde se afirma, en la mano del individuo; donde no se hace diagn o? stico alguno , en lo colectivo, seri? a una verdad. Con razo? n se sienten los ocultistas atrai? dos por fantasi? as cienti? ficas infantilmen- te monstruosas. La confusio? n que establecen ent re sus emanacio- nes y. los iso? topos del uranio constituye la u? ltima claridad. Los rayos mi? sticos son modestas anticipaciones de los producidos por la te? cnica. La supersticio? n es conocimiento porque ve reunidas las cifras de la destruccio? n dispersas por la superficie social; yes terca porque con todo su instinto de muerte au? n se aferra a ilusiones: la forma transfigurada y trasladada al cielo de la sociedad promete una respuesta que so? lo puede darse en oposicio? n a la sociedad real.
VI. El ocultismo es la metafi? sica de los mentecatos. La con- dicio? n subalterna de los medios es tan poco accidental como lo apo? crifo y pueril de lo revelado. Desde los primeros di? as del espi- ritismo, el ma? s alla? no ha comunicado cosas de mayor monta que los saludos de la abuela fallecida junto a la profeci? a de algu? n viaje inminente. La excusa de que el mundo de los espi? ritus no puede comunicar a la pobre razo? n humana ma? s cosas que las que esta? en condiciones de recibir es igualmente necia, hipo? tesis auxi- liar del sistema paranoico: ma? s lejos que el viaje hacia donde esta? la abuela ha llevado e1 1umen natura/e, y si los espi? ritus no quieren enterarse es que son unos duendes desatentos con los que ma? s vale romper las relaciones. En el contenido burdamente natu- ral del mensaje sobrena tural se revela su falsedad . Al intentar echar mano a lo perdido alla? arriba, los ocultistas no encuentran sino su propia nada. Para no salir de la gris cotidianeidad, en la que, como realistas incorregibles, se hallan a gusto, el sentido en el que se recrean lo asimilan al sinsentido del que huyen. El ma- gro efecto ma? gico no es sino la magra existencia de la que e? l es reflejo. De ahi? que los prosaicos se encuentren co? modos en e? l. Los hechos que s610 se diferencian de los que realmen te lo son en que no lo son se situ? an en una cuarta dimensio? n. Su simple no ser es su qualitas occulta. Proporcionan a la imbecilidad una coso
movisio? n. Astro? logos y espiritistas dan de un modo dra? stico, definitivo, a cada cuestio? n una respuesta que no tanto la resuelve como, con sus crudas aseveraciones, la sustrae a toda posible so-
lucio? n. Su a? mbito sublime, representado en un ana? logo del espe- ci? o, requiere tan poco ser pensado como las sillas y los jarrones. De ese modo refuerza el conformismo. Nada favorece ma? s a 10 existente que el que el existir como tal sea lo constitutivo del sentido.
VII. Las grandes religiones o han concebido, como la judi? a, la salvacio? n de los muertos desde el silencio, obedeciendo a la prohibicio? n de las ima? genes, o han ensen? ado la resurreccio? n de la carne. Su punto crucial estaba en la inseparabilidad de lo espiri- tual y lo corporal. No hay ninguna intencio? n. nada eespiritueb- que no se funde de algu? n modo en la percepcio? n corpo? rea ni exi- ja a su vez su realizacio? n corpo? rea. A los ocultistas, tan favora- bIes a la idea de la resurreccio? n, pero que propiamente no desean la salvacio? n, esto les parece demasiado tosco. Su metafi? sica, que ni H uxley puede ya diferenciar de la metafi? sica, descansa en el axio.
ma: <<El alma se eleva a las alturas, [vive! , / el cuerpo queda en el canap e? >>. Cuanto ma? s alegre es la espiritualidad, ma? s mece? ni- ca: ni Descartes la separo tan limpiamente. La divisio? n del trabajo y la cosificacio? n son llevadas al li? mite: cuerpo y alma son sepa- rados en una perenne viviseccio? n. El alma debe estar limpia de polvo para continuar sin desviaciones en regiones ma? s luminosas su afanosa actividad en el mismo punto en que se interrumpi6. En tal declaracio? n de independencia, empero, el alma se convler- te en una burda imitacio? n de aquello de lo que falsamente se habi? a emancipado. En el lugar de la accio? n reci? proca. que aun la ma? s ri? gida filosofi? a afirmaba, se instala el cuerpo astral, vergonzosa concesio? n del espi? ritu hipcstasiado a su contrario. So? lo en su como paracio? n con un cuerpo puede concebirse el esplriru puro , con lo que al mismo tiempo se anula. Con la cosificacio? n de los espi? ritus, e? stos quedan ya negados.
VIII. Para los ocultistas esto significa una acusacio? n de ma- terialismo. Pero esta? n decididos a preservar el cuerpo astral. Los objetos de su intere? s deben a la vez rebasar la posibilidad de la experiencia y ser experi ment ados. Ello ha de hacerse de un modo riguros amente cienti? fico; cuanto mayor es la patran? a , ma? s esmerada es su componenda. La pretensio? n del control cien- rffico es llevada ad absurdum, donde nada hay que controlar. El mismo aparato racionalist a y empirista que dio el golpe de gracia a los espi?
