Solo ÉL ve lo que encierra este hemisferio,
Por entre cuyos blancos valladares
La ardua ascensión al último acomete,
Cual suelta nube, el Árabe jinete.
Por entre cuyos blancos valladares
La ardua ascensión al último acomete,
Cual suelta nube, el Árabe jinete.
Jose Zorrilla
Ostentosa en aparato,
Costosísima en su porte,
Á los ojos de su corte
Muestra su alta dignidad:
Pero al dar con tal boato
Real decoro á la corona,
Niega sobrio á su persona
Lo que da á su majestad.
No dejado, mas modesto
En su gala y vestidura,
Da á su cuerpo limpia holgura
Y elegante sencillez:
Y recibe á su presencia,
Dondequiera al bien dispuesto,
Con cordial benevolencia
Al dolor y á la honradez.
Franco, afable, igual, sencillo
En su vida y ley privada,
En su pecho está hospedada
La leal cordialidad;
Y depuesto el regio brillo,
Los amigos de su infancia
En el fondo de su estancia
Hallan siempre su amistad.
Sus más fieros enemigos
Los Amires castellanos
Le visitan cortesanos
Y le piden protección:
Y él les trata como á amigos,
Con sus nobles les iguala,
Les festeja y les regala
Sin doblez de corazón.
Moderado en sus placeres
Cual frugal en sus festines,
Da opulento á sus mujeres
Mesa opípara en su harén;
Pero no entra en sus jardines
Tierno amante ó fiel esposo
Hasta la hora del reposo,
Como á un Príncipe está bien.
El Korán cuatro sultanas
Le permite, y como tales
En sus Cámaras rëales
Alojadas cuatro están.
Á las cuatro tiene vanas
El amor del Nazarita,
Mas ninguna es favorita
En el alma del Sultán.
Las almées y los juglares
De más gracia y más destreza
Tiene á sueldo, con largueza
Atendiendo á su placer:
Y en sus fiestas familiares
Las prodiga el noble Moro
Cuanto pueden amor y oro
Por espléndido ofrecer.
Es su harén del gozo fuente
Y de fiestas laberinto:
Estremece su recinto
Siempre alegre conmoción,
Y resuena eternamente
Por los bosques de la Alhambra
El compás de libre zambra,
De las músicas el són.
Al-hamar en tanto, á solas
Con sus íntimos cuidados,
En el bien de sus estados
Piensa inquieto sin cesar;
Y sobre las mansas olas
De aquel mar de dicha y calma
Brilla el faro de su alma,
Vela el ojo de Al-hamar.
Afanoso, inquieto, activo
Mientras dura el día claro,
De los débiles amparo,
Peso fiel de la igualdad,
Sin quitar pie del estribo,
Sin dejar puerta, ni torre,
Ni mercado, ve y recorre
Por sí mismo la ciudad.
Por doquier con recta mano
La justicia distribuye,
Por doquier sagaz se instruye
De las faltas de su ley,
Y la enmienda soberano
Del bien de su pueblo amigo,
Porque sirva de castigo
Y de amparo de su grey.
Así el noble Nazarita,
Rey y luz del huerto ameno
De Granada, Edén terreno
Modelado en el Korán,
Sus alcázares habita
De virtud siendo rocío,
Siendo rayo del impío
Y decoro del Islam.
Vencedor, nunca vencido,
Rey piadoso, juez severo,
En la lid buen caballero
Y en la paz sol de su fe:
De sus pueblos bendecido,
De enemigos respetado,
Y de fieles rodeado,
El excelso Amir se ve.
Y así mora el Nazarita
Sus alcázares dorados,
Misteriosamente alzados
Del placer para mansión.
Mas ¿quién sabe si él habita
Su morada encantadora,
Y el pesar oculto mora
En su regio corazón?
Triste, insomne, solitario,
Como sombra taciturna
Que á su nicho funerario
Un conjuro hace asomar,
Á las brechas angulares
De su torre de Comares
En la lobreguez nocturna
Tal vez asoma Al-hamar.
Apoyado en una almena
De la gigantesca torre,
Del río que á sus pies corre
Oye distraído el són,
Y contempla en los espacios,
Que la espesa sombra llena,
De su corte y sus palacios
El fantástico montón.
Pertinaz á veces mira
Del fresco valle á la hondura,
Sombra, espacio y espesura
Anhelando penetrar:
Muévese allí el aura mansa
No más: de mirar se cansa,
Y el rostro vuelve y suspira
Melancólico Al-hamar.
¡Cuántas veces en la almena
Le sorprende la mañana,
Y al afán que le enajena
Treguas da su resplandor:
Y sin dar un hora al sueño,
De Granada vuelve el dueño
De sí á echar lo que le afana,
De sí mismo vencedor!
Mas ¿quién lee sobre su frente
El oculto pensamiento
Que tras ella turbulento
Lleva el alma de él en pos?
Sólo Aquél que da igualmente
Las venturas y los males,
Y las dichas terrenales
Con el duelo acota. --Dios.
Dios, que tierra y mar divide,
La eternidad sonda y mide,
Del espacio sabe el límite
Y del mundo ve el confín.
Dios, cuya grandeza canto,
Y con cuyo nombre santo
Al LIBRO DE LOS ALCÁZARES
Reverente pongo fin.
Libro de los espíritus.
RECUERDOS
¿Qué flor no se marchita?
¿Cuál es el fuerte roble
Que el huracán no troncha
Ó el tiempo no carcome?
¿Qué dicha no se acaba?
¿Qué hora veloz no corre?
¿Qué estrella no se eclipsa?
¿Qué sol nunca se pone?
¿Adónde está el alcázar
En cuyas altas torres
La tempestad no ruge
Cuando el nublado rompe?
¿Quién es el que ha cruzado
El piélago salobre
Sin que su nave un punto
La tempestad azote?
¿Quién fué por el desierto
Pisando siempre flores?
¿Ni quién pasó la vida
Sin duelos ni pasiones?
¿Ni quién es el que en calma
Durmió todas las noches
Sin que el pesar un punto
Tenido le haya insomne?
Ninguno. El rey altivo,
Como el esclavo pobre,
Al reclinar cansados
Su frente por la noche.
Ya en mendigada paja,
Ya en ricos almohadones,
Perciben que un gusano
El corazón les röe.
Es el afán secreto
Que agita eterno, indócil
Al corazón, y gira
Con la veleta móvil
Del pensamiento vano.
¡Dichoso el que conoce
Que Dios tan sólo llena
El corazón del hombre!
Por eso el Nazarita,
Que aunque de Dios favores
Sin tregua ha recibido,
Á humanas condiciones
Sujeto está, va presa
De afanes interiores
Rumiando pensamientos
Que su atención absorben.
Va solo, atravesando
El enramado bosque
Que cubre el fresco valle,
Donde al mullido borde
De fuente cristalina
Que mana entre las flores,
Un sueño misterioso
Le embelesó una noche.
Va solo, meditando
Los agrios sinsabores,
Que danle de su reino
Civiles disensiones.
De Dios pesa la mano
Sobre su pueblo y torpe
Tal vez contra sí mismo
Va á dirigir sus golpes.
¿Qué han hecho al fin sus sabios
Proyectos creadores?
¿Qué al fin han producido
Tesoros tan enormes
Como él ha dispendiado
Para elevar el nombre
De su gentil Granada
Sobre el de cien naciones?
Cubrió los verdes cerros
De gigantescas moles:
Tornó en frondosos cármenes
Sus valles y sus montes:
Mas la soñada dicha
De sus intentos nobles
¿Do está si á los humanos
No pudo hacer mejores?
Riqueza dió á los Moros,
Con la riqueza dióles
Poder, victoria, fama. . . . .
Mas dió á sus corazones
Con ella más deseos
Y orgullo y vicio dobles:
Y al fin ¿qué es lo que logra?
Doblar sus ambiciones.
Con ellas la discordia
Germina al par: mayores
Triunfos tal vez alcancen
Sus armas: tal vez logren
Á empresas más gloriosas
Dar cima, y sus pendones
Clavar sobre los muros
Que á los contrarios tomen.
Mas ¡ay cuando su fuerza
Contra ellos mismos tomen!
Mas ¡ay cuando su ciencia
Se emplee en invenciones
De pérfida política,
De códigos traidores
Que, leyes pregonando,
Su destrucción pregonen:
Y el reino que él fundara
De tanto afán á coste,
Por él seguro acaso
De extrañas invasiones,
Tal vez consigo mismo
Luchando se destroce,
Y abra á un sangriento circo
Su alcázar sus balcones!
Tal vez un rey cristiano,
Sagaz y fuerte entonces,
Desde Castilla viendo
Los árabes discordes,
La hoguera de sus iras
Certeramente sople
Y al frente de Granada
Presente sus legiones.
Así Al-hamar discurre,
Con cálculos precoces
Llorando por Granada,
La flor de sus amores;
Así Al-hamar se aflige,
Y á solas por el bosque
Se mete, absorto y triste
Con sus cavilaciones.
Era una hermosa tarde
De Abril: los resplandores
Del sol, que á ocaso baja
Manchando el horizonte
Con tintas de oro y púrpura,
Los pardos torreones
Alumbra de la Alhambra
Con rayos tembladores.
Ya la última montaña
Á largo andar transpone
El sol: ya dora sólo
Los altos miradores
De los palacios árabes:
Cayendo al fin se esconde
Tras la montaña entero,
Y allá la mar le sorbe.
El pálido crepúsculo,
Que va tras él, recoge
La luz que al día resta;
Da un paso más, y el orbe
Con cuanto bello abarca
En lúgubres crespones
Emboza poco á poco
La silenciosa noche.
Nubló su espesa sombra
Los ojos brilladores
Del distraído príncipe,
Y al mundo real volvióle:
Volver quiso él las bridas
De su caballo, dócil
Á su llamada siempre,
Pero rebelde hallóle.
Era el caballo de árabe
Raza, leal y noble;
Mas por la vez mi primera
Su origen desmintióse.
La voz de su jinete
Desconoció: aplicóle
La espuela; y, al sentirla,
Feroz encabritóse.
Mira Al-hamar en torno
Si hay algo que le asombre,
Y al extender la vista
El sitio reconoce;
Junto á la fuente se halla
Á cuyo són durmióse
Años atrás soñando
Con célicas visiones.
La idea más recóndita
De su cerebro entonces
Se levantó espantando
Su corazón. Las dotes
Divinas del espíritu
Que allí le habló: los dones
Que recibió del Cielo
Desque á él aparecióse:
Su celestial historia,
Sus celestiales órdenes
Que obedeció arrastrado
De impulsos superiores:
De gloria y de opulencia
Las altas predicciones,
En todo con sus místicos
Oráculos conformes,
Todo fué cierto; todo
Cual lo soñó cumplióse.
¿No será, pues, su raza
Quien sus afanes logre?
¿No es, pues, el Dios que adora
El Dios de sus mayores,
Y él hizo una diadema
Con que otro se corone?
Su mente obscurecieron
Densísimos vapores:
Dudó: tembló dudando:
El corazón turbósele,
Y así exclamó en la sombra
Con temerosas voces,
Que ahogó el murmullo manso
Del manantial y el bosque:
«Espíritu, que el fondo
»De ese raudal esconde:
»Yo obedecí sumiso
»Tus misteriosas órdenes,
»Y soy la sola víctima
»De tu presencia; tórname,
»Pues, á la fe primera,
»Ó con tu ley abóname. »
Dijo: y, como acosado
Por invisible golpe,
Saltó el caballo fiero
Con repentino bote,
Por medio de las sombras
Lanzándose á galope:
Y el rey arrebatado
Á su pesar sintióse.
LA CARRERA
I
Lanzóse el fiero bruto con ímpetu salvaje
Ganando á saltos locos la tierra desigual,
Salvando de los brezos el áspero ramaje,
Á riesgo de la vida de su jinete real.
Él con entrambas manos le recogió el rendaje
Hasta que el rudo belfo tocó con el pretal:
Mas todo en vano: ciego, gimiendo de coraje,
Indómito al escape tendióse el animal.
Las matas, los vallados, las peñas, los arroyos.
Las zarzas y los troncos que el viento descuajó.
Los calvos pedregales, los cenagosos hoyos
Que el paso de las aguas del temporal formó.
Sin aflojar un punto ni tropezar incierto,
Cual si escapara en circo á la carrera abierto,
Cual hoja que arrebatan los vientos del desierto.
El desbocado potro veloz atravesó.
Y matas y peñas, vallados y troncos
En rápida, loca, confusa ilusión
Del viento á los silbos, ya agudos, ya roncos,
Pasaban al lado del suelto bridón.
Pasaban huyendo cual vagas quimeras
Que forja el delirio, febriles, ligeras,
Risueñas ó torvas, mohinas ó fieras,
Girando, bullendo, rodando en montón.
Del álamo blanco las ramas tendidas,
Las copas ligeras de palmas y pinos,
Las varas revueltas de zarzas y espinos,
Las yedras colgadas del brusco peñón,
Medrosas fingiendo visiones perdidas,
Gigantes y monstruos de colas torcidas,
De crespas melenas al viento tendidas,
Pasaban en larga fatal procesión.
Pasaban, sueños pálidos, antojos
De la ilusión: fantásticos é informes
Abortos del pavor: mudas y enormes
Masas de sombra sin color ni faz.
Pasaban de Al-hamar ante los ojos,
Pasaban aturdiendo su cabeza
Con diabólico impulso y ligereza,
En fatigosa hilera pertinaz.
Pasaban y Al-hamar las percibía
Pasar, sin concebir su rapidez,
En más vertiginosa fantasía,
En más confusa y tumultuosa orgía,
Más juntas, más veloces cada vez:
Y atronado su espíritu cedía
Á la impresión fatídica, y corría
Frío sudor por su morena tez.
Y en su faz estrellándose el viento,
La ponía en nerviosa tensión,
Y cortaba el camino al aliento,
Y prensaba el cansado pulmón;
Y, golpeando en sus sienes sin tiento
De su sangre el latido violento,
Sus oídos zumbaban con lento
Y profundo y monótono són.
Ya creía que, huyendo el camino
Del corcel bajo el cóncavo callo,
Galopaba sobre un torbellino,
Mantenido en su impulso no más;
Ya creía que el negro caballo,
Por la ardiente nariz y los ojos
Despidiendo metéoros rojos,
Rastro impuro dejaba detrás.
Ya sorbido por denso nublado,
Con la lluvia, el granizo y centellas
De que lleva su vientre preñado,
Cree que va fermentando á la par;
Nubes cruza tras nubes, y en ellas,
Del turbión al impulso sujetos,
Mira mil nunca vistos objetos
Remolinos eternos formar.
De este vértigo horrible transido
Caminaba á las riendas asido,
En los corvos estribos seguro
Y entre el uno y el otro borrén
Empotrado, dejando abatido
Por el bruto llevarse en lo obscuro:
Y empezaba á perder el sentido
Del escape mareado al vaivén.
Rendido y las fuerzas perdiendo
Al vértigo intenso cedió;
Y loco el cerebro sintiendo,
Los ojos cerrar no pudiendo
La ciega mirada fijó,
Tenaz contracción manteniendo
No más su equilibrio, y corriendo
Cual otro fantasma siguió.
Y espacios inmensos cruzando,
Y atrás á la tierra dejando,
Las vallas de sombra saltando
Que cercan el mundo mortal,
Creyóse su mente perdida
En tierra jamás conocida,
Región de otra luz y otra vida,
De atmósfera limpia é igual.
Y vió que un alba serena
Con blanquísimos reflejos
Amanecía á lo lejos
En esta nueva región:
Y el alma, exenta de pena
Cruzando el éter tranquilo,
Volaba á un eterno asilo
En otra inmortal mansión.
Suavísimo arrobamiento,
Deliquio dulce invadióle,
Y encima del firmamento
En el Edén se creyó.
Luz vaga alumbró su mente
Y ante los ojos pasóle
El Paraíso esplendente
Que Mahomad visitó.
El místico y nocturno
Viaje del Profeta
Juzgó que iba á su turno
Sobre el Borak á hacer:
Y la ilusión sujeta
Á lo que de él relata
La bóveda de plata
De un cielo empezó á ver.
Los astros vió suspensos
De auríferas cadenas
Y sus lumbreras llenas
De espíritus de luz:
Espíritus inmensos
En formas de caballos,
De corzos y de gallos
De enorme magnitud.
Vió islas encantadas
Flotando en los espacios,
Con templos de topacios
Y muros de marfil:
Y casas fabricadas
De nácar, cuyas puertas
De ébano dan abiertas
Sobre jardines mil.
Allí sobre alhamíes
De cedro y palo-rosa,
Bajo la sombra undosa
Del tilo y del moral,
Yacer vió á las huríes
Que, á mil amores tiernas,
Conservarán eternas
Su gracia virginal.
Y atravesó campiñas
Fresquísimas y amenas
De bosques de ámbar llenas
Y cerros de cristal,
Y prodigiosas viñas,
Que en frutos dan opimos
Las perlas en racimos
En tallos de coral.
Vió grutas pintorescas
Por Sílfides moradas,
Cubiertas sus portadas
Bajo el flotante tul
De mil cascadas frescas
Que, atravesando prados
De hermoso añil sembrados,
Van tintas en su azul.
Caer las vió en riberas
Donde reposan mansos
Los monstruos y las fieras
De tierra, viento y mar:
Y en plácidos remansos,
El sueño entreteniéndolas,
Vió cisnes y oropéndolas
Bañarse y juguetear.
Y vió dorados peces
En tumultuoso bando
Á flor de el agua á veces
Pacíficos nadar,
Y á veces, elevando
Por cima de las olas
Los lomos y las colas,
La orilla salpicar.
Vió luego estos ríos
Crecer sin vallares,
Perdiéndose en mares
De leche y de miel:
Y en ellos navíos
Do van los amores
Meciéndose en flores
De uno á otro bajel.
Murmullo tras ellos
Levantan sonoro
Mil góndolas de oro
De concha y marfil,
Do van Silfos bellos
Vogando con velas
De chales y telas
De seda sutil.
Espuma levantan
Inquietos remando
Los mil gondoleros
Que van tripulando
Los barcos veleros;
Y danzan ligeros
Y armónicos cantan
Alegre canción:
Y mil gayas aves,
Que siguen las naves,
Al sol esponjando
Sus plumas distintas
De mil varias tintas
De azul, gualda y oro,
Imitan en coro
Del cántico el són.
Al lejos el viento
Responde á su acento
Allá en la arboleda
Moviendo rumor:
Y el eco, que atento
En lo alto se queda,
Burlón le remeda
Cual sabe mejor:
El cuadro divino,
La paz, la ventura,
Perfume, frescura,
Y luz celestial
De aquel peregrino
País, torna pura
Al rey granadino
La calma vital.
Y en rápido vuelo
Pacífico y blando
Los aires surcando
Se siente llevar:
Y ve que, sin suelo
Do fije el caballo
El áspero callo,
Cruzando va el mar.
Del líquido el fondo
Contempla pasando,
Y alcanza mirando
Del agua al trasluz
El álveo redondo,
Que puebla radiante
Cohorte flotante
De peces de luz.
Sutiles vapores
Le impelen süaves
Y costas y naves
Se deja detrás:
Y espacios mayores
Cruzando en su vuelo
Aborda del cielo
Las costas quizás.
Avanza y niebla
Pálida ve
Que el aire puebla,
Según pie á pie
Ganando va
Aquel extenso
Espacio inmenso
Do errando está:
Y le parece
Que se ennegrece
Mar, niebla y viento
En torno de él,
Y que se acrece
Cada momento
El movimiento
De su corcel.
Anochece,
Y obscurece
Más apriesa
Cada vez
El ambiente,
Que se espesa
Con creciente
Lobreguez.
El camino
Desparece:
Y, sin tino
Ni destino
Que comprenda,
Sobre senda
Audazmente
Carrilada
Por un puente
De movible
Tirantez,
Tan delgada
Como el hilo
En que se echa
Descolgada
Una oruga,
Como arruga
Que en tranquilo
Lago tiende
Cuando hiende
Su agua el pez,
Tan estrecha
Como el filo
De una espada,
Como flecha
Disparada,
Cual centella
Desatada,
Va sin huella
Perceptible
El perdido
Nazarita,
Con horrible
É infinita
Rapidez.
Es el puente
De la vida,
Que la gente
Á luz venida
Ha por fuerza
De pasar.
El que intente
Y haga entera
Su carrera,
Y de frente
Sin caída
La salida
Logre hallar,
Por las puertas
Celestiales
Á las huertas
Inmortales
Como un ángel
Ha de entrar,
Las delicias
Eternales
Y los gustos
Perenales
De los justos
Á gozar.
Á este paso
Tan estrecho,
(Cuyo escaso
Corto trecho
Es camino
Tan dudoso
De cruzar,
Pero fallo
Riguroso
Del destino
Y ley santa
Que acatar),
Se adelanta
Vigoroso
El caballo
Misterioso
De Al-hamar.
Temeroso
De mirar,
Espumoso,
Siempre hirviente,
Rebramando
Eternamente
Y azotando
Siempre el puente
Con horrísono
Bramar,
Bajo de él
Hierve el mar.
ISRAFEL
Allí está
Para ver
El que va
Sin caer,
Y pasar
No dejar
Al infiel:
Y he aquí
Que por él
Va á pasar
El corcel
De Al-hamar:
Llega, avanza:
Ya se lanza,
Ya en él entra.
Ya se encuentra
Suspendido
Sobre el puente
Sacudido
Por el piélago
Bullente,
Cuyo cóncavo
Rugido
Se levanta
Sin cesar.
Aturdido,
Sin mirar
Á la indómita
Corriente
Que le espanta,
Sin osar
Aspirar
El ambiente
Que le anuda
La garganta,
Sin que acuda
Tierra ó cielo
En su ayuda,
Vuela y pasa,
Justiciero
Rey prudente,
Juez severo
Y valiente
Caballero,
El primero
De la casa
De Nazar.
El puente
Vacila
El Príncipe
Oscila,
Perdido
El sentido,
Demente,
Transido
De horror.
Ya toca
La opuesta
Ribera:
Ya poca
Carrera
Le cuesta.
¡Valor!
Ya llega:
Le ciega
El pavor.
¡Ah! ¡Dadle
Favor!
¡Salvadle,
Señor!
Saltó.
Pasó
Con bien
Y allá
Cayó
De pie.
Salvo
Fué,
¡Oh!
Ya
¿Quién
Ve
Do
Va?
Libro de las Nieves.
INSPIRACIÓN
No hay más que un solo Dios. ÉL solo es grande,
Solo infinito, omnipotente solo.
Nada hay que para ser no le demande
Licencia: ÉL pesa la virtud y el dolo,
Y el premio envía ó el azote blande.
Todo lo oye y lo ve de uno á otro polo,
Y cosa no hay por elevada ú honda
Que á su mirada universal se esconda.
No hay más que un solo Dios, cuya crëencia
Luz es y salvación: doquier la marca
Brilla de su poder y de su ciencia.
Dios solo es triunfador; solo monarca
Del universo es ÉL: su omnipotencia
Con ley universal todo lo abarca:
Su presencia inmortal todo lo inunda,
Todo lo vivifica y lo fecunda.
ÉL los mundos arregla ó desordena
Según su excelsa voluntad divina:
ÉL al tiempo dirige: ÉL encadena
Los elementos á sus pies: domina
El huracán: tras el nublado truena:
Luce á través del alba purpurina:
Entapiza con nieve las montañas,
Y abrasa con volcanes sus entrañas.
El murmullo del agua, el són del viento,
El susurro del bosque estremecido
Por sus inquietas ráfagas, el lento
Arrullo de la tórtola, el graznido
Del cuervo vagabundo, todo acento
Por ave, fiera ó eco producido,
El nombre santo de su Dios pronuncia,
Su gloria canta, su poder anuncia.
ÉL los errantes astros encamina:
ÉL azula la atmósfera serena:
ÉL crea y ÉL destruye, alza y arruina:
ÉL, infalible juez, salva y condena:
ÉL solo ni envejece, ni declina:
ÉL solo el hueco de los mundos llena:
El orbe encima de su palma cabe:
Solo ÉL no yerra nunca: solo ÉL sabe.
No hay más que un solo Dios. Los que le niegan
Con altivez blasfema, palidecen
Cuando al umbral de su sepulcro llegan:
Los que en su ciencia ruin se ensoberbecen
Y de ÉL se mofan, al morir le ruegan.
Por ÉL existen y por ÉL perecen
Todos. No hay más que un Dios. Ante su nombre
¿Qué es el orgullo y el saber del hombre?
Siglo, que audaz el de la luz te llamas
Y por miles de plumas y de bocas
El manantial de tu saber derramas:
Siglo de ciencia, que el error derrocas,
La virtud premias y el ingenio inflamas:
Siglo, que dices que á la cumbre tocas
De la dicha, que el mundo civilizas
Y tu raza de sabios divinizas:
Siglo de prensas y de bolsa y agio,
Que, en carros de vapor, hasta la luna
Intentas difundir el gran contagio
De la ciencia, y parar á la fortuna
Con tus empresas mil. . . . . ¡siglo de plagio
Que, en solos nueve lustros, en sí aduna
Más _maestros_, _artistas_ y _doctores_
Que hubo en ciento estudiantes y lectores! . . . .
¿De dónde vienen los que nacen? ¿Dónde
Van los que mueren? ¿Dónde, en qué lejano
Lugar se acuesta el sol? ¿En cuál se esconde
La luna de su luz? ¿Cuál es la mano
Que les guía á los dos? Habla, responde,
Orgullo necio del saber humano,
Hojea el libro de tu ciencia osada:
¿Qué es lo que sabes de tu origen? --NADA.
No hay más que un solo Dios, que nada ignora:
ÉL conoce las puertas de la tierra;
Abre las de la cuna y de la aurora:
Las de la noche y de la tumba cierra.
Más allá de las dos ÉL solo mora,
ÉL solo sabe lo que allá se encierra;
De allá viene, allá va quien nace y muere.
¿Por qué? Su voluntad así lo quiere.
Mas detente ¡oh Espíritu divino!
¡Oh Arcángel de la Fe! Tú, cuyo paso
Buscando un día al corazón camino
Ahogó á las Musas y aplanó el Parnaso:
Único fuego que del cielo vino,
Calma tu inspiración en que me abraso:
No ensayes en el arpa del poeta
Los cantos del salterio del Profeta.
Mi limitada comprensión humana,
Mi ruda voz y tosca poesía
Eleve, sí, tu inspiración cristiana
Y dignas sean de la patria mía.
Enaltece mi ingenio, porque ufana
Pueda hijo suyo apellidarme un día,
Y de mi nombre, si al olvido vence,
La tierra en que nací no se avergüence.
Mas dejemos al siglo ir desbocado
De los pasados siglos tras la herencia,
En el carro del oro arrellanado,
Ó suspendido en alas de la ciencia.
Dejémosle seguir la ley del hado
Según su voluntad ó su conciencia,
Sin que perturbe su insensata orgía
El himno audaz de la creencia mía.
Tiéndeme, pues, tu alas de zafiros,
Y lejos de él transpórteme tu vuelo
Donde sus carcajadas y suspiros
No desgarren del aire el puro velo.
De él á través con luminosos giros
Álzame adonde, con eterno hielo
Cubriendo su cerviz, Sierra Nevada
Salutíferas auras da á Granada.
Llévame á los recónditos asilos
De aquellas misteriosas soledades,
Cuyos monstruos de nieve ven tranquilos
Nacer y perecer razas y edades.
Muéstrame las cavernas y los silos
Donde van á dormir las tempestades,
Por cima del peñón desconocido
En que suspende el águila su nido.
Del Supremo Hacedor la sabia mano
No creó sin destino esos lugares
Inaccesibles al orgullo humano:
Ni envueltos en sus mantos seculares
De nieve espían sin cesar en vano
Esos gigantes blancos tierra y mares.
Subamos, pues, sobre las auras leves
Al misterioso alcázar de las nieves.
LA CARRERA
II
En las desiertas cumbres que la sierra
Á las legiones de la luz levanta,
Paso al cielo tal vez desde la tierra:
Allí, donde árbol, animal, ni planta,
Ni vegeta, ni vaga, ni se encierra
Bajo la eterna nieve, y se quebranta
Cuanto vida ó calor toma del suelo
Al peso de una atmósfera de hielo,
Se abre por las montañas un camino,
Más bien un tajo, que sus breñas parte
Como una faja de planchado lino,
El cual dirige al colosal baluarte
De la nieve. Jamás tan peregrino
Sendero supo fabricar el arte,
Ni inspirarle á la mente más risueño
Maga oriental en hechizado sueño.
Á ambas orillas de su senda blanca
Labra caprichos mil el aire helado,
Que el ampo trae que el remolino arranca,
Dejándole doquier cristalizado.
La agua congela y el vapor estanca
Y cincela sutil filigranado
Del hielo en el cristal, cuyas labores
Descomponen la luz en mil colores.
Mas como sus espléndidos reflejos
De la nieve se estrellan en la alfombra,
Y en el mate cristal de sus espejos
Mata al color la blanquecina sombra,
Todo es blanco doquiera, cerca y lejos:
Todo el país descolorido asombra
Con su igualdad la vista: blanco el suelo,
Blanco el espacio puro, blanco el cielo.
Y allá del peñascal en la estrechura,
Por el lugar do empieza este sendero
Á blanquear en el fin de la llanura,
Comienza á negrear bulto ligero.
Crece. . . . . se aclara como va la altura
Ganando. Es un mortal: un caballero
Moro: y, conforme lo veloz que sube,
Parto fué su corcel de alguna nube.
El ampo de la nieve no desflora
Con el herrado casco en su carrera,
Y, al ver la forma aérea y voladora
De jinete y corcel, se les tuviera
Mejor por ilusión fascinadora
Que por seres de vida verdadera:
Pues ¿quién sino fantásticas visiones
Osaran arribar á estas regiones?
Mas ¿quién bajo los pliegues ve espumosos
Del mullido tapiz de copos leves?
¿Quién conoce los seres vaporosos
Que la región habitan de las nieves?
¿Quién sabe qué destinos misteriosos
Les dió Aquél que, con dos palabras breves
Cuando hizo el orbe, al hielo cristalino
Del sol su destructor puso vecino?
ÉL solo, Dios. Recóndito misterio
Envuelve los contornos liminares
De aquel helado y silencioso imperio
Escondido entre rocas seculares.
Solo ÉL ve lo que encierra este hemisferio,
Por entre cuyos blancos valladares
La ardua ascensión al último acomete,
Cual suelta nube, el Árabe jinete.
De peñón en peñón, de risco en risco,
El tortuoso camino va siguiendo
Sobre su negro potro berberisco,
Y á los nublados bajo sí va viendo
Fermentar en sus vientres el pedrisco
De invisibles torrentes al estruendo,
Y según sube hacia la azul esfera
Va aflojando el caballo su carrera.
¿Quién es? --Vuela perdido en la distancia:
Su forma es vaga sombra todavía.
¿Do va? --¿Y quién su poder ó su arrogancia
Sabe? Tal vez á la mansión del día.
Genio, tal vez allí tiene su estancia:
Mortal, de un filtro acaso se valdría;
Mas ya trepa al confín: ya poco á poco
Modera su corcel su ímpetu loco.
Ya
Se
Ve
Que
Dando
Se va,
Más blando
Al freno.
Ya no bota
De ira lleno,
Ni va ajeno
De derrota
Desbocado,
Como mata
Que arrebata
Desbordado
Rapidísimo
Turbión.
Ya se dilata
Su fauce henchida
De comprimida
Respiración,
Y, vïolento,
Danza el aliento
Que le sofoca
De su pulmón,
Con resoplido
De dolorido
Cóncavo són.
Doble columna gruesa
De fatigoso aliento,
Que hace vapor el viento
Sutil de esta región,
Cual humareda espesa,
Por la nariz opresa
Vierte tras sí en la atmósfera
El árabe bridón.
Ya deja la boca herida
Más libre al bocado obrar,
Y más siente ya la brida
Que pudo el señor cobrar.
Ya el vértigo loco cediendo
Que ciego siguió á su pesar,
Va su ímpetu fiero perdiendo
Y empieza cansancio á mostrar.
Ya su rápido escape acortando
Detenerse pretende quizá:
Ya se templa, é igual galopando
Va en un aire pacífico ya.
Y aunque de espuma y de sudor blanquea,
Relincha audaz é inquieto cabecea;
Y aunque jadeando de fatiga está,
Aun piafa y se encabrita y escarcea,
Y los ijares con la cola airea,
Y corvos saltos de costado da.
Ya cambia: ya el trote medido levanta,
Y, el cuello engallado, segura la planta,
Altivo en la sombra mirándose va.
Ya lenta y suavemente su dueño le refrena:
Se acorta: ya en el paso su marcha va serena:
Recógele: obedece: paró. ¡Loado Aláh!
¡Vertiginoso vuelo! ¡Fantástica carrera!
Más rápido su impulso que el de las nubes era:
Caballo y caballero volaban á la par
En alas de un nublado. La alondra más ligera,
Ni el águila más rauda, pujante y altanera,
Pudieron un instante su rapidez tomar.
Al fin cesó. --Las bridas en el arzón dejando,
Los miembros extendiendo, con ansia respirando,
Repúsose el jinete sobre la silla al fin:
Y absorto, las miradas en derredor tendiendo,
Se halló de extensas nieves en un desierto horrendo,
Océano de hielo, sin costa ni confín.
¡Ni flor, ni fiera, ni ave por la región extraña
Do se contempla aislado! --Sólo hay una montaña
Que gruta cristalina taladra por el pie.
¿Y un mar y un paraíso, que ha visto el caballero,
De espíritus y genios poblados? ¿Y el sendero
Por do hasta allí ha subido? --Delirio, sueño fué.
Sobre la nieve intacta ni rastro ve ni huella,
Ni marca de camino en rededor sobre ella;
Todo es una esplanada inmensa, sola, igual.
No hay más que nieve. Es blanca la claridad del cielo:
Blanco el espacio: blanca la inmensidad del suelo:
Los horizontes blancos. ¿Qué busca allí un mortal?
¿Adónde esta comarca estéril y desierta
Da paso? ¿De qué silos recónditos es puerta
Su misteriosa gruta? ¿Qué mano la labró?
Tal vez en ella moran espíritus dañinos
Que á los mortales odian, y los fatales sinos
En dirigir se ocupan del que mortal nació.
Tal vez es la risueña y espléndida morada
De alguna dolorida y encantadora fada,
Que el vano amor lamenta que puso en un mortal.
Tal vez es la bajada del reino del olvido,
Adonde caen las almas después de haber salido
De la penosa cárcel del cuerpo terrenal.
¿Quién sabe? El caballero al pie de la montaña
Ante esta gruta, que ornan de arquitectura extraña
Labores y arabescos de nácar y cristal,
Permanecía inmóvil: cuando he aquí que el eco,
Hendiendo sonoroso su embovedado hueco,
Le trajo estas palabras en canto celestial:
«Ilustre y venturoso
Caudillo Nazarita,
La gloria y el reposo
Te aguardan á la par.
Tu mente, que no alcanza
Misterio tal, se agita
Dudosa en vano. --Avanza,
Avanza, ¡oh Al-hamar! »
Es Al-hamar: el noble monarca granadino.
Es él, que arrebatado sobre las auras vino
Á dar en esta helada é incógnita región.
Es Al-hamar: su nombre retumba por el hondo
Cóncavo de la gruta, cuyo vacío fondo
Repite de su canto el fugitivo són.
Á este eco, en la sonora profundidad perdido,
Cual de invisible fuerza magnética impelido
El árabe caballo feroz se encabritó.
Asir quiso el jinete las bridas, mas fué tarde:
Piafando y relinchando con orgulloso alarde
Por la sonora gruta el palafrén entró.
ALCÁZAR DE AZAEL
Lanzóse el bruto indómito,
Con arrogante empeño
Luchando con su dueño,
Que cede á su vigor,
Por bajo de una bóveda
De fábrica divina,
Tan pura y cristalina,
De tan sutil labor,
Que su techumbre cóncava
De transparente hielo
La claridad del cielo
Deja á través gozar,
Y, en un inmenso pórtico
De regia arquitectura,
Más diáfana y más pura
La viene á derramar.
Mas ¿qué mirada humana
Á penetrar se atreve
En esta soberana
Morada celestial?
¿Qué mano alza profana
El pabellón de nieve,
Que los misterios debe
Velar de un inmortal?
El techo, almohadillado
Con planchas de diamantes,
La lumbre en mil cambiantes
Del sol vierte á trasluz.
Y el suelo, trabajado
Sobre cristal de roca,
Su brillantez provoca
Volviéndole su luz.
Los límpidos pilares,
Do asienta la segura
Soberbia arquitectura
Su peso colosal,
En torno, transparentes,
Reflejan á millares
Los círculos lucientes
Del Iris celestial.
Y de este centelleante
Alcázar encantado,
Que en hielo está labrado
Y entre la nieve está,
Al interior radiante,
Do alguna maga habita,
El noble Nazarita
Adelantando va.
Del luminoso pórtico
Del diáfano edificio
Apena el frontispicio
Magnífico pasó,
Entró bajo una espléndida
Colgada galería,
Que á un patio conducía
Que á su remate vió.
El firme pavimento
Retiembla estremecido
Bajo el galope unido
De su veloz corcel,
Su paso y movimiento
El eco prolongado
Del hueco artesonado
Marcando detrás de él.
De aquella galería
Cruzó la luenga arcada:
Pasó de otra portada
Por bajo el arco: entró
Al patio, que veía
De lejos, y el ardiente
Caballo de repente
Plantóse y relinchó.
Cual la espiral flotante
Del humo que despide
Pebete en que fragante
Perfume ardiendo está,
Y ráfaga perdida
Por bajo la divide,
Y la mitad partida
Leve á la altura va:
Poder así invisible
En paso imperceptible
Caballo y caballero,
Sin fuerza separó;
Y el bruto, cual ligero
Vapor desvanecido,
De él libre y dividido
El príncipe se vió.
Miró Al-hamar en torno
Y, al contemplar de cerca
La fábrica y adorno
Del patio de cristal
Hecho, ó tallado en hielo,
Halló que era un modelo
Del patio de la alberca
De su Palacio real.
Aquel es el arranque
De su alta torre: aquellos
Los ajimeces bellos
Que sobre el patio dan:
Aquel es el estanque:
Los arrayanes éstos
Que, por su mano puestos,
En su redor están.
Aquellos los pilares
Del corredor: aquellas
Las bóvedas de estrellas
De cedro y de marfil;
La estancia de Comares
Aquella, do su magia
Dejó la _comarajia_
En su labor sutil.
Los ricos tiene enfrente
Calados pabellones
Del patio de leones,
Con su oriental jardín:
Y allí está el mar bullente,
Que al Hierosolimita
De Salomón imita;
Es otra Alhambra en fin.
Es otra Alhambra, pero
Más que la Granadina
Hermosa; una divina
Alhambra celestial.
Alcázar hechicero,
Labrado con vivientes
Materias transparentes
De germen inmortal.
Los muros trabajados
Con ricos arabescos
Y flores y estucados
Prodigios del cincel,
Los gabinetes frescos
Que adornan escrituras
Divinas, miniaturas
Del oriental pincel,
Son obra misteriosa
De soberano artista,
Que ni en humana vista
Cabrá, ni en comprensión:
Y aquellos tan macizos
Muros, y quebradizos
Calados de su hermosa
Y aérea mansión,
En su materia mística
Encierran una esencia,
Que infunde una existencia
Á su insondable sér:
Y toda aquella fábrica
Tan pura y transparente
Es creación viviente
De incógnito poder.
Mirábala embebido
El Nazarita príncipe,
Cuando llegó á su oído
La deliciosa voz
Que oyó de la caverna
En la extensión interna
Sonar, cuando detúvose
Su palafrén veloz.
Y la escondida música
Que en torno de él resuena
De júbilo le llena,
Le embriaga el corazón,
Y la palabra mística
De aquel cantar de gloria
Le trae á la memoria
Antigua aparición.
Dibújase en su mente
Un valle de Granada
Con una fresca fuente
De lánguido rumor,
En una perfumada
Noche, sin nube alguna
El Cielo, de la luna
Plateada al resplandor.
Y cuanto más escucha
Su armónico concierto,
Un rumbo va más cierto
Tomando el corazón.
Triunfante de la lucha
Con la ilusión pasada
Del valle de Granada,
Al comprender su són.
--«Salud ¡oh Nazarita!
Bien llegues á las nieblas
Cuya región habita
Tu genio protector.
Ha visto en las tinieblas
Resplandecer tus ojos:
Te conoció, y de hinojos
Dió gracias al Señor.
»Su vista rutilante,
Que el universo abarca,
Posada en tu semblante
Desde tu cuna está,
Y el dedo omnipotente
Sobre tu noble frente
Grabó la regia marca,
Que á conocer te da.
»Naciste favorito
Del genio y de la gloria:
Tu nombre fué victoria,
Tu voluntad ley fué.
Tu tiempo es infinito,
Profundas son tus huellas,
Propicias las estrellas
Son á Nazar: ten fe.
»Avanza, Nazarita;
Radiante aquí tu estrella
Con viva luz destella,
Aquí en tu Alhambra estás:
Aquí mana infinita
La fuente del consuelo.
Avanza, aquí del cielo
Más cerca reinarás. »
De la celeste música
La letra así decía,
Y, atento á su armonía,
El príncipe Al-hamar
Permanecía atónito
Sin voz ni movimiento,
En dulce arrobamiento
Gozando sin cesar.
El agua, de que llena
La alberca está, ondulante
Refleja cada instante,
Más vario resplandor,
Cual si una luz serena
Bajo la linfa clara
Recóndita radiara
Con trémulo fulgor.
Debajo de su planta
Percibe que el divino
Concierto se levanta,
Del manantial detrás,
Y al borde cristalino
De la colmada alborea,
Que está á sus pies, se acerca
Cada momento más.
Y he aquí que en este punto
Del fondo transparente
Del agua donde siente
La música sonar.
De un sér resplandeciente
El rostro, que ilumina
La linfa cristalina,
Se comenzó á elevar.
Tocó en el haz del agua
Su cabellera blonda:
Quebró la frágil onda
Su frente virginal:
Dejó el agua mil hebras
Entre sus rizos rotas,
Y á unirse volvió en gotas
Al limpio manantial.
Aéreo, puro, leve,
Cual nube vaporosa
Que mansa el aura mueve
Y transparenta el sol,
Ciñendo de oro y rosa
Flotante vestidura,
Como el del alba pura
Suavísimo arrebol:
La paz en el semblante,
La gloria en la sonrisa,
Apareció radiante
El ángel Azäel;
Y sus mortales ojos
Fijando en la improvisa
Aparición, de hinojos
Cayó Al-hamar ante él.
Del agua se alzó fuera
Y, al esparcir el viento
Su blonda cabellera,
El aire perfumó:
Dejó escapar su aliento,
Y cuanto allí existía
Su aliento de ambrosía
Con ansia respiró.
Del suelo á la techumbre
El místico palacio
Reverberó la lumbre
De su divina faz,
Cuya fulgente aureola
Purpúrea tornasola
El aire del espacio
Y de las aguas la haz.
Y he aquí que su alba mano
El ángel extendiendo
Y alzando y atrayendo
Al príncipe hacia sí,
Con plácida sonrisa
Y acento soberano,
Que armonizó la brisa
Fragante, hablóle así:
«Yo visité en un sueño
Tu espíritu en la tierra,
Mostrándote halagüeño
Tu porvenir en él.
Tesoros te di y gloria,
Tu esclava hice á la guerra,
Grabando en tu memoria
La imagen de Azäel.
»Iluminé tu ciencia,
Colmé de sabios planes
Tu humana inteligencia
Y al logro te ayudé.
Cual tu ambición lo quiso
Cumpliendo tus afanes,
Terreno paraíso
Tu rico imperio fué.
»Yo inoculé en tu alma
El germen de la duda
Para turbar la calma
De tu crëencia vil:
Para que espuela fuera
Con cuya lenta ayuda
Á la verdad se abriera
Tu corazón gentil.
»Brotar hice en tu suelo
Para calmar tus penas
Las aguas del consuelo,
Que á conocer te di:
Mas de tristeza llenas
Cien noches has pasado,
Y al agua no has llegado
Cuyo raudal te abrí.
»Al verte victorioso,
Temido y opulento,
Tu corazón atento
Sólo á la tierra fué.
Dudaste, mas dudando
No osaste perezoso
El rostro á mí tornando
Poner en mí tu fe.
»Y hacia el fatal destino
Á que traidora guía
La falsa fe, te vía
Adelantar Luzbel:
Y el fin de tu camino
Mostrándome decía:
_Caer era su sino:
Le pierdes, Azäel. _
»Lloraba yo abismado
En mi amargura, viendo
Mi afán tan malogrado,
Tan sin valor mi fe:
Y, en mi pesar y enojo
Postrer esfuerzo haciendo,
Con temerario arrojo
Entre ambos me lancé.
»Luchamos: el Eterno,
De mi dolor movido,
Caer dejó en su oído
Su nombre y dió á mis pies.
Sumíle en el infierno:
Y en alas de un nublado
Te traje arrebatado
Adonde en paz te ves.
»Los pérfidos espíritus
Que en pos de ti traías,
Las vanas fantasías
De tu crëencia ruin
Mostrábante. ¡Quiméricos
Esfuerzos! ¡Sueños breves!
Aullando, de mis nieves
Se quedan al confín.
»Mas ¡ay! yo te conquisto
Los cielos. . . . . y ¡cuán caro
Me cuesta á mí el amparo
Que liberal te doy!
Dos siglos ha que existo
Aquí, expiando un yerro,
Y añado á mi destierro
Uno, por ti, más hoy.
»Á condición tan dura
Tu salvación compraba,
Nazar; mas yo te amaba
Tanto, que la acepté;
No supe resignarme
Á arrebatar dejarme
Tan noble criatura,
Y tu alma rescaté.
»¡Oh! juzga bien en cuánto
Me es cara tu alma buena,
Cuando á mi larga pena
Cien soles añadí
Por ella. Ahora el santo
Fallo, inmutable, extremo,
Oye que el Juez Supremo
Fulmina contra ti.
»Hoy mismo, en apariencia,
Perecerá á las manos
De incógnita dolencia
Tu cuerpo terrenal:
Más junto á mí existencia
Tendrás, hasta que ufanos
Habiten los cristianos
Tu alcázar oriental.
»Yo les haré á Granada
Cercar como un enjambre:
Con ellos vendrá el hambre,
La muerte y el baldón:
Y talarán tus tierras,
Y en sanguinarias guerras
Tu raza aniquilada
Será sin compasión.
»Tú lo verás: estrella
Fatal para tu gente,
Tú verterás sobre ella
Roja, siniestra luz:
Y lidiarás conmigo
En pro del enemigo,
Sobre el pendón de Oriente
Hasta clavar la Cruz.
»Ahogado el Islamismo
Y desbandada y rota
Tu raza, gota á gota
Su sangre en ti caerá:
Su sangre es tu bautismo,
Y este de afán y duelos
Misterio, de los Cielos
Las puertas te abrirá.
»No hay más que un Dios. Justicia
En ÉL no más se encierra.
Tu empresa fué en la tierra
DIOS SÓLO ES VENCEDOR:
Por eso te es propicia:
Mas nadie entra en su gloria
Sin pena expiatoria
Hasta del leve error.
»Tal es nuestra sentencia:
Tal es el purgatorio
Que la alta Providencia
Nos señaló á los dos.
Obra de nuestras manos,
En dón propiciatorio
Se han de ofrecer, cristianos,
Un Rey y un pueblo á Dios.
»Tú el Rey: el pueblo el tuyo.
Tan sólo dignamente
Así me restituyo
Al Cielo, que dejé.
Apróntate obediente
Á dividir conmigo
La gloria y el castigo
Que para ti acepté.
»¡Sús, pues, oh Nazarita!
De Dios al pie del trono,
Rogándole en tu abono,
Le respondí de ti.
¡Sús, pues! Á la bendita
Empresa apresta el brío;
Mortal, te hice igual mío;
Sé digno tú de mí. »
Dijo Azäel: estático
Á su divino acento,
Embebecido, atento,
Estúvose Al-hamar:
Cedió su noble espíritu
Al celestial destino,
Y se empezó el divino
Misterio á efectuar.
«Mira,» le dijo entonces
El ángel desterrado:
Y (hacia el lugar tornado
Que el ángel señaló)
El muro en dos partido,
Sobre invisibles gonces
Girando dividido,
El Nazarita vió.
Se abrió sobre un espejo
En cuyo misterioso
Cristal, con el reflejo
De un matinal albor,
Se alumbra una campiña,
Que Mayo lujurioso
Con su fecundo aliña
Primaveral verdor.
Una ciudad, fundada
Al pie de una alta sierra,
Domina aquella tierra
Por donde arroyos mil
Serpean: es Granada,
Su vega, sus alturas
Y las corrientes puras
De Darro y de Genil.
Espléndida cohorte
De Moros atraviesa
Por su alameda espesa
Llevando un ataúd,
Y á la muralla corva
De la morisca corte
Se agolpa á verles torva
Callada multitud.
Llegáronse á la puerta
De Elvira aquellos fieles
Muslimes; allí abierta
La turba les dejó
Paso, y subiendo á espacio
La cuesta de Gomeles,
Entrada en el palacio
_Bib-el-Leujar_ les dió.
La multitud atenta
Y silenciosa iba
En pos su marcha lenta
Siguiendo: y, al tocar
La puerta judiciaria,
La triste comitiva
Paróse voluntaria
Dejándose cercar.
Entonces, elevando
El ataúd en hombros
Los que le van llevando,
Y puesto junto á él
Un Alfakí, inspirando
Doquier pavor y asombros,
«¡Llorad! --(dijo él llorando)
»Con lágrimas de hiel.
»¡Llorad toda la vida,
»¡Oh huérfanos Muslimes!
»¡La flor de los alimes,
»¡La palma de Nazar,
»¡La gloria del Oriente,
»Cayó del rayo herida!
»¡Llorad eternamente,
»Llorad sobre Al-hamar! »
Así con ronco acento
El Alfakí clamando,
Del ataúd alzando
El paño funeral,
Al pueblo los despojos
Del rey mostró; y al viento
El pueblo, al caer de hinojos,
Dió un ¡ay! universal.
Á este eco de agonía,
Que atravesó perdido
El aire hasta su oído,
Se estremeció Al-hamar.
Quitóse del espejo
Do escena tal veía,
Y se tornó el reflejo
Del vidrio á disipar.
«¡Ea! --Azäel le dijo--
»Monarca de la tierra,
»El ataúd encierra
»Tu polvo terrenal;
»Mas, de los cielos hijo,
»Del ataúd te exhalas.
»Desplega, pues, tus alas,
»Espíritu inmortal. »
Entonces el rey árabe
Sintióse aéreo, leve,
Cual luz que el aire mueve,
Cual nube que va en él.
SÓLO ERA YA UN ESPÍRITU,
UNA VISIÓN LIGERA,
UN ALMA COMPAÑERA
DEL ÁNGEL AZÄEL.
El silencioso vuelo
Ambos á dos alzando,
En el azul del cielo
Perdiéronse los dos;
Y, entre sus auras leves
Su rastro abandonando,
EL LIBRO DE LAS NIEVES
Concluye. ¡Gloria á Dios!
EPÍLOGO
¡Gloria á Dios! --De Al-hamar el Granadino
Así la historia celestial concluye;
Llámala el Musulmán _cuento divino_,
Y en _libros_ su relato distribuye.
Su sacra inspiración del Cielo vino
Y al Cielo desde aquí se restituye;
Tradición oriental, es la portada
Del oriental poema de GRANADA.
Cual dos cisnes que, al par atravesando
El mar azul con encontrado vuelo,
Isla apartada en su extensión hallando
En ella toman anhelado suelo,
Reposan juntos, y á partir tornando
Tornan la anchura á dividir del cielo,
Y de su voz un punto los sonidos
Se elevan en el aire confundidos:
Como dos peregrinos que una tienda
Dividen del desierto en la desnuda
Soledad, de Al-hamar en la leyenda
Dos poetas ocúltanse sin duda.
Uno á Aláh en sus cantares se encomienda,
Otro al Dios de la Cruz demanda ayuda.
¿Quién no percibe en ella confundidos
Brotar de sus dos arpas los sonidos?
Dióles á ambos el Genio soberano
La misma inspiración, el mismo aliento:
Mas pasando tal vez de una á otra mano
De uno y otro el armónico instrumento,
El Árabe poeta y el Cristiano
Sacan de él á la par distinto acento,
Exhalando mezclada su armonía
La Árabe y la Cristiana poesía.
Confundidos así sus dos cantares
Entonan á una voz los dos cantores,
Y de la Cruz divina los altares
El poeta oriental orna con flores
Que tejen las hurís sus tutelares;
Pero de un solo SÉR adoradores,
«NO HAY MÁS QUE UN SOLO DIOS»--dice el Cristiano;
«NO HAY MÁS DIOS SINO DIOS»--el Africano.
Tal es la historia peregrina y bella
Que os dan sobre estas hojas extendida.
Lëedla sin temor: nada hay en ella
Que la razón rechace, ó la fe impida;
La luz que de sus páginas destella
Despierta el alma á la virtud dormida,
Y eleva el corazón y el pensamiento
Á la pura región del firmamento.
Lëedla pues: y el ámbar que perfuma
Del paraíso la mansión divina,
Y el resplandor que de la Esencia suma
Derramado los mundos ilumina,
Y el rumor que levantan con su pluma
Las alas de Gabriel cuando camina,
Embalsame y alumbre y dé contento
Á cuantos lean el _divino cuento_.
FIN DE LA LEYENDA DE AL-HAMAR.
GRANADA
POEMA ORIENTAL
Cristiano y español, con fe y sin miedo,
Canto mi religión, mi patria canto.
LIBRO PRIMERO
EXPOSICIÓN
I
INVOCACIÓN
En el nombre de DIOS omnipotente,
Cuya presencia el universo llena,
Cuya mirada brilla en el Oriente,
Nutre las plantas y la mar serena,
Canto la guerra en que la hispana gente
Al África arrojando á la agarena,
Selló triunfante con la Cruz divina
Las torres de la Alhambra granadina.
¡Espíritu de Dios único y trino,
Ángel Custodio de la Fe Cristiana,
Único fuego que del Cielo vino,
Única fuente que incorrupta mana,
Único rayo del fulgor divino,
Única inspiración que soberana
Eleva al Criador la poesía:
Yo invoco tu favor para la mía!
Sostén mi voz, mi espíritu aconseja:
Mas tolera que en carmen Africano
Recoja alguna flor con que entreteja
Cairel morisco á mi laúd cristiano:
Ni juzgues que mi fe de Ti se aleja,
Si algunas veces del harén profano
Las alkatifas perfumadas piso,
Ó invoco á las hurís del paraíso.
Voy la gloria á cantar de dos naciones
Por religión é instintos enemigas,
Que, fieles á la par á sus pendones,
Prodigaron al par sangre y fatigas,
Rojas brotar haciendo sus legiones
Con la sangre común aguas y espigas:
Y cual la de los dos corrió mezclada,
Junta debe su gloria ser cantada.
Pues no porque en su límpida entereza
Conserve yo la fe de los Cristianos
Que hicieron del desierto á la aspereza
Volver á los vencidos Africanos,
Del vencedor loando la grandeza
Trataré á los vencidos de villanos.
No: siete siglos de su prez testigos
Los dan por caballeros si enemigos.
Lejos de mí tan sórdida mancilla:
Antes selle mi boca una mordaza
Que llame yo en la lengua de Castilla
Á su raza oriental bárbara raza.
Jamás: aún en nuestro suelo brilla
De su fecundo pie la extensa traza,
¡Y, honrado y noble aún, su sangre encierra
Más de un buen corazón de nuestra tierra!
¡Augusta sombra de Isabel! perdona
Si mi ruda canción osa atrevida,
Llegando irreverente á tu persona,
Del féretro evocarte á nueva vida.
Sé que la gloria que inmortal te abona
No puede por mi voz enaltecida
Ser: mas yo bajo á tu mansión mortuoria
No á engrandecer, sino á adorar tu gloria.
Díselo así al Católico Fernando,
Si en medio de las dichas celestiales
Alguna vez, por el Edén vagando,
Recordáis vuestras glorias terrenales,
La obscura tierra desde el sol mirando:
Y al escuchar mis cánticos mortales,
Mirad á vuestra gloria, que me inspira,
No al rudo canto de mi tosca lira.
Y vosotros, guerreros de Castilla,
Honor de sus más ínclitos solares,
Nobles Condes de Cabra y de Tendilla,
Merlos, Téllez, Girones y Aguilares,
Cárdenas y Manriques de Sevilla,
Fieles Vargas, intrépidos Pulgares,
Córdovas generosos de Lucena,
Impávidos Clavijos de Baena:
Mendozas de alta prez, Portocarreros
Y Ponces de León, de cuya historia
Sus anales jamás perecederos
Henchidos guarda la Española gloria:
Y vosotros también, ¡oh caballeros
Árabes! dignos de gentil memoria:
Muza, postrero campeador del Darro,
Indeciso Boabdil, Zagal bizarro,
Aly-Athar insepulto, Hamet Rondeño,
Lince de las fronteras castellanas,
Reduán inalterable y zahareño,
Gazul de las doncellas africanas
Querido, Hacén tenaz, Ozmín trigueño,
Tarfe, horror de las crónicas cristianas;
Y vosotras, sultanas granadinas
De nombres y leyendas peregrinas:
Aija la varonil, matrona osada
Jamás rendida á su fatal destino:
Zoraya, la cautiva renegada,
Por cuyos hijos la discordia vino
Á derribar el trono de Granada:
Moraima la de Loja, á quien su sino
Obligó á encomendar sin esperanza
Vida y honor á Castellana lanza;
Perdonadme también si mis canciones,
Á través de los mármoles tendidos
En vuestros solitarios pantëones,
Hieren en ronco són vuestros oídos.
Sé que merecen más vuestras acciones
Que elogios en mi voz mal atendidos:
Mas si, en fuerzas escaso, á tal me atrevo,
Es porque sé lo que á mi patria debo.
Sé que es la empresa donde me he empeñado
Dédalo obscuro, inmensurable abismo,
Do sólo penetrar han intentado
Necia temeridad ó alto heroísmo:
Conozco que, en mi orgullo, demasiado
Fío en mi corazón, fío en mí mismo:
Mas supera la fe mi atrevimiento,
Y fío en Dios que abonará mi intento.
Deliciosos recuerdos de otros días
De honor y de placer, de amor y gloria,
Que envuelta en romancescas fantasías
Guardáis oculta vuestra bella historia,
Exhalada en confusas armonías
De himnos de amor y gritos de victoria:
Dad á mi corazón, dad á mi aliento
Generoso poder, canoro acento.
Águilas que os cernéis con corvo vuelo
Sobre el Atlas y el Cáucaso; pastores
Que sesteáis á la sombra del Carmelo
Y bajáis al Jordán los baladores
Ganados: y vosotros los que en pelo
Montáis salvajes potros voladores,
Hijos de los ardientes vendavales
Que barren los egipcios arenales;
Tribus perdidas y á las de hoy extrañas,
Para quienes la Europa no se ha abierto,
Que incendiáis al huir vuestras cabañas
Y en la Zahara avanzáis el paso incierto;
Gacelas de las árabes montañas,
Apareadas palmas del desierto;
Caravanas errantes á quien ellas
Dátiles dan y leche las camellas;
Palomas de los cármenes floridos
Que bordan las colinas de Granada;
Golondrinas leales que los nidos
En la Alhambra colgáis; enamorada
Raza de ruiseñores que escondidos
Gorjeáis de su bosque en la enramada,
Arroyos que, á su sombra, bullidores,
Laméis su césped y mecéis sus flores;
Sierras que cubre el sempiterno hielo
Donde Darro y Genil beben su vida;
Valles salubres, transparente cielo
De la Alpujarra aún mal conocida;
De Málaga gentil alegre suelo
De la hermosura y del amor guarida;
Mar azul cuyo lomo cristalino
Á las quillas de Agar prestó camino:
Abridme los tesoros encantados
De vuestras glorias mil tradicionales;
Dadme á beber los que guardáis sagrados
De inspiración inmensos manantiales;
Germinad en mi mente, no estudiados,
Vuestros cantos de amor meridionales,
Por que pueda brotar del arpa mía
Vuestra oriental y virgen poesía.
De sus cuerdas despréndanse sonoras
Esas modulaciones nunca oídas
Por los pueblos de Europa, y de las moras
Tribus por nuestros pueblos aprendidas;
Esas notas ardientes, tentadoras,
Que aun hoy por tosca mano repetidas
Renuevan en los huertos de la Alhambra
La de veloz compás morisca zambra.
Venid en torno á mí, generaciones
Ateridas del Norte, que con pieles
Vestís nuestras moriscas tradiciones,
Rasgando sus bordados alquiceles:
Venid á oirlas en sus propios sones
Y lengua original de bocas fieles,
Al pobre són de bárbara guitarra
Debajo de un peñón de la Alpujarra.
Venid, aprenderéis del Mediodía
Cuál el origen es de los cantares
Que jamás comprendió vuestra alma fría;
Sabréis cómo entre bélicos azares
Nació la abrasadora poesía
De nuestros bellos cantos populares;
Y en el lujo oriental de su riqueza,
Considerad su bárbara grandeza.
Pues por hijos de bárbaros osada
Vuestra historia nos da, sea en buen hora:
No esa bárbara estirpe renegada
Será por mí; mas á admirar ahora
Venid el rastro que dejó en Granada
La ilustración de nuestra estirpe mora:
Y en el lujo oriental de su riqueza
Adorad nuestra bárbara grandeza.
Sí: yo os voy á contar la historia bella
De esos á quien llamáis fieros salvajes,
Y fío en Dios que entenderéis por ella
Que puede despreciar vuestros ultrajes
Quien Alhambras dejó sobre su huella,
Quien labró fortalezas como encajes,
Y quien colmó por cóncavo arrecife
Las albercas del real Generalife.
Yo os voy á hablar del mágico recinto
De esta por ellos habitada tierra,
Y á mostraros lo que este laberinto
De jardines y alcázares encierra.
En llanto y sangre le dejaron tinto,
Pero tan fértil con su amor y guerra,
Que la flor más silvestre aromatiza
Y el más vulgar recuerdo poetiza.
Yo os haré ver, de nácar, concha y oro
Sobre arcos, sus balsámicos pensiles,
Do brotan junto al cedro el sicomoro,
Junto al nudoso abeto las gentiles
Palmeras, junto al álamo inodoro
El plátano aromado, las sutiles
Hebras de la ancha pita entre rosales,
Y el fragante limón entre nopales.
Yo os haré ver su pueblo primitivo,
Mitad rudo pastor, mitad guerrero,
Cuyo robusto labrador activo,
Cambiado en la ocasión en caballero,
Lidió, veloz Numida al golpe esquivo,
Con el jinete colosal de acero:
Y aplazando con él treguas extrañas,
Corrieron toros y jugaron cañas.
Yo os haré oir sus cuentos populares
Y sus caballerescas tradiciones
En torno y al calor de sus hogares;
Vendréis á sus nocturnas reuniones
Conmigo, sus combates singulares
Juzgaréis, sus civiles disensiones
Lamentaréis, saldréis á sus campañas
Y testigos seréis de sus hazañas.
Vendréis á sus palacios construídos
Para la guerra á un tiempo y los placeres,
Y leeréis en sus muros, revestidos
De miniaturas, de oro en caracteres
Con sacra fe caballeresca unidos
Los nombres de su Dios y sus mujeres:
Sin que halléis en la casa que fué suya
Nada que en pro de su saber no arguya.
De fakíes, de reyes, y vasallos
Os contaré los gozos y las cuitas:
Os haré penetrar en sus serrallos
Y asistir á sus rondas y á sus citas:
Y sus muebles, sus armas, sus caballos,
Sus bazares, sus baños, sus mezquitas,
Desde el hogar hasta la móvil tienda
Todo lo váis á ver en mi leyenda.
Que es del poeta grande á maravilla
El poder, y radiante su mirada,
Como un fanal que las disipa, brilla
En las tinieblas de la edad pasada.
Venid, pues: con las lanzas de Castilla
Os voy á conducir hasta Granada:
Y, á pesar de sus fieros Africanos,
En la Alhambra entraréis con los Cristianos.